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—¿Crees que a Yuyu le hizo mucha gracia la idea? —se rio Shanise, al percibir el rencor que invadía a la muchacha—. Cuando acabó el examen de chuunin, Amedama Daruu visitó el despacho de la Arashikage para sugerir sellar una gran cantidad de sellos explosivos junto a Aiko por si Datsue intentaba recuperarla. ¿Sabes cuántos sellos metió ahí Yui? ¿Sabes cuánto le gustó la idea? Sólo te digo que hemos tenido que tener mucho cuidado para sacarla. Tanta polvora podría haber creado un puto tsunami en el lago de Amegakure.
—Ex... ¿Explosivos? —repitió ella, absolutamente horrorizada. Comprendía por qué Aiko había sido castigada de aquella manera tan terrorífica, pero utilizar sellos explosivos para asegurar el cautiverio de la joven le parecía del todo horrible.
Sobre todo ahora que ella había pasado por una situación similar, y aún así incomparable. Pero, nuevamente, no era quién para discutir dichas decisiones...
Fue entonces cuando atravesaron el torii carmesí y salieron del bosque sagrado. Al otro lado de la verja, el espacio se abrió de repente y Ayame se detuvo de golpe, maravillada. Olvidándose de su lacerante debilidad, la muchacha se soltó de Shanise y se separó de ella, avanzando unos pasos. Extendió los brazos y respiró hondo el aire que la recibió. Un aire rebosante de una libertad prometida. Se dejó inundar por los múltiples olores que le llegaron. Se dejó deleitar por la visión de las flores que crecían aquí y allá, creando parches de color sobre la alfombra de hierba. Más allá, sus ojos divisaron las difusas siluetas de las diferentes construcciones que completaban el Valle de los Dojos, cada una de ellas cargada de recuerdos y de sentimientos lejanos.
Ayame dejó caer los brazos al recordar algo.
—Shanise-senpai, ¿Yui-sama está muy enfadada conmigo? —preguntó, sin poder reprimir un escalofrío.
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Ayame hizo por separarse de ella, y reticente, Shanise la dejó marchar sujetándole el hombro todavía unos segundos, por si acaso. La muchacha extendió los brazos y disfrutó de su recién readquirida libertad. Shanise no se opuso a tal disfrute. Se cruzó de brazos y se la quedó mirando, sonriendo.
—Shanise-senpai, ¿Yui-sama está muy enfadada conmigo?
—¿Enfadada? ¿Por qué iba a estar enfadada? —rio Shanise—. Si tú no has hecho nada. Bueno, a decir verdad, Yui se enfada con bastante facilidad. Pero no creo. Si hay alguien a quien se la tenga jurada ahora mismo, es a ese tal Kurama. Y al Gobi. —Shanise se adelantó y le puso una mano en el hombro antes de continuar colina abajo—. Si puedes andar, sígueme. Vamos a reservarnos una habitación en algún hotel para que te cambies y para pasar la noche. Ya mañana, cuando estés recuperada, partiremos de vuelta a Amegakure.
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—¿Enfadada? ¿Por qué iba a estar enfadada? —se rio Shanise, pero Ayame torció el gesto—. Si tú no has hecho nada. Bueno, a decir verdad, Yui se enfada con bastante facilidad. Pero no creo. Si hay alguien a quien se la tenga jurada ahora mismo, es a ese tal Kurama. Y al Gobi.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la kunoichi justo antes de que Shanise le colocara una mano sobre el hombro.
«No lo he olvidado... Kokuō.» Habló para sus adentros, consciente de que debía estar escuchándola con toda probabilidad. «Aguanta un poco, por favor.»
—Si puedes andar, sígueme. Vamos a reservarnos una habitación en algún hotel para que te cambies y para pasar la noche. Ya mañana, cuando estés recuperada, partiremos de vuelta a Amegakure.
—Creo... creo que sí puedo —asintió Ayame, echando a andar tras la mujer colina abajo. Estaba deseando quitarse aquellas ropas y poder darse una buena ducha caliente... Y comer. ¡Echaba tanto de menos comer! Un buen plato caliente para reponer sus energías... Pero lo que en otras ocasiones habría sido un descenso sumamente fácil, ahora se había convertido en un verdadero esfuerzo para ella. Sentía que la gravedad tiraba de ella con más fuerza que nunca, que las piernas apenas podían sostener su peso y resistir aquella atracción al mismo tiempo... Al final, alguna vez se vio obligada a apoyarse momentáneamente en Shanise, pero enseguida se soltaba en cuanto recuperaba el control. Y el aliento—. Lo de antes lo preguntaba porque... llegué a pensar que estaría harta de mí... No sólo he perdido el control un montón de veces, y la última fue la peor de todas, sino que, para cuando al fin se me levantó el castigo lo primero que pasó en cuanto puse un pie fuera de la aldea fue... eso...
