23/11/2022, 17:17
La mujer se estremeció ante la amenaza de Datsue, perdiendo por unos momentos aquel aura misteriosa y extrañamente inhumana que la rodeaba. Era como si su hipnótica presencia hubiera sufrido una perturbación que la hiciera perder la concentración; como si acabara de equivocarse de carta al intentar hacer un truco de magia. Y es que, no era para menos. El actual Uzukage era un shinobi extremadamente poderoso, aquel dato era conocido a lo largo y ancho de Ōnindo por cualquiera que no hubiera vivido los últimos meses debajo de una piedra. Pero es que, además, la actitud que proyectaba en aquellos momentos —despiadada e impaciente a partes iguales—, combinada con la sangre de sus víctimas que todavía le cubría casi por completo, le hacían parecer un auténtico demonio. Como si en aquella estación de tren hubiera una puerta al Yomi y Datsue acabara de cruzarla para volver a la tierra de los vivos.
Aōdaisho trató de recomponerse, todavía visiblemente perturbada.
—Nunca ssse me ocurriría tal cosssa, Uzukage-sssama —se apresuró a aclarar—. Síganme, sssshinobis de Uzu...
La misteriosa mujer de ojos reptilianos y dorados se dio media vuelta y comenzó a caminar por el andén, alejándose de la estación. Si los ninjas la seguían, andarían durante apenas un par de minutos, siguiendo el recorrido de las vías en dirección a Uzushiogakure. Tuvieron que bajar de la plataforma cuando el andén tocó a fin, y seguir caminando un poco más por el lindero de las vías, donde la tierra todavía fresca por el rocío de la mañana desprendía un característico olor a humedad. Un par de minutos después Aōdaisho se detuvo por fin. Frente a ellos se alzaba un árbol de tronco grueso y ramas frondosas, que se mecían al son de la suave brisa matutina. Bajo el mismo les aguardaba una figura delgada y de una altura similar a la del propio Uzukage, envuelta en una capa de viaje marrón muy desgastada que cubría sus facciones.
—Essss aquí —dijo la mujer, volviéndose un momento hacia los de Uzu. Luego se dio media vuelta y le dirigió una única palabra al encapuchado—. Ssssuerte.
Y, sin más, echó a andar de vuelta hacia la estación.
El extraño se incorporó, despegando la espalda del tronco del árbol. Los ninjas podrían ver entonces que sostenía un cigarro en su mano derecha, que apuró con una honda calada y luego apagó con el tacón de sus botas negras tras dejarlo caer al suelo. Entonces miró al Uzukage, y de las sombras de la capucha surgió una voz. Una que nadie de Uzushiogakure no Sato había escuchado en mucho, mucho tiempo.
—Hola, Datsue.
La capucha cayó sobre sus hombros, dejando ver su rostro curtido y de nariz torcida. Sus ojos, rojos como la sangre, con tres aspas negras alrededor de cada pupila, se clavaron en los del Uzukage tras pasear brevemente por las dos kunoichis que le acompañaban. Akame nunca habría querido admitirlo pero, por primera vez en mucho tiempo, tenía miedo.
Aōdaisho trató de recomponerse, todavía visiblemente perturbada.
—Nunca ssse me ocurriría tal cosssa, Uzukage-sssama —se apresuró a aclarar—. Síganme, sssshinobis de Uzu...
La misteriosa mujer de ojos reptilianos y dorados se dio media vuelta y comenzó a caminar por el andén, alejándose de la estación. Si los ninjas la seguían, andarían durante apenas un par de minutos, siguiendo el recorrido de las vías en dirección a Uzushiogakure. Tuvieron que bajar de la plataforma cuando el andén tocó a fin, y seguir caminando un poco más por el lindero de las vías, donde la tierra todavía fresca por el rocío de la mañana desprendía un característico olor a humedad. Un par de minutos después Aōdaisho se detuvo por fin. Frente a ellos se alzaba un árbol de tronco grueso y ramas frondosas, que se mecían al son de la suave brisa matutina. Bajo el mismo les aguardaba una figura delgada y de una altura similar a la del propio Uzukage, envuelta en una capa de viaje marrón muy desgastada que cubría sus facciones.
—Essss aquí —dijo la mujer, volviéndose un momento hacia los de Uzu. Luego se dio media vuelta y le dirigió una única palabra al encapuchado—. Ssssuerte.
Y, sin más, echó a andar de vuelta hacia la estación.
El extraño se incorporó, despegando la espalda del tronco del árbol. Los ninjas podrían ver entonces que sostenía un cigarro en su mano derecha, que apuró con una honda calada y luego apagó con el tacón de sus botas negras tras dejarlo caer al suelo. Entonces miró al Uzukage, y de las sombras de la capucha surgió una voz. Una que nadie de Uzushiogakure no Sato había escuchado en mucho, mucho tiempo.
—Hola, Datsue.
La capucha cayó sobre sus hombros, dejando ver su rostro curtido y de nariz torcida. Sus ojos, rojos como la sangre, con tres aspas negras alrededor de cada pupila, se clavaron en los del Uzukage tras pasear brevemente por las dos kunoichis que le acompañaban. Akame nunca habría querido admitirlo pero, por primera vez en mucho tiempo, tenía miedo.