Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Eran las siete de la madrugada. Datsue lo llamaba de la madrugada, y no de la mañana, porque lo primero implicaba que era hora de estar en la cama —o de parranda—, pero en ningún caso trabajando. Y no, no importaba que los primeros rayos del sol ya tiñesen el cielo de un azul apagado.
Contrario a su naturaleza, se hallaba en el despacho con una taza de café humeante. Gajes de ser Uzukage. Tras su nombramiento, no había parado quieto. Demasiadas cosas con las que ponerse al día, demasiadas cosas que atender. Sin embargo, y pese a que podía parecer que no era urgente, Datsue tenía la idea de entrevistarse con todos sus ninjas. Quería conocerlos en persona, uno a uno, verles la cara y mirarles a los ojos. Si iba a liderarlos, y ellos a obedecer sus órdenes, ¿no era importante que al menos se conociesen, aunque fuese brevemente?
Shukaku se mecía en una hamaca junto a la ventana, medio dormido. Para Datsue, era importante que todos se fuesen acostumbrando a su presencia. A verle. Claro que antes había conseguido la promesa del Padre del Desierto de que se comportaría cívicamente. Esperaba que fuese así. Tenía la esperanza, al menos.
No tuvieron que esperar demasiado para recibir al primer invitado del día. Un hombre al que ambos conocían muy bien.
—¿A las siete de la mañana, Datsue? —dijo nada más entrar, cerrando la puerta tras él—. Te lo estás tomando más en serio de lo que pensaba.
La boca de Datsue se curvó como un ōkunai afilado.
—Ya me conoces, me gusta sorprender —dijo, haciendo un ademán con la mano para que tomase asiento.
En su lugar, el invitado se dirigió hacia el gran ventanal, junto a Shukaku, y abrió la cristalera. Se sacó un cigarro y lo encendió con un chasquido de dedos. Tomó una lenta bocanada, y echó el humo hacia el exterior.
Datsue puso los ojos en blanco.
—Sabes que ahora podría ordenarte que lo dejases, ¿verdad… Raito-sensei?
—Podrías intentarlo.
Raito sonrió por su propio comentario, y Shukaku, medio desperezándose, soltó una carcajada ácida. Después Shukaku sacó una pipa y, sin mediar palabra, como si existiese entre ellos un entendimiento tácito, Raito la rellenó con unas hierbas antes de encendérsela. A Datsue siempre le había impresionado lo bien que parecían llevarse esos dos. En parte era un alivio, claro, aunque otra parte de él siempre permanecía en tensión, como si temiese que un mal comentario de uno o un mal gesto de otro lo echase todo por la borda.
—Imagino que te estarás preguntando por qué te hice venir a las siete de la madrugada. —Raito no dijo nada, pero su ceja levantándose evidenció que era evidente que sí—. Pues bien, la cosa es que pronto tendré que partir para asistir a una asamblea entre Kages.
Raito echó la ceniza en un cenicero improvisado —su propia taza para el café, imaginaba que ya vacía— y le observó, como intentando leerle la mente.
—No me digas. Y quieres que te acompañe. —Algo debió ver en su expresión, porque cambió de parecer—. No, no es eso.
—No exactamente —reconoció—. Hanabi me contó que acudía a estas reuniones acompañado de Katsudon. Yui de Shanise. Kintsugi… Bueno, ¿a quién le importa a quien llevase Kintsugi? El caso, que se suele llevar a los ninjas de máxima confianza. A los más fuertes también, como es lógico.
—Pero tú nunca sueles hacer lo más lógico.
Datsue no supo si tomarse eso como un cumplido o una crítica. Conociendo a Raito, probablemente tenía algo de ambas cosas.
—Lo que pienso hacer tiene cierta lógica, en verdad. Escucha, acabo de prometer a toda la villa ser su escudo. No puede ser que a la primera que me ausente me lleve a los mejores ninjas conmigo, dejando la aldea todavía más desprotegida. No, necesito a los que más confío aquí, encargándose de que todo vaya bien en mi nombre. Te necesito a ti, Uchiha Raito. Y a Sasaki Reiji. Y a Uzumaki Eri. Os necesito a los tres en la villa hasta mi regreso.
Todavía no había hablado con Reiji ni con Eri, pero ya llegaría el momento.
—Y concretamente, Raito, te necesito a ti aquí —agregó, clavando un dedo en la mesa del despacho—, haciendo las funciones de Uzukage durante mi ausencia.
