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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Tsuchiyōbi, 15 de Bienvenida del 218.



Chasquido.

Un característico silbido rasgó el aire y la flecha tembló peligrosamente cuando se clavó a apenas unos centímetros del centro de la diana tallada en el tronco del árbol.

Ayame bajó el arco y alzó su mano libre para tomar otra flecha del carcaj que llevaba adosado a la espalda. Hacía mucho tiempo que no visitaba el Torreón de la Academia, pero Kōri los había convocado allí a Daruu y a ella para cumplir una nueva misión. De alguna manera había llegado demasiado pronto al lugar citado, tan pronto que se permitió el lujo de dar la vuelta al edificio y refugiarse entre los árboles que había allí. No tardó mucho en encontrar su árbol. Él árbol que ella misma había marcado con aquella diana hacía cosa de un año para practicar el lanzamiento de shuriken y poder aprobar el examen de ascenso a genin.

Cuánto tiempo había pasado de aquello...

Chasquido.

Volvió a tensar el arco. La flecha se clavó justo en el centro de la diana y la euforia la invadió.

Ahora volvía a utilizar el mismo árbol para practicar el tiro con arco... a ciegas. Con la bandana colocada sobre los ojos, Ayame estaba probando a combinar aquella nueva arma con su habilidad con la ecolocalización. No hacía mucho que había comenzado aquel entrenamiento, igual que el del Genjutsu a manos de su padre.

Chasquido.

Esta vez la flecha se clavó en un punto medio entre el centro y el borde de la diana.

Ayame torció el gesto. Pese a lo emocionada que se había sentido cuando su padre retomó con ella el entrenamiento de las técnicas ilusorias, había olvidado lo estricto que podía llegar a ser. Una gota de sudor frío recorrió su sien al recordar la sesión del día anterior, en aquella sesión de adiestramiento sobre la técnica de ilusionismo general y la modificación del entorno. No, la palabra piedad no estaba en la boca de Zetsuo. Y así lo demostró al hacerle rememorar la guarida de los Kajitsu Hōzuki y a Reigetsu...

Chasquido.

La flecha volvió a clavarse a escasos centímetros del centro, justo en el extremo contrario de la primera que había lanzado.

Pero no iba a rendirse así como así. Por muchas pesadillas que le hiciera recordar, no iba a permitir que volviera a tirar la toalla con ella. Estaba decidida a sorprenderle como fuera. Y a Kōri. Y a Daruu.

Chasquido.

«¿Uh...?»

La flecha se desvió hacia arriba bruscamente y terminó clavándose en el suelo varios metros más allá del árbol. Como una gota al caer en un estanque, su voz le había devuelto no sólo el eco de la diana, sino el de una inconfundible figura que se acababa de materializar allí. La sorpresa le había hecho mover el arco en el último momento, haciéndole errar el tiro.

—¡Perdón! — Ayame sonrió apurada, y después de plegar de nuevo el arco sobre su antebrazo, se llevó las manos al rostro. Empujó la bandana hacia abajo para colocársela alrededor del cuello como la solía llevar ahora y liberó sus cabellos por encima de la tela de la misma.
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#2
Daruu adelantó la palma de su mano derecha y golpeó con una ráfaga de su chakra la punta afilada de la flecha que Ayame le había disparado justo a la altura del corazón. Suspiró, acelerado, y apoyó las manos en las rodillas al sufrir un ligero mareo.

—¡Perdón! —se disculpó Ayame, guardándose aquél curioso arco plegable en el antebrazo. Después, se retiró la bandana de los ojos y la volvió a dejar colgando del cuello.

—Uff... ¿P-pero se puede saber qué haces disparando con los ojos vendados? —dijo Daruu—. ¡Que tú no tienes el Byakugan!

Se acercó a ella a pasos acelerados, la cogió de los hombros y la atrajo hacia sí, besándola en la frente, justo a la altura de la luna azul.

