1/03/2022, 15:19
Las tres Grandes Aldeas estaban más que dispuestas a firmar una nueva alianza, de cara a la amenaza que suponían Kurama, sus Generales y sus ejércitos. Durante un instante, parecía que la historia de Ōnindo había regresado al pasado, cuando el Remolino, la Tormenta y la Hierba estaban unidas por los lazos de aquellas tres Sombras que ahora, lamentablemente, formaban parte del pasado.
Pero... siempre hay un pero:
—Discúlpenme —Intervino el nuevo Uzukage—, probablemente sea debido a que soy un novato, inexperto y joven. Pero tengo la sensación de que estamos yendo muy deprisa. De que nos estamos saltando pasos.
Uchiha Datsue miró fijamente a Kintsugi, quien le devolvió la mirada con calma. Después de aquel breve intercambio, volvió a depositar su atención en Shanise.
—¿Estás conforme con aliarte de nuevo con Kusagakure mientras mantienen el veto a Aotsuki Ayame?
«La está tuteando...» Observó la Morikage, con desaprobación. ¿Tanta familiaridad tenían ambos como para tutearse?
—Cuando mandemos tropas al País del Rayo, ¿enviarás a Aotsuki Ayame en una delegación aparte, como si fuese la peste, porque en vez de poder ir directamente como el resto tiene que rodear el País del Bosque por miedo a ser atacada? Y si perdemos, que espero que no, y las tropas se baten en retirada hacia la única dirección posible, los Arrozales del Silencio, ¿estarás tranquila con que Aotsuki Ayame se encuentre allí después de la amenaza de la Morikage?
Los ojos del Uzukage volvieron a caer con furia sobre la Morikage. Pero, nuevamente, ella aguantó la fiereza de su mirada con su fuerza de Voluntad. Aunque, debía admitirlo, le costó hacerlo. Lo que mejor se le daba hacer al Uchiha era hablar. Hablar e imponer su carisma sobre el resto. Pero Aburame Kintsugi tampoco era como el resto. Su dura vida la había llevado a forjar, templar y afilar su temple. A mantener la calma en los momentos más tensos. Así lo había hecho hasta ahora. Y así lo seguiría haciendo.
—¿Pretendes que haga eso con Sasaki Reiji? —Continuó, arremetiendo como un toro enloquecido—. ¿Qué lo envíe a luchar al lado de unos tipos que le darían caza si pone pie en el sitio equivocado? Pues permitidme deciros una cosa. Estamos jodidos, sí. El País de la Tierra también ha caído bajo las garras de Kurama. Sabe los Dioses qué pasa en el País del Agua y del Hierro, y el País del Viento no es de nadie. Estamos rodeados, más solos que nunca, pero... Pero yo no estoy conforme.
—La verdad es que estaba esperando a que fuese usted misma quien sacase el tema, pero ya que Datsue nos ha hecho el favor... —Intervino Shanise, antes de que Kintsugi pudiera responder—. No. No estoy conforme, y no hay manera de que esta alianza ocurra si no se revoca el veto a nuestros Jinchuuriki. Entiendo que piensas lo mismo, Datsue. —Devolvió entonces la mirada directamente a Kintsugi, con seriedad—. Y entiendo también que no tendrás ningún problema en hacerlo ¿verdad?
Kintsugi los miró alternativamente a ambos con seriedad.
—Soy consciente de que las relaciones entre nuestras aldeas no han sido lo más... idílicas desde que tengo el Sombrero —respondió, antes de volverse directamente a Datsue—. Y os disculpo, Uzukage-dono, porque, efectivamente, vuestras palabras brotan de vuestra inexperiencia y el fuego de vuestra juventud. —Kintsugi, que hasta el momento había estado inclinada sobre el mapa, se alzó en toda su estatura—. Y también entiendo vuestra preocupación al respecto de vuestros jinchūriki. Pero... ¿cuánto tiempo hace desde que hemos atravesado esas puertas? ¿Cinco minutos? Pensaba sacar el tema, pero apenas hemos tenido tiempo de intercambiar nuestra firme disposición a ayudarnos en esta nueva alianza y la información que tenemos sobre los movimientos del Nueve Colas, Uzukage-dono.
Kintsugi respiró hondo. Las palabras que estaba por pronunciar no eran fáciles para ella, después de todo. Pero tenía que hacerlo, por el bien de su aldea, y por el bien de todos.
