Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Oh, sí. Conocía muy bien aquella sensación. La súbita presión. El calor asfixiante en el ambiente. Ese instinto de supervivencia gritándote al oído que huya por patas y, por lo que más quiera, no mire atrás.
Y, por mucho que la hubiese ya vivido, no pudo evitar encogerse sobre sí mismo. Exactamente como la primera vez, en su propia casa.
Pero Hanabi fue más allá. Dijo que Datsue no tenía en estima la memoria de su Hermano. Aquello le dolió. Aquello le hizo revolverse como si le hubiesen golpeado con un hierro candente.. Sí, él sabía muy bien que era imposible. ¡Se lo había repetido él mismo a Ayame cientos de veces! Pero, al mismo tiempo…
Al mismo tiempo jamás dormiría tranquilo hasta comprobarlo.
—Hanabi-sama… Usted me pidió que…
Pluf!
Datsue cayó de la silla del susto y se dio de culo contra el suelo.
—¿¿¡¡DARUU!!?? Pero… ¿¡Qué coño…!? ¿¡QUÉ COÑO…!?
¿¡Pero es que estaba jodidamente loco!? ¿O es que estaba soñando? Akame visto vivo. Daruu apareciéndose en el despacho del Uzukage. Ahora que empezaba a pensarlo, quizá...
¡Plaff!
La mejilla de Datsue quedó roja por su propio bofetón. Dolía, vaya que si dolía. «Pues no es un sueño, no… La madre que me... ¡¡¡La madre que me parió!!!»
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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26/04/2019, 01:07 (Última modificación: 26/04/2019, 01:08 por Aotsuki Ayame.)
El silencio se alargó en el tiempo después de la intervención de aquel hombre desconocido, y Ayame supo a ciencia cierta que Datsue debía de haber desactivado el sello. Suspiró con pesar, pero aún así se armó de paciencia, apoyó la cabeza contra la pared y aguardó...
Y aguardó...
—L-le pido d-disculpas, Hana... Hanabi-dono. Por mi comp-portamiento irresponsable du-durante el examen de chuunin... ¡AGH!
Ayame palideció de golpe al oír la voz de Daruu a través del sello. La habitación comenzó a darle vueltas a toda velocidad al escuchar sus palabras. Y su corazón se olvidó de latir cuando comprendió el significado y las consecuencias de lo que estaba ocurriendo.
Amedama Daruu se acababa de colar en Uzushiogakure. En plena madrugada. En el mismísimo despacho del Uzukage.
—¿¿¡¡DARUU!!?? Pero… ¿¡Qué coño…!? ¿¡QUÉ COÑO…!?
Y la voz de Datsue no hizo más que confirmar sus sospechas.
Y Ayame, muerta de miedo, no fue capaz de pronunciar una sola palabra. Temblaba como un ratoncillo. Un ratoncillo cuyo compañero acabara de salir en una incursión a la cocina en busca de queso... bajo la vigilancia de un malvado gato.
«Nos la vamos a cargar... nos la vamos a cargar... ¡Jopé, Daruu!»
26/04/2019, 01:55 (Última modificación: 26/04/2019, 02:20 por Umikiba Kaido. Editado 2 veces en total.)
—Hanabi-sama… Usted me pidió que…
¡Puff! una capa de humo emergió desde un lugar cercano a Datsue, de la nada. ¿Era una técnica? ¿qué coño había pasado? Hanabi dio dos pasos enteros hacia atrás, casi pegándose al ventanal y Katsudon —o mejor dicho, su mano—. se había convertido en una extremidad gigante, regordeta e indudablemente pesada que estuvo dispuesta a martillar a lo que fuera que hubiera bajo esa estela de humo. Lo único que le detuvo fue el mismísimo chakra de su líder, ahora más descontrolado por la impresión, que creó en todos los presentes una fatiga de los mil demonios y una aseverante necesidad de no moverse por unos instantes —que se sintieron como una década de tortura—. hasta que encontró el decoro para mantener a raya sus propias emociones.
Pero Amedama Daruu no se había aparecido en mitad de la madrugada en el despacho de un Kage ajeno, a las tres de la mañana; para quedarse quieto. Quedarse quieto significaba morir.
