Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—¿¡Dar la alerta!? ¡Creo que ya se van a enterar por ellos mismos! —chilló, mientras corría hacia la salida y se abalanzaba sobre la puerta como un topo en su madriguera. No es como si una horda de presos pasase desapercibida, precisamente.
En la otra punta del comedor, en el lado derecho, se abrió la puerta que daba acceso a las celdas femeninas.
—¿Qué coño está…? —Era una guardia. Una mujer de unos cuarenta años que no pudo terminar la frase. No por la sorpresa, sino porque el pequeño grupito que se había separado de la horda para ir en su dirección la aplastó a puñetazos y patadas. Un hombro gordo y fuerte le tomó de la cabeza cuando ya estaba semiinconsciente y se la partió contra una esquina. Pronto le despojaron de las armas, así como las llaves, como drogadictos con mono en busca de algo con lo que chutarse.
Muchos de los otros presos, comandados por el hombre de barba roja, escalaron por las paredes y destrozaron las bocinas a puñetazos y golpes coléricos, arrancándolas incluso del muro.
Kaido y el resto atravesaron la puerta que daba a la entrada, sin atrancarla tras ellos ni hacer uso del famoso botón rojo. Dos caminos se habían abierto ante Kaido: el de contener a los presos y apostar por el sigilo; o el de dejar que corriese la sangre y aprovechar el caos.
Pero para un Tiburón, en realidad, solo había una opción. Y es que una vez olía sangre… era ciego al resto. Solo el tiempo diría si había sido la decisión correcta o no.
—¿Qué coño está pasando? —preguntó un ninja de Kusa que se había acercado al escuchar los ruidos, cuando Kaido salió por la puerta junto a Muñeca—. Por Kenzou… ¡AYUUUDAA!
Y es que, tras Kaido, los presos traspasaban la puerta como un torrente de sangre en una arteria abierta. Era imposible taponarle. Era imposible detener la hemorragia.
Tokore tiró de Razaro para meterse en la Sala de Armas.
—¡¡OBAYOMA!! ¡¡ABRE LA JODIDA PUERTA!! —se la oyó gritar, desesperada—. ¡¡ABRE, COOOOÑÑOOOOO!!
¿Le abrirían a tiempo? Y, lo más importante, ¿la cerrarían a tiempo? Un grupo de diez presos la siguieron, conscientes de que, si querían que aquella revuelta tuviese éxito, conseguir las armas de la sala era primordial.
Si Kaido seguía hacia la derecha, por las escaleras de piedra que bajaban al segundo piso, oiría cómo muchos de los presos le seguían.
—¡Acordaos del puto plan! ¡No sirve de nada escapar ahora! ¡LE NECESITAMOS! ¡Es hoy o nunca! ¡HOY O NUNCA!
Un gran portalón cerraba el paso al Tiburón cuando llegó al final de las escaleras. Era de metal, grueso, y con un ventanuco de rejillas por el que se podía ver al otro lado. Un guardia viejo, de unos sesenta años y que tenía toda la pinta que estaba muy, muy cerca del retiro la custodiaba.
—¡Kincho! ¿¡Qué está…?!
¡Fsiuuumm!
----Qu… st.. psn…
Se llevó las manos al cuello, extrañado. Había algo que le impedía hablar. Antes de darse cuenta de qué era, cayó muerto.
Una saeta le había atravesado el gaznate.
El de la barba roja recargó la ballesta. Al menos unos veinte hombres siguieron corriendo escaleras abajo. Uno de ellos, alto y fuerte, armado con un khopesh.
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28/04/2019, 00:24 (Última modificación: 28/04/2019, 00:25 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Todo se había ido a la mierda muy rápido. Los presos debían estar encerrados por algo: y es que una vez libres no se detendrían hasta conseguir la ansiada libertad. Y ahora, saboreándola tan cerca...
Kaido y Muñeca se separaron de Razaro y Tokore al tomar caminos distintos, ellos hacia la armería, y él hasta las escaleras que descendían hasta el segundo piso. El gyojin se movió con suma agilidad escalones abajo y pronto se encontró con una puerta impidiéndole el paso hacia el otro lado con un carcelero de edad avanzada "custodiando" la entrada.
