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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
—A mí no me gustan, pero, ¿tienes algo en contra de los tomates? —rio Ayame.

Daruu negó con la cabeza.

—N-no, es que me acababa de imaginar esta escena precisamente en la cabeza y me pregunto si me estoy volviendo loco ya o algo.

Kori se dio la vuelta y caminó hacia el carro. El buen hombre del carruaje tuvo a bien detenerse frente a ellos.

—Buenos días, señor —Inclinó la espalda ligeramente—. ¿Hacia dónde se dirige? Vamos de camino a Yukio, y me gustaría saber si le supondría un gran problema acercarnos, aunque fuera una parte del trayecto.

Ayame se acercó a uno de los caballos y levantó la mano, acercándola al animal. Daruu se acercó rápidamente y la llamó con un psst.

—Oye, oye —susurró—. Deja a los caballos, Ayame-san. ¿Y si se asustan y salen corriendo?

El caballo al que estaba a punto de acariciar Ayame giró la cara hacia ellos y los observó un momento. La agachó al encuentro de la mano de Ayame, pero justo cuando estaba a punto de tocar su piel, resopló y les llenó a ambos de babas.

Daruu se apartó y se limpió la cara con la manga del jersey.

—¡Aaay, qué ascoooo! —gimió.


···


—No sé, no sé... —dijo el mercader—. Por una parte, no me vendría mal tener algo de protección, sobretodo cuando pasemos cerca de Shinogi-to. Y sé que estaríais encantados de ayudar a un pobre samaritano si deciden asaltarlo. —Sonaba más a exigencia que a comentario sin más, pero al fin y al cabo él iba a llevarles, de no ser porque—: Sin embargo, como podéis ver, llevo la parte de atrás hasta arriba de tomates. Y van hasta Yukio, nada menos, sí. Me temo que no hay mucho espacio para vosotros. Como mucho, cabemos tres en la parte de delante, y muy apretados. Y si alguno se sube encima de los tomates, me los aplasta. Además, las dos pobres yeguas mías son viejas, y aunque robustas, no sé si podrían cargar con tanta gente, conmigo y con los tomates...
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#17
En vistas de lo que Ayame estaba a punto de hacer, Daruu se apresuró a acercarse a ella y la chistó:

—Oye, oye —le susurró—. Deja a los caballos, Ayame-san. ¿Y si se asustan y salen corriendo?

Ayame, con la mano paralizada en el aire, se volvió hacia su compañero y le dirigió un mohín.

—Pero si no le voy a hacer nada, sólo quiero tocarlo... Es tan bonito... —le replicó—. Además, es imposible que salgan corriendo, están atados al carro.

Mientras tanto, Kōri seguía su particular negociación con el dueño del carromato.

—No sé, no sé... —dijo el mercader—. Por una parte, no me vendría mal tener algo de protección, sobretodo cuando pasemos cerca de Shinogi-to. Y sé que estaríais encantados de ayudar a un pobre samaritano si deciden asaltarlo.

Aquello había sonado más como una exigencia, pero Kōri asintió conforme. Era un pago justo, a cambio de que les hiciera el trayecto más corto. Pero no podía ser tan fácil.

—Sin embargo, como podéis ver, llevo la parte de atrás hasta arriba de tomates. Y van hasta Yukio, nada menos, sí. Me temo que no hay mucho espacio para vosotros. Como mucho, cabemos tres en la parte de delante, y muy apretados. Y si alguno se sube encima de los tomates, me los aplasta. Además, las dos pobres yeguas mías son viejas, y aunque robustas, no sé si podrían cargar con tanta gente, conmigo y con los tomates...

—Entiendo... —respondió El Hielo, pensativo.

—¡Aaay, qué ascoooo!

—¡Lo ves! ¡Está jugando!

Las exclamaciones de los dos chicos le hizo volverse. Ayame se reía, mientras que Daruu torcía el gesto en la mueca de asco más profunda que había visto en mucho tiempo. No era para menos, pues ambos estaban cubiertos por una sustancia líquida, viscosa y transparente... Babas de caballo.

—Chicos, no es momento para jugar —les regañó, aunque por su átono tono de voz nadie poría haberlo dicho.

—¡Lo siento, Kōri... -sensei! —exclamó Ayame, que enseguida se acercó a él.

—Ayame, Daruu-kun, viajaréis con este hombre sobre su carro y le protegeréis de cualquier amenaza que pueda surgir.

Ayame parpadeó, confundida.

—¿Y qué pasa contigo?

—Yo viajaré por otros medios, pero me mantendré lo suficientemente cerca como para tener un ojo siempre encima de vosotros. ¿Entendido?

Ayame asintió. Pero Kōri se volvió una última vez hacia el mercader.

—¿Está bien así? Los chicos son jóvenes, pero son ninjas cualificados. Y de todas maneras yo estaré pendiente por si pudiera surgir cualquier imprevisto.
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#18
—Chicos, no es momento para jugar —les regañó Kori.

Daruu se dio la vuelta, limpiándose todavía la baba de caballo con la cara más asquerosa que os podáis imaginar.

—¡Intenté advertirla, Kori-sensei! —dijo, y se dio la vuelta hacia Ayame con un puchero—. ¿Ves? Te dije que no lo tocaras.

Como un niño pequeño, dijo "hmpf" y se alejó unos metros, todo lo que pudo sin alejarse demasiado del grupo.

—Ayame, Daruu-kun, viajaréis con este hombre sobre su carro y le protegeréis de cualquier amenaza que pueda surgir.

—¿Y qué pasa contigo?

—Yo viajaré por otros medios, pero me mantendré lo suficientemente cerca como para tener un ojo siempre encima de vosotros. ¿Entendido?


