La fémina agarró la crema y comenzó a aplicarla sobre la piel que su bañador no cubría. Primero los brazos, a continuación los muslos, las piernas, los pies y también se puso un poco en el rostro. Entre tanto, Ringo se acomodó sobre su toalla y continuó con su interrogatorio.
Karma no entendía de dónde salía aquello, pero no lo cuestionó y siguió aportando respuestas.
—Oh... así que te referías a eso —murmuró, dejando claro que sí que era un tema espinoso—. Bueno, mis padres... Mi madre murió al dar a luz. Mi padre murió el año pasado.
Guardó la crema en la mochila. Entonces se tumbó sobre la toalla y miró a los cielos, para poco después cerrar los ojos y suspirar profundamente.
Encontrarse así, escuchando el mar bajo el sol, no estaba nada mal. Si todas las misiones fueran así...
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Debía sentirse feliz y eufórico por haber acertado otra. Al final, era lo que él había intuido. Uno de ellos había muerto —aunque no de la manera imaginada—, y el otro tiempo después. ¿Se habría dado al alcohol el padre? ¿O suponer aquello por una simple botella vacía era demasiado?
—Vaya. Lo siento —le dio un pésame sincero—. Que… ¿Qué le pasó a tu padre? ¿Murió en misión? —Obviamente, por la carta, sabía que aquello era imposible.
Luego, se quedó callado por unos largos minutos. Disfrutando del sol. Dejando que su piel se tostase.
—¡Hora de cambiar de lado! —exclamó, poniéndose boca abajo—. Es muy importante, Karma-chan. Diez minutos boca arriba, diez minutos boca abajo. Luego a refrescarse en el mar, y a repetir proceso. Hazme caso, ¡soy un profesional en esto!
—Gracias —respondió con total neutralidad. No había conocido a su madre y sentía un odio visceral hacia su padre, así que no tenía mucho que echar de menos—. ¿En misión? No, mi padre no era shinobi, era mercader. Lo mató la bebida, supongo. Un día lo encontré tirado en el salón.
La joven lo dijo sin más, como si no fuese un hecho de importancia. Había sido un momento crucial en su vida, pero no de la forma habitual. Cuando uno pierde a uno de sus progenitores suele sentir pena en mayor o menor medida; algunos hijos terminan destrozados. ¿Pero Karma? Ella se había alegrado.
Por eso prefería mantener su barrera de frialdad cuando salía el tema.
Se hizo el silencio hasta que Ringo indicó, de improvisto, que había llegado el momento de "cambiar de lado". Karma se volteó, acomodándose poco después. Entrelazó sus extremidades superiores y apoyó el mentón sobre sus antebrazos. Todavía tenía los ojos cerrados.
—Veo que eres experto en muchas cosas —bromeó—. Esto es peligroso. Me resultaría muy fácil quedarme dormida así, terminaría achicharrada sin ti.
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¡Bingo! Aunque la frialdad con la que Karma lo había soltado, desde luego, le sorprendió. El padre había muerto también, y no de cualquier cosa, sino de la bebida. Seguramente por eso, había guardado las fotos de su padre en un cajón. No debía guardar muy buen recuerdo de él. Y respecto a su madre…
Bueno, ni siquiera la había llegado a conocer.
Todo aquello demostraba una cosa: Ringo tenía una mente privilegiada para resolver crímenes. Era un desperdicio tener un cerebro como el suyo repitiendo en la Academia.
—Por ahora no hay peligro —le tranquilizó—. La crema es buena y el sol todavía no pega mucho. Pero al mediodía… Sí, mejor no quedarse dormido. —Ringo lo había aprendido por las malas.
Cinco minutos más tarde, Ringo cambió el lado de la cara sobre la que se apoyaba en la arena. Sí, hasta aquello controlaba.
—Entonces... —habló, con los ojos cerrados y mirando en dirección contraria—. ¿No te queda familia? ¿Abuelos, tíos...?
Karma no bromeaba con eso de relajarse y quedar dormida. Siendo honestos, se sentía en la gloria. Quizás debía plantearse el ir a la playa más a menudo. El caso es que ya comenzaba a notarse algo amodorrada; el sueño acechaba.
El nuevo eslabón en aquella cadena de preguntas por parte de Ringo la devolvió al mundo de los vivos. Pensó durante unos momentos y respondió:
—Esa es una excelente pregunta. Mi padre nunca me contó nada, así que no tengo ni idea —bostezó—. Sospecho que mi familia es originaria de Uzushiogakure y probablemente tenga familiares en la villa, pero ya está. Es más, hace unos meses se presentó una anciana en mi casa. Me dijo que quería ver cómo estaba y me dejó algo de dinero, pero nada más. Creo que era la madre de mi madre. En cualquier caso, desapareció como vino.
