Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
3/12/2017, 17:18 (Última modificación: 3/12/2017, 17:28 por Umikiba Kaido.)
—Pero qué angelito más delicioso mi amor —la camarera rió coqueta ante tan imprevisible halago—. Huele más rico que billete nuevo.
Y ella también se dejó querer, dándose la vuelta de la discordia y meneando el culo al ritmo de la música de fondo. No obstante, con la respuesta de Sakyū; la mujer se deslizó tan rápido y fugaz de las manos de Akame que el sueño le duró poco. Era tan sencillo como que si no ibas a comprar nada, perdías esos cariñosos aunque inofensivos privilegios que por lo general se dignaban a dar a sus clientes más provistos.
Así pues, encontrar asiento, al menos en ese momento, no les resultó del todo difícil. Hayaron una mesa de a dos desocupada, y sobre ella yacían algunos cuencos con manís y frutos secos de dudosa procedencia.
Entonces, Datsue habló. ¿Y cuándo no? tendría que pensar Ashito.
—¿Ves esas escaleras de ahí? Podríamos subir —murmuró, y cuando lo hizo; fue con la certeza de que allí en el salón principal no se encontraba Shinjaka, después de haber inspeccionado el lugar de cabo a rabo. Era evidente que el primer piso, dadas los pocos beneficios y los entretenimientos tan burdos y sencillos que se podían ver ahí abajo no era tan digno para cierta gente como sí podían serlo los entretenimientos habidos en los pisos superiores—. Tiene pinta de ser más selecto que aquí… y si algo es nuestro amigo en común, eso es selecto.
Podía tener razón. O no. Lo cierto era que si la carta hubo profesado en sus escritos que el punto de encuentro era el Molino Rojo, Shinjaka tendría que encontrarse allí adentro, en algún lugar. La necesidad más imperiosa de los dos prodigiosos uzujin era ahora encontrarlo, y hacerse reconocer entre ellos para poder entablar esa conversación tan necesaria entre ambas partes. Pues, seguro; había tantas cosas que decir e interrogantes que formular, que actuar por ellos mismos sería una total y completa locura.
Pues, teniendo en cuenta, también, quién era Kojuro Shinzo... nada más y nada menos que el blindado de Tanzaku Gai, un acaudalado hombre de negocios al que había que cobrarle una deuda. ¿Pero cómo? ¿cómo dos shinobi de Uzushiogakure obligarían a un hombre así a pagar nada? ¿iban a convertirse ellos en ladrones, o trazarían un plan esquemático repletos de subterfugios, mentiras e ilusiones en las que el dinero dejaría sus arcas natales para correr hasta los bolsillos del adeudado Soroku, sin que nadie se enterase de nada?
No era una misión no oficial para nada sencilla, desde luego.
Akame tuvo que reprimir un gesto de molestia al ver cómo su Hermano tiraba por tierra la primera oportunidad que se les había presentado para ganar algo de estatus dentro del Molino Rojo. El Uchiha sabía poco acerca de aquellos locales, pero sí entendía que en lugares como ese sólo había una forma de escalar dentro de la pirámide —metafórica y literal—; el dinero. Por suerte para ellos, su Hermano había demostrado ser bien capaz de proveer de un atajo para sortear aquel escollo.
Una vez las camareras les abandonaron a su suerte, Akame se acercó a su compadre.
—Será mucho más fácil subir hasta allí si ven que no tenemos reparos a la hora de aflojar la mosca —le susurró, intentando hacerle entender.
Sea como fuere, ambos ninjas tomaron asiento, todavía en sus disfraces. Datsue tenía tanto control de chakra como él, y eso Akame lo sabía; pero aun así dudaba de cuánto tiempo serían capaces de mantener el Henge antes de que el cansancio mental hiciera mella en ellos.
—Sea como sea, tenemos que pensar rápido. Estas capas no nos van a durar toda la noche —advirtió el más mayor de los Hermanos—. ¿Dónde está tu maldito contacto? —preguntó de nuevo, apremiante.
