Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Muy bien —concedió Otohime—. El Bautizo del Dragón es un poderoso fuuinjutsu que te pondrá a prueba y evaluará si eres apto. Si la pasas, quedará en ti una marca, la Marca del Dragón.
Otohime se remangó la camisa y enseñó la suya, en el antebrazo derecho. Era el mismo dragón tribal que había visto en el hombro de Kaido.
—¿Dónde quieres llevarlo?
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Akame nunca se imaginó que le harían una pregunta como esa. En su cabeza, el Bautizo era una durísima prueba que seguramente pondría al participante en situaciones límite, como la muerte, para probar que era de extraordinaria fuerza y con una voluntad de hierro. Pero, ¿un Fuuin? Aquello no lo tenía previsto. Se notó nervioso por un momento, aterrado ante la incertidumbre. ¿Qué demonios le haría esa puta técnica? ¿Y si le borraba todos sus recuerdos y le convertía en un zombi sin conciencia ninguna? «No, no puede ser. Kaido parecía él mismo, y ese tipejo de Shaneji de seguro que tenía todo tipo de actitudes de lo más humanas.» Sin tenerlas todas consigo, el Uchiha se abrió la yukata a la altura del pecho y dejó el hombro izquierdo al descubierto.
—Aquí —señaló, trazando una línea imaginaria con su índice derecho, que iba desde arriba del pectoral izquierdo, donde lucía el tatuaje de la flor de loto de Kunie-sensei, hasta detrás de la oreja zurda, parcialmente calcinada.
Los ojos de Otohime pasaron del tatuaje de la flor de loto al pectoral izquierdo, a la oreja calcinada y luego de nuevo al tatuaje.
—Qué curioso…
El bastón en el que se apoyaba la Anciana sonó al rebotar contra el suelo, reflejando su impaciencia.
—¿Qué ocurre ahora?
Otohime se acercó a Akame y posó una mano sobre el tatuaje, acariciándolo con la yema de un dedo. El Uchiha notó sus dedos fríos, pero suaves al tacto. Como si no hubiese empuñado un arma en la vida.
—Esto no es un tatuaje, ¿verdad? —preguntó, clavando sus ojos castaños en los de él—. Sino un… Juinjutsu.
Un Sello Maldito como podía serlo el Ryū no Senrei.
—¿Quién te lo puso? —quiso saber la Anciana, que no se esperaba aquel giro repentino. ¿Chocaría con el Ryū no Senrei? ¿O era algo que simplemente le potenciaba en combate?—. ¿Qué hace?
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De sorpresa en sorpresa. Y esta vez, a la mayor. ¿O quizás no era sino una mentira de Otohime?
—¿Un... Juinjutsu?
El rostro del joven Uchiha era un auténtico poema. Durante unos instantes, pareció haber perdido el habla, y ni siquiera cuando la Anciana le increpó, queriendo saber más de aquel supuesto sello, Akame fue capaz de reaccionar. Sólo cuando su maltratada mente fue capaz de hilar los pedazos de tela que Otohime trataba de lanzarle a la cara, pudo articular respuesta.
—¿Juuinjutsu? ¿Qué hablas, mujer? —replicó, verdaderamente sorprendido—. No es un sello, ni tiene propiedades mágicas algunas. Es una marca, como la vuestra, que durante un tiempo me identificó. Cuando era un esclavo al servicio de otra maestra.
Retrocedió un paso. Estaba empezando a perder los nervios.
—¿¡Intentas manipularme!? ¿Qué pretendes? —exigió saber, balbuceando—. Llevo muchos años con este tatuaje y nunca ha manifestado ninguna propiedad especial, ninguna anomalía, ¡nada! ¡Lo tengo desde... Desde...!
La voz se le congeló en la garganta. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía ser... que no se acordara de cuándo se había hecho la flor de loto de Tengu? Sus ojos reflejaron la más pura confusión y angustia cuando se fijaron en los de Otohime, casi implorantes. Casi suplicantes por conocer la verdad que para ella parecía evidente pero a Akame se le escapaba. «¿Qué significa esto...?»
Tras unos breves segundos de tensión, Otohime no pudo hacer otra cosa que reírse.