—L-le pido d-disculpas, Hana... Hanabi-dono. Por mi comp-portamiento irresponsable du-durante el examen de chuunin... ¡AGH! —soltó, a duras penas, tras una sentida reverencia. Los ojos de Hanabi eran para ese momento dos cuencas encendidas por las icónicas llamas de la voluntad Sarutobi que parecía dar la sensación de que con una sola mirada podría calcinar el mundo entero. En su mente trataba de darle sentido a la situación, pero por más que se esforzaba en justificar lo que estaba sucediendo —la irresponsabilidad de Datsue de permitirse tener esperanzas por los rumores de una amejin, y ahora la súbita aparición de otro ninja que, además, no tenía el pasado primoroso con él, ni con su aldea—. no hayaba la lógica necesaria para que el corazón dejara de galoparle a mil revoluciones.
El silencio fue, en principio, la respuesta que recibió Amedama Daruu. Un silencio agobiante, como de aquellos que invaden las cortes feudales cuando un criminal está a punto de recibir su merecida sentencia. Que, por lo general, suele ser perder la cabeza en una guillotina o ser enterrados vivos. En ese aspecto, los Señores Feudales tenían mucho tiempo libre para maquinar distintas maneras de ver morir a sus enemigos.
El llamado hombre de paz le gustaba jugar, en ocasiones, a algo. Siempre se decía que si quería ser el Kage idílico que mantuviera a raya a los otros dos, tenía que ser mejor que ellos. Por esa razón, en situaciones tensas como aquella, se preguntaba de forma hipotética lo que haría Yui o Kenzou en su situación. ¿Cuál sería la jodida reacción de la temible Amekoro Yui, Jinchuriki de la Tormenta, si Akame —que en paz descanse—. se hubiera aparecido en su altísima torre custodiada por demonios oni?
Le mataría, desde luego. Sin dudarlo. Sin pensarlo. ¿Que había un pacto? y una mierda.
Pero él no era Yui. Él no era Kenzou. Él no era Shiona....
... pero tenía que intentarlo. Por el legado de su maestra. Por la paz.
—Levántate, muchacho —le ordenó a Daruu. Ya estaba en su aldea, así que le iba a tratar como si fuera su shinobi—. pues parece que se te dan bien los comportamientos irresponsables —soltó, puntualizando lo obvio: que disculparse por los errores del pasado no tenía mucho sentido si cometía otra imprudencia como medio para lograr ese fin. Miró a Datsue—. ¿y tú? ¿así pagas a Amedama que te haya perdonado? ¿pidiéndole venir hasta aquí y que arriesgara su vida?
¡»Katsudon lo podría haber aplastado hasta hacerlo puré, por todos los cielos!
Por un instante, la cabeza le dio vuelta y tuvo que llevarse la mano a la cara. Después del nacimiento de la alianza, había estado durmiendo mejor. Se sentía más tranquilo. Que cojones, si casi no dependía de las pastillas para controlar la ansiedad.
Pero nada dura para siempre. No cuando Uchiha Datsue era tu ninja. Error suyo ¿no? por habérselo pedido como pago a la posibilidad de que Aiko volviera a sus brazos.
Pero ahora, allí, con Datsue escribiéndose una cara de pánico, Katsudon con el puño inflado con la fuerza de diez Ayames —Daruu se preguntó si también sería del clan Hōzuki—, y con un kage extranjero reprendiéndole, el shinobi tuvo que reconocer que había sido... había sido...
«Soy gilipollas.»
Daruu se levantó, tal y como le habían dicho, y se rascó la nuca con cara de circunstancias. Desvió la mirada momentáneamente a Datsue, buscando una recién descubierta complicidad.
—¿Y tú? ¿así pagas a Amedama que te haya perdonado? ¿pidiéndole venir hasta aquí y que arriesgara su vida?
¡»Katsudon lo podría haber aplastado hasta hacerlo puré, por todos los cielos!
Daruu miró a Katsudon de nuevo y tragó saliva.
—En realidad, Datsue no me ha pedido nada —dijo atropelladamente, preguntándose qué exactamente estaría pasando en el despacho antes de que él llegara—. Ayame nos contactó a los dos, Datsue dijo que iba a hablar con usted. Y yo... Bueno, tenía la espinita clavada y... Bueno, eso, que soy un idiota. Si quiere me marcho. —Se encogió de hombros.
¿Qué? ¡Pero si él no le había pedido nada a Daruu! ¿Por qué siempre pensaban que tenía la culpa de todo? Era cierto, la había liado en el pasado. Y quizá hasta sería algo muy propio de él cuando era un irresponsable. Pero ahora era distinto. Ahora había madurado. Solo pedía un poco de...
...confianza.