Raito suspiró, y sus ojos se perdieron al otro lado de la cristalera, en algún punto de Uzu.
—Está bien.
Datsue abrió los ojos, sorprendido.
—Pensé que me lo pondrías un poco más difícil. —Sabía bien que Raito no era muy fan de permanecer en los despachos. El papeleo no iba con él. Así que, sin querer tentar a la suerte, cambió el tema de conversación antes de que él cambiase de idea—. Oye, tengo curiosidad. Durante mi discurso en el nombramiento, ¿gritaste que serías mi espada?
Raito dio una rápida calada y contestó antes de echar el humo por la nariz.
—Por supuesto que no —Lo dijo de forma tan tajante, como si lo contrario fuese una locura, que más que decepción, despertó indignación en Datsue. Se levantó para protestar, pero Raito apagó el cigarro en la taza y habló primero:—. Quizá ahora seas mi Kage, Uchiha Datsue. Pero por encima de eso, yo siempre seré tu Sensei. Es mi deber ser tu escudo, no tu espada. Y eso nunca cambiará.
Raito le puso una mano en el hombro: probablemente, la mayor muestra de afecto en toda su vida. Datsue le devolvió el gesto con un abrazo. Por unos instantes, sintió que todo el peso que tenía sobre los hombros se aflojaba. Tuvo que restregarse los ojos —algo debía habérsele metido en ellos, porque le picaban—, antes de retomar la compostura .
Ambos carraspearon.
—Ni siquiera Shiona lo hizo, Datsue. —Datsue hizo un gesto sorprendido. A veces todavía le pasaba eso, se sorprendía, ante la capacidad que tenía Raito para, de alguna forma, leerle la mente. No debía haberle pasado desapercibido que la pregunta de la espada iba más bien encaminada a saber su valoración sobre el discurso, y el hecho de no haber convencido a todo el mundo. Ese hecho no le había dejado dormir en toda la maldita noche—. Todo el mundo la venera ahora. La idolatra. Pero en su día, ni siquiera ella tenía a todo el mundo satisfecho. Es imposible.
Shukaku, balanceándose en su hamaca, hizo una mueca que dejaba entrever que opinaba distinto. Datsue se imaginó que estaría pensando algo como: «matas a los que no te quieren, te quedas con los que sí, y asunto resuelto». Por suerte, no dijo nada, y Raito abrió la puerta del despacho para marcharse. Antes de cerrar la puerta, sin embargo, frunció el ceño y agregó:
—Oye, espero que no te lleves a un cualquiera a la reunión.
—¡Por supuesto que no! Qué cosas dices, Raito-sensei. Lo tengo más que meditado. No es algo que dejaría al azar. No señor.
Cinco minutos más tarde…
—A ver si lo he entendido —dijo Shukaku, frente a la pila de expedientes que le habían acercado al despacho. Expedientes, concretamente, de todos los genins que tenían que visitarle aquel día, con una fotografía, nombre, clan, edad e información tanto académica como personal—. Vas a coger una de estas carpetas, al azar. Vas a abrirla… ¿y ese será el ninja que te lleves a la asamblea de Kages?
—Hombre, dicho así suena un poco… El caso es que la villa puede prescindir de cualquiera de esta pila por unos días, y yo tampoco conozco a ninguno lo suficiente como para tomar… Bueno, sí. Eso mismo.
—Estás como una puta cabra. ¡Y eso me gusta! ¡JIA JIA JIA!
Sabiendo que probablemente aquello no fuese la mejor de sus ideas —y que con toda seguridad, no iba a revelar aquel método de elección a nadie en la faz de Ōnindo—, Uchiha Datsue tomó una carpeta cualquiera y…
…cuando la abrió vio el nombre de…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
La mermelada saltó disparada para todos lados de la cocina. Si, la mañana comenzaba de fábula. Ni un ápice de gracia a esa somnolienta hora, en la cuál ni el café más fuerte podía avivar al joven Senju. Éste miró la tostada, y la tostada le devolvió la mirada, de reojo —pues obviamente estaba cara al suelo—. Chasqueó la lengua, y ni se dignó a recogerla con ligeros reflejos. Es más, hasta se sentó a su lado. Se sentó al lado de la tostada, en el suelo, como aquél abuelo que hace de igual manera en un coro de chiquillos para fastidiarlos con una historia que no lleva a ningún lugar.
—Cago en la puta... ¿qué horas son éstas para una "citación"? —se preguntó a voz baja y aterciopelada. —¿Y por qué me citan a mi en el despacho del escudero? Normalmente las misiones las pide uno en la recepción...
