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Zaide se imaginó que acabaría preguntándole aquello. Una pregunta lógica, que le habían realizado todas y cada una de las veces en las que había llevado a cabo un secuestro. En su experiencia casi siempre se llegaba al mismo acuerdo. Tratar de buscar uno mejor para sus intereses con una Kage y con la cantidad de dinero que estaba pidiendo era una odisea de la que no podía salir airoso.
Por eso ni lo intentó.
—Porque los verás en el intercambio. Me das el oro, compruebo en el sitio que es del bueno, y los libero. Sé lo que estás pensando —dijo, para luego negar con la cabeza—. No funcionaría. Tratar de rescatarlos y ahorrarte un puñado de ryos, digo. Si no hubieses mostrado tu mejor as en el Valle de los Dojos, quizá, quizá, tendrías una posibilidad. No ahora.
Ahora ni de coña.
—Daigo y Yota estarán vestidos en sellos explosivos de clase A. Si el oro es falso, si alguien intenta introducirme en un Genjutsu, paralizarme, dormirme… Bueno, tendré preparados los mecanismos adecuados para que esos sellos estallen incluso conmigo fuera de juego.
»Así que dime, Kintsugi. Qué va a ser, ¿huh? ¿Pagar? ¿O sacrificarles?
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Ranko no supo a qué se refería Zaide con el mejor as de Kintsugi, pues durante el ataque a los dojos ella estuvo en los vestidores y no en el área de combate.
"Pues una vez puestos Yota y Daigo a salvo, nos lanzamos contra ti, infeliz." Claro, posiblemente no hubiese oportunidad, pero eso no evitaba que Ranko imaginara aplastar la cara de Zaide bajo su pie.
Esta vez, Ranko no quería mirar a Kintsugi. Incluso ella sentía el pesar que debía caer sobre los hombros de la Aburame. El que Zaide usara la palabra sacrificarles le pegó incluso más duro.
"Con mi sacrificio sirvo a Kusagakure. La diferencia aquí es que no es un sacrificio propio. No es mi sacrificio, es el de ellos. Aunque podría imaginar a Daigo pidiendo que no pagásemos... No. Mi Señora Morikage no lo dejaría. Podemos recuperar el dinero, pero no podemos recuperar a Yota ni a Daigo."
Quería pedirle a Kintsugi, decirle que todos podrían recuperarse monetariamente como familia, tanto como quería decapitar a Zaide.
Pero Ranko permaneció en silencio. Era una guerrera, no una diplomática. Las palabras que allí se decían venían de un poder superior a ella.
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31/08/2021, 18:15
(Última modificación: 31/08/2021, 18:19 por Aotsuki Ayame. Editado 4 veces en total.)
— Porque los verás en el intercambio. Me das el oro, compruebo en el sitio que es del bueno, y los libero —resolvió, pero Kintsugi no se mostró nada convencida—. Sé lo que estás pensando —añadió, negando con la cabeza—. No funcionaría. Tratar de rescatarlos y ahorrarte un puñado de ryos, digo. Si no hubieses mostrado tu mejor as en el Valle de los Dojos, quizá, quizá, tendrías una posibilidad. No ahora. Daigo y Yota estarán vestidos en sellos explosivos de clase A. Si el oro es falso, si alguien intenta introducirme en un Genjutsu, paralizarme, dormirme… Bueno, tendré preparados los mecanismos adecuados para que esos sellos estallen incluso conmigo fuera de juego. Así que dime, Kintsugi. Qué va a ser, ¿huh? ¿Pagar? ¿O sacrificarles?
Kintsugi inspiró hondo por la nariz. Contuvo el aliento durante varios segundos. Lo expulsó en un largo suspiro. Pasaron uno, dos, tres largos segundos; quizás incluso medio minuto, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad, buscando una salida.
«¿Qué habrías hecho tú, Kenzou-sensei? ¿Qué habrías hecho tú?»
