Datsue, tras los intentos infructuosos de dos participantes, realizó un sello de clonación. Dos Kage Bunshins surgieron a su lado, replicando la armadura que llevaba puesta —aunque imaginaba que no sería tan efectiva como la verdadera—. La idea era sencilla: en lugar de arriesgar su propio pellejo, mandar a los clones a hacer el trabajo sucio.

Así pues, ambos Kage Bunshins se acercaron al meteorito, cada uno por un lado. En la palma de sus manos diestras surgió una esfera turquesa que daba vueltas como un remolino. La esfera fue agrandándose, y agrandándose, y agrandándose…

… hasta convertirse en dos bolas tan grandes como los propios Datsues.

—¡Atacad! —exclamó el original, desde una posición segura y con los brazos cruzados.

Y los clones atacaron. Cada uno con su Chō Ōdama Rasengan. Cada uno por un lado del meteorito. La idea era clara: reventar aquella masa extraterrestre a base de pura fuerza bruta.

Juro logró contrarrestar el ataque sin sufrir daños. El hombre, tras recibir el golpe, dejó de atacarle. Probablemente ese detalle habría sorprendido al marionetista, pero entonces, la situación dio un giro de tuerca.

Las paredes, el suelto, la luz... todo se transformó de repente, como si alguien estuviera retorciendo la realidad. Todo adquirió otro tono, la luz se transformó en penumbra y la gente, en una muchedumbre asustada que trataba de escapar. La salida, junto con cualquier otro medio de escape, había desaparecido. Estaban todos atrapados ahí.

Juro respiró hondo y trató de serenarse. ¿Cómo diablos iba a salir de algo así? Carecía de métodos o recursos. Su enemigo estaba dos pasos por delante de él.

Las luces, los colores... todo distraía a Juro, lo alteraba, afectaba a sus reflejos y a su percepción. Ahora mismo, estaba completamente vulnerable. Y por mucha gente que hubiera, su enemigo ya había demostrado que no solo no era un impedimento para él, sino que podía usarla para su beneficio.

Ejecutó el sello del carnero y escupió una enorme y densa nube de humo que pronto cubrió toda la estancia, tapando la oscuridad, las luces y la sala. Necesitaba pensar. Necesitaba crear una situación en la que su adversario no tuviera el control absoluto. Tenía que ganar tiempo para poder escapar.

1 AO

Los clones fueron creados y se arrojaron ferozmente a su tarea, pero los acontecimientos solo demostraron lo extraño de la situación. A medida que las réplicas se acercaban a la roca, se les podía ver un cierto andar dificultoso, un casi tropezar, en algunas áreas. Al parecer, a pesar de que sus cuerpos eran sólidos, seguían siendo de chakra, una imitación de la carne. Aquello ponía demasiada presión en su existencia; de tal suerte que cuando, repentinamente, acumularon una cantidad de enorme de chakra, el campo de energía reacciono de forma violenta y los hizo llegar a la implosión. Desde lejos pudo notarse que la técnica no había sido cancelada o agotada, sino que los falsos cuerpos explotaron hacia dentro como si sufrieran una enorme presión externa. El chakra había sido tan corrompido que a Datsue ni siquiera le llegaría la experiencia vivida por sus clones, aunque si el chakra que no había llegado utilizar.

—Ya veo —dijo el otro participante que quedaba, entendiendo que mientras estuviera dentro del radio de influencia de aquella roca la física no sería amigable con el chakra ni con los cambios bruscos.

El muchacho, delgado hasta casi lo raquítico y moreno con un rostro apuesto, pidió permiso al juez y comenzó su intento. Aquello no impedía que Datsue continuase con el suyo, pero si aquel lograba llegar antes su esfuerzo no tendría sentido.

Primeramente, el muchacho hizo un par de sello y apunto con su palma al meteorito:

—Elemento Magnetismo: Voluntad atractiva —dijo, provocando que la roca se vibrara con fuerza. Aun así, y aunque su plan era atraerla hacia él, estaba demasiado lejos y la densidad de la misma era demasiado alta.

Entonces se preparó mentalmente y recurrió a otro movimiento:

—Elemento Magnetismo: Escudo del fuego tenue.

Al principio parecía no haber pasado nada, pero en cuanto comenzó a caminar a su alrededor se manifestó un halo con los colores de la aurora boreal. Así iniciaba su avance, protegido por una suerte de campo magnético; lento en ocasiones, pues cuando su aurora personal se volvía inestable, necesitaba dar un rodeo para evitar las áreas donde la energía era más densa.