Cada segundo del reloj corría en contra de su peculiar misión.
—No me estreses —respondió, cuando Akame preguntó por segunda vez por su contacto. El estrés y el Henge no jutsu eran dos cosas que no se llevaban nada bien. Pero su Hermano tenía razón, no podían quedarse media noche allí sentados como bobos. Tenían que encontrarle—. Demos una vuelta —sugirió—. Aquí sentados parecemos kusareños —Del modo en que pronunció la última palabra, aquello no parecía ser un cumplido. Ni mucho menos.
Pese a que todavía no se encontraba en su salsa, si algo se le daba bien a Datsue, eso era ser pomposo. Caminó como si aquel lugar le perteneciese, bamboleando ligeramente sus hombros de un lado a otro, y señalando de vez en cuando con un dedo a alguna bailarina que había tras las rejas, para luego soltar algún comentario picante a su compañero y reírse de su propio chiste sin gracia. Rodeó toda la pista, sin adentrarse demasiado en la pista de baile, mientras buscaba disimuladamente a Shinjaka. De no encontrar indicios de su contacto, terminaría finalmente frente a una de las barras, cerca de las llamativas escaleras que tanto querían subir. Pero su Hermano tenía razón, mejor pedir algo primero para dejar ver que iban sobrados de pasta.
Nada más localizar al primer camarero tras la barra, pidió dos copas —uno para él y otro para Akame—. Como no sabía el nombre de los cócteles, improvisó una receta: quería vodka rosado —que había oído estaba de moda—, mezclado con champán, específicamente un Gran Reserva del 188. Ni maldita idea si aquél había sido un buen año o no, pero había que arriesgar.
—Y bien frío —exigió, para rematar, con voz autoritaria.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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Mientras Datsue caminaba por el local con aquel estilo tan suyo, atrayendo seguramente más de una mirada, Akame le iba a la zaga. Al contrario que su compañero, él no se contoneaba con gracia ni picoteaba la atención de las camareras. Probablemente no lo habría conseguido de intentarlo, pero tampoco estaba entre sus intereses. Como un equipo bien coordinado, mientras Datsue iba allanando el camino, Akame observaba el entorno. En particular buscó localizar y ubicar en su memoria varios puntos importantes. Primero el aseo, en caso de que necesitasen algo de intimidad. Luego, alguna discreta puerta trasera que estuviera pensada sólo para ser usada por el personal del Molino. Y finalmente, alguna trabajadora lo suficientemente desgraciada como para haber sido ordenada a satisfacer a los clientes.
Esa era la clase de persona que necesitaban encontrar.
Al llegar a la barra, el Uchiha se encontró ya a Datsue pidiendo algo. No dijo palabra —pues entendía poco de bebidas alcohólicas— y se limitó a sonreír distraídamente a la camarera.
—Tengo una idea —susurró a su Hermano—. Pero primero necesitamos convencer a algunas de estas... Ejem, señoritas, de que nos acompañen a un lugar más íntimo.
Akame se apoyó sobre la barra, mirando a su camarada.
—No llegaremos mucho más lejos con estas pieles, no sin arriesgarnos demasiado al menos. Necesitamos unas más... Apropiadas.
El rastreo de Datsue no le llevó a nada, ni a un rostro familiar; ni mucho menos a Shinjaka. Él, en definitiva, no estaba en la misma planta que ellos. No por ahora, al menos.
Una vez frente a la barra, uno de los bartender les recibió galante, y apenas escuchó el pedido del noble, éste agilizó sus manos para tomar un par de copas y echarle un par de cubitos de hielo. Luego, sendas botellas comenzaron a girar en sus manos hábilmente hasta que unos tres dedos de vodka llenaron ambos vasos, empapándose en el hielo seco y generando un poco de humo. Insertó un par de rodajas de limón, y luego sacó aquella botella de champán de la Reserva solicitada —había tenido suerte con el número, pues la Reserva del 188 realmente existía—. y llenó con él el otro cuarto del vaso. Batió y batió, y allí quedó, un delicioso y fuerte cóctel, digno para el paladar de un noble.