Daruu hizo "ok" con la mano derecha, discretamente, y se acercó al carro. Se subió a la derecha del hombre.

—Con permiso.

—¿Está bien así? Los chicos son jóvenes, pero son ninjas cualificados. Y de todas maneras yo estaré pendiente por si pudiera surgir cualquier imprevisto.

El transportista estaba confundido, porque evidentemente no entendía, como Ayame, cómo Kori iba a seguirles si no subía al carro.

—Sí, claro... Yo encantado. Además, el único peligro que suele haber por estos caminos es una pequeña banda de maleantes cobardes que no supondrían una amenaza para estos zagales. Una vez hasta me ocupé yo mismo de dos de ellos. —Hinchó el pecho con orgullo y se dio dos toquecitos en el centro con el dedo pulgar—. No solemos contratar escolta precisamente por eso. Pero quién sabe. Además, ya os he dicho que no me cuesta nada, sólo era el tema del espacio.

Se encogió de hombros, y le hizo una señal a Ayame.

—¡Vamos, zagala, a mi izquierda!
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#19
El mercader parecía genuinamente confundido, pero enseguida reaccionó para responder a la pregunta de Kōri:

—Sí, claro... Yo encantado. Además, el único peligro que suele haber por estos caminos es una pequeña banda de maleantes cobardes que no supondrían una amenaza para estos zagales. Una vez hasta me ocupé yo mismo de dos de ellos. —Hinchó el pecho con orgullo, dándose un par de golpecitos con el dedo pulgar en él, confiado. Pero Ayame se encogió sobre sí misma al oírlo mientras se preguntaba, aterrorizada, cuáles eran las probabilidades de que toparan con esa banda de bandidos y si los atacarían aunque vieran que llevaba a dos shinobi a bordo del carro—. No solemos contratar escolta precisamente por eso. Pero quién sabe. Además, ya os he dicho que no me cuesta nada, sólo era el tema del espacio.

Kōri asintió, y el mercader terminó por señalar a Ayame.

—¡Vamos, zagala, a mi izquierda!

—S... ¡Sí, señor! —replicó al instante, antes de subir a su izquierda.

Kōri, en tierra, les despidió con un gesto de su mano mientras el mercader azuzaba a los caballos para remontar la marcha y carro comenzaba a andar con un brusco traqueteo. Sólo una vez que se alejaron lo suficiente, alzó una mano hacia sus labios...

...

—Y... ¿dice que esos bandidos le atacan siempre que hace esta ruta? —le preguntó Ayame al mercader, intentando malamente disimular el miedo que sentía ante un enfrentamiento así—. ¿No ha considerado tomar otro camino, señor?
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#20
El carro empezó a moverse, acompañando al traqueteo el ruido de cascos de los caballos contra el camino. Daruu inclinó su cuerpo para mirar detrás del vehículo, donde Kori se alejaba hacia el horizonte, haciéndose más pequeño, una diminuta mota blanca que esperaba, quieta.

«¿Ha dicho que iba a estar cerca? Pues como no corra mucho...», pensó Daruu. Kori siempre le había parecido misterioso. Era un misterio casi atractivo, para ser sincero. Siempre había pensado que si tenía que ser un tipo de ninja, quería parecerse a él de mayor. Ahora esa admiración estaba mezclada con un poco de recelo, porque Daruu seguía sin confiar en recibir el mismo trato que la hermana del Hielo, claro.

Pero Ayame no tenía la culpa, y desde luego no iba a comportarse como un crío, así que intentaba librarse de esos pensamientos cada vez que le surgían. El problema es que le surgían a cada momento.

Suspiró, volvió a recostarse contra el respaldo del asiento de madera y apoyó la cabeza atrás, cerrando los ojos.

—Y... ¿dice que esos bandidos le atacan siempre que hace esta ruta? —preguntó Ayame al mercader—. ¿No ha considerado tomar otro camino, señor?

El hombre negó con la cabeza, cerró los ojos y levantó el dedo índice hacia arriba.

—No he dicho eso, zagala —replicó—. He dicho que es el único peligro que suele haber, si es que alguna vez hay algún incidente. Y la verdad, no suele haberlo.

»Eso si no tienes en cuenta el aburrimiento, claro, ¡ja, ja, ja! —Rio sin reparos.

Tenía razón. Cinco minutos. Veinte minutos. Una hora. Dos horas. El viaje seguía su curso sin ningún incidente, y a Daruu se le estaba pegando el culo al asiento. Ya no era el descanso cómodo que había sido antes, sino una plancha de madera clavándosele en el pliegue de detrás de las rodillas, en la espalda, en el cuello.

El carruaje cogió un bache. ¡Bam! Un pequeño salto, el relinche de los caballos, su cabeza subiendo, bajando y golpeándose en la nuca con la madera.

—¡Ay! Tsk... —se quejó.

—Arrrgh, maldita sea, lo siento —gruñó el hombre del carro—. Para llegar a Yukio debemos abandonar los caminos de Shinogi-to, que son los que mejor están cuidados, por supuesto... —Señaló a la izquierda del carro, donde una silueta de piedra se erigía, muy al horizonte—. ¡Mirad! Ahí está la ciudad. ¿Véis? Hemos tenido suerte, ni rastro de la banda. A partir de aquí, el camino está solitario casi siempre. Y si nos cruzamos con alguien, será otro mercader. Pocas veces veo a alguien en el camino de Shinogi-to a Yukio.

«Sí, qué suerte...». A Daruu estaba empezando a parecerle hasta entretenida la idea de enfrentarse a unos bandoleros armados. Tenía el culo cuadrado ya, diantres, ¡tan sólo quería levantarse a estirar las piernas un rato! Pero sólo un iluso no vería la ventaja de ir en carro a Shinogi-to, y había que ser muy iluso para no querer estar en ESE carro en concreto. Los caballos tenían resistencia impresionante, e iban a buen ritmo. Lo que a pie les habría costado casi 8 horas, lo habían recorrido en aproximadamente dos y media.

