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31/12/2021, 16:44
(Última modificación: 14/01/2022, 16:26 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Era un día triste para todos. Rostros fúnebres observaban la efigie con foto que se había atado al mástil del barco. Como con la ceremonia de los Deseos Ahogados, para el funeral de Yui se había reservado un día en el que la tormenta estaba particularmente furiosa. Y en completo silencio, Hōzuki Shanise, en un estrado improvisado en una de las plataformas del Gran Lago a las afueras de la aldea, cortó el cabo y soltó el barco. Quedó inmóvil, como la multitud congregada en varias plataformas y a lo largo del puente. Parecía muda —el sonido de la lluvia la acallaba—, pero como muchos, lloraba la muerte de Yui.
El rayo hendió el aire y chocó contra el mástil del barco, haciéndolo estallar. Las llamas engulleron la efigie de Yui y hundieron la embarcación poco a poco. Solo cuando no hubo ni rastro de ambas cosas, como marcaba la tradición, Hōzuki Shanise se dio la vuelta. Ajustó el micrófono del estrado y se aclaró la garganta. Su voz todavía sonaba débil cuando habló:
— Hermanos. Hijos de la Tormenta, hoy despedimos el cuerpo mortal de una leyenda. La Eterna Tormenta —comenzó—. Como ya sabéis, antes de morir, Yui designó a los shinobi y kunoichi del país la labor de gobernarlo. Se autodenominó Tormenta y me dejó el sombrero. Hoy yo debería tomar su puesto y elegir a un sucesor. Pero voy a utilizar el poder que me otorga esta sucesión para honrarla en la muerte y para siempre. La Primera y Última Tormenta. La Eterna Tormenta. ¡Amekoro Yui! —Shanise alzó el brazo con el puño cerrado y gritó su nombre a los cuatro vientos. La mayoría entre la multitud se vio arrastrada por el peso que cargaba el nombre de su anterior Kage y Tormenta y lanzó vivas y hurras por todo lo que ella significó. Pero otros murmuraron confundidos—. No cambiaré de sombrero hoy. Seguiré siendo Arashikage... y gobernaré el país. No os confundáis —dijo, previendo la obvia reacción— , lo hago porque Yui significó tanto para este país que no puedo dejarla marchar y tomar su nombre. Soy indigna. ¡Ese nombre es suyo y solo suyo! ¡Y nosotros somos sus hijos! ¡Durante mucho tiempo tomamos el nombre de Hijos de la Tormenta! ¡Así es como nos llamaba Yui! ¡Hijos de la Tormenta! ¡Y cuando pensáis en la Tormenta, lo hacéis en ella, no en mí! ¡Por eso hoy la declaro de nuevo a ella como la Eterna Tormenta! ¡Y nosotros seremos sus Hijos para siempre! ¡Los Hijos de la Eterna Tormenta!
Esta vez sí hubo vítores. La gente se emocionó. Incluso en la muerte, Yui seguía echándose la voluntad de todos encima de los hombros. Shanise sonrió, lloró y buscó una mirada concreta entre el público.
— Gobernaré con la ayuda de un Consejo no permanente de mis jōnin más allegados, veteranos de la aldea y los Gobernadores de Shinogi-to y Coladragón... con el tiempo, también con el nuevo Gobernador de Yukio. ¿Qué pasa? ¡Sí! ¡Yukio! ¡Levantad esas putas barbillas! —bramó Shanise—. ¡Sí, ella murió en Yukio! ¡Murió, pero no perdió, Hermanos! ¿¡Creéis que me voy a quedar sentada sin hacer nada!? ¿¡Vais vosotros a hacerlo!?
» Llorad, Hermanos. ¡¡Llorad, sí!! Permitíos llorar hoy, porque no podréis hacerlo mañana... ¡porque mañana, iremos a la guerra!
» ¡Porque somos los Hijos de la Eterna Tormenta! ¡Los hijos e hijas de puta más fuertes, temibles y orgullosos del Oonindo occidental!
» ¡Porque demostraremos a ese maldito zorro que en realidad Amekoro Yui no perdió! ¡Que solo ganaba tiempo para que nosotros terminásemos la hazaña!
» ¡Viva la Madre Tormenta, nuestra Madre, nuestra Eterna Tormenta! ¡Viva Amekoro Yui!
