Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
«No sé por qué voy... Ni por qué me he vestido así... No ha sido buena idea...»
Llevaba una semana con el festival de verano en la cabeza, todas las mañanas mientras entrenaba olía los deliciosos puestos de comida que volaban y llegaban hasta sus fosas nasales, inundándolas y haciendo que su entrenamiento se viese abrumado por su gran apetito. Escuchaba las risas y los gritos de los niños jugando cerca de su casa e incluso oía a más gente de la normal pasar por allí para ir al festival. Sabía que duraba más o menos una semana, y aquel día era el penúltimo antes de que se acabase el festival.
Y, cómo no, había decidido ir.
Por la comida, se repetía muchas veces, por los juegos, se repetía otras; lo que no sabía era por qué, en ese preciso instante, estaba caminando hacia la casa de Nabi para invitarle a acompañarla. Se sentía nerviosa por ir a pedirle que le acompañase, claro que no todos los días te vistes con un kimono corto de color claro con pétalos de cerezo estampados por todos lados, ni llevas el pelo recogido en dos pequeños moños, adornados con pequeñas flores sujetando aquellos rebeldes mechones que se caen normalmente, ni tampoco te has dejado la bandana en casa, ni llevas esas sandalias tan incómodas...
En resumen, no sabía qué estaba haciendo.
Pero ya estaba allí, frente aquel sitio donde vivía su gran amigo de la infancia. Dudó por un instante, ladeando su mirada, pensando si era lo correcto y sopesando por qué su corazón latía tan deprisa si era algo normal.
Quizá estaba avergonzada.
Así que, sin pensarlo más...
Toc, Toc.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
La puerta tardó nada y menos en abrirse, desvelando un enorme perro amarillo con aspecto fiero con la boca abierta de par en par que le permitía a Eri verle hasta el desayuno al can. Cuando la puerta acabó de abrirse, podría ver al suertudo de mi padre, que con solo tres intentos le había salido el hijo perfecto. Qué suerte, macho.
— ¿Eri-chan? Vaya, qué...
Era normal que la conociera, no solo eramos amigos desde la infancia, sino que mi madre era Uzumaki, y mis dos hermanos también, así que con tres miembros de la familia en esa secta, casi eramos familia, pero solo sobre el papel, sanguineamente teníamos el mismo parecido que los perros y los gatos. El Inuzuka la miró de arriba a abajo.
— Hay que ver como te pareces a cuando mi mujer era joven y no tenía esa mala hostia que le ha salido con la edad.
El perro se acercó a Eri con toda la intención de darle un lengüetazo de dejarla temblando en el sitio, por suerte para ella otra melena pelirroja vendría en su ayuda. Tirando del collar del can y apartando al Inuzuka.
— Quien tendrá la culpa de esta mala hostia que me ha salido, ¿eh? Aish, pero si es la pequeña Eri-chan, ay, dios, pero qué mona estás. ¿Has venido a buscar a Nabi para iros a la feria? No me había dicho nada, ahora mismo te lo traigo, entra y espera en el salón.
No era una sugerencia, ni siquiera iba a pedir permiso a la kunoichi para arrastrarla hasta el comedor, que era el típico japonés con tatamis y ni una sola silla, sino que te doblas de piernas en un cojín. Stuffy no tardó en aparecer, más crecido de lo que Eri recordaba, pero tampoco parecía tener un cambio psicológico importante encima. Parecía bastante cohibido por la presencia de la matriarca de la casa, se acercó a la invitada esperando algunas caricias sin lanzarse a muerte a por ella ni nada demasiado nervioso.
— Enseguida baja mi hijo, voy a avisarle.
Cerró la puerta corredera tras ella, dejando a Eri con papá, perro amarillo y perro tuerto. Se escucharon gritos, pasos rápidos, golpes y algo siendo arrastrado. Tras unos segundos se escuchó el agua de la ducha y algunas notas exageradamente desafinadas y parecía que eso iba a seguir así unos minutos.