—¿Qué pasa, pequeña? —susurró con cariño—. Hace unos días que no te veo. Parece que te va bien el entrenamiento.

»Bonito arco. —Señaló a su brazo.
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#3
Menos mal que Daruu tenía los reflejos de un felino. Antes de que la flecha pudiera rozarle siquiera, había desviado su curso con una ráfaga de chakra lanzada desde su mano derecha, extendida hacia el proyectil.

—Uff... ¿P-pero se puede saber qué haces disparando con los ojos vendados? —exclamó, visiblemente alarmado—. ¡Que tú no tienes el Byakugan!

Ayame se llevó una mano a la nuca, pero no pudo evitar esbozar una sonrisa enigmática ante las palabras de su compañero. Ella no tenía el Byakugan, era cierto, pero guardaba un as bajo la manga que no pensaba revelar aún. Después de todo, Daruu, más allá de ser su pareja, su mejor amigo y su compañero de equipo, también era su rival.

Después del accidentado incidente, él se acercó entre pasos acelerados, la tomó por los hombros y la atrajo hacia él. Las mejillas de Ayame se incendiaron cuando le dio un beso en la frente, justo sobre su luna azul.

—¿Qué pasa, pequeña? —le susurró con cariño, y ella creyó que iba a derretirse entre sus brazos. Sin ganas de evitarlo, le abrazó con fuerza y apoyó la cabeza sobre su hombro. Su olor, aquel olor que tanto le relajaba y le gustaba, no tardó en inundarla—. Hace unos días que no te veo. Parece que te va bien el entrenamiento.

—Sí, he estado algo liada estos días... —confesó, separándose un poco de él para poder mirarle—. La verdad es que no me puedo quejar, aunque me había olvidado de lo estricto que es mi padre cuando se trata de entrenar...

Sonrió, nerviosa. Desde lo sucedido con los Kajitsu Hōzuki, Zetsuo había cumplido su promesa a raja tabla. Prácticamente no le había dado tregua desde entonces, y no sólo la había ayudado a terminar de dominar una técnica ilusoria que se le resistía sino que además le había enseñado una nueva. Todo ello, por supuesto, bajo su inflexible puño de hierro.

—Bonito arco —señaló, haciendo referencia al artilugio que llevaba adosado a su antebrazo.

—¿Te gusta? —preguntó, ilusionada, al tiempo que levantaba el brazo y lo giraba para que pudiera verlo mejor—. Hacía mucho que lo tenía, pero no terminaba de cogerle el tranquillo. Además, llevarlo siempre encima era un poco engorroso así que le pedí consejo a Zetsuo y a Kōri y me inspiré en el mecanismo oculto de kunai para hacerle unas pequeñas modificaciones. Así —extendió el brazo, y con un giro de muñeca el arco se desplegó de nuevo sobre su mano—, no necesito cargarlo siempre ni me resta movilidad a los brazos.

Henchida de orgullo como un pavo real, Ayame volvió a plegar el arma de nuevo.

Ninguno de los dos se dio cuenta de la presencia que había invadido el lugar hasta que una gélida brisa acarició sus nucas. Ya conocía aquella sensación, pero Ayame se estremeció de todas maneras cuando Kōri apareció detrás de ellos.

—¡Buenos días, Kōri...-sensei! —Se apresuró a añadir. Jamás se iba a acostumbrar a llamarle así.

—Buenos días —saludó el Jōnin, con su habitual inexpresividad. Estaba rebuscando en uno de los bolsillos de su chaqueta blanca, y no tardó en encontrar lo que estaba buscando—. Tal y como os prometí. Esto os va a gustar.

El pergamino que les estaba tendiendo era muy diferente a los que habían recibido hasta el momento. No tenía la letra D sellada en su abertura, sino...

—Una misión de rango C... —murmuró Ayame, entre maravillada y asustada.

¡Se acabaron los recados! ¡Ahora era cuando empezaban las misiones ninja de verdad! ¡Al fin podría demostrar lo que podía hacer! Pero... Podría hacerlo, ¿verdad...?