Aún le daba vueltas al porqué de esa carta, de ese aviso que requería de su presencia a las siete y media de la mañana, ni más ni menos. Con demasiados pocos ánimos, tocó un par de veces la tostada del suelo, haciendo que ésta se moviese levemente, carente de voluntad.
—¿Será que miré raro al Uzukage? ¿se daría cuenta de entre todos los shinobis y kunoichis que habían allí de que no estaba muy de acuerdo con sus palabras?
Tomó un sorbo de ese amargo café, y reposó la taza a su otro lado. Dejó caer un leve suspiro, y animado en absoluto por unas abominables ganas de ir al susodicho despacho, se puso en pie. Fue directo al cuarto, y en un abrir y cerrar de ojos se plantó ante el armario.
«]Bueno, ¿y ahora qué? ¿visto formal o visto lo habitual?»
Apenas lo pensó.
Tomó el gorro de lana, la camiseta, la sudadera blanca que tanto le gustaba, así como los pantalones —A la mierda. —y los lanzó sobre la cama. Apenas éstos aterrizaron, el chico ya se había despelotado prácticamente —quitándose el pijama—, e ipso facto se puso lo que recién había pillado del armario. El último detalle fue el reloj, el de correa morada.
Listo para salir de casa.
Tomó aire, y cargó sus pulmones de unas ganas prácticamente inexistentes. Avanzó directo hacia la puerta, y al pasar por al lado de la cocina se dio cuenta de que no todo estaba listo. Aún tenía un asunto pendiente, uno muy... mermelado.
—Hostiaputa.
[...]
Varias decenas de minutos más tarde, y tras resolver ese pringoso tema de la tostada, el Senju se plantó ante el edificio del Uzukage. Le echó un vistazo desde abajo, y se tomó unos segundos en saborear el frío invierno. Si, la temperatura —y más a esas horas— era simplemente exquisita. Poco más adelante, se vio inmerso en la luz de los ventanales de la sala contigua. Apenas pasó por la recepción, mostró la carta a Kiyomi, esa pelirroja tan risueña.
—Buenos días, vengo a ver al señor Uzukage, recibí ayer ésta citación —adjuntó al documento.
Apenas presentado el documento, con la otra mano miró el reloj de pulsera. Apenas daban las siete y veinte minutos, incluso con esa demora de la tostada, llegaba con algo de tiempo de sobra. Sin duda alguna, había madrugado bastante.
Ahora que lo veía en la fotografía de la ficha, le sonaba. Aquellos dientes… ¡Lo había visto en el nombramiento! Oh, sí, había estado cerca del incidente. Aunque no recordaba demasiado sobre su reacción, ni para bien ni para mal.
—Lástima… —dijo Shukaku—. Me hubiese gustado que saliese Umi. Hubiese sido gracioso.
Datsue puso los ojos en blanco. Los dados habían hablado. Distraídamente, sus ojos empezaron a analizar los pocos datos con los que contaba la ficha del joven genin.
• • •
Mientras tanto, dos pisos más abajo, Kiyomi, con la ternura de una madre, señaló a Hayato las escaleras de piedra.
—Lo encontrarás en el último piso, tras una puerta doble con el símbolo del Remolino. No tiene pérdida. ¡Buena suerte! —añadió, dedicándole una última sonrisa.
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Siete obtuvo una rápida respuesta por parte de la Uzumaki, quien además añadió con un gesto la dirección a tomar. El Senju dobló nuevamente la carta, y la introdujo en la sudadera, donde inicialmente había estado.
—Muchas gracias.
Apenas comenzó a andar, entremetió nuevamente las manos en los bolsillos. Era una cómoda pero fea costumbre, aunque al menos en invierno era útil. Avanzó hasta las escaleras, y comenzó a subir peldaño a peldaño. El camino se hizo casi tan largo como el de casa hasta el edificio. Quizás no era para tanto, pero en la cabeza del chico pareció eterno. Si, aún no hacía más que preguntarse para qué era, para qué le habían pedido ir.
Para cuando llegó al último escalón, avistando la mencionada puerta doble con los símbolos de Uzu, el chico topó sin querer con el tabaco con sus manos. Por un instante hasta pensó en echarse un pitillo, pero... al alzar la zurda, pudo ver que no disponía de tal tiempo. Así se lo indicaba su reloj al menos, y dicen que esos trastos nunca fallan. Volvió a meter la mano en el bolsillo, y terminó de avanzar hasta encontrarse a escasos centímetros de la puerta. Nuevamente sacó la zurda, y golpeó un par de veces en el portón del despacho.
