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13/08/2017, 19:58
(Última modificación: 13/08/2017, 19:59 por Aotsuki Ayame.)
—Ya. Es un sitio muy emblemático, pero dudo que pudieras encontrar algo de información allí —contestó Daruu—. Ni en la biblioteca tampoco, la verdad. A mí me costó mucho encontrar para lo que podía servir ese sello, y todo lo demás han sido conjeturas.
Ayame esbozó un mohín de disgusto. ¿Entonces cómo podría hacerlo? Entre sus planes estaba viajar a la Ciudad Fantasma, y quizás al Cementerio del Gobi, por ser lugares tan emblemáticos para el bijuu que llevaba en su interior. Pero, ahora que se paraba a meditarlo, ¿y si al llegar allí, al igual que había pasado en el Valle del Fin, no encontraba absolutamente nada? ¿Cómo sobrellevaría esa decepción?
—No estuve seguro hasta que te lo dije y te miré a los ojos. A la cara —añadió Daruu de repente, devolviéndola a la tierra. Ayame estuvo a punto de soltar una broma, pero antes de que le diera tiempo a formularla, Daruu volvía a hablar—. ¿Sabes? Todo eso del Valle del Fin me ha recordado algo. El clan que me dio estos ojos viene de la antigua Konohagakure. Tenía curiosidad, y algo me atraía hacia allá, así que un día llegué hasta el cráter. La verdad, era sobrecogedor... Pues allí conocí a una chica de Uzushiogakure. Se llamaba Eri.
[sub=deepskyblue]»Allí nos atacó un ninja vestido con el uniforme de Konoha. ¡Incluso estando la aldea destruida desde hace años y años! En fin, nos largamos de allí corriendo, y llegamos a un pueblecito en el que conocí a otro genin, Uchiha Akame. Teníamos que contárselo a alguien, claro. Pues bien, el tabernero del lugar era un chunin de incógnito, y ¿sabes qué? ¡Ordenó que Eri y Akame me mataran! ¡Estuve a punto de morir!
—¡¿Qué?! —exclamó Ayame, completamente horrorizada.
—Más tarde, Akame y Eri me alcanzaron y me dieron unas disculpas oficiales de parte de la Uzukage. Pero ese tipo, Akame, insinuó que igual que había obedecido con el chunin obedecía en ese instante. ¡Eri parecía dolida por haber tenido que buscarme para matarme, pero ese idiota no! Es como si no le importara cometer una injusticia aunque estuviese obligado a hacerlo. Cómo me gustaría demostrarle que soy tan buen ninja como él. Ojalá me toque contra ese idiota en el torneo.
—Ese tal Akame debe ser un ninja que sólo se guía por las órdenes. Eso es un poco... peligroso. ¿Es que no tiene opinión propia? ¿Sentimientos propios? —comentó, con un estremecimiento. Si de verdad no sentía las disculpas como propias, eso quería decir que le hubiese dado completamente igual seguir las órdenes del chunin que las de la Uzukage. ¿Se podía confiar en alguien así? Ayame sacudió ligeramente la cabeza y ladeó el cuerpo sobre la hierba para mirar a su compañero—. Pero, Daruu-kun, ¿cómo es eso de que habia un shinobi de Konohagakure? ¿Estás seguro de eso? Se supone que de la aldea no quedan más que ruinas. ¿Cómo es posible? ¿Y por qué os atacó? —preguntó, profundamente intrigada.
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—Ese tal Akame debe ser un ninja que sólo se guía por las órdenes. Eso es un poco... peligroso. ¿Es que no tiene opinión propia? ¿Sentimientos propios? —dijo Ayame. Daruu negó con la cabeza.
—No, eso lo entiendo, lo de seguir órdenes. Al fin y al cabo, somos eso. Somos ninjas. Somos soldados. Hacemos lo que nos ordenan, ¡y tenemos que hacerlo! —opinó, con firmeza—. No hacerlo nos convierte en traidores.