La puerta se abrió, y no fue Nabi quien se encontraba detrás. Se encontró con el padre de Nabi y su gran y dorado perro, el cual tenía la boca demasiado abierta.
— ¿Eri-chan? Vaya, qué...
—Buenas noches, venía a buscar a Na-
— Hay que ver como te pareces a cuando mi mujer era joven y no tenía esa mala hostia que le ha salido con la edad.
Pero Eri no escuchaba al mayor, estaba pendiente de su perro, el cual parecía querer saludarla como era debido dándole un buen lametón, aunque, por suerte, aquella persona de la cual solo se fiaba en aquella casa vino en su rescate, pues la mujer Uzumaki tiró del collar del enorme perro y apartó a su marido para saludarla.
— Quien tendrá la culpa de esta mala hostia que me ha salido, ¿eh? Aish, pero si es la pequeña Eri-chan, ay, dios, pero qué mona estás. ¿Has venido a buscar a Nabi para iros a la feria? No me había dicho nada, ahora mismo te lo traigo, entra y espera en el salón.
«Pero yo solo había venido a buscar a Nabi...»
Acongojada por las atenciones de los familiares de Nabi, se vio obligada a entrar en aquella casa de aspecto tradicional, tomando asiento en uno de los cojines que había alrededor de la mesa. Pronto escuchó unas patillas recorrer el suelo y Stuffy no tardó en aparecer, acercándose —más tranquilo de lo normal— a recibirlo. Eri le mostró una sonrisa y le acarició dulcemente la cabeza, esperando que al menos se sentase a su lado y la hiciera compañía.
— Enseguida baja mi hijo, voy a avisarle.
—Gracias, son ustedes muy amables...
Aunque de amables a veces no tenían nada, al menos con su hijo, el cual parecía estar teniendo la cuarta guerra Shinobi en su casa solo con los chillidos de su madre. Eri tragó saliva y se removió, inquieta, sobre su cojín, rezando a todos los dioses que conocía para que Nabi bajase pronto.
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El hombre de la familia se sentó en el lado opuesto de la mesa en la misma posición que Eri y la miró muy serio. El perro grande se tumbó tras él y Stuffy se tumbó al lado de Eri, esperando su ración de mimos y caricias. Finalmente, cuando tuvo la seguridad de que su mujer no iba a aparecer porque se estaba peleando con Nabi habló.
— Bueno, Eri-chan, ¿para cuando vais a tener niños? Porque mi moza quiere nietos cuanto antes, no es por presionaros pero tú no te preocupes, podréis seguir con vuestra vida de ninjas, me los dejáis por aquí para que ella se entretenga y ya. Si fuera por mi, yo le hacía un par de niños más suyos y todos tan felices, pero... bueno, ya sabes lo que pasó con el parto de Nabi. Si es que ese niño no ha hecho más que liarla desde el principio.
La puerta corredera se abrió de golpe, desvelando a la pelirroja que era la mujer de la casa, y el hombre, con una naturalidad que no había heredado su hijo, siguió hablando como si tal cosa.
— Entonces añades un poco más de perejil y la metes en el horno y te queda una pizza que no tiene ni punto de comparación con la que hacen en los restaurantes estos de comida basura de ahora. Sobretodo, JAMÁS le eches cebolla a la carbonara. Eso sería sacrilegio y tendría que mandarte a todo el clan Inuzuka a destruir ese engendro de la naturaleza.
La Uzumaki se acercó a su marido y le apretó el hombro con firmeza.
— Ya veo que estás otra vez soltándole un sermón. Podrías haberle servido algo a la pobre muchacha, encima que la enredas para escuchar tus paranoias.
— Ya sabes que no soy tan pulcro y detallista como tú, cariño.
La puerta se volvió a abrir, esta vez desvelando a un castaño repeinado metido en un yukata negro con un obi carmesí atado a la cintura. Parecía claramente contrariado con todo en general.