—Son seiscientos ryo.
Akame, quien durante el trayecto también se había tomado la libertad de hacer sus propias averiguaciones, no encontró con exactitud lo que estaba buscando.
Había una puerta trasera, sí, en el extremo más derecho del oval en el que se encontraban. Probablemente se tratase de un acceso directo a un tiradero. Luego, divisó dos puertas corredizas detrás del camarero que con fervor servía el trago a Datsue de la cual no parecía salir mucha gente, por ahora. Daba la sensación de que se trataba de una especie de depósito, o frigorífico. A saber.
Y mujeres habían muchas, pero Akame era un tipo que fácilmente podría discernir cuál era el trabajo de todas ellas, y ese era el de servir tragos. Hubo una, sin embargo, que le llamó muchísimo la atención.
Morena, de piernas largas y bronceadas; cabello castaño lacio que le tapaba sensualmente la mitad del rostro, y un cuerpo delgado aunque no exageradamente voluptuoso. Vestía un largo vestido violáceo de una sola pieza que se ataba a nivel de su hombro derecho, donde casualmente tenía una curiosa marca de nacimiento, casi inverosímil, pero que le daba un toque exótico a su figura.
Par de ojos color pardo, largas uñas tintadas de negro y un collar de brillantina aparentemente costoso.
Parecía estar esperando a alguien, aunque por sus gestos lucía impaciente.
5/12/2017, 12:37 (Última modificación: 5/12/2017, 13:19 por Uchiha Akame.)
«¿Que no hay aseo en este condenado local?», se dijo para sí el Uchiha tras examinar los alrededores. A pesar de todo, sí que había localizado una discreta puerta trasera en uno de los laterales de la sala, y otra tras la barra. Memorizó aquellas dos ubicaciones; un ninja siempre debía tener un plan B en caso de que todo se fuera al diablo.
Luego reparó en aquella mujer que destacaba sobre el resto. No tenía pinta de prostituta, o al menos eso pensó el jovencito gennin que nunca había conocido una. No había que ser un lince para darse cuenta de que la tipa brillaba con luz propia —a pesar del collar de apariencia cara que lucía— y estaba sola. Al menos, en aquel momento. «Parece la clase de persona que puede abrirnos muchas puertas aquí dentro...»
Akame se volvió hacia su Hermano y justo en el momento en que la camarera enunciaba su sentencia, y tuvo que contener su sorpresa para evitar que la mandíbula se le desencajara hasta dar con la propia barra. «¿¡SEISCIENTOS RYOS!? ¿¡Por dos copas de... de... Bueno, de lo que quiera que sea eso!?» Pese a todo, de aquello dependía buena parte de su tapadera, de modo que el gennin simplemente sacó trescientos ryos y puso su parte sobre la barra. «Por todos los dioses, con esto podría comprar un buen shuriken de acero pulido y todavía me sobraría para invitar a Koko-chan a un té...»
—Mírame aquí —dijo después de soltar los billetes, moviendo la cabeza ligeramente en dirección a la mujer—. La del vestido violeta. Parece importante... Y sola —hablaba lo bastante alto como para que Datsue se enterase pese al bullicio, pero no lo suficiente como para que una camarera indiscreta pudiera espiar la conversación—. Tú siempre has tenido más mano con las mujeres, así que te cubro las espaldas.
… ryōs. Le sentó como si le hubiesen dado una bofetada. O como si le hubiesen dicho que su querido amigo y compañero Nabi había muerto en misión. No, seguramente aquello último se lo hubiese tomado mejor, porque dentro de su profesión, era algo que se podía esperar. Hasta cierto punto previsible. Pero lo que el camarero pretendía cobrarles…
… debería estar castigado con pena de muerte.