Se encogió de hombros, pero Ringo no podía verla.
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¡Por Shiona, en paz descanse, vaya más familia más rara! No por el hecho de que la madre muriese en el parto y el padre se diese al alcohol, claro. Por desgracia, eso era algo bastante común en Oonindo. Sino por el hecho de que su abuela pasase a dejarle dinero y ni se presentase.
—¿Y no probaste a preguntar en el Edificio del Uzukage? —giró la cabeza para verla, pese a que todavía no le tocaba por tiempo—. Quizá la administración lleve un registro de estas cosas… —lanzó al aire. Realmente no tenía ni idea.
—¿El Edificio del Uzukage? Hmm... —consideró la sugerencia cuidadosamente—. Sí, no es mala idea. Creo que la aldea lleva un registro de los ciudadanos empadronados. Supongo que si solicito información sobre mi propia familia no me pondrán pegas.
Esbozó una pequeña sonrisa.
—¿Sabes, Ringo-san? Cuando no estás gastando bromas pesadas o haciendo el tonto se te ocurren buenas ideas.
Karma habría llegado a la misma conclusión que el joven antes o después, pero nunca se había interesado especialmente por su familia. Al fin y al cabo, lo único que ella había tenido como tal durante años había sido un violador y un maltratador. Ninguno de sus otros familiares —abuelos, tíos, etcétera— se habían interesado por ella ni habían ido a salvarla, así que se podían ir al infierno junto a su padre.
Pero quizás investigar un poco al respecto no sería tan mala idea, después de todo... aunque solo fuese para saciar su curiosidad.
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¡Pues claro que no era mala idea! Menos mal que estaba allí para ayudar a Karma con su privilegiada mente. Eso de vivir sola con un gato… Por una temporada debía estar bien, libre y sin ataduras, pero al final tenía que ser un coñazo.
—No te olvides de que estás hablando con el futuro Uzukage, después de todo —le recordó—. Aunque, qué sería la vida sin bromas, ¿eh?
Se levantó.
—Hora de darse un chapuzón, Karma. ¿Vienes o quedas? —Indistintamente de su respuesta, el joven iría corriendo a refrescarse un poco.
—Depende de qué tipo de bromas hagas —remarcó con tono acusatorio.
Karma lo escuchó levantarse, así que lo miró. Ringo la invitó al agua. Ella también se alzó poco después, asintiendo.
—Ya que estamos en la playa, lo suyo sería bañarse un poco —afirmó.
Caminó tras la estela del zagal, metiéndose junto a él en el agua. Al principio le resultó fría y se estremeció, pero no tardó en habituarse. Entonces la temperatura del líquido se transformó en una de lo más placentera.
Mientras no rozara algún alga con los pies, todo bien.
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Y así, los minutos fueron pasando, y con ellos las horas.
Ringo tenía unos hábitos estrictos y militares —que, de haber tenido en el estudio, otro gallo le hubiese cantado—. Diez minutos boca arriba, otros diez boca abajo, y un chapuzón. Luego, tras secarse, a aplicarse crema otra vez. El ritual se repetía, y así una y otra vez.
Al mediodía, convenció a Karma para ir a un chiringuito a pie de playa y comprarse unos granizados —al menos para él—. Más tarde, de vuelta en la toalla, echaron una partida a las cartas. Ringo, como era un caballero, dejó ganar a Karma en la mayoría de las ocasiones. O eso decía él.
Pasado el mediodía, y tras un último chapuzón donde Ringo convenció a Karma para echarse unas carreras nadando, ambos sintieron un gran sopor y se quedaron dormidos. Por suerte, Ringo había tenido razón en una cosa: la crema era de calidad. Apenas tendrían la piel ligeramente enrojecida.
Decidieron poner punto y final a su día en la playa, y tras recoger las cosas emprendieron rumbo de vuelta a casa.
—Ojalá todos los días fueran así, ¿verdad? —diría Ringo a medio camino—. Sin preocupaciones, ni estrés… Dime, ¿por qué decidiste desechar esta vida por una donde la muerte aguarda en cada esquina? ¿Por qué te convertiste en ninja?
Karma quedó impresionada con los rígidos métodos de bronceado de los que Ringo hacía gala. La muchacha consideró que podría llegar a ser un buen instructor, si no tuviera la cabeza tan llena de pájaros. Quizás los años y la experiencia irían puliendo esas faltas. En cualquiera de los casos, la pelivioleta obedeció con religiosidad las indicaciones ajenas. No estaba interesada en el bronceado, su palidez siempre le había resultado aceptable, pero tampoco quería ser un muermo y quedarse todo el tiempo sobre la toalla sin hacer nada.
