Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Datsue empezó a darse cuenta que quizá su propuesta había sido demasiado… intrépida cuando una llamarada de fuego se prendió en el puño de Umi. «Ey, ey, ¿tiempo muerto?» ¡Creía que iba a darle una hostia, no a utilizar un puto Katon!
El ejercicio de autocontrol que tuvo que hacer para no evadir aquel golpe, o desviarlo, fue titánico. Tan solo comparable a ver un billete de quinientos ryōs en el suelo y, en vez de guardárselo discretamente en el bolsillo, preguntar si a alguien se le había caído. Qué cojones, quizá hasta fue peor. Porque pocas cosas había en el mundo que odiase más a que le golpeasen en…
… ¡la jodida cara!
Instintivamente, cerró los ojos y torció el rostro para encajar el golpe en la mejilla. El puñetazo fue tan brutal que su cuerpo salió despedido contra los ventanales, cuyos cristales rompieron en mil pedazos, hasta derrumbarse sobre el riachuelo. El agua le empapó de cabeza a los pies y él tardó un rato en salir. Más que nada porque le ardía tanto la cara que el agua fresquita del río era lo único que le calmaba un poco.
—Maldita… cría. Haciendo puras D con semejante poder —farfulló, usando las manos para apoyarlas en la superficie del río gracias al uso del chakra y levantarse.
—¿Uzukage-sama…? ¡Uzukage-sama, ¿qué ha pasado?! —gritó Akimichi Yashiro, que con semejante estruendo había salido del edificio a ver qué pasaba. Un par de ninjas jóvenes habían también salido, asustados. ¿Sus próximos entrevistados?—. ¡VOY A AVISAR A LOS ANBU!
—No… ¡No avises a nadie! Yashiro, ¡por los Dioses! —gritó, con un cabreo monumental que ya no sabía muy bien cómo gestionar—. Solo estaba… ¡practicando una técnica!
—¿En el despacho? —preguntó Yashiro, atónita.
—Era una demostración para… Bueno, ¡qué ha sido un accidente! ¡No pasa nada, de verdad! —exclamó. Por el rostro de los tres, no parecían muy convencidos—. Volved con... vuestros quehaceres. —Antes de que le atosigasen a nuevas preguntas, Datsue realizó un poderoso salto haciendo uso del chakra que le hizo aterrizar en el umbral de los ventanales de su despacho.
Con cuidado de no cortarse con un cristal, se metió adentro.
—Bueno, ¡estarás satisfecha, espero! —exclamó, sin poder disimular esta vez su irritación. Le dolía demasiado la jodida cara, y tenía unas ganas casi irresistibles de lanzarle un Gōkakyu a algo. «Su escudo, su escudo. ¡Al diablo con tu discursito de mierda, Datsue! ¡Escudo mis cojones bien gordos!»
Se quitó la chaqueta, empapada, y la dejó sobre la mesita donde se tomaba el té. Luego hizo lo propio con la camiseta que llevaba debajo, enrollándola con fuerza para quitarle algo de agua. Luego se quitó las gomas que sujetaban sus trenzas e hizo lo mismo con su cabello. Era una suerte que Datsue no tuviese un espejo en el que verse en aquellos momentos. Porque aparte del moretón que le había salido en la mejilla derecha y el hilo de sangre seco que le caía por la nariz…
Bueno, digamos que con el fuego se había quedado sin ceja y media.
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El último resquicio de las virutas de fuego que se desprendían del brazo de Umi bailoteó en el aire. Las tres pequeñas llamas, cada una de una tonalidad distinta, se volvieron rojas, y luego sólo dejaron tras de sí un pequeño rastro de humo. Fue entonces cuando Umi fue verdaderamente consciente de las líneas que había cruzado. Cualquier otra persona se habría ido corriendo, habría tratado de esconderse, y luego, por la noche, habría tratado de huir lejos, bien lejos. Pero ella descubrió que unas pesadas raíces la ataban a aquella aldea. Unas raíces con el pelo del color del cerezo en flor, pero también unos recuerdos que creía olvidados y de los cuales no se sentía para nada orgullosa.