—Desde siempre, ¿eh? —La verdad era tan evidente que hasta el propio Akame empezaba a darse cuenta por sí mismo—. Jugaron con tu cerebro, chico. Tuvieron que borrar tus recuerdos… o incluso cambiarlos por otros a su conveniencia. —¿Qué otra explicación había? ¡No recordaba cuándo se lo habían puesto!—. Qué asco. Qué puto asco.
—Si algo valoramos en Dragón Rojo, eso es la libertad. Si lo que dices es cierto, Otohime, han hecho algo más que borrarle la memoria. Le han mutilado el alma —dijo con gravedad—. ¿Podría recuperarlos? ¿Podrías deshacer el sello?
Otohime frunció el ceño. Su especialidad era poner sellos malditos, no quitarlos.
—Podría… intentarlo —concedió, posando sus ojos en el Uchiha.
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El rostro normalmente sereno y reflexivo de Akame reflejó durante unos instantes de inevitable debilidad la profunda zozobra que le sacudía hasta las entrañas. Se sintió, allí frente a esas dos mujeres, indefenso e ignorante. Frente a la verdad que ellas parecían saber con total certeza y él sólo intuía, su entereza era como una cáscara de nuez en mitad del temporal; minúscula, inútil, sujeta a los caprichosos vaivenes de la tormenta. Todo cuanto le quedaba era rezar —si es que todavía recordaba cómo— para salir bien parado de semejante oleaje. Odió sentirse de tal forma, y sin embargo no encontró el modo de cambiar su suerte. No en ese preciso instante... Él, que siempre tenía un plan. Se vió de nuevo arrastrado a su destino por hilos ajenos, como cuando había sido asesinado irremediablemente y traído a la vida por su maestra.
Akame bajó los hombros. Durante aquellos instantes, fue la viva imagen de alguien derrotado. Luego su mente, tan testaruda y terca como una mula vieja, rápidamente activó los mecanismos de supervivencia que tanto caracterizan al ser humano. Y valiéndose de su buena capacidad intelectual, elaboró rápidamente un plan de ataque que pretendía dar sentido a lo inexplicable.
—Ellos... ¡Fueron ellos! ¡Fueron ellos, joder, está claro! —estalló de repente, como una ristra de petardos—. Esos hijos de puta... ¿Quién si no? Sabían que no podrían conmigo. Sabían que volvería, de algún modo lo sabían. ¿Dices que mis recuerdos han sido alterados? Tengo claros a los culpables... Sarutobi Hanabi y sus súbditos.
El Uchiha se revolvió, como si le diera asco el sólo pronunciarlo. ¿Tan grande era el alcance de la traición que había sufrido? ¿Cómo habrían jugado con su mente? Sea como fuere, no le costó tomar la decisión. Hizo lo único que realmente sabía hacer; apretar los dientes y seguir hacia delante. Siempre hacia delante.
¿El mismísimo Uzukage? Anciana y Otohime se miraron. Su antigua maestra, el propio Hanabi… No importaba quien hubiese sido, sino cortar las alas a aquel sello para prevenir una posible interferencia.
—Hazlo.
—Quítate la camiseta y siéntate en el suelo —dijo entonces, mordiéndose el pulgar.
—¿Podrás hacerlo sin ayuda?
—Para esto tengo fuerzas —aseguró.
Decidida, dibujó una fórmula alrededor de la flor de loto con su propia sangre. Luego varias ristras por su pecho, abdomen, espalda… Ristras de complicadas fórmulas que había aprendido mucho tiempo atrás, de su mentor. ¿Qué diría él, de ver en lo que se había convertido? Prefirió no pensar en ello.
Finalmente, tomó un kunai y trazó dos circunferencias en el suelo, donde Akame era el centro. Exactamente igual que, años atrás, su antiguo Hermano, Datsue, había hecho con un anciano en una misión de rango C que a ellos les gustaba llamar El Resplandor.
—Esto te dolerá un poco —avisó, justo antes de ejecutar la larga secuencia de sellos y que las ristras de fórmulas se viesen absorbidas por la flor de loto.
¿Funcionaría?
