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¿Había algún dios de la fortuna? Porque al parecer se esforzaba en darle a Ranko las misiones que menos le pegaban. Recoger hierbas, enseñar a un niño, entregar comida… ¿Dónde estaban las misiones de proteger caravanas, o de dar caza a los villanos? Tal era la vida del genin, supuso ella. Si quería mejores misiones, tenía que escalar en los rangos, ¿No?
Ranko suspiró mientras daba un sorbo más de su taza de chocolate caliente. Le habían colocado como guardia de la puerta de Kusagakure, temporalmente, al menos. Aunque toda la tarde fue mirar al puente y ver caer la nieve, pues ese día prácticamente no hubo tránsito ni hacia ni desde la aldea.
Esta vez se alegraba bastante de que su madre estuviese pendiente de su misión, pues le había encargado a algún sirviente que le llevara bebida y bocadillos cada tanto a la kunoichi. Mirar el humo elevarse desde su taza, o el vapor salir de su boca, era más entretenido que vigilar el puente.
Además, ¿Qué podría ver? Su vista apenas alcanzaba el otro extremo del puente con dificultad, gracias a la intensa nevada, así como a la tarde que lentamente daba lugar a la noche. Caminó al otro lado de la puerta. Portaba gruesos pero elásticos pantalones oscuros, una abrigada blusa de manga larga verde, un chaleco color lima, y una bufanda amarilla.
"Tal vez debería de entrenar un poco, para quitarme lo aburrida. Hubiese invitado a Meme, para charlar un rato. No, posiblemente se resfriaría con facilidad. Le hubiese comentado a Lyndis, entonces, ella… Ella habría estado contenta de acompañarme, aunque creo que se habría aburrido el doble de rápido que yo. Podríamos haber entrenado juntas, entonces. Sí, eso sería… eso sería divertido."
Cuando bebió de nuevo, su rubor se debía más a la cálida imagen de su compañera peliplateada que conjuraba en su mente, y no a la bebida que disfrutaba.
Si hubiese un dios de la fortuna, ¿Permitiría que Hakuto se aburriese tanto?
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Ten cuidado con lo que deseas, porque puede convertirse en realidad.
Todo empezó con un sonido, que penetró las puertas de la villa y recorrió las primeras calles de la aldea como un ejército de Gebijūs enloquecidos. Ranko había escuchado anteriormente aquel sonido, a través de unas rejillas metálicas, tumbada en una cama de la enfermería. Sabía lo que significaba, sabía lo que traía con él, como el trueno que trae consigo el relámpago.
Era el sonido de un cuerno de guerra, era la brecha que separaba aquel día anodino de lo que estaba a punto de convertirse.
La oscuridad reinaba en el puente, resistiéndose a ser apartada por las lámparas colocadas en las barandillas, llenas de nieve. Aquellas diminutas luces se veían más frágiles que nunca. Y, entre la penumbra, otra luz más, eléctrica, de continuos destellos, que centelleaba aquí y allá. Ranko apenas era capaz de seguirla con sus ojos. Parecía estar jugando con ella, como retándola a que la atrapase con la mirada.
Hasta que dejó de jugar.
Nunca le había visto en persona, pero tuvo la impresión que los retratos colgados por todo Ōnindo no terminaban de corresponder con él. Tenía un ojo ciego, sí. Tenía otro rojo, por supuesto. Tenía barba, claro. La cabeza rapada. También un abrigo de piel sobre sus hombros. Tenía dos hachas, una a cada costado. Tenía todo lo que aquel maldito dibujo mostraba, y, aún así, había mucho más.
Porque aquel dibujo no era capaz de atrapar ciertos matices. Porque aquel ojo no tenía un blanco cualquiera. Tenía el tono de un perro de guerra que ha quedado medio ciego por ser apaleado. Apaleado, y con muchas ganas de revancha. Y aquel otro ojo, tampoco tenía un rojo cualquiera. Tenía el tono carmesí de los cientos de litros de sangre derramada en el atentado del Valle de los Dojos. ¿Sus hachas? Menos limpias y pulidas que en el dibujo. Al verlas te dabas cuenta que habían sido usadas. Repetidas veces. Y por las manchas de un púrpura oscuro que moteaban el acero, uno se imaginaba que no contra troncos, precisamente. Dioses, por su propio cuerpo la electricidad fluía como los rayos sobre las nubes en una noche de tormenta.