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Shanise negó con la cabeza.
—El castigo que se te impuso fue ejemplar —contestó Shanise—, así como tu respuesta a dicho castigo. Una vez cumplido, Yui estuvo satisfecha, y más después de los informes de tu padre. —Shanise señaló un edificio alto, de fachada rosa, un poco apartado del centro del valle—. Vamos a ese, que no es caro y está bastante bien.
»De todas formas, Ayame —Shanise suspiró—. Yo no me preocuparía por lo que ha pasado sino por lo que está por pasar. Has estado muchos meses ausente y ahora tienes que ponerte las pilas, más que nunca. Para que esos hijos de puta no puedan revertirte el sello de nuevo.
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—El castigo que se te impuso fue ejemplar —contestó Shanise, negando con la cabeza—, así como tu respuesta a dicho castigo. Una vez cumplido, Yui estuvo satisfecha, y más después de los informes de tu padre.
Ayame se ruborizó ligeramente, pero no supo qué responder al halago. Shanise señaló entonces a un edificio alto de color rosado que se alzaba algo alejado del centro del Valle de los Dojos.
—Vamos a ese, que no es caro y está bastante bien.
—Bien.
—De todas formas, Ayame —añadió la jonin, con un profundo suspiro—. Yo no me preocuparía por lo que ha pasado sino por lo que está por pasar. Has estado muchos meses ausente y ahora tienes que ponerte las pilas, más que nunca. Para que esos hijos de puta no puedan revertirte el sello de nuevo.
—Casi tres meses... —concretó Ayame, palideciendo ante el solo recuerdo de aquel interminable calvario... y ante la idea de que Kuroyuki o cualquiera de los otros siete Generales desconocidos volvieran a por ella—. Lo sé, Shanise-senpai. Tengo que ponerme al día en muchas cosas. Además... no puedo permitirme que Daruu-kun me siga adelantando —añadió, con una temblorosa sonrisa.
Aunque enseguida retornó a su gesto anterior.
—Aún no se sabe nada, ¿verdad? De Kurama o esos Generales...
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Shanise negó con la cabeza.
—Desgraciadamente, nada que no sepas tú. —La respuesta de Shanise fue escueta, pero más escueta aún era la información de la que disponían. Al fin y al cabo, todo lo que sabían lo habían aprendido por la propia palabra del Gobi, ya fuera directa o indirectamente —esto es, a través de la información que recabaron Hanabi y Kenzou, y que también les vino en última instancia de dicha fuente—. La mujer hizo un gesto con la cabeza y ambas caminaron hacia el hotel. Allí, pidieron dos habitaciones individuales, que Shanise pagó de su propio bolsillo sin más reparos—. Supongo que querrás subir, ducharte, y todo eso. Toma, aquí tienes tu ropa —dijo, entregándole una mochila con delicadeza—. Tómate un respiro y nos vemos en la recepción dentro de una hora. Supongo que querrás comer algo, ¿no?
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Para su decepción, Shanise negó con la cabeza.
—Desgraciadamente, nada que no sepas tú —respondió, y Ayame hundió los hombros, abatida e impotente por no poder aportar nada más al caso.
Tras un escueto gesto con la cabeza, ambas echaron a caminar en dirección al hotel que le había señalado con anterioridad, el edificio de las paredes rosáceas. Allí, y antes de que Ayame pudiera quejarse al respecto, la mujer pagó de su propio bolsillo dos habitaciones individuales.
—Supongo que querrás subir, ducharte, y todo eso.
—Si no es mucha molestia... —respondió la muchacha, con una sonrisa apurada. La higiene en las mazmorras de Amegakure casi brillaba por su ausencia, y después de pasar varias semanas en aquella celda se sentía asquerosa y contaminada.
—Toma, aquí tienes tu ropa —le dijo la Jōnin, entregándole la mochila y Ayame la abrazó contra su pecho—. Tómate un respiro y nos vemos en la recepción dentro de una hora. Supongo que querrás comer algo, ¿no?