»No obstante, me dejó con la sangre helada que ni siquiera se disculpase de corazón. Quiero decir... ¡que tengas que hacer algo y no puedas oponerte a ello no significa que no estés de acuerdo!
—Pero, Daruu-kun, ¿cómo es eso de que habia un shinobi de Konohagakure? ¿Estás seguro de eso? Se supone que de la aldea no quedan más que ruinas. ¿Cómo es posible? ¿Y por qué os atacó?
Daruu asintió.
—Yo también tengo curiosidad sobre cómo acabó la cosa. Pero aquél chunin dijo que básicamente se trataba de farsantes. Eran una secta. Y estaban allá investigándola —dijo—. Eso sí, creo que fue castigado por intentar matarme... Según la carta que escribió Shiona-dono. A saber. Yo ya no quiero saber nada de aquello. Si te acercas mucho al horno te quemas, Ayame. Te quemas.
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—No, eso lo entiendo, lo de seguir órdenes. Al fin y al cabo, somos eso. Somos ninjas. Somos soldados. Hacemos lo que nos ordenan, ¡y tenemos que hacerlo! —opinó Daruu, con determinación que casi asustaba—. No hacerlo nos convierte en traidores. No obstante, me dejó con la sangre helada que ni siquiera se disculpase de corazón. Quiero decir... ¡que tengas que hacer algo y no puedas oponerte a ello no significa que no estés de acuerdo!
Ayame no respondió con palabras, pero torció ligeramente el gesto. No obedecer las órdenes del Kage, como shinobi, los convertía en traidores... ¿Pero qué sería de ellos el día que les ordenaran algo que iba en contra de todos sus principios? ¿Qué sería de ella si alguna vez, tal y como había afirmado Senju en su encuentro con él, Yui decidía utilizar al Gobi como arma una vez más? No quería hacerlo. No podía permitir algo así. ¿Pero acaso podría negarse? No podía saberlo... Y no conocería la respuesta hasta que no se enfrentara a una situación así.
—Yo también tengo curiosidad sobre cómo acabó la cosa. Pero aquél chunin dijo que básicamente se trataba de farsantes. Eran una secta. Y estaban allá investigándola —continuó su compañero, en respuesta a sus preguntas sobre lo ocurrido en los restos de Konohagakure—. Eso sí, creo que fue castigado por intentar matarme... Según la carta que escribió Shiona-dono. A saber. Yo ya no quiero saber nada de aquello. Si te acercas mucho al horno te quemas, Ayame. Te quemas.
Ella suspiró, y sus dedos comenzaron a juguetear con las briznas de hierba. Los canto de los grillos hacían los coros de sus pensamientos. Unos pensamientos enturbiados y confundidos que se entremezclaban como un caótico torbellino.
—Una secta... ¿Descendientes de las gentes de Konohagakure, quizás? —se preguntó en voz alta, dando rienda suelta a su disparatada imaginación—. ¿Y si hay más? No sólo en Konohagakure, sino en las antiguas Kirigakure, Sunagakure, Kumogakure e Iwagakure. ¿Te imaginas que estuviesen planeando un realzamiento de las aldeas, o algo así?
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Ayame dio un tendido suspiro y jugueteó con el césped de la loma. Daruu se descubrió mirándola otra vez, mientras hacía aquél sencillo gesto, y pensando que era lo más bonito que existía, ahora mismo, en el planeta. Se acercó a ella tímidamente y se abrazó a su cuerpo con dulzura.
—¿Puedo... puedo hacer esto? —«Menuda pregunta, imbécil».
—Una secta... ¿Descendientes de las gentes de Konohagakure, quizás?
—No sé, Ayame, a mí me parece que eso es darle demasiadas vueltas. Aunque... Podría ser, ¿no? Al fin y al cabo, yo tengo que ser por fuerza un descendiente de alguien de Konoha. Y ese ninja, Akame, que era Uchiha. Ambos clanes proceden de allí. De cualquier forma, serían unos chalaos.
