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24/11/2017, 12:43
(Última modificación: 2/12/2017, 18:32 por Amedama Daruu.)
Tal y como les había indicado Kōri, dos días después de haber finalizado el encargo que les hizo Kiroe, Ayame aguardaba en silencio frente a la pastelería.
La lluvia arreciaba con fuerza aquella mañana y Ayame, distraída, hacía girar el paraguas de color azul por encima de su cabeza. En realidad no lo llevaba porque le molestara el agua, más bien al contrario, pero se había dado cuenta de que no podía llegar empapada de los pies a la cabeza a cada cliente que les solicitaba una tarea. Suspiró, y el vaho aleteó entre sus labios cuando se arrebujó en la gruesa capa que llevaba puesta. Para ser otoño, aquel día era inusualmente frío.
«¿Qué tipo de misión nos mandarán esta vez?» Meditaba, intercambiando el peso de una pierna a otra. «Ojalá sea algo interesante, comienzo a aburrirme de estos encargos que podría hacer cualquier otra persona...» Pensativa, dejó caer la mirada hacia el suelo torciendo ligeramente el gesto. «¿Para esto están los ninjas? ¿Para recoger gatos de tejados y ayudar a vender muestras de bollitos por las calles...?»
No podía evitarlo. Aquellos últimos días el desánimo había caído sobre sus hombros con todo su peso. Y aquel abatimiento sólo traía dudas y un negativismo que se mordía la cola y se retroalimentaba a sí mismo. ¿Se había convertido en ninja para hacer aquellas misiones? ¿Qué diferencia había con un jardinero o una pastelera? ¿Acaso estarían haciendo aquellas misiones sin importancia durante toda su vida como kunoichi? ¿Cómo conseguiría mejorar sus capacidades si no encontraba ningún reto que saltar?
Y por si no fuera suficiente con aquella sensación, la situación en su casa no mejoraba. El silencio reinaba en el hogar, un silencio tenso y doloroso que le apuñalaba en el pecho cada vez que se cruzaba cara a cara con Zetsuo.
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Daruu se preguntaba si le pasaría algo. ¿Habría discutido otra vez con su padre? Era muy probable. No, ahora que lo pensaba, no había ninguna probabilidad. Lo que sí que era probable es que padre e hija ni siquiera se hubieran dirigido la palabra. Pero no sé, pensó. Parece aburrida, pensó, no tan abatida como se suele poner ella. ¿Y qué hace ahí plantada?, pensaba también.
Todo eso pensaba Daruu, mientras clavaba la cara en el cristal con una mueca deforme.
Toc, toc, toc, llamó su atención, tocando en el vidrio. Entonces, señaló hacia atrás, a una mesa del centro, donde Kōri-sensei aguardaba sentado bebiendo una taza de chocolate caliente. El Hielo la miró un momento, y saludó afablemente, con la alegría y la algarabía de una manifestación de mimos bajo una tormenta de granizo, como venía siendo habitual.
Daruu instó a que entrase, y se acercó a la mesa de Kōri, donde tomó asiento y cogió su propia taza, de un chocolate blanco caliente. Ayame repararía al entrar que entre ambos había una bandeja con varios bollos de vainilla.
—¡Pero Kōri-sensei! —se quejaba Daruu—. ¡Estamos desperdiciando nuestro potencial! Ya nos viste en el torneo, podemos hacer mucho más... ¿por qué otra misión de rango D?
El Hielo se inclinó hacia adelante.
—Por última vez, Daruu-kun —advirtió—: Si queréis ser chūnin algún día, necesitáis experiencia holgada en misiones de rango D. Y habéis estado mucho tiempo sin hacerlas. Además, como equipo, tampoco hemos hecho muchas. Necesitáis al menos una más antes de lanzaros a un rango superior, si no, es posible que ni siquiera os dejen presentaros al examen.
—¿Y por qué no hacemos una de rango C para variar las cosas?
Kōri le dio otro sorbo a su chocolate.
—Porque luego no volveríais a querer hacer una de rango más bajo, estoy seguro. O al menos, me daríais el doble la tabarra.
Daruu hinchó los carrillos y se cruzó de brazos. Decidió coger un bollito. Desde que su madre los había puesto, su sensei había acabado con la dulce y grasa vida de tres de ellos.
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30/11/2017, 12:03
(Última modificación: 30/11/2017, 13:00 por Aotsuki Ayame.)
Toc, toc, toc.
Tres golpes secos y suaves la devolvieron a la realidad. Sobresaltada, Ayame se volvió sobre sus talones, buscando el origen de aquel sonido, y se encontró con el rostro de Daruu observándola tras el cristal de la pastelería. El chico le hizo una seña hacia el interior del local, donde Kōri aguardaba sentado en una mesa. Su hermano la miró durante un instante y la saludó con un gesto frío, como solía ser él, y después Daruu la invitó a pasar.
Ayame se sonrojó hasta las orejas.
«¡Cuando dijo que quedábamos en la pastelería no imaginaba que se refería a dentro de ella!» Maldijo su torpeza. Pero se apresuró a abrir la puerta, y tras plegar y sacudir el paraguas para evitar mojar el suelo, entró en la cafetería.
La recibió aquel familiar y acogedor olor dulzón que siempre la embriagaba y Ayame se estremeció ligeramente al verse abrazada por el calor del lugar. Se quitó la capa y, con ella doblada sobre el antebrazo, se acercó a la mesa donde la estaban esperando. Un plato rebosante de bollitos de vainilla les esperaba en el centro, acompañado de dos tazas humeantes.
—¡Pero Kōri-sensei! —se estaba quejando Daruu en aquellos momentos—. ¡Estamos desperdiciando nuestro potencial! Ya nos viste en el torneo, podemos hacer mucho más... ¿por qué otra misión de rango D?