Antes de que pudiera increpar a Kincho por su presencia en ese pasillo, el hombre cayó como plomo tras la ballesta que le habían clavado en la nunca.
Kincho arrugó el ceño y contempló de quién se trataba. Ese pelirrojo hijo de puta, él le tacleó, él le quitó la llave. Por su culpa todo se había puesto patas arriba.
—Muñeca, abre la puta puerta, prueba con tus llaves y róbales las suyas al viejo —dijo, mientras realizaba un sello como saeta—. y cierra cuando estés dentro. Yo pasaré con el Suika.
»¡Suiton, Suishōha!
Agua. El agua era como los presos. También, en espacios cerrados, debía buscar una salida. Esa gran masa de líquido cerúleo que arrojó desde sus fauces el carcelero pronto buscarían detener a los presos mientras el caudal inundase las escaleras mientras Masumi se dedicaba a hacer lo que le había pedido Kaido.
Una cadena de sellos. El pecho se hinchó. El agua estalló.
Barba Roja, de mente rápida y precavido, saltó hacia un lateral, contra la pared, mientras arrastraba consigo al hombre que empuñaba el khopesh. Este hombre, de metro noventa y con el torso de un toro, no parecía de mente tan rápida. Más bien, de los que embestía con los ojos cerrados sin importarle qué había al otro lado.
La mayoría se vio arrastrado por una ola de cuatro metros de ancho entre chillidos. Siete, los más afortunados que estaban pegados a la pared, permanecían en pie.
Al Toro, en cambio, no le importaba. Dejó atrás los cuatro escalones que le quedaban de un poderoso salto, y blandió su espada para partir a Kaido por la mitad.
Atrás, Muñeca cogía unas llaves y traspasaba el umbral, cerrando la puerta tras de sí.
En frente, se oyó el crepitar del fuego. Alguno de los dos kusajines se había cansado de intentar controlar la situación y había pasado directamente a la ofensiva. Los chillidos de muchos presos que llegó a continuación reflejó que la técnica, fuese cual fuese, había dado en el blanco.
Pero, en medio del dolor, nuevos rugidos. Esta vez más agudos.
Las mujeres habían llegado.
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Kincho le vio a los ojos, confundido mientras pegaba la espalda contra la puerta ya cerrada.
«¿pero éste imbécil como lo sab...»
No le respondió. Su cuerpo se volvió un charco de agua que no tardó demasiado en escabullirse por la rendija inferior hasta el otro lado de la puerta. Una vez a salvo, volvió a emerger de entre sus aguas.
Técnica insignia del clan Hōzuki. Los miembros del clan son capaces de licuar cualquier parte de su cuerpo, desde un simple pelo hasta convertirse por completo en agua. Esto les permite reducir el daño de ataques físicos enemigos, evitar heridas mortales, infiltrarse en una estructura o mezclarse con una superficie acuática para lanzar un ataque sorpresa. De esta técnica se derivan muchas otras, fruto de la capacidad del Hōzuki para modificar cualquier parte de su cuerpo a voluntad. Cuando un usuario de la técnica se desmaya mientras la utiliza, se transforma en una especie de masa gelatinosa.
El jutsu es muy versátil, no obstante, tiene dos grandes puntos débiles: el primero es que el usuario debe ser capaz de prevenir que va a recibir un golpe para absorberlo, o transformarse nada más recibirlo, por lo que queda vulnerable a ataques a los que no pueda reaccionar (de sigilo y por la espalda). El segundo es que si una técnica de Raiton impacta en el usuario mientras está utilizando esta o cualquier técnica que requiera el Suika como requisito, éste recibirá un 50% más de daño por parte de dicha técnica.
El uso de soporte no puede utilizarse para esquivar un ataque en el momento en el que se lo lanzan al usuario.
Kaido se volvió un charco de agua, haciendo inútil la fuerza bruta de Toro. Se escabulló por la rendija de la puerta, y escuchó como casi al instante el hombretón la embestía. Incluso vio su rostro, de mandíbula prominente y nariz torcida, desencajado por la furia. Rugía, escupía, golpeaba una y otra vez el portalón.
