23/01/2022, 21:30
Eran las siete de la madrugada. Datsue lo llamaba de la madrugada, y no de la mañana, porque lo primero implicaba que era hora de estar en la cama —o de parranda—, pero en ningún caso trabajando. Y no, no importaba que los primeros rayos del sol ya tiñesen el cielo de un azul apagado.
Contrario a su naturaleza, se hallaba en el despacho con una taza de café humeante. Gajes de ser Uzukage. Tras su nombramiento, no había parado quieto. Demasiadas cosas con las que ponerse al día, demasiadas cosas que atender. Sin embargo, y pese a que podía parecer que no era urgente, Datsue tenía la idea de entrevistarse con todos sus ninjas. Quería conocerlos en persona, uno a uno, verles la cara y mirarles a los ojos. Si iba a liderarlos, y ellos a obedecer sus órdenes, ¿no era importante que al menos se conociesen, aunque fuese brevemente?
Shukaku se mecía en una hamaca junto a la ventana, medio dormido. Para Datsue, era importante que todos se fuesen acostumbrando a su presencia. A verle. Claro que antes había conseguido la promesa del Padre del Desierto de que se comportaría cívicamente. Esperaba que fuese así. Tenía la esperanza, al menos.
No tuvieron que esperar demasiado para recibir al primer invitado del día. Un hombre al que ambos conocían muy bien.
—¿A las siete de la mañana, Datsue? —dijo nada más entrar, cerrando la puerta tras él—. Te lo estás tomando más en serio de lo que pensaba.
La boca de Datsue se curvó como un ōkunai afilado.
—Ya me conoces, me gusta sorprender —dijo, haciendo un ademán con la mano para que tomase asiento.
En su lugar, el invitado se dirigió hacia el gran ventanal, junto a Shukaku, y abrió la cristalera. Se sacó un cigarro y lo encendió con un chasquido de dedos. Tomó una lenta bocanada, y echó el humo hacia el exterior.
Datsue puso los ojos en blanco.
—Sabes que ahora podría ordenarte que lo dejases, ¿verdad… Raito-sensei?
—Podrías intentarlo.
Raito sonrió por su propio comentario, y Shukaku, medio desperezándose, soltó una carcajada ácida. Después Shukaku sacó una pipa y, sin mediar palabra, como si existiese entre ellos un entendimiento tácito, Raito la rellenó con unas hierbas antes de encendérsela. A Datsue siempre le había impresionado lo bien que parecían llevarse esos dos. En parte era un alivio, claro, aunque otra parte de él siempre permanecía en tensión, como si temiese que un mal comentario de uno o un mal gesto de otro lo echase todo por la borda.
—Imagino que te estarás preguntando por qué te hice venir a las siete de la madrugada. —Raito no dijo nada, pero su ceja levantándose evidenció que era evidente que sí—. Pues bien, la cosa es que pronto tendré que partir para asistir a una asamblea entre Kages.
Raito echó la ceniza en un cenicero improvisado —su propia taza para el café, imaginaba que ya vacía— y le observó, como intentando leerle la mente.
—No me digas. Y quieres que te acompañe. —Algo debió ver en su expresión, porque cambió de parecer—. No, no es eso.
—No exactamente —reconoció—. Hanabi me contó que acudía a estas reuniones acompañado de Katsudon. Yui de Shanise. Kintsugi… Bueno, ¿a quién le importa a quien llevase Kintsugi? El caso, que se suele llevar a los ninjas de máxima confianza. A los más fuertes también, como es lógico.
—Pero tú nunca sueles hacer lo más lógico.
Datsue no supo si tomarse eso como un cumplido o una crítica. Conociendo a Raito, probablemente tenía algo de ambas cosas.
—Lo que pienso hacer tiene cierta lógica, en verdad. Escucha, acabo de prometer a toda la villa ser su escudo. No puede ser que a la primera que me ausente me lleve a los mejores ninjas conmigo, dejando la aldea todavía más desprotegida. No, necesito a los que más confío aquí, encargándose de que todo vaya bien en mi nombre. Te necesito a ti, Uchiha Raito. Y a Sasaki Reiji. Y a Uzumaki Eri. Os necesito a los tres en la villa hasta mi regreso.