— ¿Dónde quedó ese discurso que nos diste en el Valle de los Dojos, Uchiha Zaide? Todo eso de todo por el pueblo, todo eso de los niños mendigando un mendrugo de pan por las esquinas, todo eso de que los ricos deberían morir por nacer con la vida solucionada... ¿Es que el viento se llevó tus palabras? ¡Vas a condenar a toda una aldea a la pobreza por tu ambición! ¡Esos niños de los que tanto decías sentir lástima serán los hijos de mis herreros, o los hijos de los cazadores! ¡Ellos serán los que paguen tu ansia y tu sed de oro! —gritó, extendiendo un brazo hacia su espalda, hacia la aldea que tanto se esforzaba por proteger. Entonces bajó el brazo, y poniendo la máxima carga de desprecio en su voz, añadió—: Oh, ¿pero de qué me extraño? Esas palabras ya perdieron todo su valor en el momento en el que decidisteis asesinar a decenas de personas inocentes allí.
Bajo el mandato de Moyashi Kenzou, la aldea había conocido su máximo esplendor. Había restaurado la prosperidad y había establecido relaciones comerciales con las tierras circundantes. Había sido un Kage de abundancia para todos.
Ahora Zaide le pedía a Kintsugi sesenta mil ryō. Sesenta mil jodidos ryō. Con ese dinero podía sustentar a su gente. Los herreros, los cazadores, los médicos, los senseis... todos necesitaban de ese dinero para alimentar a sus familias. Para seguir subsistiendo. Darle ese dinero a Zaide sería condenar a muchas de esas familias, obligarles a arrastrarse a la oscuridad para conseguir recursos con los que seguir manteniéndose. Darle ese dinero a Zaide sería condenar a muchos de ellos a la indigencia.
Pero Moyashi Kenzou también había sido el padre de toda Kusagakure, y amparaba a todos sus habitantes bajo su protección. Por ellos había dado su vida cuando aquel monstruo con siete colas había estado a punto de arrasar con toda la aldea.
Y ahora Zaide amenazaba la vida de dos de sus shinobi entre sellos explosivos.
Hiciera lo que hiciera aquella noche, la reputación de Aburame Kintsugi estaba condenada. Bajo su rostro impertubable, bajo aquel antifaz de mariposa, una única lágrima resbaló por su mejilla.
— Con nuestro sacrificio servimos a nuestra familia. Con nuestro sacrificio... servimos a Kusagakure.
Zaide sintió una palmada en la espalda.
— Nosotros no negociamos con terroristas.
¡BOOOOOOM!
Un sello explosivo de rango A, colocado por una réplica de Aburame Kintsugi que había estado escondida bajo el puente que daba entrada a la aldea y que la Morikage había tenido a bien enviar antes de acudir al encuentro con el Uchiha por lo que pudiera pasar.
Aquella era su respuesta, y ahora descubrirían si, tal y como sospechaba, aquel Zaide era o no una réplica.
1 AO revelada: Un clon de sombras de Kintsugi escondido bajo el puente de la entrada de la aldea.
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Fue una suerte que Kintsugi no se atreviese a mirarle a la cara. Fue una suerte que los ojos de ella se mantuviesen siempre bajo los hombros de él durante toda la conversación. De haberse atrevido a mirar directamente hacia su Sharingan, lo hubiese notado: cómo cambiaba su cara; cómo sus ojos se abrían, al sentirlo.
- (Percepción 80) Sentirá inmediatamente a personajes con (Poder 80 o más) a veinte metros a la redonda sin necesidad de concentrarse. Poder clon de Kintsugi = 90.
«Alguien poderoso se acerca… Y Kintsugi intenta provocarme para que mis cinco sentidos estén centrados en ella», dedujo. ¿Refuerzos? Si era así, debían aparecer de un momento a otro por la entrada. Su ojo sano, sabiéndose invisible a los ojos de ella, que tanto trataban de evitarlo, peinaron la zona que tenía en frente. Las murallas, la entrada a la villa que ella misma le señalaba con un brazo... Nadie. Ni una sola alma. Si no había nadie al frente, solo podía significar que el nuevo individuo venía de…
«Oh, perro. Estás viniendo a mi espalda, ¿huh? Flotando, me imagino, o muy bueno tienes que ser para que no oiga tus pisadas sobre la nieve». Zaide no torció la cabeza, no obstante. Tan solo apuntó con su ojo hacia abajo. A algo que tenía casi al lado, hacia su derecha.
Apuntaba a su hacha. Esa que Ranko le había pedido tirar. Hacia el acero, concretamente, tintado de colores crepusculares al reflejar el fuego que ardía en las lámparas más próximas. Hasta que reflejó otra cosa. Su mano formó un sello y…
«Bah».
