Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Durante todo aquel tiempo, Akame y Datsue habían sido como un péndulo. Cada vez que llegaban a un extremo, se daban la vuelta y alcanzaban el contrario. Así les había sucedido en el examen teórico, donde se habían salido en varias preguntas, y, como contraste, habían metido la pata hasta el fondo en otras. En el examen práctico, su actuación no había cambiado mucho. La sabiduría y el ingenio les había evitado morir envenenados, pero, por contra, habían dejado escapar a la niña. Un error garrafal, que posiblemente no solo les perseguiría durante meses, sino que allí mismo, en el examen, ya les había pasado factura. Tan ofuscados como estaban en su error, en tratar de repararlo, quisieron ir más allá de lo que pedía la misión…
… y terminaron por empeorarlo. ¡Tks! El sonido de unas tijeras cortando un hilo. Su hilo, y con ello, el péndulo se desmoronó.
Datsue tuvo que taparse los ojos y apretar los dientes con fuerza. El mundo se venía abajo una vez más, y una repentina fuente de luz y de ruido le cegó por completo. Instantes después, estaban otra vez frente a Raito. El hombre que había cortado su hilo. El hombre que había puesto fin a su examen.
No le hizo falta oírlo de su boca para saberlo: estaban suspensos. Una tremenda ola de decepción y tristeza le invadió por completo, desgarrando, por así decirlo, una parte de su alma que creía no tener. ¿Desde cuándo le preocupaba a él tanto ser Chunnin? Es cierto, con mayor rango había más privilegios. Misiones con mayores recompensas; la posibilidad de mandar y no ser mandado; su pequeño objetivo de ser sensei… Pero, con los privilegios, también venían las responsabilidades. Misiones con mayor dificultad. Con mucho más riesgo para su vida. ¿Era es lo que de verdad quería?
Viendo cómo le estaba afectando la noticia, tuvo que suponer que sí.
Avergonzado por la reprimenda de Raito, y tras éste pedir que le acompañase, salió de su saco de tela con la mirada gacha y le siguió sin decir ni mu, al lado de Akame.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Se encontraban delante del representante máximo de la villa. Raito había comunicado el resultado del examen a su superior, y se había despedido con una reverencia. Luego había salido y había cerrado la puerta tras de sí, y desde ese momento se había tejido un silencio que nadie se había animado a romper. Hanabi esperaba el momento apropiado, de espaldas a ellos, observando su aldea a través de la ventana.
Lentamente, se dio la vuelta, se acercó a su sillón y tomó asiento.
—Bueno, Raito me parece un jounin excepcional. Muy exigente, por lo que veo. —Se recostó en el respaldo y se rascó la cabeza—. Ese examen estaba muy por encima del nivel que se le suele exigir a un chuunin recién graduado. Sabía cuáles eran vuestros puntos débiles, y no dudo que los ha aprovechado.
»Raito no hace las cosas sin ningún motivo. Y creo que todo este mal trago intenta enviaros un mensaje. Queda en vosotros interpretar qué es lo que os quiere decir. Por lo que a mí respecta...
Suspiró.
—Bueno, tengo un favor muy importante que deciros. Varios favores, en realidad. El primero está relacionado con vuestro apodo. Los Hermanos del Desierto. Nada, muy rápido: advertidos estáis de que no debéis referiros así entre vosotros ni ante los demás fuera de la aldea. No sabemos cómo, pero los rumores se extienden por todo Oonindo. Si descubrieran vuestra identidad, eso nos dejaría en una posición inferior.
Hanabi se agachó y empezó a rebuscar en un cajón con ambas manos.
—Respecto a lo segundo, bueno... Los rumores también circulan por la aldea. Tenéis un renombre. Lo habéis tenido desde que empezásteis a ser genin, la verdad. Siempre habéis destacado —dijo, enigmático—. Y bueno, hemos tenido algunas... bajas en las altas esferas.
El mandatario colocó frente a ellos dos placas doradas, de forma triangular, que reconocerían muy bien, sin duda.
—Tengo dos huecos disponibles para ninjas con vuestro talento y vuestra fama. Yo creo que no deberíais conformaros con el cargo de chuunin. Hay dos plazas como jounin esperándoos.