Por desgracia, sus billetes falsos habían desaparecido o estaban a punto de hacerlo. El riesgo de utilizarlos era demasiado grande, y el Uchiha se estaba jugando mucho en aquella misión.
«Agh…» Sintió una punzada en el corazón, mientras sacaba su parte correspondiente y los dejaba en la barra. Ver partir aquellos billetes verdes en manos ajenas era como presenciar a tu novia de toda la vida enrollándose con otro. Era tan doloroso que tuvo que apartar la vista.
—Mírame aquí.
—¿Qué? —farfulló, malhumorado. Akame entonces señaló a una mujer de vestido violeta, asegurando que parecía importante. Una simple visual le indicó que quizá su Hermano estuviese en lo cierto. Con suerte, podrían conseguir algo de ayuda si sabían engatusarla… y Akame opinaba que Datsue siempre había tenido mejor mano con las mujeres—. Los Sakamoto no estarían muy de acuerdo con esa afirmación tuya —comentó, mientras cogía la copa. Ya que habían pagado tal dineral… habría que sacarle provecho, ¿no?
El primer trago no le supo la mitad de mal de lo que se hubiese esperado. Tan solo había bebido una vez alcohol en su vida, una botella barata de sake debido a sufrir mal de amores, mas tenía que reconocer que aquel cóctel sabía mucho mejor. «Después de pagar trescientos ryōs, ¡como para no hacerlo!»
Sin pensárselo —porque si se lo pensaba, se echaría media hora evaluando la mejor frase para romper el hielo—, se aproximó al objetivo. «Morena… Pelo castaño… Parece impaciente, como si estuviese esperando a alguien. Quizá podría atacar por ahí. ¡Ey, lamento la demora, ya ha llegado tu Príncipe Azul! Nah… Quizá si fuese de mi edad serviría, pero… Anda, qué curiosa marca de nacimiento…»
—Ey, oye, perdona… ¿Sabías que tengo uno igual? —improvisó, cuando se puso a su altura, señalando con un dedo el hombro de la muchacha—. No seremos parientes, ¿verdad? —preguntó, esbozando una sonrisa de lo más inocente.
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7/12/2017, 03:48 (Última modificación: 7/12/2017, 04:33 por Umikiba Kaido.)
—Ey, oye, perdona… ¿Sabías que tengo uno igual? —la voz ajena le desconcertó, sacándola de su aparente ensimismamiento. La bella mujer violeta se vio forzada a torcer el gesto y a hacer contacto visual con el caballero que se le había acercado. Curioso, cuanto menos, pues de entre tantos intentos, eran pocos los que elegían una buena introducción y no el típico "eh, mami; ¿quieres que te de la mejor noche de tu vida?"—. No seremos parientes, ¿verdad? —alzó una ceja. Datsue lo vio, lo vio tan claro como el agua. La vio arquearse, y vio aquella súbita y casi imperceptible llama llamada interés envolverle el rostro como un libro abierto.
El brazo de la mujer flotó elegante y parsimonioso hasta los linderos de su hombro, y meneó su dedo índice como una cobra encantadora por sobre la... marca. No era muy grande, tampoco antiestética; sino un curioso bordeo parecido a un extraño croquis mal cicatrizado.
—Vaya, qué detallista. Entre tanto que ver, entre tanto que admirar... ¿es en ésta pequeña marca en lo que te has fijado? ¿Por qué?
Ella sonrió, por primera vez. Aunque parecía ligeramente inquieta, y mientras hablaba, daba fugaces vistazos a la entrada, y a las escaleras que ascendían al piso superior. Incluso llegó a fijarse en Akame, y en su... ¿disfraz?
El disfraz.
Casi al unísono, tanto Akame como Datsue sintieron un pinchazo en la espalda baja. Ese típico toqueteo que te da el cuerpo como prevención, cuando sabes que estas en víspera de alcanzar tus propias limitaciones.