Mahito vio como la nube de polvo se levantaba y odio a los fumadores que dejaban aquel monto de cenizas por el suelo. Ahora no podía ver a su enemigo, pero este tampoco podía verle a él. Aprovecho el momento y la conmoción y de un salto cayo tras la barra.

Se tomó un momento y maldijo por lo bajo mientras habría una botella de agua para vaciársela en los ojos, aquel gas de lágrimas le seguía ardiendo como el infierno. En aquella situación las salidas eran pocas: podía retirarse, pero aquello implicaría quedar mal con un cliente importante y perder un excelente pago. La otra opción era matar a su perseguidor, pero aquello, como la experiencia le había demostrado, era más fácil decirlo que hacerlo.

La cosa se ponía difícil, pero debía de confiar en su capacidad: desde detrás de la barra comenzó a preparar un sello explosivo de clase C, esperando a que Juro apareciese. Mientras tanto, un clon suyo se iría acercando, fingiendo temeridad, al lugar en donde se supone que estaría Juro cuando se disipase el polvo.

Juro no se quedó quieto: una vez la polvareda se levantó, trató de buscar una posición táctica. Se planteó colocarse detrás de la barra, pero era demasiado estrecho para su gusto y no sabía que clase de trucos guardaba bajo la manga su adversario. Por otro lado, las paredes parecían cerradas a cal y canto, y todo continuaba siendo igual de confuso.

Se desplazó, tratando de encontrar una abertura. Un lugar donde escapar... pero eso era imposible. Por eso, supo que tendría que improvisar y sacar todo su arsenal.

Cuando su adversario apareció, aparentemente expuesto, en el lugar donde antes había estado él, quien fue a recibirle no fue Juro en persona, claro. Atacar cuerpo a cuerpo nunca había sido precisamente su fuerte y menos con alguien como su enemigo.

No. El que fue a recibirlo fue una pequeña marioneta de forma humanoide, que apenas alcanzaba a medir más que la cintura de su usuario. Sobre su cabeza, a modo de pelo, había un trozo de madera pintado de color castaño, y a su espalda arrastraba una curiosa capa morada atada. Pequeña, perfecta para desplazarse sigilosamente por el suelo. Los hilos de chakra unidos a las manos de Juro, a diez metros de distancia, le revelaban, claro, pero Juro no dio tiempo a su adversario a pensarlo mucho: en cuanto hubo visibilidad, la marioneta se lanzó con ambas manos en alto hacia él, aprovechando su descuido.

Mientras se alzaba, se podía apreciar el brillo metálico de las dos cuchillas acoplables, una en cada mano. La primera cuchilla iba directa a clavarse en el cuello del clon, y otra, a hundirse en su pecho.

1 AO

Uchiha Datsue se quedó, de brazos cruzados y con el ceño fruncido, observando al nuevo contrincante que iba a probar su propio método para abrirse ante el meteorito. Tras fallar estrepitosamente, todavía le daba vueltas a cómo enfocar el asunto.

¿Acaso iba a perder ahora, después de todo el trabajo que le había llevado llegar hasta allí? Después de todas las pruebas que había pasado, después de implicar a Juro y Kazuma, después de todo… ¿iba a perder en la última jodida prueba?

Así no era como solían terminar las historias de héroes. Pero, para su mala suerte, él no era el protagonista de ninguna. Aquella era la jodida vida real, y, a veces, eso es lo que ocurría. Que uno simplemente se veía adelantado en la recta final.

El clon de Mahito se acercó hacia donde había estado Juro, pero allí solo encontró una pequeña marioneta que se arrojó contra él. El clon, con las mismas habilidades de Mahito, no alcanzo a defenderse, pero si le bastó para seguir los hilos y localizar al marionetista.

En cuanto la réplica desapareció y la información llego a Mahito, salió desde detrás de la barra y arrojo una lluvia de agujas metálicas hacia donde estaba Juro, para luego correr hacia él. Se sentía confiado, aunque su oponente evitase las agujas, entre ellas había un par de cascabeles con hilos que, si todo salía bien, solo notaria cuando fuese demasiado tarde.




El competidor avanzaba con cierta torpeza e inseguridad, pero sin detenerse, como si avanzara sobre una superficie inestable o se desplazase a través de un fluido. Si Datsue le miraba con atención, podría ver, sin necesidad de su técnica visual, los lugares donde chisporroteaba el chakra que se hacía visible con los colores de la aurora.

