Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
A pesar de lo crudo de la situación, Daruu no pudo evitar soltar una pequeña carcajada.
—¿Un uzureño en vendimia? Te voy a secuestrar esa expresión.
—¿Y el resto? ¿Y el...? ¿Y el barco?
—Aaargh —gimió Daruu, y se levantó con suma dificultad. Estaban en una cala pronunciada entre las rocas y la vegetación. Al fondo, antes de llegar a la orilla, habían dos exóticos árboles que el muchacho no había visto en su vida, con el tronco con púas y las hojas arriba del todo, en forma de abanico, que habían caído sobre la arena de forma paralela. Daban unos frutos marrones y peludos como un perro. Daruu caminó hasta allí, se subió encima de uno de los árboles y oteó a ambos lados de la playa.
Ni rastro del barco, ni del capitán, ni de nadie más. Volvió donde Datsue.
—Estamos muy jodidos —dijo, anunciando lo evidente, con voz temblorosa.
Entonces, un trozo de papel malherido planeó arrastrado por la brisa marina y se posó entre ellos dos. Era un mapa, que representaba una isla que bien podría ser donde estaban. También estaba la costa de Oonindo, y justo enfrente de ella, en la isla, una cala muy parecida a donde estaban albergaba dos líneas marrones que bien podían representar esos árboles que Daruu había visto antes.
Y en el centro de la isla, encima de una montaña, había marcada una X de color rojo.
—Datsue, no. —Como si pudiera leerle la mente, la lengua de Daruu se movió incluso más rápido que su propio cerebro al procesar la imagen—. Datsue, NO —repitió.
Por la cara que estaba poniendo Daruu subido en lo alto de un árbol, uno podía deducir con bastante grado de exactitud que sus ojos no estaban viendo ningún barco. Ni barco, ni secuestradores, ni Capitán, ni medio alguno por el que salir de aquella condenada isla. Datsue —que finalmente se había levantado— dio una patada a la arena, irritado, cuando el amejin confirmó sus sospechas con palabras.
—Vaya que si estamos jodidos…
Como si sus palabras hubiesen convocado un rayo de esperanza, un trozo de papel planeó entre ellos dos como una hoja moribunda en Otoño. Datsue se agachó para verlo de cerca. Luego, su cabeza todavía embotada tardó unos preciosos segundos en procesar la imagen que tenía ante sus ojos.
Negó con la cabeza, cauteloso. Su mente todavía convaleciente le estaba jugando una muy mala pasada.
Tomó el mapa con manos temblorosas y se irguió. Volvió a fijarse en las dos líneas marrones representadas en el mapa, y alzó la vista para contemplar los dos árboles que había frente a ellos. Luego, dio otro rápido vistazo a la cala. Luego otra vez al mapa. Luego otra vez a la X. Luego otra vez a la isla. Muy rápido. Y de forma muy frenética.
Clic. El Sonido de su cerebro al encajar las piezas.
—Datsue, no. Datsue, NO
—No, no, no, no, no, no... —No podía creérselo. Se llevó una mano a la cabeza y empezó a tirarse de los pelos. No podía ser… No podía…—. Sí… Sí, sí, sí, sí, sí, sí... ¡SÍ! —El corazón empezó a galoparle como un caballo desbocado al terminar de encajar las piezas. Los Ribereños del Sur, el Capitán y su mapa del tesoro, la isla…—. ¡Síiiiii! ¡Síiiii!
Datsue saltó en el aire y lanzó un puño al cielo, pletórico. Entonces empezó a reírse, una risa aguda y casi demente, mientras corría de un lado a otro sin rumbo aparente. Daba saltitos en el aire, reía todavía más fuerte, lanzaba cortes de manga en dirección a Oonindo, y volvía a reír de manera estridente y aguda. El dolor de cabeza, desaparecido. Las preocupaciones por cómo salir de aquella isla, olvidadas en el fondo de una botella de ron.