Todavía no había hablado con Reiji ni con Eri, pero ya llegaría el momento.
—Y concretamente, Raito, te necesito a ti aquí —agregó, clavando un dedo en la mesa del despacho—, haciendo las funciones de Uzukage durante mi ausencia.
Raito suspiró, y sus ojos se perdieron al otro lado de la cristalera, en algún punto de Uzu.
—Está bien.
Datsue abrió los ojos, sorprendido.
—Pensé que me lo pondrías un poco más difícil. —Sabía bien que Raito no era muy fan de permanecer en los despachos. El papeleo no iba con él. Así que, sin querer tentar a la suerte, cambió el tema de conversación antes de que él cambiase de idea—. Oye, tengo curiosidad. Durante mi discurso en el nombramiento, ¿gritaste que serías mi espada?
Raito dio una rápida calada y contestó antes de echar el humo por la nariz.
—Por supuesto que no —Lo dijo de forma tan tajante, como si lo contrario fuese una locura, que más que decepción, despertó indignación en Datsue. Se levantó para protestar, pero Raito apagó el cigarro en la taza y habló primero:—. Quizá ahora seas mi Kage, Uchiha Datsue. Pero por encima de eso, yo siempre seré tu Sensei. Es mi deber ser tu escudo, no tu espada. Y eso nunca cambiará.
Raito le puso una mano en el hombro: probablemente, la mayor muestra de afecto en toda su vida. Datsue le devolvió el gesto con un abrazo. Por unos instantes, sintió que todo el peso que tenía sobre los hombros se aflojaba. Tuvo que restregarse los ojos —algo debía habérsele metido en ellos, porque le picaban—, antes de retomar la compostura .
Ambos carraspearon.
—Ni siquiera Shiona lo hizo, Datsue. —Datsue hizo un gesto sorprendido. A veces todavía le pasaba eso, se sorprendía, ante la capacidad que tenía Raito para, de alguna forma, leerle la mente. No debía haberle pasado desapercibido que la pregunta de la espada iba más bien encaminada a saber su valoración sobre el discurso, y el hecho de no haber convencido a todo el mundo. Ese hecho no le había dejado dormir en toda la maldita noche—. Todo el mundo la venera ahora. La idolatra. Pero en su día, ni siquiera ella tenía a todo el mundo satisfecho. Es imposible.
Shukaku, balanceándose en su hamaca, hizo una mueca que dejaba entrever que opinaba distinto. Datsue se imaginó que estaría pensando algo como: «matas a los que no te quieren, te quedas con los que sí, y asunto resuelto». Por suerte, no dijo nada, y Raito abrió la puerta del despacho para marcharse. Antes de cerrar la puerta, sin embargo, frunció el ceño y agregó:
—Oye, espero que no te lleves a un cualquiera a la reunión.
—¡Por supuesto que no! Qué cosas dices, Raito-sensei. Lo tengo más que meditado. No es algo que dejaría al azar. No señor.
—A ver si lo he entendido —dijo Shukaku, frente a la pila de expedientes que le habían acercado al despacho. Expedientes, concretamente, de todos los genins que tenían que visitarle aquel día, con una fotografía, nombre, clan, edad e información tanto académica como personal—. Vas a coger una de estas carpetas, al azar. Vas a abrirla… ¿y ese será el ninja que te lleves a la asamblea de Kages?
—Hombre, dicho así suena un poco… El caso es que la villa puede prescindir de cualquiera de esta pila por unos días, y yo tampoco conozco a ninguno lo suficiente como para tomar… Bueno, sí. Eso mismo.
—Estás como una puta cabra. ¡Y eso me gusta! ¡JIA JIA JIA!
