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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#20
Yakiniku suspiro. Se bajo de la tabla de surf, y se la pudo bajo el brazo. Empezó a salir humo del suelo, símbolo de que se estaba quemando algo bajo sus pies. Quizas una alfombra, quizas la madera. Pero lo ignoró y salió de allí siguiendo las ordenes del Uzukage, cerrando la puerta tras de sí.

¿Tenía que comportarse como los demás? Era una orden de un superior, la acataria. Aunque sabía que los demas no se comportarian educadamente con ella. A sus ojos, la recepcionista ya había empezado con mal pie, faltándole al respeto con otra bromita mas sobre su cuerpo ardiente. Estaba cansada de escucharlas. Sopesandolo, quizas la idea de morir en el lago, rodeada de agua, tampoco era tan mala. Por lo menos el agua le gustaba, las bromas sobre su cuerpo, no.

Yakiniku apoyó su tabla de surf en la pared, al lado de la puerta del despacho. Si tenia que ser como los demás, no podia presentarse de nuevo ante el uzukage montada en una tabla. ¿No? Y allí no se la robaría nadie, se suponía que había buena seguridad en el despacho del uzukage.

Despues, tal y como le habían indicado, llamó a la puerta dos veces, con los nudillos, y luego abrió. Abrió apoyando su mano en la madera de la puerta y dejándola allí marcada en negro. Tampoco podía hacer otra cosa, no era su culpa.

Hola, señor Uzukage. ¿Puedo hacer algo por usted?

Acompañó las palabras de una pequeña reverencia. Pero ni siquiera una orden del mismísimo uzukage sería capaz de hacerla mentir. No tenía un buen día, y por tanto no diría buenos días. Esperaba que al uzukage le valiera con un saludo normal.

Por otro lado, tampoco era culpa suya si dejaba las marcas de sus pies en el suelo. Pero tampoco tenía mucho más remedio, si no podia ponerse sobre la tabla, no podia hacer mucho por evitar quemar la madera o la alfombra del suelo. Llegaría un punto en el que incluso empezaría a oler a quemado, o quizás la echaban de allí rapido.

De hecho, eso esperaba, si la habían llamado para soltarle bromitas sobre el calor, que por lo menos fuese rápido.
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Mensajes en este tema
RE: El escudo, las espadas y los cerezos silvestres - por Yuki Yakiniku - 29/01/2022, 17:00


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