Tomó una bocanada de aire cuando el Uzukage la sobresaltó, y retrocedió un paso. Pero ver su estúpida cara volvió a enfadarla y sin quererlo volvió a dar un paso al frente.
—¡Volvería a r-repetirlo! —desafió, no muy convencida, aunque tuvo que obligarse a cerrar la boca cuando Datsue se quitó la camiseta y se dejó el pelo suelto. A decir verdad, no era la primera vez que Umi se fijaba en aquél estúpido patán, cuando entrenaba en la playa arrastrando aquellos troncos como un puto animal. Que no os confunda, le parecía un payaso, pero un payaso que estaba bueno.
Pero era, al fin y al cabo, el perro faldero del Uzukage. Qué asco se daba a sí misma. Apartó la mirada, sonrojada. Ni siquiera se había fijado en sus cejas.
»¿Cuál es mi castigo? ¿Limpiar váteres? No me da tanto asco la mierda como tu cara, no conseguirás que me importe un carajo.
Datsue chasqueó la lengua, todavía irritado, mientras tomaba la capa de Uzukage de la silla y la pasaba sobre sus hombros, envolviéndose con ella.
—No voy a castigarte por algo que te di permiso para hacer. —Aunque, oh, sabían los Dioses que ganas no le faltaban—. Aunque algo me dice que lo que te voy a decir te sentará como uno.
Dejó correr el comentario sobre su cara, aún sintiendo una puñalada a su orgullo. Por Susano’o, ¡aquella chica le estaba llevando al límite de su paciencia! «Si yo hubiese pasado por lo que ella… probablemente hubiese hecho algo peor», tuvo que recordarse. Probablemente no. Había estado a puntito de hacerlo cuando creyó que Hanabi había asesinado a Akame. Se agarró a eso para no ponerse a discutir como cuando estaba recién salido de la Academia.
—El trato al que llegaste con los ANBUs para esconder la verdad a tu hermana… Mira, puedo entender tus motivos, pero es un sello explosivo a la espera de la menor chispa para que te estalle en las manos. Y ahora en las mías, de paso.
Por ello, prefería estallarlo de forma controlada y vigilada.
—Alguien tiene que contarle la verdad. Y quiero que ese alguien seas tú.
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—¿Crees que me importa lo que quieras? Hice lo que hice para que mi hermana pudiese tener una vida digna, aunque ahora la estás mandando a morir lejos de la seguridad de estos muros —espetó—. ¿Quieres que le cuente la verdad, huh? ¿Y luego qué? ¿Qué es lo que querrá hacer? ¿Vengarse? ¿Escapar?
»Mis padres intentaron irse y les cazaron a sangre fría. No pienso arriesgarme a que sufra el mismo destino. He criado a Suzaku. A día de hoy sigo siendo su responsable. La protegeré de las consecuencias del fanatismo de mi madre.
»Ojalá pudiera protegerla del fanatismo de esta Villa...
Datsue trató de contener su lengua. Entendía las motivaciones de Umi. Joder, claro que las entendía. Pero mentir a un hermano… Eso, ¡eso era un error!
—Umi… Tú… —sacudió la cabeza, contrariado—. ¿Tú te piensas que tu hermana es estúpida? ¿Qué no tiene ojos? —le soltó, con más crudeza de la que pretendía—. ¡Mírate, no eres capaz de ocultar tu odio hacia mí y lo que represento! ¡Ni siquiera durante mi discurso, frente a toda la villa y tu hermana! ¿Cuánto crees que tardará en atar los cabos? ¿Cuánto tiempo, antes de que le pregunte a la persona equivocada y esta le suelte la pieza que le faltaba por encajar?