La gente estalló a gritar, a llorar, a reír... un clamor lleno de euforia, de dolor, pero también de esperanza. Shanise, abatida, apagó el micrófono y dejó caer los hombros hacia adelante. Como discurso, tendría que servir. Es todo lo que ella podía hacer. Se dio lentamente la vuelta y, tal y como ella misma había dicho, se permitió llorar una última vez. Miró, a lo lejos, a donde había estado el barco. Apenas dos tablones de madera se resistían a hundirse, a pesar del oleaje. A pesar de la lluvia torrencial. Ni siquiera entonces, de aquella manera, Yui se daba por vencida.
» Vivirás por siempre, cariño... buen viaje —susurró a la nada. Y se enderezó, orgullosa.
Y no marchó hasta que sólo estuvo ella y el rugido de las olas y la Tormenta. Hasta que todo el mundo hubo marchado a casa. Hasta que pudo darse la vuelta y encontrarse con el puente despejado.
Así nadie podría ver que ni siquiera mañana podría conseguir dejar de llorar.
Nivel: 10
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La familia Kaminari podía encontrarse en algún punto alrededor de las orillas del lago, entre toda la muchedumbre que se había reunido allí aquel día. Era un día triste para todos, y ellos no eran la excepción.
La menor de las dos hermanas, Kimi, estaba de pie a la izquierda de Raijin, el padre adoptivo ambas. Con los ojos llenos de lágrimas, los labios temblándole y teniendo que sorber los mocos por la nariz para que no acabasen colgando, la pequeña hacía su mejor esfuerzo por no romper en llanto, con éxito moderado.
A pesar de que no lo sentía, Kimi sabía que su padre llevaba ya un rato tomándole la mano, agarrándola con algo de fuerza de la misma manera que tomaba la mano de Chika, la mayor de las dos. Era un día triste para él, también, pero se mantenía en sombría calma a sabiendas de que entristecería sus hijas si lloraba.
A pesar de la buena fama que tenía, al contrario que su padre Kimi no había tenido muchas oportunidades de ver a Yui en persona y conocerla, pero la respetaba. La respetaba mucho y la admiraba otro tanto más, aunque ella no haya sido precisamente quien se imaginaba como su ejemplo de persona ideal. Era beligerante, contestona, confiada en exceso y excesivamente lanzada. Todo lo que se suponía que no debía ser un estudiante del dojo Kaminari y aún así era quien más había hecho por la villas.
Luego del discurso de Shanise se escuchaban vitores. Los amejin gritaron, rieron y lloraron llenos de dolor y esperanza. Kimi solo bajó la cabeza y se secó las lágrimas.
«Descanse, Yui-sama. Nosotros terminaremos el trabajo».
Nivel: -5
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En el borde, a un paso del agua, una chica de largos y ondulados cabellos rojos observaba cómo la efigie arde. La chica estaba cubierta de un enorme abrigo negro, con pelusa blanca en el cuello. Sostiene una enorme sombrilla, luchando constantemente contra los vientos de la tormenta y contra su propio temblor. Sólo un par de personas cercanas reconocieron su perfil y su larga cabellera roja, y cuchicheaban si era la cantante de creciente carrera, Murakisho Suzume, mas un par más no creían que fuese ella. Escuchó la voz de Yui en silencio, sintiendo cada palabra rugir por encima de Amenokami. Sintió el mundo temblar.
Sintió a todos llorar, gritar, sufrir. Sintió ser una de ellos, pero sintió que no era lo suficiente. Sus manos apretaron la sombrilla, y sintió un alivio enorme cuando la apartó. El viento y la lluvia la cubrió al instante, empapándola por completo. No supo si sentía más tristeza por el frío de la tormenta, o si sentía que el agua la tranquilizaba. Se sintió una con ella, con la tormenta, y algo dentro de la chica le dijo que tenía que hacer más para devolver ese sentimiento. Tenía que hacer más para volverse una digna Hija de la Tormenta.
Así que cantó, no a todo volumen, como en sus conciertos, sino en voz baja, para ella, para la lluvia, para la Tormenta. Al terminar, lloró en silencio, aunque sus lágrimas se perdieron entre la lluvia.
—Recuesta
tu cansada cabeza.
La noche cae,
has llegado hasta el fin.
Duerme
Y sueña con aquellos de antaño ya.
Ellos llaman
desde la costa lejana.