—¡Sí, por favor! —exclamó, de una forma mucho más efusiva de lo que había pretendido en un principio. Ayame se dio cuenta de aquella salida de tono, porque se calló de golpe y se encogió de hombros—. Quiero decir... ¡Nos vemos luego, Shanise-senpai!
Hizo el amago de echar a correr, pero sus piernas no tardaron en recordarle que aún no estaba preparada para una marcha así, por lo que se vio obligada a disminuir el paso.
La habitación en cuestión era sencilla pero cómoda, y lo cierto es que Ayame no podía pedir nada más. Comparada con una sucia y sombría celda, cualquier habitación de cualquier cochambrosa posada habría parecido un palacio. Las paredes estaban pintadas de un suave tono crema y el suelo estaba compuesto por tablas de madera. Una cama individual bajo un cuadro en el que se ilustraba el paisaje del Valle de los Dojos, una mesita de noche y una mesa con una silla era todo el mobiliario que había allí.
Lo primero que hizo Ayame al entrar fue dejar la mochila sobre la cama, deshacerse de aquellas ropas de prisionera y tirarlas en la primera papelera que vio. Después se dirigió al cuarto de baño, a mano izquierda nada más pasar la puerta de entrada, y, sin dudarlo ni un instante, se metió en la bañera y encendió los grifos del agua caliente. Normalmente solía preferir las duchas, pero en aquella ocasión se merecía un capricho así. Y así estuvo un buen rato, disfrutando del tacto de la caricia del agua sobre su piel después de tanto tiempo, disfrutándola como un amante al que no hubiese visto en largo tiempo, dejando que reparara su maltrecho cuerpo... Desafortunadamente, no podía quedarse allí para siempre, y tras unos largos tres cuartos de hora salió de la bañera, la vació y se secó con mimo con una de las toallas. Aunque no se molestó en terminar de secarse el cabello, siempre le había gustado secarlo al aire, por lo que simplemente lo peinó y dejó que los tirabuzones aún húmedos cayeran sobre sus hombros y su espalda. Tras aquello, Ayame salió del cuarto de baño y abrió al fin la mochila. Casi conteniendo las lágrimas sacó con extremo cuidado sus ropas, las mismas ropas que Kokuō había tirado en el bosque después de cambiar su indumentaria. ¿Cómo habían logrado encontrarlas? Se vistió con el mismo mimo que le había puesto al baño: primero la ropa interior, después los pantalones, el uwagi que ató a su cintura con ayuda del obi. Y culminó con las mangas que cubrirían sus brazos, deteniéndose especialmente en la manga derecha, donde seguía luciendo su bandana como kunoichi de Amegakure. Acarició el metal con la yema de sus dedos, deleitándose con el frío tacto.
Era tan extraño lo mucho que se podía echar de menos una ropa...
—¡Maldita sea, voy a llegar tarde! —exclamó para sí, al darse cuenta de lo tarde que era.
Dejó la mochila olvidada en la habitación y salió todo lo deprisa que pudo de ella. Aún con el cabello húmedo, bajó a recepción, y sus ojos buscaron con ansia a Shanise.
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Shanise se encontraba en la recepción del hotel. Caminaba en círculos, los brazos tras la espalda, claro signo de que estaba algo agitada. De hecho, dio dos rápidas zancadas hacia Ayame en cuanto la vio bajar de su habitación.
—¡Ayame! —exclamó con alivio—. ¡Madre mía, ya creía que la técnica de los uzujin había fallado! ¡Estaba a punto de subir a buscarte!
Se llevó una mano a la frente y negó con la cabeza.
»Es igual. ¿Qué te apetece comer?
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No tardó en encontrarla. La Jōnin se encontraba en la recepción, tal y como habían acordado, caminando en círculos, con los brazos tras la espalda y clara ansiedad reflejada en su rostro. De hecho, prácticamente se abalanzó sobre Ayame en cuanto percibió su presencia.
—¡Ayame! —exclamó, aliviada—. ¡Madre mía, ya creía que la técnica de los uzujin había fallado! ¡Estaba a punto de subir a buscarte!
—¡Lo siento, lo siento! —Ayame alzó ambas manos con una sonrisilla apurada—. Estoy bien, de verdad. No ha pasado nada. Es sólo que... me distraje un poco...
—Es igual. ¿Qué te apetece comer?
La pregunta la pilló desprevenida. Después de casi tres meses sin poder saborear nada... ¿qué le apetecía comer?