Y es que indudablemente, el Henge no Jutsu —como recurso—, era quizás una de las técnicas más versátiles y fáciles de ejecutar en comparación con los beneficios que ésta otorga. Sin embargo, su verdadera dificultad radicaba no en el cómo, sino en el cuánto. Cuánto era capaz un ninja de mantener aquel velo por sobre su propio ser sin que algún desliz ajeno a sus propias tribulaciones la llevase a fallar.
Los Hermanos del Desierto no habían tenido problemas en ese aspecto, sin embargo. Habían vestido la piel de dos nobles de Kaze no Kuni desde el inicio, abriéndose paso a través de un camino de cobras en el que su principal tarea era la de fingir ser alguien más. Pero todo se acumulaba. El estrés que generaba la situación en la que se encontraban, la necesidad de prestar suma atención a los detalles, la ansiedad que generaba el paso de los minutos. Incluso algo tan simple como elaborar una frase adecuada e inteligente para romper el hielo con una hermosa dama de vestido violeta. Todo se acumulaba.
Y todo era, a su vez, finito.
Pero precisamente por lo bien versados que eran ambos dos, y dada la experiencia que tenían como ninjas en comparación con otros shinobi de su edad y rango, fueron capaces de percatarse de esa posibilidad y, por tanto, podrían actuar en función de ello. Guerra avisada no mata soldado, dijo algún sabio alguna vez; y ellos dos no iban a morir atrincherados sin cavar ellos sus propias tumbas. Pero tendrían que actuar rápido.
Tiempo antes de que el Henge no Jutsu se agote: 15 minutos, 14:59...
Sintió un súbito pinchazo en la espalda. Algo no iba bien. Su cuerpo se lo estaba diciendo, avisándole. Estaba prestando atención a demasiadas cosas: el ambiente; la chica; su objetivo; el propio Henge no jutsu… Todo al mismo tiempo, y el esfuerzo le estaba pasando factura. Sabía que, llegado a aquel punto, la cosa iría a peor. ¿Cuánto tiempo más aguantaría el disfraz? «No te empieces a preocupar por otra cosa más… que ya son bastantes. Céntrate».
—Te lo dije —respondió Datsue, sonriendo—, tengo otra igual. —Sus ojos volvieron a posarse en aquella marca. Ahora que se fijaba, sí que le resultaba familiar. Y no parecía una marca de nacimiento como había pensado al principio, sino más bien… como la cicatriz que dejaría un hierro candente al abrasar la piel—. No es una marca de nacimiento, ¿verdad? —frunció el ceño, y echó la cabeza atrás. Le costaba concentrarse y pensar con claridad, pero era cosa suya o…—. ¿Quién eres? —preguntó, sumamente intrigado, olvidándose de la galantería y las palabras bonitas.
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Aquel inconfundible aguijonazo le sentó peor que una patada en los pendientes reales. Era una sensación característica y que él conocía muy bien; el primer pitido de aviso cuando un ninja se estaba forzando en el uso de sus capacidades de energía espiritual. El chakra. El maldito chakra. Akame miró a un lado y otro mientras trataba de disimular su impaciencia tomando un ligero sorbo de su bebida de lujo. «Joder, tenemos poco tiempo. Hay que actuar ya». Datsue había entablado conversación con la mujer, pero Akame no sabía cuánto tardaría en sacar algo útil. Y tampoco tenía ni idea de quién era el contacto con el que debían encontrarse.
«Todo esto empieza a torcerse demasiado pronto...»
El Uchiha agarró firmemente su vaso de trescientos ryos y se alejó de la barra. Sus ojos —ahora azules— recorrieron el local. Lo menos que podía hacer era echar una vuelta de reconocimiento, y en primer lugar se dirigiría a investigar disimuladamente aquella posible salida de emergencia que, en un momento dado, quizás tuvieran que utilizar.