Cambió de idea.
— Por el culo no, por favor. —Y se desternilló en una carcajada antes de sentir una palmada en la espalda y que una explosión le envolviese. Él, su portaobjetos y sus armas desaparecieron en una nube de humo blanco.
· · ·
Zaide lo sintió al instante. Su clon acababa de desaparecer, llenándole de recuerdos. En un segundo conoció a Ranko, supo cómo era la entrada de la villa y cómo había ido la negociación con Kintsugi. Resumidamente, la Morikage había decidido que no negociaba con terroristas cuando se enteró del precio.
Suspiró.
— Sacrificio pues.
Un anciano se le quedó mirando, extrañado. Compartían banco en una estación de tren.
— No me haga caso. A veces hablo en sueños —dijo, cambiando la voz. Aunque dudaba que nadie la reconociese. Con la cantidad de maquillaje y plástico que tenía su rostro más las lentillas, desde luego, sería un milagro que hasta su madre lo hiciese. Un milagro real, pues para ello tendría que volver a la vida.
— Permítame ayudarle a incorporarse. El tren ya está llegando.
Le sujetó con una mano para impulsarle gentilmente hacia arriba. Con la otra mano, y sin que este se diese cuenta, dejó caer un trozo de tela diminuto sobre el bolsillo de su abrigo.
Había hecho eso con otras cincuenta personas en la estación de Tane-Shigai. A diferentes horarios. En diferentes líneas. Algunas de esas personas tomaban un tren que iba dirección Valle de Unraikyō, con paradas en los Arrozales del Silencio y la Villa de las Aguas Termales por el medio. Otras, en dirección al País de la Tierra. Otras tantas iban a Yachi. O a Shinogi-to. Y luego, ¿quién sabía hacia dónde?
Si algún perro trataba de coger el rastro de Yota, o de Daigo, se encontraría con la grata sorpresa de que no había uno, sino medio centenar. Y ninguno de estos les llevaría a ellos.
— Sacrificio pues —repitió, subiéndose a uno de los vagones. Estaba jodido. Iban a obligarle a hacer algo que no quería. Iba a tener que volver a mancharse las manos. Iba a tener que hacerlo. No le quedaba otra.
No le quedaba otra…
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Booom.
Para Ranko, aquella explosión no fue estruendosa. Para Ranko, el mundo se tornó silencioso por un instante. Ni el viento invernal, ni la risa de maníaco de Zaide, ni su wakizashi al caer de sus manos al suelo produjeron sonido alguno.
”¡NOOOOOOO!”
Comenzó a respirar con dificultad.
—M-mi… Mi… Mi Señora… —Ranko sintió un horrible crujido en su pecho —. Mi Señora, Yota… y... y Daigo… Ellos no.. E-ellos…
Sus mejillas se enfriaron velozmente, y Ranko se dio cuenta de que lloraba. Su vista se nubló por las lágrimas. Miró a Kintsugi.
¿Cómo?
¿Cómo había decidido aquello? El dinero era algo que iba y venía, incluso cuando no tuvieran podrían arreglárselas, eran una aldea fuerte. Pero sus amigos no podían recuperarse.
—¿P-por qué, mi Señora? —preguntó con voz quebrada. No era una queja, ni un reclamo. No mostraba enojo ya, sino una profunda tristeza. Ranko admiraba a Kintsugi como a nadie y, justo en ese momento, aunque sus rangos y diferencias fuesen abismales, aunque Ranko fuese una simple genin, esperaba algo de ella. Y lo que fuese que la Aburame dijese, Ranko lo aceptaría sin rechistar. Sólo esperaba una cosa.
Consuelo.
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Y tras una última bravuconada suya, Uchiha Zaide desapareció con el estallido del sello explosivo. Era un Clon de Sombras, tal y como Ranko y Kintsugi habían deducido. Nunca antes le habría gustado más equivocarse en su deducción.
«Lo siento, Sasagani Yota... Tsukiyama Daigo...»
Una temblorosa voz, junto a ella, sacó a la Morikage de su ensimismamiento.