»No sé qué hará si se lo dices, pero desde luego, me hago a una idea de cómo reaccionará si lo descubre por su cuenta. Mentir a un hermano, eso… —Sus ojos dejaron de enfocarla por un momento, como si hubiese teletransportado a un lugar lúgubre, a un tiempo fúnebre—. Eso es lo más imperdonable que hay en este mundo.
»Te doy hasta verano para que se lo cuentes. Busca el momento adecuado. Allana el terreno. Lo que quieras. Pero si para entonces no le has dicho nada, entonces, se lo diré yo.
No pensaba perpetuar la mentira. No pensaba repetir los errores del pasado. Ni en él mismo, ni en los demás.
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Fue Umi entonces la que pareció con la mirada perdida más allá de los ojos de Datsue, aunque le mantenía la mirada. Apretaba los puños con fuerza. Tenía los labios tan fruncidos que habían adoptado un color blancuzco, y ejercía tanta presión con su mandíbula que sus mejillas ardían con el carmesí de la Espiral.
—Si se lo dices... —comenzó. Nunca se había parado a pensar que esta situación pudiera llegar a tener lugar. ¿¡Decírselo!? ¿¡Él!? Esa puta rata...— Si se lo dices... si se lo dices... te ma... —Hasta ella tuvo que detenerse para no soltar aquello.
»Si se lo dices, y ella hace algo que le cause problemas... si le hacéis daño, por poco que sea... juro que te mataré, Uchiha Datsue —dijo, finalmente—. Te mataré. —Umi se dio la vuelta. Estaba dispuesta a irse. No podía aguantar más aquello.
Datsue quiso decirle que todo iría bien. Quiso decirle que encontrarían la manera para que aquello no les estallase a ambos en las manos. Pero Umi no le creería. Y, probablemente, hacía bien en no hacerlo. Eran promesas vacías, realmente. Ni siquiera él podía asegurarse de ello.
Pero mantener a Suzaku en la oscuridad era un error todavía peor.
Así que, como no podía decir nada que la consolase, optó por ofrecerle un consejo ante su última amenaza. De Kage a Genin.
—Cuando de verdad tengas la intención de matar a un ninja, no le avises. Eso le pondrá alerta y te complicará las cosas. —Y más le valía ponerse a entrenar duro y hacer misiones de verdad, o no podría cumplir su promesa ni con Datsue con las manos atadas y los ojos vendados. Iba a añadir otra cosa, pero luego cambió de idea y simplemente dijo—. Puedes retirarte.
«Joder, esta vez ha ido mucho peor de lo que esperaba». Y no es que esperase salir victorioso y triunfal de aquel primer encuentro, precisamente. Pero ahora solo quedaba esperar. Esperar a que las palabras quedasen atrás por las acciones. Umi había dicho que el trabajo de un Kage era mandar a los suyos a la muerte mientras este quedaba plácidamente sentado tras su escritorio. Pronto le demostraría que, al menos con él, se equivocaba en aquello.
Esperaba poder demostrarle que se equivocaba en más cosas con el tiempo.
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Pero Umi ya se había retirado sola. Caminaba en dirección a casa, llorando. Evitando la mirada de caulquiera que se le cruzase por el camino. Estaba enfadada, confusa, y más enfadada por estar confusa.
¿Qué iba a saber ese cabrón de lo que les había pasado a ella y a su hermana? A partir de ahora, Uchiha Datsue se convertiría en juez y verdugo: lo mismo que Hanabi. Señalar con el dedo, y matar a los demás. O enviarlos a la guerra.
Aquella mañana no esperaba recibir ninguna carta, y mucho menos una ordenándome que debía ir a la oficina principal de la Sombra. ¿¡Por qué!? ¡¿Y si decía que estaba enferma?! ¡Que me dolía mucho la barriguita y estaba mareada, seguro que eso funcionaría! ¿Cómo vas a obligar a nadie a salir de casa estando en tan mal estado? Pero cuanto más quería evitarlo, más pensaba en ello. Me movía inquieta de un lado a otro de la casa, sin buscar realmente nada, y cada vez que pasaba por la puerta del salón mis ojos se desviaban a la carta que estaba en aquella mesita baja produciéndome una extraña sensación en la boca del estomago.