¡Toc, toc!
—¡Con permiso! —añadió a la llamada, abriendo la puerta. —¡Buenos días!
En un principio pensó en acompañar los buenos días de un recatado "señor Uzukage", pero nunca mejor dicho, le comió la lengua el gato. O el mapache.
Siete se disponía en el umbral de la puerta, y no fue para nada lo esperado. Pudo pensar en ver al Uchiha en un lado, u otro; pudo pensar en algún súbdito o incluso un anbu hablando con el Uzukage; pudo pensar incluso de un despacho vacío y que el Uchiha lo sorprendiese por la espalda... pero sin duda, ver al mismisimo shukaku tendido en una hamaca a la vera del Uchiha pudo ser lo último que le pasase por la mente. Su rostro sin duda sería un poema, no supo ni qué mas decir.
A Datsue no le pasó desapercibido la cara que se le quedó al chico al ver a Shukaku. No obstante, hizo como si no se hubiese dado cuenta.
—Senju Hayato. Con puntualidad uzujin, así me gusta. Adelante, toma asiento —dijo, indicándole una silla que había frente a su mesa. Tenía pensado remodelar un poco aquel despacho, hacerlo más suyo, pero con todas las cosas de las que tenía que ocuparse, aquella desde luego estaba en la última de su lista de prioridades.
Shukaku, en su hamaca, dio una calada a la pipa y echó volutas de humo circulares hacia el techo.
—Verás, en esta nueva etapa me gustaría entrevistarme con todos mis ninjas, para conocerlos aunque sea muy brevemente. No te preocupes, no es una prueba, ni nada por el estilo —se recostó sobre el asiento de cuero, poniéndose más cómodo—. Antes de nada, ¿estás a gusto en la Villa? ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
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El Uchiha comentó que le gustaba la puntualidad, un hecho para nada insólito, pues a la mayoría del gremio les era inherente. Todo buen militante, adora la puntualidad. Una norma no escrita, o quizás si, que todos sabían tener la obligación de cumplir. Además de esa puntualización, el Uzukage le ofreció asiento, ofreciéndole la silla que tenía justo frente a su mesa. Él entre tanto, se disponía justo en el sillón del otro extremo, como si se dispusiese al otro lado del mar.
«Vamos a ello.»
Sin pensarlo demasiado, Siete accedió a sentarse. Caminó sin titubear demasiado, y tomó el indicado asiento. Se recostó apenas con la posadera, reclinándose mas bien hacia adelante, con las piernas algo separadas y los codos reposados sobre las rodillas, en lo que las manos se unían entre sí. Una postura en la que se encontraba "cómodo", dada la situación.
El mapache entre tanto fumaba de una pipa, haciendo volutas de humo de formas circulares.
Datsue aclaró entonces cuál era el motivo de la reunión. Descartó que pudiese tratarse de una prueba o algo similar, destruyendo en el acto las mil y una teorías absurdas que llevaba el Senju en su mente. Ésto era en parte un alivio, al menos ahora sabía que no era nada especial, tan solo una manera más de éste nuevo Uzukage de acercarse a su gente. Casi parecía un tío afable, un tío de esos que se preocupa por la gente; no uno de esos que los manda a morir por temas políticos, económicos o socioculturales.
Por otro lado, el hombre hablaba de entrevistarse con toda Uzu, lo cuál sonaba un disparate. Bueno, quizás no lo era si disponía de qué se yo... ¿unos diez meses o así?¿quizás un año? Si contaba con todo el trabajo de la gestión de la villa, raro sería que le diese en menos tiempo a acabar esa labor. Al menos eso pensó el de dientes plateados.
«Vaya locura...»
Y antes de continuar —según expresó Datsue— quería saber si estaba a gusto en la villa, o si podía hacer algo por Hayato. Casi parecía una pregunta trampa. Si decía que no estaba a gusto, el mapache le comía la cara. Ale, un inconformista menos.
—Sinceramente, la villa ha sido mi casa desde hace años. Mentiría si dijese que no estoy a gusto aquí, y mentiría si dijese que no me gusta ser shinobi. —Esa siempre había sido la verdad. —Y no creo que pueda ayudarme con mis asuntos. No le vendría bien, señor Uzukage.
Quizás no eran las mejores palabras, podía haberlas elegido mucho mejor. Pero sinceramente, todo el mundo tiene asuntos que atender, y a veces los asuntos de uno son de esos en los que mejor no ver implicada su reputación.