Ayame hundió los hombros, con un desolador sentimiento de decepción en su pecho. Ingenua de ella, una minúscula parte de ella había albergado una mínima esperanza de que les concedieran una misión algo más interesante que un simple encargo de rango D.
—Por última vez, Daruu-kun —respondió Kōri, inclinándose ligeramente hacia delante—: Si queréis ser chūnin algún día, necesitáis experiencia holgada en misiones de rango D. Y habéis estado mucho tiempo sin hacerlas. Además, como equipo, tampoco hemos hecho muchas. Necesitáis al menos una más antes de lanzaros a un rango superior, si no, es posible que ni siquiera os dejen presentaros al examen.
Sumida en un amargo silencio, Ayame se sentó en una silla libre mientras intercambiaba la mirada entre su pareja y su hermano mayor.
—¿Y por qué no hacemos una de rango C para variar las cosas? —preguntó el Hyūga.
Antes de responder, Kōri se permitió un instante para pegarle un tiento a su taza. Y cuando Ayame reparó en que se trataba de chocolate, no pudo evitar pensar en lo extraño que resultaba ver a El Hielo con una bebida caliente.
—Porque luego no volveríais a querer hacer una de rango más bajo, estoy seguro. O al menos, me daríais el doble la tabarra.
«En eso no le falta razón...» Meditó ella, imaginando durante un instante que les volvieran a mandar a buscar una mascota perdida después de haber hecho algo tan importante como proteger un carromato de bandidos armados hasta las cejas, o luchar contra otros poderosos ninja, o defender una villa de un monstruo gigante, o...
—Entonces... ¿cuál es nuestra misión esta vez, Kōri-sensei? —preguntó, apagada. No protestó, porque de poco le habría servido hacerlo, pero era más que obvio que a ella tampoco le hacía gracia tener que hacer otra misión de rango D.
Como Daruu, cogió uno de los bollitos y se lo llevó a la boca, tratando de compensar el amargo sentimiento que tenía instalado en el pecho con el delicioso dulzor de la vainilla.
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Sin que Ayame se diese cuenta, una todavía medio dormida Kiroe, con el cabello despeinado pero con una radiante sonrisa, se había colocado a su lado, y le ponía ahora encima de la mesa un tazón de chocolate caliente con unas cuantas nubecitas dulces. Le revolvió el cabello, y se alejó, acercándose a la puerta de la pastelería. Echó la llave.
—Te estábamos esperando, Ayame-chan —dijo—. Menos mal que has llegado antes de que viniese alguien a pedirme milongas tan temprano. Si no os importa, cierro la puerta, que aún quedan dos horas para abrir.
Bostezó.
—Daruu, te dejo las llaves en la barra. Cierra al salir. Yo... Me voy a dormir de nuevo. ¡Mucha suerte!
Los muchachos se despidieron de Kiroe. Kōri-sensei se inclinó para hablarles.
—Bien, ahora que estamos tranquilos, os informaré sobre la tarea que nos ocupa hoy. Aquí tenéis. — El Hielo les tendió sendos pergaminos con los detalles de la misión—. Estoy seguro de que os resultará mucho más atractiva que todas las demás misiones que hemos venido haciendo.
(D) Demostración en el Patito Pluvial
En pleno corazón del Distrito Comercial de Amegakure, una torre recién reformada hace de hogar al nuevo establecimiento de una importante cadena de hoteles y hostales, el Patito Pluvial. En lo alto de la torre, los dueños han construído una taberna cuadrada en una terraza techada, y han decidido instalar un escenario en el centro. Esta noche es la gran inauguración, y como colofón del espectáculo han decidido contratar a dos genin para que combatan y demuestren sus aptitudes con el Ninjutsu.
Tenemos que afianzar una alianza comercial con el Patito Pluvial. Supondría una recaudación importante de impuestos. Por supuesto, no podemos dejar que los genin se lastimen durante el espectáculo, de modo que lo ideal sería que hubiese una lucha coreografiada. No podemos permitirnos dañar a ningún civil ni a las instalaciones, aunque desde el Patito Pluvial nos aseguran de que no hay ningún problema si hay algunos desperfectos por alguna técnica, e insisten en que lo importante es que los clientes hablen bien de los espectáculos a sus conocidos y familiares.
Daruu levantó la mirada. Primero miró a Kōri, con una ceja levantada. Luego, sus ojos, chispeando, fueron a parar a...
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Una taza de humeante chocolate con malvaviscos apareció frente a ella con un ligero tintineo, sobresaltándola ligeramente. Ayame alzó la mirada, para encontrarse con una adormilada y despeinada Kiroe que le revolvió el cabello como solía hacer.
—Gracias, Kiroe-san —le sonrió, ligeramente ruborizada por el detalle. Ya debía de conocerla muy bien para saber lo que le gustaba sin pedírselo siquiera.
La pastelera se acercó a la puerta de entrada y echó la llave, dejándolos encerrados dentro.
—Te estábamos esperando, Ayame-chan —le dijo—. Menos mal que has llegado antes de que viniese alguien a pedirme milongas tan temprano. Si no os importa, cierro la puerta, que aún quedan dos horas para abrir. —Kiroe lanzó un profundo bostezo y, antes de desaparecer, dirigió unas últimas palabras a su hijo—: Daruu, te dejo las llaves en la barra. Cierra al salir. Yo... Me voy a dormir de nuevo. ¡Mucha suerte!
Los tres se despidieron de ella y, de nuevo en calma con ellos tres solos, retomaron el tema que tenían entre manos. Ayame cogió con la cucharilla uno de aquellas deliciosas nubes mojadas en chocolate y, tras soplar varias veces para evitar quemarse, se la llevó a la boca y suspiró para sí. Nada mejor que na bebida caliente para aliviar el frío.
