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Un grupo de dojos cercado por un pequeño bosque y cañas de bambú alzándose desde el suelo comenzó a dibujarse en la distancia. Ayame se enjugó las lágrimas con el antebrazo y volvió a agitar las alas, desviándose hacia el este cuando se dio cuenta de que había ido demasiado hacia el norte y que se estaba acercando demasiado a la zona de Kitanoya, hogar de residencia de los Kusajines. Lo último que necesitaba en aquellos momentos era un encontronazo con alguno de ellos. Había estado volando sin descanso desde que había abandonado la taberna de los nikudango, sin un rumbo fijo ni sin saber muy bien adónde ir. Había sobrevolado las azoteas de Sendōshi en círculos, buscando alejarse de todo y de todos y encontrar un lugar donde no pudieran encontrarla. Encerrarse en su habitación en Nishinoya no era una opción, pues sería uno de los primeros lugares donde la buscarían. Paz, tranquilidad y soledad era lo que necesitaba, y respondiendo a su deseo su cuerpo la llevó hacia el noreste, a las lindes del sagrado bosque de Hokutōmori.
Resollando con dificultad, Ayame se posó justo frente al gran torii que hacía de entrada y volvió a limpiarse las lágrimas de sus ojos hinchados y enrojecidos. Se adentró en completo silencio en el bosque, y dejó que los árboles la recibieran en su abrazo y que los cantos de los pájaros la envolvieran. Respiró hondo, con los ojos cerrados y aquel dolor punzante latiendo en su pecho. Y entonces, en la soledad del bosque y sin más testigos que los árboles que la rodeaban, rompió a llorar sin remedio.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué todo salía mal últimamente? ¿Qué había hecho ella para merecer todo aquello? Un golpe tras otro, un golpe tras otro... Ayame siempre había intentado levantarse después de cada uno de ellos, pero había llegado a su límite. Ya no lo soportaba más. Su vaso había sido desbordado, y ella ya no podía contener todas aquellas lágrimas que se había estado guardando. Temblando, apoyó la espalda en un tronco y se dejó caer en el suelo, donde se abrazó las rodillas con fuerza.
Ojalá pudiera quedarse allí para siempre, donde nadie la molestara. Era en aquellos momentos cuando entendía el gusto de Kokuō por la soledad y por la quietud de los bosques.
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28/04/2020, 17:25
(Última modificación: 30/04/2020, 16:23 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Chiiro corrió, corrió sin mirar atrás llorando desconsoladamente. Más tarde quizás se arrepintiera, pero ahora necesitaba un refugio para huir de todos y de todo. Como lo había hecho Ayame, la chiquilla recorrió todo el Valle de los Dojos, si bien mucho más lenta, si bien a pie. Cruzó el torii de la entrada de Hokutōmori y siguió corriendo, entre los árboles, llorando. No pudo oír los sollozos de Ayame, pero ella se haría oír.
—¡Estoy harta de que la gente se pelee! ¡Estoy harta de estar en medio! ¡Ojalá hubiera podido venir sola! ¡Ahora qué, ahora qué! ¿¡Tanto viaje y tanto tren para esto!? —gritó, y se dejó derrumbar sobre el tronco de un árbol, berreando.
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28/04/2020, 23:17
(Última modificación: 30/04/2020, 16:23 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Ayame no supo cuánto tiempo había pasado así cuando comenzó a escucharlos. Alzó la cabeza súbitamente, como una cierva en mitad de una foresta que hubiese escuchado el acercamiento del cazador. Era pasos rápidos y ligeros, que venían acompañados por unos infantiles sollozos. Y entonces, exclamaciones enrabietadas de una voz que ella conocía muy bien:
—¡Estoy harta de que la gente se pelee! ¡Estoy harta de estar en medio! ¡Ojalá hubiera podido venir sola! ¡Ahora qué, ahora qué! ¿¡Tanto viaje y tanto tren para esto!?
«¿Chiiro?» Se preguntó, girando la cabeza en la dirección en la que venía el sonido.
¿Pero qué hacía allí? ¿Había recorrido medio Valle de los Dojos completamente sola? Ayame palideció de solo pensarlo. Se podría haber cruzado con cualquier persona mal intencionada. ¡Podría haberse puesto en peligro! La kunoichi se levantó con torpeza y se enjugó las lágrimas con el antebrazo como buenamente pudo. Una parte de ella deseaba estar sola, huir de la gente, simplemente fundirse en la soledad; pero su parte racional no se perdonaría jamás abandonar a una niña pequeña en un lugar desconocido de esa manera.