Eran pequeños y grandes detalles, pero no, definitivamente los retratos no hacían jodida justicia ante lo que tenía frente a sus ojos.
— Hola, Sagiso Ranko —dijo Zaide, deteniéndose a cinco metros de distancia— . No tendrás otro de esos, ¿huh? —preguntó, señalando con un dedo, imbuido por el Raiton no Yoroi, la taza humeante que la kunoichi tenía entre sus manos.
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Antes de ese día, Ranko no sabía de algún sonido que le pusiera los pelos de punta tan rápido, ni de uno que le pusiera en alerta instantánea.
”Eso… Eso es…”
Sólo había visto un atisbo aquella vez. Cuando salía de los escombros del estadio, lo había visto montado sobre un pájaro enorme. El breve borrón de una persona. Pero ahora, después de escuchar sobre él, después de verlo en carteles, se le hacía una pesadilla vuelta a la vida.
La sangre le hirvió, y su cuerpo entero se activó. Recordó a Etsu y Akane. Recordó a Hana y a Ren. Recordó a aquél monstruo de persona. Recordó el miedo, el llanto, la sangre, el dolor. Recordó a Kintsugi entre sueños. Recordó también a Chika y su voto de venganza, y a Kimi y su cuerpo quebrado.
Recordó la ira.
—No —dijo con sencillez, apuró el poco chocolate que quedaba y lanzó la taza hacia un lado, haciéndola añicos —. Era lo último.
"Parece que es del tipo de villano a quien le gusta hablar, como en las historias. Bien. Me da tiempo de pensar."
Ranko llevó la diestra a su wakizashi y la desenvainó, intentando acelerar sus neuronas al máximo. Ojalá hubiese entrenado eso también.
"Sabe mi nombre. Por supuesto, todos los espectadores del torneo lo sabrían. Y habrían visto que uso Doton y Taijutsu. Por supuesto que me enfrentaría con Raiton, al destino se le hace gracioso."
—Uchiha Zaide —dijo con total seriedad, y una mirada desafiante que se detenía en las hachas del criminal —, el terrorista del Valle de los Dojos. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has encontrado este lugar?
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«Una lástima», pensó, viendo la taza haciéndose añicos. Hubiese agradecido una taza de chocolate bien caliente reconfortándole el estómago. A pesar de ser un clon, el frío era para todos igual.
— Terrorista, ¿huh? —dijo, apartando el cuerno de guerra que llevaba atado al cuello y dejando que reposase sobre su espalda. Luego apoyó las manos sobre ambos mangos de sus hachas— . Pues no te veo muy aterrorizada.
Había sido buena idea optar por el Kage Bunshin. Estaba bastante convencido que los kusajines preferían sacrificar a sus dos compatriotas si con eso conseguían asesinarle. No les culpaba. Probablemente hubiesen salido ganando con aquel movimiento.
— He venido para hablar con tu Morikage. Tengo algo que le interesa —respondió, sin hacer mención a cómo había encontrado la villa. La observó con curiosidad. La adolescente había desenvainado una katana y parecía estar pensándose qué hacer.
Le dio unos segundos para que se decidiese, antes de que él lo hiciese por ella.
1 AO –
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—Ya no es tan fácil aterrarme —Al verlo apoyar sus manos en las armas, desenvainó su sai, mientras ponía su wakizashi en guardia —. ¿No vienes con tu amigote esta vez?
"¿Desarme? Podría ser. ¿Doton? No, lo contrarrestaría fácilmente. ¿Máximo esfuerzo? Sí, pero debo esperar. Enfócate, Ranko. Piensa antes de lanzarte."
—Por supuesto. Vienes solo a charlar, claro. Lamentablemente no puedo dejarte pasar a tomar el té así nada más. Apaga tu jutsu, suelta tus armas, y tal vez llame a mi Señora Morikage. ¿Qué podría interesarle de un criminal como tú?
La furia era visible en los ojos miel y en la expresión de Ranko. Su cuerpo se notaba listo para combatir, pero su mente se mantenía en relativa calma. Necesitaba refuerzos, lo sabía. Y sospechaba que Zaide no le dejaría pedirlos tan fácilmente. Hakuto estaba de pie, en medio de la puerta, lista para guardarla o caer en el intento.
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«¿Mi amigote?» Pronto se imaginó a quién se refería, y frunció el ceño.