—Pues... No sé qué tienen aquí... ¿tienen pasta? ¿Tienen carne? ¿Tienen dulces? ¿Tienen...? —comenzó a preguntar, con ansia acumulada, y a cada mención que hacía los ojos le brillaban con más y más fuerza.
Poco le faltaba para comenzar a babear.
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Había algo seguro:
Ayame tenía hambre.
— Bueno... creo que con esto basta, ¿verdad? —preguntó Shanise. Lo cierto es que aquella muchacha le habría costado la ruina si hubieran marchado a un restaurante normal y corriente, pero por suerte había cerca uno de esos Come todo lo que puedas. Shanise se había conformado con probar un poco de todo, pero Ayame... Ayame había probado un mucho de pasta, de carne, de dulces, y de unas cuantas más, y ahora hasta le daba vergüenza mirar la pila de platos sucios que acumulaban en la mesa— . En fin... supongo que tienes que recuperar las fuerzas, sí. Mañana saldremos muy temprano hacia Amegakure, ¿de acuerdo?
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Y al final acabaron en una especie de paraíso de la comida.
Ayame nunca había estado en uno de aquellos "Come todo lo que puedas", ya que su padre siempre los había considerado poco saludables. Pero ahora que Shanise le había abierto los ojos no había vuelta atrás: por una cuota fija podías comer... ¡todo lo que quisieras! A la muchacha le costó creerlo al principio, ¿qué clase de negocio podía beneficiarse de algo así? Pero después de preguntar una y otra vez, tanto a la propia Shanise como a los encargados que pululaban por allí, se dio cuenta al fin de que era cierto. Podía comer todo-lo-que-quisiera. Y, desde luego, no perdió la oportunidad de probarlo todo: platos de espagueti con carbonara, porciones de pizza, hamburguesas, carne en su salsa... Ni siquiera los postres se libraron de su voraz apetito. Porque... ¡Oh, qué postres! Habría sido un desperdicio no dejar hueco para aquellas deliciosas tartas. Además, como se suele decir, existe un segundo estómago que es al que van todos los postres.
—Bueno... creo que con esto basta, ¿verdad? —preguntó Shanise.
Y Ayame no tardó en reparar en la sorprendida mirada de sus ojos, clavados en las montañas de platos que la muchacha había acumulado en su mesa.
—¡Oh...! —murmuró, sonrojándose hasta las orejas, profundamente avergonzada. ¿Qué pensaría ahora Shanise de ella? ¡Le acababa de demostrar que era una absoluta glotona!—. Yo... es que... llevaba mucho tiempo sin probar bocado y... Kokuō no se solía cuidar muc... —se calló inmediatamente.
—En fin... supongo que tienes que recuperar las fuerzas, sí. Mañana saldremos muy temprano hacia Amegakure, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Esta vez no llegaré tarde —respondió ella, inusualmente seria.
Aunque eso dependería mucho de lo que pasara aquella noche...
Sin darse cuenta de ello, Ayame se había quedado mirando fijamente a Shanise. Al cabo de varios segundos fue consciente de este hecho porque sacudió ligeramente la cabeza.
—Estaba pensando... —murmuró, jugueteando con la cuchara, dándole vueltas sobre el plato—. En todo lo que ha ocurrido desde la primera vez que nos conocimos, en la misión de los hilos de chakra y eso, hasta ahora...
La verdad es que la relación entre la Jōnin y ella no comenzó con el mejor pie. Ayame tenía un carácter bastante más infantil de lo que debía tolerar Shanise. Desde luego, en ningún momento habría llegado a imaginar siquiera que estarían frente a frente, comiendo relajadamente. Sin embargo, de alguna manera, los polos apuestos se habían ido atrayendo de forma inevitable y, para Ayame, aquella mujer se había terminado convirtiendo en un ejemplo a seguir. En un modelo. Y Shanise había estado velando por ella todo aquel tiempo, ¡incluso se había tomado la molestia de rescatarla en dos ocasiones!
—Gracias... por todo...
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Shanise observó a Ayame durante un largo momento en silencio. A pesar de que la chica seguía pareciendo una niña pequeña en muchas ocasiones, era indudable que había crecido mucho. Tras lo sucedido en los exámenes de chūnin de Uzushiogakure, Ayame se había responsabilizado de su propio encierro, y había entrenado con estoicismo hasta ganarse el favor de Yui de nuevo.
—Bah —bufó Shanise, apartando la mirada—. Supongo que te haces de querer. Bueno, ¿nos vamos ya? —Un poco más y serían los únicos en aquél restaurante—. Yo no he viajado en una carreta como tú. Estoy hecha polvo. Creo que me apetece estar el resto de la tarde en el hotel ya.
