Ahora que era Ringo el que tomaba el estrado para defender un monólogo de su propia cosecha, Karma lo miró, divertida. Al muchacho no le faltaba razón, pero la fémina había aprendido rápido que no era buena idea dársela y punto, o se le subiría a la cabeza. Bastante grandilocuencia demostraba ya sin la ayuda de nadie.
—Es más que posible. Nunca volveré a asomarme a una puerta entreabierta a tontas y a locas —asintió varias veces—. Pero a ti te hace falta estudiar más y mirar menos esa revista que tienes esconcida en tu cuarto. No voy a estar aquí siempre recordándote que no puedes llegar a ser Uzukage si ni siquiera superas la academia.
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Si hubiese estado bebiendo, o comiendo, Ringo ya hubiese escupido todo por la boca en un grande y elocuente chorro.
—N-no sé de qué revista me… Yo no… —Se había puesto rojo como un tomate—. Yo… Esto… —Tragó saliva. ¿Cómo solían decir en el shōgi? Ah, sí, la mejor defensa era un buen ataque—. ¿¡Has estado cotilleando en mis cosas!? ¡Eso es del todo inapropiado en una kunoichi! ¡Nada profesional! ¡En contra de todo lo que nos enseñan en la Academia! Si mi madre se enterase… —dejó caer, con descaro.
—Estaba buscando el libro de tu madre y entré en tu habitación por accidente —se excusó ipso facto.
Le gustaba poner al niño tan nervioso. Las tornas habían cambiado. Tenía la ventaja.
—¿Quién es el pervertido ahora? —cuestionó con saña—. Puedes decírselo a tu madre si quieres, pero lo único que toqué en su habitación fue el libro que quería que cambiase. Es tu palabra contra la mía. Además, si se lo dices... yo le hablaré sobre la forma en la que te has comportado conmigo.
Karma sonrió como si fuese un gato sonriendo —si los gatos pudieran sonreír— a un ratón que tiene acorralado y al cual está a punto de devorar.
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¿Por accidente? ¡Anda a otro con ese cuento!
— Claro, y seguro que revolviste también en mis cajones por accidente —dijo con retintín— . ¡Ja!
A Ringo, el Rokudaime Uzukage, no se las daban con queso. Pero Karma, lejos de achantarse, siguió atacándole. Los dos tenían mierda sobre el otro con la que chantajearse mutuamente, y Ringo no estaba seguro de quién de los dos saldría perdiendo más. Lo que sí sabía, es que ambos perderían.
— ¡Me voy a dormir! —decidió de pronto— . Espero no pillarte cotilleando entre mis cosas también mientras duerma —le espetó. A veces, cuando uno tenía las de perder, lo mejor era huir. Perdías esa batalla, pero seguías vivo para continuar la guerra— . ¡Buenas noches!
Y, cumpliendo con su palabra, se dirigió a su habitación tras una breve parada en el cuarto de baño.
Las dagas volaban una tras otra. Karma confiaba en tener la ventaja en ese duelo de hazañas sucias, pero también tenía mucho más que perder que el muchacho. ¿Qué sería lo peor que podría llevarse él? ¿Una bronca acompañada, quizás, de un castigo? Ella se podía quedar sin cobrar y conseguir un precioso punto negativo en su expediente.
Por todo ello guardó silencio, observando con precaución el desarollo de los acontecimientos. Para su alivio, Ringo se vio acorralado y optó por retirarse. "A enemigo que huye puente de plata", reza un dicho.
— Buenas noches.
Karma se quedó sola. Reposó unos minutos, mirando el infinito y reflexionando sobre lo ocurrido a lo largo del día. Eventualmente tomó los boles, los vasos y la cubertería. Se los llevó a la cocina y los fregó, para luego dejarlos donde los había encontrado.
Suspiró, retornó al salón y se dejó caer sobre uno de los sofás frente al televisor. La pelivioleta se acomodó a conciencia. Era un buen sofá.
No tardó en quedar dormida. Soñó que estaba en el interior de una lúgubre caverna, con la espalda contra la pared. Frente a ella había un oni enorme, de unos tres metros, con sus cuernos, sus colmillos, su expresión desconcertante... No era exageradamente musculoso, como se suele retratar a estos seres mitológicos; era más bien larguirucho. Su tez era purpúrea y sus ojos rojizos. Tenía una melena corta de color azabache. Lo único que cubría su anatomía, alargada pero engañosamente robusta, era un taparrabos de cuero ajustado de forma holgada bajo su ligeramente pronunciada panza.
Estaba en cuclillas, mirándola fijamente. El ser aproximó su monstruoso rostro hasta quedar casi rozando el de Karma, sus ojos anclados a los de la kunoichi. Extrañamente, la joven no sentía miedo, a pesar de que sería la reacción común. En su lugar, algo extremadamente inusual le henchía el pecho. Era... ¿fascinación?
La pesadilla —¿o sueño?— se desvaneció de improvisto, emprendiendo el viaje de vuelta a los lugares más recónditos de la mente de la médica, reintegrándose en aquellas paredes negras que formaban su psique.
