25/01/2022, 00:10
¡CLUP!
La mermelada saltó disparada para todos lados de la cocina. Si, la mañana comenzaba de fábula. Ni un ápice de gracia a esa somnolienta hora, en la cuál ni el café más fuerte podía avivar al joven Senju. Éste miró la tostada, y la tostada le devolvió la mirada, de reojo —pues obviamente estaba cara al suelo—. Chasqueó la lengua, y ni se dignó a recogerla con ligeros reflejos. Es más, hasta se sentó a su lado. Se sentó al lado de la tostada, en el suelo, como aquél abuelo que hace de igual manera en un coro de chiquillos para fastidiarlos con una historia que no lleva a ningún lugar.
—Cago en la puta... ¿qué horas son éstas para una "citación"? —se preguntó a voz baja y aterciopelada. —¿Y por qué me citan a mi en el despacho del escudero? Normalmente las misiones las pide uno en la recepción...
Aún le daba vueltas al porqué de esa carta, de ese aviso que requería de su presencia a las siete y media de la mañana, ni más ni menos. Con demasiados pocos ánimos, tocó un par de veces la tostada del suelo, haciendo que ésta se moviese levemente, carente de voluntad.
—¿Será que miré raro al Uzukage? ¿se daría cuenta de entre todos los shinobis y kunoichis que habían allí de que no estaba muy de acuerdo con sus palabras?
Tomó un sorbo de ese amargo café, y reposó la taza a su otro lado. Dejó caer un leve suspiro, y animado en absoluto por unas abominables ganas de ir al susodicho despacho, se puso en pie. Fue directo al cuarto, y en un abrir y cerrar de ojos se plantó ante el armario.
«]Bueno, ¿y ahora qué? ¿visto formal o visto lo habitual?»
Apenas lo pensó.
Tomó el gorro de lana, la camiseta, la sudadera blanca que tanto le gustaba, así como los pantalones —A la mierda. —y los lanzó sobre la cama. Apenas éstos aterrizaron, el chico ya se había despelotado prácticamente —quitándose el pijama—, e ipso facto se puso lo que recién había pillado del armario. El último detalle fue el reloj, el de correa morada.
Listo para salir de casa.
Tomó aire, y cargó sus pulmones de unas ganas prácticamente inexistentes. Avanzó directo hacia la puerta, y al pasar por al lado de la cocina se dio cuenta de que no todo estaba listo. Aún tenía un asunto pendiente, uno muy... mermelado.
—Hostiaputa.
[...]
Varias decenas de minutos más tarde, y tras resolver ese pringoso tema de la tostada, el Senju se plantó ante el edificio del Uzukage. Le echó un vistazo desde abajo, y se tomó unos segundos en saborear el frío invierno. Si, la temperatura —y más a esas horas— era simplemente exquisita. Poco más adelante, se vio inmerso en la luz de los ventanales de la sala contigua. Apenas pasó por la recepción, mostró la carta a Kiyomi, esa pelirroja tan risueña.
—Buenos días, vengo a ver al señor Uzukage, recibí ayer ésta citación —adjuntó al documento.
Apenas presentado el documento, con la otra mano miró el reloj de pulsera. Apenas daban las siete y veinte minutos, incluso con esa demora de la tostada, llegaba con algo de tiempo de sobra. Sin duda alguna, había madrugado bastante.
La mermelada saltó disparada para todos lados de la cocina. Si, la mañana comenzaba de fábula. Ni un ápice de gracia a esa somnolienta hora, en la cuál ni el café más fuerte podía avivar al joven Senju. Éste miró la tostada, y la tostada le devolvió la mirada, de reojo —pues obviamente estaba cara al suelo—. Chasqueó la lengua, y ni se dignó a recogerla con ligeros reflejos. Es más, hasta se sentó a su lado. Se sentó al lado de la tostada, en el suelo, como aquél abuelo que hace de igual manera en un coro de chiquillos para fastidiarlos con una historia que no lleva a ningún lugar.
—Cago en la puta... ¿qué horas son éstas para una "citación"? —se preguntó a voz baja y aterciopelada. —¿Y por qué me citan a mi en el despacho del escudero? Normalmente las misiones las pide uno en la recepción...
Aún le daba vueltas al porqué de esa carta, de ese aviso que requería de su presencia a las siete y media de la mañana, ni más ni menos. Con demasiados pocos ánimos, tocó un par de veces la tostada del suelo, haciendo que ésta se moviese levemente, carente de voluntad.
—¿Será que miré raro al Uzukage? ¿se daría cuenta de entre todos los shinobis y kunoichis que habían allí de que no estaba muy de acuerdo con sus palabras?
Tomó un sorbo de ese amargo café, y reposó la taza a su otro lado. Dejó caer un leve suspiro, y animado en absoluto por unas abominables ganas de ir al susodicho despacho, se puso en pie. Fue directo al cuarto, y en un abrir y cerrar de ojos se plantó ante el armario.
«]Bueno, ¿y ahora qué? ¿visto formal o visto lo habitual?»
Apenas lo pensó.
Tomó el gorro de lana, la camiseta, la sudadera blanca que tanto le gustaba, así como los pantalones —A la mierda. —y los lanzó sobre la cama. Apenas éstos aterrizaron, el chico ya se había despelotado prácticamente —quitándose el pijama—, e ipso facto se puso lo que recién había pillado del armario. El último detalle fue el reloj, el de correa morada.
Listo para salir de casa.
Tomó aire, y cargó sus pulmones de unas ganas prácticamente inexistentes. Avanzó directo hacia la puerta, y al pasar por al lado de la cocina se dio cuenta de que no todo estaba listo. Aún tenía un asunto pendiente, uno muy... mermelado.
—Hostiaputa.
[...]
Varias decenas de minutos más tarde, y tras resolver ese pringoso tema de la tostada, el Senju se plantó ante el edificio del Uzukage. Le echó un vistazo desde abajo, y se tomó unos segundos en saborear el frío invierno. Si, la temperatura —y más a esas horas— era simplemente exquisita. Poco más adelante, se vio inmerso en la luz de los ventanales de la sala contigua. Apenas pasó por la recepción, mostró la carta a Kiyomi, esa pelirroja tan risueña.
—Buenos días, vengo a ver al señor Uzukage, recibí ayer ésta citación —adjuntó al documento.
Apenas presentado el documento, con la otra mano miró el reloj de pulsera. Apenas daban las siete y veinte minutos, incluso con esa demora de la tostada, llegaba con algo de tiempo de sobra. Sin duda alguna, había madrugado bastante.