»Puedes darte una vuelta por el Valle si quieres —dijo, consciente de las ansias de libertad que tendría la muchacha—, pero no salgas de él, e intenta no llamar mucho la atención. Te recuerdo que fuiste subcampeona en el Torneo. Te reconocerán si no tienes cuidado, y lo último que queremos es que el rumor de que andas por aquí llegue a oídos de Kurama y nos tiendan una emboscada de vuelta a Amegakure.
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(Última modificación: 2/02/2019, 23:09 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
— Bah —bufó Shanise en respuesta, apartando la mirada—. Supongo que te haces de querer.
Y Ayame no pudo evitar sonreír.
— Bueno, ¿nos vamos ya? Yo no he viajado en una carreta como tú. Estoy hecha polvo. Creo que me apetece estar el resto de la tarde en el hotel ya. Puedes darte una vuelta por el Valle si quieres, pero no salgas de él, e intenta no llamar mucho la atención. Te recuerdo que fuiste subcampeona en el Torneo. Te reconocerán si no tienes cuidado, y lo último que queremos es que el rumor de que andas por aquí llegue a oídos de Kurama y nos tiendan una emboscada de vuelta a Amegakure.
— Bueno... aunque haya viajado en un carro —Cosa de la que ni siquiera se acordaba, ya que habían dejado a Kokuō inconsciente antes de transportarla— , yo también estoy bastante cansada. Si doy una vuelta será por los alrededores, no me alejaré.
Y así lo hizo. Después de despedirse de Shanise cerca del hotel, Ayame echó a andar sin una dirección concreta mientras el sol comenzaba a declinar por el horizonte. Lo cierto es que la sola idea de meterse en una habitación, de verse encerrada de nuevo entre cuatro paredes, la aterrorizaba hasta el punto de que le creaba una amarga ansiedad en el pecho cada vez que pensaba en ello.
Los pasos de Ayame se detuvieron en una colina cercana, donde los grillos comenzaban a corear la llegada de la noche.
«No puedo desarrollar ahora una claustrofobia, bastante tengo ya con el miedo a la oscuridad.» Se dijo, sombría. Pero ser consciente de ello no ayudaba a eliminar aquellos sentimientos que habían echado raíces en su mente.
Y tampoco ayudaban los nervios por lo que estaba a punto de hacer. Si Shanise se enteraba, después de todo lo que había hecho por ella...
Ayame se llevó una mano al pecho, inspiró hondo lentamente y cerró los ojos durante unos segundos, tratando de serenarse. Lo cierto era que le gustaría poder llevar a cabo su idea lejos del Valle de los Dojos, completamente a solas. Sólo por lo que pudiera suceder. Pero dudaba mucho que Kokuō tuviese la paciencia necesaria para esperar a que se le presentara una oportunidad así. Y mejor hacerlo allí que en mitad de Amegakure.
No trascurrieron ni diez minutos antes de que la muchacha girara sobre sus talones y deshiciera el camino andado.
. . .
Al final había dejado la ventana abierta y la lamparita encendida. Eso no quitaba que las paredes siguieran rodeándola y que se estuviese haciendo de noche paulatinamente, pero, de alguna manera, aliviaba su ansiedad el saber que tenía una vía de escape al alcance de la mano.
— Vamos allá... —susurró Ayame, apoyando la espalda en el cabecero de la cama, cruzándose de piernas en el colchón y colocando sendas manos sobre sus tobillos.
Cerró los ojos y, con un profundo suspiro, se sumergió en lo más profundo de su subconsciente.
. . .
Habría pagado cualquier precio para no tener que ver aquel paisaje de nuevo; o al menos, tan pronto: las hojas otoñales crujían bajo la suela de sus botas, el bosque caducifolio teñido de colores ocres susurraba a su alrededor, y el eterno atardecer seguía inundando el ambiente de aquella mortecina luz anaranjada. Con un ligero estremecimiento, Ayame siguió adelante, con una dirección muy bien establecida en su mente.
Y no tardó ni cinco minutos en llegar a su destino.
La inamovible jaula seguía dispuesta en aquel claro que tan bien conocía, pero esta vez contenía en su interior a una gigantesca bestia con cuerpo de caballo y cabeza de cetáceo, con cuatro formidables cuernos sobre su cabeza y cinco colas tras su espalda, que a duras penas podía siquiera moverse, contenida en su interior como estaba.