—¡Daruu! ¡Daruu! —gritaba Datsue, que por un momento lo había perdido de vista y no sabía donde estaba. Al verlo, corrió hasta él y le propinó un fuerte abrazo. De esos dados por los ninjas más curtidos, palmeándole la espalda como si quisiese partírsela mientras no paraba de dar saltitos en el sitio. Cuando le soltó, el amejin pudo ver que el Uchiha tenía los ojos húmedos por la emoción, y hasta creyó captar un destello verde en su mirada. El destello de un fajo de billetes de ryōs—. Tío. Tío, tío, tío, tío. Te das cuenta de lo que es, ¿verdad? Joder, ¿¡te das cuenta de lo que es!?
Parecía a punto de llorar.
—¡Es lo que tú mismo dijiste! ¡Lo que vislumbraste dos días atrás! ¡Eres un genio! —exclamó, loco de emoción—. Dos shinobi de aldeas opuestas en el continente se encuentran en el punto más alejado de cada una de ellas. Curioso, ¿no? —imitó, con voz bastante más grave, repitiendo las palabras exactas que Daruu le había dicho en su encuentro—. ¡Pues claro que curioso! ¡Era el jodido destino! ¡Uchiha Datsue el Intrépido y el Demonio de Ojos Blancos unidos por una buena causa! —No existía mejor causa que la de encontrar un tesoro enterrado—. Pero tranquilízate, Daruu, ¡no perdamos la compostura! ¡Hay que mantener la calma ante todo! ¡Lo primero es llegar hasta la X! —Datsue puso el mapa a la vista de los dos y trazó una línea recta con el dedo, desde su posición hasta la X—. Ya sé que el cabrón dijo que no lo había enterrado ahí, pero creo que es un buen punto de partida.
»¡Vamos, vamos! —le apremió, empezando ya a caminar playa arriba a grandes zancadas—. ¡El paraíso nos aguarda, Daruu! ¡Nos aguarda!
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
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Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Como un demente, Datsue empezó a tirarse de los pelos y saltar y correr y a... ¿lanzarle cortes de manga a la costa de Oonindo? Reía como un adicto a la cocaína en un desierto blanco, como un drogodependiente en uno de esos exóticos bosques llenos de setas gigantes en el País del Bosque. En definitiva y como ya he dicho, estaba puto loquísimo.
—¡Daruu! ¡Daruu! —dijo, y se acercó a Daruu propinándole un abrazo del que intentó librarse sin éxito—. Tío. Tío, tío, tío, tío. Te das cuenta de lo que es, ¿verdad? Joder, ¿¡te das cuenta de lo que es!?
—¿Una desfachatez? —repuso.
—¡Es lo que tú mismo dijiste! ¡Lo que vislumbraste dos días atrás! ¡Eres un genio! —dijo. Daruu lo miró extrañado. Luego, el muchacho imitó su propia voz de una forma bastante cómica. En otra ocasión, quizás hubiera reído, pero en ese momento Daruu olía el peligro—. ¡Pues claro que curioso! ¡Era el jodido destino! ¡Uchiha Datsue el Intrépido y el Demonio de Ojos Blancos unidos por una buena causa! Pero tranquilízate, Daruu, ¡no perdamos la compostura! ¡Hay que mantener la calma ante todo! ¡Lo primero es llegar hasta la X! Ya sé que el cabrón dijo que no lo había enterrado ahí, pero creo que es un buen punto de partida.
Datsue empezó a caminar por la playa, a grandes zancadas. Pero Daruu no se movió ni un centímetro. El Uchiha escuchó a sus espaldas el ruido seco de verter agua encima de la arena. Y cuando se diera la vuelta, Daruu estaría montado en un pájaro de caramelo de color carmesí.
—Yo me voy. Tú verás lo que haces con el tesoro... —empezó a decir, no muy convencido, y se elevó con el pájaro en dirección al horizonte de Oonindo...