—Si seguimos así, seguramente alcancemos Yukio al caer la noche.

«Lo peor será volver, sin ninguna duda», pensó Daruu. «Cargados con las cajas, si no encontramos otro carro, lo vamos a pasar mal.»

—¿No os ponéis las capas, chicos? Está cayendo una increíble, y así, tan parados... Vais a coger una buena.

—Bah, yo estoy acostumbrado —dijo—. No suelo pillar los resfriados.

—Ya, ya, ¿Pero habéis pensado que nos dirigimos a Yukio? Cuando empecemos a ver nieve, desearéis que lo único que tengáis empapado sea la capa de viaje, no la ropa dentro de la capa.

Daruu sopesó las posibilidades un momento. Se agachó para sacar la capa detrás de los tirantes de la mochila, que había dejado a sus pies. Se la colocó rápidamente.

—¡Ahhh, veo que has recapacitado sobre ello! —rio el comerciante.

Daruu se ruborizó, apartó la mirada, se rio también y se rascó la cocorota. Luego se puso la capucha de la capa de viaje.

—Tiene usted razón, mejor prevenir que curar.
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#21
El carro inició la marcha, y al constante rumor de las ruedas sobre la tierra enseguida le acompañó el golpeteo de los cascos de los caballos. A la pregunta formulada por Ayame, el mercader negó con la cabeza, cerró los ojos y levantó el dedo hacia el cielo.

—No he dicho eso, zagala —replicó—. He dicho que es el único peligro que suele haber, si es que alguna vez hay algún incidente. Y la verdad, no suele haberlo. Eso si no tienes en cuenta el aburrimiento, claro, ¡ja, ja, ja!

Rio, pero Ayame se sentía demasiado inquieta como para formular algo más que una sonrisa nerviosa.

—Ya... Ojalá tengamos suerte —se le escapó, pero enseguida sacudió la cabeza, tratando de dejar atrás sus preocupaciones—. Por cierto, me llamo Aotsuki Ayame.

«No zagala.» Completó su cerebro, pero jamás llegó a pronunciar aquellas palabras.

En su lugar, se acomodó en su sitio y apoyó la espalda contra el respaldo. Aún inquieta, echaba cada dos por tres una ojeada a su alrededor, entre los árboles y los arbustos que iban dejando atrás. Como si esperara ver en cualquier momento la sombra del peligro cernirse sobre ellos. Pero los minutos pasaban, y la kunoichi fue relajando la guardia de manera inevitable. Al cabo de media hora, sus ojos paseaban plácidamente por el paisaje que los rodeaba, maravillándose ante la belleza del mundo exterior. En algún momento alzó la mirada hacia el cielo encapotado, y aunque le costó verla en aquella maraña de nubes, un movimiento atrajo su mirada. Un ave blanca surcaba el cielo por encima de ellos. Por su tamaño y su forma de volar, debía de ser un ave rapaz. Pero no alcanzaba a distinguir el qué. Y mientras se deleitaba con la libertad del vuelo de aquel majestuoso animal, el ligero traqueteo del carromato fue relajándola poco a poco. Ayame se vio obligada a parpadear con más frecuencia, tratando de controlar la modorra que la estaba invadiendo de forma lenta pero inexorable. Y justo cuando se estaba rindiendo a Morfeo y había sucumbido a cerrar los ojos momentáneamente para descansar la vista...

¡BAM!

Un carro saltó repentinamente. Ayame sintió un fuerte golpe en la coronilla y volvió al mundo real con un grito de sorpresa que se vio enmudecido por el relincho de los caballos. Un bache en el camino.

—Arrrgh, maldita sea, lo siento —gruñó el hombre del carro, justo cuando consiguió recuperar el control de la situación—. Para llegar a Yukio debemos abandonar los caminos de Shinogi-to, que son los que mejor están cuidados, por supuesto... —Señaló a la izquierda del carro, y cuando Ayame siguió la dirección de su dedo se encogió al descubrir en la lejanía una silueta de piedra oscura—. ¡Mirad! Ahí está la ciudad. ¿Véis? Hemos tenido suerte, ni rastro de la banda. A partir de aquí, el camino está solitario casi siempre. Y si nos cruzamos con alguien, será otro mercader. Pocas veces veo a alguien en el camino de Shinogi-to a Yukio.

«Es más siniestro de lo que imaginé...» Pensó Ayame, tragando grueso.

Aunque era todo un alivio escuchar que habían pasado la zona de amenaza. A partir de entonces podrían relajarse, aunque comenzaba a resultar difícil, con todas aquellas maderas clavándose en la parte posterior de las rodillas, la espalda y la nuca.

—Si seguimos así, seguramente alcancemos Yukio al caer la noche —comentó el mercader, y Ayame alzó la mirada hacia el cielo de nuevo. Sin embargo, en un cielo siempre cubierto de nubes era difícil calcular una hora aproximada.

—¿No os ponéis las capas, chicos? Está cayendo una increíble, y así, tan parados... Vais a coger una buena.

Ayame se sintió palidecer.

—Bah, yo estoy acostumbrado —comentó Daruu, y Ayame se sobresaltó al escuchar su voz. No había hablado en todo el viaje, y casi se había olvidado de su presencia—. No suelo pillar los resfriados.

—Ya, ya, ¿Pero habéis pensado que nos dirigimos a Yukio? Cuando empecemos a ver nieve, desearéis que lo único que tengáis empapado sea la capa de viaje, no la ropa dentro de la capa.