¤ Fūja Hōin ¤ Método de Sellado del Mal - Tipo: Apoyo - Rango: A - Requisitos: Fūinjutsu 60 - Gastos: 100 CK - Daños: - - Efectos adicionales: Inhibe los efectos de un sello maldito (Jūinjutsu) ó cualquier tipo de sello, a voluntad del portador - Sellos: Liebre → Serpiente → Caballo → Carnero → Pájaro → Tigre → Liebre → Serpiente → Caballo → Carnero → Pájaro → Tigre → Liebre → Serpiente → Caballo → Carnero → Pájaro → Perro → Rata - Velocidad: Muy lenta - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Esta técnica se utiliza para suprimir el efecto de marcas malditas y fūinjutsu indeseado en el cuerpo de un aliado o sobre uno mismo, y requiere de todo un ritual de preparación. Se dibuja una fórmula alrededor del sello que se quiere suprimir, con la propia sangre del usuario, y después se continúa dibujando alrededor de ese usuario y de su piel hasta ocupar al menos tres metros de longitud en circunferencia en el suelo. Se dibujan también dos círculos concéntricos que corten esas líneas de fórmulas, y entonces comienza una larga serie de sellos. Cuando termina, los círculos concéntricos se unen poco a poco y a través de la piel del receptor a la fórmula que tenía pintada originalmente alrededor del sello que se desea suprimir. Es un proceso rápido para él, pero extremadamente doloroso. Una vez plantado, éste sello protege al oponente del sello suprimido, sólo liberando su poder si él desea liberarlo ó si su chakra disminuye por debajo del 25% de sus reservas.
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Y sin embargo... No había sido Hanabi, ni ningún Uzumaki, ni nadie del Remolino, quien había manipulado la mente de aquel joven. Él hubiese sido capaz de jurarlo con su propia sangre, incluso mientras notaba cómo le temblaban las piernas y los brazos al quitarse la camiseta y sentarse en el suelo. Akame conocía aquella técnica que iban a realizar sobre él; se la había visto hacer a Datsue, mucho tiempo atrás —en aquel momento parecía que hubiese sucedido casi en otra vida, y en cierto modo, así era— a un anciano para liberarle, justamente, de un extraño Sello Maldito. Sabía que era dolorosa en extremo. Pero tampoco pensaba ceder al miedo, pues aquel sello era sin lugar a dudas unos grilletes con los que le tenían preso. Si no se soltaba, nunca tendría la libertad que tanto ansiaba.
El Uchiha gritó y berreó de pura agonía, como si le estuvieran arrancando el mismísimo alma. Conforme las fórmulas de sellado iban retorciéndose por su cuerpo cual serpientes de cascabel, mordiéndole para inyectarle un peligroso veneno, Akame no pudo sino apretar los dientes y los puños hasta hacerse sangre. El sabor del hierro en su boca no le calmó, y lanzó otro aullido de dolor.
Akame calló tan pronto todo terminó. Su cuerpo todavía se bamboleaba intensamente al ritmo de una respiración agitada por el dolor y la angustia, pero él ya no gritaba. Estaba allí, sentado, cabizbajo. Aunque ni Otohime ni la Anciana podían saberlo en ese momento, por su cabeza pasaban en carrusel todos los recuerdos que le habían sido arrebatados y sellados sin más remedio. Y no había sido Hanabi, no. Sino su propia maestra. Kunie.
Cuando el Uchiha —después de unos largos minutos de silencio— se puso en pie, sus ojos carecían completamente de toda expresión. Su rostro, aun envuelto en vendas, parecía transmitir el más profundo pesar y desasosiego que cualquiera de aquellas dos mujeres hubiese visto en su puta vida. Tenía la mirada de un hombre abatido, derrotado, apaleado, vapuleado por el camino. Ya no había en ella rastro de determinación, o de astucia, o de serenidad. Todo era pura y simple tristeza. Cuando habló, parecía que lo estuviese haciendo un muerto vivo. Un cadáver que por alguna razón andaba, respiraba, y se movía.
Otohime y la Anciana se asintieron. Un espíritu quebrado y perdido era el que mejor reaccionaba al Bautizo. Y, oh, si algo era Akame en aquellos momentos, eso era un moribundo en busca de algo a lo que aferrarse.
