23/12/2020, 02:27
Zaofu sonrió mientras los niños advertían a los genin que "era inútil" y que "huyeran mientras podían", pero Daigo y Ranko eran voluntariosos y no estaban dispuestos a darse por vencidos por unos cuantos golpes. Ranko fue la primera en actuar, tratando de propinarle al maestro una cadena de patadas potenciadas con chakra. Pero al maestro Zaofu se le iluminaron las manos de un chakra de color dorado y casi sobrenaturalmente bloqueó todas y cada una de las patadas de la joven con las palmas de las manos. Los destellos de oro se entretejían en el aire como hilos, tejiendo gruesas líneas espectrales, mientras sus brazos se movían tan rápido que parecían decenas. Cuando Ranko dio la última patada, el maestro hizo un aspaviento con el brazo en un arco y tumbó a la muchacha en el suelo de nuevo.
Sintió un golpetazo en el costado y gruñó una maldición. Los niños exclamaron en un grito ahogado. Zaofu se retorció y agarró el brazo de Daigo. Sus dedos índice y corazón rodearon la muñeca del chico y cerraron un Tenketsu clave, desactivando su técnica. Daigo sintió una ráfaga de agotamiento, como si acabase de perder el aliento. Pero no era una sensación desconocida para él: era el efecto secundario de su propia técnica.
La sorpresa vino de un golpe que, desde luego, no fue un Puño Suave. El maestro Zaofu golpeó con el puño izquierdo el antebrazo de Daigo, que transmitió un ramalazo de dolor hasta las puntas de los pies del genin. El crujido característico de un hueso roto hendió el silencio, y luego el veterano, simplemente, tiró de él anteponiendo una pierna para arrojarlo encima de su compañera caída.
—¿Esto es una demostración digna de Taijutsu? Quizás tendríais que estar todavía en la academia.
Sintió un golpetazo en el costado y gruñó una maldición. Los niños exclamaron en un grito ahogado. Zaofu se retorció y agarró el brazo de Daigo. Sus dedos índice y corazón rodearon la muñeca del chico y cerraron un Tenketsu clave, desactivando su técnica. Daigo sintió una ráfaga de agotamiento, como si acabase de perder el aliento. Pero no era una sensación desconocida para él: era el efecto secundario de su propia técnica.
La sorpresa vino de un golpe que, desde luego, no fue un Puño Suave. El maestro Zaofu golpeó con el puño izquierdo el antebrazo de Daigo, que transmitió un ramalazo de dolor hasta las puntas de los pies del genin. El crujido característico de un hueso roto hendió el silencio, y luego el veterano, simplemente, tiró de él anteponiendo una pierna para arrojarlo encima de su compañera caída.
—¿Esto es una demostración digna de Taijutsu? Quizás tendríais que estar todavía en la academia.
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