Sabiendo que probablemente aquello no fuese la mejor de sus ideas —y que con toda seguridad, no iba a revelar aquel método de elección a nadie en la faz de Ōnindo—, Uchiha Datsue tomó una carpeta cualquiera y…
…cuando la abrió vio el nombre de…
Contrario a su naturaleza, se hallaba en el despacho con una taza de café humeante. Gajes de ser Uzukage. Tras su nombramiento, no había parado quieto. Demasiadas cosas con las que ponerse al día, demasiadas cosas que atender. Sin embargo, y pese a que podía parecer que no era urgente, Datsue tenía la idea de entrevistarse con todos sus ninjas. Quería conocerlos en persona, uno a uno, verles la cara y mirarles a los ojos. Si iba a liderarlos, y ellos a obedecer sus órdenes, ¿no era importante que al menos se conociesen, aunque fuese brevemente?
Shukaku se mecía en una hamaca junto a la ventana, medio dormido. Para Datsue, era importante que todos se fuesen acostumbrando a su presencia. A verle. Claro que antes había conseguido la promesa del Padre del Desierto de que se comportaría cívicamente. Esperaba que fuese así. Tenía la esperanza, al menos.
No tuvieron que esperar demasiado para recibir al primer invitado del día. Un hombre al que ambos conocían muy bien.
—¿A las siete de la mañana, Datsue? —dijo nada más entrar, cerrando la puerta tras él—. Te lo estás tomando más en serio de lo que pensaba.
La boca de Datsue se curvó como un ōkunai afilado.
—Ya me conoces, me gusta sorprender —dijo, haciendo un ademán con la mano para que tomase asiento.
En su lugar, el invitado se dirigió hacia el gran ventanal, junto a Shukaku, y abrió la cristalera. Se sacó un cigarro y lo encendió con un chasquido de dedos. Tomó una lenta bocanada, y echó el humo hacia el exterior.
Datsue puso los ojos en blanco.
—Sabes que ahora podría ordenarte que lo dejases, ¿verdad… Raito-sensei?
—Podrías intentarlo.
Raito sonrió por su propio comentario, y Shukaku, medio desperezándose, soltó una carcajada ácida. Después Shukaku sacó una pipa y, sin mediar palabra, como si existiese entre ellos un entendimiento tácito, Raito la rellenó con unas hierbas antes de encendérsela. A Datsue siempre le había impresionado lo bien que parecían llevarse esos dos. En parte era un alivio, claro, aunque otra parte de él siempre permanecía en tensión, como si temiese que un mal comentario de uno o un mal gesto de otro lo echase todo por la borda.
—Imagino que te estarás preguntando por qué te hice venir a las siete de la madrugada. —Raito no dijo nada, pero su ceja levantándose evidenció que era evidente que sí—. Pues bien, la cosa es que pronto tendré que partir para asistir a una asamblea entre Kages.
Raito echó la ceniza en un cenicero improvisado —su propia taza para el café, imaginaba que ya vacía— y le observó, como intentando leerle la mente.
—No me digas. Y quieres que te acompañe. —Algo debió ver en su expresión, porque cambió de parecer—. No, no es eso.
—No exactamente —reconoció—. Hanabi me contó que acudía a estas reuniones acompañado de Katsudon. Yui de Shanise. Kintsugi… Bueno, ¿a quién le importa a quien llevase Kintsugi? El caso, que se suele llevar a los ninjas de máxima confianza. A los más fuertes también, como es lógico.
—Pero tú nunca sueles hacer lo más lógico.
Datsue no supo si tomarse eso como un cumplido o una crítica. Conociendo a Raito, probablemente tenía algo de ambas cosas.
—Lo que pienso hacer tiene cierta lógica, en verdad. Escucha, acabo de prometer a toda la villa ser su escudo. No puede ser que a la primera que me ausente me lleve a los mejores ninjas conmigo, dejando la aldea todavía más desprotegida. No, necesito a los que más confío aquí, encargándose de que todo vaya bien en mi nombre. Te necesito a ti, Uchiha Raito. Y a Sasaki Reiji. Y a Uzumaki Eri. Os necesito a los tres en la villa hasta mi regreso.