—Bien, ahora que estamos tranquilos, os informaré sobre la tarea que nos ocupa hoy. Aquí tenéis —Kōri les tendió dos pergaminos con los detalles de la misión y Ayame no tardó en tomar el suyo—. Estoy seguro de que os resultará mucho más atractiva que todas las demás misiones que hemos venido haciendo.
Intrigada por las palabras de su hermano, Ayame comenzó a leer. Y su rostro enseguida palideció.
—Un... combate... —murmuró, súbitamente horrorizada, y sus manos temblaron ligeramente. El eco de un pinchazo surcó su espalda como un rayo, desde su hombro hasta su cadera.
Y es que la misión consistía, precisamente, en que los dos genin realizaran un pequeño combate a modo de espectáculo en lo alto de la torre recién abierta en pleno Distrito Comercial y bautizada con el nombre de El Patito Fluvial. En cualquier otro momento se habría mostrado entusiasmada con la idea, aunque quizás se vería algo amedrentada por el hecho de actuar frente a un público, pero Ayame no había vuelto a combatir desde el Torneo de los Dojos... Desde su humillante derrota frente a Uchiha Akame.
E, inevitablemente, desde entonces había desarrollado un peculiar miedo a pelear que en todo aquel tiempo se había negado a aceptar.
Consciente de su actitud, Kōri la observaba con fijeza desde la otra parte de la mesa.
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Pero Ayame no le devolvió la mirada. Había algo raro en esa mirada. En realidad era algo... familiar. ¿Pero dónde la había visto antes?
—Bueno, creo que deberíais ir para allá. Tenéis muchas cosas que preparar... Y deberíais hablar con los responsables del Patito Pluvial. La aldea se comprometió a ayudar en lo que hiciera falta. Tenéis que dejar muy buena imagen. —Las palabras de Kōri le devolvieron a la realidad. Daruu sacudió la cabeza y prestó atención a su maestro.
—Pero, ¿y qué pasa contigo, sensei? ¿Trabajarás con nosotros en esta misión?
—Estaré vigilándoos de entre el público —contestó Kōri, frente a la indignación de Daruu, quien no se podía creer que el Hielo fuese a dejarles de nuevo tirados, como en la misión del laberinto, o con la venta de bollos, en la que encima actuó de beneficiario—. Y... tomaré un papel improvisado hacia el final.
«¿Cómo...?»
Y con estas misteriosas palabras, Kōri se levantó de su silla, y desapareció tras formular un sencillo sello...
...junto a algo más.
—¡Eh, qué cabrón, se ha llevado los bollos! —exclamó Daruu.
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—Bueno, creo que deberíais ir para allá. Tenéis muchas cosas que preparar... —terminó por sentenciar Kōri, devolviéndola a la realidad con un ligero brinco—. Y deberíais hablar con los responsables del Patito Pluvial. La aldea se comprometió a ayudar en lo que hiciera falta. Tenéis que dejar muy buena imagen.
No supo en aquel momento si sólo eran imaginaciones suyas, pero de alguna manera sintió que aquellas palabras iban expresamente dirigidas hacia ella. Intimidada, Ayame agachó ligeramente la cabeza, pero siguió mirando a su hermano y mentor por debajo de sus pestañas.
—Pero, ¿y qué pasa contigo, sensei? ¿Trabajarás con nosotros en esta misión? —intervino Daruu.
—Estaré vigilándoos de entre el público. Y... tomaré un papel improvisado hacia el final.
—¿Eh?
Pero no llegarían a conocer la respuesta a sus dudas. No en aquel momento, por lo menos. Sigiloso como un búho refugiado en la oscuridad de la noche, El Hielo formuló un único sello y desapareció en apenas una última brisa de aire gélido.
Y él no fue el único que desapareció.
—¡Eh, qué cabrón, se ha llevado los bollos!
—¡Eh, que yo sólo me he comido uno! —exclamó Ayame, incorporándose de golpe en su silla. Pero no servía de nada, su hermano había desaparecido junto a aquel manjar dulce y sólo él podía saber dónde se encontraba en aquellos momentos. Con un indignado suspiro, se dejó caer en la silla con un mohín—. Jooo... —se quejó, mientras la daba vueltas a su chocolate y después lo alzaba con cuidado para terminar de bebérselo entre pequeños sorbos. El calor de bebida reconfortó su cuerpo calentándolo desde dentro y el dulzor terminó por apaciguarla.
Se permitió leer una última vez los detalles de la misión y, después de torcer el gesto por última vez, se volvió hacia Daruu. Y su corazón se relajó un tanto. Ambos se conocían de sobra, y tanto se conocían que eran algo más que simples compañeros de equipo. Habían combatido en varias ocasiones, aunque las cosas no siempre habían salido como se habían pretendido en un principio. Sólo por eso intentó hacer a un lado su inquietud y su miedo...
Aunque no era nada fácil.
Sacudió la cabeza.
—Así que un combate de pantomima... Esta vez sí que tenemos que controlarnos, ¿eh? —Una sonrisa tembló en sus labios al hacer aquella alusión al pequeño enfrentamiento que tuvieron en el Valle de los Dojos, y en el que los adultos tuvieron que intervenir para separarlos—. Deberíamos ir yendo, y ver qué es lo que quieren exactamente de nosotros para prepararnos.
Terminó por levantarse, esperando que Daruu la acompañara.
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—Yo —lloriqueaba Daruu, golpeando rítmicamente la cabeza contra la mesa—, no me —seguía diciendo—, había —golpe—, comido —otro más—, ninguno. —Su estómago rugió con furia de puro hambre, y se vio obligado a agarrarse la tripa avergonzado. Se levantó—. Voy a ver qué más hay por aquí... Espero que hayan sobrado más cosas del día anterior.
Mientras Ayame releía su pergamino, distraída, Daruu rebuscaba detrás de la barra. Allí encontró lo que parecía ser un alargado suso de crema. Suficiente para desayunar, sopesó.