Los ojos negros de Akame tenían un reflejo vidrioso mientras se mantenían fijos en el gran ventanal que ocupaba la pared contraria de la habitación. Al otro lado podía verse toda Uzushiogakure en su gran esplendor Primaveral; los cerezos en flor, las calles iluminadas tenuemente por decenas de puntitos brillantes que rasgaban el oscuro telar de la noche. Aquella era una estampa bellísima que, sin embargo, sólo ofrecía un mensaje para el Uchiha.
Había fracasado. Ni siquiera había sido capaz de asimilarlo, el mazazo había sido brutal. Pese a su estricta disciplina, Akame siempre se había considerado mejor que sus compañeros —o, al menos, mejor que la mayoría—. Incluso aunque su maestra bien le había inculcado que la humildad es mejor guía que la soberbia, él no había podido evitar escoger a la segunda en más ocasiones de las que estaría jamás dispuesto a admitir. Se había crecido, se había creído intocable, diestro, más listo que nadie. Y su actual maestro, Uchiha Raito, no había tenido reparos en destrozar por completo aquella equivocada percepción que Akame tenía sobre sí mismo de la forma más directa y brutal que podía.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y se sintió impotente. Por primera vez en su vida no tuvo ni idea de cómo afrontar aquel fracaso, de cómo recuperarse de semejante derrota, de modo que había optado simplemente por callar mientras su Kage hablaba. «Si tan sólo hubiera entrenado un poco más... Si tan sólo no me hubiera dejado ir estos últimos días...»
¿Cómo iba a cumplir entonces su promesa de proteger a todos y cada uno de sus amigos? ¿Cómo iba a evitar que siguiera muriendo gente en la Aldea si no era capaz ni de aprobar un examen de ascenso? "Seré más poderoso que todos ellos", había dicho... «Maldito iluso», se reprendió con furia en su fuero interno. Estaba a un jodido abismo de ninjas como Raito, Hanabi o el difunto Zoku. Nunca sería capaz de alcanzarlos.
Entonces dos destellos dorados brillaron en la mesa del Uzukage, captando la atención y la mirada del Uchiha. Bajó sus ojos tristes y fue consciente de lo que el máximo mandatario del Remolino les estaba pidiendo. Alzó la cabeza, incrédulo, y buscó la mirada de Sarutobi Hanabi mientras en su rostro se reflejaba la más sincera estupefacción. «No... No puede ser... Nosotros... ¿Jounin?» Apretó todavía más los puños. «He sido un estúpido, he bajado el ritmo y he fracasado. Los he decepcionado a todos por culpa de mi orgullo, y aún así... Hanabi-sama...»
Akame bajó la cabeza en una reverencia que no pretendía sino ocultar que acababa de empezar a llorar.
—Uzukage-sama —dijo, con la voz tomada—. Yo... Es un honor para mí. Me esforzaré al máximo, no volveré a fracasar. Yo...
Uchiha Datsue aguantó, estoico, las palabras de consuelo de su Uzukage. Estoico, sí, porque hubiese preferido que le echasen la bronca por no haber estado a la altura. Por suspender de forma tan catastrófica. Aquella había sido la realidad. En cambio, Hanabi trató de consolarles argumentando que Raito era muy exigente. Que sabía de sus puntos débiles, y que el examen era más difícil de lo normal. Pero esas palabras de ánimo consiguieron el efecto contrario en el Uchiha. Porque para Datsue, oír aquellas excusas le hacía pensar que su propio Kage…
… no esperaba grandes cosas de él. Que no le creía lo suficientemente extraordinario como para sobreponerse a adversidades más altas de lo normal. Y aquello, no supo por qué, le hirió en un orgullo que creía no poseer.
«Soy y siempre seré un simple truhan que recurre a triquiñuelas para sacarse un dinerillo extra… Nada más. No sé porqué me ilusiono con aspirar a algo más grande. Soy imbécil. Rematadamente imbécil».