Quería tomar el pergamino, lo deseaba con todas sus fuerzas, pero sus manos no le respondían.
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#4
—Sí, he estado algo liada estos días... La verdad es que no me puedo quejar, aunque me había olvidado de lo estricto que es mi padre cuando se trata de entrenar...

—Sí, ya —comentó Daruu, distraído. «Pues yo no podría olvidarme jamás. Con lo tranquilo que estoy desde que habéis hecho las paces...»

—Bonito arco.

—¿Te gusta? —Ayame giró el brazo y reveló el artilugio. Dos trozos arqueados de madera se unían a un hilo de nailon—. Hacía mucho que lo tenía, pero no terminaba de cogerle el tranquillo. Además, llevarlo siempre encima era un poco engorroso así que le pedí consejo a Zetsuo y a Kōri y me inspiré en el mecanismo oculto de kunai para hacerle unas pequeñas modificaciones. Así, —La muchacha extendió el brazo y giró la muñeca, desplegando el arma. Daruu tuvo que apartarse para que uno de los extremos no le golpease en la cara— no necesito cargarlo siempre ni me resta movilidad a los brazos.

—Ya veo —dijo—. Y veo que a pesar de ensuciarte más de la cuenta de tanto entrenar, —Situó la mano en su cuello y acarició la parte de atrás de su cabello suavemente— sigues estando igual de bonita que siempre.

Ayame se estremeció y Daruu retiró la mano de golpe, dándose la vuelta y cuadrándose en el sitio. Una gélida brisa acababa de invadir el micro-bosque, y su presencia anunciaba la llegada de su maestro. Había aprendido a identificar aquella clase de frío muy bien: era como cuando alguien abría la puerta de la cafetería de su madre en los días más fríos. Como cuando se cierra la puerta de una nevera tan fuerte que se mueve el aire enfrente de ella. No era infalible, por supuesto, pero dependiendo del momento y del lugar, se podía saber cuando Aotsuki Kōri estaba cerca.

—Buenos días —saludó. Daruu le devolvió el saludo con una ligera reverencia—. Tal y como os prometí. Esto os va a gustar. —El sensei rebuscaba en los bolsillos de la chaqueta. No tardó en extraer un pergamino con un sello en el que se podía leer la letra C.

Al contrario que su compañera, Daruu sonrió entusiasmado y se adelantó para tomar el pergamino de inmediato. Se acercó de nuevo a Ayame y lo abrió delante de ella para que ambos pudieran leer los contenidos.

(C) Al otro lado del papel
Sanryoku Shiruuba fue una experta en el chakra y sus aplicaciones en técnicas de sellado, a pesar de que nunca estuvo interesada en ser kunoichi. Amegakure le proporcionaba un sueldo a cambio de información sobre sus investigaciones en el campo, y le permitía vivir fuera de la aldea, en su residencia al este de Coladragón —se adjunta mapa con la localización—. Hace un tiempo que no recibimos noticias de ella. Dada su avanzada edad, es probable que haya fallecido.

Se pide al equipo de ninjas que se traslade a Coladragón, se investigue sobre si le ha pasado algo a Shiruuba y, en caso de fallecimiento, se reporte su muerte y se busque y recoja un libro dorado en el que la anciana recogía periódicamente sus hallazgos y técnicas más secretas. Tal y como especifica en el contrato que firmó, en el momento de su muerte o desaparición dicho libro pasaría a formar parte de la Biblioteca de Amegakure.

Es posible que el libro haya cambiado de dueño o haya caído en malas manos. En dicho caso, el jōnin del equipo deberá ocuparse de que no quede nadie vivo para contar los secretos que contiene, siendo los acompañantes los que le prestarán servicio de apoyo, y en cualquier caso, los que darán alarma a la villa si sucede algún inconveniente o si se necesita ayuda de más ninjas. La existencia del volumen dorado debe de tratarse con absoluta y total discrección.
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#5
Afortunadamente, Daruu se adelantó entusiasmado y tomó el pergamino que les tendía Kōri.