— Pero, qué, coño, es, esto.
No parecía una pregunta, ni siquiera una oración, solo unas palabras escupidas juntas. El padre de Nabi aprovecharía la distracción de su esposa para mirar a Eri y dedicarle una mirada de "Recuerda lo que hemos hablado" y le levantaba el pulgar con una sonrisa.
— ¿Donde está mi camiseta de "Mírame al ojo"? ¿Sabes cuanto he tardado en saber que tenía que ponerme esta sabana?
— No exageres, si te lo has puesto bien y todo.
Antes de que pudiese quejarse más, la mujer ya le estaba arrastrando mientras iba diciendo que dejase de quejarse y que ya se lo agradecería más tarde. En su arrastre por toda la habitación, la Uzumaki recogió a Eri y a ambos los dejó en la puerta de la casa. Stuffy intentó acompañarles, pero la mujer lo cazó antes de que pudiese escaparse.
— Pero... Stuffy... ¿me vas a dejar solita con estos dos salvajes? ¡Tienes que quedarte a protegerme!
Levanté una ceja. Si alguien necesitaba protección en esa casa, esa no era ella. Pero el muy animal se lo tragó entero, dejó de revolverse y ladró afirmativamente. Yo era ingenuo, PERO ESE PERRO ERA TONTO. Mi padre había salido detrás nuestro con su parsimonia natural, me soltó unos pocos de dineros y me deseo buena suerte.
Estaba más perdido que un amenio en el desierto. Me giré a mirar a Eri y me quedé aún más perplejo, mis sentidos no estaban preparados para tanta belleza.
— Vaya, Eri-chan, estás preciosa.
Miré los dineros que tenía en la mano, miré a Eri y recordé que esos días había habido mucho barullo en la villa. ¿No era la feria de verano? Tardé unos segundos en atar cabos.
La pelirroja jugaba con Stuffy, quien se había tumbado a su lado, acariciándole ligeramente el lomo y haciéndole cosquillas en la parte superior de sus patas delanteras, mientras el padre de Nabi tomaba asiento frente a ella, pareció dudar por unos momentos, pero pronto abrió la boca para interactuar con la amiga de su hijo. Ella solía cortarse con los padres de sus amigos, mayormente porque ella llevaba años sin hablar con la suya propia, y su padre murió antes de poder conocerlo del todo, así que no sabía bien lo que era tener una figura paternal ni cómo interactuar con ella.
— Bueno, Eri-chan, ¿para cuando vais a tener niños? Porque mi moza quiere nietos cuanto antes, no es por presionaros pero tú no te preocupes, podréis seguir con vuestra vida de ninjas, me los dejáis por aquí para que ella se entretenga y ya. Si fuera por mi, yo le hacía un par de niños más suyos y todos tan felices, pero... bueno, ya sabes lo que pasó con el parto de Nabi. Si es que ese niño no ha hecho más que liarla desde el principio.
Eri enrrojeció al instante, incapaz de procesar la perla que aquel hombre acababa de soltar. ¿Cómo que tener hijos? ¿Estaba insinuando que Nabi y ella...? ¡No! ¡Eso era imposible! ¡Impensable! Por Shiona-sama...
—D-disc-culpe... No cr-
Sin embargo el sonido de la madera corriéndose la hizo pegar un pequeño salto sobre sus piernas, dejando de acariciar a Stuffy rápidamente, como si la hubieran pillado haciendo algo realmente malo, cuando ni si quiera sabía cómo actuar. Por ello, la madre de Nabi la encontraría enrojecida hasta las orejas, intentando ocultar sus ojos con los mechones perdidos de su flequillo.
— Entonces añades un poco más de perejil y la metes en el horno y te queda una pizza que no tiene ni punto de comparación con la que hacen en los restaurantes estos de comida basura de ahora. Sobretodo, JAMÁS le eches cebolla a la carbonara. Eso sería sacrilegio y tendría que mandarte a todo el clan Inuzuka a destruir ese engendro de la naturaleza.