Varios presos se unieron a él, sacudiendo las bisagras. Pero siguió sin moverse.
Algunos hombres se preguntaron si no sería mejor dar vuelta y huir. Con palabras bastante más malsonantes. La duda se contagió en algunos.
—¡Jodidos imbéciles! ¡Vais a arruinarlo todo! ¿¡No os dais cuenta que todo, TODO lo que está pasando, es como dijo él!? ¡Tenemos que encontrarle y que nos quite la maldición o no servirá de una mierda! ¡Seguid el puto plan! ¡O morid ahí fuera en la jodida tormenta! ¡O cazados como perros en una semana!
Más pasos. Más gente bajando.
Pero Kaido se encontraba al otro lado, a salvo. En un breve remanso de paz en medio de la tormenta. En un gran habitáculo iluminado por largos paneles de luz que colgaban del techo. A la derecha, tenía una puerta normal, de madera, que daba a los baños.
En frente, otra gran puerta metálica, que no estaba custodiada por nadie. De hecho, estaban solos. Según el croquis de Comadreja, tendrían que atravesar por dos puertas más hasta dar a las celdas.
28/04/2019, 02:08 (Última modificación: 28/04/2019, 02:11 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Tras la seguridad de aquél portón, y la ineficacia de los presos de tumbarla; Kaido contempló con suma curiosidad el discurso de Barba Roja.
Él no era un tipo que destacara por su inteligencia. ¿Pero si el hombre sabía de alguna forma que Dragón Rojo estaba viniendo —o de lo contrario, ante la poco típica noche que estaba viviendo la cárcel del Yermo carecía totalmente de sentido—. no tiene lógica pensar que alguien se lo había advertido?
¿y quién podía ser ese alguien?
—Sabe que venimos a por él. —le dijo a Muñeca, mientras tomaba rumbo por el amplio pasillo. Se encontraba en el primer claro que le había dibujado Comadreja, y al fondo podía ver la puerta que le separaba del otro habitáculo que, según el croquis memorizado; tenía dos vertientes. Una puerta nueva a la izquierda que daba acceso al área de celdas, y un pasadizo de frente que daban a otras escaleras. —. ¿cuántos guardias deberían quedar aquí abajo, según Tokore?
Muñeca abrió la boca, y se quedó con ella abierta por unos segundos.
—¿Qué sabe que…? Pero, ¿cómo es posible? —exigió saber, confusa—. ¡Solo los Cabezas de Dragón y Comadreja sabían que veníamos! ¿Cómo iba a saberlo?
Sacudió la cabeza. ¿Cuántos guardias? Difícil saberlo. Eran pocos, según Tokore. Varios del turno de tarde se habían ido, y ninguno salvo ellos del turno de noche había traspasado las puertas de la Prisión del Yermo.
—Pues… No sé. ¿Diez? ¿Quince? El tipo que pasaba lista vino aquí a ayudar, deben ser pocos. Quizá menos… Pero, Kaido, ¿qué problema tenían para que hiciese falta que bajasen casi todos? ¿Lo habrán… resuelto? No fastidies, y todavía no sabemos qué hay en el tercer piso. ¿Qué vamos a hacer?
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—No lo sé, jodida, no lo sé. Quizás pilló a Kyutsuki cuando estuvo infiltrada, aunque eso me parece poco probable. Tal vez creía que algún día os ibais a enterar de que no estaba muerto realmente y que Ryu iba a tratar de eliminarlo de una vez por todas. Pero eso ya no importa, perdemos el tiempo haciendo conjeturas. La cuestión es que la revuelta de presos y las órdenes de ese hijo de puta de barba roja coinciden con los acontecimientos. Estaban esperando este puto momento —chasqueó la lengua—. y estoy convencido de que Zaide también.
Y eso, sin duda, lo convertía todo en una situación más jodida.