Ayame respiró hondo, trantando de controlar los alocados latidos de su corazón. Aún sentía aquel extraño hormigueo en el cuello, allí donde Daruu había posado su mano, y sus mejillas ardían de forma incontrolable. Por el rabillo del ojo vio que Kōri le dirigía una larga mirada, pero se apresuró a romper el contacto visual y a centrar su atención en los detalles de la misión, escritos en el pergamino que acababa de abrir su compañero.

«Maldita sea, Fūinjutsu tenía que ser...» Se lamentó para sus adentros, al comenzar a leer el pergamino. Ella era una completa negada para las técnicas de sellado, nunca jamás había conseguido comprender cómo funcionaban y con el tiempo había perdido el interés en ellas. «Espero que no tengamos que hacer nada relacionado con técnicas de sellado porque si no...»

Afortunadamente, no era así. O, al menos, no parecía serlo. El objetivo de la misión era, precisamente, investigar el estado de Shiruuba, la importante investigadora de Fūinjutsu; y, en caso de fallecimiento, reportar su defunción y recoger el importante libro en el que anotaba todos sus descubrimientos para devolverlo a las pertenencias de Amegakure. Tan sólo podía esperar porque no se cumpliera la última parte del contrato: que el libro hubiera caído en otras manos y tuvieran que eliminar a todo aquel que hubiese podido entrar en contacto con el libro.

—Al este de Coladragón, eso está cerca de Shinogi-To... —dijo, sin demasiado entusiasmo. Les esperaba medio día de camino, como mínimo. Si tenían que parar para descansar, era probable que tuvieran que hacerlo allí, y Ayame no guardaba demasiados buenos recuerdos de aquella ciudad.

«Y también está cerca de la antigua guarida de los Kajitsu Hōzuki.» Le recordó su traicionera mente, pero enseguida apartó aquel pensamiento.

—Ese libro debe ser realmente importante para que Yui-sama se tome tantas molestias —comentó, con cierta picazón de curiosidad.
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#6
Todo aquello olía, francamente, mal. Y esperaba que no fuera el único con el olfato para los problemas desarrollado. «Es decir... No saben nada de una anciana a menos de un día de camino desde hace un tiempo... Ya estaba mayor... O sí, puede que sí lo huelan también. Está muerta y quieren que vayamos a por el libro. Seguro.»

—Al este de Coladragón, eso está cerca de Shinogi-To... —comentó Ayame, con un deje de pereza en la voz.

—Bueno, honestamente la parte más comercial no está tan mal —dijo—. De pequeño le tenía mucho miedo, pero al final me he movido bastante por allí acompañando a mi madre. Eso sí, por los barrios malos ni acercarte.

—Ese libro debe ser realmente importante para que Yui-sama se tome tantas molestias —comentó Ayame.

Daruu se acarició la barbilla.

—Si es un libro con investigaciones sobre técnicas de sellado, sí, sí que es importante. Y más teniendo en cuenta q... —Miró a Ayame de reojo y agachó la cabeza, avergonzado—. ...lo siento.
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#7
—Bueno, honestamente la parte más comercial no está tan mal. De pequeño le tenía mucho miedo, pero al final me he movido bastante por allí acompañando a mi madre. Eso sí, por los barrios malos ni acercarte.

Había dicho Daruu, y Ayame se sonrió para sí. ¿Qué le diría si le dijera que uno de los Kajitsu Hōzuki consiguió colarse en el mismísimo palacio del Señor Feudal del País de la Tormenta para intentar llevársela? Si aquel no era, en teoría, el lugar más seguro de la ciudad...

—Si es un libro con investigaciones sobre técnicas de sellado, sí, sí que es importante. Y más teniendo en cuenta q... —La miró de reojo, y enseguida agachó la cabeza, avergonzado—. ...lo siento.