—¿Y si hay más? No sólo en Konohagakure, sino en las antiguas Kirigakure, Sunagakure, Kumogakure e Iwagakure. ¿Te imaginas que estuviesen planeando un realzamiento de las aldeas, o algo así?
—Dios mío, Ayame, tienes una imaginación gigantesca —rio Daruu—. Qué miedo que da eso. No quiero ni imaginármelo.
«Sobretodo porque si lo que nos han contado de las antiguas aldeas es cierto, lo primero que harían sería buscarte a ti...»
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—Dios mío, Ayame, tienes una imaginación gigantesca —se rio Daruu, y Ayame se sintió profundamente estúpida con aquella idea—. Qué miedo que da eso. No quiero ni imaginármelo.
Ella se acomodó entre sus brazos y se permitió el lujo de cerrar los ojos. El cuerpo de Daruu era realmente cómo y cálido, y enseguida se sorprendió a sí misma sintiéndose reconfortada por su olor y el sonido de los latidos de su corazón. Jamás había experimentado una sensación así, pero ahora que la había probado se había vuelto adicta a ella y no quería que terminara nunca.
—Ahora que lo dices... —comentó—. Se supone que el clan Hōzuki y el clan Yuki son originarios de Kirigakure. Por lo que seguramente mis antepasados fueran de allí. Me pregunto cómo sería aquello. Seguro que no llovía tanto como en Amegakure —bromeó, con una risilla.
Sin embargo, enseguida retornó su gesto serio. No podía dejar de darle vueltas al asunto y, ahora que Daruu conocía su secreto, sentía que tenía una mano amiga cerca que la podía ayudar o, al menos, escuchar.
—Hace poco me crucé con un shinobi de Uzushiogakure —dijo, con un hilo de voz—. Se llamaba Senpu, o algo así, no lo recuerdo con claridad. Pero no paraba de repetir que el bijuu no debería estar en Amegakure, sino en Uzushiogakure, porque los Uzumaki son los únicos que pueden detener a las bestias. Que sólo se nos concedió como un "regalo" por los daños que había causado en el País de la Tormenta, pero que terminaríamos utilizándolo como un arma, tal y como se había hecho en el pasado. Yo... no quiero que eso ocurra, Daruu-kun. Confío en Yui-sama, ¿pero qué pasará si decide hacer algo así? Los bijuu no son armas, mira lo que ocurrió en el pasado. No quiero que se vuelva a repetir la historia... —se mordió el labio inferior, con un doloroso nudo en la base de su garganta.
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13/08/2017, 21:04
(Última modificación: 13/08/2017, 21:04 por Amedama Daruu.)
—Ahora que lo dices... —comentó Ayame—. Se supone que el clan Hōzuki y el clan Yuki son originarios de Kirigakure. Por lo que seguramente mis antepasados fueran de allí. Me pregunto cómo sería aquello. Seguro que no llovía tanto como en Amegakure —bromeó.
Daruu dejó escapar una risilla irónica.
—Pues supongo que habría mucha niebla.
—Hace poco me crucé con un shinobi de Uzushiogakure. —La voz de Ayame se había cargado de nuevo de seriedad. Daruu escuchó atentamente—. Se llamaba Senpu, o algo así, no lo recuerdo con claridad. Pero no paraba de repetir que el bijuu no debería estar en Amegakure, sino en Uzushiogakure, porque los Uzumaki son los únicos que pueden detener a las bestias. Que sólo se nos concedió como un "regalo" por los daños que había causado en el País de la Tormenta, pero que terminaríamos utilizándolo como un arma, tal y como se había hecho en el pasado. Yo... no quiero que eso ocurra, Daruu-kun. Confío en Yui-sama, ¿pero qué pasará si decide hacer algo así? Los bijuu no son armas, mira lo que ocurrió en el pasado. No quiero que se vuelva a repetir la historia...
