23/05/2022, 16:37
El último resquicio de las virutas de fuego que se desprendían del brazo de Umi bailoteó en el aire. Las tres pequeñas llamas, cada una de una tonalidad distinta, se volvieron rojas, y luego sólo dejaron tras de sí un pequeño rastro de humo. Fue entonces cuando Umi fue verdaderamente consciente de las líneas que había cruzado. Cualquier otra persona se habría ido corriendo, habría tratado de esconderse, y luego, por la noche, habría tratado de huir lejos, bien lejos. Pero ella descubrió que unas pesadas raíces la ataban a aquella aldea. Unas raíces con el pelo del color del cerezo en flor, pero también unos recuerdos que creía olvidados y de los cuales no se sentía para nada orgullosa.
Tomó una bocanada de aire cuando el Uzukage la sobresaltó, y retrocedió un paso. Pero ver su estúpida cara volvió a enfadarla y sin quererlo volvió a dar un paso al frente.
—¡Volvería a r-repetirlo! —desafió, no muy convencida, aunque tuvo que obligarse a cerrar la boca cuando Datsue se quitó la camiseta y se dejó el pelo suelto. A decir verdad, no era la primera vez que Umi se fijaba en aquél estúpido patán, cuando entrenaba en la playa arrastrando aquellos troncos como un puto animal. Que no os confunda, le parecía un payaso, pero un payaso que estaba bueno.
Pero era, al fin y al cabo, el perro faldero del Uzukage. Qué asco se daba a sí misma. Apartó la mirada, sonrojada. Ni siquiera se había fijado en sus cejas.
»¿Cuál es mi castigo? ¿Limpiar váteres? No me da tanto asco la mierda como tu cara, no conseguirás que me importe un carajo.
Tomó una bocanada de aire cuando el Uzukage la sobresaltó, y retrocedió un paso. Pero ver su estúpida cara volvió a enfadarla y sin quererlo volvió a dar un paso al frente.
—¡Volvería a r-repetirlo! —desafió, no muy convencida, aunque tuvo que obligarse a cerrar la boca cuando Datsue se quitó la camiseta y se dejó el pelo suelto. A decir verdad, no era la primera vez que Umi se fijaba en aquél estúpido patán, cuando entrenaba en la playa arrastrando aquellos troncos como un puto animal. Que no os confunda, le parecía un payaso, pero un payaso que estaba bueno.
Pero era, al fin y al cabo, el perro faldero del Uzukage. Qué asco se daba a sí misma. Apartó la mirada, sonrojada. Ni siquiera se había fijado en sus cejas.
»¿Cuál es mi castigo? ¿Limpiar váteres? No me da tanto asco la mierda como tu cara, no conseguirás que me importe un carajo.