Datsue asintió ante la primera respuesta de Hayato, visiblemente complacido. Después, cuando terminó, tomó distraídamente la ficha del genin y sus ojos empezaron a buscar entre las líneas.
—Ah, sí. Creo que ya sé a que otros asuntos te refieres —¿Dónde estaba? Ah, ahí—. Veo aquí que se te relaciona con… ¿el Panda Fumado?
—¡JIA JIA! No es mal nombre, tienes que reconocerlo.
No era mal nombre, no.
—Mira, no seré yo quien eche la bronca a mis shinobi por montarse algún que otro negocio para una fuente de ingresos extra.
—Sería bastante hipócrita por tu parte, sí —apostilló Shukaku.
—Ahora bien, leo aquí que es un bar de copas y de… ¿opio? —Shukaku empezó a descojonarse—. ¿Piensas que un shinobi del Remolino debería estar relacionado con un negocio como este, Hayato?
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La primera respuesta hizo por desaparecer, para bien o para mal, en un mero asentimiento. Sin embargo, la segunda respuesta no pasó tan desapercibida. En cuanto Siete la soltó, el Uzukage tomó unos papeles y comenzó a balancear su mirada entre las líneas de letras. Parecía saber de qué otros asuntos hablaba el Senju, y no tardó en encontrar en esos documentos lo que buscaba. Sentenció que parecían relacionarle con el Panda Fumado. Shukaku rio, el nombre al parecer le gustó bastante.
«Nos costó encontrar un buen nombre, pero sí. Es perfecto.»
Datsue aseguró que no sería él quien echase la bronca a uno de sus subordinados por montar un negocio para obtener más dinero. Y el mapache confirmó que sería muy hipócrita por su parte. Eso quería decir, que el Uzukage también podía haber hecho algo similar en otros tiempos. Pero no todo quedó en un mero reconocimiento de sus acciones fuera de la villa, no venía la cosa encaminada por ese lado. La cosa iba encaminada hacia el tipo de oferta que ofrecía su negocio, y en cómo afectaba a su prestigio. Un shinobi del remolino relacionado con un turbulento y sucio negocio. No era bueno, ni para él ni para Uzu.
—No, no creo que sea la mejor de las ideas —todo fuese dicho. —Es por eso que hay apodos, socios, y otros medios para hacer las cosas. Lo único malo, es que en éstas calles no puedes silenciar todas las voces... Se me relaciona con absolutamente todo lo malo que sucede. Es muy diferente en la villa que fuera.
»Igual, lo que todos ven es el hecho, y no los motivos que llevan a la ejecución. Me importa bien poco tener buena o mala fama, y lo siento mucho si suena mal. No pretendo joder el prestigio del remolino, y por eso siempre intento hacer las cosas con un poco de cabeza. Tengo prioridades, y la fama entre éstos muros no me ayudará ni para bien ni para mal. El dinero es el dinero, y hoy día parece lo mas puto importante.
Que se lo dijesen a su padrastro si no era así la cosa.
Datsue tuvo que esforzarse por contener la sonrisa que se empeñaba en aflorar en su boca. Dioses, si es que el chico le recordaba a él mismo, no muchos años atrás. No hace tanto, hubiese firmado sus palabras. Quizá no se hubiese atrevido a decírselas a Hanabi —no, desde luego que no de aquella manera—, y Hayato en ese caso parecía más echado para adelante. O, simplemente, la juventud de Datsue imponía menos respeto.
Si es que tan solo se llevaban un año, ahora que lo pensaba. Podrían haber sido colegas. Compañeros de clase, incluso. No le parecía mal que se tomasen ciertas confianzas con él por ello, al contrario, lo veía positivo. Si esas confianzas pasaban cierta línea roja… Bueno, entonces sería su deber ponerle remedio.
—Te equivocas en algo, chico. El poder, en su expresión pura, es lo más importante. El dinero es una invención humana. ¿Puedes comprar poder? Claro que sí. Pero de esa manera, nunca será tuyo. No realmente.
Era una forma de verlo. De todas formas, no quería desviarse del tema, así que no entró a debatir demasiado.
—Hubo un gran tiempo en mi vida que pensé como tú, Hayato. Hubo una pequeña fase en que incluso pensé como tú, Shukaku. Creo que llegará el día en que ambos lleguéis a la misma conclusión que tuve yo al respecto, no hace tanto —dijo, sin especificar cual era—. Pero eso es algo de lo que no os puedo convencer. No hoy, desde luego.