Hubo un tenso silencio de unos diez segundos. Daruu se arrebujó en el pecho de Ayame, dejó escapar un suspiro y dijo:
—¿Sabes, Ayame...?
»Los uzureños están locos.
Luego se separó y rodó por el césped hasta quedar a la distancia suficiente para poder extender los brazos y piernas por completo. Disfrutó de la brisa nocturna.
—Si decide hacer algo así, no nos quedará más remedio que seguirla. Pero en mi opinión, no nos queda otra. Se supone que hay un Pacto —dijo Daruu—. así que dudo que eso pase, a no ser que a alguien se le vaya mucho la pinza... Como a ese tío de Uzushio. Sea como fuere, no creo que tu familia permitiera que te pasase nada...
...ni yo tampoco —aseguró, con firmeza.
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Daruu se mantuvo en silencio durante varios segundos que a Ayame se le antojaron horas. Después, se arrimó aún más a ella, como si quisiera fusionar sus dos cuerpos, y dejó escapar un suspiro.
—¿Sabes, Ayame...? Los uzureños están locos —respondió, y ella esbozó una ligera sonrisa.
Ayame sintió frío cuando se separó de ella y, tras rodar sobre la hierba, el chico se quedó boca arriba con los brazos y las piernas completamente extendidos. Ella, sin embargo, se reincorporó hasta quedar sentada abrazándose las rodillas.
—Si decide hacer algo así, no nos quedará más remedio que seguirla. Pero en mi opinión, no nos queda otra. —continuó él, para su desesperanza. Una parte de ella había estado esperando que la convenciera de que algo así no iba a pasar por nada del mundo. Que era imposible que la Arashikage se dejara llevar por un impulso así. ¿Pero cómo hacer eso? ¿Cómo asegurar algo así? Sólo podían confiar en tener fe en ella. Y Ayame no era muy paciente con temas relacionados con la fe—. Se supone que hay un Pacto, así que dudo que eso pase, a no ser que a alguien se le vaya mucho la pinza... Como a ese tío de Uzushio. Sea como fuere, no creo que tu familia permitiera que te pasase nada... ni yo tampoco —aseguró, con una firmeza escalofriante.
Pero Ayame apartó la mirada.
—No es sólo cuestión de lo que me pase a mí —replicó, aunque era evidente que también temía esa posibilidad—. Es cuestión de que se repita la historia... de que decidan utilizar el bijuu como un simple arma y vuelva a ocurrir aquella desgracia... No podría sobrellevar algo así, sabiendo que tengo dentro de mí un monstruo capaz de aniquilar una aldea entera de la noche a la mañana.
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Ayame apartó la mirada, incómoda.
—No es sólo cuestión de lo que me pase a mí —dijo—. Es cuestión de que se repita la historia... de que decidan utilizar el bijuu como un simple arma y vuelva a ocurrir aquella desgracia... No podría sobrellevar algo así, sabiendo que tengo dentro de mí un monstruo capaz de aniquilar una aldea entera de la noche a la mañana.
Daruu bajó la vista del cielo, apenado. Era incapaz de dar un argumento convincente en contra de esa posibilidad. Pero de alguna manera, lo veía como algo lejano, algo que no debía suceder. Quizás, su cerebro estaba apagando el interruptor de la probabilidad para evitar hacerle daño. En ese caso, él también debía apagar el interruptor de probabilidades de Ayame.
Se levantó.
—¿Sabes qué? Yo creo que no tiene sentido preocuparse por esas cosas, especialmente si no puedes controlarlas. Porque vas a quedarte así toda la vida —opinó, y se acercó a ella. Le tendió una mano para ayudarla a levantarse, solicitante—. Ven, que te voy a enseñar una cosa.