La técnica en si misma podría resultarle familiar, pero tendría que volver a los fundamentos de las artes ninjas. Necesitaba encontrar una técnica que consistiera en un control fino del chakra y en constantes ajustes, pues si era muy poco recibiría daño, pero si era demasiado seria repelido. La clave estaba en el control, tal como decían los maestros de la academia durante las primeras lecciones… Necesitaba caminar con cuidado, tomar algo que ya sabia y llevarlo un poco más allá.

En cuanto a qué hacer cuando se acercará al meteorito, tendría que confiar en una de las artes ninjas que mayor control y precisión del chakra requerían y en la que él no estaba lejos de ser un experto.

La marioneta destrozó al hombre, que pronto, resultó ser un clon. En cuanto desapareció, Juro supo que se había revelado. Por eso, cuando los senbon llegaron hacia él, no pudo hacer nada más que recibirlos. Los cascabeles podrían haber sido útiles, al igual que los hilos, claro está, y le habrían acorralado. Pero conforme su adversario avanzaría hacia él, se daría cuenta de algo...

... y es que al final, en una batalla ninja, lo importante no eran las técnicas vistosas, sino las estrategias. Y la suya, había sido bastante simple.

Juro se deshizo en una nube de humo. Al fin y al cabo, solo era un clon.

Un frasco de cristal estalló bajo los pies del hombre, que gracias a su descuido había quedado al descubierto al salir de la barra, y entonces, una nube rojiza le envolvería. El veneno favorito del marionetista. Pronto, sentiría un terrible e incontrolado picor que desharía cualquier tipo de ilusión o jutsu posible que requisiera un mínimo de concentración, y lo dejaría expuesto.

No contento con eso, Juro realizó tres sellos y disparó dos esferas de aire comprimido. Una contra su pecho, otro contra su pierna derecha. El verdadero Juro, que hasta entonces había estado escondido entre el ruido, la música, la gente y el humo, se desveló por fin.

— Veo que te gustan los trucos. Pero la función se ha terminado.

Su objetivo se había desecho en una nube de humo, pero eso estaba dentro de lo probable. Sin embargo, lo que no se esperaba era sentir como si mil mosquitos acabaran de alimentarse en sus piernas. Involuntariamente, deshizo la ilusión de los falsos alrededores; y un instante después un ataque se dirigía hacia él.

—Aun no —dijo mientras ejecutaba el sello del carnero.

Un instante después, las balas de aire atravesaban una silla que había tomado el lugar de Mahito. Este, ahora viendo donde se encontraba el que esperaba fuera el verdadero oponente, se puso en marcha. Dirigió su vista hacia donde estaba Juro y con la poca mobilidad de sus piernas que se sentian desangradas arrojo un kunai con un sello explosivo que haría detonar en cuanto estuviera en el rango del su objetivo.

Uchiha Datsue tomó dos shurikens —uno con un sello explosivo de clase A pegado— y ató cada uno de ellos a un hilo metálico. Acto seguido, arrojó ambas estrellas metálicas de tal modo que envolviesen el meteorito y lo abrazasen como una madre haría con sus retoños. Las puntas de acero no lograron penetrar la roca extraterrestre, pero no importaba. Lo único que buscaba Datsue era rodear aquella piedra con los hilos.

Formó una cadena de sellos, y un fino hilo de chakra recorrió los hilos metálicos, prendiéndose en fuego, que no estallaría en una violenta explosión hasta que impactase, de lleno, contra el meteorito. La primera explosión fue eclipsada por una segunda, más grande y destructora, cuando la pólvora del sello explosivo se prendió con el fuego del ninjutsu.

—¡Katon, Ryūka no Jutsu! —exclamó, en un nuevo intento por superar la última y decisiva prueba.

En un instante la roca se encontró envuelta en una enorme llamarada, seguida de una explosión considerable. El objetivo en apariencia, ni siquiera se había movido, pero lo cierto es que en su superficie se habían comenzado a formar una red de grietas.

Siendo testigo de aquello, el rival de Datsue decidió apostar aún más fuerte. Cambio la forma de su barrera personal hasta volverla una especie de escudo. Con ello avanzaría a toda velocidad hacia su objetivo, haciendo que chispas y coloridas saltasen allí donde estaba el chakra. La roca, por su parte, parecía estar emitiendo un calor casi solar, como un volcán que empieza a despertar. Su gruesa cubierta de metal comenzaría a refundirse dentro de poco, haciendo desaparecer las grietas que el último ataque había formado.

El juez estaba preparado: en cuanto alguno de los participantes lograse extraer el núcleo del meteorito, arrojaría sobre la piedra la caja de plomo y una tonelada de arena del especial, lo suficiente como para calmar cualquier reacción.