¿Por qué lloráis?
¿Qué hace a tus lágrimas caer?
Pronto verás
Todo el temor va a ceder.
Segura ya estás,
tú solo duermes.
¿Qué puedes ver
al horizonte?
¿Oyes las aves cantar?
En ultramar
la luna se alza,
navíos a casa te llevarán
Todo será
plata y cristal,
y luz en el agua,
almas pasarán.
Desesperáis,
en la noche entráis.
Las sombras caen
del tiempo y el recordar.
No digáis
que hemos llegado al fin.
Costas blancas llaman,
nos encontraremos allí.
Y estarás allí, en brazos.
Sólo durmiendo.
¿Qué puedes ver
al horizonte?
¿Oyes las aves cantar?
En ultramar
la luna se alza,
navíos a casa te llevarán
Todo será
plata y cristal,
y luz en el agua,
gris navío va
hacia el Oeste.
Nivel: 17
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No había mucho que decir. Yui había muerto. Toda Amegakure lloraba aquel día en las orillas del lago. Chika no tenía nada que decir, ni ahora ni antes ni después. Desde que Kimi le había traído las noticias, apenas habían intercambiado dos palabras. La muerte de Yui siempre había tenido una circunstancia predilecta. En el campo de batalla, el como y cuando era irrelevante. Si Amekoro Yui tenía que morir sería combatiendo.
Y había sido así. Protegiendo Yukio.
¿Y ahora qué? Ahora estaban ahí, llorando bajo la tormenta a la Tormenta. La parte buena es que las lágrimas se diluían rápido con la magnitud de la Lluvia. Esta vez no había paraguas, chubasquero ni sombrilla que impidiese al agua caer sobre ella. No lo necesitaba, no había lluvia suficiente en el mundo para apagar el ardor que sentía. En sus ojos, en su estomago, en su garganta, en sus puños.
Tenía los dientes apretados, los tuvo durante todo el discurso de Shanise y los mantenió. Si soltaba, si lo dejaba ir, gritaría tan fuerte que destronaría a la Tormenta. Lo odiaba, odiaba todo eso, odiaba a Kurama, odiaba a Dragon Rojo y odiaba cada uno de los involucrados en todo eso. Quería matarlos a todos, quería pegarle a una pared metalica hasta que le sangrasen los puños y después empezar con las patadas. Esa furia, esa ira... Apenas podía contenerla.
Por suerte, su hermana era una chica de pocas palabras y sabía que no iba a forzarla a hablar. Y menos mal, sentía su bondad disiparse en una enorme olla de pura irascibilidad descontrolada. Si nadie se acercaba, se quedaría ahí, estatica, intentando procesar todas sus emociones.
Nivel: 10
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Al contrario que toda Amegakure, el silencio de las hermanas Kaminari duró varios minutos mientras el fuego. No. La tormenta se iba creando en sus interiores, haciéndose cada vez más y más furiosa hasta el punto que se hacía un poquito más difícil de controlar cada segundo.
«Mantén la calma. No sucumbas a la ira». Se repetía. La novena norma del código moral del Karate Kaminari.
Pero era extremadamente difícil no sucumbir a la ira ante una situación como aquella, incluso para una persona como ella, que siempre seguía el código para ella, incluso cuando era difícil.
Sin más, abrazó a su padre con fuerza durante varios segundos.
— Yo... creo que me alejaré un poco ¿vale? Nos vemos casa. —Le dijo al despegarse, un poco más calmada.
— De acuerdo... yo estaré aquí. Te veo en casa. —Contestó Raijin que, al contrario que las chicas, llevaba ya 20 años sirviendo bajo el mandato de Yui. No había manera en el mundo de que él fuese de los primeros en marcharse.
Kimi caminó hasta su hermana para tomarle la mano.
— ¿Me acompañas, Ka-chan?
Nivel: 17
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El ruido de la lluvia se volvía cada vez más intenso en su cabeza. Con cada segundo su ira crecía y sus oídos se volvían más sensibles al ruido. Con cada segundo se le nublaba más el juicio y le temblaba más el pulso. Las imágenes que la perseguían cada noche hicieron acto de presencia. Su hermana bajo los escombros, su sangre en sus manos, el dolor y la ira.