—No lo sé, Muñeca, no lo sé. La cabeza me va a explotar si sigo pensando todo yo —le recriminó—. por lo pronto busquemos en qué celda está metido ese hijo de puta. Tenemos los silbatos correctores, y Comadreja dijo que estas celdas estaban hechas para ex-ninjas. Tenemos las de ganar.
—¿Poco probable? Pero, Kaido-kun, ¡sí ahora que lo dices fue eso lo que pasó! —exclamó Muñeca, cuando el recuerdo le golpeó con tanta fuerza que casi le deshace el Henge—. ¿No te acuerdas? ¡Kyutsuki dijo que Zaide la reconoció!
Pero Muñeca sabía que Kaido tenía razón en algo: en aquellos momentos, no importaba el cómo. Ni el porqué. Solo importaba encontrar a aquel pedazo de hijo de puta y mostrarle lo que ocurría cuando te enfrentabas a un Dragón: que sales quemado.
Abrieron la siguiente puerta, y, tal y como el croquis mostraba, se encontraron en una amplia sala con unas escaleras al frente que seguían descendiendo. A la izquierda, otra puerta. Esta vez custodiada por un guardia, que se encontraba entretenido observando por el ventanuco de rejillas que tenía la puerta.
Se oían gritos al otro lado.
—Eh. ¿Qué hacéis aquí? —preguntó, al darse cuenta de su presencia. Era un hombre con algo de sobrepeso, que rozaba los cincuenta y con la barba algo descuidada. Le reconocieron en seguida: era el hombre que les había pasado lista nada más entraron—. Pensé que tú te ibas por patas, Mushaki.
No se acordaba de ese pequeño detalle. Pequeñísimo.
Ahora tenía sentido. Claro. Cuando la reconoció, supo... que venían a por él.
Kaido quedó mudo, maquinando las revelaciones y de cómo modificaban sus planes el hecho de que Zaide se hubiera estado preparando para cuando el Dragón llegase. ¿Qué medidas habría tomado? ¿estaría listo para recibir a Kaido?
—Eh. ¿Qué hacéis aquí?. Pensé que tú te ibas por patas, Mushaki.
—Me necesitabais —respondió Muñeca, escueta.
El gyojin le importó poco la presencia del hombre y de su querencia acerca de la presencia de ambos allí en el segundo piso. Guiado por los gritos al otro lado de la puerta, se acercó hasta las rendijas de la ventana y echó una mirada larga y tendida hacia el otro corredor.
—Abre —demandó, con su voz, con el interruptor de intimidación en encendido.
Y lo que vio Kaido fue, en efecto, un problema pendiente de solucionarse.
Una docena de guardias rodeaba a alguien al otro lado del comedor. Kaido no supo distinguir bien quién era, ni cómo era, pero de lo que sí estaba convencido era de que todos tenían las armas desenvainadas apuntando a un solo objetivo. Apuntando, sí, pero sin atreverse a acercarse demasiado al mismo tiempo.
—¿Eh? —el hombre miró a Kincho, sorprendido. Su voz, el tono con el que hablaba… Habían sido imaginaciones suyas, ¿o pertenecían a otro?—. Sabes que no puedo. Hay que mantener la puerta cerrada por seguridad, hasta que se resuelva el altercado.
»Esa jodida… ¡Se cortó medio brazo! ¿¡Te lo puedes creer!? ¡Medio brazo! ¡Justo donde tenía el sello corrector! Llevamos media hora intentando reducirla, pero la tía es perra vieja, eso se lo compro. No sé cómo no se ha desangrado todavía.
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El cuerpo de Kincho se infló con una inmensa bocanada de aire. Estaba perdiendo la paciencia con cada obstáculo, con cada puerta. Con cada jodida piedra en su camino para ganarse como es debido su escaño en la mesa de los dragones.
Una mujer, que no se había arrancado el puto brazo por coincidencia —ya creía con fervor que, en su vida de criminal, las coincidencias no existían más—. batallaba contra una docena de guardias que, aún al ser mayoría, no se atrevían a derribarla. La visión no le permitía ver de quién se trataba, pero asumía que no era cualquier mujer.
No por nada se encontraba en el segundo piso.