—Así que un combate de pantomima... Esta vez sí que tenemos que controlarnos, ¿eh? —sonrió Ayame. Daruu la miró, y le guiñó un ojo, aunque el orgullo fiero en su fuero interno le pedía rebelarse y combatir en serio. Al fin y al cabo, ¿qué daño haría si mantenían una refriega de verdad, aunque sólo fuera un poquito? Más espectáculo, ¿verdad? ¿No?—. Deberíamos ir yendo, y ver qué es lo que quieren exactamente de nosotros para prepararnos. —La muchacha se levantó.
—Eh, eh, eh, ¡espera! —objetó Daruu, levantando su suso de crema como si fuera una maza—. Que tengo que desayunar.
El suso se partió por la mitad y un trozo cayó al suelo, desperdiciado entre la porquería.
—¡Noooo! —se lamentó.
Allí estaban. Se trataba de una torre gigantesca, de más de diez pisos de altura. La renovación la había dejado flagrantemente nueva, si la comparabas con las torres adyacentes. Como todo en Amegakure, lo nuevo y lo viejo se entremezclaban como un todo extravagante, y así pues, como no podía ser de otra manera, habían varios tubos de neón que iluminaban un cartel rústico de madera:
—¿Cuántos patos van con este, tres ya? —bromeó Daruu, antes de aventurarse hacia el interior.
Lo que les esperaba era la recepción de un hotel muy parecido a la que se encontraron en El Patito Frito, del Valle de los Dojos, sólo que esta vez era cuadrada y a la izquierda había una escalera que iba ascendiendo bordeando las cuatro paredes. A la derecha había un ascensor. Incluso desde allí abajo podían verse las puertas de las habitaciones, una en cada pared, y por cada piso, que subían hasta arriba, y hasta arriba, y hasta arriba...
—¡Hombre, dos genin! —Les recibió un hombre trajeado, rubio, no mucho más alto que Daruu a pesar de rondar los treinta años—. ¿Vosotros sois Daruu y Ayame? —Daruu asintió—. ¡Magníiifico! Entonces sois vosotros los de la obra de teatro, ¿no?
—¿Eh? ¿Qué?
—¡Sí, hombre, sí! ¡Los de la obra de teatro! ¡Con el combate final entre ninjas!
«Oh, oh...»
—¡Vamos, seguidme! —dijo el hombre, y empezó a subir las escaleras. La mujer de la recepción les saludó alegremente cuando pasaron a su lado.
Daruu miró a Ayame, buscando la confidencia de su mirada, y frunció el ceño.
«Obra... ¿de teatro?»
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Después de que Daruu consiguiera desayunar al fin, pese al bollo que él decía que no se había comido pero que Ayame le vio coger del plato justo cuando llegó a la pastelería, ambos pusieron rumbo al Distrito Comercial, y de ahí a la torre de El Patito Pluvial.
Ayame, bajo la protección de su paraguas, se quedó momentáneamente paralizada con la boca abierta. Aquel edificio, pese a su denominación, era bastante más grande de lo que había podido imaginar. Juzgando el número de ventanas que se veían en la pared exterior, podía deducir que tenía más de diez pisos de altura, pero al final se cansó de contar. Además, como un flagrante cisne al lado de patos vulgares, la torre destacaba en sí misma sobre el resto de edificios que la rodeaban por las renovaciones que la habían embellecido de arriba a abajo. Y, por si no llegaba a destacar lo suficiente, varios tubos de neón se encargaban de señalarte el cartel de entrada y que rezaba el nombre del recinto por encima del logo de un pato bajo la lluvia.
—¿Cuántos patos van con este, tres ya? —bromeó Daruu.
—Umh... debe estar fallándome la memoria porque sólo recuerdo dos —respondió Ayame, extendiendo los dedos de su mano libre—: El Patito Frito, El Patito Fluvial... ¿Había otro? —Se interrumpió un momento, pensativa, y entonces se le iluminó la bombilla—. ¡Ah, sí! ¡El Patito Frío!
Entraron en la torre, y lo primero que se encontraron fue una recepción de hotel muy similar a la que vieron en El Patito Frito. Aunque, a diferencia de aquella, la forma de la sala era cuadrada y a la izquierda había una escalera que ascendía bordeando las cuatro paredes. A la derecha había un ascensor, y Ayame siguió el aparato con la mirada mientras subía, y subía, y subía hasta donde se perdían sus ojos.
—¡Hombre, dos genin! —exclamó una voz, devolviéndola a la realidad. Un hombre rubio y trajeado se había acercado a ellos al percibir su presencia. Debía de rondar la treintena a juzgar por las facciones de su rostro, pero no era mucho más alto que ellos—. ¿Vosotros sois Daruu y Ayame? —Ambos asintieron en respuesta—. ¡Magníiifico! Entonces sois vosotros los de la obra de teatro, ¿no?
Ayame parpadeó, confundida. ¿Había escuchado bien? Pero no debía ser la única que se había levantado con tapones en los oídos, porque Daruu parecía tan aturdido como ella.
—¿Eh? ¿Qué?
—¡Sí, hombre, sí! ¡Los de la obra de teatro! ¡Con el combate final entre ninjas!
—O... ¿Obra de...? —balbuceó Ayame, esperando que en cualquier momento les dijeran que era una equivocación o, mejor, una simple broma que hacían normalmente a los genin; pero, lejos de aquello, el hombre les animó a seguirle por las escaleras.
Y no tuvieron más remedio que hacerlo.
Daruu la miró, y Ayame le devolvió la mirada con absoluto pavor.
—¡Kōri nos dijo que era un simple combate! —le susurró, en un intento porque el hombre no la escuchara—. ¡Es lo que ponía en el pergamino! N... no... una... una... obra... ¡de teatro!
