27/04/2022, 17:42
Un rato más tarde, el breve eco de unos alterados gritos vibró a través de la puerta doble del despacho de Uchiha Datsue.
—«¡Que me sueltes, joder!» —pudo oír el Uzukage—. «¡Que me sueltes ya, que ya te he dicho que no voy a volver a largarme, hostia!»
El jōnin abrió las dobles puertas de una patada, disculpándose inmediatamente por la osadía, e informando a su kage que aquella kunoichi en particular se había resistido con uñas, dientes y algún que otro Katon a su requerimiento. Habría sido difícil no abrir la puerta de una patada, considerando que el hombretón llevaba a Umi en brazos, pataleando, dando puñetados y mordiendo todo el trozo de piel desnuda que era capaz de encontrar. Tras arrojarla al suelo, cerró la puerta y se marchó corriendo.
Naturalmente, Umi había creído que el jōnin venía a arrestarla, aunque él había asegurado en múltiples ocasiones que Datsue sólo estaba citando a todos los genin para hablar. Pero después de lo sucedido en la plaza, y conociendo el modus operandi de Hanabi y sus allegados, ella había entrado en pánico. Y luego, como es lógico, la única salida fue una pequeña retribución al estilo de superior muy cansado de la vida.
Así, cuando se levantó y dio dos pasos adelante, cruzándose de brazos y alzando la barbilla para encarar a aquél mocoso al que habían convertido en Uzukage, Umi tenía un ojo morado, y un hilillo de sangre seca que le deslizaba por la comisura de los labios. No era la única, al parecer, que sabía lanzar jutsus de elemento fuego, y seguramente tendría que hacerse con un vestido nuevo, a juzgar por el desgarramiento por debajo de la parte izquierda de la cintura.
—Bueno, ya me has arrestado. Qué quieres.
—«¡Que me sueltes, joder!» —pudo oír el Uzukage—. «¡Que me sueltes ya, que ya te he dicho que no voy a volver a largarme, hostia!»
El jōnin abrió las dobles puertas de una patada, disculpándose inmediatamente por la osadía, e informando a su kage que aquella kunoichi en particular se había resistido con uñas, dientes y algún que otro Katon a su requerimiento. Habría sido difícil no abrir la puerta de una patada, considerando que el hombretón llevaba a Umi en brazos, pataleando, dando puñetados y mordiendo todo el trozo de piel desnuda que era capaz de encontrar. Tras arrojarla al suelo, cerró la puerta y se marchó corriendo.
Naturalmente, Umi había creído que el jōnin venía a arrestarla, aunque él había asegurado en múltiples ocasiones que Datsue sólo estaba citando a todos los genin para hablar. Pero después de lo sucedido en la plaza, y conociendo el modus operandi de Hanabi y sus allegados, ella había entrado en pánico. Y luego, como es lógico, la única salida fue una pequeña retribución al estilo de superior muy cansado de la vida.
Así, cuando se levantó y dio dos pasos adelante, cruzándose de brazos y alzando la barbilla para encarar a aquél mocoso al que habían convertido en Uzukage, Umi tenía un ojo morado, y un hilillo de sangre seca que le deslizaba por la comisura de los labios. No era la única, al parecer, que sabía lanzar jutsus de elemento fuego, y seguramente tendría que hacerse con un vestido nuevo, a juzgar por el desgarramiento por debajo de la parte izquierda de la cintura.
—Bueno, ya me has arrestado. Qué quieres.