La Uzumaki estaba demasiado confusa, tanto que terminó por dejar de escuchar la conversación de los mayores. Aquello le había venido grande, y solo de pensar en tener hijos con alguien hacía que se pusiera nerviosa. ¿No tenía quince años? ¿Qué era eso de tener hijos? ¡Si ni si quiera había tenido pareja! Aquello era demasiado, demasiado...
No escuchó cuando Nabi irrumpió en la habitación, pero sí cuando se quejó sobre sus camisetas extravagantes, levantando instintivamente su mirada para encontrarse con un chico irreconocible: el castaño estaba vestido con un yukata oscuro, largo, acompañado de un obi rojizo a la cintura. Su cabello estaba peinado de tal manera que ningún mechón le rehuía como de costumbre, y su enojo parecía tan ajeno a su felicidad habitual que lo encontró...
No sabía definir aquello.
¿Para cuando vais a tener niños? Porque mi moza quiere nietos cuanto antes... Aquello resonó en su cabeza, y sin dejar de mirar a Nabi volvió a enrojecer totalmente, incapaz de controlar sus impulsos. Cerró los ojos fuertemente y apartó la mirada, avergonzada por su comportamiento.
No supo cuando, pero la madre de Nabi la tomó tan rápido que no supo cuando ambos terminaron fuera de casa, sin Stuffy saltando a su lado, con la puerta cerrada en sus narices. Estaba atónita, demasiado asombrada como para decir algo coherente ese día.
— Vaya, Eri-chan, estás preciosa.
La kunoichi se giró al chico, aún con las mejillas coloradas, e hizo un amago de sonrisa sin mirar a Nabi directamente a los ojos.
—Gr-gracias, tú también estás... muy bien...
— Bueno... ¿tenías algún plan?
—Esto... yo... —balbuceaba sin sentido, mirando hacia todos lados, intentando encontrar la razón por la que se había metido en un kimono, arreglado y venido hasta aquella casa embrujada —. Quería ir a la feria... Por eso venía a proponerte acompañarme... Ya sabes, como siempre estamos juntos...
Su conversación era más abrumadora de lo normal, dejaba arrastrar las palabras y a veces tartamudeaba, como una chiquilla nerviosa, pero no podía evitarlo, ahora cada vez que miraba a Nabi se imaginaba pequeños Inuzukas pelirrojos montados sobre un perro cojo.
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8/05/2018, 21:58 (Última modificación: 8/05/2018, 21:58 por Inuzuka Nabi.)
La Uzumaki que tenía ante mí, parecía Eri, olía como Eri, pero desde luego no se comportaba como Eri. La kunoichi que normalmente iba por delante mio como una fuerza de la naturaleza como si fuese imparable e incuestionable ahora se paraba ante mi, titubeante y con el rostro más rojo que su cabellera. La primera conclusión obvia a la que llegó mi corta mente.
—Gr-gracias, tú también estás... muy bien...
—Esto... yo...Quería ir a la feria... Por eso venía a proponerte acompañarme... Ya sabes, como siempre estamos juntos...
— Eri-chan... ¿Estás bien?
Antes de que me contestara colé mi mano bajo su flequillo para tocar su frente, y estaba ardiendo.
— ¡Estás hirviendo! Creo, ¿quieres que vayamos al médico? O entremos de nuevo en casa a ver si tenemos algo de hielo.
No, no estaba bien, sentía como le ardía todo el cuerpo y aquella sensación no era únicamente por la estación en la que se encontraban.
— ¡Estás hirviendo! Creo, ¿quieres que vayamos al médico? O entremos de nuevo en casa a ver si tenemos algo de hielo.