Daruu se lo pensó unos instantes, pero luego se agachó, desató la capa que llevaba en los tirantes de la mochila de viaje y se la colocó enseguida.

—¡Ahhh, veo que has recapacitado sobre ello! —se rio el comerciante.

Daruu apartó la mirada, pero enseguida se rio también.

—Tiene usted razón, mejor prevenir que curar —respondió, colocándose la capucha por encima de la cabeza.

Pero Ayame apartó la mirada sin pronunciar palabra. Ella no llevaba consigo más que sus armas y su ropa. Kōri se había encargado de suplir su despiste, pero se había llevado con él su mochila de viaje.

Con su capa.

Tendría que aguantar sin rechistar. Y rezar a Amenokami por no pillar una buena pulmonía.

—¿Cuántas horas faltan exactamente para llegar a Yukio? —preguntó con un hilo de voz, sólo por ser consciente de cuánto tendría que soportar aquel tormento—. He perdido la noción del tiempo...
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#22
—Por cierto, me llamo Aotsuki Ayame —se había presentado Ayame, antes de partir.

—Yo Amedama Daruu.

—Koichi Kunpo, el mejor transportista del oeste —había contestado el mercader—. Sois unos zagales encantadores, zagales.

Si pensaban que iban a dejar de ser llamados zagales, lo tenían bastante claro.

···

Daruu notó que Ayame estaba distraída, como preocupada. Entonces se dio cuenta de que no llevaba la mochila de viaje consigo.

—¿Cuántas horas faltan exactamente para llegar a Yukio? —preguntó con un hilo de voz, sólo por ser consciente de cuánto tendría que soportar aquel tormento—. He perdido la noción del tiempo...

—Pos' no sé essatamente, chiquilla —contestó el conductor del carruaje—. Acabamos de pasar por Shinogi-to, así que, depende del ánimo que lleven los caballos... Mmh, ¿unas ocho, nueve horas? Ya te digo, suelo hacer esta ruta a menudo. Es un poco dura, la verdad. ¿Tú no has traído capa, zagala?

Daruu se mordió el labio inferior, nervioso.

—¿Puede detener el carro un momento, Kunpo-san? Por favor.

—¿Detener el carro? —contestó sorprendido el conductor—. Pero, ¿para qué?

—¿Podría usted ir en uno de los laterales perfectamente, o supondría algún problema?

—Aaah, ya veo lo que vas a hacer. Jeje. Ay, la juventud, qué zaballesca. —Ninguno de los dos genin entendió qué quería decir exactamente Kunpo, pero aún así mandó frenar a los caballos y señaló a Daruu con dos suaves aspavientos para que bajase. También hizo lo mismo con Ayame. Luego, se deslizó ligeramente a la izquierda.

—V-vamos, Ayame-san. Ponte en el centro. ¡Vamos! —La apremió Daruu. Después de que le hiciera caso, él se quitó la capa y se sentó en la parte derecha.

Le dio la vuelta a la prenda, y colocó uno de los extremos en su hombro. Después, tendió el otro extremo a Ayame y apartó la mirada, ruborizado como un tomate.

—Vamos, t-tonta. Arrópate, que si no vas a llegar más congelada que... que tu hermano.

Kunpo sonrió para sus adentros y dio la orden a los caballos para que retomasen la marcha.
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#23
—Pos' no sé essatamente, chiquilla —respondió Kunpo, y Ayame se estremeció de solo pensar en las
horas que tendría que soportar el frío que estaba por venir. Aguardando como unas fauces de hielo abiertas de par en par al final del camino—. Acabamos de pasar por Shinogi-to, así que, depende del ánimo que lleven los caballos... Mmh, ¿unas ocho, nueve horas? Ya te digo, suelo hacer esta ruta a menudo. Es un poco dura, la verdad. ¿Tú no has traído capa, zagala?

«¿¡OCHO O NUEVE HORAS?!» El terror la invadió inmediatamente. Ayame se mordió el labio, preguntándose qué iba a hacer para soportar aquello. Pero era imposible... Voy a morir.

—¿Puede detener el carro un momento, Kunpo-san? Por favor —intervino Daruu de golpe, y Ayame le miró, interrogante.

No fue la única.

—¿Detener el carro? —preguntó Kunpo—. Pero, ¿para qué?

—¿Podría usted ir en uno de los laterales perfectamente, o supondría algún problema?

—Aaah, ya veo lo que vas a hacer. Jeje.

«Pues yo no.» Pensó Ayame, torciendo el gesto ligeramente.

—Ay, la juventud, qué zaballesca.

Con un tirón de las riendas, los caballos se detuvieron entre resoplidos y un ligero relincho. Ante una señal de Kunpo, los dos muchachos se bajaron del carro, y después se movió hacia el lado izquierdo.

—V-vamos, Ayame-san. Ponte en el centro. ¡Vamos! —balbuceó Daruu.

Ayame dudó un instante, pero después obedeció. Se sentó entre Daruu y Kunpo y entonces, bajo su inquisitiva mirada, su compañero de misión se quitó su propia capa, le dio la vuelta y colocó uno de sus extremos en sus hombros y el otro se lo tendió a ella. Ayame volvía a mirarle con la confusión reflejada en sus ojos castaños, pero él se afanaba por apartar el contacto visual. Se había sonrojado hasta las orejas.

—Vamos, t-tonta. Arrópate, que si no vas a llegar más congelada que... que tu hermano.

Le había costado entenderlo. O quizás lo había hecho pero se negaba a aceptar que Daruu estuviese haciendo algo así por ella. Pero entonces fue su turno de ruborizarse. Y aunque al principio protestó y trató de negarse en un concurso de excusas ridículas, al final terminó accediendo, con el cuerpo rígido como una tabla al amparo de la calidez de la misma capa que Daruu llevaba sobre sus hombros.