Fue entonces cuando el Uzukage les pidió dos favores. Favores que, como todo ninja de bien, los Uchiha cumplirían como si de órdenes se tratasen. El primero de ellos, lo que parecía una obviedad, pero que, en el fondo, no lo era tanto. Uchiha Datsue se sorprendió a sí mismo buceando en sus recuerdos y hallando, para su horror, que había llamado a Akame hermano en presencia de alguien que no pertenecía a la Villa. Había sido en Tanzaku Gai, con un herrero del País de la Espiral.
«La madre que me parió… Que descuidado soy».
El segundo favor, en cambio, nada tenía que ver con el primero. Datsue parpadeó varias veces, como quien despierta de un sueño, cuando lo oyó. De hecho… ¿le había oído bien? ¿O es que estaba malinterpretando sus palabras? Porque no podía ser verdad. ¿El Uzukage, proponiéndole a él, a Uchiha Datsue el Intrépido, al buscapleitos eterno, ser jounin? Tenía que haberse confundido. Eso, o era una broma de dudoso gusto.
Entreabrió la boca, incrédulo, y no fue hasta que Akame habló que se dio cuenta que aquello iba en serio. Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Como si de pronto lo hubiesen dado aire con un fuelle, su pecho se hinchó, lleno de orgullo, todo lo que dio de sí, y se sorprendió al oír su propia voz, temblorosa y emocionada:
—Sería todo un honor para mí, Hanabi-sama —inclinó la cabeza en una reverencia, con los ojos brillantes de emoción—. No le fallaré. Lo juro.
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3/04/2018, 00:46 (Última modificación: 3/04/2018, 00:48 por Amedama Daruu.)
Akame agachó la cabeza y mostró una reverencia que Hanabi interpretó como una de sus habituales, educadas y perfectas muestras de respeto y lealtad. Intentó quitarle importancia sacudiendo una mano, pero era obvio que el muchacho no iba a verle hacer el gesto, así que se resignó y la aceptó de buena gana.
—Pero al contrario, Akame —replicó, sin embargo—. Yo sí espero que fracases muchas veces más. —El hombre acercó su sillón de oficina con ruedas al escritorio, y apoyó los codos. Con las manos, intentó hacerse entender con un énfasis que recordaba a las explicaciones de la que otrora fuera su antecesora Shiona—: Las personas aprenden más de sus errores que de sus aciertos, de sus fracasos más que de sus éxitos. Está también en la tarea de un chuunin saber cuándo una misión ha salido mal y retirarse. Está en la tarea de un jounin adaptarse a los fracasos para que los siguientes pasos sean un éxito. —Levantó el dedo índice y les dedicó una sonrisa amable—. Fracasa mucho, pero fracasa bien, joven Akame. Eso es lo importante. Aprender dónde están las piedras del camino para no volver a tropezar en el mismo kilómetro.
Lo que sin duda no esperaba Hanabi es que Datsue interviniera después con un talante muy parecido al que habría exhibido su hermano y no él, que era más dado a teatralizar en exceso cada una de sus intervenciones. Visiblemente emocionado, agradeció el honor que le había sido otorgado y juró no fallarle. Hanabi rio.
—No me falles fracasando, joven Datsue-kun. Pero ya que hablas de jurar... —dijo, y se apartó la melena rubia para clavar sus dos ojos en los del Uchiha. Le guiñó el derecho—. Han llegado a mi conocimiento ciertos rumores sobre tu pasado. Estaría muy feo que todo un jounin hecho y derecho como tú se dedicase a estafar a viejecitas y esas cosas por la calle, ¿eh? Ten un poco más de cuidado, creo que el trabajo de ninja es peligroso... pero está bien pagado.
»No creo que necesites rascar esos ahorrillos extra, ¿eh?
3/04/2018, 18:45 (Última modificación: 3/04/2018, 18:47 por Uchiha Datsue.)
Datsue asentía, como si pretendiese dar un golpetazo con el mentón en el pecho, de forma enérgica y entusiasta, ante cada consejo que iba soltando Hanabi a Akame. Sabios consejos, sin duda, con los que Datsue no podía estar más que de acuerdo. El error y el fracaso eran un elemento esencial en el aprendizaje de todo ninja. Salvo, claro, cuando este error te costaba la vida.
Nadie aprendía de la muerte.
Pero entonces los ojos del Uzukage se posaron en los suyos propios, y un pequeño escalofrío recorrió su espina dorsal.