Pero cuando la muchacha cogiese su mano, traicionaría su confianza y la zarandearía hacia un lado, haciéndola rodar colina abajo.
—¡Escribe cuando llegues!
Entonces, se dejó caer sobre el césped y él también cayó rodando, hasta chocar con la espalda de ella abajo en la base.
—Wheeeeeiiii.
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Daruu se levantó se repente, y cuando Ayame alzó la mirada hacia él vio que se acercaba a ella.
—¿Sabes qué? Yo creo que no tiene sentido preocuparse por esas cosas, especialmente si no puedes controlarlas. Porque vas a quedarte así toda la vida —dijo, y le tendió una mano—. Ven, que te voy a enseñar una cosa.
Intrigada por sus palabras, Ayame no dudó un instante en aceptar su ayuda para levantarse. Aunque enseguida se arrepintió. Con el equilibrio desbalanceado, Daruu la arrojó hacia un lado. Los pies de la kunoichi se enredaron y, con una exclamación ahogada, vio como su cuerpo se precipitaba sin remedio y la hierba se acercaba a su rostro a toda velocidad. Rodó. Y la gravedad y la pendiente de la colina se encargó de acogerla en su seno.
—¡Escribe cuando llegues! —escuchó la voz de Daruu sobre ella, mientras seguía precipitándose.
En otra ocasión se habría echado a reír ante la broma. Habría sido lo mejor. Reír, dejarse llevar y, al conseguir frenar, abrazarse a él o devolvérsela de alguna manera. Quizás ambas cosas a la vez. Pero un tirón en la frente disparó todas sus alarmas, y cuando al fin consiguió detener el avance de su cuerpo, la kunoichi se levantó casi de un salto, tapándose la frente y sus ojos inundados de lágrimas mirando a su alrededor con desolación.
—¿¡Dónde está?! —exclamó, al tiempo que se agachaba y comenzaba a apartar algunos hierbajos para poder ver lo que había debajo de ellos—. ¡¿Dónde está mi cinta?! ¡¿Dónde está?!
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Daruu estaba a punto de caer ante Ayame, pero en lugar de eso, la muchacha saltó y se reincorporó de golpe. Daruu también se levantó, asustado. Entonces la vio.
—A-ayame...
—¡¿Dónde está mi cinta?! ¡¿Dónde está?!
—¡Ayame, por favor, calma! —exclamó Daruu, y cogió su muñeca para detenerla.
»¿Es eso lo que tanto querías ocultar? ¿Esa luna azul? Pero si...
»Es la cosa más bonita que he visto en el mundo.
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—¡Ayame, por favor, calma! —exclamó Daruu, tomándola por la muñeca para frenar su desesperación.
Sin embargo, Ayame se revolvió, su brazo se licuó de repente para escapar del agarre y retrocedió varios pasos mientras seguía tapándose la frente como si le fuera la vida en ello. Aquella era la segunda vez que le hacía aquello a Daruu, utilizar su técnica de hidratación para escapar de él, pero estaba absolutamente ida de sí. Y sus ojos seguían buscando con avidez aquella cinta de tela que se le había caído.
—¿Es eso lo que tanto querías ocultar? —continuó él—. ¿Esa luna azul? Pero si...
Al fin la encontró. Se agachó a toda prisa y tomó la prenda entre sus manos con delicadeza, como si temiera que el simple roce con ella fuera a desintegrarla. Se dio la vuelta, dando la espalda a Daruu.
—Es la cosa más bonita que he visto en el mundo.
Ayame se interrumpió unos instantes, con las manos temblorosas. Sin embargo, terminó por agachar la cabeza, pasarse la cinta alrededor de la frente con una perfección casi milimétrica y después la anudó por debajo de sus cabellos.
—¡No es bonita! —exclamó, con las lágrimas corriendo por sus mejillas.
No estaban allí físicamente, pero Ayame los sentía. Los fantasmas del pasado, acosándola, señalándola con el dedo, riéndose de ella. Aquella luna era la raíz de muchos de sus problemas. Algo así no podía ser bonito. Simplemente, no podía.