Mientras tanto, el otro competidor trataría de acercarse lo más posible y utilizar sus habilidades para manipular el metal y hacerse con su objetivo.

Juro apretó los dientes cuando observó como su técnica, la técnica que tanto chakra y esfuerzo le había costado, atravesaba una silla en lugar de la carne de su adversario. Se sintió mareado y durante unos momentos, pensó que se había terminado.

« ¿He perdido? » — Su mayor baza se había expuesto y estaba a merced de su rival. Fin de la partida.

Sin embargo, vislumbró a su oponente y algo se encendió en su interior. Ya no sentía miedo. Tampoco desprecio ni ira. No era una sensación que pudiera explicar, pero su cuerpo la entendió perfectamente: no podía caer. Datsue dependía de él, Kazuma le estaba esperando, al igual que sus compañeros en la villa. Nunca se había enfrentado a una situación tan peligrosa, y sin embargo, se negó a caer sin luchar.

Por él. Por los demás. Por su villa.

« Soy un ninja de Kusagakure. ¡No va a ser tan fácil! »

Juro ejecutó el sello del carnero. Al instante, él ya no estaba ahí y el kunai que iba dirigido hacia él simplemente atravesó el vacío.

El marionetista apareció dos metros por detrás de su rival.

Realizó cuatro sellos rápidos y escupió una gran cuchilla de viento desde su boca directa hacia Mahito. En caso de darle, el golpe tendría la fuerza como para mandarle en dirección contraria. Era una técnica de gran rango que podía causar estragos si impactaba de lleno, pero Juro se quedaba sin opciones

Las piernas le temblaban. Juro había gastado una cantidad enorme de chakra y estaba agotado. Pronto, rozaría su límite. Pero había visto los movimientos de su rival, y sabía que él también estaba cansado.

Era todo o nada.

Había que subir el nivel. Había que ir un paso más allá. Había que llegar a donde nadie había llegado.


Datsue casi se cae por la sugerencia. «¡Tampoco te pases!» No, destrozar medio Ōnindo no era la solución. Datsue estaba pensando en algo más contenido. Específicamente, en su técnica insignia combinada con su rama estrella. Su mejor jutsu de katon, viajando hasta su objetivo bajo el subterfugio que solo el fūinjutsu podía brindarle para evitar colisionar antes de tiempo.

—Te vas a enterar, trozo de mierda alienígena.

El Uchiha realizó una tanda de sellos y se llevó una mano al portaobjetos. Una masa de chakra color turquesa envolvió el sello adhesivo que sacó a la luz por unos instantes. Luego, Datsue lo pegó a un kunai y lo lanzó a las grietas del meteorito. No había chakra en él latente, solo acero, solo papel, hasta que…

Hasta que Datsue realizó el sello de la serpiente, justo cuando el kunai llegó a su objetivo. Entonces, un dragón hecho de puro fuego salió de aquel trozo diminuto de papel dispuesto a engullir el meteorito y ahogarlo con el calor más infernal que, quizá, había soportado nunca.


Nota: Datsue entrará en modo Agotamiento en el siguiente turno.

Mahito ataco y, para cuando detono el sello explosivo, una leve corriente de aire indicaba que se había hecho un desplazamiento cerca de él. El ruido y el caos le dificultaron la tarea de búsqueda, de suerte que para cuando encontró a su rival esta ya se encontraba atacando.

Le pareció verle simplemente quieto en el sitio, pero al fijarse mejor en un haz de luz que parecía distorsionado, se dio cuenta que una enorme cuchilla de aire comprimido se dirigía hacia él. El tiempo que le quedaba fue tan escaso que apenas le alcanzo para cubrirse antes del impacto. Este último movimiento evito que le rompiesen la espalda, mas no evito que saliese volando como una muñeca a merced de un huracán. Su cuerpo voló por el aire y luego de haberse llevado varias mesas y sillas por el medio, termino postrado en la tarima, en una pequeña depresión de tablones rotos.

A simple vista, su estado era pésimo y era poco o nada lo que le quedaba para combatir, pero sería cuestión de Juro ver qué medidas tomaría a continuación. Después de todo, el momento más peligroso de la cacería es cuando la presa yace herida y acorralada.



El Uchiha decidió que lo mejor era combatir fuego con fuego: si la piedra reaccionaba violentamente a las masas de chakra, entonces resultaba factible sobrecargarla y avasallar con energía externa su energía interna.