Por suerte, no tuvo que excusarse. Daruu, tras intercambiar una mirada con él —en el que el Uchiha quiso transmitirle lo loco que estaba con la simple expresión de su rostro—, le quitó de toda responsabilidad. Diciendo, básicamente, lo que había pasado de verdad.
Datsue se levantó y suspiró.
—Bueno, veámoslo por el lado positivo, ¿eh? No hay mejor forma para testear ese detector de intrusos que nos facilitó Ame —dijo, en un pequeño intento por rebajar la tensión y quitar importancia a que Daruu se hubiese colado en su jodida Villa—. ¡Cincuenta ryos a que tenemos un equipo de ANBUs entrando en el despacho en dos minutos! ¿Alguien se anima a apostar distinto? —miró a Daruu—. ¿No? —miró a Katsudon—. ¿No? —miró a Hanabi—. ¿Nadie?
Carraspeó. Mejor se quedaba calladito por unos minutos
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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Ayame se sentía como una ciega en aquellos momentos. Incapaz de poder estar presente en la escena, sólo contaba con sus oídos para saber qué era lo que estaba ocurriendo a tantos kilómetros de distancia. Y no sólo eso, si algo llegaba a ocurrir, ella no podría hacer absolutamente nada. Muerta de los nervios, muerta de terror y muerta de impotencia, la muchacha se mordisqueaba los dedos en un vano intento por desfogarlos. Obviamente, nada de eso valía.
«Maldita sea... ¿Qué está pasando? ¡Hablad de una vez!» Cada silencio que se producía la consumía un poco más por dentro.
—Levántate, muchacho —ordenó otra voz diferente. Ayame supuso que debía de ser la del Uzukage, por el tono autoritario, o la de otro shinobi de alto rango que se encontrara con él. No podía saberlo, nunca había hablado con Hanabi cara a cara—. Pues parece que se te dan bien los comportamientos irresponsables. ¿Y tú? ¿Así pagas a Amedama que te haya perdonado? ¿Pidiéndole venir hasta aquí y que arriesgara su vida? Katsudon lo podría haber aplastado hasta hacerlo puré, por todos los cielos!
Ayame gimoteó al escucharlo, llena de angustia.
—En realidad, Datsue no me ha pedido nada —habló Daruu atropelladamente—. Ayame nos contactó a los dos, Datsue dijo que iba a hablar con usted. Y yo... Bueno, tenía la espinita clavada y... Bueno, eso, que soy un idiota. Si quiere me marcho.
«Sí, claro, ¡te va a dejar marchar por tu cara bonita después de colarte en su puñetero despacho!» Ayame se restregó la mano por la cara.
—Bueno, veámoslo por el lado positivo, ¿eh? No hay mejor forma para testear ese detector de intrusos que nos facilitó Ame —habló Datsue—. ¡Cincuenta ryos a que tenemos un equipo de ANBUs entrando en el despacho en dos minutos! ¿Alguien se anima a apostar distinto? ¿No? ¿No? ¿Nadie?
«¡No, por favor!» Rogó la kunoichi, con lágrimas en los ojos.
Daruu ya había tenido una suerte casi milagrosa cuando intentó apuñalar a Akame delante de los ojos del Uzukage y este se limitó a reducirlo en lugar de ejecutarlo, como bien sabía que habría hecho Yui de encontrarse en su lugar. ¡Un milagro sería que tuviera esa misma suerte dos veces!
Ayame respiró hondo y cerró los ojos, intentando por todos los medios serenarse. Algo completamente inútil en su situación...
—Ha... Hanabi-dono, soy Ayame. P... por favor, disculpe al estúpido de Daruu... —habló, en voz suficientemente alta para que pudieran escucharla más allá del sello—. Él... es un irresponsable y un idiota, pero sé que no tenía ninguna mala intención. ¡Es que no piensa antes de actuar! Por favor, se lo ruego, no... no le haga nada malo...
—En realidad, Datsue no me ha pedido nada —contestó el amejin, dejando caer sobre sus hombros toda la responsabilidad de su súbita intromisión con una honorabilidad bastante respetable—. Ayame nos contactó a los dos, Datsue dijo que iba a hablar con usted. Y yo... Bueno, tenía la espinita clavada y... Bueno, eso, que soy un idiota. Si quiere me marcho.
—Y una milonga, chico. No te vas a ningún lado.
