13/11/2022, 19:49
Datsue asintió en silencio como respuesta, y a Suzaku le recorrió un escalofrío de los pies a la cabeza. No había conocido al Shukaku en persona, al menos hasta el momento, pero todo lo que había escuchado sobre él le había eliminado de raíz cualquier mínima curiosidad que hubiese podido sentir por él.
—Vamos —dijo el Uzukage, con la voz apagada. No había que ser un lince para darse cuenta de que se estaba forzando hasta límites insospechados, de que estaba dando todo de sí para llegar a tiempo a la aldea y salvarla de la amenaza de Kurama. Y eso por no hablar por las líneas de sangre reseca que resbalaban por sus mejillas desde sus ojos...
Cuando entraron en la estación de tren, se vieron ante el vacío. Era muy temprano para que hubiera demasiadas personas pululando por allí, pero, sin lugar a dudas, las pocas que debían haber quedado debían haber salido despavoridas ante la aparición del Shukaku. Pero el Uzukage no parecía estar preocupado, por lo que Suzaku le siguió de cerca.
—Suzaku, Umi —dijo, dándose la vuelta hacia ellas de repente—. Hoy habéis luchado valientemente.
—Es... nuestro deber como kunoichi, Uzukage-sama —respondió Suzaku, inclinando la cabeza, aceptando el cumplido.
—No os debería haber pedido tanto. No… Ni tan siquiera Uzu debería haberos pedido tanto. Habéis hecho más que suficiente. No voy a pediros también que vengáis a enfrentaros al mayor peligro de Ōnindo.
Aquellas palabras cayeron sobre la pelirrosa como un jarro de agua fría.
«Q... ¿Qué está diciendo...?» Quiso preguntar, pero las palabras murieron en su garganta.
—No cuando tú no crees en Uzu, Umi. No cuando tú, Suzaku… —continuó, pero en el último momento pareció pensárselo mejor y terminó negando con la cabeza, interrumpiéndose—. Escuchad, esperad aquí y pillad el primer tren a Yamiria. Esperad a tener noticias de lo que ha pasado y después… Hablad —dijo, con los ojos clavados en su hermana mayor—. Hablad, y si después de eso no queréis volver a Uzu… Tenéis mi bendición. Nadie irá a buscaros. Nadie os llamará a la puerta. Os debo eso. Al menos, os debo eso.
Con aquellas últimas palabras, Uchiha Datsue se dio la vuelta, dispuesto a marchar él solo. Pero Suzaku, con el corazón en un puño se adelantó.
—P... ¿Pero qué está diciendo, Uzukage-sama? —dijo, angustiada—. ¿Nos está diciendo que nos vayamos? ¿Pero cómo le vamos a dejar ir solo contra ese monstruo? Yo.... sé que mi poder no es nada comparado con el suyo... ni siquiera con el de mi hermana, pero...
—Uchiha Datsue... —habló Umi de golpe, después de un largo silencio. Y de verdad parecía costarle hablar como nunca antes le había pasado—. ...eres el mejor líder que Uzushiogakure ha conocido en toda su historia. Quizás el único bueno... Quizás el único...quizás lo único que hacía falta para que me preocupase de algo esa puta aldea.
Aquello sí que fue una auténtica sorpresa para Suzaku. Ella la había escuchado despotricar, una y otra vez, de Uzushiogakure. La había oído insultar de puertas para adentro a los Uzukage. En especial a Uchiha Datsue. Desde luego, no esperaba aquel repentino cambio. Y mucho menos se esperaba que Umi se abalanzara sobre sus brazos, rompiendo a llorar amargamente. Suzaku se quedó paralizada, sin saber muy bien qué decir o hacer. Pero antes de que pudiera siquiera poner sus ideas en orden, una escalofriante voz siseante la sobresaltó:
—Sssssaludossss... Uzugake-ssssama. —Pese a aquel extraño siseo que le ponía los pelos de punta, parecía que se trataba de una mujer normal y corriente, de mediana edad, tez muy pálida y cabellos tan negros como la noche. Algo más inquietantes eran sus pupilas, rasgadas como los de un reptil—. ¿Va usssted a alguna parte? ¿Volviendo a cassssa... quizásssss? Mi nombre esss... Aodaisssshō... Para ssservirle —agregó, con una pronunciada reverencia.
—Sí... A casa, y llego tarde —replicó el Uzukage—. ¿Sabes dónde está el tren que lleva a Uzu?
—Uzukage-sama. ¿Podría ser... un General de Kurama? Ten cuidado. —agregó Umi.
Y Suzaku puso todos sus músculos en tensión al escucharla. Si de verdad aquella mujer era otro General de Kurama, tendrían que volver a luchar. Y aunque no podía negar que estaba aterrorizada, aunque sus manos temblaban violentamente con el simple gesto de empuñar un kunai de nuevo, sabía que no podía faltar a sus palabras tan pronto. Si había que luchar, lucharía.