Ayame tardó algunos segundos en comprender por qué se estaba disculpando Daruu. Pero cuando lo hizo sintió una extraña picazón entre los omóplatos.

—N... ¡No tienes por qué disculparte! —aseguró alzando ambas manos en un gesto nervioso.

—Si no tenéis más preguntas, os esperaré en la entrada de la aldea —intervino Kōri, ladeando ligeramente la cabeza—. Aseguraos de coger todo lo que necesitéis para el viaje. En cuanto estéis listos, partiremos.

No les dio ni tiempo a responder, El Hielo desapareció con apenas una brisa de viento gélido. Ayame se cruzó de brazos, picada. Aunque se había dirigido a los dos, sabía bien que ese mensaje estaba especialmente dirigido a ella.

—Hermano tonto...



. . .



Apenas una hora más tarde, Ayame llegó a la entrada de la aldea entre largas zancadas. A su espalda, junto al carcaj, llevaba una enorme mochila que casi era más grande que ella.

—¡Ya estoy aquí! —exclamó, jadeante por la carrera.

—¿Pero dónde vas con todo eso?

Ella parpadeó varias veces, confundida.

—Es para el viaje. Llevo un saco de dormir, la capa por si hace frío, comida, muda de r...

—Ayame, sólo tenemos medio día de viaje. Lo sabes, ¿no?

—¡Pues como necesites algo no te lo voy a dar! —le replicó, ruborizada hasta las orejas.
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#8
Para su alivio, a Ayame no le había sentado mal que hablase sobre el bijū que estaba sellado en su interior. Daruu suspiró, aliviado. A continuación, Kōri les dijo que les esperaría a la entrada de la villa. Daruu no entendió por qué no iba con ellos directamente, e incluso se sintió un poco molesto porque desapareciera sin dejar rastro en un momento, dejándolos allá colgados.

—Hermano tonto...

—¿Por qué es siempre así de...? Joder, iba a decir frío, pero es que es verdad. No puedo hablar de Kōri-sensei sin hacer un chiste —dijo Daruu—. ¿Por qué no nos acompaña?

»En fin, será mejor que cojamos los suficientes enseres para que no tengamos que parar a descansar en ese sitio tuyo tan odiado, ¿eh? —comentó, refiriéndose a Shinogi-To, y dándole una palmada amistosa a Ayame en la espalda—. Venga, va, vamos a comprar comida y bebida para el viaje.


· · ·


Daruu apareció en la entrada de la aldea cargado con una mochila mediana con una botella grande de agua y un par de sándwiches de york y queso. Kōri-sensei ya estaba allí, esperándolos, tal y como había dicho, y Ayame tamb...

—Esto... Ayame, ¿por qué has cogido una mochila tan gran...? —Se detuvo al detectar un brillo de aviso en los ojos de Kōri—. Bueno, déjalo. Oye, que he tenido una idea mientras cogía las cosas.

»Si Ayame y yo vamos con uno de mis pájaros de caramelo y Kōri-sensei invoca a uno de sus búhos, probablemente llegaremos antes y en mejor forma. Así tampoco tendremos que parar en Shinogi-To, y en todo caso podremos descansar en Coladragón.

Desvió la mirada, vergonzoso. Lo siguiente era una suposición atrevida.

—Tampoco es que sea un experto en... estas cosas, es mi primera misión de rango C, pero... —comenzó—. Se me ha ocurrido que quizás si tomamos algo en Coladragón podemos hacer alguna averiguación sobre Shiruuba.
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#9
Daruu apareció poco después, con una mochila notablemente más pequeña que la de ella.

—Esto... Ayame, ¿por qué has cogido una mochila tan gran...? —Comenzó a preguntar, pero se detuvo al ver la afilada mirada de Ayame.

O quizás la gélida mirada de advertencia de los ojos de su hermano.