—Bueno, veámoslo por el lado positivo, ¿eh? No hay mejor forma para testear ese detector de intrusos que nos facilitó Ame —habló Datsue—. ¡Cincuenta ryos a que tenemos un equipo de ANBUs entrando en el despacho en dos minutos! ¿Alguien se anima a apostar distinto? ¿No? ¿No? ¿Nadie?
... no. Nadie se animó.
—Está bien, Katsudon, tranquilo. Hazme un favor —dijo, acercándose a su oído y susurrando palabra ininteligibles para el resto—. ve rápido, antes de que la gente se alarme. El cuartel debe estar moviéndose ahora mismo. Anda, lo dejo en tus manos.
Y fue así como Katsudon, tras una severa mirada al amejin, abandonó la habitación.
Hanabi arrojó un sentido suspiro mientras retraía el espaldar de su asiento de cuero y tomaba asiento. Con la mano derecha señaló dos sillas individuales al otro costado del escritorio, para que tanto Daruu como Datsue hiciesen lo propio. En el interín, la voz de Ayame —con ese tono suyo tan particular que le hacía parecer mortificada todo el tiempo—. se hizo eco en el despacho a través de la técnica de Datsue, de la cuál ya se le había revelado su funcionamiento. Ambos brazos del Uzukage se tornaron hacia adelante, con los codos apoyándose en la madera de roble y entrelazando un juego de dedos con los otros. Los muchachos pudieron ver como le temblaba ligeramente el pulso y que trataba de respirar profundo con cada bocanada.
—Cualquier agravio que hayamos podido cometer, Ayame-san; han sido perdonados en el momento en que hemos firmado la Alianza de las Tres Grandes. Nos ha costado muchísimo llegar hasta este punto, y hemos perdido mucho en el proceso —ellos un Jinchuriki incluido—. así que no voy a poner en riesgo la estabilidad de nuestro pueblo por la ocurrencia de tu compañero —miró a Daruu—. pero que sea la última vez, Daruu-san. Los límites están para respetarse, ¿está bien?
Cerró los ojos y meditó qué caudal tomar en la conversación.
—Veo que habéis hecho una bonita amistad y eso me contenta. No puedo negar que siempre me preocupó los constantes rifirrafes que tenía Datsue con vuestra gente, así que ahora puedo estar más tranquilo que os habéis reconciliado. Pero hay que tener cuidado, Ayame, con las cosas que le contamos a nuestros camaradas. Dice Datsue que has visto a Uchiha Akame vivo. Yo ya le he dicho que eso es imposible. Ahora te lo voy a decir a ti —abrió los ojos otra vez. De nuevo, esa llama fulgurante en su mirada—. aún tengo los vestigios de las llamas que le quitaron la vida a mi Jinchuriki. Yo lo saqué de aquél infierno, sin vida; y vi como su asesino huía sin poder hacer nada. Eso me persigue hasta el sol de hoy, y no creo que deje de hacerlo por mucho tiempo.
»¿Lo que quieren decir es que, estoy equivocado? —tiró la piedra sin esconder la mano.
Daruu no sabía quién le intimidaba más, si Sarutobi Hanabi o ese hombretón de al lado suyo, Katsudon. El Uzukage le dedicó unas palabras en voz muy baja, y el Akimichi salió del despacho clavándole los ojos como cuchillos afilados. Daruu tragó saliva, y dio un respingo cuando Ayame habló a través del sello. Quizás en otro momento se habría ofendido por las continuas afirmaciones sobre que era un idiota. Pero es que lo había sido.
Hanabi les hizo sentar y tranquilizó a la kunoichi, al tiempo que apremiaba a Daruu a no volver a meter la pata con los límites de su buena voluntad.
—Bien. De acuerdo. Por supuestísimo. Lo que usted ordene, Hanabi-sama —recitó, como un mantra. Como si él mismo fuese un uzujin.
Hanabi se mostró aún más escéptico que Ayame en lo que se refiere a la no-muerte de Akame. Daruu no dijo nada: rígido como una tabla, lo único que hizo fue desear que Ayame no pusiese en riesgo su pellejo saltando contra Hanabi por no creerla.
27/04/2019, 01:34 (Última modificación: 27/04/2019, 01:35 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
Datsue, sentado en su silla, callaba. Callaba mientras veía a Katsudon irse. Callaba mientras Ayame hablaba. Callaba mientras Hanabi la tranquilizaba. Y calló, por un rato más, cuando Hanabi les retó a decirles que estaba equivocado.