Cuando llegó el mediodía la sesión de bronceado quedó interrumpida a favor de unos granizados. Karma también tomó uno, de melón. Acto seguido retornaron a su pequeña parcela en la playa y Ringo sugirió jugar a las cartas, a lo que la kunoichi aceptó de buena gana. La genin salió victoriosa de la mayoría de partidas; según el zagal, la había dejado ganar porque era un caballero. Karma se lo creyó, ¿cómo si no iba a ganar tanto?
Más tarde, tras una última excursión acuática que dejó a la fémina machacada tras tanto nadar, la relajación conspiró junto a la ya mencionada fatiga en pos de cumplir los temores anteriormente expresados por Karma y la joven quedó noqueada. Se despertó asustada, esperando que su piel estuviese quemada. Para su alivio, no era así. El protector solar hizo su trabajo a las mil maravillas, perdonando a los jóvenes ese desliz.
Tras un día poco común para la Kojima, había llegado la hora de retornar a la hacienda de los Yoshikawa. Cargaron con los enseres y abandonaron las inmediaciones en dirección a las calles de la villa.
A lo largo del camino Karma pudo comprobar que la curiosidad de Ringo todavía no había sido saciada. Quizás podría rivalizar con la suya propia.
—No ha estado mal. Mejor que estar yendo de arriba a abajo haciendo recados —afirmó—. ¿Por qué me convertí en ninja? Bueno... —se quedó callada—. Ahora que lo preguntas... el motivo es bastante estúpido. Hacía años que no reflexionaba sobre ello, de hecho. Me enrolé en la academia porque... quería impresionar a mi padre. Una elección de vida precipitada y tonta, desde luego. Pero ahora no quiero dar marcha atrás. Ser ninja médico me gusta, supongo. ¿Y tú, Ringo-san?
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¿Para impresionar a su padre? Bueno, Ringo no iba a juzgarla por ello. No era tan mala, especialmente si se comparaba con el motivo de muchos de sus compañeros. Algunos, simplemente lo hacían porque era lo que se esperaba de ellos. Por continuar la tradición familiar, vaya.
En cambio, Ringo…
—Si te lo dijese, tendría que matarte —respondió, haciéndose el interesante—. Además, revelándotelo perdería parte del encanto y misterio que me envuelven.
Cinco minutos más tarde, kunoichi y proyecto de shinobi llegaron a la casa. Y, esta vez, no estaban solos.
—¡Buenos días! —saludó la madre de Ringo, al oírles entrar. Salió a recibirles al pasillo—. Qué envidia, veo que habéis aprovechado el buen tiempo. ¿Qué tal ha ido todo?
La joven le dedicó una sonrisa socarrona al chico.
—Lo que tú digas, Ringo-san.
Cuando volvieron a la casa de los Yoshikawa se toparon con la presencia de la madre y dueña del lugar, que ya había vuelto. Los saludó, alegre, a lo que Karma realizó una reverencia. Le resultó algo vergonzoso que una superior la viera vestida así, en bañador, pero aguantó el tipo lo mejor que pudo.
—Buenos días —le dijo con pasividad, pero sonriente—. Su hijo se ha portado bien, ha sido divertido. ¡Ah! También me ocupé de esos recados que quería, espero que esté todo en orden. ¿Imagino que la misión fue bien?
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—Oh, sí, ya vi. ¡Muchísimas gracias, Karma-chan! ¡Lo último que me apetecía tras volver de una misión era encontrarme con la nevera vacía y tener que ir de compras! —confesó—. Cuando se la encargo a mi hijo se olvida de la mitad de las cosas, ¡y eso si es que la hace!
—¡Exagerada! —protestó Ringo—. Además, soy un hombre ocupado —se excusó.
Eshima le palmeó la cabeza con gesto cariñoso, a lo que Ringo no tardó en alejarse, ligeramente avergonzado.
—Anda que no tienes morro tú ni nada. Bueno, entonces todo bien, ¿no? —Bueno, todo, todo… Habían tenido sus más y sus menos. Chiquilladas, como diría Ringo—. ¿Tienes el pergamino de misión para que te lo firme? —Normalmente, salvo casos puntuales como había sido la primera misión oficial de Karma, los clientes tenían que firmar el pergamino para dejar constancia de que habían quedado satisfechos.
La muchacha presenció el intercambio entre madre e hijo con una sonrisa. Finalmente Eshima se dirigió a ella, preguntando si todo había ido bien y mencionando el pergamino de la misión. Karma pensó un momento y asintió.
—Ah, claro. Aquí tienes —lo procuró del interior de su portador de objetos y se lo tendió a la mujer—. Todo ha ido bien. Ringo-san es un poco... grandilocuente, pero es buen chico.
No quería vender la piel del oso antes de cazarlo y gafarse, pero, la jōnin parecía contenta. ¿Podía dar por hecho que había cumplido la misión? Ojalá, necesitaba ese dinero...
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