»El tema que nos concierne: me parece muy bien que ocultes tu rastro bajo una red de socios y terceros, pero no es suficiente. Al ninja del Remolino no solo le basta con aparentar integridad, tiene que serlo. Me dan igual tus trapicheos, pero mientras portes esa bandana, existe una línea, y el opio la traspasa.
No entendía cómo se lo habían permitido durante todo este tiempo. Probablemente, porque nadie había tenido el tiempo de leerse aquellos datos recopilados y hacer algo al respecto. Dioses, si es que el solo hecho de entrevistarse con todo ninja de Uzu le iba a llevar un año, sin exagerar.
—¿Quieres dinero? Tómate más en serio tu carrera como shinobi. No veo ninguna misión de rango C o B en tu currículum. Tienes la edad, tienes el potencial. Exprímelo, y pronto estarás ganando dos o cuatro veces más de lo que ahora. —Pero Datsue sabía que eso no acabaría de convencerle. Lo sabía porque de haber escuchado él aquellas palabras hace unos tres años, no le bastaría. Hubiese querido más. Siempre quería más—. ¿Quieres ingresos extra? ¡De acuerdo, mantén tu Panda Fumado! Pero usa el ingenio, chico. Remodélalo. Existen más opciones que una puta droga ilegal. Puedes poner, qué sé yo, ¡cachimbas! Esas cosas están en auge. No sé, dale vueltas. Pero lo del opio tiene que acabar desde hoy mismo.
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Ante las palabras del Senju, no fue el Uzukage el primero en responder. Para su sorpresa, fue el mismísimo shukaku el que emprendió el contraargumento. El mapache, opinaba bien contrario al shinobi. Para el demonio, era el poder en su expresión pura lo más importante. Si, el coludo tenía razón, el poder en sí es la mayor muestra de poder, de eso no cabe duda. Es lógico. Pero, como el bien había dicho, el dinero era una invención humana, y en un mundo dominado mayormente por humanos, el dinero era la verdadera muestra de poder absoluto.
El Senju quiso hablar, pero para antes de que ordenase las palabras en su cabeza, el Uchiha fue quien tomó la delantera. Expresó que en algún momento de su vida pensó como Hayato, y poco después también aludió a haber pensado como el Shukaku, pero sugirió que había un tercer punto de vista. Sin embargo, dijo que era algo de lo que no podía convencerlos, al menos hoy.
«Ni hoy ni nunca, vamos...»
Pero no desembocaba tan solo en eso la conversación, había un punto que venía dispuesto a marcar el Uzukage. A sus ojos, estaba bien que ocultase su rastro —fuese cual fuese el método—, pero no era suficiente. Un shonobi del remolino debía aparentar, y SER integro. Aseguró que le daban igual sus trapicheos, pero inquirió que mientras portase esa bandana, había una línea que no debía cruzar, y el opio estaba al otro lado de la misma.
«¿¡PERO QUÉ!? ¿¡QUE COÑO...!?»
Quiso contestar de inmediato, quejarse más bien. Pero de haberlo hecho, seguro que habría sonado mal.
¿Acaso sabía ese hombre todo el esfuerzo invertido en ese negocio?
El Uchiha preguntó a Siete si quería dinero, y eso que ya conocía la respuesta. En su curriculum no aparecía ninguna misión de rango B o C hecha, y así se lo hizo saber. Dijo que ya tenía edad y potencial para ello, y que si lo hacía en breve podía estar ganando dos o cuatro veces más. Razón no le faltaba en cuanto al sueldo militar, pero había algo que no tenía en cuenta. Continuó expresando que si quería un sobresueldo, él no se lo iba a impedir, pero le inquirió de nuevo que el opio tenía que acabar, y que podía darle vueltas a una posible reforma del local.
—Señor Uzukage, con todo mi respeto, aunque cambiase hoy mismo el tema del opio... yo seguiría siendo un maldito problema con patas. Toda la villa me ve así. Soy de los primeros a los que preguntan si ha habido un robo, o si ha habido una pelea. Para un shinobi normal sería lo correcto que se le asignen misiones con más responsabilidad y todo eso... ¿pero usted confiaría en un problema para resolver otros problemas?.
»Prometo que no tendré nada que ver con el local por el momento, después de avisar a mi socia. Pero señor Uzukage, le aseguro que no dispongo de años para lo que tengo que hacer. El local me importa un pimiento, lo único que me interesa es el dinero, y ha sido la manera más rápida de obtenerlo.