—No lo está. Yo pienso como usted, Hanabi-sama. Yo pienso que Ayame vio lo que no era.
Por muchas dudas que tuviese, si tuviese que apostar por algo, era por eso. Y sin embargo…
—Pero, ¿de qué sirve esto? —Quiso saber, señalando a Daruu y a sí mismo con un gesto de mano—. ¿De qué sirve esto, hmm? ¿Para qué? ¿Para qué hago las paces con Daruu y Ayame? ¿Para qué forjamos algo entre los tres? Para qué… ¿si luego, cuando vengan a decirme algo importante, no les creo?
Él sabía muy bien para qué: para una mierda.
—Yo les pedí que confiasen en mí, aun cuando tenían muchos motivos para no hacerlo. Y esto tiene que ser algo recíproco, y requiere de mucha fe. Pero si yo ahora no confío en Ayame a la primera de cambio, entonces esto no sirve de nada. Lo que quiero decir, Hanabi-sama… ----Le costó completar la frase—. Lo que quiero decir es que si Ayame dice que vio a mi Hermano, entonces es que le vio —afirmó con una seguridad que estaba lejos de tener—. Y no importa que usted y yo, Hanabi-sama, tengamos la razón. Estoy obligado a confiar. En eso se basan las relaciones... —por un momento, activó su propio sello. Quería que aquello último llegase alto y claro a Ayame—, hasta que alguien rompa esa confianza, claro.
Hasta que descubriesen que había sido todo una mala pesadilla de Ayame y Datsue cortase la relación por lo sano.
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—Cualquier agravio que hayamos podido cometer, Ayame-san; han sido perdonados en el momento en que hemos firmado la Alianza de las Tres Grandes. Nos ha costado muchísimo llegar hasta este punto, y hemos perdido mucho en el proceso —respondió la voz de Hanabi—,así que no voy a poner en riesgo la estabilidad de nuestro pueblo por la ocurrencia de tu compañero.
Aún a solas en su habitación, y aunque nadie podía verla, Ayame inclinó la cabeza en una profunda reverencia.
—Muchas gracias, Uzukage-dono —dijo, algo más relajada.
—Pero que sea la última vez, Daruu-san. Los límites están para respetarse, ¿está bien?
—Bien. De acuerdo. Por supuestísimo. Lo que usted ordene, Hanabi-sama —recitó Daruu, como un autómata.
—Veo que habéis hecho una bonita amistad y eso me contenta. No puedo negar que siempre me preocupó los constantes rifirrafes que tenía Datsue con vuestra gente, así que ahora puedo estar más tranquilo que os habéis reconciliado. Pero hay que tener cuidado, Ayame —La muchacha pegó un leve respingo al escuchar su nombre formulado en los labios del máximo mandatario de Uzushiogakure—, con las cosas que le contamos a nuestros camaradas. Dice Datsue que has visto a Uchiha Akame vivo. Yo ya le he dicho que eso es imposible. Ahora te lo voy a decir a ti. Aún tengo los vestigios de las llamas que le quitaron la vida a mi Jinchuriki. Yo lo saqué de aquél infierno, sin vida; y vi como su asesino huía sin poder hacer nada. Eso me persigue hasta el sol de hoy, y no creo que deje de hacerlo por mucho tiempo.
«Llamas... Fuego...» Comprendió Ayame, que tragó saliva con esfuerzo.
—¿Lo que quieren decir es que, estoy equivocado?
—No lo está. Yo pienso como usted, Hanabi-sama. Yo pienso que Ayame vio lo que no era —replicó Datsue, antes de que Ayame pudiese intervenir, y la muchacha dejó escapar un sentido suspiro—. Pero, ¿de qué sirve esto? ¿De qué sirve esto, hmm? ¿Para qué? ¿Para qué hago las paces con Daruu y Ayame? ¿Para qué forjamos algo entre los tres? Para qué… ¿si luego, cuando vengan a decirme algo importante, no les creo? —añadió, contra todo pronóstico—. Yo les pedí que confiasen en mí, aun cuando tenían muchos motivos para no hacerlo. Y esto tiene que ser algo recíproco, y requiere de mucha fe. Pero si yo ahora no confío en Ayame a la primera de cambio, entonces esto no sirve de nada. Lo que quiero decir, Hanabi-sama… —Datsue hizo una pequeña pausa, como si las palabras se negaran a abandonar su garganta—. Lo que quiero decir es que si Ayame dice que vio a mi Hermano, entonces es que le vio —afirmó, con tal seguridad que incluso sorprendió a la testigo que escuchaba a cientos de kilómetros de distancia—. Y no importa que usted y yo, Hanabi-sama, tengamos la razón. Estoy obligado a confiar. En eso se basan las relaciones... Hasta que alguien rompa esa confianza, claro.