Qué irónico era el destino, juntándolas de nuevo de esa manera en un bosque...
Con un profundo suspiro, Ayame echó a andar con pasos lentos en dirección a los sollozos, buscando a la niña.
—¿Chiiro? ¿Qué haces aquí tú sola? —le preguntó con suavidad, ocultando su propio malestar. Como si los regueros de sus propias mejillas no fueran suficientemente delatores por sí solos.
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29/04/2020, 22:47
(Última modificación: 30/04/2020, 16:23 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Chiiro ahogó un grito al escuchar la voz de Ayame a su izquierda, y quedó paralizada en el sitio como un cervatillo. Pero luego se levantó y salió corriendo a abrazarla, a agarrarse al obi de su cintura.
—¡Lo siento, Ayame! —chilló—. ¡Tú y Daruu no os merecíais nada de esto hoy! ¡Por favor, no te enfades con Daruu! ¡Él iba a...! —De pronto, se separó de Ayame y se tapó la boca con las manos. Cambió de tema—: Yo sólo quería pasar un día con vosotros dos, os echaba de menos... y quería ver los combates, y daros una noticia, ¡y todo se ha estropeado! —Pataleó en el suelo, herida.
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Chiiro se asustó al escuchar la voz de Ayame y ahogó un pequeño gritito, paralizada en el sitio como un ratoncillo. Sin embargo, la chiquilla no tardó ni un instante en levantarse corriendo y se abalanzó sobre ella para abrazarla, agarrándose su cintura. Ayame acarició su pelo con suavidad, tratando de reconfortarla.
—¡Lo siento, Ayame! —chilló—. ¡Tú y Daruu no os merecíais nada de esto hoy! ¡Por favor, no te enfades con Daruu! ¡Él iba a...! —Chiiro se tapó la boca con las manos, como si hubiese estado a punto de hablar de más.
Y Ayame alzó una ceja con cierta curiosidad.
«¿"Daruu iba a..."?» Se repitió para sus adentros.
Pero antes de que pudiera preguntar al respecto, Chiiro cambió rápidamente de tema:
—Yo sólo quería pasar un día con vosotros dos, os echaba de menos... y quería ver los combates, y daros una noticia, ¡y todo se ha estropeado!
Ayame lanzó un largo suspiro y se acuclilló frente a la chiquilla.
—Pero no deberías haber venido hasta aquí tú sola, Chiiro. Todos deben estar muy preocupados por ti, ¿y si te hubiese pasado algo por el camino? —la reprendió, limpiando sus lágrimas con la yema del dedo—. Ay, Chiiro, pronto descubrirás que muchas veces los adultos pueden ser más infantiles que los propios niños —se rio.
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—¿Pronto? —preguntó Chiiro irónicamente—. ¡Lo llevo descubriendo todo el día! ¡Lo que ha pasado en el bar es solo la gota que se comió al vaso! —¿Era así? A Chiiro le daba igual. Se separó de Ayame y se derrumbó en el tronco de un árbol—. Nos han estropeado todo.
Bajó la mirada y se abrazó las rodillas.
»El día de antes que mataran a mis padres... bueno. A mis segundos padres —se corrigió, con una risilla nerviosa y triste—. El día de antes ellos también estuvieron discutiendo del todo. Y no les dio... tiempo a arrepentirse.
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3/05/2020, 18:24
(Última modificación: 3/05/2020, 18:25 por Aotsuki Ayame.)
—¿Pronto? —chilló Chiiro, cargada de sarcasmo, y Ayame sonrió. Pero su sonrisa estaba cargada de la más amarga de las penas—. ¡Lo llevo descubriendo todo el día! ¡Lo que ha pasado en el bar es solo la gota que se comió al vaso!
«¿Que se... comió el vaso?» Se repitió Ayame para sí, parpadeando ligeramente.
—Nos han estropeado todo —concluyó, separándose de Ayame y se derrumbó en el tronco de un árbol cercano, abrazándose las rodillas.
Y la kunoichi no pudo hacer otra cosa que agachar la mirada, expulsando el aire por la nariz en un mudo suspiro. Ella se sentía de la misma manera que la chiquilla, era inútil que intentara consolándola con mentiras que ella estaba lejos de sentir.