Y aquí estoy, esperando mi turno en una silla echa un manojo de nervios. Zarandeando las piernas porque la silla era demasiado alta a la vez que jugaba con los dedos de mis manos. Ojala que se hubiera acabado ya el horario de visita o algo así. Son funcionarios ¿no? Por la mañana no trabajan y por la tarde ni van a su lugar de trabajo. Seguro que estaba tomándose un descanso para el café de varias horas y cuando llegara no tendría tiempo para mí. O que se cayera por arte de magia el edificio entero. Bueno mejor eso no, que entonces me arrastraría a mi también y con mi mala suerte, seguro que acababa muerta. O puede que incluso peor, atrapada entre los escombros y sin poder pedir ayuda, muriendo asfixiada de hambre o deshidratada. Y puede que...
El ruido de unos pasos me sacó de mis pensamientos, y yo recé porque quien fuera no me hablara a mí. Pero cuando vislumbre la silueta de la persona, recé porque no quisiera pegarme. Era una chica bastante alta de cabellos oscuros con detalles azulados, que pasó por delante mía sin prestarme ninguna atención. Y menos mal, porque me aterraba aquel semblante serio que mostraba.
Las sillas que estaban a mi alrededor estaban vacías, lo que significaba el fin de mi paz. Por lo que yo sería seguramente la siguiente víctima.
Una voz proveniente del interior me sobresalto en el sitio al escucharla. Solo el timbre de voz y su tono eran más que suficientes para ejercer sobre mi una presión descomunal, seguro que unas malas palabras del kage serían más que suficientes para tumbarme en el sitio ante su imponente presencia. Pero debía mantenerme firme, debía darle una buena impresión al ser la primera vez que lo veía en persona, eso me permitiría... Me permitiría que... No sé, algo, supongo. Eso creo.
En cualquier caso, debía mostrarle mis capacidades, las capacidades de Kurome Kurokami, la hija de la Gran Oscuridad del Caos y la Destrucción.
Abrí la puerta, y rodé por el suelo suponiendo que seguramente había preparado alguna trampa desde el principio con la que pillar a los más desprevenidos. Debía de estar preparada para todo. Después, arrodillada sostenía entre mis manos algunos papeles en guardia, preparada para lanzarlos contra lo que hiciera falta mientras miraba de un lado a otro a mis alrededores, hasta posar la mirada sobre la persona que estaba detrás del escritorio.
—Interesante entrada —dijo, aunque lo que realmente quería decir era: estás chalada.
Desde luego, Datsue llevaba unas semanas de lo más ajetreadas y sorprendentes por las entrevistas. Aquel despacho había visto de todo. Ninjas que reconocían abiertamente traficar con drogas; gente montada en tablas de surf; kunoichis que golpeaban en la cara a su propio Uzukage… y un largo etcétera. ¿En qué hora había decidido Datsue montar todo aquello?
La kunoichi que se presentaba ante él de manera tan estrambótica no era otra que Yamikami Yuu. Había leído su expediente con detenimiento. Por lo que podía comprobar, los analistas y senseis no habían exagerado: estaba como una puta cabra. O, bueno, ahora que era Uzukage, más bien: estaba traumada por la muerte de sus padres. Al parecer no solo ella aseguraba que seguían vivos, sino que estaba convencida de tener un demonio dentro.
—Buenos días, Yamikami Yuu. Como podrás comprobar soy… Bueno, tu Uzukage. Te aseguro que en esta sala no corres peligro.
«¿En qué coño estaban pensando los senseis al darle la placa?»