—G... Gracias... —susurró en voz baja, con la mirada clavada en sus pies.

El carro había reanudado la marcha, pero entonces Ayame se dio cuenta de algo muy importante.

—K... Kunpo-san, ¿seguro que puede manejar a los caballos bien desde esa posición? —preguntó. Lo último que deseaba era que su estúpido despiste perjudicara al hombre que había accedido a confiar en dos genin que no conocía de nada y llevarlos tan lejos.
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#24
Pese a las numerosas excusas que Ayame intentó poner entre la manta y su frágil cuerpecillo, pronto convertido en cubito de hielo, finalmente aceptó y ambos jóvenes se taparon por la túnica.

«Me siento como un infantil y un inmaduro, sólo es una manta, y si no la compartimos se va a congelar», pensó Daruu, pero no por ello se serenó y mantuvo la mirada clavada en algún punto de la derecha, muy lejos, en las montañas. Allá a lo lejos, en la base de la cordillera, distinguió una silueta oscura formada por cientos de rectángulos, que se erigían torcidos, irregulares, con sus cuerpos de piedra, vidrio y metal rotos por el paso del tiempo, y por el paso de otra cosa. «La Ciudad Fantasma... Será mejor que no le diga a Ayame nada. Igual no se da cuenta.
Con lo miedosa que es, seguro que se pone a tiritar aún más.»


El cuerpo de Ayame temblaba. Aunque había intentado poner mil y una excusas para no compartir manta, se la notaba fría, y pronto se hizo evidente que el consejo de Kunpo sobre ponerse la capa de viaje iba a ser muy acertado.

—K... Kunpo-san, ¿seguro que puede manejar a los caballos bien desde esa posición?

—Cuesta un poco más de esfuerzo por mi parte, pero lo he hecho otras veces —dijo—. No os preocupéis, una vez llevé a tres chiquillos pequeños de tres años. Esos sí que dieron guerra. Claro que no fue por estos caminos.

Daruu echó la cabeza hacia atrás, resignándose a que iban a tener que soportar aquél incómodo carruaje durante muchos kilómetros. Nueve horas... La sóla idea de imaginárselo le daba mareos y dolor de cabeza, de modo que decidió dejar de imaginar eso y ponerse a pensar en otras cosas.

Primero pensó en otras cosas. Al rato, pensaba en tonterías. Y al rato de nuevo, se había quedado profundamente dormido, junto a Ayame. Los dos con la cocorota pegada.


···


—Chicos, chicos. ¡Hemos llegado!

La voz de Kunpo les despertó. En cuanto Daruu se dio cuenta de que estaba pegado a la cara de Ayame, dio un respingo, tosió, incómodo y saltó del carro corriendo. Inmediatamente se dio cuenta de que se había dejado la capa detrás. Inmediatamente, porque estaba nevando. Y se notaba.

Se dio la vuelta, se restregó los ojos con los dedos, y no pudo evitar decir "ooooh".

Era de noche, y las nieve y las luces de las casitas bajas y farolas de Yukio pintaban el resto de un precioso cuadro. Estaban en el centro de la ciudad, tras cruzar un puente de piedra arqueado, donde al parecer Kunpo tenía el almacén de entrega. El río, que cruzaba la ciudad, les permitía ver desde cierta distancia una fotografía más o menos completa de lo que era la ciudad.

Por supuesto, Daruu ya había estado allí, pero el par de veces que la había visitado no había estado fuera, de noche, mientras nevaba, y para ser sinceros aunque lo hubiera estado le habría parecido igual de bonito.

—¡Muchas gracias por traernos, Kunpo-san! —dijo—. Habría sido una odisea a pie.

«La odisea que será cuando tengamos que volver, sin ninguna duda...»

—Ha sido un placer —contestó Kunpo, inclinando la espalda en una ligera reverencia. Bajó del carro y acarició a uno de los caballos—. ¡Buen chico! Os habéis portado divinamente, caballetes...

»Lo que me pregunto es... ¿Qué habrá sido de vuestro sensei?

—Pff, como no haya venido volando...
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#25
—Cuesta un poco más de esfuerzo por mi parte, pero lo he hecho otras veces —respondió Kunpo—. No os preocupéis, una vez llevé a tres chiquillos pequeños de tres años. Esos sí que dieron guerra. Claro que no fue por estos caminos.

Ayame se rio entre dientes al imaginar la escena. Si entre los tres ya estaban apretujados, no quería imaginar lo que debía ser tener que controlar a tres niños inquietos y revoltosos revoloteando por el carro.

Ayame sintió que Daruu echaba la cabeza levemente hacia atrás. Ella se estremeció cuando sintió una ráfaga de aire frío. Era extraño, pero le aliviaba sentir el cuerpo cálido de su compañero junto a ella, y la capa que había utilizado para cubrirlos a los dos como buenamente podía también ayudaba a resistir el frío que se cernía sobre ellos. No sabía qué habría hecho sin Daruu, a decir verdad. ¿Habría podido aguantar tanto tiempo a la intemperie? ¿Y si hubiese caído en una hipotermia?

Sacudió ligeramente la cabeza para apartar aquellos pensamientos. No valía la pena.

Y al cabo de un rato, la calidez acabó envolviéndola en un abrazo y el movimiento del carro la acunó con suavidad para sumergirla de nuevo en un confortable sueño. Con la cabeza apoyada en el hombro de su compañero.

...

—Chicos, chicos. ¡Hemos llegado!