Y arriba, miró atrás. Y vio la silueta, pequeña, de Datsue, mirándole desde allí abajo, con los brazos caídos pero con el mapa bien agarrado con pura y simple determinación. Lo vio hacerse cada vez más pequeñito, y recordó cómo habían colaborado para salir del barco. Se imaginó a Datsue construyendo una balsa para salir de la isla, se lo imaginó muriendo de hambre y sed por aquél estúpido capricho del tesoro. Cuando él, perfectamente, podría crear un transporte para ambos.
—¡AAAHHHHHGGG! ¡No puedo dejarle ahíiiii! —se lamentó en voz alta, echándose las manos a la cabeza, y dio la vuelta. Aterrizó un minuto después delante del Uchiha, y el pájaro se deshizo detrás de él.
»Supongo que no puedo convencerte para que abandones esta locura y te vengas conmigo en un pájaro de vuelta a Oonindo, ¿verdad? —Suspiró, y dejó caer los brazos, abatido.
¡La madre que lo había parido! ¡Pero si el muy cabrón podía invocar aves! ¿O había sido una técnica elemental? Ahora que se fijaba, el pájaro tenía aspecto de… «¿caramelo? Qué cosa más rara…» Fuese como fuese, ¡estaban salvados! No tendrían que preocuparse por la pérdida del barco, y podían dedicarse sin temor alguno en lo realmente importante: la búsqueda del tesoro.
Por razones que el Uchiha nunca alcanzaría a comprender, sin embargo, el amejin quiso dejarlo atrás. No a él, que eso sí lo hubiese entendido, sino al tesoro. Aquello provocó dos emociones muy distintas y contrapuestas en el interior del Uchiha: un profundo alivio, porque ahora podría quedarse el tesoro para él solo; y una sensación de angustia, cada vez más creciente a medida que Daruu se alejaba, por no saber cómo coño regresar a Oonindo.
—Me cago en mi madre… —farfulló. Estaba en una situación bien jodida.
Por suerte, algo que nunca habría creído proviniendo de un amejin sucedió: Daruu tuvo remordimientos. Su corazón se ablandó, y viró en el aire para regresar junto a él.
—Supongo que no puedo convencerte para que abandones esta locura y te vengas conmigo en un pájaro de vuelta a Oonindo, ¿verdad? —dijo al aterrizar, apesadumbrado.
Datsue se encogió de hombros, con esa sonrisita dibujada en el rostro de quien se sabe culpable pero no sufre de remordimientos por ello.
—Vamos, Daruu-kun —dijo, palmeándole un hombro, esta vez con suavidad—. Verás como no te arrepientes. Imagínate la de cosas que podremos comprar con el tesoro… —A Datsue se le iluminaba la mirada solo de imaginárselo—. ¡Quizá hasta nos dé para un retiro dorado, eh!
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Daruu suspiró. Se llevó una mano a la frente. Y...
—Fíjate tú, incluso podríamos comprar un barco, ¿eh? —dijo—. Y volverlo a hundir, y encontrar otro mapa y buscar otro tesoro y comprar otro barco.
Se acercó a la piedra más cercana y se sentó sobre ella.
—¿Y si el tesoro no existe? ¿Y si es un invento del Capitán? Es más, creo recordar que dijo que no estaba donde marca la X. —Se encogió de hombros—. ¿Entonces qué? No tenemos comida, Datsue. Ni siquiera tenemos eso. Entra un poco en razón, hombre.