—M-mi… Mi… Mi Señora… —era Sagiso Ranko, pálida como la cera y la respiración entrecortada—. Mi Señora, Yota… y... y Daigo… Ellos no.. E-ellos… —Las lágrimas comenzaron a resbalar rápidamente por sus mejillas—. ¿P-por qué, mi Señora? —preguntó, y su tono de voz se tornó súplica. Súplica de explicaciones. Súplica de consuelo...
Kintsugi la miraba con la cabeza gacha, el gesto sombrío y, si Ranko se fijaba en su rostro, con sendas marcas húmedas en sus mejillas. La mujer se acercó a ella y le colocó una mano en el hombro.
—No podemos negociar con esos terroristas, Ranko —le dijo, con voz grave—. No espero que lo entiendas... ¿Pero te haces una idea de lo que son sesenta mil ryō? Con ese dinero sustentamos a muchas familias de la aldea. Deshacernos de él significaría condenarlos a la indigencia. Y ni siquiera estoy hablando de shinobi. Piensa en ellos, Ranko. Piensa en todos ellos: niños que van a la escuela, padres y madres que necesitan mantener a sus familias, médicos que necesitan ese dinero para los tratamientos de sus pacientes, maestros, herreros, comerciantes... Ha sido una decisión muy difícil, créeme que lo ha sido... Pero no podía castigarlos de esa manera. No a tantas personas que dependen de mí.
Era muy cruel tener que poner las vidas en una balanza de esa manera. Pero Zaide la había obligado a ello.
—Pero no dejaremos que su sacrificio haya sido en vano, Ranko. Le haremos pagar todo lo que nos ha hecho. Con intereses —Kintsugi apretó la mano en torno al hombro de Ranko en un gesto que intentaba ser reconfortante. Aunque sabía bien que ningún gesto podría aliviar la pérdida que acababa de sufrir, al menos intentó derivar ese sufrimiento hacia la venganza—. Te necesitaré a mi lado, Ranko. Emplearé todos los medios que estén a mi alcance para dar caza a ese desgraciado, y no descansaré hasta haber hecho justicia por Yota y por Daigo. ¿Qué me dices?
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Ranko alzó la mirada. Kintsugi también lloraba. Por supuesto, era de lo más difícil para un líder. Y aún así, se mantenía estoica. Su mano en el hombro fue la mar de reconfortante. Sus palabras fueron dolorosas, pero sabias. Tenía razón. Era lo mejor para la Aldea. Por más que le doliera el corazón, por más que llorara por sus amigos. No podía dar al resto de la villa a cambio. ¿No? Si su familia de pronto no tuviera qué comer por culpa de unos desconocidos...
Kintsugi apretó su hombro, y Ranko colocó su mano encima de la de la líder.
—No, mi Señora —La furia parecía tomar parte de la voz de Ranko, al igual que la tristeza —. Un sacrificio se hace con un bien como objetivo. Lo de Yota y Daigo no es un sacrificio. Es un vil asesinato —La decisión podía verse debajo de las lágrimas de la castaña. Tal como aquella vez bajo los escombros en el Valle de los dojos, Kintsugi le inspiraba a transformar aquellos sentimientos de ira para resistir y avanzar más —. Y será obra y culpa de Uchiha Zaide. De nadie más.
Las lágrimas seguían fluyendo por las mejillas morenas de Ranko, pero sus puños apretaban como nunca. Se sentía quebrada, y por ello mismo sentía que debía permanecer de pie. Asintió cuando Kintsugi le dijo que le necesitaría. En otra situación, se habría sobreemocionado con la posibilidad de trabajar con Kintsugi, pero en ese momento no había nada qué celebrar. Sólo una presa por dar caza.
—Estoy a disposición entera de mi Señora Morikage. Le serviré en todo lo que necesite hasta encontrarlo. Hasta encontrarlos.
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Ranko le devolvió la mirada, y Kintsugi supo ver más allá del dolor que la rompía por dentro. Supo ver su determinación, y sus ganas de actuar. Ella misma había pasado por una situación similar, cuando había tenido el cuerpo del anterior Morikage entre sus brazos. Por eso sabía tan bien cómo se sentía. Por eso era capaz de empatizar de aquella manera con ella.