La voz de Kunpo la sobresaltó. Daruu pegó un respingo junto a ella, se levantó de golpe, saltó del carro y Ayame se tambaleó en el sitio aún adormilada. Sólo unos segundos después interiorizó que al fin habían llegado a Yukio. Era de noche, pero la luz de las farolas y del interior de los hogares revelaba los pétalos de nieve cayendo a su alrededor. Por un momento se olvidó del frío. Jamás había visto la nieve de aquella manera. Nunca había visto con sus propios ojos un paisaje cubierto por aquel precioso manto blanco.

Bajó del carro, aún extasiada por el óleo que se dibujaba a su alrededor. No podría haber imaginado tal belleza ni siquiera en sus sueños. Y justo cuando se giraba para ver el que debía ser el almacén de Kunpo, su mirada se cruzó con la de Daruu. En sus prisas por salir del carro le había dejado a ella la capa, y ahora él tiritaba de frío.

—¡Muchas gracias por traernos, Kunpo-san! —dijo, y Ayame, con cierto sobresalto por haber olvidado sus modales correspondió al agradecimiento con varias reverencias—. Habría sido una odisea a pie.

—Ha sido un placer —contestó Kunpo, inclinando la espalda en una ligera reverencia. Bajó del carro y acarició a uno de los caballos—. ¡Buen chico! Os habéis portado divinamente, caballetes... Lo que me pregunto es... ¿Qué habrá sido de vuestro sensei?

—Pff, como no haya venido volando...

Ayame no pudo evitar reírse. Sin embargo, y haciendo un considerable esfuerzo para resistir la tentación de ir a acariciar a los caballos de Kunpo, se acercó a Daruu y se quitó la capa que la envolvía. Un estremecimiento la recorrió de los pies a la cabeza en cuanto sintió la mano gélida de la nieve sobre ella, pero se obligó a sonreír.

—Gracias por compartirla conmigo, Daruu-san —le dijo, entregándosela—. Kōri... -sensei no tardará en llegar«O eso espero»—. Así que no te preocupes por mí.

Dicho y hecho, una sombra blanca se acercaba a ellos por el puente. Perfectamente mimetizado con el ambiente como estaba, tan sólo el movimiento de su cuerpo y su bufanda ondeando tras su espalda delataban su presencia. Llegó hasta ellos y alzó la mano para saludar a Kunpo.

—Gracias por el favor, Kunpo-san. Espero que no haya habido ningún problema durante el camino.

«¿Pero cómo lo ha hecho? Si iba a pie, debería haber tardado mucho más que nosotros...» Se preguntaba una anonadada Ayame, que no terminaba de comprenderlo.

Su hermano, o mejor dicho su sensei, se llevó las manos a la cadera y miró a su alrededor, desangelado.

—Parece que hace una buena noche —comentó, como si nada. Como si se encontraran en mitad de una colina en un día primaveral en lugar de en una ventisca en plena noche.

Pero Ayame se acercó a él corriendo, tiritando y cambiando el peso de una pierna a otra.

—L... la... La capa...

Él clavó sus ojos en ella, y tras unos breves segundos le tendió la mochila. Ayame se puso a rebuscar a toda prisa. Sacó su preciada capa de viaje de un tirón, se envolvió en ella, se arrebujó todo lo que pudo y después soltó un bufido de alivio al sentir el calor envolverla de nuevo.
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#26
Ayame rio con su comentario, y bajó del carro. Se acercó a Daruu y se quitó la capa para devolvérsela.

—Gracias por compartirla conmigo, Daruu-san —le dijo, entregándosela—. Kōri... -sensei no tardará en llegar«O eso espero»—. Así que no te preocupes por mí.

Daruu negó enérgicamente con la cabeza.

—P... pues quédatela ha... hasta que venga Kori —se negó, tiritando de puro frío pero invadido por ese ético caballeresco tan idiota que caracteriza a un joven con las hormonas revolucionadas. Se puso rojo como los tomates del carro. Pero al cabo de varios segundos, como anunciado por el contexto, el Hielo se deslizaba por el puente, así que aceptó a regañadientes y se la puso con presteza.

A pesar de la bufanda, Kori no llevaba la capa de viaje puesta. Y ondeando al viento la prenda, Daruu se preguntó si Kori no tenía frío. Y luego se contestó: «pues claro que no tiene frío, idiota. El frío viene con él.»

Afortunada o desgraciadamente, porque significaba que realmente hacía mucho frío en Yukio, su presencia aquella vez no resultó en una bajada repentina de la temperatura.

—Gracias por el favor, Kunpo-san. Espero que no haya habido ningún problema durante el camino.

—¡Oh, para nada, se han portado genial! Buen viaje, chicos. ¡Y buena suerte! Yo tengo que descargar las cajas de tomate, así que me temo que os tengo que dejar. ¡Hasta luego! —Kunpo-san se despidió con la mano y se acercó a la puerta del almacén. Tenía que abrirla, claro, y al parecer tenía varias cerraduras. «Protegido contra ladrones, claro.»

Kori hizo un comentario sobre la noche que hizo a Daruu levantar todas las cejas, reales y metafóricas.

—¡Pero si hace un frío que pela!

—L... la... La capa...

Kori los observó, primero a Daruu, luego a Ayame, sin comprender. «De verdad que parece estar hecho del mismísimo Hielo, como su apodo... Supongo que se lo tiene bien ganado el tío». Al fin, pareció entender que no todos visten piel de neopreno y tendió a su hermana la mochila de viaje que llevaba. Ayame rebuscó en ella a toda prisa y se arrebujó en su capa de viaje como un cangrejo hermitaño en la concha más bonita que ha visto en toda su maldita vida.

—Bueno... —dijo Daruu—. La misión especifica que debo ser yo el que vaya a comprar el ingrediente, pero a estas horas de la noche nuestro proveedor... Digamos que no vende muchas f... Digamos que no vende lo que necesitamos a partir de las dos de la tarde. Abre temprano, cierra aún más temprano.