Todo eso se desvaneció al sentir la mano de su hermana agarrar la suya. Se giró de golpe, como si acabase de volver a la realidad después de un viaje poco entrañable. Se quitó las lágrimas con el brazo, tan o más húmedo que sus propias mejillas, pero infinitamente más frío.
— ¿Me acompañas, Ka-chan?
La voz de Kimi sonaba normal, aunque su rostro reflejaba algo diferente. Chika no era capaz de eso. Su expresión era una de contención, estaba intentando mantener todo a raya y no lo estaba consiguiendo.
— S-sí, cla... — un ataque de hipo la interrumpió y después no intentó acabar la frase, solo miró al suelo y dejó que su hermana la guiase.
Nivel: 10
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Como si lo hubieran hecho a propósito, los Nara estaban ordenados por sus estaturas, pero fue solo una cuestión azarosa. El padre primero y la mocosa de pelo corto a lo último. Justo estos dos en cada punta, que ambos tenían pensamientos muy distintos, pero si había algo en común en ese momento, es que los cinco estaban absolutamente nerviosos por lo que estaba pasando en ese lugar. Todos a unos pocos pasos del agua, expectantes al discurso de Shanise.
Cada palabra de la Arashikage ablandaba más la postura que tenía Jun, en un principio cruzada de brazos y luciendo una falsa tranquilidad. Ahora con los brazos colgando y con la mirada baja, solo levantándola para ver cómo reaccionaba la gente. Sentía una energía por parte de las personas muy fuerte, un sentimiento en conjunto inigualable. Por unos segundos pudo, no sólo comprender lo que sentía una parte de su familia, sino gran parte de los shinobi de su aldea. Entendió por ese instante muchas cosas que le repitieron una y mil veces, y que nunca podía llegar a entender o empatizar. Y es que eso era lo que más le respetaba a Yui, lo que despertaba en la gente y la figura que representaba, llegando a ser una ídola o, como mencionó su Kage, una leyenda para muchos.
Desbordada por esa mezcla de sentimientos y un dejo de arrepentimiento por actitudes que tuvo en algún momento, tensó sus puños y comenzó a alejarse de su familia. No fueron muchos los metros que caminó cuando una mano la jaló de golpe, impactando de lleno contra la persona que había realizado la acción. Por un segundo asustada, pero el hecho de solo ver que ropa llevaba pudo identificar rápido que era su madre, que no tardó en abrazarla. La chica, nuevamente, se relajó, hundiendo su cara en el cuerpo de su progenitora y correspondiendo ese brazo. Finalmente rompió a llorar. No sabía muy bien cuando fue la última vez que abrazó a alguien, pero definitivamente necesitaba esa muestra de afecto. Lo único que necesitaba para dejar de lado la actitud tan tonta y arrogante que tenía en ciertas situaciones.
—Creo que ya lo entiendes ¿No? ¿Mi niña? — Susurró cerca de su hija mientras le sostenía la nuca.
No era una pregunta retórica pero Jun no necesitaba responder eso. La respuesta estaba más que clara.
Nivel: 10
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Kimi se detuvo un momento al ver el rostro de su hermana y escuchar su voz cortarse en la forma en la que lo hizo. Era complicado y muy doloroso, pero tenía que ser fuerte como lo era su padre y empezar a moverse, por las dos.
— Eh... —Kimi empezó a caminar con tanta decisión, llevándose a su hermana de la mano, que no le dio tiempo a Raijin de despedirse de ambas.
La menor se llevó a su hermana andando bajo la tormenta y entre todas las personas hasta encontrar un lugar donde pudieran estar solas. O todo lo solas que podían estar cuando toda la aldea se había reunido junta en el mismo lugar.
Al final, las chicas se detuvieron algo alejadas de todo el mundo. Lo suficiente para dejar de tener personas en todas direcciones. Allí, Kimi finalmente se giró y tomó ambas manos de Chika.
— Esto... lo siento si no te he dado el tiempo suficiente para recuperarte, pero es que sentía que tenía que decirte esto ya o acabaría por no decírtelo nunca, pero... —Se tomó un segundo para ordenar sus pensamientos, pero fue inútil, así que acabó diciendo las cosas tal y como le venían a la cabeza—. ¡Pero odio a Kurama! Y a todos sus generales y odio a Dragón Rojo y esas son muchas más personas de las que debería permitirme odiar, pero quiero derrotar a todos esos desgraciados. ¡No les tengo miedo! Confío en las enseñanzas de papá. —En exceso, quizás, aunque ahora mismo estaba temblando como un flan—. Pero no quiero hacerlo sola...