—No, mi Señora —respondió al fin. Su voz había adoptado un ligero cambio, y ahora con la tristeza se entremezclaba también la rabia—. Un sacrificio se hace con un bien como objetivo. Lo de Yota y Daigo no es un sacrificio. Es un vil asesinato. Y será obra y culpa de Uchiha Zaide. De nadie más —Seguía llorando, aún tenía la voz rota por el dolor. Pero tenía los puños más apretados que nunca—. Estoy a disposición entera de mi Señora Morikage. Le serviré en todo lo que necesite hasta encontrarlo. Hasta encontrarlos.
La Morikage se quedó mirándola durante varios largos segundos, pensativa. Aunque muy pocas personas podrían ver a través de ese antifaz para intentar dilucidar qué se le podía estar pasando por la cabeza. Al final, asintió con la cabeza. Había tomado una decisión.
—Acompáñame en esta noche hasta el Edificio del Kage, Ranko —le dijo, pasando el brazo por detrás de sus hombros en un cálido gesto de consuelo—. Sé que se está haciendo tarde, ¿pero puedo robarte un poco más de tiempo?
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Kintsugi la miró, y Ranko aprovechó para recoger a Higanbana, su wakizashi, y envainarla con un poco de brusquedad. Al alzarse, la mujer pasó el brazo por sus hombros, y la joven quiso abrazarla, pero se contuvo.
Sólo una vez se había hecho a la idea de no poder volver a ver a nadie, cuando casi fue aplastada por los escombros del estadio. Pero esta vez era diferente, pues no dependía de ella. Esta vez el culpable de que tal vez no viera a sus amigos era alguien más. No podía escapar de ello a pura fuerza de voluntad. Sentía la impotencia más profunda de su vida. Ranko era fuerte, pero necesitaba todo el apoyo emocional que pudiese.
Ranko aceptó el gesto de Kintsugi con el corazón y asintió.
—P-por supuesto, mi Señora Morikage —contestó a su petición. Intentó enjugar sus lágrimas un poco y mantener su voz firme, aunque sabía que no lo reflejaría del todo bien. Cuando Kintsugi le pidió algo más de tiempo, asintió de nuevo —. M-mi tiempo es suyo. ¿Qué puedo hacer para ayudarle?
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—P-por supuesto, mi Señora Morikage —tartamudeó Ranko, intentando enjugarse las lágrimas y mantener la voz firme. Aunque no era algo fácil, después de por lo que había pasado—. M-mi tiempo es suyo. ¿Qué puedo hacer para ayudarle?
—De momento, sólo andemos.
Y así lo hicieron. Kage y kunoichi caminaron por las calles de Kusagakure mientras el sol se ponía por el oeste, pintando pinceladas de ocre y púrpura en el cielo crepuscular. La tensa calma que se respiraba en el ambiente era casi insultante, era como si nada acabara de suceder, pero ambas sabían la verdad. La amarga verdad. Acababan de vender la vida de dos de sus compañeros shinobi a cambio de mantener todas las de la aldea. Su corto paseo las condujo entre la exuberante vegetación que escondía la aldea a ojos aéreos y los edificios construidos con madera y bambú. Ocre y verde, siempre ocre y verde. Como un bosque siempre debía ser. Sagiso Ranko reconocería el camino que estaba enfilando la Morikage. Efectivamente, a lo lejos se perfiló el dojo más grande de todos, con varios pisos de altura: el Edificio de la Morikage.
Y allí, entre más y más papeles, las recibió un inquieto Paddo, que parecía incapaz de quedarse quieto en su asiento.
—S... ¡Señora Morikage! ¡Ranko! ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado con Zaide?
—Hablaremos después, Paddo-kun. Por ahora, estaremos en mi despacho. Hazme un favor, y dile a Hana que nos preparé un par de esos tés suyos.
El recepcionista se mostró evidentemente confundido, pero terminó acatando la orden inclinando la cabeza con un último "Sí, señora Morikage". Mientras tanto Kintsugi y Ranko subieron las escaleras hasta el último piso. Las ventanas correderas del despacho estaban abiertas, como siempre, pero se sentía un agradable aroma floral renovado. Un exuberante jarrón con rosas rojas como la sangre adornaba su escritorio, y sobre estas revoloteaban tímidamente varias mariposas. La Morikage tomó asiento con un suspiro cargado de cansancio, e invitó a Ranko a sentarse frente a ella.
Un tenso silencio se alzó entre ellas entonces, sólo roto por el molesto tictac de un reloj de pared.