¿Había llegado la mañana? En cualquiera de los casos, la Kojima se despertaría como nueva.
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En efecto, había llegado la mañana, y con ella, el canto de los pájaros y los gallos. El vecino debía tener un pequeño gallinero, porque se escuchaban cerca. La claridad fue colándose, como un ladrón en casa ajena, por los resquicios de las puertas y las cortinas cerradas. Luego, Karma oyó el característico sonido de una naranja exprimiéndose.
Era Ringo. Estaba en la cocina, con una camisa gris de tiras, un pantalón corto y descalzo, preparándose su particular desayuno. En la mesa ya tenía unas tostadas recién hechas, de mantequilla y mermelada.
Karma abrió los ojos, pero no tardó en necesitar entrecerrarlos porque la luz de la mañana era demasiado potente para estos. Segundos más tarde ya se fueron acostumbrando y la genin observó los poco familiares alrededores con gesto aturdido. También analizó los sonidos: los gallos y esa otra cosa, que parecía líquida.
¿Dónde estaba? La realidad se entremezclaba con las ilusiones del subconsciente. La joven se encontraba algo consternada por el sueño que había tenido aquella noche, el cual ni siquiera recordaba con claridad. Albergaba una sensación de haber pasado por una experiencia perturbante pero también crucial, como si se le hubiese impartido una lección de vida increíblemente valiosa en el proceso. Una lección que se le escapaba de los dedos según se despejaba y retornaba al estado consciente de la vigilia.
«Odio esta sensación...», se dijo, refiriéndose a cuando uno sabe que ha olvidado algo importante, pero por supuesto no es capaz de recordarlo.
En cualquiera de los casos, ya sabía dónde estaba: el hogar de los Yoshikawa. Metida de lleno en una misión de rango D.
Torció el cuerpo y vio a Ringo en la cocina. Se pasó la diestra por la faz, quitándose el flequillo de la cara, las legañas matutinas y de paso acariciándose las mejillas.
—Buenos días, Ringo-san —le saludó entonces. Su tono delataba signos del sueño—. Disculpa, me he quedado dormida. Me ofrecería a prepararte el desayuno pero veo que ya te has ocupado tú.
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—Buenos días, buenos días —respondió a su vez el chico—. No te ofendas, Karma, pero se me han quitado las ganas de comer cualquier cosa preparada por ti por el resto de mi vida —habló, sincero. Todavía tenía demasiado presente el supuesto veneno que le había echado al arroz—. Te hubiese preparado yo a ti algo… pero no sé qué te gusta —soltó, improvisando una excusa.
El joven se sentó en la mesa y empezó con su desayuno.
—Hoy he decidido ir a la playa —anunció, mientras masticaba un trozo de tostada—. Que hace buen día. —Ya era hora de ponerse moreno.
Kojima Karma se alzó y desperezó a la par que escuchaba la respuesta de su acompañante. La mención del "incidente" durante la cena la hizo sonreír.
—Lo siento mucho, Ringo-san. Es comprensible que no quieras comer nada preparado por mí —expresó con jocosidad—. No te preocupes, ya me hago yo algo.
Caminó hasta la cocina y acompañó sus palabras con acciones. Barajó preparse un par de tostadas con mantequilla, igual que el chiquillo, pero aquello no sería suficiente. Como desayuno solía tomar algo salado —tostadas, habitualmente— con algo dulce, como leche con chocolate en polvo disuelto.
—¿La playa, eh? —preguntó, distraída, mientras se preparaba lo suyo—. Oye, Ringo-san, ¿tenéis algo dulce? Galletas, chocolate, algo así.
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—Están ahí —Ringo señaló una puerta que había sobre la cocina, donde Karma podría encontrar chocolate en polvo en un bote amarillo; galletas; magdalenas…—. No te prives de nada, ¿eh? Sin vergüenza. Que ya pagamos nosotros…
Se tragó el último trozo de tostada, echó el plato y el vaso en el fregadero y la miró.
—Bueno, ¡pues me voy a preparar las cosas! Tú te quedarás por aquí, imagino, ¿no? Cotilleando… —Aquello último lo farfulló en apenas un murmullo inaudible.
—Oye, que tomaré lo justo y necesario —Karma arrugó los labios.
Abrió la puerta indicada y para su gozo no tardó en encontrar el mismo tipo de chocolate en polvo que acostumbraba a tomar en casa como parte del desayuno. Lo agarró y continuó con los preparativos.
Ringo quedó cerca de ella y continuó charlando, inquiriendo sobre los planes venideros de la joven. A decir verdad, Karma estaba todavía demasiado dormida como para haberse parado a pensar en ello. Le respondió sin desatender las tostadas y la leche, que ya casi estaban listas:
—No lo sé, no soy muy aficionada a ir a la playa —dada su palidez, era fácil creerla—. El caso es que, Ringo-san... —paró lo que estaba haciendo y lo encaró—. A decir verdad, te debo una disculpa. Siento mucho haberme puesto a fisgar en tu cuarto, fue una gran falta de educación por mi parte. A veces mi curiosidad me... supera.
