6/04/2022, 20:30
Ranko escuchó con más atención que antes. Sellos mentales. Había escuchado de ellos alguna vez, aunque el fūinjutsu era algo desconocido para ella en la práctica.
—Entiendo. Pe-pero hay formas... empíricas de obtener información de combate. S-si bien no lograremos sacarles la estrategia que Kurama planea, en algún momento n-nos habremos enfrentado con su gente, o sus generales, ¿No? ¿Contra qué han peleado los nuestros?
Daruu externó su duda respecto a Kurama usando las montañas para escapar. Ranko no dijo nada más al respecto, pues un Amejin sabría más de las tierras del norte que un Kusajin. Sin embargo, no podía dejar atrás la idea de que Kurama si podría usar las montañas a su favor. No había que desestimar las habilidades de tan peligroso enemigo.
Kintsugi entonces mencionó algo que le sacó un muy quedo suspiro a Ranko: La amenaza de Dragón Rojo. Ya había llorado a Yota y a Daigo, y había astillado una docena de árboles entrenando con furia en su nombre. Quería decirse que estaban bien, que la voluntad de ambos les mantendría a flote. Pero también de había preparado para lo peor. Para nunca verlos de nuevo. Ranko se mantuvo estoica, seria, ante el recuento de la decisión de su Señora. Aquella decisión que había entendido con sumo dolor.
—Así es, Hayato-san —le respondió la castaña —. Ellos atacaron, destruyeron el estadio y masacraron a una multitud. Son gente altamente peligrosa, y lo serán más si se alían con Kurama.
—Entiendo. Pe-pero hay formas... empíricas de obtener información de combate. S-si bien no lograremos sacarles la estrategia que Kurama planea, en algún momento n-nos habremos enfrentado con su gente, o sus generales, ¿No? ¿Contra qué han peleado los nuestros?
Daruu externó su duda respecto a Kurama usando las montañas para escapar. Ranko no dijo nada más al respecto, pues un Amejin sabría más de las tierras del norte que un Kusajin. Sin embargo, no podía dejar atrás la idea de que Kurama si podría usar las montañas a su favor. No había que desestimar las habilidades de tan peligroso enemigo.
Kintsugi entonces mencionó algo que le sacó un muy quedo suspiro a Ranko: La amenaza de Dragón Rojo. Ya había llorado a Yota y a Daigo, y había astillado una docena de árboles entrenando con furia en su nombre. Quería decirse que estaban bien, que la voluntad de ambos les mantendría a flote. Pero también de había preparado para lo peor. Para nunca verlos de nuevo. Ranko se mantuvo estoica, seria, ante el recuento de la decisión de su Señora. Aquella decisión que había entendido con sumo dolor.
—Así es, Hayato-san —le respondió la castaña —. Ellos atacaron, destruyeron el estadio y masacraron a una multitud. Son gente altamente peligrosa, y lo serán más si se alían con Kurama.
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