Caminando con paso distraído y dando de vez en cuando brevísimos sorbos al alcohol —ni de lejos lo suficiente como para que el nivel del líquido bajara perceptiblemente—, Akame se dirigió hacia aquella puerta en la sala oval. Una vez allí se apoyaría distraídamente en la pared, a una distancia de la puerta lo suficientemente cercana como para poder ver a quien entrase o saliera por ella, pero no tanto como para que su labor de vigilancia se volviera evidente a ojos de un observador. Mientras tanto, trataría también de no quitarle ojo de encima a su Hermano... Caso de que necesitara ayuda.
Uchiha Akame renegó de su compañero, confiando plenamente en sus capacidades, y torció el trayecto para dar una vuelta de reconocimiento. Una que le llevó finalmente hasta los linderos de aquella salida que había divisado poco antes, y de la cual quería cerciorarse que sería el tramo perfecto para huir, de ser absolutamente necesario.
Además, si su intención era la de divisar —aún y a pesar de que su concentración seguía firme por sobre Datsue, allá a lo lejos—. quién entraba y salía por ella, sabría con certeza que sólo los empleados atravesaban aquel umbral. Todos con pesadas bolsas repletas de botellas vacías, probablemente. Y si algún cliente tomaba aquel rumbo, desde luego sería para potar. Para potar y volver a continuar la fiesta.
Datsue, sin embargo, tenía una tarea más apremiante deslizándose en sus manos. Ahí, estando tan cerca que incluso podía detectar el delicioso aroma que desprendía aquella mujer, sus experimentados ojos dejaron de hacer caso omiso a tan sólo uno de tantos detalles, encontrándose con la pregunta predilecta:
—No es una marca de nacimiento, ¿verdad? —su ceño se frunció ligeramente, y en cambio, la dama vistió su cálido rostro de una sonrisa pícara. Entonces, alzó la vista por sobre aquel elegante hombre que le había increpado quién era ella, y aún desde la distancia, Akame pudo ver como sus brazos de víbora se deslizaron seductores a lo largo del pecho de Datsue, retorciéndose rectilíneos por sobre su torso y culminando, finalmente, en un caluroso abrazo. Sus labios tintados acabaron a centímetros de oído del Uchiha, y la melodiosa voz se introdujo en sus tímpanos como recital de invierno.
—He sido tantas cosas, querido. Una mujer de muchos nombres, aunque no así de muchos rostros. Yo, lamentablemente, no tengo esa capacidad.
Se separó de él lentamente, y le miró. Ojo por ojo.
La respuesta de aquella mujer fue la más ambigua y extraña que le habían dado en su vida, mas tenía que reconocer que no le resultó desagradable la forma en que lo hizo: abrazándose a él y susurrándoselo al oído.
«Hmm… Esta mujer me está intrigando demasiado… Voy a cotillear». Aquella marca, aquellas respuestas… ¿Sería el propio Shinjaka, haciéndose pasar por una joven? ¿O era una mujer de verdad que trabajaba para ellos? ¿O no tenía nada que ver? Su sharingan le aclararía lo primero, y es que, gracias al henge no jutsu, el cambio de color de sus ojos pasaría desapercibido.
Aclarado lo primero, y si efectivamente aquella mujer no era Shinjaka, procedería a actuar con cautela.
—¿Yo? Yo también he tenido muchos nombres, pero todavía más apodos. Aquí me conocen como Seshu Sakyū, mas otros han oído hablar de mí como… —se inclinó hacia ella y le susurró al oído—, Sakamoto Datsue.
Era la respuesta perfecta. Tiempo atrás, por miedo, el Uchiha había mentido respecto a su apellido. Había dado aquel nombre a Shinjaka, y, si aquella mujer en verdad trabajaba para él, lo reconocería. Si, de lo contrario, había metido la pata… tampoco era para tanto. Jamás le encontrarían si preguntaban por un tal Sakamoto Datsue.
¤ San Tomoe no Sharingan ¤ Ojo Giratorio de Tres Aspas - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos: Uchiha 60 - Gastos: 18 CK (divide regen. de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales:Percepción+18 - Sellos: - - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: -
Los iris del usuario se vuelven de color carmesí, y alrededor de sus pupilas surgen tres aspas negras que giran hasta formar un trío en una circunferencia imaginaria. Este estado del Sharingan se considera el más avanzado en su forma básica.