Quizá lo hubiese dicho en broma, pero lo de comprarse un barco era la mejor idea que podía haber tenido nadie. ¿Qué sino? ¿Una casa? Si sobraba el dinero, era también buena inversión. Pero de una vivienda podías cansarte rápido, aburrirte de estar siempre en el mismo sitio, con la misma gente y el mismo ambiente. Un barco, en cambio, era un hogar andante, que se adaptaba a lo que requerías en cada momento. ¿Querías fiesta? Pues rumbo al Puerto Kasukami. ¿Querías relajarte? Pues rumbo a las Costas de Olas Rompientes, donde a poca distancia estaba la famosa Villa de las Aguas Termales. ¿Querías algo de aventura tranquila? Pues a la búsqueda de alguna isla paradisíaca como en la que estaban. Y si ya el barco lo combinabas con…
Datsue se sonrojó de inmediato…
—¿Y si el tesoro no existe?
… para luego volver a la tierra de una bofetada. Una bofetada de sensatez, dada por Daruu. Pero lo que él quería en aquellos momentos no era sensatez, sino justo lo contrario. Quería imprudencia. Quería el punto de locura necesario para creer que aquello era posible. Quería, en definitiva, intrepidez.
—Daruu… Daruu, Daruu, Daruu —decía, mientras negaba con la cabeza una y otra vez. Datsue lo había estado enfocando mal con él desde el principio. A un amejin no se le convencía con promesas de oro. No era eso lo que movía a los shinobis más letales y fríos de Oonindo. No, lo que movía a un amejin era el reto—. Tómatelo como una prueba de supervivencia. Si al final resulta que no hay tesoro, ¡al menos aprenderemos a sacarnos las castañas del fuego! ¿Qué mejor oportunidad que esta hay para descubrir si podemos sobrevivir en plena naturaleza por nosotros mismos? Y ambos necesitamos esta oportunidad, Daruu, porque tus ojos, que antaño lo veían todo —exageró, y quizá algún día descubriría que en realidad no lo había hecho en absoluto—, ahora están cerrados. —Le pasó una mano por encima de los hombros, y con la otra, trazó un arco imaginario de forma lenta y parsimoniosa, hasta finalmente mostrarle lo que quería: el árbol al que momentos atrás había escalado—. Ábrelos, Daruu.
Y, sin añadir palabra alguna, subió por el tronco de aquel árbol. ¿Qué no tenían comida? Pues él veía unos frutos con muy buena pinta. Arrancó uno de aquellos, lanzándoselo a Daruu, y se quedó otro para él. Luego, descendió, y se sacó un kunai de la palma de la mano derecha —las maravillas del fuuinjutsu— para tratar de abrir aquel extraño fruto por la mitad.
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Los ojos de Daruu siguieron el arco trazado por la mano de Datsue y se detuvieron en las palmera derribada. Levantó una ceja y señaló aquellas cosas llenas de pelos.
—Pero a ver, ¿tú has visto esas cosas? —protestó—. No tienen buena pinta, y parecen duras como una piedra. ¿Quieres partirte los dientes? —Pero Datsue ya se había adelantado y corría hacia uno de los dos troncos—. ¡Ni siquiera sabemos si son venenosos!
Datsue clavó el kunai en el coco y con paciencia, consiguió abrirlo. Daruu se detuvo y jadeó a su lado. Extrañado, le arrebató una de las dos mitades, la observó con curiosidad y trató de darle un bocado al interior, jugoso y blanco. Tenía un sabor extraño, y...
—Pues esto sólo tiene casi agua, tío. En serio, no sé qué mierdas de ejercicio de supervivencia quieres hacer, pero yo creo que el mayor ejercicio de supervivencia sería practicar lo que la vida me ha enseñado.
»La vida me ha enseñado a salir de islas desiertas y a buscar una posada calentita con camas cómodas y frutas sin pelo.
—Hmm… Pues a mí me llenan bastante, ¿eh? —Daruu tenía razón: aquello era prácticamente agua. Pero se obligó a seguir tragando y a poner buena cara—. ¡Mmmmm! ¡Qué bien sabe, joder! ¡Esto es cosa natural, y no con esas mierdas que les echan los kusareños para evitar las pestes! —En realidad, aquello estaba lejos de saber bien. O mal. Simplemente, tenía un sabor extraño que se mantenía en una discreta posición intermedia.
