El escudo, las espadas y los cerezos silvestres

[Uchiha Datsue]

—Y yo soy tu escudo, Hirai Akira —dijo, dándole otra promesa a cambio de la suya—. Y juro dar mi vida para que no mueras como uno más.

En el fondo de su corazón, Datsue todavía seguía siendo un comerciante. Y un trato de negocios era más sagrado que cuestiones más volátiles como el honor o el orgullo.

—Cuando la guerra acabe, haré que puedas cumplir tu sueño. Te daré misiones que te hagan viajar a todos los rincones de Ōnindo, disfrutarás de todo tipo de aventuras. Hasta entonces… a entrenar duro, a prepararse.

»Y no pienses que eres un grano de arena. Entre tú y yo, eso, en todo caso —dijo, bajando la voz e inclinándose hacia él para contarle un secreto—, son los kusareños. Los uzujines somos más que eso. Somos la horma del zapato de los malvados. Somos cada piedra que conforma la muralla que mantiene a los criminales y el caos al otro lado de la civilización de Ōnindo. Y, si acaso, somos las partículas que componen la luz de esperanza por un mundo mejor.

La paz de Shiona. La República de Hanabi. Todas las generaciones de Uzushiogakure habían conseguido grandes hitos en la historia de Ōnindo. Ellos no podían ser menos.