—El día de antes que mataran a mis padres... —continuó Chiiro, y enseguida se corrigió a sí misma con una risilla triste y neviosa—, bueno. A mis segundos padres. El día de antes ellos también estuvieron discutiendo del todo. Y no les dio... tiempo a arrepentirse.
—Chiiro... —dijo Ayame, agachándose junto a la chiquilla. Suspiró largamente y acarició su cabeza con una mano—. Sé que es duro, y es una caca de vaca, pero no vas a poder evitar que la gente discuta. Está en la naturaleza del ser humano.
Ayame suspiró y tragó saliva. La losa que sentía en su pecho se hacía más pesada a cada palabra que formulaba. Los ojos se le llenaron de lágrimas inevitablemente al rememorar el rostro de su padre, de Kōri, de Kiroe, y de Daruu.
—Lo importante... es que aunque discutamos... sigamos manteniéndonos unidos y... queriéndonos siempre.
Porque ella los quería a todos con locura, pero una y otra vez su inseguridad le hacía tropezar con la misma piedra: la preocupación de no ser lo suficientemente importante para ellos. Al menos, no tanto como ellos lo eran para ella.
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Chiiro se abrazó a Ayame, llorando.
—Y... y Ayame... ¿tú me quieres? —gimió la chiquilla, agarrándose a su ropa con fuerza—. ¿Te puedo... te puedo dar a ti la sorpresa?
La chica se separó un momento y se puso después, enjuagándose las lágrimas.
»¿Puedo...?
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Chiiro se abrazó de repente a Ayame, llorando a mares.
—Y... y Ayame... ¿tú me quieres? —gimió, agarrándose a su ropa con fuerza.
Y Ayame sintió que se le partía el corazón en pedazos. Nadie, nunca antes, se había abrazado así a ella, de aquella manera tan desesperada. Temblorosa, correspondió al abrazo de la pequeña con ternura.
—¡Pues claro que te quiero! —exclamó, con la voz medio rota. Y no mentía, era increíble el afecto que había desarrollado por la pequeña, pese al poco tiempo que se conocían. Parecía que aquel rescate en el bosque las había unido más de lo que ninguna de las dos podría sospechar nunca.
—¿Te puedo... te puedo dar a ti la sorpresa? —preguntó de repente, separándose de ella y enjugándose las lágrimas—. ¿Puedo...?
Y Ayame volvió a sonreir.
—Si no te he preguntado antes ha sido porque creía que querías esperar a que estuviésemos todos juntos para darla. ¡Pero la verdad es que me tienes hirviendo!
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Chiiro sonrió. Ya le daba igual que estuvieran todos juntos. De hecho, a saber cuándo volvían a juntarse todos. E igual ya no es que le fuera indiferente, es que había cierta persona a la que prefería no ver en un tiempo. A Zetsuo. Es decir, que le bastaba con sus tres hermanitos mayores, y con su madre.
—¡Verás, verás! —exclamó, dando dos saltitos. Luego, juntó las manos torpemente... formando lo que parecían ser... ¿sellos?
¡Puf! Al lado de Chiiro, estalló una nube de humo, y fue revelando poco a poco lo que parecía ser un perfecto Bunshin no Jutsu... de no ser porque no tenía absolutamente ninguna expresión en el rostro.
Bueno, por no tener no tenía cara: ni nariz, ni ojos, ni boca. Lo único, las cejas, que ahora se arqueaban hacia abajo, enfadadas. Como lo estaba su dueña. Chiiro pataleó varias veces en el suelo. Su clon la imitó a la perfección.
—¡Maldita sea, que no me sale JOOOOO!
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—¡Verás, verás! —exclamó Chiiro, llena de alegría, mientras daba saltitos en el sitio.
Y entonces juntó las manos y entrelazó los dedos con torpeza. Ayame alzó las cejas, con renovado interés. ¿Acaso eso eran... sellos? Un súbito estallido de humo la sobresaltó y según se fue disipando, Ayame comenzó a vislumbrar a otra chiquilla idéntica a Chiiro...
—¡Chiiro! ¿Eso es...? —exclamó, radiante de ilusión, pero tuvo que interrumpirse a mitad de frase cuando se fijó mejor en el clon que había intentado crear Chiiro: aparentemente era idéntica a ella, excepto por el hecho de que no tenía cara. Su rostro era un lienzo en blanco, literalmente, sin ojos, nariz ni boca alguna. Sólo un par de cejas enarcadas.