—¡NO! —aquella respuesta fue casi inmediata, levantando ambas manos en modo de stop para que Nabi ni se atreviese a dar un paso hacia atrás —. Es decir, sí, sí estoy bien, no quiero ir al médico, o entrar a casa... —explicó de manera atropellada, bajando las manos lentamente.
Se revolvió ligeramente el flequillo, incapaz de pensar con total claridad frases coherentes.
—Solo quiero ir al festival un poco... ¿No quieres ir conmigo? —preguntó, al cabo de unos segundos. Quizá lo que le pasaba era que quería volver a casa porque no quería ir con ella, podía ser, a lo mejor había encontrado a alguna chica mejor con la que pasar el tiempo, probablemente Inuzuka, así que ella, como Uzumaki que era, no tenía nada que ver allí.
Aunque no sabía por qué pensaba que tenía algo que ver desde el principio.
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—¡NO! Es decir, sí, sí estoy bien, no quiero ir al médico, o entrar a casa...
Del susto, quité la mano de su frente de golpe, igual la había violentado con mi contacto. No era raro que la gente me rehuyera en todos los sentidos habidos y por haber. Sin embargo, no podía dejar de preocuparme por ella, estaba claro que algo le pasaba. Igual solo era que no le había sentado bien ver a mis padres y las violentas situaciones que ocurren diariamente en mi hogar. Normal.
— Bueno, vale. Pero si te mareas o algo avísame y nos vamos de cabeza al hospital.
Convencido del todo no estaba, ni del todo ni de nada, Eri no estaba normal.
—Solo quiero ir al festival un poco... ¿No quieres ir conmigo?
— A ver, Eri-chan, Eri-hime, Eri-sama, ¿crees que iría así vestido con cualquier otra persona que no fueses tú? Pues claro que no. En parte es porque estás tan deslumbrante que nadie se fijara en mi, pero, también es porque contigo iría al fin del mundo incluso con esta ropa. Así que vamos va, a la fiesta.
La agarré de la mano y tiré de ella en dirección al festival, es decir, donde hubiese mucha gente y mucha comida. Mis instintos no podían fallar.
El chico pareció creerla de forma parcial, pues consintió que su extraño comportamiento de ese día continuase a excepción de si se mareaba o algo. Ella no estaba enferma, la cosa es que no sabía lo que le ocurría. Era extraño, como si algo en su pecho se oprimiese y luego volviese en forma de gusanitos recorriéndole el estómago, y todo aquello solo de pensar en aquel chico.
¡Pero si hasta hacía dos días estaban normal! ¿Qué era? ¿Pasar tiempo con alguien? Porque había pasado mucho tiempo con Datsue y no se sentía así, aunque con la fama que tenía el chico... Y no hablar de ninguno de sus hermanos. ¡Son sus hermanos!
— A ver, Eri-chan, Eri-hime, Eri-sama, ¿crees que iría así vestido con cualquier otra persona que no fueses tú? Pues claro que no. En parte es porque estás tan deslumbrante que nadie se fijara en mi, pero, también es porque contigo iría al fin del mundo incluso con esta ropa. Así que vamos va, a la fiesta.
—V-vale... —murmuró, volviendo a enrojecer lentamente.
Aquella contestación estaba dentro del normal que Nabi solía decirle, entonces... ¿Por qué le latía tan rápido el corazón? ¡Que sensación tan desagradable! Ella quería hablar normal con él, quería estar normal, ¿por qué no podía? La situación no mejoró cuando él la tomó la mano, pero ya le dio igual, con latidos y enrojecimiento, ambos fueron al festival.
La fiesta se extendía por todo el jardín de cerezos, donde, al lado derecho del camino empedrado; había todo tipo de puestos: de caretas, de comida, de juegos donde se agrupaban los más pequeños a conseguir algún premio. La gente paseaba distraída mientras los ancianos estaban sentados en los bancos que encontraban. Había gente tumbada en el fresco césped para descansar, y todos, absolutamente todos, estaban vestidos para la ocasión.