Ayame volvió a tragar saliva, y se agarró la camiseta a la altura del corazón como si estuviera evitando que saliera de su cuerpo.
—Hanabi-dono, en primer lugar mis disculpas por contactar de nuevo con usted de una forma tan poco digna —habló, con una risilla incómoda. Las dos únicas veces que había contactado con el Uzukage había sido a través de una carta escrita en una hoja desgastada y ahora a través de otra persona—. Y, en segundo lugar, jamás me atrevería a afirmar que usted está equivocado en algo. Simplemente... tenía que advertiros, y jamás se me habría ocurrido despertaros a todos a estas horas de la madrugada si no fuera algo tan importante.
»Sé que es muy difícil de entender o de creer, yo misma aún soy incapaz de hacerlo... Pero sé bien lo que vi. Y vi a Umikiba Kaido llamando Akame a un pobre vagabundo de Tanaku Gai que tenía el Sharingan en sus ojos —Ayame no entró a propósito en lo bajo que había caído aquel Akame frente a su Uzukage, hundiéndose en las drogas y comportándose como un loco. Aquella era una imagen que prefería ahorrarle, quizás por respeto, quizás porque era verdaderamente chocante cuando todos tenían en mente la verdadera imagen de Uchiha Akame, El Profesional—. Y sí, Uzukage-dono, Datsue ya me lo ha dicho: que podría ser cualquier otro Akame, que podría ser una coincidencia... Y podría pensarlo si no fuera porque ese Akame compartía sus mismos rasgos, aunque muy deteriorados: nariz torcida, cicatrices en la boca, ojos oscuros, pelo oscuro aunque más largo y desmejorado... y, sobre todo, como usted mismo me acaba de confirmar, una terrible quemadura que le desfigura la mitad de la cara. Además... vio mi bandana, estoy segura de que me reconoció antes de que yo lo hiciera siquiera, y no paraba de decir que yo también sería traicionada por los míos, que me tirarían a la basura en cuanto se cansaran de mí.
»Uzukage-dono, no sé qué pasó con Akame, ni sé en qué circunstancias murió... Y nunca me atrevería a decir que usted está equivocado en algo, pero sí creo que es posible que os hayan engañado. Igual que nos engañaron en Amegakure al hacernos creer que Umikiba Kaido estaba muerto. Nosotros también teníamos su cadáver, y lo enterramos igual que ustedes enterraron a Akame. Y tanto Datsue como yo le hemos visto. Vivo.
Por más que quisiera negarlo, Datsue tenía su punto. El mismo Hanabi se había enfrascado en que el Uchiha acabara de darle disgustos respecto a los amejin y que lo mejor era perdonar para ser perdonado. Ahora que lo había logrado, no podía traicionar a la confianza forjada de esa manera o todo su esfuerzo por hacer las pases habría sido en vano.
Pero podría darle fácilmente la derecha si se tratara de un avistamiento distinto. No de un muerto en vida juntándose con exiliados. Hanabi rechistó con un bufido solemne y miró fijamente a Daruu, quien era ahora mismo la bocina para que Ayame pudiera comunicarse.
El discurso de la guardiana de Amegakure, fue, sin duda, el más trascendental de todos. Hanabi no podía dirimir ningún atisbo de duda en sus palabras, y tampoco llegó a creer que les estaba mintiendo deliberamente. Además, mientras más profundo se hacía su explicación, más explícitos se hacían los detalles del acontecimiento, con lo cual, hacía de su historia un hecho más convincente. Los rasgos físicos del supuesto hombre encajaban a exactitud con los rasgos que tuviera alguna vez Uchiha Akame. Añadiendo la quemadura —evidentemente apropiada por las circunstancias en las que fue, ahora aparentemente, asesinado—. y el sharingan, no podía culpar a Ayame de creer con tanto fervor de que se trataba de él y sólo de él.
Lo que más le llamó la atención, no obstante; fue lo que le dijo el hombre. De la "Traición de los suyos". Eso le preocupaba en demasía.
Miró a Daruu a los ojos.