Se acercó a Muñeca y le susurró al oído: «cuéntale lo que está pasando arriba».
Muñeca asintió quedamente. El guardia, entretenido como estaba con la trifulca, no se enteró de lo que se estaba cociendo a sus espaldas.
—Deberías de ir arriba, ehm… —Ostras, ¿cómo se llamaba?
—¿Cómo dices? —preguntó él, sin darse cuenta de la indecisión de Muñeca.
—Los presos. Han escapado.
Hubo un breve silencio, como el que se produce cuando se ve la luz del relámpago antes de que suene el trueno.
—¿¿¡¡CÓOOOOOOOMMMOOOOOOO!!?? —Miró a Kincho. Miró a Mushaki. ¡Y estaban tan tranquilos!—. Pero, ¿¡cómo que han escapado, joder!? ¡A ver, y me venís aquí con toda la pachorra del mundo! ¡Explicaos!
—Pues… Pues consiguieron abrir una celda. Salieron como locos. Hasta el comedor. Y luego más allá.
—Más… ¿¡Cómo que más allá!? La hostia… ¡LA HOSTIA!
—Sí… Sí. Y-y nosotros dos conseguimos escapar hasta aquí abajo y cerrar la puerta. P-pero arriba no sé cómo estará… Estaban todos sueltos. Las mujeres incluso.
A medida que Muñeca iba relatando lo sucedido como buenamente podía, más y más blanco se ponía el guardia. Parecía a punto de caerse desmayado en cualquier momento.
—Vale… No perdamos la calma. ¡NO PERDAMOS LA CALMA, JODER! ¡Esos perros no saben con quienes están tratando! —escupió, mirando a uno y otro lado como si estuviese perdido—. ¡Kincho! ¡Asegura la puerta del pasillo y mantén pulsado el botón corrector en todo momento! ¡Así, si acceden al pasillo no serán capaces de reventar las bocinas! ¡Mushaki! ¡Tú ocúpate de mi puesto! ¡Por nada del mundo debes abrir la puerta hasta que la presa esté en su celda o muerta! Si algo saliese mal, tira de botón corrector. Yo… —tragó saliva—. Yo iré a avisar a Nathifa-sama.
Kincho asintió de "buena" gana cuando le dieron la orden. La verdad es que aunque le gustase discrepar con el hecho de que fuera a avisar a la Alcaldesa de la prisión, no se podía dar el lujo de volver a hablar. Y siendo sinceros, ¿qué otra opción tenía?
Cuando abandonó las escaleras, Kaido echó un vistazo al pasillo anterior, tratando de vislumbrar si la puerta que impedía el paso de los prisioneros en el descenso del primer piso aún seguía en pie.
Kaido mandaba. Muñeca acataba. Como si Kaido ya se hubiese ganado su derecho de sangre a ser un Cabeza de Dragón. Como si Muñeca no lo fuese.
—Oigan… Eh… ¿Oigan? —Muñeca, acostumbrada a que le hiciesen caso hasta sin decir nada, no estaba habituada a que una panda de civiles le hiciesen el vacío—. ¡Eh! ¡OOOYEEE! ¡Qué arriba se han fugado! ¡Acabad de una vez!
Mensaje recibido. ¿Por los guardias? Sí. Y también por…
—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGGHHHHHHH!!!
Uno de los guardias soltó un chillido infernal.
Otro chillido, de otra persona.
—Pero… Pero, ¡¿QUÉ HACÉIS?! ¡IMBÉCILES! No, hombre, no. ¡Por la derecha imbé…!
—¡¡DEEEJAMEEE SALIIIR!! ¡¡DEEEEJAMEEE SALIIIIIR!! —chilló un hombrecillo pegándose al ventanuco.
Kaido, que no tenía visual de lo que pasaba allí dentro, tan solo vio un reguero de sangre traspasando la puerta de Muñeca por debajo. Y, hablando de su campo de visión…
¡iiPAAAMMMM!!!
La puerta del otro lado del pasillo acababa de ser reventada. Los presos, Barba Roja a la cabeza, entraban entre rugidos de guerra.
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