—No me falles fracasando, joven Datsue-kun. Pero ya que hablas de jurar... —Datsue tragó saliva, mientras el Kage le hacía saber los despreciables e infundados rumores que habían llegado hasta sus oídos.
Cuando terminó, el Uchiha tiró del cuello de la camisa, como si de pronto se hubiese acalorado y necesitase aire. ¿Qué podía decir? ¿Qué esos rumores eran inventados? ¿Qué la gente le envidiaba por ser guapo, famoso y con suerte? Eso sería una media verdad, por no decir que falso, y no creía que soltar una mentirijilla frente a su Kage fuese una buena idea. No con lo que se estaba jugando: su futuro como ninja.
—¡Tiene usted mucha razón, Hanabi-sama! —exclamó, doblando medio cuerpo en un ángulo de noventa grados para realizar una senda reverencia—. ¡Le aseguro que tales niñerías han quedado sepultadas en el pasado! ¡No más cremas rejuvenecedoras ni revistas del corazón para sacarme unos cuartos! —«¿Por qué cojones fui tan específico?». Carraspeó—. Y aprovechando el momento, señor Uzukage —continuó, tratando de cambiar de tema y correr un tupido velo sobre su última metedura de pata—, me gustaría dejar constancia de mi interés sobre…
Se irguió.
»… ser sensei en la academia —Datsue aguardó un momento, esperando oír la carcajada de alguno de los allí presentes. Lo sabía, sabía que no era el perfil típico de profesor. Sabía que a muchos les sorprendería, puede que incluso a su propio Hermano, a quien nada había revelado sobre su deseo oculto. Pero parecía que aquel día era su día de suerte, y pensaba aprovecharlo—. Sé que ahora mismo sería precipitado. Que soy muy joven. Pero creo que tengo potencial para ser un buen sensei. Y precisamente por ser joven me permitiría acercarme más a estas nuevas generaciones. Motivar al superdotado perezoso; explotar los talentos ocultos de los introvertidos; y, en definitiva, enseñar.
»Sé que no fui un alumno modélico —se adelantó, antes de que alguien lo dijese por él—, pero precisamente por eso creo que sabría reconducir a los que no lo son. Porque he estado en ese camino. Porque he aprendido... de mis errores.
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La respuesta del joven gobernante tomó totalmente por sorpresa a Akame, y sus ojos se abrieron tanto que parecían a punto de salírsele de las órbitas. «¿Fracasar... más?»
Pese a todo, lo que siguió a aquellas peculiares palabras fue una de las lecciones de vida más acertadas —mucho tiempo después el propio Uchiha lo reconocería sin tapujos— y sabias que nadie le había dado. El estricto entrenamiento de su primera maestra en la sombra, que se había caracterizado por dibujar el error y el fracaso como dos conceptos que debían serle totalmente ajenos, había permeado en un joven Akame de tal forma que lo llevaba impreso en su más profundo ser. Y, sin embargo, las palabras de su Kage estaban ahora apoderándose por completo de aquella parcela remota de su interior. Como si alguien hubiese abierto las ventanas largo tiempo cerradas de una habitación y un rayo de Sol arrojase toda su calidez sobre los muebles viejos y polvorientos.
«Fracasa mucho, pero fracasa bien. Siempre lo recordaré, Hanabi-sama.»
El Uchiha alzó la cabeza, todavía con los ojos llorosos, para mirar a su mandatario con un gesto de profundo agradecimiento. Entreabrió los ojos para hablar, pero notó un incómodo nudo en la garganta que amenazaba con tomarle la voz y dificultarle semejante tarea.
—Gracias, Hanabi-sama —logró decir, y en su voz se imprimió la sinceridad más clara y agradecida—. Es un honor ser un shinobi de Uzushiogakure no Sato.
Luego el Sarutobi reprendió, aunque amablemente, los turbios negocios que siempre habían caracterizado a Datsue. Éste aseguró que nunca se repetirían, para luego formular una petición de lo más inesperada.
«¿¡Sensei de la Academia de las Olas!?»