¿Desde cuándo había pasado de ser una kunoichi al mundo del espectáculo? ¿Pero quiénes se creían que eran ellos? ¡Ella no había hecho más obras que los papeles infantiles e inocentes del colegio cuando eran unos niños! ¿Cómo iba a actuar de forma profesional frente a un público en un evento tan importante como la inauguración de un edificio?
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Ayame le susurró unas palabras por lo bajo.
—Lo sé, lo sé, a mí tampoco me apetece nada —respondió él, también entre susurros—. El otro día ya hice el ridículo suficiente disfrazado de bollito. —Suspiró. La semana anterior, habían cumplido una misión en la que se dedicaron a vender bollitos de calabaza en las calles. A Daruu le había tocado disfrazarse, agitar una campana y atraer clientes, algo que consideró una verdadera humillación—. Oh, por Amenokami, espero que no nos tengamos que disfrazar de nada, por todos los dioses que no tengamos que disfrazarnos...
—La aldea tuvo a bien informarnos de vuestras medidas —comentaba el responsable del hotel—. Os hemos preparado unos trajes maravillosos.
«¡Noooooooooooooooooooooooo!»
Subieron hasta el primer piso y luego giraron a la derecha. Descubrieron, una vez allí, que las primeras habitaciones no eran hospedajes, sino la cafetería, una sala de masajes, un pasillo que conectaba al edificio de la izquierda y que llevaba a las cocinas y demás reservados del personal, y su destino: otro corredor que conectaba dos edificios. En esta ocasión, conectaba con un amplio dojo, de suelo de madera y de paredes con espejos. El techo era blanco y estaba cubierto de lámparas que garantizaban una buena iluminación.
En una esquina habían unos grandes cajones de madera. El hombre les pidió que lo siguieran. Daruu ya estaba rezando a todas las deidades y demonios del inframundo para que los trajes que les habían preparado no fuesen... Bueno, cualquier cosa parecida a un bollito gigante y acolchado.
—Por cierto, no me he presentado. Me llamo Shanatori Takeuchi, responsable de la cadena en El Patito Pluvial —dijo, mientras abría uno de los baúles y rebuscaba entre los trajes.
Afortunadamente, lo que Takeuchi les ofreció no era, ni de lejos, algo que pudieran considerar una humillación. Eran dos trajes negros de ninja clásico, con máscara hasta la nariz y capucha para tapar el cabello. Uno de los trajes incluía una bandana con el símbolo del Sol y otro con el de la Luna.
—Bueno, está claro quién va a llevar cada uno, ¿eh? —dijo Daruu. Ayame se apellidaba literalmente "Luna Azul", y él, aunque no adoptó el apellido Hyuuga, sabía que significaba lugar en el Sol.
—¡Me alegra que lo tengáis tan claro! Mirad —dijo Takeuchi, señalando una puerta blanca que pasaba desapercibida, y en la que los jóvenes no habían reparado hasta el momento—. Allí tenéis un vestuario para cambiaros. Y bueno, aparte de los trajes en este baúl tenéis todo lo que podríais necesitar... Esto... Son armas de mentira, bolsas de sangre (muy útiles, os la escondéis en el traje y... BAM, al golpearla estalla en pintura carmesí) —Hizo el movimiento correspondiente al BAM en el pecho con una mano. Se acarició, porque era evidente que se había hecho daño—. Ay, qué entusiasmado he estado... ¡Es que me hace tanta ilusión! Quiero que sea... ¡perfecto!
Avanzó hasta el centro de la sala.
—En fin, ¿alguna pregunta?
Daruu miró a Ayame un momento, y luego de nuevo a Takeuchi. Torció la cabeza, confuso.
—Esto... sí, en realidad sí —admitió—. Ha mencionado una obra de teatro, pero... No sabemos muy bien qué tenemos que hacer.
—¡AY, PERDONAD! —dijo, llevándose las manos a la cabeza. Otra vez con mucho entusiasmo. Se volvió a hacer daño—. Veréis, es una obra de teatro corta. Cada uno custodiará a su señor feudal por unos caminos. En el Cruce del Kunai —así se llama la obra, ¿a qué es genial?—. Bueno, en el Cruce del Kunai las dos comitivas se cruzarán, y los ninjas, de clanes enfrentados, tendrán que matar al señor feudal del otro. ¡Entonces los ninjas se enfrentarán entre sí, porque es la única manera de cumplir la misión!
A Daruu se le ocurrían muchas otras maneras de cumplir la misión, por ejemplo, utilizar un clon para asesinar al señor feudal contrario, entre otras muchas cosas.
Pero suponía que era la excusa para el espectáculo.
—Luego repasaremos el guión, no os preocupéis. El guión no es lo importante. —Hizo un ademán con la mano, como quitándole importancia—. Lo importante es la pelea. ¡La coreografía! Vuestro trabajo consiste en inventarla, ensayarla, y ¡ponerla en práctica esta noche en la gran inauguración!
—Vale, entonces, quieres que ensayemos y planifiquemos aquí la pelea hasta esta noche, ¿no?
—¡Exacto! —Takeuchi le guiñó un ojo y le señaló con los dos dedos índices. A Daruu le dio un escalofrío—. Ahora, si me disculpáis, voy a salir. ¡Tenemos mucho trabajo en el hotel! Oh, por cierto, si tenéis hambre o sed, podéis subir arriba, tenéis las consumiciones gratis que queráis. Así, de paso, le echáis un vistazo al escenario real.
—Vale, de acuerdo... —Daruu se cruzó de brazos y balanceó el peso del cuerpo de una pierna a otra.
Takeuchi abandonó la sala y cerró la puerta. Daruu se dio la vuelta.
—Bien... ¿nos ponemos los trajes? —rio. Tenía que reconocer que la idea de aquella pantomima estaba empezando a resultarle divertida—. Oye, voy a mirar un momento el baúl.