Y aquello disparó una flecha contra los recuerdos de Ayame, de sus primeros días como kunoichi, cuando sus clones mostraban siempre una permanente y escalofriante expresión de felicidad absoluta, plena y antinatural.
—¡Maldita sea, que no me sale JOOOOO! —clamaba Chiiro, llena de rabia.
Pero Ayame había juntado las manos y sus ojos brillaban con una ilusión que amenazaba con derramarse en cualquier momento.
—¡Pero Chiiro, es increíble! ¡Yo a tu edad aún no sabía hacer clones! —exclamó—. ¿Debo suponer entonces que te vas a convertir en kunoichi?
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Chiiro hinchó los mofletes y su clon desapareció. Se cruzó de brazos.
—¡Ayer me salió bien! ¡No es justo! —dijo. Bueno, que le salió bien quizás era una exageración: sí, el clon era una perfecta representación de ella misma. Pero se mantenía rígido, sin poder moverse. Quizás la nueva versión sería más útil en una pelea de verdad—. Pues... pues sí. ¡Sí, me apunté ya hace un par de meses! He conseguido ocultároslo, jejeje...
»Creo que Daruu sospecha algo... ¡pero no se lo digas!
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Chiiro infló los mofletes, enrabietada, y su clon desapareció con una pequeña nube de humo.
—¡Ayer me salió bien! ¡No es justo! —protestó, cruzándose de brazos—. Pues... pues sí. ¡Sí, me apunté ya hace un par de meses! He conseguido ocultároslo, jejeje... Creo que Daruu sospecha algo... ¡pero no se lo digas!
Ayame le dedicó una sonrisa cargada de ternura.
—¡Un par de meses y ya puedes hacer un clon! Voy a tener que andarme con cuidado contigo, o terminarás adelantándome sin que me dé cuenta —exclamó, asombrada ante su eficiencia—. No se lo diré. Pero tendrás que escapar a sus ojos, al muy maldito se le da muy bien ver lo que no debe ver —respondió. Entonces hizo una breve pausa y sus ojos se ensombrecieron ligeramente—. ¿Y qué tal los primeros días en la academia? ¿Todo bien con tus compañeros? —le preguntó, con una notoria preocupación interna.
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Chiiro se sonrojó y apartó la mirada, sonriendo y acariciándose la nuca. Nadaba en halagos, y por un momento, se había olvidado de todo lo que había pasado en el restaurante. Ayame se interesó por sus días en la academia.
—Algunos me tienen envidia porque voy más avanzada, pero luego les pego una paliza en clase de Taijutsu y se les pasa la tontería —indicó Chiiro con toda naturalidad—. No me gusta dármelas de empollona, pero tampoco voy a dejarles hacer eso. Y hace poco se metieron con un compañero que va rezagado. Les metí en vereda también. Odio a los abusones, así que los busco y los cazo. —Chiiro puso un rostro sombrío.
A lo mejor Ayame no tenía que preocuparse mucho por eso.
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Henchida de orgullo, Chiiro se sonrojó y apartó la mirada, frotándose la nuca.
—Algunos me tienen envidia porque voy más avanzada —se pavoneó—, pero luego les pego una paliza en clase de Taijutsu y se les pasa la tontería. No me gusta dármelas de empollona, pero tampoco voy a dejarles hacer eso. Y hace poco se metieron con un compañero que va rezagado. Les metí en vereda también. Odio a los abusones, así que los busco y los cazo.
«Al menos no pasará por lo mismo que yo.» Pensó Ayame sombría. Aunque no sabía cómo sentirse al respecto. Por una parte le alegraba que Chiiro fuera capaz de defenderse ella sola, pero por otra le preocupaba que su aire justiciero la llevara a meterse en líos. Pese a todo, se obligó a sonreír y le acarició la cabeza.
—Bien, bien. Pero intenta no meterte en problemas, ¿vale? Ese tipo de cosas es mejor que las resuelvan los profesores... —dijo, aunque era evidente que no lo sentía por dentro.
Los profesores nunca habían llegado a detectar los abusos que ella misma había sufrido de pequeña. Y, si los habían detectado, no habían hecho absolutamente nada por evitar aquella situación. No... Ellos no habían estado allí para ella, y el hecho de que Ayame se hubiese cerrado herméticamente a todo el mundo no había facilitado las cosas.
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