—No te culparé si no me perdonas nunca o si me guardas rencor, Ranko —dijo entonces.
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Ranko asintió y anduvo con la Morikage. Sintió que caminaba sobre un puente, uno que estaba a punto de colapsarse y dejarla caer al vacío. Sintió que el viento del invierno le haría perder el equilibrio. ¿Dónde estaban los demás? ¿Dónde estaba la aldea? ¿Dónde estaba el bosque? Sólo existían Ranko y Kintsugi como portadoras del ocaso. Sólo ellas sabían de la desgracia. ¿Dónde estaban todas las lágrimas por Yota y Daigo?
Paddo le sacó de su ensimismamiento poético al llegar al edificio de la Morikage. Ranko le saludó con un suave movimiento de cabeza, esperando que no notara sus ojos rojos por haber llorado. Kintsugi indicó que les llevaran té a su despacho, y la joven kunoichi le siguió.
La chica de la trenza estaba confundida, de cierta manera. En cualquier otra situación, estar en el despacho de Aburame Kintsugi, rodeada de mariposas y flores, le habría hecho desmayarse. El honor de estar a solas frente a la persona que más admiraba le habría abrumado. Pero allí, ante la posibilidad de no ver más a dos de sus queridos amigos, ante una mujer que creía que se le echaría la culpa encima, Ranko sentía demasiada angustia como para expresar lo anterior.
Obedeció y se sentó frente a la mujer. Durante un largo silencio, Ranko apenas y pudo alzar la vista a ella, hasta que Kintsugi habló. Ranko abrió los ojos por completo y los dirigió a los de la máscara, buscando que su portadora pudiese escudriñar en ellos y ver que hablaba con la verdad.
—M-mi señora Morikage... ¿Por qué habría de guardarle rencor? ¿Qué habría que perdonar? —comenzó a tallarse encima del codo izquierdo con la mano derecha —. He... He leído siempre sobre... Sobre héroes. Sobre villanos. Y los villanos son los de la culpa. Q-quiero decir... Usted no le hizo nada a Yota, ni a Daigo. Usted no los capturó ni amenazó ni... Ni... —No quería confirmar que habían muerto —. Usted nunca lo haría. Usted siempre vela por el bienestar de todos. Es Uchiha Zaide quien los tiene. Es Dragón Rojo.
Sin querer, comenzó a jugar con sus pulgares, sobre su regazo. Por alguna razón se le antojó el té, y esperaba que pronto se lo llevaran. Mientras tanto, continuó.
—Siempre son los villanos los que creen que pueden pasarle sus pecados a alguien más, y pretender que nunca fue su culpa. Sí, yo... Yo desearía poder pagar para ver a mis amigos de nuevo, pero... Pero la decisión de mi Señora Morikage fue mucho muy sabia. P-podría decir que... Que incluso Yota y Daigo... Incluso ellos la apoyarían, estoy segura.
»Y sé que... Fue también muy difícil para usted. Una heroína suele necesitar una voluntad fuerte para encarar problemas así.
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—M-mi señora Morikage... ¿Por qué habría de guardarle rencor? ¿Qué habría que perdonar? —respondió, rascándose el codo con la mano opuesta en un claro signo de incomodidad—. He... He leído siempre sobre... Sobre héroes. Sobre villanos. Y los villanos son los de la culpa. Q-quiero decir... Usted no le hizo nada a Yota, ni a Daigo. Usted no los capturó ni amenazó ni... Ni... —Se interrumpió, incapaz de pronunciar aquella terrible verdad—. Usted nunca lo haría. Usted siempre vela por el bienestar de todos. Es Uchiha Zaide quien los tiene. Es Dragón Rojo.
»Siempre son los villanos los que creen que pueden pasarle sus pecados a alguien más, y pretender que nunca fue su culpa. Sí, yo... Yo desearía poder pagar para ver a mis amigos de nuevo, pero... Pero la decisión de mi Señora Morikage fue mucho muy sabia. P-podría decir que... Que incluso Yota y Daigo... Incluso ellos la apoyarían, estoy segura.
»Y sé que... Fue también muy difícil para usted. Una heroína suele necesitar una voluntad fuerte para encarar problemas así.