Pero Daruu, lejos de quedar convencido, seguía insistiendo en volver a Oonindo. En regresar a la comodidad y confort que ofrecían una buena cama mullida y comida caliente. Una idea a la que no le encontraría pegas, desde luego, de no ser…
…«¿Y dejar el tesoro atrás? ¡Y una mierda!» ¿Y si el Capitán había naufragado en alguna costa de aquella isla? ¿Y si se hacía con el tesoro mientras ellos volvían a por agua y comida? Era una posibilidad que, simplemente, no se podía permitir.
Entonces, se acordó de algo.
—¿Y con qué dinero piensas costearte esa posada y esas frutas sin pelo? Nos quitaron todo en aquella celda, ¿recuerdas? ¿O es que guardas la pasta en los calzones? —«¿Cuánto habrá de aquí a Ame? ¿Dos, tres días, dependiendo de dónde esté? Tengo que jugar con eso…»—. Hagamos una cosa —le propuso—. Dame hasta el anochecer, ¿vale? Solo hasta el anochecer. Si no encontramos el tesoro, yo seré el primero en subirme en uno de esos pájaros tuyos y volver a Oonindo. Iremos a la Ribera del Norte. Conozco a alguien que nos dará de comer y una cama calentita sin cobrarnos. ¿Trato?
Extendió la mano derecha, esperando a que se la estrechase. Rezando para que lo hiciese. Sin él, estaría perdido. ¿De qué le serviría encontrar el tesoro sino tenía forma de volver con él para gastarlo?
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—¿Y con qué dinero piensas costearte esa posada y esas frutas sin pelo? Nos quitaron todo en aquella celda, ¿recuerdas? ¿O es que guardas la pasta en los calzones?
Daruu soltó una risotada, entre divertida y parecida a la que podría tener un demente. Se dio la vuelta y caminó hasta una piedra grande cercana. Se dejó caer en la arena y se sentó a "degustar" el resto de su mitad del coco.
—Datsue, amigo mío, deja que te cuenta una historia... —empezó, pero el ribereño siguió hablando.
—Hagamos una cosa—le propuso—.Dame hasta el anochecer, ¿vale? Solo hasta el anochecer. Si no encontramos el tesoro, yo seré el primero en subirme en uno de esos pájaros tuyos y volver a Oonindo. Iremos a la Ribera del Norte. Conozco a alguien que nos dará de comer y una cama calentita sin cobrarnos. ¿Trato?
...un día, dos uzureños, uno de ellos bastante feo y con la nariz torcida, qué feo que era el hijoputa, me persiguieron por la mitad de Oonindo, hasta casi el Valle del Fin, desde un pueblo cercano al cráter de la antigua Konohagakure. ¿Sabes por donde queda, verdad? Tampoco llevaba dinero ni provisiones encima, y sin embargo, conseguí volver a casa sano y salvo, y le torcí un poco más la nariz a dicho uzureño, todo sea dicho.
Balanceló el medio coco en la mano derecha y lo arrojó por detrás y por encima de la roca.
—Pero bueno. Está bien. Hasta el anochecer. Y LUEGO me iré. Contigo... o sin ti.
Datsue no pudo evitar soltar una carcajada cuando Daruu narró su particular aventura junto a Akame y la difunta Eri. O, más bien, contra ellos dos. En ningún momento mencionó sus nombres, pero estaba claro que se refería a ellos desde el instante en que describió a uno de ellos como feo y con la nariz torcida. Y, por si quedaban dudas, que su aventura había empezado en un cráter cercano a la antigua Konohagakure.
«Cierto, me olvidaba que estoy tratando con un amejin… ¡Pues claro que se las puede arreglar sin dinero!»
—Pero bueno. Está bien. Hasta el anochecer. Y LUEGO me iré. Contigo... o sin ti.