Se rascó detrás de la cabeza, como cada vez que pensaba y dudaba.

—Quizás... ¿deberíamos buscar un alojamiento? Saldré temprano, sólo, y compraré las f... el ingrediente. Y luego os aviso y volvemos a Amegakure. ¿No?
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#27
—Bueno... —intervino Daruu de repente, y Ayame le miró con sus ojos apenas sobresaliendo del batiburrillo de tela en el que se había convertido—. La misión especifica que debo ser yo el que vaya a comprar el ingrediente, pero a estas horas de la noche nuestro proveedor... Digamos que no vende muchas f... Digamos que no vende lo que necesitamos a partir de las dos de la tarde. Abre temprano, cierra aún más temprano.

«¿Muchas "f"? ¿Qué ha estado a punto de decir? ¿Qué es ese ingrediente tan secreto? ¿F... frutas?»

—Quizás... ¿deberíamos buscar un alojamiento? Saldré temprano, sólo, y compraré las f... el ingrediente. Y luego os aviso y volvemos a Amegakure. ¿No?

Kōri asintió.

—De acuerdo.

Sin más miramientos, echó a andar hacia el interior de Yukio. No dio explicaciones, pues sabía que los dos muchachos le seguirían los tobillos. Y no le faltaba razón. Ayame enseguida echó a correr para alcanzarle. Con la nieve cayendo sobre ellos e iluminados por la tímida luz de las farolas, los tres fueron dejando atrás numerosos edificios construidos a la manera tradicional con madera y tejados a dos aguas que evitaban que se acumulara sobre ellos la suficiente nieve como para que acabaran colapsando. Todos ellos tenían las ventanas empañadas por la diferencia de temperatura entre el interior y el exterior, por lo que Ayame no pudo satisfacer su propia curiosidad. Y mientras atravesaban una de las calles más discretas del pueblo, Ayame se volvió de nuevo hacia Daruu:

—¿Daruu-san, estás seguro sobre ir tú solo al encuentro del cliente? —le dijo con cierto nerviosismo tintando su voz—. Sé que es lo que especifica la misión, ¿pero y si...? ¿Y si ocurre algo malo o es una trampa o...?

Kōri observaba la escena por el rabillo del ojo. No intervenía, pero estaba claro que estaba esperando la respuesta del genin.

Sin darse cuenta, se habían parado los tres frente a una simpática posada cuyo letrero, parcialmente tapado por la nieve, rezaba: "El Patito Frío"
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#28
Kori pareció acceder al comentario de Daruu sobre buscar alojamiento. El muchacho asintió, sonriendo. Era de buen juicio pasar la noche en algún lugar más cálido. A pesar de la capa, el País de la Tormenta no daba mucha tregua y todavía estaban empapados de pies a cabeza. Los habitantes de estas tierras son por lo general bastante resistentes a las bajas temperaturas, y a las extremas condiciones climatológicas: tormentas, ventiscas... Pero nadie está a salvo de la hipotermia. No por mucho tiempo.

El trío de ninjas atravesó el puente y comenzó a dejar atrás las casitas de Yukio. A Daruu siempre le había gustado aquella ciudad. Era enorme, pero no tan industrializada como Amegakure. Al ver la luz del fuego a través de las ventanas empañadas de los hogares y las chimeneas por las que salía un humo denso y gris, sintió un nuevo escalofrío y se deseó al lado de la hoguera ya en el hotel. Pero aún quedaba un rato más. Ayame se acercó a él, con sus habituales pisadas de cervatillo y preguntó, con un tinte de nerviosismo en su voz:

—¿Daruu-san, estás seguro sobre ir tú solo al encuentro del cliente? Sé que es lo que especifica la misión, ¿pero y si...? ¿Y si ocurre algo malo o es una trampa o...?

Daruu se acarició la barbilla y bajó la mirada.

—Mmh... —meditó—. Tienes razón. Será mejor que vayamos todos. Pero sólo yo entraré a la tienda. Así cumpliremos la parte de la misión que exige que no sepáis de qué se trata el ingrediente.

—Además, creo que Kori-sensei debería llevar la caja de f... del ingrediente. No me he traído los...

Negó con la cabeza.

—¡Bueno, basta ya, que al final os lo cuento! Mañana iremos allí, entraré, compraré lo que tenga que comprar y volveremos a Amegakure.

Casi por inercia, habían ido a parar a una callecita sin salida en cuyo final se erigía una pequeña posada de aspecto acogedor, el tejado de un color verde un poco desgastado por el clima. El letrero rezaba "El Patito Frío", y estaba parcialmente cubierto de una fina capa de nieve. Daruu se acercó y, con la mano, apartó un poco la nieve para revelar la imagen de un pato con un copo de nieve a su lado. Los trazos eran irregulares, como si lo hubiera dibujado un niño pequeño:


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—Espero que la cena y las camas sean mejores que el cartel, porque si no...

Los tres ninjas entraron en El Patito Frío. Al contrario de lo que su nombre pudiera sugerir, se trataba de un lugar cálido al abrigo de una gran chimenea central. Al fondo, habían unas escaleras que posiblemente llevasen al piso superior, a las habitaciones. A la derecha había un salón con varias mesas y sillas, y a la izquierda el mostrador de la entrada, que estaba vacío y cuya superficie habitaba un timbre con pulsador de color bronce. Una puerta allá conducía a las cocinas, en la misma recepción, por lo que un olorcillo agradable llegó a sus fosas nasales en cuanto pusieron el pie dentro. El estómago de Daruu rugió como un león furioso.