—Mi compañero de batallas —dijo, porque no pensaba llamarle amigo ni para seguirle el juego al nido de músculos y puro nervio que era aquella muchacha—, se encuentra ocupado con otras cosas.
Esperaba que lo más lejos posible. Esperaba, porque tener esperanzas era gratis, que yéndole muy mal las cosas.
Ranko le pidió que se desarmase. Una solicitud comprensible. Estuvo a punto de decirle que sus manos estaban consideradas armas, y que sus ojos eran más peligrosos que las katanas que ella empuñaba. Y no iba a cortarse las manos ni arrancarse los ojos, ¿no? Pero luego intuyó que no iba a captar su humor, y para eso, mejor quedarse callado.
Tomó un hacha. Deliberadamente lento y parsimonioso. La alzó frente a ella y dejó que resbalase por sus dedos hasta caer contra el suelo con un tintineo metálico. Repitió lo mismo con la otra. Luego se quitó el portaobjetos y lo tiró. Se apartó la capa de piel a un lado e incluso se levantó brevemente la camisa para que viese que no llevaba nada más.
Sobre desactivar el Yoroi, aquello le hacía menos gracia. Pero era otra petición bastante entendible, así que dejó de emitir chakra y los pequeños relámpagos se desvanecieron de su cuerpo.
—¿Qué tal está Sasagani Yota? ¿Y Tsukiyama Daigo? Hace tiempo que no se les ve el pelo por aquí, ¿huh? —Sonrió, y dejó que el silencio terminase de completar la respuesta a su pregunta.
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Al menos aquella bestia no estaba allí. Aunque claro, ¿Por qué le creería a él? Ranko no dudaba que en cualquier momento aquel ave enorme dejaría caer al otro villano en medio de la aldea.
La Kusajin se tensó y se preparó para un impacto inminente cuando Zaide levantó sus hachas, una a una, y las dejó caer. Luego, su aura de relámpago se apagó.
"Cede. O está muy confiado o en realidad viene a hablar. ¿Y por qué razón vendría un terrorista a hablar?"
Ranko guardó su sai y envainó su wakizashi, sin apartar la mirada de Zaide, e hizo un único sello manual. Al instante, un clon exacto de Ranko apareció a su lado. La original volvió a sacar su filo, esta vez empujándolo con ambas manos.
—Ve a la oficina de mi Señora Morikage. Dile que Uchiha Zaide está a la puerta de la aldea y que… pide una audiencia.
El clon asintió y se retiró a toda velocidad, pues buscaría a Kintsugi (o a alguna de sus mariposas, si las veía) tan rápido como pudiese. Claro, Ranko no tenía necesidad de decir palabra, pues el clon ya sabría qué hacer. Lo había dicho para que Zaide mismo supiera que habría gente en camino.
—Espero te moleste esperar afuera un momento. —Había omitido el "no" a propósito.
Por un momento, Ranko pensó que podría lanzarse contra él. Un Shunjukkyaku a la cara, a ver si lo soportaba. Pero no lo hizo, sino que se mantuvo en guardia, con Higanbana, su wakizashi, en ristre. El comentario de Zaide se le resbaló inicialmente.
—El estado y ubicación de nuestros ninjas no te concierne. ¿Cómo encontraste este lugar? —Ranko repitió la pregunta inicial, con un rostro más que serio y mucho más que molesto.
Sin embargo, Ranko estaba consciente de que llevaba rato sin ver a ninguno de sus dos amigos desde hacía tiempo. A Yota más tiempo incluso, aunque sabía que hacía meses se había topado con Meme. A Daigo no lo veía desde que se recuperaron de la insurrección de la Guerrilla. Deberían estar por allí, en misiones, o en casa, ¿No? ¿Por qué Zaide los mencionaba específicamente a ellos?
Algo en su cabeza quiso hacer clic.
¿Por qué razón vendría un terrorista a hablar?
"Para producir terror."
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Su ojo —todavía recubierto por el carmesí del Sharingan— le indicó que el sello ejecutado por Ranko era el del Kage Bunshin. Esa fue la única razón por la que no le espetó un Chidori en el pecho. Bueno, esa, y porque se imaginaba que empezar así con las negociaciones era un poco… violento de más. Mejor decirles que tenía secuestrados a sus compañeros con una sonrisa en la boca y en tono amable. Eso seguro ayudaba.
—Espero te moleste esperar afuera un momento.