Datsue tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no plantarle un beso en la boca y ponerse a dar saltitos y chillidos como momentos antes había hecho. En su lugar, contuvo la respiración, contó hasta tres, y extendió la mano para estrechársela con fuerza y euforia.
—No te arrepentirás, Daruu —dijo, con la emoción contenida y ojos brillantes. Luego miró el cielo, para ubicar el sol y calcular cuánto tiempo le quedaba—. ¡Bien, a levantar anclas! —exclamó, cual marinero—. Sigo pensando que la X es nuestro mejor punto de partida —observó el mapa por enésima vez por si encontraba algún otro punto de interés—. Quizá allí veamos algo… o hallemos alguna pista —aventuró.
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Datsue, visiblemente emocionado, tomó aire y le estrechó la mano. Le dijo que no se arrepentiría, y decidió con entusiasmo que era hora de ponerse a trabajar en la búsqueda. Señaló que la X que marcaba el mapa era el mejor punto de partida que tenían, fuera para encontrar el tesoro directamente o para descubrir alguna nueva pista que pudiera acabar llevándoles a él.
—Pero insisto, sólo hasta la noche, ¿eh? Me monto un pájaro y me voy sin ti sino —insistió Daruu, mirando al mapa que Datsue sostenía en la otra mano—. Será mejor que sostengas tú el mapa, yo puedo ayudar a buscar con el Byakugan, ¿qué te parece?
Se encogió de hombros.
—Para que veas que no me cierro totalmente a encontrarlo. Va, venga, ve tirando.
La X del mapa señalaba, como ya se ha dicho antes, una colina de piedra en el centro de la isla, tras cruzar un frondoso bosque. La montaña tenía un camino que subía en espiral, pero sólo hasta cierto punto. Luego, parecía que el camino se metía dentro de la montaña... O quizás sólo se quedaba ahí y tocaría escalar.
—Pero insisto, sólo hasta la noche, ¿eh? Me monto un pájaro y me voy sin ti sino.
Datsue asentía una y otra vez con los ojos medios cerrados y los labios fruncidos, como ese niño pletórico y exultante que acepta el regalo de su madre prometiendo portarse bien a partir de entonces. ¿Solían cumplirse aquellas promesas? No. Pero eso, no era lo que importaba.
—Será mejor que sostengas tú el mapa, yo puedo ayudar a buscar con el Byakugan, ¿qué te parece?
—¡Estupendo, estupendo! —exclamó sonriendo, y no hizo falta que Daruu le animase a encabezar la marcha para que él la emprendiese de inmediato. Según el mapa, tras abandonar aquellas blancas arenas se adentrarían en lo más profundo de un bosque, para luego llegar a la montaña y lo que parecía un camino en espiral que ascendía por ella.
»Así que el Byakugan, ¿eh? —dijo, tras un rato de caminata, mirándole de reojo y esbozando una pequeña sonrisa—. Buen Dōjutsu, sí señor —dijo de manera inocente—. Y dices que te ayudará a encontrar el tesoro… —dejó caer. Y esperó. Y esperó—. ¡Está bien! —admitió finalmente—. No pienso insultar a tu inteligencia y estropear esta pequeña camaradería que hemos formado tú y yo por un bien mayor —¿Salir vivos y a salvo de aquella isla? Ni de lejos. Más bien, obtener el tesoro de un pirata—. Si quieres saciar mi curiosidad sobre tus ojos… estaría encantado de oírlo, compañero —tuvo que admitir. Se había hecho algunas ideas en su combate contra él, pero todavía estaba muy lejos de desentrañar todos los misterios que escondían aquellos ojos blancos.
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Sin activar todavía su doujutsu, Daruu siguió tras Datsue, mapa en ristre, a lo largo de la playa. Pronto dejaron atrás la arena blanca y se internaron dentro de un frondoso bosque lleno de esos extraños árboles con frutos peludos que Daruu encontraba fascinantes.
Tras un rato de caminata, el Uchiha se interesó por la técnica del clan Hyuuga, de manera muy poco disimulada. Daruu captó el intento de interrogatorio y sonrió. El muchacho tenía labia, de eso no había duda. Si Daruu no hubiera sabido que el mejor talento de un ninja es la mentira y la apariencia, no habría tenido muchas dificultades para hacerse tan amigo del uzujin como para contárselo todo sin ningún tipo de exigencia ni reparo. Pero una cosa es compadecerse de dejar a alguien que inherentemente no le parecía mala persona —si acaso un poco aprovechado— en una isla desierta sin ningún modo de volver a Oonindo, y otra muy distinta permitir que alguien tomara ventaja de su amabilidad.
—Estoy segurísimo de que estarías encantado de oírlo, no lo dudo, no lo dudo —dijo el amejin—. Yo tampoco quisiera insultar a tu inteligencia, Datsue. Por supuesto que sabes que en todo trato cada una de las partes obtiene un beneficio. A mí también me gustaría saber muchas cosas sobre el Sharingan. Cosas que todavía no sepa, a ser posible.
Tomó un descanso de la marcha apoyándose en una palmera y cruzándose de brazos, después de limpiarse el sudor de la frente. Distraídamente, se desabrochó la chaqueta y la hizo salir por encima del cinturón. Se la ató alrededor de la cintura.
—Pero claro, ¿quién me garantiza que me cuentes la verdad? Nadie. Por tanto, no puedo contarte nada más allá de lo que ya hayas intuído por interactuar conmigo. Supongo que alguien tan astuto como tú podrá entender mis motivos.
Tal y como había sucedido en el torneo, el kunai lanzado por Datsue fue esquivado por Daruu, quien devolvió la ofensiva con unos senbons tan certeros como inesquivables. Unos senbons cargados de astucia, que dejaban un mensaje claro: si Datsue quería descubrir los secretos del Byakugan, antes debía exponer los suyos.
El Uchiha se rascó la barbilla, ligeramente contrariado. Nunca había sido amigo de revelar los entresijos de su clan, ni siquiera entre compañeros de su propia Villa. Tras conocer a Akame, y hacerse amigo de él, mucho menos. Quizá todavía no se le había pegado ese amor por la sangre y esa creencia de superioridad por encima de cualquier otro clan, pero sí la reticencia y discreción que hacía gala su Hermano cada vez que se le preguntaba por ello. Una discreción que su Hermano ni siquiera había roto con su difunta novia.
Por tanto, tan solo quedaba una opción: hacer lo que mejor se le daba. Mentir.
—Pero claro, ¿quién me garantiza que me cuentes la verdad? —Datsue carraspeó, aflojándose el cuello de la camisa para que dejase pasar el aire. ¿Es que aquel chico sabía leer las mentes?—. Nadie. Por tanto, no puedo contarte nada más allá de lo que ya hayas intuído por interactuar conmigo. Supongo que alguien tan astuto como tú podrá entender mis motivos.
Se obligó a sonreír.
—Oh, Daruu, me sobrestimas. No soy ni la mitad de astuto de lo que parezco, te lo prometo —confesó. «Y hablando de astucias, novias y promesas. ¿Acaso no había prometido yo…?»—. Pero te revelaré un secreto del Sharingan. Tómatelo como un regalo, por el favor de quedarte aquí conmigo —se detuvo—. Nuestros ojos pueden ver… —su diestra se levantó de forma lenta y parsimoniosa, trazando un arco hasta clavar un dedo en el pecho del joven amejin—, el corazón.
Y, con aquel simple gesto, el Uchiha saldó una deuda que había contraído hacía muchísimo tiempo. Una deuda con su honor, y con una joven chica llamada Ayame. La mitad de una deuda, más bien, pues su venganza no se vería completada hasta encontrarse con la propia kunoichi. Pero eso, era otra historia. Con Daruu, el Uchiha había sellado cierta técnica en su pecho. Lo tenía pensado desde el momento en que su Hermano le había revelado que él y Ayame eran pareja. Una técnica totalmente inofensiva para él, que se activaría cuando…
… besase a Ayame.