—Levantaré el veto a los jinchūriki. A los vuestros —especificó, mirando tanto a Shanise como a Datsue—. Era algo que ya tenía pensado hacer antes de acordar esta reunión y antes de que Kurama decidiera campar a sus anchas. Así que, si ese tema era lo único que os preocupaba...
Pero... siempre hay un pero:
—Discúlpenme —Intervino el nuevo Uzukage—, probablemente sea debido a que soy un novato, inexperto y joven. Pero tengo la sensación de que estamos yendo muy deprisa. De que nos estamos saltando pasos.
Uchiha Datsue miró fijamente a Kintsugi, quien le devolvió la mirada con calma. Después de aquel breve intercambio, volvió a depositar su atención en Shanise.
—¿Estás conforme con aliarte de nuevo con Kusagakure mientras mantienen el veto a Aotsuki Ayame?
«La está tuteando...» Observó la Morikage, con desaprobación. ¿Tanta familiaridad tenían ambos como para tutearse?
—Cuando mandemos tropas al País del Rayo, ¿enviarás a Aotsuki Ayame en una delegación aparte, como si fuese la peste, porque en vez de poder ir directamente como el resto tiene que rodear el País del Bosque por miedo a ser atacada? Y si perdemos, que espero que no, y las tropas se baten en retirada hacia la única dirección posible, los Arrozales del Silencio, ¿estarás tranquila con que Aotsuki Ayame se encuentre allí después de la amenaza de la Morikage?
Los ojos del Uzukage volvieron a caer con furia sobre la Morikage. Pero, nuevamente, ella aguantó la fiereza de su mirada con su fuerza de Voluntad. Aunque, debía admitirlo, le costó hacerlo. Lo que mejor se le daba hacer al Uchiha era hablar. Hablar e imponer su carisma sobre el resto. Pero Aburame Kintsugi tampoco era como el resto. Su dura vida la había llevado a forjar, templar y afilar su temple. A mantener la calma en los momentos más tensos. Así lo había hecho hasta ahora. Y así lo seguiría haciendo.
—¿Pretendes que haga eso con Sasaki Reiji? —Continuó, arremetiendo como un toro enloquecido—. ¿Qué lo envíe a luchar al lado de unos tipos que le darían caza si pone pie en el sitio equivocado? Pues permitidme deciros una cosa. Estamos jodidos, sí. El País de la Tierra también ha caído bajo las garras de Kurama. Sabe los Dioses qué pasa en el País del Agua y del Hierro, y el País del Viento no es de nadie. Estamos rodeados, más solos que nunca, pero... Pero yo no estoy conforme.
—La verdad es que estaba esperando a que fuese usted misma quien sacase el tema, pero ya que Datsue nos ha hecho el favor... —Intervino Shanise, antes de que Kintsugi pudiera responder—. No. No estoy conforme, y no hay manera de que esta alianza ocurra si no se revoca el veto a nuestros Jinchuuriki. Entiendo que piensas lo mismo, Datsue. —Devolvió entonces la mirada directamente a Kintsugi, con seriedad—. Y entiendo también que no tendrás ningún problema en hacerlo ¿verdad?
Kintsugi los miró alternativamente a ambos con seriedad.
—Soy consciente de que las relaciones entre nuestras aldeas no han sido lo más... idílicas desde que tengo el Sombrero —respondió, antes de volverse directamente a Datsue—. Y os disculpo, Uzukage-dono, porque, efectivamente, vuestras palabras brotan de vuestra inexperiencia y el fuego de vuestra juventud. —Kintsugi, que hasta el momento había estado inclinada sobre el mapa, se alzó en toda su estatura—. Y también entiendo vuestra preocupación al respecto de vuestros jinchūriki. Pero... ¿cuánto tiempo hace desde que hemos atravesado esas puertas? ¿Cinco minutos? Pensaba sacar el tema, pero apenas hemos tenido tiempo de intercambiar nuestra firme disposición a ayudarnos en esta nueva alianza y la información que tenemos sobre los movimientos del Nueve Colas, Uzukage-dono.
Kintsugi respiró hondo. Las palabras que estaba por pronunciar no eran fáciles para ella, después de todo. Pero tenía que hacerlo, por el bien de su aldea, y por el bien de todos.
—Levantaré el veto a los jinchūriki. A los vuestros —especificó, mirando tanto a Shanise como a Datsue—. Era algo que ya tenía pensado hacer antes de acordar esta reunión y antes de que Kurama decidiera campar a sus anchas. Así que, si ese tema era lo único que os preocupaba...