—UUUUUUUUUAAAAAAALA —Exclamó Daruu unos segundos más tarde, enarbolando un arma gigantesca que se iluminaba incluso, y parecía imbuída en el más ardiente de los fuegos—. ¡Eh, Ayame, mira esto! ¡FIUUAAASSS! —Zarandeó la espada, que era sorprendentemente ligera, de un lado a otro.
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(Última modificación: 11/12/2017, 12:47 por Aotsuki Ayame.)
—Lo sé, lo sé, a mí tampoco me apetece nada —le respondió Daruu, también entre susurros—. El otro día ya hice el ridículo suficiente disfrazado de bollito —suspiró, y Ayame no pudo reprimir una sonrisilla que aleteó en sus labios. Parecía que su compañero aún no había olvidado, ni perdonado, la misión de la semana anterior—. Oh, por Amenokami, espero que no nos tengamos que disfrazar de nada, por todos los dioses que no tengamos que disfrazarnos...
Pero Ayame torció el gesto, dubitativa. Si iban a actuar en un escenario, lo más probable era que...
—La aldea tuvo a bien informarnos de vuestras medidas —comentó el responsable del hotel—. Os hemos preparado unos trajes maravillosos.
«Lo sabía.» Se sonrió Ayame, ligeramente incómoda, y lanzó una mirada de reojo a su compañero, que difícilmente era capaz de disimular el horror que sentía ante la idea. Ahora lo único que les quedaba saber era de qué se vestirían, y cómo tendrían que actuar.
Llegaron al primer piso y su guía les hizo girar a la derecha. Se encontraron ante las primeras habitaciones, que en realidad resultaron ser una cafetería y una sala de masajes que a Ayame no le desagradaría nada la idea probar. Un pasillo a la izquierda llevaba a las cocinas y los reservados del personal y, también allí, su destino, otro corredor que conectaba dos edificios y que llevaba a un amplio dojo de suelos de madera, paredes con múltiples espejos y techo blanco cubierto de lámparas. El hombre les llevó hasta unas grandes cajas de madera que había en una esquina y que, presumiblemente, debían contener los trajes que iban a ponerse.
—Por cierto, no me he presentado. Me llamo Shanatori Takeuchi, responsable de la cadena en El Patito Pluvial.
—Oh, es un placer, Shanatori-san —contestó Ayame, con una ligera inclinación.
Takeuchi, que había estado rebuscando entre los cajones de madera, no tardó en tenderles las prendas. Para sorpresa, y fortunda, de ambos chiquillos, no se trataba de nada demasiado extravagante sino que eran dos clásicos trajes de ninja, oscuros y con una máscara para cubrir la mitad inferior del rostro.
«Al menos será difícil que nos reconozcan con estas pintas» Pensó Ayame, aliviada. Fue entonces cuando reparó en un último detalle del disfraz, y quizás el más llamativo. Ambos tenían sendas bandanas, pero uno llevaba grabado en el metal un sol y el otro una luna.
—Bueno, está claro quién va a llevar cada uno, ¿eh?
Ayame sonrió nerviosa. Ciertamente, habían tenido un acierto muy curioso con aquel último detalle. El apellido Hyūga se podía interpretar como "lugar soleado" mientras que Aotsuki...
«Luna azul...» Torció el gesto ligeramente.
—¡Me alegra que lo tengáis tan claro! Mirad —dijo Takeuchi, señalando una puerta blanca que pasaba bastante desapercibida—. Allí tenéis un vestuario para cambiaros. Y bueno, aparte de los trajes en este baúl tenéis todo lo que podríais necesitar... Esto... Son armas de mentira, bolsas de sangre (muy útiles, os la escondéis en el traje y... BAM, al golpearla estalla en pintura carmesí) —Se golpeó en el pecho con una mano, y enseguida contrajo el rostro en una mueca de dolor—. Ay, qué entusiasmado he estado... ¡Es que me hace tanta ilusión! Quiero que sea... ¡perfecto!
«Pero un Hōzuki no sangra...» Meditó Ayame para sus adentros, pero enseguida apartó aquel pensamiento de su mente. Takeuchi parecía tremendamente ilusionado con el espectáculo, lo último que podían hacer era fallarle.
—En fin, ¿alguna pregunta?
Daruu intercambió una breve mirada con Ayame, y enseguida reflejó sus propias dudas al respecto.
—Esto... sí, en realidad sí —admitió—. Ha mencionado una obra de teatro, pero... No sabemos muy bien qué tenemos que hacer.
—¡AY, PERDONAD! —respondió, y se pegó tal manotazo en la cabeza que se volvió a hacer daño—. Veréis, es una obra de teatro corta. Cada uno custodiará a su señor feudal por unos caminos. En el Cruce del Kunai —así se llama la obra, ¿a qué es genial?—. Bueno, en el Cruce del Kunai las dos comitivas se cruzarán, y los ninjas, de clanes enfrentados, tendrán que matar al señor feudal del otro. ¡Entonces los ninjas se enfrentarán entre sí, porque es la única manera de cumplir la misión!
Ayame se llevó una mano al mentón, pensativa. En pocas palabras, iban a hacer una especie de pantomima de lo que podía ser perfectamente una misión de alto rango.
—Luego repasaremos el guión, no os preocupéis. El guión no es lo importante. —Hizo un ademán con la mano, como quitándole importancia—. Lo importante es la pelea. ¡La coreografía! Vuestro trabajo consiste en inventarla, ensayarla, y ¡ponerla en práctica esta noche en la gran inauguración!
—Vale, entonces, quieres que ensayemos y planifiquemos aquí la pelea hasta esta noche, ¿no?