—Ay, ay, ay... —gimió—. Sé que llevamos provisiones, pero no me importaría llevarme algo calentito a la boc... AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.

Daruu señalaba un cartelito de pizarra que colgaba del techo, al lado de la puerta de las cocinas. Se podía leer, marcado en tiza de color blanco: "Noches de Kazeyōbi: Pizza carbonara".
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#29
—Mmh... Tienes razón —respondió Daruu, acariciándose la barbilla—. Será mejor que vayamos todos. Pero sólo yo entraré a la tienda. Así cumpliremos la parte de la misión que exige que no sepáis de qué se trata el ingrediente. Además, creo que Kōri-sensei debería llevar la caja de f... del ingrediente. No me he traído los... —el chico negó con la cabeza—. ¡Bueno, basta ya, que al final os lo cuento! Mañana iremos allí, entraré, compraré lo que tenga que comprar y volveremos a Amegakure.

Ayame accedió, conforme. Aunque por dentro estaba bullendo de frustración. Odiaba aquel secretismo. ¿Qué demonios era aquel ingrediente secreto que era tan importante para que no se conociera su identidad? De repente, Ayame palideció. ¿Y si era algún tipo de sustancia ilegal? ¿Y si era... droga? Eso explicaría la adicción de su hermano con los bollitos de vainilla, desde luego. ¿Pero qué clase de droga empezaba por la letra "f"?

No tuvo mucho tiempo mucho tiempo para pensarlo.

—Nos alojaremos aquí —intervino Kōri.

Señalaba directamente hacia el final de una calle sin salida, donde se alzaba una acogedora posada. Daruu se acercó al letrero para apartar la fina capa de nieve que lo cubría. "El Patito Frío", rezaba, y el logo, un pato junto a un copo de nieve, parecía haber sido dibujado por un niño, a juzgar por sus trazos irregulares y temblorosos.

—Espero que la cena y las camas sean mejores que el cartel, porque si no...

—En Yukio siempre hace mucho frío... quizás el que lo dibujó no podía controlar los temblores de sus manos —comentó Ayame, con una risilla.

Desde luego, los temores de Daruu se vieron inmediatamente evaporados en cuanto entraron al local. Un delicioso olor y el calor de la hoguera que ardía en la pared de enfrente les recibió con un abrazo, y Ayame se estremeció con deleite bajo su capa. Kōri no parecía tan contento. Pese a su permanente inexpresividad, había torcido ligeramente el gesto. El resto del mobiliario era igual de acogedor. Al fondo unas escaleras ascendían, probablemente a las habitaciones; a la derecha se abría un extenso salón con mesas y sillas que se adivinaban desde la puerta, y a la izquierda el mostrador que estaba vacío.

—Ay, ay, ay... —gimió Daruu—. Sé que llevamos provisiones, pero no me importaría llevarme algo calentito a la boc... AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.

Ayame se sobresaltó ante aquel súbito chillido. Su compañero señalaba con los ojos abiertos y la boca aún más abierta a una pizarra que colgaba del techo junto a la puerta de las cocinas. Con una caligrafía igual de temblorosa que el letrero de la posada, en ella se podía leer: "Noches de Kazeyōbi: Pizza carbonara".

«Es verdad, a Daruu-san le encantaban las pizzas. ¿Esta vez podré probar una?» Ayame miró de reojo a su hermano mayor.

—Por qué no. Será mejor reservar las provisiones para la vuelta —accedió, y Ayame casi dio un bote de la emoción—. Pero primero debemos reservar la habitación.

—¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! —exclamó Ayame con una sonrisa de niña, y corrió hacia el mostrador.

¡Ding!
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#30
El muchacho se dirigió a Kori con los ojos brillando como dos perlas, ilusionado como un crío, solicitante, expectante.

—Por qué no. Será mejor reservar las provisiones para la vuelta —accedió, y Ayame casi dio un bote de la emoción—. Pero primero debemos reservar la habitación.

—¡Bieeeen! —exclamó Daruu, flexionando uno de sus codos y cerrando el puño señalando su victoria.

—¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! —exclamó Ayame con una sonrisa de niña, y corrió hacia el mostrador.

«Mírala, si parece una chiquilla de cinco años», pensó Daruu, irónicamente, cruzándose de brazos y observándola sonriendo.

Mientras los genin protagonizaban ese espectáculo tan lamentable, alguien en las cocinas levantó las manos de una masa de pizza en ciernes. Se remojó para limpiarse y salió a recibirles, aún manchado de harina hasta los codos y con el delantal puesto. «Este es de los buenos, ¡va a estar de rechupete!». Era un hombre mayor, gordo, de rostro afilado y ya con muy poco pelo, que cubría con un pañuelo blanco.

—¡Hooombre! Ya me temía que fuera a hacer pizza sólo para mí. Mira que últimamente estaba viniendo bastante gente, pero me han dejado colgado hoy, precisamente, de todos los días. —Chasqueó la lengua—. Pues mira, me parece que os váis a hinchar, porque había hecho para al menos diez personas, y ya casi están todas en los hornos. Y mañana ya no está buena... Para tirarla...

Daruu se acercó al mostrador, muy serio. Se apoyó con ambas manos en él, y anunció:

—No se preocupe. No le decepcionaré. —Sus ojos, blancos como la luz del día, brillaron, si se podía decir así, un poquito más.

—Esto... sí. Vale. Bueno, supongo que querréis habitación también, ¿no? He pensado muchas veces hacerlo diferente, pero de momento la cena se sirve para los que se hospedan —explicó—. Son 40 ryou la noche, por persona. La cena va incluída en el precio. Y el desayuno. Importamos unos bollitos de vainilla de una pastelería de Amegakure que están...

«Otro tanto para mamá. Yey.»
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