Akame no pudo evitar alzar la vista y girar el rostro hacia donde estaba su Hermano al conocer semejante revelación. Sus labios se curvaron en una sonrisa, pero como siempre, Akame callaría más de lo que diría. «Vaya, Datsue-kun... Quién lo hubiera dicho», pensó con una cálida nostalgia al recordar sus propios años en la preparatoria. Haskoz, Kotetsu, Riko, Eri y los demás compañeros.
Akame agradeció los consejos de Hanabi con la pomposidad habitual. Su comportamiento era el esperado. El kage asintió. Pero quién le diría que el otro Uchiha seguiría sacando sorpresas del saco. Jamás habría podido preveer lo que se le venía encima.
Porque Datsue el Intrépido deseaba, en lo más profundo de su ser, ser Datsue el maestro.
Hanabi sonrió, se rascó la coronilla y se retumbó sobre su asiento.
—Mmh... Lo de la crema es nuevo. Pero, ¿qué has dicho de ser qué? Ahora tienes todo mi interés. Guau. Qué poco esperaba esto. Cuenta.
El mandatario asistió atónito al de pronto motivado truhán, que expuso sus motivos sin dejar de reconocer su falta de experiencia, mostrando un buen nivel de madurez para alguien de su edad y con tantos rumores a sus espaldas.
—Buen final. Tienes labia. Me gusta, eso es bueno en un profesor. Pero como tú dices, ahora mismo te falta la experiencia. Pero tampoco te tienes por qué quedar ahí, joven Datsue-kun. —Hanabi se volvió a recostar sobre la mesa, en esta ocasión apoyando un sólo codo y acariciándose la barbilla. Paseó la mirada entre los dos—. Como sabéis, un chuunin ya es capaz de dirigir equipos de genin. Y un jounin puede coordinar batallones más grandes y experimentados. Por supuesto, la responsabilidad llegará con el tiempo, pero el grado de autoridad está ahí.
»Como seguro que a ninguno de los dos se os ha escapado, cuando un kage se retira o... ahem, fallece —dijo esta última palabra lentamente, como si por el mero hecho de mencionarla se le fuera a caer el techo encima. Con la racha de muertes de los últimos tiempos, nunca se sabía—, el Consejo de la aldea toma en consideración primeramente a los jounin para proponerlos como nuevo líder.
Hanabi rió y se volvió a recostar.
—Eso os queda muy lejos, por supuesto. Pero quién sabe. Como jounin, estaréis más cerca de las altas esferas que nunca. Y tomaré vuestras opiniones y críticas más que en serio.
»Por ahora, os tengo que pedir algo importante: tened cuidado con el Shukaku. Y si vuelve a interactuar con vosotros, deberíais decírmelo. Él es un enemigo más. Si consigue doblegaros, la villa entera está perdida.
«JIA JIA JIA, cómo me conoce el hijoputa.»
—Oh, y... Akame-kun —dijo Hanabi, muy serio, dirigiéndose a él—. Siento mucho lo de Koko. Me consta que estábais... muy unidos.
Contra lo que Akame había pensado en un momento, el Uzukage reaccionó más que positivamente a la demanda de Datsue. El mayor de los Uchiha habría creído que estrenar su nuevo rango con una petición tan inesperada sería considerado un tanto atrevido, pero en cambio Hanabi lo encontró interesante. Se esforzó por guardar aquel detalle en su cabeza; tenía que ser más proactivo. Datsue siempre lo era —a veces, quizá demasiado—, pero probablemente las veces en las que aquel rasgo había jugado en su contra se habían debido más a su rango de genin que a otra cosa. Ahora que eran jōnin, se esperaba mucho más de ellos.
Como si de repente acabara de ser consciente de eso mismo, Akame se irguió aun más. Luego les regaló una escueta explicación de sus nuevos deberes y de las responsabilidades que les llegarían con el futuro, a lo que el Uchiha simplemente asintió con diligencia. También les hizo una advertencia acerca del demonio que llevaban dentro, ambos por igual; redundante —aunque Akame no dijo nada— tras los meses de pesadillas y tortura onírica a los que el Ichibi les llevaba sometiendo.
Otro asentimiento.