—Bueno, déjalo. Oye, que he tenido una idea mientras cogía las cosas. Si Ayame y yo vamos con uno de mis pájaros de caramelo y Kōri-sensei invoca a uno de sus búhos, probablemente llegaremos antes y en mejor forma. Así tampoco tendremos que parar en Shinogi-To, y en todo caso podremos descansar en Coladragón.

—¿Pájaros de... caramelo...? —preguntó Ayame, ladeando la cabeza ligeramente.

—Tampoco es que sea un experto en... estas cosas, es mi primera misión de rango C, pero... —añadió, desviando la mirada con gesto avergonzado—. Se me ha ocurrido que quizás si tomamos algo en Coladragón podemos hacer alguna averiguación sobre Shiruuba.

Kōri, que se había alejado un poco para ganar espacio, asintió.

—Es una buena idea, Daruu-kun. Está bien que tengáis esas iniciativas.

Se había llevado una mano a la boca, y se mordió el dedo pulgar con un chasquido de sus dientes. La sangre no tardó en correr por su palma, rojo carmesí contra su piel nívea. Bajo la intrigada mirada de Ayame, entrelazó las manos en varios sellos y terminó por apoyar una de ellas en el suelo. Una densa cortina de humo se levantó en cuanto hizo contacto; y detrás de ella, un enorme búho nival se sacudió la lluvia del plumaje.

—¡Haaaaalaaaa! —exclamó la kunoichi. Maravillada, se acercó al enorme animal y le acarició en el pecho. El búho entrecerró momentáneamente los ojos, con un suave ilulato—. ¡Tienes que enseñarme a hacer esto, Kōri!

—"Sensei" —le recordó, y sus ojos destellaron momentáneamente—. Quizás algún día.

»Mientras os esperaba ya he dado aviso a los guardias de nuestra partida, así ahorraremos tiempo. Yo volaré con Yukyō. Vosotros seguidme de cerca.


Ayame, casi a regañadientes, se alejó del búho mientras su hermano montaba sobre su lomo y se volvió hacia Daruu.

—¿Qué es eso de "pájaros de caramelo"?
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#10
Kori-sensei elogió la iniciativa de Daruu, y el muchacho se sonrojó e hizo una pronunciada reverencia. De pronto sintió un extraño calor que le subía por las orejas y un orgullo creciente en el centro del pecho.

—G-gracias, Kori-sensei.

Ayame no había visto la técnica. Daruu la golpeó en el hombro, jugueteando.

—Verás qué guay.

Kori se adelantó y se mordió el dedo pulgar. Formuló una serie de sellos y apoyó la mano en el suelo para invocar a su búho nival. Daruu se apartó justo al tiempo que el animal se sacudía y casi le salpicaba entero con más agua. «No sé por qué, si ya está lloviendo. Idiota.»

La muchacha, exaltada, se acercó al búho y le acarició en el pecho, al parecer muy segura de sí misma y de que el ave no iba a darle un picotazo en la cabeza. «Madre mía, Ayame, un día de estos verás...»

Kori la reprendió por no añadir la coletilla "-sensei" una vez más, y dijo que quizás algún día le enseñaría a invocarlos. «Me pregunto si yo también podría pedirle que me enseñe... No estaría mal.»

El Hielo les digo que ya había dado aviso a los guardias, de modo que podían salir inmediatamente.

—¿Qué es eso de "pájaros de caramelo"? —insistió Ayame.

Daruu hinchó el pecho como un pavo y se adelantó.

—¿De qué color lo quieres? —preguntó—. Bah, no sé ni para qué te digo nada. ¡Azul! —El muchacho formuló tres sellos: el del mono, el del pájaro, y el del tigre, y escupió un chorro de caramelo al suelo, que poco a poco tomó la forma de un gran ave. Cuando se estabilizó, parecía tan duro como el mismo hormigón, pero lo cierto es que estaba blandito, como una gelatina muy consistente—. ¡Tu pájaro de caramelo! —Se dio la vuelta, se alejó un poco, y repitió de nuevo la técnica, esta vez creando un ave de color verde—. Y el mío.