Eri miró de reojo a su acompañante, inquieta.
—¿Qué te gustaría hacer primero? —preguntó, indecisa, hasta que su estómago habló por ella con un triste y hambriento gruñido —. Yo... Creo que deberíamos comer algo.
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—¿Qué te gustaría hacer primero? Yo... Creo que deberíamos comer algo.
A lo tonto ya estabamos en el festival antes de poder siquiera pensar en a donde teníamos que ir. Supongo que es lo que tiene vivir tan cerca del Jardín de los Cerezos. Eri me miró suplicante, pidiéndome que por favor fuesemos a comer algo. Y yo soy todo un caballero en cuanto a comer se refiere.
— Por supuesto, ¿quieres que pillemos unos pinchitos para comer mientras paseamos por aquí? Pero si quieres nos acercamos a mi restaurante de barbacoa favorito que está a dos manzanas de aquí. Te ponen toda la carne que puedas comer y salsa artesanal que es de lo que no hay, aunque creo que ya has venido alguna vez. ¿O qué?
Fui señalando mientras le daba alternativas.
— ¿Tienes muchas hambre? Porque de eso depende en gran medida la decisión.
Escuchó atentamente como Nabi ofrecía ir a su restaurante favorito, pero tras su petición ella negó ligeramente con la cabeza. Lo mejor sería comer algo de algún puesto de allí en vez de irse, que para eso habían salido. Aunque tampoco quería decirle que no tan rápido.
—Me muero por algo de carne, pero no quiero irme del festival por comer —alegó ella, más relajada que antes—. Mira, allí hay un puesto donde sirven carne a la parrilla, si quieres podemos ir, ¿qué te parece?
Al menos se asimilaba.
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—Me muero por algo de carne, pero no quiero irme del festival por comer. Mira, allí hay un puesto donde sirven carne a la parrilla, si quieres podemos ir, ¿qué te parece?
Eri señaló un puesto de comida del festival que efectivamente, servía carne, obviamente no tan buena como la de mi restaurante favorito, pero Eri era como el rey Midas pero señalando, todo lo que ella señalaba o ofrecía se convertía en oro. Ese puesto vendía carne dorada y punto.
— ¡Claro! Voy a buscarlos yo, tú ves pensando donde vamos mientras nos los comemos. ¿Quieres uno o dos pinchos?
En cuanto me contestase iría al puesto a comprar la cantidad que ella me hubiese dicho para ella y uno para mi.
— ¿Qué quieres hacer? ¿Probamos uno de esos puestos de pescar peces con una red de papel? ¿Los de tirar una torre de botellas? ¿Cuando son los fuegos artificiales? Podríamos ir a la playa a verlo.
Probé el primer cacho de carne, no estaba mal. Miraba a Eri y masticaba esperando su respuesta, obviamente con la boca cerrada. ¿Quien comía con la boca abierta? Eso era muy de Datsue, que no puede parar de hablar el cabrón. Ostias, Datsue. Tragué lo que tenía en la boca con alarma.
— Espera, espera, Eri-chan, Eri-hime, Eri-sama. ¿Te has enterado de lo de Datsue? ¡Que lo han ascendido a Jounin! ¿Le montamos una fiesta o qué? Es algo digno de celebrar, eh. ¿O le compramos algo? ¡¿Qué se hace en estos casos?!
Nabi se ofreció a ir a por comida y ella asintió, agradecida, el gesto tan amable de su compañero. Aguardó a que el castaño volviese y tomó gustosa la cantidad que había comprado para ella. Sí, ese día se podría las botas, y eso que normalmente cenaba ligero.
— ¿Qué quieres hacer? ¿Probamos uno de esos puestos de pescar peces con una red de papel? ¿Los de tirar una torre de botellas? ¿Cuando son los fuegos artificiales? Podríamos ir a la playa a verlo.