Kintsugi emitió un largo y tendido suspiro. Iba a responder a las palabras de Ranko cuando Hana entró por la puerta del despacho. Arrastraba tras de sí un elegante kimono largo y entre las manos llevaba una bandeja con dos tazas y una tetera humeante. Cualquiera que no la conociera y la viera así, podría ver amenazada su integridad física al verla caminar con los ojos cerrados. Pero la mujer se movió sin ningún tipo de problema aparente hasta el centro de la mesa, donde dejó una taza frente a Kintsugi y de Ranko y comenzó a servir el té con una parsimonia y una ceremonia bien estudiadas. Después de verter el té, dejó un pétalo rojo sobre la bebida a modo de decoración.
—Muchas gracias, Hana. Por favor, quédate, luego necesito hablar contigo. Necesito de tu consejo.
Hana asintió en sepulcral silencio. Y la Morikage se volvió de nuevo a Ranko.
—Nadie somos perfectos, Ranko. Ningún Kage lo es, tampoco, por mucha adoración que se les profese. Y podemos cometer errores, por supuesto —habló, seria—. En un futuro te encontrarás que ni siquiera es fácil catalogar a los héroes y a los villanos, y que ni siquiera los héroes son tan buenos, ni los villanos tan malos. No todo es blanco o negro, hay muchos matices de grises.
Kintsugi sacó una pequeña llave plateada que llevaba en su bolsillo y abrió uno de los cajones de su escritorio. Un ligero tintineo metálico llegó hasta los oídos de Ranko cuando comenzó a rebuscar en él.
—¿He hecho lo correcto esta tarde? Quiero pensar que sí, pero las dudas aún me reconcomen. Y lo seguirán haciendo durante mucho tiempo. Me han obligado a mancharme las manos, Ranko, y sólo me han dado la elección de cómo las quería de manchadas. Espero que no olvides la cruda lección de hoy. Porque la vas a necesitar en los tiempos que vienen.
Kintsugi extendió la mano sobre la mesa, y una pequeña chapa ovalada de plata cayó sobre ella.
—Por tu servicio durante todo este tiempo, Sagiso Ranko; y especialmente por tu ejemplar comportamiento esta noche, yo, Aburame Kintsugi, cuarta Morikage de Kusagakure, te asciendo hoy a Chūnin.
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—Gracias. —susurró Ranko a Hana, apenas audible. Mientras escuchaba a Kintsugi, la mirada de la chica se perdió, bailando junto con el pétalo con el que la mujer había adornado su taza.
"Lo sé. No todo es blanco y negro. Pero estoy segura de que raptar a dos personas es muy de villano. Y amenazar con matarlas también. Pero asegurarse de que tu pueblo no muera de hambre no lo es."
Aún dolida por Yota y Daigo, Ranko quería decirle a Kintsugi mil veces que no era su culpa. Quería decirle que no merecía llevar ese peso sobre sus hombros. Que no debería sufrir por haber decidido eso. No sería ella quien sellara el destino de sus amigos, sería la mano de Zaide. Claro, nada de eso les quitaba el dolor de perderlos.
Cuando la chapa golpeó la mesa, el cerebro de Ranko se detuvo por un momento.
—¿Qué?
Los ojos miel de la de la trenza fueron del té a la pieza de plata, y al símbolo de "en medio" grabado en ella.
—Me está... Ahora, yo... M-mi Señora Morikage, yo... —Las palabras se le fueron por completo por varios segundos —. ¡E-e-es todo u-un honor! ¡Sí! ¡L-le agradezco tanto! Pero yo... ¿E-está segura? ¡Di-digo...! Si-Siento que yo... Yo...
"Siento que no he hecho lo suficiente por Kusagakure... ¡Pero ay contigo, tonta Ranko! Acabas de llamar sabia a la Morikage. ¿Crees que te ascendería así sin más? ¿No crees que ella tiene razones de más para hacerlo? ¿No crees que ella tiene muy en mente tus capacidades? ¿Te le vas a oponer sólo por modestia?" se regañó en su mente. Era curioso, pues Zaide se había burlado de que fuese sólo una genin a tal edad.
Ranko se puso de pie para luego inclinarse profundamente hacia Kintsugi.
—Pido una disculpa, esto... me abruma. Pero agradezco la confianza que deposita e-en mí. Y m-me siento... de lo más honrada. Daré todo de mí para no defraudarla, mi Señora Morikage. Ni a usted ni a Kusagakure.