Zaide sonrió. Si le hubiese molestado, no seguiría esperando. No dijo nada, sin embargo. Le sacaba veinte años de experiencia en aquel mundo y no tenía necesidad de demostrarlo. Además, quien no paraba de soltar bravatas corría el riesgo de que le tomasen por un perro ladrador poco mordedor.
Sí que respondió, finalmente, a la misma pregunta que antes.
—Uchiha Akame estuvo aquí hace unos años. De misión. Imagino que todos los ninjas de la confianza de tu Señora Morikage conocerán este dato. —Parecía que Ranko no entraba en ese selecto grupo—. ¿Todavía genin, huh? —adivinó, al no verle ninguna placa plateada o dorada anudada al brazo—. ¿Qué has hecho con tu vida para seguir con el grupo de novatos a tu edad?
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Claro que Zaide sonreía. Ranko incluso esperaba que soltara una carcajada de villano.
—Desafortunadamente no conozco ese nombre, pero me aseguraré de recordárselo a mi Señora —Ranko apretó la empuñadura de Higanbana cuando escuchó a Zaide burlarse de su rango —. ¿Qué he hecho? Piernas.
Ranko no sabía si seguir interactuando con él. Era un criminal, y no parecía uno tonto. Definitivamente no era uno de poca monta, como los del intento de secuestro-bomba en Yachi. Él era algo serio. Pensó que podría dar un paso en falso si no era cuidadosa. Mantendría la guardia y la atención tan altas como pudiese.
Mientras tanto, una resollante Ranko entraría corriendo al edificio de la Morikage, hasta el escritorio del encargado más cercano.
—¡M-mi Señora Morikage! —comenzaría, acelerada, a Paddo o a Shikako, a quien pudiese. No gritaría, pero sí hablaría rápido, agitada—. ¡N-necesito hablar urgentemente con mi Señora! ¡Uchiha Zaide está en la puerta de la aldea!
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Le sorprendió que no conociese a Uchiha Akame. Había estado en el atentado, después de todo, y apostaba a que estaba en todos los Libros Bingo como uno de los ninjas más buscados.
Su ojo bajó brevemente a las piernas de la kunoichi. Se notaba que estaban hipertrofiadas y que podían partir troncos de una sola patada, si bien Ranko parecía seguir confiando más en sus manos empuñando una katana a la hora de la verdad.
—Está feo tener una katana alzada contra alguien desarmado. Pero más feo es desenvainarla y no usarla. —Seguramente un samurái se sentiría ofendido y todo—. ¿Por qué no la usas de una vez, huh? Apuesto a que hay una recompensa gorda por mí. Y de rebote seguro que te ascienden.
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"Quiere jugar" pensó Ranko, con su calma actuando como la correa de un perro salvaje, iracundo. "Quiere jugar contigo, Ranko, arrastrarte a su nivel. No te confíes. Eres fuerte, pero no eres idiota."
—¿Acaso le temes a una genin con un cuchillo? —Quería burlarse de su rango, ¿No? —. No, yo creo que más feo que eso es masacrar gente inocente en un estadio. ¿No te parece?
Sentía que la sangre le hervía de nuevo. Tal vez era medio oni, como Lyndis. Honestamente esperaba que su clon hubiese encontrado ya a Kintsugi, pues algo le decía que tendría que enfrentar a Zaide pronto.
—Siendo honesta, la única razón por la que porto una espada es porque mis piernas no detienen el acero.
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Era una tranquila tarde de invierno en el Edificio de la Morikage. A decir verdad, no había habido demasiado trasiego en aquella jornada, así que el pequeño Paddo se dedicó a jugar con su perro la mayor parte del tiempo. De hecho, cuando la réplica de Ranko entró como una marabunta en el lugar, se lo encontró haciendo aviones de papel con documentos inservibles que después lanzaba al animal para que los atrapara al vuelo. El pobre chico se llevó un susto de muerte al ver entrar de aquella manera a la kunoichi y comenzó a mover los brazos y las piernas entre violentos aspavientos, intentando no caer al suelo.
—¡R...! ¡Ranko! ¡Qué susto! —exclamó, recuperando a duras penas el equilibrio y volviéndose a sentar correctamente—. ¿Pero qué ocurre? ¿Qué es eso d...
—¿Qué es eso de que Uchiha Zaide está en la puerta de la aldea?