Hayato tenía razón en algo: su fama en la villa no mejoraría drásticamente por desligarse de aquel negocio. Pero aquello no era lo importante, al propio Hayato le importaba bien poco, según había dicho. Eso era algo que tendría que ganarse con el tiempo, no existía otro camino. Lo que sí importaba es que un shinobi que velaba por la ley y la seguridad del país… ¡estaba cometiendo una ilegalidad flagrante!
Joder, si es que hasta cuando él se había dejado llevar por la codicia, lo más que había hecho era montar su tienda de armas junto a un socio, con sus comisiones aquí y allá. O vender revistas del corazón. Pero, ¿opio? ¡Demasiado bien se estaba portando!
—Las ventajas de ser Uzukage es que puedo asignar misiones personalmente, así que no te preocupes por eso: cúmplelas, y te empezarán a caer como agua en las Tierras de Llovizna. —De hecho, ya tenía en mente su primera posible misión, viendo cómo continuó hablando el chico—. Si quieres desligarte de ese negocio, adelante. Pero avisa bien a tu socia, Hayato, porque ese opio tiene que desaparecer del Panda tengas o no relación con él. ¿Sabes la dependencia que eso crea? ¿La de familias que destruye? No puedo permitir algo así en mis tierras una vez sé de su existencia. No todo vale en esta vida para conseguir dinero.
—Jamás pensé que escucharía esas palabras saliendo de tu boca.
Datsue puso los ojos en blanco. Shukaku no estaba ayudando mucho, precisamente.
—Además, ¿a qué vienen tantas prisas por enriquecerse?
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27/01/2022, 22:05 (Última modificación: 27/01/2022, 22:06 por Senju Hayato.)
Las ventajas de ser Uzukage... debían ser muchas, tantas como inconvenientes. Pero en el caso, había una que parecía venir al pelo, la ventaja de poder asignar misiones. Al menos eso decía Datsue, que le caerían como llovizna cae en Amegakure. Pero hizo de nuevo hincapié en algo, en que aunque se desligase del negocio, el Panda Fumado debía dejar de comerciar con opio. A su ver, era algo ilegal y que destruía familias.
—Hay muchas cosas que destruyen familias, pero sí, lo entiendo. Hablaré con ella.
El Shukaku por su arte pareció sorprendido por la palabras de Datsue, como si fueran algo que normalmente no iban con él. En esto, el Uchiha soltó la pregunta. Esa que pocos se hacían... ¿Cuál era el motivo para esa obsesión por el dinero?.
¿Había una manera fácil de expresarla? Si de verdad la había, Hayato no sabía ni por donde tomarla de los cuernos. Era como un maldito tren de esos metálicos, moviéndose a toda velocidad, descarrilando por una vía cortada. El Senju suspiró, y hasta se recostó sobre la silla, dejando de lado su anterior posición "formal".
—Quiero matar a una persona —lanzó tajante. —para salvar a otra que parece no tener ojos. Aunque sinceramente, me gustaría hacerle sufrir hasta que suplicase por morir... hay personas que no merecen compartir nuestro mundo.
»El problema viene en todos los que le defienden, y más concretamente en dos de ellos. Según dicen son shinobis retirados, y ya he visto en más de una ocasión de lo que son capaces. Eso por no hablar de a todos los que ha comprado en la ciudad, desde abogados hasta guardias.
Había sido quizás un resumen bastante resumido. No había expresado todo lo que ese hombre le había hecho sufrir en su infancia, a él o a su madre, pero esperaba que entendiese que esa muerte no era un mero acto recreativo. Bueno, en parte si que se recrearía cuando tuviese la ocasión. Pero Plata y Celeste podían ser su principal inconveniente, y matarlo a cualquier modo... no, ni hablar. Hayato debía verle llorar y suplicar.
28/01/2022, 18:33 (Última modificación: 28/01/2022, 18:34 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Matar a una persona para salvar a otra. Dioses, conocía aquella historia demasiado bien. Él mismo había estado a punto de cometer auténticas locuras por Aiko. Si no le hubiesen detenido, si en el Valle del Fin Akame no le hubiese parado los pies, lo más probable es que ahora no estuviese allí sentado. Por cómo hablaba Hayato, su objetivo era algún tipo de mafioso. Alguien que contaba con abogados, guardias, shinobis retirados. Por los datos que tenían de su familia, se podía hacer una idea de los motivos.