El Sharingan le da color al chakra, y permite distinguir su composición elemental. El usuario puede ver el flujo del chakra de otros seres vivos como un manto, con suficiente precisión para detectar si tiene mucho o poco chakra (CK actual) o si ese chakra es débil o poderoso (mide aproximadamente el Poder), pero no con la suficiente para detectar movimientos de chakra dentro de un oponente si no hay una técnica activa. El Sharingan puede ver el chakra de las técnicas activas: las que afecten al interior de un ser vivo o las que ya se encuentren en el exterior de un oponente, pero no antes de que se hayan formado. Puede detectar si alguien está siendo afectado por una técnica ilusoria.
La percepción visual del usuario goza de un gran estímulo, volviéndose muy sensible al movimiento. El Uchiha puede leer labios con extrema facilidad o imitar movimientos tan sutiles como los de la escritura, escribiendo lo mismo que alguien a quien está observando. En combate, el clan utiliza esta destreza para seguir con claridad los movimientos físicos (y no de técnicas, importante) de un oponente y de sus extremidades en el Taijutsu, y para leer con claridad los sellos manuales que realiza. Si y sólo si el usuario conoce la técnica que va a utilizar, puede anticipar una respuesta (hay muchas técnicas con secuencias de sellos similares o iguales. En este caso, el Uchiha no tiene manera de saber qué va a hacer el oponente). El Tres Aspas hace que el Uchiha pueda predecir dónde va a encajar un golpe de Taijutsu mediante la lectura de las tensiones en los músculos del cuerpo del oponente, dotándole de cierta capacidad predictiva. Cabe destacar que aunque el usuario sea capaz de percibir un movimiento, necesita las capacidades físicas y de reacción para poder responder ante él.
La habilidad para leer los movimientos del Sharingan le otorga al usuario la capacidad de copiar los sellos de una técnica de Ninjutsu o de Genjutsu (o los movimientos de una técnica de Taijutsu) que no dependa de una facultad personal para ejecutarla al mismo tiempo que el oponente o registrarla en su repertorio (hasta un máximo de tres técnicas). Se pueden imitar evolutivas, pero no registrarlas. Para copiar una técnica se debe de tener su requisito convertido a la facultad Uchiha.
El Sharingan le permite al usuario distinguir técnicas como los clones simples (no los generados por la técnica Kage Bunshin no Jutsu) de un usuario real, y ver a través de la técnica Henge no Jutsu.
El Sharingan de Tres Aspas es capaz de penetrar y romper los Genjutsus sensoriales, y de ver a través de las imágenes creadas por los Genjutsus ambientales.
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Desde su discreto puesto de observación, Akame pudo advertir dos cosas. Primera, que quienes pasaban por aquella puerta eran principalmente empleados cargando bolsas con deshechos. Segunda, que algunos clientes también lo hacían con la excusa de devolver al establecimiento parte de lo que éste les había dado; alcohol y quizá frutos secos a medio digerir. Echó un vistazo atrás y comprobó que su Hermano y la mujer todavía estaban hablando. «Y lo que no es hablar... Condenado Datsue, si es que está hecho un Casanova», se dijo a sí mismo, y el pensamiento le arrancó una sonrisa. «Tan solo espero que pueda sacar algo útil de esa tipa...»
Sea como fuere, él no pensaba quedarse de brazos cruzados mientras el galán patrio hacía lo propio. De modo que dió otro sorbo a su copa y disimuladamente, de paso, volcó parte del contenido. Adoptó un andar muy distinto al que le caracterizaba, zambo y errático, y se acercó a la discreta puerta como lo habían hecho antes otros... Con pretensiones de vomitar —aunque sin ninguna intención de hacerlo—.