Sin más, acabó abrazando a su hermana con mucha fuerza, aunque no la suficiente como para hacerle daño.
— Papá ya nos escogió como hermanas cuando nos adoptó juntas, pero según los pergaminos de mi madre esto es algo que deberíamos decidirlo nosotras y... —Levantó la cabeza y la miró a la cara, llorosa. Tenía miedo de la guerra que se acercaba, pero sabía que estarían bien siempre que peleasen juntas—. ¿Me escoges como hermana, Ka-chan?
1
Nivel: 17
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Kimi la arrastró con la decisión que la caracterizaba y Chika se dejó arrastrar. Era difícil decir si estaba mejor o peor porque andar la distrajo lo suficiente para dejar de pensar en ello. Antes de poder preguntarse lo que quería su hermana, ésta se detuvo en lo que parecía un punto aleatorio del camino.
Pensaba que la llevaría al dojo y le diría de entrenar hasta caer inconsciente. Y, para su propia sorpresa, ni siquiera hubiese intentado detenerla aquel día.
Contraría a todo lo que Chika había imaginado, Kimi se giró y la cogió de las manos para empezar a relatarle lo que sentía. Comprobó que Kimi estaba en la misma espiral de odio que ella, aunque en la parte superficial. Chika estaba en las profundidades. Cada vez que veía el brazo de su hermana caía un poco más.
Aún así, verla temblando ante ella jurando venganza y odio a sus enemigos le decía lo duro que estaba siendo todo eso para ella. Kimi era una buena chica. Ella no debería estar pasando por todo esto.
— Pero no quiero hacerlo sola...
Si no hubiese sido abrazada ahí mismo, hubiese sido ella quien la abrazase. Le devolvió el abrazo como si hubiese nacido para ello, con seguridad pero sin llegar a apretar, con cariño.
— Papá ya nos escogió como hermanas cuando nos adoptó juntas, pero según los pergaminos de mi madre esto es algo que deberíamos decidirlo nosotras y... ¿Me escoges como hermana, Ka-chan?
La vida era injusta. Hasta puntos que Chika acababa de descubrir, un nuevo horizonte de injusticia se había expandido en su vista al mismo tiempo que contemplaba el rostro lloroso de su hermana pequeña.
Había sido injusta con Kimi, con su padre, con la villa, con su kage, con su anterior kage, con su primer kage y ahora lo era con Chika. No era justo lo que estaba pasando. Obviamente estaba preparada para ese momento, para cuando Kimi sacase el tema de la Hermandad. No estaba preparada, siempre tenía que forzar su cuerpo para alcanzarla, no eran iguales y ambas lo sabían. ¿Y si le hacía daño al hacer el doble lariat? ¿Y si por forzarse para mantener su ritmo acababa peor?
— Sí, sí... Claro que sí. — no podía ni quería decir nada más.
Abrazó más estrechamente a su hermana. Sabía lo que significaba lo que acababa de decir. Iba a tener que pelear junto a su hermana y tratarla como a una igual. Ahora no podía decirle que no pelease, pero tenía la opción de protegerla en combate. Era más arriesgada que que no combatiese e iba a exigirle más a ella, sin embargo, haría cualquier cosa por la felicidad de su hermana.
Si le hubiese dicho que no, le hubiese partido el corazón. Y con eso sí que no podría cargar.
1
Nivel: 32
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Estaban en primera fila. Y aunque una parte de ella quería estar allí, otra querría estar más lejos. Estaba en primera fila, y aunque una parte de ella quería estar allí, otra desearía no estar presente. Estaba en primera fila; y aunque una parte de ella quería estar allí... Otra deseaba no existir siquiera.
