19/10/2022, 20:35
Hayato quedó por un momento mudo. Todo a su alrededor se desveló tan rápido, como un mago prestidigita con una carta a un expectante público. Apenas pudo pestañear, y ya alguno de sus compañeras o compañeros echó hasta la última papilla. Siete había vista ya varios cadáveres, desmembramientos, y juegos de toda clase por parte de su padrastro a demasiadas personas, e incluso a su madre. Quizás eso le había hecho tener un estómago férreo, o una capacidad de contención un tanto más alta, relativamente hablando. No vomitó, pero si que es cierto que el olor y la visión le hicieron caer unas lágrimas por la mejilla. Allí, alrededor, había tantos shinobis y kunoichis que habían perdido la vida...
Podían considerarse realmente afortunados. Todos los allí presentes tenían una suerte realmente abrumadora, la suerte de haber podido librar la anterior batalla con uno de los shinobis más fuertes del mundo, y de esa bestia de una cola. Seguro que todos éstos caídos hubiesen dado lo que fuese por cambiar los papeles con cualquiera de esos genins, que ahora apenas podían contener ahí sus frustraciones.
No podían solo considerarse afortunados, lo eran. Y eso era innegable.
De pronto, la tristeza y la frustración de Siete se vio seccionada de raíz por una acción que no había tenido en cuenta. Bueno, en realidad no por la acción en sí, si no más bien por la repercusión que tuvo. Una de las chicas, la que hacía un instante había tratado de ayudarle en mitad de la caída, había vomitado sobre el Bijuu. Shukaku se enojó, y tras llamarla hija de persona que vende su cuerpo a minutos, le propinó un tremendo golpe con sus garras. La chica salió despedida hacia un montón de vísceras, sangre y restos de cuerpos.
«¡¡Hostia puta...!! ¡Que mal genio tiene!.»
Shukaku sentenció entonces que debía matarla por su insolencia, pero terminó aceptándose a sí mismo como un Bijuu piadoso. Por un instante, Hayato no supo ni qué decir, quedó totalmente abrumado. Apretó los puños, y salió corriendo hacia su compañera, Hana.
—«¡Señor Shukaku! ¡Por favor! ¡No nos sobra gente para luchar contra ese puto Zorro...!» Pensó, pero fue incapaz de decirlo.
Entre tanto, escucharía lo que el Bijuu tenía que decirles. Al lado de Hana, tomaría ese botiquín que había recibido para la misión, y trataría de estabilizar un poco a su compañera. Quizás hubiese algo que pudiese hacer por ella. Aunque antes que nada, comprobaría si no se la había cargado con ese tremendo golpe.
—Yo iré. —Sentenció, sin reproche alguno.
Podían considerarse realmente afortunados. Todos los allí presentes tenían una suerte realmente abrumadora, la suerte de haber podido librar la anterior batalla con uno de los shinobis más fuertes del mundo, y de esa bestia de una cola. Seguro que todos éstos caídos hubiesen dado lo que fuese por cambiar los papeles con cualquiera de esos genins, que ahora apenas podían contener ahí sus frustraciones.
No podían solo considerarse afortunados, lo eran. Y eso era innegable.
De pronto, la tristeza y la frustración de Siete se vio seccionada de raíz por una acción que no había tenido en cuenta. Bueno, en realidad no por la acción en sí, si no más bien por la repercusión que tuvo. Una de las chicas, la que hacía un instante había tratado de ayudarle en mitad de la caída, había vomitado sobre el Bijuu. Shukaku se enojó, y tras llamarla hija de persona que vende su cuerpo a minutos, le propinó un tremendo golpe con sus garras. La chica salió despedida hacia un montón de vísceras, sangre y restos de cuerpos.
«¡¡Hostia puta...!! ¡Que mal genio tiene!.»
Shukaku sentenció entonces que debía matarla por su insolencia, pero terminó aceptándose a sí mismo como un Bijuu piadoso. Por un instante, Hayato no supo ni qué decir, quedó totalmente abrumado. Apretó los puños, y salió corriendo hacia su compañera, Hana.
—«¡Señor Shukaku! ¡Por favor! ¡No nos sobra gente para luchar contra ese puto Zorro...!» Pensó, pero fue incapaz de decirlo.
Entre tanto, escucharía lo que el Bijuu tenía que decirles. Al lado de Hana, tomaría ese botiquín que había recibido para la misión, y trataría de estabilizar un poco a su compañera. Quizás hubiese algo que pudiese hacer por ella. Aunque antes que nada, comprobaría si no se la había cargado con ese tremendo golpe.
—Yo iré. —Sentenció, sin reproche alguno.