—Uhm, le he echado el ojo a un peluche que hay a unos puestos de aquí, la verdad es que me gustaría conseguirlo —mencionó, caprichosa, mientras tomaba un cacho de carne con el palillo que traía para cogerlo —. Si no te importa, claro, pero primero sentémonos a comer.
Poco a poco su vergüenza iba pasando, viendo que cada vez se encontraba más a gusto con el Inuzuka. No quería pensar en la propuesta del mayor, ni si quiera en su madre, la verdad es que ella estaba bien así, con su compañía, aunque a veces la sacase de quicio. Su corazón pareció reaccionar a sus pensamientos, y sin querer palpitó de forma mucho más fuerte, haciendo que negase fuertemente con la cabeza.
Una vez ambos se hubieran sentado —guiados por Eri—, el chico pareció haber recordado a su compañero de promoción: Uchiha Datsue.
— Espera, espera, Eri-chan, Eri-hime, Eri-sama. ¿Te has enterado de lo de Datsue? ¡Que lo han ascendido a Jounin! ¿Le montamos una fiesta o qué? Es algo digno de celebrar, eh. ¿O le compramos algo? ¡¿Qué se hace en estos casos?!
—¿Uhmgjffg? —balbuceó mientras masticaba, con un tono confuso, luego tragó lo que tenía en la boca para añadir—: deberíamos hacerle un regalo, quizás, las fiestas no suelen salir bien, ¿o no te acuerdas con los Sakamoto?
»Podríamos regalarle algo útil, una bufanda con el símbolo de Uzushiogakure, incluso un pañuelo, ¡que siempre va enseñando todo!
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—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
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Seguí a la kunoichi en busca de algún sitio para sentarnos, si no lo había sugerido yo era porque me había expresado un ansía viva de estar en el festival que pensaba que iba a preferir ir por los puestos. Pero estaba claro que Eri era una caja de sorpresas. Al comentarle lo de Datsue, estaba claro que estaba más desinformada que yo, porque casi se atraganta de la sorpresa.
— Hombre, Eri-chan, piensa que a Jounin solo se sube una vez en la vida. Debería ser algo especial, no sé. Una espada de esas de leyenda que explote todo lo que toque o algo así sería un detallazo. Además que él es, ya tu sabes, eso. Así que deberíamos abogar por su seguridad. ¿Una armadura? Unas gafas de sol para cuidar esos ojos asesinos. Hostias, un perfume. Un perfume al cien por cien.
Le hice un gesto con las cejas, subiendolas y bajandolas con una mueca sugerente.
16/05/2018, 19:13 (Última modificación: 16/05/2018, 19:13 por Uzumaki Eri.)
La chica continuó comiendo mientras su acompañante daba ideas sobre qué regalarle a Datsue. Le dijo y afirmó que a Jounin solo se subía una vez en la vida, y tenía razón, ¿una bufanda? ¡Tonterías! Aquello tenía que ser mucho mejor que eso.
Tragó otro trozo de carne y casi se atraganta al escuchar lo último que le dijo.
—Eh, Eri-chan, perfume por el olor, eh.
—Ni de coña —alegó ella, frunciendo el ceño —. Sería horrible, piensa que él ya de por si tiene el ego altísimo, como para regalarle una colonia, además, viniendo de ti se pensará que le regalas pis de perro embotellado, no —negó—, totalmente descartado.
Movió suavemente el palillo por entre los trozos de carne que le quedaban, luego chasqueó sus dedos: había tenido una idea.
—¿Y si le regalamos un perro? Ya sabes, una perra, para Stuffy, así no se siente tan solo, creo que desde... Hace mucho no tiene compañía, ya sabes —expresó, acercándose más a él para poder hablar en voz baja y que el castaño la escuchase—, desde hace mucho que no tiene encuentros, y me niego a pensar que mantiene una relación con Akame-san.
Negó, intentando evitar en su mente escenas poco deseadas.
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