—¿Tú que piensas? —le soltó repentinamente—. convengamos en que de todos los presentes, eres, quizás, el que menos estima tenía por Uchiha Akame. Teníais un pasado turbio y los acontecimientos del chunin dejaron secuelas que son difíciles de olvidar. ¿Entonces, qué crees, Daruu-san?
Datsue les sorprendió con una intervención inesperada. De hecho, fue tan inesperada que el amejin se quedó mirándole, con la boca abierta, aún después de que Ayame terminase toda su explicación. La voz de Hanabi, interpelándole directamente, le hizo salir de su ensimismamiento. El líder del Remolino se le quedó mirando, el fuego anaranjado de sus ojos amenazando con quemarle.
La pregunta que le hizo Hanabi le hizo pensar en algunas preguntas que él mismo se había hecho. Se cruzó de brazos y miró al techo, meditándolo un instante. Miró a Datsue, y al final de nuevo a Hanabi.
—Nunca supe comprender la manera de ver el mundo de Akame —dijo—. Ese día, pensé de verdad que estaba trabajando a sus espaldas. En cuanto le vi a usted. En cuanto usted me habló. Supe que usted no era él, y que él no era usted.
»Es cierto que no le tengo en gran estima. Pero si fuera por ayudar a Datsue, acabaría aceptándolo. Es... Datsue es mi amigo. Es un liante, pero es buena persona.
»De todas formas esto no tiene que ver nada con lo que dice Ayame. Kaido fue un gran amigo mío, y ahora es un traidor. Me duele mucho en el corazón, pero es lo que hay. Lo que sí puedo decirle es que Ayame no le mentiría a Datsue después de hacer las paces. Y desde luego, no le mentiría a usted. Porque no vea cómo se puso cuando quiso mandarle la carta. —Sonrió.
Datsue se encogió de hombros ante la mirada de Daruu. A los amigos había que defenderles, ¿no? Aún cuando estaban equivocados. No. Especialmente cuando lo estaban. Se les decía que estaban errados, pero se les defendía ante otros. El corazón siempre por encima de la razón.
Ayame no tardó en tratar de convencer al Uzukage, volviendo a describir lo que le había dicho a Datsue media hora atrás. Ya más tranquilo, el Uchiha pudo prestar atención a un dato de lo más crucial. «¿Traicionado por los tuyos, Akame? ¿Eso piensas de mí también?»
No, ¿qué hacía? ¿Por qué ya estaba dando por hecho que estaba vivo? ¡Así el golpe sería más duro! Debía rebajar las expectativas. Debía volver a la senda del pesimismo. De la realidad. Aunque, en el fondo…
En el fondo tan solo quería abrir la tumba y comprobarlo de una maldita vez, antes de sucumbir a la locura.
Hanabi puso a prueba su paciencia, haciéndole esperar todavía más, simplemente por preguntarle a Daruu qué opinaba él de Akame. ¿Qué importaba lo que opinase un amejin?, quiso decir. Daruu, o cualquier otro… ¿qué mas daba? ¡Akame era su Hermano! ¡Un ninja de Uzu! Si había dudas de su muerte, ¡había que comprobarlo y punto!
«Tranquilízate». Respiró hondo. Exhaló el aire con lentitud. No podía permitirse perder los nervios.
Miró a Daruu cuando este dijo que él era su amigo. Todavía sonaban raras aquellas palabras en su boca. Pero ya menos.
Cada vez menos.
Devolvió la vista a Hanabi. Y esperó… Y esperó… Y esperó.
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—¿Tú que piensas? —habló Hanabi, de forma repentina—. Convengamos en que de todos los presentes, eres, quizás, el que menos estima tenía por Uchiha Akame. Teníais un pasado turbio y los acontecimientos del chunin dejaron secuelas que son difíciles de olvidar. ¿Entonces, qué crees, Daruu-san?
Ayame relajó los hombros. Si no hubiese sido por aquella última acotación, la muchacha habría pensado que se seguía dirigiendo a ella. Era difícil saber a quién hablaba uno cuando no podía mirarle a la cara. Sin embargo, era muy consciente de que preguntarle a Daruu era un tema terriblemente peliagudo después de todo lo que había ocurrido entre el joven chuunin y El Profesional. Un gato que siempre ha estado desdeñando a una rata no podía cambiar su opinión de un día para otro, y mucho menos mejorar su relación; y, sin embargo...