—Necesito usar el chakra de alguien… —recordó, mirando de soslayo a la Anciana. Todos en el grupo sabían que no poseía las suficientes reservas de energía como para ejecutarlo ella sola. Pero para utilizar el chakra de alguien, antes necesitaba que estuviese inconsciente.
—Esperaremos por Ryū.
Otohime no insistió. De hecho, no tuvieron que esperar muchos minutos hasta oír unos pasos acercándose. Pero no era Ryū, sino…
—¡Hola, mamis! ¿Me echalon de menos? —Sino Money. La Anciana le miró con curiosidad—. Lo sé, lo sé. Debía quedalme espalando pol tu vuelta. ¡Pelo el tiempo es olo, mami! ¡Y ya saben que a Money no le gusta peldelo!
—De hecho llegas justo a tiempo.
—¿Cómo así?
—El Bautizo, Money.
—¿Cómo que el Bautizo? ¿Qué...? —miró a Otohime—. Ah, no. Money no firmó ese contrato. No, no, no. ¡Ni pol todo el olo del mundo van a conseguil que me deje noqueal. ¡Palabra de Money, mamis!
• • •
Otohime se mordió el pulgar, y dibujó con su sangre una circunferencia en el pectoral izquierdo de Akame, tan grande que pasó por debajo de su oreja y parte del hombro. Allí donde le había pedido él. Continuó dibujando complicados símbolos y fórmulas por todo su cuerpo, llegando incluso a la roca caliza, escribiendo kanjis que el Uchiha no comprendía ni comprendería en su vida.
Pronto, sin embargo, fue formándose un patrón que sus ojos sí lograron entender. Una figura, más bien, en el suelo. Un dragón de ocho cabezas y ocho colas, todas en distintas posturas y formando un gran círculo alrededor de él. Y es que él era las alas, el torso, el corazón.
Otohime realizó entonces una larga cadena de sellos. Akame no había visto realizar tantos juntos en su vida. El sello que conectaba a Otohime y Money —inconsciente en el suelo con un gran chichón en la nuca— se iluminó, como así también la propia Marca del Dragón de ella, en la nuca. Las escrituras del suelo empezaron a moverse, absorbidas por la marca dejada en el pecho de Akame. Todas se deslizaron por la superficie y su propia piel como serpientes, hasta que no quedó nada más que un dragón dibujado en su piel.
Estaba erguido y desafiante. Tenía las alas desplegadas y las cuatro patas en postura de combate. Su cola, larga, formaba una especia de ú, envolviendo sus dos patas traseras. Tenía la boca abierta, amenazante, y, en definitiva, colaba como un simple tatuaje tribal negro.
Negro, sí. Completamente negro y no con partes rojas como sí las tenía el dragón de Kaido. O el de Otohime. O el de Shaneji, antes de matarle y que se convirtiese en cenizas.
—Acompáñame —le pidió Otohime, visiblemente cansada, pese a haber usado el Chakura Kyūin en Money—. Necesitas dormir algo.
Caminaron entre las estalagmitas, dejando atrás a la Anciana y Money. Akame pudo darse cuenta que algunos de los potentes focos que iluminaban la cueva estaban fundidos o con la batería hidroeléctrica gastada. Se alejaron del lago, adentrándose todavía más en las profundidades de la guarida, y las paredes fueron estrechándose hasta formar un pasillo de unos seis metros de ancho.
El pasillo volvió a abrirse, dando a una zona pequeña comparada con la anterior, circular, y repleta de estalactitas color ocre. Akame contó ocho entradas a su alrededor —sin contar el pasillo por el que había venido—, y tomaron la tercera a la derecha.
Esta vez, el pasillo fue estrechándose todavía más, y perdiendo altura. Las estalactitas y estalagmitas desaparecieron del paisaje, quedando solo las peculiares formas rocosas que eran las paredes, iluminadas por bombillas aquí y allá, y dos tubos de neón color carmesí que recorrían cada borde del suelo.