Sin embargo, cuando parecía que la conversación ya iba a alcanzar su cierre, Hanabi se dirigió a Akame en particular acerca de un asunto un tanto delicado. Al oírle, el Uchiha apretó inconscientemente los puños y frunció sus labios, feos y finos. Respiró una vez antes de contestar.
—Gracias —replicó, lacónico. Luego buscó la mirada del mandatario y decidió que tal vez era hora de que él también hiciese su demanda—. Hanabi-sama, sobre eso... Teniendo en cuenta mi nuevo rango como shinobi, me preguntaba si podría tenerme en cuenta para participar en las labores de rastreo y... Contacto con los responsables.
Datsue miraba alto, hacia las nubes. Pero Hanabi quería que mirase todavía más alto. Quería que clavase su sharingan en la luna. Quería que…
«La madre que me parió… ¿Kage yo?». La imagen de él con el sombrero era tan surrealista que nunca se lo había llegado a plantear seriamente. Era demasiado irresponsable, demasiado egoísta y se dejaba amilanar con demasiada facilidad como para que nadie lo tomase jamás en cuenta para el cargo. Pero ahí estaba Hanabi, dejándolo caer, como una ligerísima posibilidad de futuro.
Y Datsue, irremediablemente, se imaginó cómo sería. Se vio a sí mismo sentado en el trono, con el sombrero de Kage y comandando a toda una Villa. Vio el sacrificio, la sangre y sudor derramada por sus ninjas convirtiéndose en oro al finalizar sus misiones. Un dinero que iba directo a sus manos…
A Datsue se le encogió el corazón.
Y entonces, logró ver más allá. Esa gloria que había saboreado, muy escasamente, en el torneo de los dojos. Vio el poder. La capacidad de dar cualquier orden sin posibilidad a réplica. Vio la envidia, el temor, el miedo y la adoración más profunda reflejada en los ojos de aquellos que le miraban. Y le gustó. Le gustó más de lo que jamás se hubiese imaginado. Y por, un momento, lo deseó.
Sacudió la cabeza, y trató de prestar atención a lo que Hanabi seguía diciendo. Debían tener cuidado con Shukaku. Datsue asintió, mientras escuchaba una voz de sobras conocida en el interior de su cabeza. Trató de no hacerle caso.
Estaba a punto de abrir la boca para solicitar su ansiado chaleco con la placa que les identificaba como jounins cuando Hanabi terminó su discurso dándole el pésame a Akame. Datsue tragó saliva, mientras miraba de reojo a su Hermano. Aquel era un tema que, mucho se temía, todavía no había superado. Quizá nunca lo hiciese.
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Las miradas de Akame y Hanabi se encontraron. Las palabras del Uchiha, bien medidas, llegaron con eufemismos a los oídos de Hanabi, quien gracias a un filtro que sólo se consigue por edad y experiencia, descifró transformándolas en una sanguinaria historia. El Uzukage le mantuvo la mirada un momento, entrecerrando los párpados, y luego le dio la vuelta a su sillón soltando un quedo suspiro.
—Hay gente muy capaz investigando lo sucedido —dijo, cortante—. Akame, que no te ciegue el odio y la venganza. El trabajo no debe mezclarse con problemas personales. Deberías saber esto, al fin y al cabo, eres todo un jounin.
—Id a descansar, o a celebrar vuestra nueva posición. Os lo merecéis.
En la cabeza de Akame resonó un canto fúnebre:
«Alguien como tú no debería pedir permiso, Akame-kun. Debería actuar.»
«Finje que te valora, pero te ha ascendido a jounin sólo porque te tiene miedo. Miedo de lo que podríamos hacer juntos.»
«Seguro que estaba vigilando por las cámaras cuando Raito os suspendió. Seguro que te vio la cara. Seguro que temió tenerte en su contra. Esto es sólo un caramelo para un niño rebelde.»
Podéis darle el cierre adecuado a la trama. Felicidades, chicos.
Sin embargo, su petición no tuvo la misma acogida que la de Datsue. Hanabi, que se había mostrado receptivo e interesado en las inquietudes docentes del menor de los Hermanos, respondió con actitud cortante y un argumento demoledor al que Akame no pudo replicar. El Uzukage estaba en lo cierto; un ninja nunca debía dejarse llevar por sus sentimientos.