—Nunca supe comprender la manera de ver el mundo de Akame —respondió Daruu, con sinceridad—. Ese día, pensé de verdad que estaba trabajando a sus espaldas. En cuanto le vi a usted. En cuanto usted me habló. Supe que usted no era él, y que él no era usted. Es cierto que no le tengo en gran estima. Pero si fuera por ayudar a Datsue, acabaría aceptándolo. Es... Datsue es mi amigo. Es un liante, pero es buena persona.
»De todas formas esto no tiene que ver nada con lo que dice Ayame. Kaido fue un gran amigo mío, y ahora es un traidor. Me duele mucho en el corazón, pero es lo que hay. Lo que sí puedo decirle es que Ayame no le mentiría a Datsue después de hacer las paces. Y desde luego, no le mentiría a usted. Porque no vea cómo se puso cuando quiso mandarle la carta.
Las mejillas de la muchacha se encendieron al escucharle. Sí, después de todas las que le había liado por su deseo de enviar una carta de reconciliación, costaba un mundo creer que estuvieran los cuatro unidos así en aquellos momentos, hablando de un asunto tan importante. Casi como si...
Casi como si fueran camaradas de una misma aldea.
—Daruu sabe bien que yo no sé mentir —intervino Ayame—. ¡Y aunque supiera hacerlo jamás se me ocurriría con un tema tan grave! De hecho, aunque aún no he tenido ocasión de hacerlo, es mi firme intención avisar a Arashikage-sama sobre esto también. Como su kunoichi, es mi deber hacerlo.
Un atisbo de sonrisa acompañó al Uzukage por primera vez en aquella reunión, que le había mantenido aturdido desde sus inicios. Era innegable que los valores de Aotsuki Ayame eran dignos de una mujer de buen corazón, y que sus intenciones siempre habían sido buenas. Con la carta, y quizás, ahora, con la revelación de Akame. Y que Datsue y Daruu lo valoraran como un gesto inconfundible de buena fe era suficiente para que el mismo Hanabi lo hiciera también.
Hanabi miró a Datsue. Observó la inconfundible chispa de la esperanza atizándole el corazón. Presenció su alma, triste y oscura; encandilándose con un diminuto conato de luz al final de un túnel decadente que se le había estado haciendo interminable.
En lo más profundo de su corazón, Sarutobi Hanabi sintió muchísima pena por él. Porque era innegable que Datsue estaba mejor sin Akame a su lado. Que su muerte había contribuido de alguna forma para que Datsue se convirtiera en un hombre mejor. En un ninja más fiel. Con lo cuál, Hanabi no estaba tan seguro de que hubiera sucedido si él hubiera sido forzado a contemplar el mismo fatídico desenlace, pero de la mano de Uzushiogakure. Que vamos, era una posibilidad. Después de todo, Akame estaba siendo juzgado como un traidor durante el atentado y las traiciones no se olvidan aún y cuando hayas logrado salir vivo de tu jodida tumba.
—Oh, no harás tal cosa, Ayame-san —replicó, Hanabi—. ¿sabes lo que os haría Yui si se entera de que han acudido a mí primero? ¿lo que me haría a mí? ¡ni de coña! —soltó una carcajada vivaz para reducir la tensión mientras se removía incómodo en su asiento—. les pido encarecidamente que omitan lo acontecido aquí esta noche. No le hará ningún bien a nadie. Además, confío en que en cuánto Yui-dono oiga de vosotros que Akame puede estar vivo, acudirá a mí para hablarlo. Yo hice lo propio cuando Datsue me informó de su encuentro con ese muchacho llamado Kaido, así que estoy plenamente seguro de que nos pagará el gesto con la misma moneda. Que para estas cosas es que firmamos la Alianza.
»Ahora, esto es lo que haremos respecto a Akame —torció el cogote hacia Datsue y le arrojó una mirada de complacencia. Un "no te voy a dejar sólo en ésto, camarada" —. a estas alturas el cadáver debe estar bastante descompuesto como para que un reconocimiento sea suficiente, es verano y han pasado casi cuatro meses. Así que procederemos a exhumar el cuerpo y a realizar una prueba de ADN para zanjar cualquier sospecha de que la persona que esté dentro de ese ataúd, sea o no Uchiha Akame. Tardaremos un par de días en tener resultados conclusivos, así que... os pido paciencia mientras el escuadrón médico se encarga de este asunto. Paciencia y mucha cabeza con la información. No os dejéis llevar otra vez por las emociones como ha sucedido esta noche, ¿está claro? —les miró ahora uno a uno, incluso Ayame sintió el peso de su presencia a través del sello de la hermandad.