31/01/2022, 22:57
—Sagisō Ranko. Es un honor conocerles, Arashikage-sama, Uzukage-sama.
Ranko les dedicó sendas reverencias pronunciadas a todos los presentes. Luego alzó la mirada. Conocía al Uzukage. Mejor dicho, sabía quién era, pues se había enfrentado a Daigo en el torneo de los dojos. Pero a la Arashikage no la reconocía, ni al ninja de cabellos oscuros y ojos blancos.
Otrora, Ranko habría muerto de la emoción de acompañar a su adorada Morikage, pero había madurado, al menos lo suficiente para mantenerse en compostura ante su presencia. No quería pensar que la incierta vida o muerte de Yota y Daigo le había hecho tomarse todo más en serio. Las conversaciones con su dirigente le habían ayudado a mantenerse enfocada.
—Entendido, mi Señora. Puede contar conmigo. —Le había respondido sobre lo de las provocaciones. Y Ranko confiaba en ello, pues había resistido lanzársele encima a Uchiha Zaide aquella vez.
Portaba una especie de túnica morada sin mangas, con telas violetas que adornaban su cadera a modo de falda y partían de su cinto negro, el cual mostraba su bandana de Kusagakure; blusa y pantaloncillos negros por debajo, y largas medias negras y vendas en los brazos a juego, junto con su gargantilla de seda negra. De su blusa, por debajo de la túnica, sendos pares de listones adornaban el alto de sus brazos, portando firmemente ajustado en los listones derechos su placa de chūnin. Su trenza estaba más larga y esponjada que nunca. Sin embargo, casi todo estaba cubierto por una gran y gruesa capa de viaje verde, con capucha, aunque no llevaba ésta última puesta.
Amegakure se le hacía... extraña. Diferente y laberíntica. Si fuese a ir de un punto a otro sin guía alguna, estaba segura de que acabaría perdiéndose. Era inquietantemente gris. Aunque el sonido constante de la lluvia contra su paraguas podría ser un buen ruido de fondo para dormirse. Se dijo que aquél era el hogar de Ayame, de Roga, de Chika y Kimi. De Jun, la amiga de Meme. Se dijo que debía tenerle respeto.
—Siempre con usted, mi Señora. —respondió a su "Vamos allá".
Una vez dentro, inclinó de nuevo la cabeza cuando Kintsugi le dio el pésame a Yui. Luego recorrió toda la estancia sólo con la mirada, sin voltear la cabeza. No era demasiado perceptiva, así que tenía que esforzarse más si quería hacer de guardia decente. Se quedó junto a Kintsugi, a como había ordenado, y luego posó sus ojos en el mapa que había sobre la gran mesa circular.
Ranko les dedicó sendas reverencias pronunciadas a todos los presentes. Luego alzó la mirada. Conocía al Uzukage. Mejor dicho, sabía quién era, pues se había enfrentado a Daigo en el torneo de los dojos. Pero a la Arashikage no la reconocía, ni al ninja de cabellos oscuros y ojos blancos.
Otrora, Ranko habría muerto de la emoción de acompañar a su adorada Morikage, pero había madurado, al menos lo suficiente para mantenerse en compostura ante su presencia. No quería pensar que la incierta vida o muerte de Yota y Daigo le había hecho tomarse todo más en serio. Las conversaciones con su dirigente le habían ayudado a mantenerse enfocada.
—Entendido, mi Señora. Puede contar conmigo. —Le había respondido sobre lo de las provocaciones. Y Ranko confiaba en ello, pues había resistido lanzársele encima a Uchiha Zaide aquella vez.
Portaba una especie de túnica morada sin mangas, con telas violetas que adornaban su cadera a modo de falda y partían de su cinto negro, el cual mostraba su bandana de Kusagakure; blusa y pantaloncillos negros por debajo, y largas medias negras y vendas en los brazos a juego, junto con su gargantilla de seda negra. De su blusa, por debajo de la túnica, sendos pares de listones adornaban el alto de sus brazos, portando firmemente ajustado en los listones derechos su placa de chūnin. Su trenza estaba más larga y esponjada que nunca. Sin embargo, casi todo estaba cubierto por una gran y gruesa capa de viaje verde, con capucha, aunque no llevaba ésta última puesta.
Amegakure se le hacía... extraña. Diferente y laberíntica. Si fuese a ir de un punto a otro sin guía alguna, estaba segura de que acabaría perdiéndose. Era inquietantemente gris. Aunque el sonido constante de la lluvia contra su paraguas podría ser un buen ruido de fondo para dormirse. Se dijo que aquél era el hogar de Ayame, de Roga, de Chika y Kimi. De Jun, la amiga de Meme. Se dijo que debía tenerle respeto.
—Siempre con usted, mi Señora. —respondió a su "Vamos allá".
Una vez dentro, inclinó de nuevo la cabeza cuando Kintsugi le dio el pésame a Yui. Luego recorrió toda la estancia sólo con la mirada, sin voltear la cabeza. No era demasiado perceptiva, así que tenía que esforzarse más si quería hacer de guardia decente. Se quedó junto a Kintsugi, a como había ordenado, y luego posó sus ojos en el mapa que había sobre la gran mesa circular.
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