Todavía no había hablado con Reiji ni con Eri, pero ya llegaría el momento.
—Y concretamente, Raito, te necesito a ti aquí —agregó, clavando un dedo en la mesa del despacho—, haciendo las funciones de Uzukage durante mi ausencia.
Raito suspiró, y sus ojos se perdieron al otro lado de la cristalera, en algún punto de Uzu.
—Está bien.
Datsue abrió los ojos, sorprendido.
—Pensé que me lo pondrías un poco más difícil. —Sabía bien que Raito no era muy fan de permanecer en los despachos. El papeleo no iba con él. Así que, sin querer tentar a la suerte, cambió el tema de conversación antes de que él cambiase de idea—. Oye, tengo curiosidad. Durante mi discurso en el nombramiento, ¿gritaste que serías mi espada?
Raito dio una rápida calada y contestó antes de echar el humo por la nariz.
—Por supuesto que no —Lo dijo de forma tan tajante, como si lo contrario fuese una locura, que más que decepción, despertó indignación en Datsue. Se levantó para protestar, pero Raito apagó el cigarro en la taza y habló primero:—. Quizá ahora seas mi Kage, Uchiha Datsue. Pero por encima de eso, yo siempre seré tu Sensei. Es mi deber ser tu escudo, no tu espada. Y eso nunca cambiará.
Raito le puso una mano en el hombro: probablemente, la mayor muestra de afecto en toda su vida. Datsue le devolvió el gesto con un abrazo. Por unos instantes, sintió que todo el peso que tenía sobre los hombros se aflojaba. Tuvo que restregarse los ojos —algo debía habérsele metido en ellos, porque le picaban—, antes de retomar la compostura .
Ambos carraspearon.
—Ni siquiera Shiona lo hizo, Datsue. —Datsue hizo un gesto sorprendido. A veces todavía le pasaba eso, se sorprendía, ante la capacidad que tenía Raito para, de alguna forma, leerle la mente. No debía haberle pasado desapercibido que la pregunta de la espada iba más bien encaminada a saber su valoración sobre el discurso, y el hecho de no haber convencido a todo el mundo. Ese hecho no le había dejado dormir en toda la maldita noche—. Todo el mundo la venera ahora. La idolatra. Pero en su día, ni siquiera ella tenía a todo el mundo satisfecho. Es imposible.
Shukaku, balanceándose en su hamaca, hizo una mueca que dejaba entrever que opinaba distinto. Datsue se imaginó que estaría pensando algo como: «matas a los que no te quieren, te quedas con los que sí, y asunto resuelto». Por suerte, no dijo nada, y Raito abrió la puerta del despacho para marcharse. Antes de cerrar la puerta, sin embargo, frunció el ceño y agregó:
—Oye, espero que no te lleves a un cualquiera a la reunión.
—¡Por supuesto que no! Qué cosas dices, Raito-sensei. Lo tengo más que meditado. No es algo que dejaría al azar. No señor.
Cinco minutos más tarde…
—A ver si lo he entendido —dijo Shukaku, frente a la pila de expedientes que le habían acercado al despacho. Expedientes, concretamente, de todos los genins que tenían que visitarle aquel día, con una fotografía, nombre, clan, edad e información tanto académica como personal—. Vas a coger una de estas carpetas, al azar. Vas a abrirla… ¿y ese será el ninja que te lleves a la asamblea de Kages?
—Hombre, dicho así suena un poco… El caso es que la villa puede prescindir de cualquiera de esta pila por unos días, y yo tampoco conozco a ninguno lo suficiente como para tomar… Bueno, sí. Eso mismo.
—Estás como una puta cabra. ¡Y eso me gusta! ¡JIA JIA JIA!
Sabiendo que probablemente aquello no fuese la mejor de sus ideas —y que con toda seguridad, no iba a revelar aquel método de elección a nadie en la faz de Ōnindo—, Uchiha Datsue tomó una carpeta cualquiera y…
…cuando la abrió vio el nombre de…
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado