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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
La figura de Kaido emergió desde las sombras son semblante taciturno. A pesar de lo que pudiera parecer, lucía mucho más calmado de lo que aparentaba estar Akame, aún y cuando las sospechas sobre su propia muerte acabaron finalmente por tirarse totalmente a la basura. Tenía el rostro meditabundo, en su cabeza repasaba una y otra vez la impulsiva respuesta a Ayame y de lo liberador que supuso para él dejar de fingir estar muerto, aunque al mismo tiempo, sopesaba las dificultades que aquello pudiera traer a la organización si el peso de la ira de Amekoro Yui se ceñía finalmente sobre ellos.

Daba igual. Lo hecho hecho está... ¿no?

—Sí, lo suficiente como para que no le queden ganas de seguir chusmeando por Tanzaku —dijo—. con que entonces también te creen muerto a ti. Interesante. ¿Qué hay de tu "hermano"? ¿sabes que no estás pudriéndote realmente en un jodido sarcófago?
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#47
Akame apretó los dientes. Apenas iniciaba su ascenso de los infiernos, y aquella herida todavía estaba demasiado reciente. Si sería capaz de dejar atrás todo aquello y seguir adelante, todavía estaba por ver; lo que pretendía llevar a cabo en el Club de la Trucha esa noche era el primer paso. Una necesaria purificación. Pero, en ese momento, no estaba preparado para acometer otros dilemas, no todavía.

No sólo me creen muerto. Creen que ellos me mataron —puntualizó el Uchiha, con cara de pocos amigos—. ¿Lo entiendes, Kaido? Fui traicionado por aquellos por los que sacrifiqué todo. Por eso... Por eso tengo que seguir viviendo. Esos hijos de puta no se salieron con la suya y tarde o temprano, lo van a entender.

El exjōnin realizó un aspaviento con ambos brazos. Estaba visiblemente alterado.

Pero Ayame... ¡Ayame! ¡Esa entrometida! Si las Tres Grandes vuelven a ser aliadas tal y como aseguras, entonces pronto Uzu sabrá de mi situación —aseguró, molesto—. Hasta ahora, sólo había dos personas que sabían que Uchiha Akame estaba vivo... Datsue no es ninguna de ellas.

Lanzó una mirada muy seria a Kaido. Una mirada que no podía interpretarse como una amenaza directa, sino más bien como una evaluación. La clase de mirada que una bestia herida pero muy peligrosa le lanzaría al aventurero que se adentra en su guarida.

Y es mejor que siga siendo así.

Luego volvió a dar unas cuantas vueltas nerviosas. Quería meterse más omoide, quería alcohol —whisky o sake—, y por encima de todo, quería liberarse de aquellas cadenas. Pero primero había algo que aclarar.

¿Así que es verdad? Umikiba Kaido, el Tiburón de Amegakure, traicionando a los suyos... ¿Y por qué? ¿Qué cojones te ofreció Dragón Rojo para que decidieras escupir en la cara a Amekoro Yui?
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#48
No sólo me creen muerto. Creen que ellos me mataron —a Kaido esa revelación en particular le dejó bastante sorprendido. Siempre creyó que Uchiha Akame era uno de los ninjas más leales a su amada Uzushiogakure no sato así como lo fue él alguna vez de su propia aldea. Muy por encima de Datsue, incluso. ¿Entonces qué tendría que haber hecho él como para que su propia gente lo asesinara? o mejor dicho, tratase de—. ¿Lo entiendes, Kaido? Fui traicionado por aquellos por los que sacrifiqué todo. Por eso... Por eso tengo que seguir viviendo. Esos hijos de puta no se salieron con la suya y tarde o temprano, lo van a entender.

La venganza. La dulce venganza. Un sentimiento capaz de rivalizar con el amor o la penuria. Ahí, en la cúspide de las sensaciones que te llevan a caminos insospechados. Como el de engañar a una de las personas más importantes de tu vida y ocultarle que su hermano realmente no estaba muerto. Akame quería que Datsue continuara viviendo con aquél velo puesto sobre sus ojos, y Kaido no pudo sino tratar de enfatizar las razones de ello. Le resultó también inmensamente curioso que el Intrépido haya sido partícipe del asesinato de Uchiha Akame, o al menos, parte de la planificación de un movimiento de tal magnitud.

Durante el encuentro de estos dos hace menos de un mes, Kaido le había visto tan tranquilo que no habría podido sospechar que Datsue estaba pasando por el duelo.

Pero Ayame... ¡Ayame! ¡Esa entrometida! Si las Tres Grandes vuelven a ser aliadas tal y como aseguras, entonces pronto Uzu sabrá de mi situación —aseguró, molesto—. Hasta ahora, sólo había dos personas que sabían que Uchiha Akame estaba vivo... Datsue no es ninguna de ellas.

—Por Ayame es mejor que no te preocupes. Va a ser mucho más difícil constatar que te ha visto vivo si mantienes el bajo perfil que llevas hasta ahora. Ya lo mío es un poco más jodido, pero sospecho que no iban a tardar demasiado en darse cuenta de que mi cadáver era falso. Era sólo cuestión de tiempo.

¿Así que es verdad? Umikiba Kaido, el Tiburón de Amegakure, traicionando a los suyos... ¿Y por qué? ¿Qué cojones te ofreció Dragón Rojo para que decidieras escupir en la cara a Amekoro Yui?

¿Que qué le ofreció?

—La libertad, Akame. La dulce libertad —respondió lacónico—. Sekiryū se ofreció a romper las cadenas que me mantenían atado, y ciego. Liberaron a la Bestia de Amegakure del yugo de una de las tres grandes. Me hicieron entender de que era cuestión de tiempo para que me hicieran lo que a ti. Después de todo, cuando se percatan de que tenemos todo lo necesario para romper con el status quo o que representamos un peligro capaz de arrebatarles el poder que tanto ansían y recelan, cualquier cosa vale. Cualquier cosa —le miró el rostro calcinado como una puntualización evidente—. y ahora, mi buen amigo; yo soy un Cabeza de Dragón. Soy uno de los ocho líderes. Y puedo —un paso, luego otro—. ofrecerte la grandeza que tu propia gente te ha arrebatado. Puedo ofrecerte un camino, una ruta. ¿Quieres hacerles pagar por lo que te han hecho? tú sólo no puedes lograrlo. A mí me costó entenderlo también.

»Únete a mí, Uchiha Akame, y verás logrados todos tus objetivos. Estamos más cerca que nunca de lograr lo que nadie ha hecho en muchísimo tiempo. Podrás verlo cuando me jures lealtad. Umikiba Kaido no te pagará con la traición como Datsue. Yo sí valoro la hermandad de la que él tanto se jacta.


Esa era su prueba de fuego. ¿Sería Akame capaz de disponer de cualquier sentimiento encontrado hacia Datsue para poder alcanzar su venganza mayor?
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#49
Akame bajó la mirada. Las palabras de Kaido enunciaban una verdad que él había entendido también; las Aldeas Ninja eran una gran mentira. «Una fábrica de soldados de usar y tirar que jamás les han importado. Jamás les hemos importado.» Si bien la liberación del Tiburón —podría llamarse también emancipación ninja— se había dado, de acuerdo al propio Kaido, en circunstancias muy distintas, Akame podía ver ciertos paralelismos entre ellos dos. Ambos habían sido ninjas excepcionalmente leales y trabajadores, traicionados por sus Villas —o a punto de en el caso del Gyojin, y a Akame no le costaba creerle— en pos de seguir alimentando el hambre de poder de los Kage y otros shinobis influyentes. Sin embargo, los sucesos tras sus forzados exilios no podían ser más diferentes. Mientras que el Uchiha se había sumergido en un pozo de indigencia, humillaciones y magia azul, Kaido había encontrado su propio lugar en una nueva familia; una que, él aseguraba, no temía a los poderosos sino que los ensalzaba. Que no pagaba el sacrificio con traición, sino con libertad. Que encarnaba, en resumen, todo lo que las Villas no eran capaces.

El Uchiha torció una sonrisa en sus labios y alzó la vista, mirando a Kaido directamente a los ojos. Akame nunca había sido bueno mintiendo y aquella vez no tenía necesidad de hacerlo. Las palabras que pronunció, emanaban de lo más profundo de su espíritu corrompido por el omoide, la culpa y la vergüenza; pero, aun así, había algo en lo que el Uchiha estaba de acuerdo con su contrario azulado...

Todos necesitamos amigos, Kaido. Morimos solos, pero vivimos entre personas —declaró, con la voz ronca—. Los míos me consideraron un paria, pero ahora... Ahora tengo la oportunidad de demostrar que se equivocaban. ¡Dragón Rojo! —soltó una carcajada seca—. Un grupo de criminales sin mayor oficio ni beneficio. Una junta de asesinos... Una madriguera de ratas. ¿Sabes una cosa, Kaido?

Akame se le acercó un paso, y aunque su actitud no transmitía nada hostil, era evidente por su voz que parecía un volcán a punto de explotar.

Alguien de Sekiryuu me arrebató algo muy, muy preciado para mí —le confesó, con un hilo de voz, mientras le temblaban las manos—. ¿Por... casualidad tú... Sabrás de quién te hablo? Su nombre es... Cof, cof... Su nombre es Katame. ¿Lo conoces, Kaido? Porque, en ese caso, tengo que confesarte... Que tengo muchas ganas de matarle.
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#50
En algo se equivocaba Akame. Dragón Rojo era, en efecto, un grupo de criminales. Asesinos. Desalmados traficantes. Era un nido para ladrones y gente de mala calaña. ¿Pero que no tenían ni oficio ni beneficio? el gyojin tenía que discrepar. En Sekiryū se mataba por un propósito. Se traficaba por un propósito. Se realizaba un bautizo de lealtad por un propósito. Uno grande. Uno que estaba por poner en jaque a la geopolítica de Oonindo si llegaba a buen puerto y que tarde o temprano vería luz. Pronto. Muy pronto.

Akame se tenía, sin embargo, guardado un secreto que parecía estar comiéndole por dentro. Una revelación que hacía del mundo un ninja un pequeño islote de acontecimientos donde todo estaba conexo. Un tablero de ajedrez con cientos y cientos de piezas que acababan encontrándose las unas a las otras, comiéndose entre sí y sólo coronando unos pocos peones en las cúspides de poder. Y es que alguien de Dragón Rojo tenía cuentas pendientes con Uchiha Akame. Ésta persona le había arrebatado algo importante.

Su nombre era Katame.

Katame, el hombre al que Kaido asesinó durante su misión en Taikarune. El hombre cuyo cadáver derritiéndose en fuego le reveló la existencia de la organización. El hombre que cuya muerte contribuiría, aún desde el mismísimo infierno, a la traición de Umikiba Kaido y a su deserción de Amegakure.

—Oh, sé de quién hablas. Lo conozco. Demasiado bien —soltó lacónico—. pero me temo, Akame-san, que tendrás que esperar a veros las caras en el infierno si quieres cobrártela. Porque está muerto.

»Yo mismo lo asesiné
—reveló, sin pudor. Aún podía oler el aroma de su carne calcinándose tras la activación del sello. ¡Ah! y cómo lo disfrutaba.
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#51
Ante tal revelación, el Uchiha no pudo sino bajar la mirada. Parecía confuso, indeciso sobre qué hacer a la luz de esa verdad; era evidente para Kaido, y lo sería para cualquier observador avispado, que Akame no estaba versado en venganzas. Ni en sus cabales, dicho sea de paso. Nunca le habían motivado, nunca había sido partícipe de una. Y sin embargo, la perspectiva de poder cobrarse aquella deuda que ahora nunca podría saldar, le había llenado de gozo durante un instante. Como un niño que aun no hubiera dado sus primeros pasos, el antiguo jōnin parecía perdido. Lo estaba.

Entiendo —dijo finalmente, con un hilo de voz—. Entiendo...

De repente, Akame se volteó en dirección a la entrada del Club de la Trucha; o más bien, de la taberna que le servía de tapadera. Absorto aun en sus pensamientos, con aire ausente, se dirigió a Kaido señalándole el extremo opuesto del callejón; aquel que la lógica indicaba que debía conducir a la parte trasera del local.

Hay una puerta trasera, la usan para mover productos y para deshacerse de la basura —le indicó—. Asegúrate de que nadie escape.

Poco a poco, los engranajes se estaban poniendo en movimiento. El plan que estaba a punto de desplegarse no parecía propio del yonqui de Calabaza sino de su anterior versión, una más profesional. Si bien lo que estaba surgiendo de entre las ruinas no era ni uno ni otro, el nuevo Akame no parecía tener reparos en sacarle información útil a Calabaza y usarla en sus propósitos. Aquella era una parte de sí mismo que quería enterrar, quemar, borrar completamente... Pero, para que eso fuese posible, el Club de la Trucha tenía que desaparecer. Junto a todo lo que implicaba.

Al lío.

Esperando que Kaido seguiría sus indicaciones para cubrir la única otra salida, Akame se encaminó hacia la puerta principal del local. A aquellas horas de la madrugada el lugar estaría a rebosar, con los parroquianos ya bien borrachos o drogados —o ambas—, las prostitutas habituales haciendo su particular Agosto, y el Sargento Tachibana contento con las ganancias.

El momento perfecto.
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#52
Entiendo —dijo finalmente, con un hilo de voz—. Entiendo...

¿Aunque realmente entendía?

A Kaido le parecía que no. A Kaido le parecía que desde que había sacado a Akame dentro de su propia cárcel interna, había dejado libre a un monstruo vengativo, herido y sediento de sangre. Y como su domador, ahora tenía que mostrar que podía ser partícipe de sus intenciones si quería que acabara confiando totalmente en él.

Después de todo, ¿quién era Kaido para negarle los instintos más primitivos a otra bestia? ¿acaso no era él una también?

Sería un poco hipócrita si lo hiciera.

—Purgar te hará bien. Que lo disfrutes, amigo —dijo.
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#53
Tú... —Akame se había detenido, aun de espaldas a su ahora compañero de viaje. Parecía a punto de decir algo, pero entonces, simplemente recalcó—. Asegúrate de que nadie escapa por la puerta de atrás.

Y así, la figura menuda y ruinosa de Uchiha Akame desapareció de la vista de Kaido. Un tipo hundido en la miseria al que el Tiburón había elegido dar una segunda oportunidad; una nueva vida. ¿Sería aquella la decisión correcta? Liberar a la bestia herida, con todas sus consecuencias. ¿O habría sido mejor dejarle aletargado, hasta que un día la muerte le encontrase en el mugriento aseo de algún tugurio, con la boca repleta de espuma azul? Probablemente, ninguno de los dos llegaría a saber la respuesta a aquella incógnita.

La verdad era, al menos esa noche, que Akame estaba desquiciado. Y así, se dispuso a cumplir su plan.

El Club de la Trucha no se inmutó ni un poco, como un ente vivo que estuviera fluyendo a través de las consumiciones, las peleas, el sudor, las maldiciones y las miradas de pocos amigos de sus habituales, cuando el Uchiha entró allí. Los parroquianos más cercanos ni siquiera le reconocieron como a Calabaza, pues aunque su rostro medio quemado y su pelo engreñado y sucio dejaban poco lugar a dudas, había algo en su actitud que le diferenciaba del joven yonqui. Sus ojos, rojos como la sangre, miraron por última vez a aquella gente. Más que un simple local, el Club era una parte de sí mismo; de lo que había sido. Una que estaba a punto de dejar ir.

Sus manos se entrelazaron en varios sellos, inadvertidos por los borrachos, los empleados del Sargento, las prostitutas.

«Caballo, Dragón, Tigre, Mono, Dragón...»

El chakra volvía a fluir por su cuerpo, como la corriente de un río que rompía los diques que habían mantenido preso su cauce. La energía se transmutó en fuego en su estómago, y Akame la dejó salir junto con toda la rabia, la culpa, la vergüenza, el odio, la mierda que tenía dentro.

¡Katon...

Sólo en ese momento, cuando su voz se alzó por encima del bullicio general, los que estaban dentro de la taberna supieron que algo malo estaba por pasar.

... Kagutsuchi no Ikari!

Luego, el Infierno.




Desde su posición, Kaido podía escuchar los débiles murmullos que traspasaban aquellos muros sólidos, y la gruesa puerta de madera, desde el interior. El Club de la Trucha parecía estar concurrido y se intuía tan bullicioso como el Tiburón había comprobado un rato antes, cuando se ofreciera para pelear con el yonqui Calabaza. Sin embargo, de repente sus oídos pudieron captar algo. Un sonido que desentonaba. Un grito que no transmitía júbilo, ni ira, ni éxtasis... Sino miedo.

Pronto el terror fue lo único que copó aquel lugar tras la puerta que Kaido estaba guardando, y si se colocaba lo bastante cerca, podría notar un ligero calor que emergía de la misma. De repente, la puerta se abrió.

¡Joder!

Un tipo alto y corpulento, de piel bronceada y pelo rapado casi al cero, con algunas cicatrices y vestido con la ostentosidad de los hampones de medio pelo de Tanzaku salió despedido de aquella puerta. En el interior, llamas anaranjadas podían verse danzando de un lado para otro y una columna de humo gris emergió de la misma puerta que aquel hombre para alzarse hacia el cielo nocturno.

El Sargento Tachibana se incorporó, tosiendo con dificultad, y fue entonces cuando vio a Kaido. Pero su rostro ya no reflejaba la seguridad de antes, la prepotencia, aquella expresión de dureza militar que el Tiburón había visto antes. Ahora tan sólo el miedo y la sorpresa tenían cabida en esa cara.

¡Marrajo! Me cago en mi puta madre, ¿quieres ganar más pasta esta noche? Se me ha colado un tipo, un puto psicópata... —explicó, y estaba claro que ni él mismo sabía realmente lo que estaba pasando—. Mi local está ardiendo, ¡joder! ¡Te doy mil pavos si entras ahí y solucionas esta puta locura!
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#54
Lamentablemente, para Tachibana; Marrajo no era un amigo. Marrajo no iba a ser su salvación. ¿Pasta? ¿cuánto podía realmente ofrecerle?

Nada. El destino quería verlo arder. No existía pago alguno para disuadir a Homusubi de su fuego.

—Tu local está ardiendo para que tú te quemes con él¡bam! una patada poderosa que salió de la nada impactó de lleno en el estómago del "militar" y le mandó hasta el conato de su taberna. Le regaló una sonrisa afilada y poco a poco fue cerrando la puerta con la mano derecha. Tachibana tendría que haberlo visto como si alguien estuviese echando palas de tierra, de una en una, sobre su urna—. nos vemos en el infierno.

Hasta que se cerró del todo, sellando su tumba.
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#55
¡Ugh! —el Sargento soltó un bufido ahogado cuando, sin previo aviso, aquel ninja criminal le soltó una reverenda patada y lo tiró de espaldas, de vuelta al lugar en llamas del que intentaba escapar. Sus ojos miraron a Marrajo con una mezcla de súplica e incomprensión, ignorantes del plan que se había fraguado entre aquel tipo de dientes de sierra y el pirómano que estaba quemando el Club. Cuando la puerta se cerró, Tachibana trató de incorporarse y alcanzar la ansiada libertad. La salvación. De más está decir que no fue suficiente; su historia acababa esa noche.




Akame contempló su obra magna con los ojos encendidos y una risa que se le atragantaba en la garganta, luchando por salir. El pecho le latía con fuerza, dedicando respiraciones apresuradas a seguir nutriendo de oxígeno aquel cerebro desquiciado. El local entero estaba en llamas junto con sus ocupantes, que pugnaban por salir y librarse de aquel infierno. Ni uno solo debía escapar. El Club de la Trucha quedaría reducido a cenizas aquella noche, y Calabaza el yonqui moriría con él; no era un compañero de viaje que Akame pudiera llevar al lugar al que se dirigía.

El Uchiha esperó, con el aire fresco de la noche dándole en el rostro. Estaba apoyado sobre la pared, junto a la puerta principal del local. La había atrancado desde fuera y, aunque terminaría ardiendo, la gruesa madera le daría el tiempo suficiente para asegurarse de que el Club de la Trucha quedaría destruido, y de que ninguno de los parroquianos escaparía con vida. Las implicaciones de aquello podrían trastornar los códigos éticos y morales de cualquier persona cabal, pues en pos de un objetivo individual, mucha gente que nada había tenido que ver con su caída en desgracia y evolución en Calabaza iba a morir. «Grandes metas exigen grandes sacrificios», se dijo Akame. Una enseñanza más de su maestra Kunie.

«Pronto nos volveremos a ver, Kunie-sensei.»

Lo veía claro ahora. El sendero que Kaido le había ofrecido recorrer no era sino una etapa más del viaje. Una cargada de enseñanzas que le moldearían como a un trozo de metal para convertirle en alguien más poderoso de lo que había sido el jōnin Uchiha Akame. Él debía caminar esa senda... Y lo haría.




Está hecho, Kaido.

El renegado renacido aguardaba a su azul compañero, apoyado en la esquina cercana. Sus ojos seguían refulgiendo con el brillo de la sangre pero su semblante lucía más... Cuerdo. Más tranquilo, más en paz; Akame lo estaba. Mientras el local ardía, él se purgaba.

«Pero todavía queda algo más.»

Se acercó a Kaido y le miró a los ojos.

Puede que este sitio sea un agujero, pero hay gente en esta ciudad que lo tenía dentro de sus intereses... Al saber que ha quedado reducido a cenizas, buscarán culpables. Ni una sola persona de las que está ahí dentro va a vivir para contarlo, pero aun así, esto no es seguro... Tenemos que airearnos un rato, dejar que el asunto se enfríe —aseguró el Uchiha—. He confiado en ti y me has respondido con la misma moneda, así que creo que no piensas amarrarme mientras duerma y entregarme a Uzushiogakure. A partir de ahí, podemos trabajar juntos.

El Uchiha extendió la mano diestra, con la palma ligeramente hacia arriba. Un apretón que sellaría definitivamente el comienzo de aquella inusual alianza. Su propia Alianza, con Dos partes en lugar de Tres.
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#56
El escualo cruzó esa última esquina con la nariz moviéndose de un lado a otro, ansiosa. Aturdida por los vestigios del humo que se lograba escapar por algunas cuántas rendijas, y el hedor a muerte que empezaba a azotar las calles de Tanzaku Gai.

Puede que este sitio sea un agujero, pero hay gente en esta ciudad que lo tenía dentro de sus intereses... Al saber que ha quedado reducido a cenizas, buscarán culpables. Ni una sola persona de las que está ahí dentro va a vivir para contarlo, pero aun así, esto no es seguro... Tenemos que airearnos un rato, dejar que el asunto se enfríe. He confiado en ti y me has respondido con la misma moneda, así que creo que no piensas amarrarme mientras duerma y entregarme a Uzushiogakure. A partir de ahí, podemos trabajar juntos.

La mano fuerte de Umikiba Kaido se alzó solemne y cerró aquél pacto con la honorabilidad de dos criminales. Un apretón que sellaría una alianza a la que más de uno en Oonindo tendría que temer.

—Ya te lo dije, Akame. No gano absolutamente nada con entregarte a Uzushiogakure o, en todo caso, con haberte rajado el puto cuello una hora atrás. Considero que, lo que he hecho por Uchiha Akame esta noche es una inteligente inversión a futuro. Soy una bestia que reconoce el poder de otras. No desmerezco las habilidades de nadie. Si sirven a mi propósito, las aúpo. ¿Entiendes a dónde voy, verdad?

»Este mundo trata imperiosamente de hacernos creer que no nos merecemos un lugar en él. No pueden estar más equivocados. ¿Sabes por qué? porque sí que tenemos un rincón donde podemos ser útiles. Donde se nos puede valorar por lo que realmente somos. A ese lugar se le llama caos, Akame. Y te estoy invitando a unirte a él. A ser parte de algo más importante
—soltó con la convicción de un general militar—. pero para saber más tienes que ganarte de todo mi confianza. Tienes que mostrarme que estás conmigo y no contra mí. Podemos trabajar en eso en el camino al País del Agua...

... ¿vienes?
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#57
No sabía si era el fuego, los vapores tóxicos del humo, el efecto rebote de su colocón de omoide, la tensión que tenía por las nubes y le hacía latir el corazón a mil por hora, la sangre en sus manos, y todo a la vez. Pero a Akame las palabras de Kaido le parecían hipnóticas, casi mágicas. Aquel escualo le estaba ofreciendo mucho; muchísimo. El Uchiha estaba lleno de convicción, se hallaba con una nueva visión del mundo, como si le hubieran quitado la venda. Asintió ante las palabras del Gyojin.

El caos es una escalera —murmuró. No supo si era algo que había leído en uno de los libros de fantasía que tanto le gustaban, o una de las enseñanzas de su antigua maestra. Pero en ese momento lo encontró lleno de sentido.

Larguémonos de este estercolero —asintió, con una media sonrisa. Sin embargo, luego añadió algo—. Tenemos que hacer una... Parada obligatoria antes. Tengo que reabastecerme.

El Uchiha se dio media vuelta y comenzó a caminar a paso ligero, esperando que Kaido le seguiría. Los dos exninjas recorrerían las oscuras calles de aquel barrio dejando la antorcha gigante en la que se había convertido el Club de la Trucha atrás, para perderse entre las sombras. Un giro hacia la derecha, otro a la izquierda... Akame parecía conocer a la perfección aquel entramado urbano tan traicionero que podría resultar laberíntico para cualquier extranjero; había tenido suficiente tiempo como para aprendérselo, y muchas veces su propia supervivencia dependió de ello.

Después de un rato, Akame se plantó frente a un edificio destartalado. Parecía un bloque de viviendas muy precario y viejo, situado en el mismo barrio pobre, de tres plantas. Había varias ventanas en la fachada, algunas de ellas estaban tapiadas con tablones de madera, otras tenían los cristales rotos y en general toda la pared del edificio parecía a punto de caerse a trozos. El portal, sin ir más lejos, era apenas un agujero en la pared en el que, en otro tiempo, habría habido una puerta. Más allá del umbral se intuían unas escaleras mugrientas. Akame se volteó hacia su acompañante.

Espera aquí, no tardo nada.

Luego se adentró en la penumbra de aquel edificio y desapareció.

Volvió cinco minutos después, y su imagen había cambiado radicalmente. No quedaba rastro de las ropas mugrientas y sucias que siempre llevaba Calabaza, y ahora habían sido sustituidas por un yukata de color índigo bajo el que se intuía una camisa de manga corta de color arena. Akame vestía también pantalones de color azul oscuro, bombachos y ceñidos en la pantorrilla por dos botas negras de trabajo. A la espalda, colgada en una funda bandolera, una espada negra.

Esto está mejor, coño —masculló entre dientes el Uchiha, con una media sonrisa maliciosa—. No voy para pase de modelos pero, bueno, no quería que el Tiburón de Sekiryuu fuera visto con un pordiosero a su lado. Tu reputación no lo soportaría —apostilló, ácido, para luego soltar una breve carcajada algo maniática.

El lugar al que el Uchiha había ido a aprovisionarse de varios enseres de vital importancia no era sino uno de los pisos francos que Tengu —Kunie— tenía repartidos por Oonindo. Por su proximidad con Uzushio, Akame había llegado a conocer aquel, y sabedor de que en estos lugares su antigua maestra siempre ocultaba numerosos recursos, aprovechó la oportunidad. Cualquier otro no hubiera podido encontrarlo, pero él sabía dónde y cómo mirar.

Akame sacó un rollo de vendas blancas y lo miró con gesto insondable. «Es lo mejor.» Quitó el adhesivo, se colocó el extremo del rollo en el cuello, y empezó a vendarse parte de la cabeza y su rostro calcinado. No se cubrió por completo la cara, sino que dejó al descubierto aquellas partes que quedaban intactas; la mitad izquierda, la boca, la nariz y parte de la barbilla. Cuando terminó, se aseguró de que el vendaje era firme y se lo ajustó en la cabeza, donde mechones sueltos de pelo negro le sobresalían por algunos lados.

Luego habló.

Tengo que ir a buscar una última cosa.
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#58
Larguémonos de este estercolero —asintió, con una media sonrisa. Sin embargo, luego añadió algo—. Tenemos que hacer una... Parada obligatoria antes. Tengo que reabastecerme.

Kaido asintió, echándole un último vistazo a la pira en la que se había convertido el club de la Trucha. Bien. Merecido. Todo aquél que le hiciera mofa a su subespecie se lo merecía.

Pegó la vuelta y comenzó a andar junto a su nuevo y recién adquirido aliado. Eran Kaido, el Tiburón; y Uchiha Akame.

. . .

El gyojin aguardaba ansioso a las afueras del edificio. Akame le había llevado hasta su dirección después de fraguarse un buen número de cruces a lo largo de la ciudad, donde Kaido no tuvo más remedio que seguirlo a ciegas. La manera en la que su colega se movía por las pútridas calles de los barrios más pobres de Tanzaku Gai era digna de un oriundo. Calabaza había convertido el estiercolero en su hogar.

Pero con la muerte de Calabaza, no tenía caso seguir allí. Y tampoco tenía caso abandonarla luciendo como el pordiosero que fingió ser durante mucho tiempo por su propia seguridad.

Entrar y salir del edificio de tres plantas supuso ser el cambio trascendental que culminaría el renacer de Uchiha Akame. Quien salió de ahí no era un yonqui sucio y desaliñado, sino más bien el reflejo del Profesional que una vez se jactó ser. Aún olía mal, pero el conjunto que dignificaba ligeramente su figura le había convertido en un tipo con el que se podía estar. Kaido le echó un ojo, sin embargo, a la espada larga que reposaba en su espalda.

—Un retorno triunfal, en efecto. Bienvenido a la vida, Uchiha Akame —concluyó, a modo de bautizo.

Luego contempló el proceso durante el cuál el Uchiha envolvió su rostro en vendas. Querría haber preguntado el cómo se había calcinado gran parte del rostro, pero asumió que era una información que tendrían que compartirse en otro momento.

Tengo que ir a buscar una última cosa.

—Mueve el culo —dijo, esnifando a aire como lo haría un depredador—. la guardia de la ciudad empezará a moverse pronto.
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#59
Akame dio un largo vistazo a Kaido.

Amén a eso.

Luego se apresuró a retomar el camino. El Tiburón estaba en lo cierto, un incendio como el que habían provocado atraería inevitablemente la atención tanto del Dedo Amarillo —los custodios oficiosos de aquella zona que comprendía apenas unas cuantas cuadras de la gigantesca ciudad— como de la guardia patrullera del Daimyō, quienes apenas asomaban el morro por ese barrio cuando era inevitable hacerlo. Como en esa ocasión, en la que la columna de humo se alzaba al cielo nocturno y las llamas debían ser visibles incluso desde el palacio del propio regente. «Que arda, joder. Que arda todo.» Como un Fénix, él había renacido de esas llamas.

El viaje por los callejones deprimidos y mal iluminados se reanudó, pero esa vez, el recorrido fue mucho más corto. Apenas unos minutos bastaron para que la pareja abandonara aquel barrio de mala muerte en pos de dirigirse hacia la zona más comercial de Tanzaku; aun sin llegar a internarse en ella. Los edificios a su alrededor iban mejorando en aspecto sensiblemente, ya no eran esqueletos derruidos y poblados de yonquis, delincuentes y demás, que como hormigas los recorrían y se asomaban por sus agujeros, sino que ahora algunos incluso parecían poder ofrecer una vivienda digna a sus habitantes. Akame se detuvo junto a una vía de servicio repleta de tachos de basura y contenedores, un lugar en el que los restaurantes y comercios de alrededor tiraban sus desperdicios. El hogar de Calabaza.

Es aquí...

El Uchiha se adentró en la vía con pasos dubitativos, hasta llegar a los linderos de unos cuantos cartones dispuestos en el suelo de forma inteligente para ofrecer un mínimo cobijo a una persona no muy grande. Sobre el propio suelo había dispuesto otro cartón, y a su lado, una manta mugrienta. Una cajita contenía las pocas posesiones que Calabaza había conservado de su anterior vida, y alrededor se podían ver toda clase de desperdicios; entre ellos, un papel de hamburguesa y una lata vacía de Amecola. Akame se agachó sobre aquel nido de recuerdos que olía muy mal, y sus manos temblaron cuando abrió la cajita.

De ella tomó una pluma azul muy brillante, sorprendentemente limpia y bonita. Era como una flor que, por algún extraño motivo, había crecido entre la basura; en un lugar que no le correspondía. El Uchiha la observó con ojos vidriosos antes de tomarla con ambas manos y apretarla contra su pecho. Luego se incorporó, colocándose la pluma entre algunos de sus vendajes, sobre la oreja izquierda.

Ahora sí. Vámonos, Kaido.

A partir de ese momento, sería el Gyojin quien llevase la voz cantante; al fin y al cabo, él era el Dragón, y el destino de ambos se ubicaba en su madriguera, allá por las lejanas tierras de Mizu no Kuni.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#60
La dicotomía que existía entre los extremos de Tanzaku era, sin duda, evidente. Hasta el aire se respiraba mejor lejos de los escombros desmoralizados de los barrios más pobres de la Capital del País del Fuego. Kaido siguió apaciblemente a Akame, cubierto por la seguridad de su pesada capa de viaje negruzca, a través de su viaje personal de introspección donde iba cerrando cada experiencia que había vivido él en aquella ciudad. Con la quema del tugurio que le usó como carne de cañón para apuestas de peleas ilegales, hasta la búsqueda en la que abandonó la piel de Calabaza para tratar de convertirse en el Akame de los tiempos de antes; ahora el gyojin debía acompañarlo hasta una última parada.

Al desenlace de un capítulo con Omoide y desesperanza como título final.

Entre harapos mugrientos y cajas de cartón, Akame retiró un pequeño cobertizo que guardaba en su interior una pluma azul. La retiró de su interior como un tesoro extremadamente varioso y lo apretujó, risueño, entre su pecho, para luego calzarla en algún lugar apropiado entre sus pelajes.

Kaido, en silencio, se llevó la mano casi que por inercia a un colgante que calzaba en su pecho, también. Era un cordón de tira negra que acababa en un colmillo de tiburón blanco. Lo sostuvo con la añoranza de tiempos mejores y ni siquiera el Bautizo Draconiano fue capaz de apaciguar los recuerdos de ese alguien. De su mentor. De Yarou.

Akame y Kaido compartían ese par de detalles. Que, un objeto, cumplía la única función de mantener vívido un bonito recuerdo. El único, quizás, que valía la pena mantener en un mundo tan pútrido como en el que vivían.
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