La frase la completó Aburame Kintsugi desde uno de los pasillos más cercanos, el que debía dirigir directamente a su despacho. La Morikage llevaba entre los brazos varias carpetas repletas de papeles. Sus ojos, ocultos tras un antifaz de mariposa isabelina, no parecían reflejar ningún tipo de emoción, pero su semblante estaba tan sombrío como aquel fatídico en el Torneo de los Dojos.
—Explícate, Ranko. ¿No deberías estar guardando la puerta de la aldea?
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El rostro de Zaide se contrajo por un instante, como si acabase de recibir una puñalada, cuando Ranko le recordó la masacre perpetrada en el torneo. Recuperó su fachada en seguida, no obstante, empujando tras una máscara de indiferencia el hervidero de rabia, vergüenza y arrepentimiento que sentía respecto a aquello. Si quería llevar a cabo su plan, no podía permitirse el lujo de mostrar tales cosas.
—Tú matas cuando te lo ordenan. —Era una afirmación—. Cuando lo hago yo, al menos tengo mis propios motivos.
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Ranko no podía evitar ponerse más nerviosa ante la presencia de Kintsugi. La genin se inclinó profundamente ante ella.
—¡M-m-mi Señora! S-sí, allí estoy. Uchiha Zaide llegó a la puerta, cubierto de chakra Raiton y... Y pidiendo hablar con usted, p-pues dice que tiene algo que le interesa. Le pedí que dejara sus armas y apagara su jutsu, y cuando lo hizo mandé a un clon de sombras a buscarle. Y heme aquí —Ranko al fin se irguió, preocupada de verse informal a los ojos de Kintsugi—. Antes de venir a avisarle, él... Él mencionó a Yota. Y a Daigo. Y preguntó cómo estaban ellos, mi Señora. No sé... N-no sé por qué.
Ranko no quiso sacar ninguna conclusión, y se limitó a fungir de mensajera.
Mientras tanto, la Ranko original no apartaba la vista de Zaide, ni aflojaba la empuñadura de Higanbana.
—No soy una asesina como tú. ¿Qué motivos habría para matar a tanta gente? —La rabia era visible en los ojos miel de Ranko, pero su pose estaba controlada, se notaba que no dejaría que la emoción la llevase a hacer nada.
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21/08/2021, 19:04
(Última modificación: 21/08/2021, 19:06 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
La respuesta de Ranko no se hizo esperar, y la reacción de Kintsugi tampoco. En cuanto mencionó los nombres de Sasagani Yota y Tsukiyama Daigo, la mujer no se quedó más tiempo a escuchar. Soltó las carpetas que portaba, dejando que cayeran al suelo sin ningún tipo de preocupación, y salió como una exhalación por la puerta.
—¡Agh! ¡Ahora tengo que quedarme recogiendo los papeles! —aulló Paddo, saliendo de su puesto en la recepción para acercarse a recoger el estropicio.
Kintsugi ni siquiera se preocupó por comprobar si Ranko la seguía. Si lo que decía era cierto, siendo sólo un clon de sombras debería limitarse a desaparecer y regresar a su cuerpo original para ahorrar energías. Mientras tanto, la Morikage escaló al edificio más cercano y empezó a saltar de tejado en tejado en dirección a las puertas de la aldea.
«¿Qué demonios ha venido a buscar aquí?» Se preguntó, y entonces le recorrió un desagradable escalofrío. Su Señor Feudal había sido el único que había escapado con vida de la carnicería que Dragón Rojo había organizado en el Valle de los Dojos tiempo atrás. ¿Acaso venían buscándole a él?
¿Y cómo había encontrado la aldea? ¿Qué tenían que ver Yota y Daigo en todo aquello?
No podía dejar cabos sueltos.
Aburame Kintsugi no tardó mucho más en llegar al puente que hacía las veces de entrada y salida de la aldea. Aterrizó, grácil como una mariposa, y echó a caminar a paso lento hacia la pareja que la esperaba allí sin despegar los ojos del Uchiha. Pero siempre cuidándose de no mirarle directamente a aquellos ojos infernales. Afortunadamente, parecía que aún no habían llegado a las manos. Suspiró para sus adentros, aliviada por Ranko.
—Estás muy lejos de tu nido de serpientes, Uchiha —murmuró, sombría—. ¿Qué se te ha perdido aquí? ¿Y cómo has encontrado nuestra aldea?
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