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"Interesante entrada" lo había conseguido, eso le sirvió para confirmar la creencia de que estaba siendo puesta a prueba desde el primer momento. Tras ello, retomó la compostura cuando afirmó que no debía de preocuparse por nada.
— Es todo un honor que alguien de tan humilde origen como una servidora haya sido convocada por usted, Lord Datsue — añadió hincando una de sus rodillas, y agachando la cabeza sin levantar la mirada de suelo.
Había leído suficientes libros, sabía como debía de comportarse un ninja, samurái o cualquier otro guerrero ante su señor cuando este había sido convocado para cualquier servicio.
— ¿En que puede servirle una humilde genin como yo? Haré todo lo que esté en mi mano por no manchar su honor, Datsue-sama — dijo esta vez levantando la cabeza para mirarlo.
Yuu se serenó al momento, tomando una postura más relajada ante las palabras de Datsue. No tardó en hincar la rodilla y llamarle Lord. El Uchiha se ruborizó. Quizá la kunoichi no tuviese tantos delirios como la gente creía, después de todo.
«Vamos, vamos. Te dicen un par de palabras bonitas y ya te ablandas. Ahora eres Kage, joder»
Datsue carraspeó.
—No te preocupes, Yuu. Es bastante complicado manchar mi honor. —Era difícil manchar algo que no existía—. Verás, te he llamado porque… Bueno, he estado consultando tu expediente, Yuu. Creo que eres una kunoichi con excelentes habilidades para nuestra profesión.
»El tema es que creo que las villas, o al menos Uzu en concreto, se ha concentrado mucho en que sus ninjas fuesen fuertes, física y mentalmente, para el desarrollo de su profesión. Pero, ¿qué pasa cuando no la están ejerciendo? Mira, esto es un poco tabú entre los ninjas, pero hay un montón de problemas mentales entre nosotros. Estrés postraumático, ansiedad, depresiones… Quiero decir, haciendo lo que hacemos, ¡es de lo más normal! Casi se podría decir que hay que estar mal de la cabeza para que no nos derrumbemos en algún momento viendo lo que vemos.
»Quizá te estés preguntando a qué quiero llegar con esto. Bueno, pues verás, Yuu, quiero potenciar el apoyo y cuidado psicológico a nuestros ninjas. Por eso me gustaría que visitases, a partir de ahora, y semanalmente, a Yamanaka Tsuna, una psicóloga especializada en tratar a gente de nuestro ramo. Para estrenar este… Programa de Apoyo y Terapia de las Fuerzas Armadas —se inventó, sin tapujos. Aunque era una mentira que quizá pronto se convirtiese en realidad.
Realmente creía que debía reforzar la ayuda psicológica que brindaban a sus ninjas, y concienciarles para que no tuviesen vergüenza a acudir a ella. Muchas habían sido las veces en su etapa como ninja en las que, a él o a un conocido, le hubiese venido bien. Y era algo que, en el momento, ni se habían planteado. Por miedo. Por vergüenza. O incluso por puro desconocimiento.
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— ¿T-Terapia? — preguntó algo confusa, y ligeramente aterrada porque no tenía ni idea de lo que aquello podía significar.
Aunque si que por otro lado apuntaba en una dirección. Él no la creía.
— ¿Q-Que insinua? P-Pensé que usted mejor que nadie me comprendería — en todo el mundo se conocía el hecho de que Datsue era un jinchuriki. — ¿U-Usted también cree que me lo he inventado? — añadió con una voz quebradiza más que real.
Yuu nunca había dicho que fuera en concreto una bestia de colas la que yacía en su interior, y pensaba que Datsue mejor que nadie entendería el dolor de cargar con un peligroso mal que podía desatarse en cualquier momento y que supusiera una amenaza lo suficientemente grande como para atentar contra la estabilidad y las vidas de todos los que la rodeaban.
Pero ahí estaba, simplemente, insinuando que era una mentirosa.