13/03/2021, 16:20
De hecho, no tuvieron tiempo de nada, ni siquiera casi para compartir apreciación alguna entre ellos. Desde ese momento hasta la noche, Zaofu estuvo siempre cerca de ellos. El maestro les aseguró que no tenían toda su confianza todavía, y si ponían un pie fuera sin su permiso acabarían muertos. El secuestro se hizo eterno, pero al menos fue muy considerado. A media tarde entró en el dojo un hombre encapuchado que sanó el brazo de Daigo casi milagrosamente, dejando tan sólo un leve dolor. Zaofu les sirvió té todas las veces que quisieron, les proporcionó agua y también algo de conversación insustancial. Entretanto, el viejo se quedaba detrás del escritorio, escribiendo papeles. De vez en cuando, enviaba alguno con una paloma en el alféizar de la ventana.
Y ahora caminaban, asustados y coaccionados, a su lado. Era de noche. Una noche cerrada, sin luna. No tenían más remedio que guiarse por la luz de las antorchas que colgaban de los postes y de las cadenas aferradas a los tejados de algunas casas. Cuando quisieron darse cuenta, cuatro sombras más caminaban a sendos de sus lados. Luego, seis. Luego, diez.
En el estadio, otro encapuchado les dio paso. Ya no eran diez, ni veinte, ni treinta. Tal vez un centenar de traidores se arremolinaban en la arena. Otros se disponían en las gradas, vigilando. Zaofu les hizo quedarse entre el público y él subió al escenario de un salto, abriendo mucho los brazos, dirigiéndose a sus fieles como su fuesen el público de un anfiteatro.
—¡Compañeros! ¡Patriotas de Kusagakure! ¡Hoy será el día en el que el absurdo e imprudente gobierno de Aburame Kintsugi caerá! —proclamó—. ¡Hoy será el día en el que el espíritu de Kenzou volverá a alzarse!
Hubo vítores. Aplausos. Zaofu les mostró las palmas de las manos, pidiendo orden.
»Pero hoy tenemos otro enemigo que abatir también. La Guerrilla. —Abucheos—. ¡Bah! ¡Ratas inmundas! Creen que pueden esconderse de nosotros. ¡Y todo por la inacción de la mariposa! Registraremos casa por casa. Interrogaremos a todo el mundo. ¡Con Genjutsu, si es necesario! ¡Así veremos quién es quién en esta aldea! Y si nos quitamos de en medio a los más leales a Kintsugi por el camino... ¡mejor!
»¡Quiero advertir una cosa! —dijo el hombre—. Como sabéis, le tengo mucho aprecio a Kintsugi como persona. Ni ella ni sus hombres deben sufrir daño alguno. ¡No matéis a nadie! Si no es necesario...
»¿¡ESTÁIS LISTOS!?
—¡¡SÍIIIIIIIIII!!
Daigo y Ranko escucharon espadas desenvainarse. Kunais en ristre. Vieron luces, probablemente capas de nintaijutsu o ninkenjutsu activándose.
En definitiva, Daigo y Ranko estaban a punto de presenciar una tragedia.
Y ahora caminaban, asustados y coaccionados, a su lado. Era de noche. Una noche cerrada, sin luna. No tenían más remedio que guiarse por la luz de las antorchas que colgaban de los postes y de las cadenas aferradas a los tejados de algunas casas. Cuando quisieron darse cuenta, cuatro sombras más caminaban a sendos de sus lados. Luego, seis. Luego, diez.
En el estadio, otro encapuchado les dio paso. Ya no eran diez, ni veinte, ni treinta. Tal vez un centenar de traidores se arremolinaban en la arena. Otros se disponían en las gradas, vigilando. Zaofu les hizo quedarse entre el público y él subió al escenario de un salto, abriendo mucho los brazos, dirigiéndose a sus fieles como su fuesen el público de un anfiteatro.
—¡Compañeros! ¡Patriotas de Kusagakure! ¡Hoy será el día en el que el absurdo e imprudente gobierno de Aburame Kintsugi caerá! —proclamó—. ¡Hoy será el día en el que el espíritu de Kenzou volverá a alzarse!
Hubo vítores. Aplausos. Zaofu les mostró las palmas de las manos, pidiendo orden.
»Pero hoy tenemos otro enemigo que abatir también. La Guerrilla. —Abucheos—. ¡Bah! ¡Ratas inmundas! Creen que pueden esconderse de nosotros. ¡Y todo por la inacción de la mariposa! Registraremos casa por casa. Interrogaremos a todo el mundo. ¡Con Genjutsu, si es necesario! ¡Así veremos quién es quién en esta aldea! Y si nos quitamos de en medio a los más leales a Kintsugi por el camino... ¡mejor!
»¡Quiero advertir una cosa! —dijo el hombre—. Como sabéis, le tengo mucho aprecio a Kintsugi como persona. Ni ella ni sus hombres deben sufrir daño alguno. ¡No matéis a nadie! Si no es necesario...
»¿¡ESTÁIS LISTOS!?
—¡¡SÍIIIIIIIIII!!
Daigo y Ranko escucharon espadas desenvainarse. Kunais en ristre. Vieron luces, probablemente capas de nintaijutsu o ninkenjutsu activándose.
En definitiva, Daigo y Ranko estaban a punto de presenciar una tragedia.
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