Se subió a lomos de su falso animal.

—Agárrate bien, y yo me encargo del resto. —Le guiñó un ojo.
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#11
Daruu, claramente orgulloso de sí mismo, se adelantó.

—¿De qué color lo quieres? —preguntó, y Ayame parpadeó, confundida ante la súbita pregunta. Sin embargo, Daruu era de las personas que mejor la conocían. Y estaba a punto de demostrarlo—: Bah, no sé ni para qué te digo nada. ¡Azul!

Entrelazó las manos en tres sellos consecutivos, y exhaló desde sus labios un torrente de un extraño líquido viscoso y de color azul al suelo. Como por arte de magia, el fluido en cuestión se alzó, se retorció sobre sí mismo y se solidificó hasta formar la silueta de lo que parecía ser un ave de gran tamaño.

—¡Tu pájaro de caramelo! —exclamó, ante una atónita Ayame, y se dio la vuelta para repetir el mismo proceso. En aquella ocasión, el pájaro que creó era de color verde—. Y el mío.

Mientras Kōri vigilaba la escena desde su posición por si el genin llegaba a extenuarse por la creación de dos pájaros tan grandes, Daruu se subió a su propio transporte sin dar ningún signo de cansancio. Ayame, algo dubitativa, se acercó al suyo. Primero lo tocó con un dedo, y se sorprendió al descubrir que no estaba duro como aparentaba, sino blando como una gominola. Y después, y con todo el cuidado del mundo temiendo romperlo de alguna manera, se aupó a su lomo y pasó las piernas por delante de las alas para agarrarse bien.

—Agárrate bien, y yo me encargo del resto —Le dijo Daruu, guiñándole un ojo.

—P... ¿Pero esto vuela de verdad? ¿Es seguro? ¿Es...?

No pudo seguir preguntando, el búho de su hermano había levantado el vuelo, y las dos aves de Daruu batieron las alas y no tardaron en seguir su rumbo. Un extraño cosquilleo sacudió el estómago de Ayame, que jadeó cuando se vio en el aire. Sin embargo, para su completa sorpresa, pronto descubrió que le gustaba aquella sensación y se sorprendió a sí misma con una sonrisa bobalicona pintada en el rostro.

Era hora de poner rumbo hacia Coladragón.
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#12
Las aves remontaron el vuelo, y Daruu disfrutó de las múltiples facetas de Ayame que ocuparon el rostro de Ayame en un sólo momento. Asombro, miedo, disfrute. El muchacho sonrió y se echó la capucha de la capa de viaje negra por encima de la cabeza, cubriéndose de la tormenta. Los pájaros, ante la atenta mirada de algún que otro curioso que pasaba por allí, se alejaron en el horizonte visible desde Amegakure.

Allá arriba, Daruu disfrutaba, como cada vez que tenía la oportunidad de utilizar aquella técnica, del soplo del viento —aunque era gélido, y sospechaba que era más frío de lo habitual por ir a rebufo de su todavía más frío sensei—. Aún así, pronto se hizo evidente que un viaje de un día seguía haciéndose largo a lomos de un pájaro de caramelo, si bien el tiempo de travesía se había reducido prácticamente a la mitad.

Cuando llevaban un rato volando, Daruu bostezó abriendo la boca como un hipopótamo.

—Hace un tiempo que no voy a Coladragón —dijo, rompiendo un silencio que estaba haciéndose tan denso que empezaba a arroparle y a dormirle—. Es un sitio bonito. Al borde del mar. Echo de menos el sonido de las olas rompiendo contra las rocas.

