20/12/2022, 16:48
(Última modificación: 20/12/2022, 16:49 por Uchiha Akame.)
Akame aguardó, imperturbable, durante los largos momentos de silencio que el Uzukage se tomó antes de contestar. Los Hermanos se conocían bien; incluso después de tantos años. Para el renegado, el rostro de Datsue era sumamente revelador, como si pudiera ver los engranajes de su cabeza girando a toda velocidad. Evaluando. Sopesando. Cuando por fin llegó la respuesta, Akame bajó la mirada: sonreía, aunque desde su posición quizá ninguno de los uzujin pudiera darse cuenta. «Así es como va a ser, pues. Por fin.»
Recuperó la compostura y bajó de un salto. El tiempo y la mala vida habían dejado su impronta en la pobre figura del antaño Profesional, pero no hacía falta más que verle desenvolverse para darse cuenta de que aquel viejo perro todavía sabía muchos trucos. Su agilidad no era la de otros tiempos, pero aquel muchacho seguía teniendo el nivel de un shinobi de rango jōnin. Tal vez por eso Datsue había valorado que no era conveniente matarle como a una alimaña todavía. Lo había dejado bien claro, no había perdón posible para los crímenes de Uchiha Akame. Y sin embargo, el mentado no parecía darle la más mínima importancia. Si era una máscara de indiferencia lo que llevaba, desde luego no lo parecía. Quizás los ojos de Datsue habían perdido su agudeza. O quizás, realmente al renegado ya no le importaba morir. No si antes era capaz de verla una última vez.
Las kunoichis protestaron, aunque sólo una de ellas lo hizo mediante la voz. Akame les dedicó apenas una mirada indiferente; no esperaba que el Uzukage fuese a cambiar de opinión. No en ese momento. Con parsimonia extendió ambos brazos, como si quisiera que los tres uzujin se abrazaran a él.
Miró al Uzukage, luego a las dos muchachas, y luego de nuevo a su antiguo Hermano.
—¿Nos vamos?
Su ojo izquierdo había empezado a cambiar, las aspas negras arremolinándose en una espiral sobre el iris carmesí. Qué ironía que su Mangekyō hubiera tenido siempre aquella forma. Chispas rojizas de puro chakra sin refinar empezaron a saltar por el aire alrededor de Akame.
«Pasajeros al tren...»
Recuperó la compostura y bajó de un salto. El tiempo y la mala vida habían dejado su impronta en la pobre figura del antaño Profesional, pero no hacía falta más que verle desenvolverse para darse cuenta de que aquel viejo perro todavía sabía muchos trucos. Su agilidad no era la de otros tiempos, pero aquel muchacho seguía teniendo el nivel de un shinobi de rango jōnin. Tal vez por eso Datsue había valorado que no era conveniente matarle como a una alimaña todavía. Lo había dejado bien claro, no había perdón posible para los crímenes de Uchiha Akame. Y sin embargo, el mentado no parecía darle la más mínima importancia. Si era una máscara de indiferencia lo que llevaba, desde luego no lo parecía. Quizás los ojos de Datsue habían perdido su agudeza. O quizás, realmente al renegado ya no le importaba morir. No si antes era capaz de verla una última vez.
Las kunoichis protestaron, aunque sólo una de ellas lo hizo mediante la voz. Akame les dedicó apenas una mirada indiferente; no esperaba que el Uzukage fuese a cambiar de opinión. No en ese momento. Con parsimonia extendió ambos brazos, como si quisiera que los tres uzujin se abrazaran a él.
Miró al Uzukage, luego a las dos muchachas, y luego de nuevo a su antiguo Hermano.
—¿Nos vamos?
Su ojo izquierdo había empezado a cambiar, las aspas negras arremolinándose en una espiral sobre el iris carmesí. Qué ironía que su Mangekyō hubiera tenido siempre aquella forma. Chispas rojizas de puro chakra sin refinar empezaron a saltar por el aire alrededor de Akame.
«Pasajeros al tren...»