Una vez allí, trataría de abrir la puerta —fallaría las dos primeras veces— y luego se introduciría por ella, siempre con la cabeza gacha, para echar una discreta visual del entorno.
10/12/2017, 19:29 (Última modificación: 10/12/2017, 19:32 por Umikiba Kaido.)
Para Ashito, el panorama fue lo esperado: un espacio abierto, repleto de al menos unos cinco contenedores hasta el tope de basura. Olores nauseabundos se mezclaban junto con el típico aroma de desecho, más los vientos de invierno terminaban de llevárselos tras unas cuantas ventiscas. Akame pudo discernir también que desde aquella especie de patio trasero, existía un pasillo de ladrillos que se fraguaba por detrás de toda la estructura del Molino y que daba, probablemente, hasta la calle principal. Una enorme reja metálica ataviada de un par de candados impedía que cualquiera pudiera abrirla, desde luego.
Datsue, por su parte, continuó con su investigación. A tal punto de sentir la imperiosa necesidad de hacer uso de su dojutsu, y acabar de una vez por todas con las dudas que éste pudiera tener.
Bajo aquel disfraz, sus ojos se tintaron de rojo y le dieron un nuevo sentido a todo. Encontró respuestas, rápido, y lo primero que sabría con certeza es que aquella mujer era eso, una mujer y no Shinjaka transformado en nadie. Su energía no parecía ser la más abundante y le quedaría claro que, desde luego, se trataba de una civil. Aunque no de una civil común y corriente.
Los labios de Sakyū imitaron el acercamiento de la mujer, y blandió su lengua como una espada filosa y cortante. Tomó el riesgo que creyó más conveniente y soltó, de un momento a otro; el nombre por el que le habían conocido alguna vez.
Meiharu volvió a sonreír, complacida.
—¿Sakamoto? —indagó, curiosa—. he de admitir, querido... que el Uchiha te queda mejor.
Meiharu volteó a la entrada, y fingió darse por vencida. No, su cliente no iba a llegar, estaba muy pero muy segura de ello. ¿Pero cómo negarse ante la oportunidad de pescar una nueva víctima, de llevar a aquel hombre acaudalado que se le hubo acercado por sus propios medios, para salvarle de su soledad? había perdido un cliente, pero hubo ganado otro, de inmediato.
Le tomó el brazo a Datsue, y empezó a taconear en dirección a las escaleras que ascendían hasta el piso superior.
—Ven, encontremos un lugar más cómodo para conversar.
Akame se guardó para sí el suspiro de decepción que le vino a la boca cuando vio su investigación sobre una posible salida, frustrada. O, al menos, en parte. Desde aquella distancia no era capaz de evaluar el grosor ni el material de los candados, por lo que no era capaz de saber si llegado el momento él o su Hermano podrían forzarlos. «Como haga falta salir de aquí, vamos a estar jodidos», caviló en su fuero interno. Echó una ojeada a izquierda, a derecha, y luego se dio media vuelta.
Desandó su camino de la misma forma torpe y errática que lo había andado. Sin embargo, al ingresar de nuevo en la sala principal, sus ojos buscaron rápidos a Datsue. Lo vio con la mujer misteriosa, que ahora le tomaba del brazo y buscaba llevarle escaleras arriba. «¡Bingo!» Uno podía confiar en su compadre para cualquier clase de menester relacionado con mujeres.
Con paso rápido, Akame se acercó a la pareja sosteniendo todavía media copa en su mano derecha. Se plantó junto a ellos, aunque sin pretender parecer invasivo, y miró a Datsue esperando que le presentara. Si de verdad su Hermano había conseguido un pase para subir de nivel, él no pensaba quedarse atrás.
—Buenas noches, señorita —saludó con una ligera inclinación de cabeza.
Entonces se paró a mirar más detenidamente a la mujerzuela, y advirtió la curiosa marca que lucía en su hombro descubierto. Tampoco le pasó desapercibida la mirada astuta de ella; «menuda pieza...»