—¡Exacto! —en un movimiento de lo más extravagante, Takeuchi le guiñó un ojo y le señaló con los dos dedos índices. Parecía que aquel hombre llevaba el entusiasmo en la sangre—. Ahora, si me disculpáis, voy a salir. ¡Tenemos mucho trabajo en el hotel! Oh, por cierto, si tenéis hambre o sed, podéis subir arriba, tenéis las consumiciones gratis que queráis. Así, de paso, le echáis un vistazo al escenario real.
«Nos podría haber dejado también en salón de masajes... para relajar la tensión y eso, claro...» Pensó Ayame, pero asintió conforme junto a su compañero.
Takeuchi abandonó la sala y cerró la puerta tras de sí.
—Bien... ¿nos ponemos los trajes? —rio Daruu.
—Será lo mejor. Al menos para ver cómo nos quedan los trajes. Me pregunto quién les habrá dado nuestras medidas...
Sin embargo, Daruu pareció cambiar de idea a la mitad. Se dirigió a los cajones para curiosear, y Ayame no pudo hacer menos que seguirle.
—UUUUUUUUUAAAAAAALA —exclamó Daruu, que había sacado un gigantesco arma que se iluminaba de tonos amarillos, rojos y anaranjados como si de fuego se tratara.
—P... ¿Pero eso qu...?
—¡FIUUAAASSS! —Como un niño con un juguete nuevo, Daruu zarandeaba el arma de un lado a otro, y Ayame tuvo a bien apartarse a un lado antes de que le rebanara la cabeza con ella.
—O... oye, no serán de verdad, ¿no? —preguntó, acercándose con cierta cautela. Se arrodilló junto al cajón y comenzó a rebuscar. Había armas de todos los tipos, clases, colores, luces y adornos que cualquier imaginación pudiera alcanzar. Eran utensilios que, más que realistas o fáciles de manejar, se dejaban guiar más bien por la estética y la suntuosidad. Y de entre todas aquellas, Ayame tomó una lanza increíblemente larga, de bastón ondulado que remataba en un filo cristalizado de color azul que lanzaba destellos gélidos cuando era herida por la luz—. ¡Parece de hieloooo! ¡Mírame! ¡Soy Kōri, El Hielo! Perdón. Soy Kōri, el Hielo —repitió, borrando la sonrisa de su cara y con la voz más apática que fue capaz de replicar.
La agarró con ambas manos, aunque nunca antes había usado una lanza, y la movió hacia delante en una rápida estocada. El material era muy ligero, por lo que era bastante fácil de manejar. La apoyó momentáneamente en el suelo, y volvió a sumergirse en el cajón. También le llamó la atención un arco cristalino y cuya forma asemejaba de alguna manera a una luna, de complicados grabados, que venía con varias flechas de azul color brillante.
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—¡Claro que no son de verdad, idiota! —repuso Daruu, y le golpeó amistosamente con la espada en el hombro, que hizo un pequeño ploc. No sólo no eran de verdad, sino que eran de goma, de modo que más o menos podían hacer el tonto con ellas como quisieran. Daruu depositó la espada de fuego en el baúl y siguió rebuscando junto a Ayame.
La muchacha tomó una lanza súper larga, ondulada, totalmente irrealista, que acababa en un filo de plástico increíblemente parecido al cristal.
—¡Parece de hielooooo! ¡Mírame! ¡Soy Kōri, El Hielo! Perdón. Soy Kōri, el Hielo —bromeó Ayame, imitando la apatía habitual de su hermano.
Daruu rio tanto que tuvo que apoyarse en el baúl para no caerse.
—¡Voy a probarme el traje! —canturreó—. No, si ya verás, al final nos lo pasaremos bien.
Al girarse para dirigirse a los probadores, le pareció ver cómo la puerta de salida se cerraba. Pero... ¿había sido su imaginación? Sí, debió de ser eso.
Lejos, en el pasillo de entrada, una figura blanca caminaba rápidamente en la otra dirección.
«Yo... Yo no soy así. No soy tan inexpresivo. ¿No?»
Daruu volvió después de cinco minutos con un traje que se adaptaba perfectamente a su cuerpo. Era negro como el tizón, pero tenía evidentes adornos cerca de las rodillas, la cintura, los codos y el cuello que reflejaban la luz, probablemente para que el público pudiera seguir sus movimientos. Tenía una máscara típica que cubría el cuerpo y la cara hasta por encima de la nariz.
—Cuesta un poco respirar con esto...
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Ante su representación de Kōri, Daruu rompió a reír con tantas ganas que se vio obligado a apoyarse en el baúl para no caer al suelo de culo. Una sonrisa tímida asomó a los labios de una sonrojada Ayame. Nunca se había considerado una persona especialmente graciosa, pero de alguna manera le halagaba que a Daruu le divirtiera tanto la situación.
Menos mal que no estaba allí su hermano, para verlo. Probablemente no habrían salido vivos de aquella.
—¡Voy a probarme el traje! —canturreó él—. No, si ya verás, al final nos lo pasaremos bien.
—Bueno... ya veremos a la hora de actuar... —musitó ella, no tan convencida.
Le pareció oír un débil chasquido tras su espalda cuando Daruu comenzó a alejarse, pero cuando se giró sólo se encontró con la puerta de entrada cerrada. Suponiendo que había sido su imaginación, o algún despistado que se habría equivocado de puerta, se encogió de hombros y terminó por volcar el contenido del cajón en el suelo mientras Daruu se cambiaba. Se encontró con todo tipo de cosas, a cada cual más extraña que la anterior: shuriken que parecían flores, martillos dignos de una deidad del norte, armas de forma prismática que terminaban en un pequeño tubo hueco e incluso lanzas que, en lugar de terminar en un filo, remataban con una esfera brillante en su extremo.
—Cuesta un poco respirar con esto...
Cuando Ayame alzó la mirada para mirarle, le costó algunos segundos reconocer a su compañero de equipo debajo de aquel traje oscuro y aquella máscara que le tapaba la mitad inferior del cuerpo. Sonrió, afable.