El premio le sabía amargo dada la situación, pero tenía que seguir adelante. Un "¡Vamos!" exclamado por cierto peliverde resonó en la parte trasera de su cabeza.
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La sorpresa se mezcló con la incredulidad, y terminó aderezándose con la emoción en el rostro de Ranko.
—Me está... Ahora, yo... M-mi Señora Morikage, yo... —Entre bruscos tartamudeos, la muchacha se quedó sin palabras durante varios segundos—. ¡E-e-es todo u-un honor! ¡Sí! ¡L-le agradezco tanto! Pero yo... ¿E-está segura? ¡Di-digo...! Si-Siento que yo... Yo...
La Morikage le dedicó una sonrisa. Una sonrisa agridulce, dadas las circunstancias, pero una sonrisa al fin y al cabo.
—Claro que estoy segura. Ya llevaba tiempo pensándolo, desde esa tragedia en el Valle de los Dojos, concretamente. Tu desempeño en el estadio fue excelente. Sólo desearía haber hecho esto en unas condiciones más... agradables para todos —agregó, su rostro ensombreciéndose.
Ranko se reincorporó de golpe e inclinó el cuerpo en una profunda reverencia que casi le hizo dar con la nariz en el suelo.
—Pido una disculpa, esto... me abruma. Pero agradezco la confianza que deposita e-en mí. Y m-me siento... de lo más honrada. Daré todo de mí para no defraudarla, mi Señora Morikage. Ni a usted ni a Kusagakure.
—Sé que no lo harás, Ranko. Sé que no lo harás. Tienes mi plena confianza. Ahora, regresa a casa, estoy segura de que te vendrá bien un buen descanso.
Algo que ella no podría permitirse. Tenía que poner al corriente de lo ocurrido a sus dos manos más cercanas y establecer un plan de acción para los próximos días. Con Zaide acechando, no podían permitirse andarse con chiquitas.
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Ranko tomó la chapa con timidez. La miró en su mano y cerró ésta con decisión. Asintió y le dedicó una última reverencia a modo de despedida a Kintsugi. La sombría sonrisa que la líder le regalaba le seguiría por largo tiempo, recordatorio de las cosas buenas y las cosas malas que rodean a aquellos que optan por un camino ninja.
—Estaré a sus órdenes, mi Señora Morikage.
La ahora chūnin se despidió de Hana con una reverencia, y al bajar hizo lo mismo con Paddo. Caminó por las calles de Kusagakure, ensimismada, lo suficientemente atenta como para no chocar con nadie, pero fuera de allí perdida en sus pensamientos.
Llevaba la placa todavía firmemente apretada en su diestra, junto con la confianza de Kintsugi, el honor de tal nombramiento, y la expectativa de demostrar que lo valía.
Su siniestra iba floja, como si quisiera que la angustia y la incertidumbre del destino de sus amigos se le escapara.
Al llegar a casa de la familia Sagisō, una figura pelirroja le saludó.
—¿Ran-chan? Pensé que estarías de guardia todo el día. —dijo su madre, despegando la pipa de sus labios.
Ranko alzó la mano y la abrió. La boca de Komachi se ensanchó en una sonrisa enorme, justo cuando dos personas más salían de la casa a recibir a su hija.
—Oi, Ran-chan, ¿Qué...? ¡OOOH! ¡No inventes! —Al ver la placa, su hermana Kuumi se apresuró a tomarla del brazo y tironear de él, emocionada. Sin embargo, casi al instante se dio cuenta de que algo andaba mal. La sangre se le heló al ver la expresión de su melliza —. ¿Ran... Chan?
—¿Hermana? —dijo Meme, un tanto confusa —Pensaba que ser ascendida eran buenas noticias.
—Yo... —Comenzó, volviendo a llenarse de tristeza —. Yota... Daigo...
—Yota. ¿El chico de la araña? —inquirió Meme, pues ella se había topado con él y un tal Toshio hacía tiempo.
—¿Eh? ¿Verde? ¿Le pasó algo? —Kuumi se alteró al escuchar el nombre de Daigo, pues le había tomado cariño de las pocas veces que habían interactuado.
Los labios de Ranko se torcieron. Dio un par de pasos y abrazó a su madre.
Y se deshizo en llanto.
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