Bajo la lluvia, Ayame escuchaba las palabras de Hōzuki Shanise en absoluto silencio, con unos ojos marcados por profundas ojeras y la mirada perdida en el barco que guardaba los pocos restos de Amekoro Yui que habían conseguido rescatar. O, más bien, que les habían enviado en un macabro mensaje de guerra. Debería ser yo la que estuviera ahí, se repetía, una y otra vez. Ni siquiera sentía la firme mano de su padre apoyada en su hombro, o la reconfortante presencia de Daruu junto a ella. Por no sentir, no sentía siquiera el frío que siempre emanaba su hermano. Su cuerpo estaba allí, pero su mente estaba muy lejos, en el norte. En una aldea siempre rodeada de nieve. Pero en sus sueños y en sus recuerdos, la nieve era roja. Su mente se empeñaba en reproducir una y otra vez la misma escena. No importaba que estuviera durmiendo, o que estuviese despierta. Una y otra vez veía la espada de Kurama deslizarse en el aire. Una y otra vez veía la cabeza de su Arashikage separarse de su cuerpo y rebotar hasta su posición. Una y otra vez los ojos vacíos de Yui la miraban, con la sangre brotando de unos labios que se movían para formular unas palabras que su psique se había encargado de crear para ella:
«Es tu culpa.»
Ayame ni siquiera se sobresaltó cuando un rayo hendió el aire y terminó por chocar contra el mástil del barco, provocando una crujiente explosión que lo partió en dos. Las llamas no tardaron en envolver el navío, engullendo la efigie de Amekoro Yui y hundiendo la embarcación lentamente en el proceso. Al fin, Amenokami reclamaba a su hija con los brazos abiertos.
Ayame creía que ya no lloraría más. Creía que ya había gastado todas sus lágrimas. Pero las lágrimas se desbordaron de sus ojos en cuanto Shanise se dio la vuelta y comenzó a pronunciar su discurso. Zetsuo debió notar el temblor en sus hombros, porque le dio un suave apretón. Pero cuando Shanise terminó de hablar, y todos los allí presentes arrancaron en vítores y alzó el puño en el nombre de Yui, Ayame no se sintió con fuerzas para hacerlo. No sólo su voz la traicionaba, no se sentía digna de pronunciar su nombre. No se sentía digna de honrarla. No se sentía digna ni de estar allí siquiera.
Dudaste de ella, en múltiples ocasiones, le recordaba su mente. Llegaste a plantearte la propuesta de esa General. Tus dudas terminaron hiriéndola. Fue la espada de Kurama quien la mató, pero todo fue culpa tuya.
La vista se le emborronó por las lágrimas, y Ayame terminó por agachar la cabeza y romper a llorar de forma desconsolada. A sus oídos llegó una canción. Alguien cerca de ella cantaba. Pero ella no tenía voz para unirse.
1
Nivel: 34
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Amedama Daruu permanecía en silencio, auspiciado por una capa impermeable con capucha negra y sin atreverse a levantar la mirada para ver el barco de Yui marchar hacia la nada que venía después. Trataba de respirar hondamente, controlando el fuego que le ardía en el pecho y las lágrimas que buscaban unirse a la lluvia. Amekoro Yui se había ido para convertirse en leyenda. Debería estar satisfecho porque Shanise tuviese en cuenta su sugerencia, pero nadie podía estar satisfecho con lo que había pasado.
Echó un vistazo alrededor. Allí había mucha gente. Algunas caras conocidas, otras desconocidas. Alguien susurraba, ¿o quizás cantaba?
A todos ellos se debía. Todos ellos eran sus Hermanos. Por eso cuando todos estallaron en vítores, Daruu se mantuvo en silencio y asintió, casi para sí mismo más que para nadie. Había tomado la decisión correcta. Todavía había gente por la quien luchar ahí fuera, en el campo de batalla.
Y Amekoro Yui serviría para siempre como inspiración.
Sonrió, y al mismo tiempo lloró, y se sintió mal por hacer ambas cosas. Porque no había tiempo ni lugar para otra cosa que no fuese la furia divina de Raijin cayendo sobre la cabeza de Kyūbi no Kurama.
«No seré la Tormenta, Yui. Pero con mis espadas, la llevaré a donde tú la necesites.»
«Y a ti en el corazón.»
Nivel: 10
Exp: 113 puntos
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Todavía tardó unos segundos en apartarse de su hermana y mirarla nuevamente a los ojos.
— De acuerdo. —Le dijo, limpiándose las lágrimas para hablarle con seriedad—. A partir de ahora peleamos juntas, hermana. Seremos el trueno de la tormenta que será Amegakure.
Ahora la miraba con emoción en la mirada. Chika todavía no parecía encontrarse bien, pero ahora se sentía invencible junto a ella.
— Vamos al dojo, Ka-chan. —Le ofreció—. Allí podrás estar más tranquila.
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