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Claro, tendría que haber tenido en cuenta aquello tan manido por Ayame de no puedes atrapar al agua. La muchacha licuó su brazo y siguió buscando su bandana. Finalmente la encontró —Daruu había sabido en todo momento que se encontraba allí— y la tomó a toda prisa. Se dio la vuelta.
Cuando Daruu le dijo que la luna era bonita, se interrumpió a medio colocársela unos instantes, pero después se ató la cinta con determinación.
—¡No es bonita! —exclamó.
—A mí me lo parece, y nada de lo que digas podrá cambiar eso —dijo Daruu—. ¿Por eso Setsuna y los suyos te llamaban alien? ¿Por esa luna? Desde luego, es cierto eso que dicen de los matones...
»Aprovechan cualquier detalle de mierda para hacerte la vida un infierno.
Daruu se acercó a Ayame con cautela y posó su mano izquierda sobre el hombro.
—Me da igual lo que decidas hacer con tu luna, Ayame-chan —dijo—. Tu padre lleva otra parecida en la frente, no es nada de lo que debieras preocuparte. A mí me parece bastante guay, ¿sabes? Tómatelo como mis dos colmillos. —Se señaló la mejilla izquierda—. Pero si no quieres que la gente la vea, yo no voy a decir nada.
»Guardaré todos los secretos que quieras hoy. Pero por favor, no me pidas que asuma que es fea. Porque me encanta, como... como el resto de ti.
Suspiró.
—Te invito a un chocolate calentito. Tengo un poco en mi habitación... Puedo, puedo puedo ir a bu-buscarlo, no es que quiera que te v-vengas a mi habitación. Y nos vamos al dojo común. Un ratito. Y acabamos la cita bien. ¿Sí? Por favor.
»No estés triste...
«Es culpa mía. Todo es culpa mía. Si me hubiera enfrentado a ellos cuando los vi acosándola, todo hubiera sido diferente. Fue culpa mía que Ayame suspendiera, y es culpa mía que tenga este trauma. Y ahora estoy en deuda con ella...»
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(Última modificación: 15/08/2017, 23:00 por Aotsuki Ayame.)
—A mí me lo parece, y nada de lo que digas podrá cambiar eso —replicó Daruu—. ¿Por eso Setsuna y los suyos te llamaban alien? —añadió, y Ayame se encogió sobre sí misma con un gimoteo al escuchar aquella maldita palabra—. ¿Por esa luna? Desde luego, es cierto eso que dicen de los matones... Aprovechan cualquier detalle de mierda para hacerte la vida un infierno.
Se acercó a ella, despacio, pero Ayame ni siquiera se movió cuando sintió que apoyaba la mano sobre su hombro.
—Me da igual lo que decidas hacer con tu luna, Ayame-chan —continuó—. Tu padre lleva otra parecida en la frente, no es nada de lo que debieras preocuparte. A mí me parece bastante guay, ¿sabes? Tómatelo como mis dos colmillos.
Se señaló la mejilla izquierda, pero ella torció el gesto ligeramente. Daruu había elegido libremente dibujarse aquellos colmillos sobre su piel. Ella no había podido elegir tener aquella marca de nacimiento, ni en qué parte del cuerpo, ni su forma, ni su color... No era lo mismo. Y aunque su padre lucía con orgullo la luna creciente de su frente, ella era incapaz de hacer lo mismo con la suya.
—Pero si no quieres que la gente la vea, yo no voy a decir nada. Guardaré todos los secretos que quieras hoy —continuó, y Ayame asintió, implorante—. Pero por favor, no me pidas que asuma que es fea. Porque me encanta, como... como el resto de ti.
Suspiró.