Su contrincante, aun envuelto por chispas iridiscentes, fue cauteloso y se detuvo ante la acción que ejecutaba su oponente. No es que supiera con exactitud qué haría, pero algo le decía que no sería para nada sutil o seguro. Poco después, una llama enorme y ardiente como el aliento de un dragón abrazo la roca y la golpeo con un estallido tan fuerte que la superficie de la arena en ocho metros a la redonda había quedado cristalizada.

La roca por su parte, se había abierto como una terca nuez, permitiendo que la cubierta metálica quedase aun lado parcialmente derretida y en el centro la densa y ardiente masa del núcleo. Sin embargo, la masa del centro parecía haber agotado su energía almacenada, al menos por los momentos. Aquella esfera irregular ahora parecía mucho menos peligrosa para los hijos del chakra y las formas de vida en general.

Sin embargo, el otro competidor, se levantó luego de haber sido derribado por la explosión. Parte de su armadura de plomo había salido volando y su piel mostraba algunas quemaduras por la reacción en cadena. Aun así, ahora veía el mundo con los ojos de un oportunista: había gastado demasiado chakra protegiéndose y no tenía suficiente para atraer la roca hacia sí, pero si era rápido arrastrando sus pies, lograría llegar a la roca antes que Datsue y cosechar por él los frutos de una ardua prueba. Lo único que necesitaba era que su rival bajase la guardia un poco, que estuviese demasiado cansado y que ya diese por hecha la victoria.

El golpe impactó de lleno sobre su rival, aunque el marionetista era consciente de que eso no era lo único que necesitaba para derrotarle. Por eso, había pensado en su siguiente movimiento.

Dos figuras se posarían a dos metros de un Mahito herido. Una, la marioneta que antes había destripado sin piedad a su clon. La otra, sin embargo, tenía un tamaño similar y la forma de un pájaro, de pelaje blanco y plumas color negro rayado. El pájaro, que segundos antes había estado moviendose por el aire, se posó en el suelo gracilmente, apoyando sus patas rosadas contra la superficie. Podía verse claramente que, al igual que la otra, era una marioneta, pero aun así su diseño impactaba.

Ambas estaban conectadas por hilos de chakra unidas a las manos de Juro, que se había encargado de mantener una distancia prudencial con su rival, de más de seis metros.

— Yo que tú no haría ningún movimiento estúpido. La marioneta que tienes al lado contiene un sello explosivo bastante más potente que el que has lanzado. A juzgar por tu aspecto y tu agotamiento, no creo que tengas muchas probabilidades de sobrevivir — Y aunque lograra evitarlo, la otra le haría trizas con sus cuchillas —. Si usas uno de tus truquitos, explota. Si haces un movimiento raro, explota. Si no haces lo que digo, explota. Créeme, tu vida ahora mismo está a un movimiento de mi dedo. No te dará tiempo a reaccionar.-

Juro observó a su rival. No descartaba que trata de escapar, pero no le importaba: cualquier acción o técnica que tratara de emplear requería sellos manuales, movimientos o al menos un mínimo de tiempo, y él no se lo daría. Estaba más que dispuesto a activarlo y en un segundo, todo habría terminado para él. Desde luego mejor capturarle vivo para poder entregarle y sacarle la información, pero llegados a este punto, le prefería muerto a dejarle a su libre albedrío.

El pichón mensajero observó tranquilamente a su víctima, con sus ojos ambarinos. Sus patitas rosadas chocaban contra el suelo con un gracioso e irritante sonido que pondría nervioso a cualquiera. Sus alas de pega se habían guardado tras su espalda gracias a la acción de un mecanismo. Si Mahito mirara lo suficientemente de cerca, comprobaría que el pico de la criatura tenía una ranura, al igual que las manos de la otra marioneta que antes había atacado.

Con todo y lo que detestaba perder, Mahito se sabía incapaz de seguir luchando. Su cuerpo se sentía pesado y torpe, además de sumamente adolorido. No estaba acostumbrado a aquel tipo de combate de alto impacto.

Por lo general, solo tenía que tratar con matones o algún que otro soldado. Rara era la ocasión en que había tenido que enfrentar a alguien con la capacidad de usar chakra y defenderse del mismo. Aun en esos casos particulares, había tenido siempre la ventaja de la fuerza superior y el elemento sorpresa del cazador. Sin embargo, en esta ocasión las cosas se habían torcido.

Podía hacer un intento de escape, algún movimiento desesperado; pero, como profesional que era, calculo el riesgo y lo comparo con las ventajas de la situación. Al final, aquel trabajo no valía lo suficiente como para arriesgar el pellejo.

—Entiendo, me rindo —dijo sin más.