—Y tú tienes buen corazón, Daruu. Puedo verlo. —Sonrió de manera inocente, y retornó la mirada al mapa—. Ah, ¡vamos, vamos! ¡Aún queda un buen trecho!
¤ Tensha Fūin ¤ Sello de Transcripción - Tipo: Apoyo - Rango: B - Requisitos: Fūinjutsu 45 - Gastos: X + 10 CK, X: gasto de la técnica a sellar - Daños: - - Efectos adicionales: Sella los efectos de una técnica en un pergamino, o sobre el cuerpo de un objetivo, con condiciones impuestas por el ejecutor (ver descripción) - Sellos: - - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Mediante esta técnica, el usuario puede sellar los efectos de cualquier técnica que conozca (pregunta a un administrador o a un master oficial si no estás seguro de poder hacerlo con determinada habilidad), normalmente Ninjutsu, con el simple contacto sobre la superficie de un pergamino o sobre el cuerpo de otro usuario.
Usada sobre un pergamino, la única condición aceptable es que la técnica se libere cuando alguien abra el pergamino. Como mucho, se pueden llevar dos técnicas de menos de 50 CK en pergaminos pequeños, ó una técnica de menos de 100 CK en un pergamino grande. En medio de una trama, pueden prepararse y sellarse todas las técnicas que sean oportunas.
Usada sobre el cuerpo de otro usuario, se permiten diferentes tipos de condiciones, pero la técnica nunca hará daño a un portador sino que será lanzada desde el sello o permitirá al usuario lanzarla si éste la tiene en la mano. No se pueden llevar preparadas, a no ser que se especifique en una trama o post anterior. En todo caso, el usuario no podrá sellar más de una técnica en cada objetivo por trama o por día on-rol, y como gasto máximo deberá tener 100 CK.
En cualquiera de los casos, las condiciones de liberación no deberán ser ambiguas.
Condición: Besar a Ayame
Técnica sellada:
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
No obstante, Datsue no engañaba a Daruu. Ya había visto cómo peleaba, y también cómo se las ingeniaba con esa labia suya. No era que fuese la mitad de astuto de lo que parecía, sino que era el doble. Por tanto, debía de andarse con cuidado. Ya preveía que trataría de quedarse todo el tesoro para él sólo, pese a todo por lo que estaban pasando juntos, o al menos, lo intuía. Pero de seguro que podía intentar alguna treta más. Sin embargo, aquella pasó desapercibida, en aquél entonces, y los resultados los vería un tiempo después...
Datsue clavó un dedo en el pecho de Daruu, quien instintivamente echó un paso atrás, aunque tarde. El amejin miró al Uchiha de arriba a abajo, entrecerrando los ojos, como si una pesada sospecha acabara de caer sobre sus hombros. Abrió la boca y entonces... Sonrió afablemente.
—Oye, no tengo nada en contra, en serio —dijo—, de verdad que no. Pero no me van los hombres. Estás muy tocón. ¿Estás flirteando conmigo, o qué?
Sea como fuere, el dúo siguió la marcha a través de aquella exótica jungla. Pronto dejaron atrás las palmeras y comenzaron el ascenso por la estrecha ladera de la montaña. Para entonces Daruu ya guiaba a Datsue con la ayuda de su Byakugan, consciente de que, inevitablemente, le estaba diciendo muchas cosas sobre sus ojos sin ni siquiera hablar.
—No, pero en serio, cabrón. Cuéntame algo que no sepa sobre vuestra mierda —dijo—. Sé un poco honrado, nada de metáforas como la del corazón de antes. Tú estás conociendo muchas cosas sobre mí, y me parece que la balanza está claramente escorada.