—Te invito a un chocolate calentito. Tengo un poco en mi habitación... Puedo, puedo puedo ir a bu-buscarlo, no es que quiera que te v-vengas a mi habitación. Y nos vamos al dojo común. Un ratito. Y acabamos la cita bien. ¿Sí? Por favor. No estés triste...
Sin embargo, Ayame no le dejó irse muy lejos. Antes de que pudiera retomar el camino de vuelta a Nishinoya, le agarró con el dedo índice y pulgar por la manga de forma tímida, agachando la cabeza.
—N... no me dejes sola. Por favor... —balbuceó, suplicante. No quería quedarse ni un solo segundo a solas. De repente sentía un absoluto pánico a lo inexistente y necesitaba la compañía y el calor de Daruu para reconfortarla—. ¿Puedo... puedo ir contigo?
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Daruu se dio la vuelta y procedió a marcharse, pero enseguida notó que algo le retenía por la manga del uwagi. «¿Huh?»
Se trataba de Ayame, que, con la cabeza gacha, no le dejaba marchar.
—N... no me dejes sola. Por favor... —balbuceó la muchacha—. ¿Puedo... puedo ir contigo?
Daruu se llevó la mano a la frente y sonrió con ternura.
—No hombre no, no te iba a dejar sola aquí —rio—. Te estaba diciendo que esperaras fuera, donde el estanque, y yo sacaba los chocolates. Aunque... aunque...
Desvió la mirada, con el rostro totalmente enrojecido por la vergüenza.
—No me importa que pases dentro de mi habitación —murmuró—. No tiene nada de malo, y... no sé. Ahora somos pareja. Si confías en mi...
Se zafó del pequeño agarre de la muñeca y se acercó a ella, tomándola de la mano. Tiró suavemente para conducirla más abajo, en dirección a Nishinoya.
—Vamos, vamos. Si no, se va a hacer tarde incluso para el chocolate.
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Daruu, con una cálida sonrisa, se llevó una mano a la frente. Ayame le miró por debajo de las pestañas, preguntándose si habría dicho algo muy estúpido.
—No hombre no, no te iba a dejar sola aquí —rio—. Te estaba diciendo que esperaras fuera, donde el estanque, y yo sacaba los chocolates.
««Tampoco quiero quedarme sola en el estanque...»» Pensó, mordiéndose el labio inferior. Pero era incapaz de reformular la pregunta. Hacerlo sería demasiado atrevido por su parte. Sería...
Y, como si Daruu le hubiese leído la mente, agregó:
—Aunque... aunque... —desvió la mirada, sin embargo—. No me importa que pases dentro de mi habitación —dijo al fin, y el corazón de Ayame aleteó con fuerza—. No tiene nada de malo, y... no sé. Ahora somos pareja. Si confías en mi...
Ayame asintió, con las mejillas al fuego vivo. Daruu se acercó a ella y la tomó de la mano con suavidad para conducirla más abajo, de vuelta hacia Nishinoya.
—Vamos, vamos. Si no, se va a hacer tarde incluso para el chocolate.
Así, en completo silencio y sólo acompañados por los coros de los grillos y las ranas que croaban cerca de allí en aquella calmada noche de verano. Daruu y Ayame regresaron a su recinto en el Valle de los Dojos. Los tres edificios los recibieron con los brazos abiertos a su llegada, y Ayame se dirigió en aquella ocasión hacia el de la izquierda, con el corazón bombeando con fuerza y los nervios a flor de piel.
««Esto... ¿Está bien?»» Comenzó a preguntarse, una vez pasaron la puerta principal y cuando se dejó guiar por su compañero. «Una chica entrando en la habitación de un chico... En teoría somos pareja... eso ha dicho él... pero... pero...» Sacudió la cabeza, ligeramente aturdida con la situación. Nunca había hecho algo así. ¿De verdad estaba bien así? ««Idiota. Tú misma se lo has pedido. Además, sólo te va a invitar a chocolate, te ha pedido que confíes en él.»»
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