—Kokuō... —pronunció Ayame, angustiada al verla así.
Tal y como ella misma había estado hasta hacía apenas unas horas.
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Y allí estaba de nuevo ella. Encogida sobre sí misma, sin poder siquiera estirar bien las patas para estar un poco cómoda. A decir verdad, nunca había terminado de acostumbrarse a poder hacerlo, no porque como humana también hubiera estado encerrada tras unos barrotes, sino porque mil años pesan mucho más que unos meses. En cierto modo, era como si acabase de volver al hogar. Pero hay muchos tipos de hogares. El suyo era el tipo de hogar equivocado, ese que hace que a una se le atraganten las sílabas cuando tiene que pronunciar la palabra. Hogar, en el mismo sentido que un niño maltratado por sus padres y encerrado en su diminuta habitación tenía un hogar.
Un sitio donde ver los días pasar hasta tu muerte. Claro que, suertuda ella, eso tampoco iba a llegar.
Y allí estaba de nuevo ella. La pequeña que la había suplantado durante el escaso suspiro de libertad. Allí estaba visitándola, y recordándole, como sus seres queridos unos días atrás, que había un mundo fuera de los barrotes, y que ella no pertenecía a él.
—Kokuō... —La llamó.
El bijuu levantó la cabeza —le hubiera gustado decir que con dignidad, pero sus cuernos chocaron con el techo de la jaula de una manera ridícula—, y la miró, con aquellos ojos de color azul mar penetrantes, terribles, que sin embargo ahora a Ayame le parecerían tan familiares como para considerarlos... humanos.
—Ya está, señorita —dijo—, ya tienen lo que querían. Usted es libre, y el monstruo vuelve a su jaula una vez más, a la espera de que el sello se rompa y pueda salir a devorar sus almas. Misión cumplida. Un final feliz. Disfrútelo, y déjeme en paz. No estoy de humor.
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(Última modificación: 3/02/2019, 20:08 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
¡Clonk!
Los cuernos de Kokuō chocaron contra el techo de la jaula cuando intentó alzar la cabeza para mirarla. Pero aquello no era una situación cómica, en absoluto. Aquella prisión era mucho más que una burda humillación. Aquellos penetrantes ojos de color turquesa que ahora se clavaban sobre ella, en otros tiempos la habrían aterrorizado, la habrían hecho retroceder. Pero no ahora. No ahora que la conocía con tanto detalle. No ahora que había estado en su piel.
Ayame siguió acercándose a la jaula sin mayor temor que la impresión de tener a una criatura que debía verte como una hormiga frente a sus ojos.
—Ya está, señorita —habló el Bijū, con su voz solemne y profunda, pero femenina—, ya tienen lo que querían. Usted es libre, y el monstruo vuelve a su jaula una vez más, a la espera de que el sello se rompa y pueda salir a devorar sus almas. Misión cumplida. Un final feliz. Disfrútelo, y déjeme en paz. No estoy de humor.
Pero Ayame frunció los labios.
—No —replicó, cortante y decidida. Caminaba con cierta lentitud alrededor de la jaula y sus ojos no miraban directamente a Kokuō como ella sí lo hacía. Estaba demasiado ocupada, buscando...—. Te hice una promesa. Y he venido a cumplirla. Aunque sea una parte de ella.
Sus pasos se detuvieron en seco frente a uno de los laterales de la jaula. Puede que fuera una auténtica negada con el Fūinjutsu, pero si de algo había tenido tiempo en aquellos tres largos meses de cautiverio, había sido, precisamente, de examinar aquellas rejas. Lo había intentado todo: a falta de poder realizar técnicas trató de golpearlas, de embestirlas... Pero todo fue inútil. Ni siquiera había una puerta o una cerradura que forzar. Era una prisión completamente construida para evitar el escape de quien contuviera. Sin embargo, sí que había algo fuera de lo común...
«Lo siento, Shanise-senpai. Pero esto es algo que debo hacer.»
Ayame, con el corazón desbocado en su garganta y las piernas temblorosas, se acercó a la etiqueta de sellado que estaba pegada en el barrote central de una de las paredes. Alzó la mano, sus dedos pellizcando la esquina de esta, y cruzó por última vez sus ojos castaños con los celestes de Kokuō.
—Te prometí que te sacaría de aquí, Kokuō.
Y la arrancó de un solo tirón.
Ya era hora de retomar la llave y abrir la puerta de una vez por todas.
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