No había alcanzado a escuchar el murmullo final del zagal, pero ya fuese por una mera coincidencia o los hilos invisibles del destino, la genin había estado cavilando sobre su mala obra desde que se despertó.
—¿Qué te parece si... olvidamos el mal pie con el que empezamos ayer? —sugirió con inseguridad—. Hacer las paces y eso. Si quieres, puedo irme a la playa contigo. Supongo que un poco de sol no me hará mal.
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Ringo contempló, algo sorprendido, como la kunoichi se disculpaba con él. No era algo que acostumbraba a ver, desde luego. Los de su clase eran casi todos unos orgullosos de pacotilla que no pedían perdón ni por error.
Se pensó su propuesta por unos momentos.
—Está bien. Disculpas aceptadas —¿Era ahora cuando le tocaba a él disculparse?—. Pues… Bueno, está bien. Cómo quieras. Lo cierto es que estás muy pálida. Eso no es sano. Nada sano. Cogeré una toalla para ti —anunció, y aquel gesto galán era lo más parecido a una disculpa que Karma iba a recibir.
Cinco minutos más tarde, Ringo estaba de vuelta. Había preparado una mochila con dos toallas, crema solar y una botella de agua de la nevera. Estaba ya vestido con un bañador, y se había puesto unas chanclas. En la cabeza, una gorra de visera plana. El último grito en la moda uzujin.
—¡Vamos! ¡Cuantas más horas de sol aprovechemos mejor! Uno no se pone moreno en casa, Karma.
Karma asintió, alegre. En realidad, la idea de ir a la playa no le agradaba en demasía, pero se sentía gratificada por el hecho de que Ringo había aceptado su disculpa y su subsiguiente sugerencia sin poner pegas ni mostrarse escéptico. El ya mencionado no se disculpó explícitamente, pero la muchacha, siendo como era, no le importó. Con que aceptaran las suyas le era más que suficiente.
—Gracias —respondió cuando su interlocutor le indicó que iba a ir a por una toalla para su persona.
Por su parte, la joven se puso a desayunar con rapidez. También se quitó la toalla que se había anudado al cabello la noche anterior —se había olvidado de esta y durmió con ella— y la dejó reposar sobre la encimera de la cocina.
Ringo no tardó en volver. Ya iba uniformado, deseoso de ponerse en marcha, pero parecía que no se había dado cuenta de un detalle de suma importancia. Karma se apresuró a terminar el trozo de tostada que le faltaba.
—Esto... Ringo-san... yo no tengo bañador —explicó—. ¿Podemos pasar por mi casa, por favor? Me pondré algo en un momento.
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— Oh, claro, claro —respondió Ringo, quien, efectivamente, no se había percatado de aquel pequeño detalle— . ¿Nos pilla de camino? ¿Queda muy lejos? ¿A cuánto exactamente? —preguntó atropelladamente. No le apetecía nada en absoluto andar dando vueltas por la Villa tras el abrasador sol.
Cuando ambos salieron de la vivienda, se encontraron con un día prometedor. El sol todavía no pegaba con fuerza, pero hacía calor, y tenía pinta de que iba a hacer mucho más a medida que pasasen las horas. Ringo siguió a la kunoichi en dirección a su casa, hasta que tuvo una revelación.
— Oh, ya veo... Karma-chan, quiero dejar esto bien claro, antes de que haya ningún malentendido —dijo, muy serio. Se acababa de dar cuenta de lo que estaba pasando. Las disculpas por la mañana. La invitación a su casa... Todo encajaba— . Por favor, no malinterpretes que acepte pasar por tu casa como algo... más de lo realmente es —dijo, excepcionalmente sagaz— . Lo sé, lo sé. Soy un gran chico. Inteligente, guapo, divertido, y un gran partido. Pero yo ya estoy compremetido, Karma-chan. Con la silla Uzukage. No puedo permitirme el lujo de distraerme con nada ni nadie.
Suspiró. Las cosas mejor resolverlas de antemano antes de que se hiciese una pelota demasiado grande.
—A unos veinte minutos. Menos si nos damos prisa —indicó.
Había quedado claro que Ringo quería llegar a la playa cuanto antes, así que Karma no perdió el tiempo. Ya había desayunado —demasiado rápido para su gusto, no obstante—, así que podían marcharse. Antes de irse, sin embargo, se aseguró de que no se dejaba nada importante allí, por si las moscas.
Ya en la calle, segura de que su equipamiento estaba en su sitio, la kunoichi avanzó a buen paso sin pensárselo dos veces. Pretendía llegar a casa antes de alcanzar la marca de los veinte minutos.
Así continuó hasta que Ringo habló, dejándola de lo más confusa. Lo miró con extrañeza, pero no contuvo su avance.
—¿De qué estás hablando? —preguntó con genuino desconcierto.
Karma era un poco densa para esos temas.
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