—Vamos —dijo el Uzukage, con la voz apagada. No había que ser un lince para darse cuenta de que se estaba forzando hasta límites insospechados, de que estaba dando todo de sí para llegar a tiempo a la aldea y salvarla de la amenaza de Kurama. Y eso por no hablar por las líneas de sangre reseca que resbalaban por sus mejillas desde sus ojos...
Cuando entraron en la estación de tren, se vieron ante el vacío. Era muy temprano para que hubiera demasiadas personas pululando por allí, pero, sin lugar a dudas, las pocas que debían haber quedado debían haber salido despavoridas ante la aparición del Shukaku. Pero el Uzukage no parecía estar preocupado, por lo que Suzaku le siguió de cerca.
—Suzaku, Umi —dijo, dándose la vuelta hacia ellas de repente—. Hoy habéis luchado valientemente.
—Es... nuestro deber como kunoichi, Uzukage-sama —respondió Suzaku, inclinando la cabeza, aceptando el cumplido.
—No os debería haber pedido tanto. No… Ni tan siquiera Uzu debería haberos pedido tanto. Habéis hecho más que suficiente. No voy a pediros también que vengáis a enfrentaros al mayor peligro de Ōnindo.
Aquellas palabras cayeron sobre la pelirrosa como un jarro de agua fría.
«Q... ¿Qué está diciendo...?» Quiso preguntar, pero las palabras murieron en su garganta.
—No cuando tú no crees en Uzu, Umi. No cuando tú, Suzaku… —continuó, pero en el último momento pareció pensárselo mejor y terminó negando con la cabeza, interrumpiéndose—. Escuchad, esperad aquí y pillad el primer tren a Yamiria. Esperad a tener noticias de lo que ha pasado y después… Hablad —dijo, con los ojos clavados en su hermana mayor—. Hablad, y si después de eso no queréis volver a Uzu… Tenéis mi bendición. Nadie irá a buscaros. Nadie os llamará a la puerta. Os debo eso. Al menos, os debo eso.
Con aquellas últimas palabras, Uchiha Datsue se dio la vuelta, dispuesto a marchar él solo. Pero Suzaku, con el corazón en un puño se adelantó.
—P... ¿Pero qué está diciendo, Uzukage-sama? —dijo, angustiada—. ¿Nos está diciendo que nos vayamos? ¿Pero cómo le vamos a dejar ir solo contra ese monstruo? Yo.... sé que mi poder no es nada comparado con el suyo... ni siquiera con el de mi hermana, pero...
—Uchiha Datsue... —habló Umi de golpe, después de un largo silencio. Y de verdad parecía costarle hablar como nunca antes le había pasado—. ...eres el mejor líder que Uzushiogakure ha conocido en toda su historia. Quizás el único bueno... Quizás el único...quizás lo único que hacía falta para que me preocupase de algo esa puta aldea.
Aquello sí que fue una auténtica sorpresa para Suzaku. Ella la había escuchado despotricar, una y otra vez, de Uzushiogakure. La había oído insultar de puertas para adentro a los Uzukage. En especial a Uchiha Datsue. Desde luego, no esperaba aquel repentino cambio. Y mucho menos se esperaba que Umi se abalanzara sobre sus brazos, rompiendo a llorar amargamente. Suzaku se quedó paralizada, sin saber muy bien qué decir o hacer. Pero antes de que pudiera siquiera poner sus ideas en orden, una escalofriante voz siseante la sobresaltó:
—Sssssaludossss... Uzugake-ssssama. —Pese a aquel extraño siseo que le ponía los pelos de punta, parecía que se trataba de una mujer normal y corriente, de mediana edad, tez muy pálida y cabellos tan negros como la noche. Algo más inquietantes eran sus pupilas, rasgadas como los de un reptil—. ¿Va usssted a alguna parte? ¿Volviendo a cassssa... quizásssss? Mi nombre esss... Aodaisssshō... Para ssservirle —agregó, con una pronunciada reverencia.
—Sí... A casa, y llego tarde —replicó el Uzukage—. ¿Sabes dónde está el tren que lleva a Uzu?
—Uzukage-sama. ¿Podría ser... un General de Kurama? Ten cuidado. —agregó Umi.
Y Suzaku puso todos sus músculos en tensión al escucharla. Si de verdad aquella mujer era otro General de Kurama, tendrían que volver a luchar. Y aunque no podía negar que estaba aterrorizada, aunque sus manos temblaban violentamente con el simple gesto de empuñar un kunai de nuevo, sabía que no podía faltar a sus palabras tan pronto. Si había que luchar, lucharía.