—Sí, Uzukage-sama —respondió el ahora jōnin, consciente de que acababa de ser reprendido con todas las de la ley—. Con permiso.
Akame se volteó tras dedicarle una última inclinación de cabeza a su Kage y salió del despacho. Una vez en el pasillo notó cómo un repentino cansancio le invadía, amenazando con hacerle perder el conocimiento. Se llevó una mano a las sienes y se las masajeó con paciencia.
Había vivido demasiadas cosas aquella misma noche. Una detrás de otra. Necesitaba descansar.
Esperó a que Datsue saliera del despacho y luego se encaminó a casa junto a su Hermano, todavía con la voz del Ichibi resonando en sus pensamientos. En ese momento, el joven Uchiha sólo tenía una respuesta para el demonio de Una Cola.
«Empieza por dejarme dormir esta noche, Ichibi-san...»
Datsue aguardó callado y expectante mientras Hanabi manejaba la delicada situación de Akame y su particular venganza. Un deseo que el Uzukage supo reconducir de la mejor manera, recordándole esa profesionalidad de la que siempre solía hacer gala. No obstante, conocía demasiado bien a su Hermano como para creer que se habían aplacado sus ansias de venganza de manera tan sencilla.
No, su necesidad de matar a los que acabaron con la vida de su novia seguía en él, latente, aguardando su oportunidad tal y como hacía Shukaku.
Suspiró.
—A vuestras órdenes, Uzukage-sama —¿Qué fuesen a celebrar su ascenso? Nunca una orden le había parecido tan fácil de cumplir.
Cuando salió del edificio del Uzukage, Datsue todavía estaba en una nube. Había pasado de creerse muerto, luego secuestrado por Zoku y más tarde un proyecto fracasado de chūnin, a un jōnin de plenos derechos. Semejante montaña rusa de emociones le había dejado con el cuerpo hecho polvo, como si acabase de hacer todo un maratón.
No obstante, el deber era el deber.
—¿A dónde coño vas? —preguntó a Akame, cuando le vio enfilando a casa—. ¡Tenemos una orden que cumplir: esto hay que celebrarlo, hostia! —Joder, se moría de ganas de usar su nueva posición. De hacer uso del mal llamado abuso de poder. De aprovecharse de su rango para vengarse de algunos listillos con los que todavía tenía cuentas. Una sonrisilla maliciosa se dibujó en su rostro, mientras la cara de un joven y su perro se materializaba en su mente. Luego, sacudió la cabeza. «Pero es demasiado pronto. Demasiado pronto… Lo mejor por ahora será mantener un perfil bajo, no vayan a replantearse mi ascenso»—. ¡Venga! —le dio una palmada en el hombro a su Hermano—, conozco un garito que casualmente se inauguraba hoy. ¡Las dos primeras consumiciones son gratis!
Aquella noche, Uchiha Datsue no pudo dormir. Por una vez en mucho tiempo, no fue por culpa del Ichibi.
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No fue hasta que escuchó la voz de Datsue que Akame salió de sus pensamientos. Al oír las palabras de su Hermano, que destilaban puro júbilo, el mayor de los Uchiha fue consciente de lo que acababa de pasar. ¡Demonios, eran jōnin! ¡Acababa de cumplir uno de sus más añorados sueños, una meta que mil y una veces se había imaginado cruzando mientras hacía apuntes en la Academia! «¿Y qué demonios hago con estos pensamientos tan lúgubres?», se cuestionó.
Datsue tenía razón; había que celebrar.
—Joder... Joder... ¡Pues sí! ¡Pues sí, joder, tienes razón! —le respondió el de la coleta, alzando ambos brazos con gesto victorioso, hacia el cielo más allá del techo que tenían sobre sus cabezas—. ¡Somos la hostia!
Y, sin pensarlo dos veces, saltó hacia el otro integrante del dúo de los Hermanos del Desierto y le pasó un brazo por encima de los hombros. Más que su Hermano, Datsue era su compadre. Compadre de penurias y, en otras ocasiones como aquella, de alegrías.
—¡A celebrar, coño!
Así abandonó junto a su compadre el Edificio del Uzukage para perderse, en mitad de la noche, en las calles más festivas de la Aldea.