»Espero que la misión nos deje disfrutar un poco de esas cosas.
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#13
Las tres aves continuaron su viaje hacia el oeste. Atravesaban a toda velocidad campos de cultivo, lagos enormes y campos de hierba alta alternándose con parches de masa forestal. Y allá arriba, aunque aún se mantenía firmemente agarrada a su propio pájaro de caramelo por miedo a soltarse apenas un momento y caer al vacío, Ayame estaba disfrutando de una sensación que jamás habría podido siquiera imaginar. Ni siquiera era nada comparable a cuando cabalgaron a lomos de aquellos enormes perros hace algún tiempo. El viento y la lluvia peinaba sus cabellos y podía sentir el movimiento de las alas del inanimado animal debajo de sus piernas. Con cada aleteo, un agradable hormigueo invadía su abdomen. Si cerraba los ojos un instante, podía incluso imaginar que era ella quien surcaba el cielo...

Nunca antes podría haber imaginado que volar le hiciera sentir tan bien. Nunca antes se había sentido tan... libre.

Un repentino bostezo junto a ella la sacó de sus ensoñaciones.

—Hace un tiempo que no voy a Coladragón —dijo Daruu, con los ojos enrojecidos por el adormecimiento—. Es un sitio bonito. Al borde del mar. Echo de menos el sonido de las olas rompiendo contra las rocas. Espero que la misión nos deje disfrutar un poco de esas cosas.

«El mar...» Pensó Ayame, maravillada con la idea. Hacía bastante tiempo que no escuchaba ni veía el mar, y no se podía decir que la última vez que lo hizo fuera, precisamente, en un viaje de placer.

—Yo no he estado nunca en Coladragón —admitió, después de algunos segundos. Por ella, mientras no fuera como Shinogi-To, todo estaría bien.

—Seguramente podremos parar un poco, al menos para comer —intervino Kōri, desde el frente. Había alzado la voz para hacerse oír a través del vieno y la distancia, pero incluso así seguía sonando increíblemente inexpresivo—. Coladragón es famoso por su pescado rebozado con patatas.
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#14
Daruu cerró los ojos y dejó que la lluvia y el viento acariciaran su piel y revolvieran y mojaran su pelo. Respiró hondo, y disfrutó de una paz tan profunda como efímera.

—Yo no he estado nunca en Coladragón —dijo Ayame.

—Te va a gustar. Es relativamente grande, pero todo ello es como un pueblo costero. Es tranquilo.

—Seguramente podremos parar un poco, al menos para comer —intervino Kōri, para alegría de ambos—. Coladragón es famoso por su pescado rebozado con patatas.

—¡Ay, sí, lo había olvidado! ¡Qué rico! —exclamó Daruu, relamiéndose y acariciándose el estómago. Luego, como si pudiera notar ya las miradas de sus dos acompañantes, añadió—: Eh, ¿qué pasa? ¡Es el único pescado que me veréis comer jamás! El rebozado y las especias lo hacen estar rico, y les quitan todas las espinas, ¿vale? ¡Dejad de mirarme así!
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#15
—¡Ay, sí, lo había olvidado! ¡Qué rico! —exclamó Daruu, relamiéndose y acariciándose el estómago.

Y Ayame y Kōri se volvieron hacia él como dos resortes perfectamente sincronizados. Ella, pálida y con los ojos abiertos de par en par como si acabara de ver un fantasma; él, con sus afilados ojos de escarcha ligeramente entrecerrados, como si estuviera sopesando la posibilidad de que aquel Daruu fuera un impostor.

Y el genin, al percibir las miradas de sus compañeros, se apresuró a añadir:

—Eh, ¿qué pasa? ¡Es el único pescado que me veréis comer jamás! El rebozado y las especias lo hacen estar rico, y les quitan todas las espinas, ¿vale? ¡Dejad de mirarme así!

—¡Pero si ni siquiera quisiste probar el taiyaki sólo porque tenía forma de pez! —gritó Ayame, visiblemente alarmada—. ¡Tú no eres Daruu! A ver... ¿Cuál es tu comida favorita?

Sí. Ayame acababa de convertir el viaje en un interrogatorio.
[Imagen: kQqd7V9.png]
Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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