—¡Oye, pues no te queda nada mal! Podrías sustituir tu atuendo por algo parecido a eso —bromeó, incorporándose—. Voy a vestirme yo también.
Cogió sus propios ropajes y se dirigió al probador. Ella tardó algo más en salir, principalmente por la vergüenza que le daba estar vestida de aquella manera.
«¿Pero qué clase de visión tienen de las kunoichis?» Pensaba, maldiciendo toda su suerte.
Aquel traje se ajustaba a la perfección a su cuerpo. Se ajustaba demasiado a su cuerpo. Afortunadamente, no enseñaba más de lo que debería, pero se sentía como si la hubieran embutido en un traje de látex. Era negro de arriba a abajo, con algunos motivos brillantes de color azul que ascendían por la cintura, las rodillas y los codos. La máscara, igual que la de Daruu, ocultaba la parte inferior de su rostro, dificultándole una tarea tan simple como respirar. Por último, y de manera poco convencida, sustituyó su propia bandana por la que le habían ofrecido, con el símbolo de la luna.
«Así es como si no la ocultara.» Pensó para sí, torciendo el gesto.
Pero al fin salió del probador, y buscó con la mirada a Daruu.
—Bueno, ¿ahora qué? —preguntó, sonrojada hasta las orejas. Se sentía ridícula.
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—¡Oye, pues no te queda nada mal! Podrías sustituir tu atuendo por algo parecido a eso —dio Ayame—. Voy a vestirme yo también.
—Sí hombre —protestó Daruu, levantando una ceja, o intentando levantarla, porque no podía moverlas—. No me imagino con esto todo el día. Me escuece la cara ya...
Dejó que la muchacha se vistiera y se acercó al baúl que había volcado Ayame al suelo.
—¡Hala, bestia, lo has tirado todo! —gritó, para que pudiera oírle. Entonces encontró un curioso shuriken de goma en el suelo y se agachó a recogerlo. En lugar de un agujero, tenía un eje sobre el que rotar. Y a la mínima que uno le daba a una de las puntas para que comenzase a girar, ya no dejaba de hacerlo. Era como si aquél pequeño falso arma hubiera decidido olvidar lo que significaba la fricción. Daruu jugueteó un poco más con él, y pronto se dio cuenta de que causaba cierta adicción. Sus ojos se movían al compás del giro, sumidos en una vorágine hipnótica—. Ugh —se quejó, y lo lanzó al montón, donde siguió girando. Aquellas cosas parecían un Genjutsu hecho realidad.
La puerta del probador se abrió, y Daruu se dio la vuelta. Abrió la boca de par en par —menos mal que tenía la máscara y no se le notaba—.
Hasta ahora, había visto a Ayame. La había mirado, claro. Y le gustaba. Toda ella. Pero ahora la estaba viendo. Ayame era muy tímida, y se vestía modestamente. Pero aquél traje sacaba a relucir curvas que no sabía siquiera que Ayame podía tener.
Daruu sacudió la cabeza cuando su compañera le habló. Rojo como un tomate, se dio la vuelta y cogió un escudo para mirarlo por delante, por detrás... y para cubrirse una ansiosa pubertad, que estaba haciendo acto de presencia en el peor momento. Y es que a él también le venía ajustado el traje y, bueno...
—Esto... te sienta muy bien, Ayame-chan... —dijo, con un hilo de voz—. Pues... Deberíamos planificar una pelea. Ya sabes, la cuerpografíaCOREOGRAFÍA, COREOGRAFÍA.
Lanzó el escudo a un lado, cogió el shuriken de giro infinito y se lo arrojó. Entonces quedó impresionado: el arma, gracias a ese giro antinatural, hizo una bonita parábola en el aire y pasó a un lado de Ayame sin tocarla.
Suspiró. Si intentaba acostumbrarse a verla así, quizás el cuerpo dejaba de pedirle algo tan apremiantemente.
O quizás se lo pidiera con más apremio.
Sacudió la cabeza, se dio la vuelta de nuevo y se puso a rebuscar en el baúl, totalmente avergonzado.
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Pero Daruu, con lo que parecía ser un escudo entre sus manos, se dio la vuelta y le dio la espalda. Ayame ladeó ligeramente la cabeza, extrañada ante tal comportamiento, pero antes de que pudiera preguntar al respecto, su compañero habló:
—Esto... te sienta muy bien, Ayame-chan... —dijo, con un hilo de voz.
—Q... ¿Qué dices? Esta ropa es horrible —replicó ella, con las mejillas arreboladas.
—Pues... Deberíamos planificar una pelea. Ya sabes, la cuerpografíaCOREOGRAFÍA, COREOGRAFÍA —se corrigió rápidamente, aunque Ayame no llegó a escuchar la primera parte.
Tampoco le importaba demasiado, pero Daruu actuaba de un modo muy extraño.
«Quizás me ve tan ridícula como me veo yo... y se está conteniendo para no reírse...»
De un momento para otro, su compañero arrojó el escudo a un lado, cogió un extraño shuriken que en lugar de un hueco en su centro tenía un eje y se lo arrojó. El arma trazó una elegante parábola en el aire y, aunque estaba lejos de alcanzarla, Ayame se apartó por puro reflejo.
—Vaaaya. ¿Te imaginas tener estas armas, pero de verdad? Sería curioso cuanto menos.
Comenzó a pasearse por la sala, sujetándose el mentón con una mano.
—No tenemos el guión y sólo tenemos la información que nos dio Takeuchi-san, así que todo lo que hagamos ahora va a ser pura improvisación —meditó en voz alta—. Se supone que cada uno estamos custodiando a un Señor Feudal, y que nuestras comitivas se encuentran en el Cruce del Kunai. Ahí es donde comenzará el combate, así que deberíamos empezar por algo de Taijutsu simple, ¿no crees, Daruu-kun?
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