En aquel momento, lo supo: aquel chico era una auténtica bomba de relojería. Lo sabía porque él lo había sido en su momento. Y, o era lo suficientemente hábil como lo había sido Hanabi en su día para reconducirlo, o le estallaría en las manos.
—Bueno, Hayato, intuyo por lo que dices que esa persona es un criminal, y de los gordos. Si podemos probarlo… no necesitarás dinero para conseguir tu objetivo. Tendrás algo mejor respaldándote —se levantó, y le ofreció la mano para estrechársela—: a tu Villa.
»Profundizaremos más sobre este tema en la próxima ocasión. Tengo un viaje que hacer en unas semanas, y quiero que me acompañes. Te enviaré un aviso cuando concrete el día.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
El Uzukage sospechó que pudiese tratarse de algún tipo de criminal, y no se equivocaba en absoluto. Dios sabe que bien lo era, además de un malnacido. Hacer cosas fuera de la ley no te convierten en una mala persona, pero hacerlo con tal de obtener más dinero —pura avaricia—, o simplemente regocijarse del dolor ajeno... eso era otro cantar. Datsue sugirió que si pudiese probar de cómo era en realidad, no necesitaría una ingente cantidad de dinero, y que además obtendría el apoyo incondicional de su villa. Incluso se levantó de su asiento, y le ofertó la mano en señal de promesa, o algo parecido.
Siete observó por un instante la mano del Uchiha, luego pasó a mirar sus ojos... «¿Mostrar que es un criminal y que la ley se encargue? ¿acaso eso compensaría todo el sufrimiento que ha causado? ¿las vidas que ha jodido? El muy hijoputa con todo el dinero que tiene saldrá de la cárcel en días... y seguirá haciendo lo que bien saber hacer... Además, ¿qué pasaría con mi venganza? ¿qué pasaría con mi sueño de comprar a todos los que él tiene comprados y despellejarlo como a un cerdo hasta que muera?» El aire que había tomado se le escapó en un suspiro. Nunca pensó que entrar en éste despacho le buscaría cambiar la vida de manera tan radical. «Pero en realidad... lo que importa es que mamá esté a salvo, ¿no?.»
El Senju se levantó, y estrechó la mano del líder. —Supongo que es un trato.
No tenía la suficiente confianza con esa persona como para decirle lo que pensaba en realidad, al menos no con buenas palabras. Ostentando el rango que tenía, sería una temeridad además de una insubordinación. El Uchiha continuó asegurando que continuarían hablando del tema en la siguiente ocasión, la cuál parecía no estar demasiado distante. Tenía que realizar un viaje en unas semanas, y quería que le acompañase Hayato. Ésto le daría mucho de qué pensar al Senju.
«¿Acompañar al Uzukage? ¿un mero genin? ¿y eso a cuento de qué...? ¿será que de verdad tiene interés en saber lo que me pasa, o es que simplemente me quiere cerca para vigilar que de verdad cumplo mi palabra? Vaya mierda...»
—D-de a cuerdo —le había pillado realmente por sorpresa. —, intentaré aprovechar el tiempo hasta entonces, señor Uzukage. —Porque realmente tenía cosas que hacer, sobre todo con el negocio.
Como se enterase el Culebra se iba a estar descojonando de su cara durante el resto de su vida; Siete, el pelota del nuevo Uzukage. Casi podía verlo ya...
28/01/2022, 20:50 (Última modificación: 28/01/2022, 20:51 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
—D-de a cuerdo, intentaré aprovechar el tiempo hasta entonces, señor Uzukage.
—Cuento con ello —dijo, esbozando una pequeña sonrisa. Cuando Hayato salió del despacho y cerró la puerta, Datsue se dejó caer sobre el sillón—. Este chico me va a dar dolor de cabeza.
—Más de lo que tú le diste a Hanabi?
—Hmm…
—Acuérdate del tsunami que se comió por tu culpa.
—Cierto. Sí, supongo que no. ¡Espero que no!
Datsue bufó por lo bajo y abrió el siguiente expediente. ¿A quién le tocaba después? Ah, sí, ya veía, un Uzumaki recién graduado. Las siguientes dos entrevistas fueron bastante más tranquilas. El shinobi Uzumaki no tenía ninguna queja, tampoco ninguna mancha en su expediente. La kunoichi Senju, lo suficientemente tímida como para que Datsue no le arrancase más de tres palabras seguidas.
Shukaku había dejado de fumar pipa y ahora permanecía tumbado en la hamaca, medio dormido, mientras Datsue repasaba el historial del próximo en pasar.
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