Tardaron unos minutos en llegar al final, coronado por una enorme puerta de madera color rojo. Era robusta, y se notaba que era antigua. Tallado en la superficie, un gran dragón dándoles la bienvenida, de frente y con las fauces abiertas. Otohime agarró una de sus garras —que servía de pomo—, y la abrió.
—Esta era la habitación de Shaneji —le informó.
Era una habitación bastante amplia, con una cama circular en el centro, de mantas rojas y almohadas blancas. Había varios muebles para la ropa, percheros —no para las chaquetas, sino las espadas—, y una mesa de escritorio, con pluma y tintero sobre ella. También una estantería colgante donde poder colocar libros o pequeños objetos.
Parecía que alguien le había pegado una rápida limpieza, porque no había pertenencia alguna de Shaneji.
—Las luces se apagan manualmente una a una —le indicó. No poseían un cableado para hacerlo a la vez—. Y antes de acostarte bébete una de esas —señaló una de las dos botellas de agua que había sobre la mesita de noche—. Necesitas hidratarte bien. Te quedarás dormido por bastante tiempo. —Eso si llegaba a despertar siquiera—. Que tengas dulces sueños.
Y, con aquella despedida, Otohime cerró la puerta tras de sí y se fue.
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30/08/2019, 11:20 (Última modificación: 30/08/2019, 11:22 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Otohime no encontró resistencia ninguna por parte del joven Uchiha a que ella completara su ritual. Akame se mantenía tal y como había estado desde que le fuese anulado aquel sello que nunca había sido consciente de tener; inerte, como un trozo de carne, con los ojos vidriosos fijos en la nada. Ni siquiera cuando aquellas complicadas fórmulas de sellado se retorcieron para dar a luz al Dragón que, apropiadamente, iba a rubricar su pertenencia a la banda. Parecía que nada de eso le importara, sino que todo le causaba una gran molestia, como si el simple hecho de seguir respirando se le antojase terriblemente engorroso. Al menos, esa vez, no hubo dolor. Aunque parecía que al muchacho tanto más le hubiera dado igual.
Luego, Akame se puso en pie y siguió a la especialista tal y como ella le pedía. Caminaron durante un rato por las profundidades de aquel lugar llamado Ryuuguu-jō, una auténtica guarida de villanos como las de las historias que antaño el joven había devorado apasionadamente, recluído en su propia cueva. Las similitudes entre Ryuuguu-jō y la guarida de Tengu —aunque Akame habría dudado ya de que tal organización existiese o hubiera existido realmente, si le quedara ánimo para hacerlo— acababan allí, pues en la gruta de los de Dragón Rojo todo parecía mucho más avanzado y meticulosamente calculado. Las salas, los pasillos, las luces... Eran producto, sin duda, de años y años de trabajo. ¿Quién habría construído todo aquello?
Cuando llegaron ante la sala de las habitaciones, el Uchiha se limitó a entrar en la que Otohime le indicaba. Sus ojos pasearon brevemente por los de la mujer cuando ésta le explicó algunos pormenores del lugar, pero Akame no dijo nada. Cuando la especialista en Fuuinjutsu se fue, dejándole a solas con sus pensamientos, el Uchiha se limitó a apagar todas las luces —una a una— con movimientos mecánicos y poco dotados de libre albedrío, como un androide. Luego se sentó sobre la cama, tomó una de las botellas y la empinó hasta acabarla. El agua se le escurría por las comisuras de los labios mientras su nuez bajaba y subía con movimientos bruscos a cada trago. Dejó la botella sobre la mesa con una mezcla de indiferencia y meticulosidad y se tumbó sobre el colchón. Por un breve momento, deseó no despertar nunca más.
«Que descanses en un reposo profundo y sin sueños.»
Ten cuidado con lo que desees, porque se puede cumplir.
Una parte de Akame había deseado no despertar nunca más, y eso, precisamente, era lo que les ocurría a muchos tras recibir el Bautizo del Dragón. A esos que, como casi le había pasado a Kaido, eran demasiado tozudos y fuertes mentalmente como para dejarse ningunear por sello alguno.
Oh, sí, su descanso sería profundo y largo. ¿Sin sueños? Bueno, esa parte en específico no se iba a cumplir. Y es que, cuando el Uchiha se durmió, el dragón despertó. Pues era precisamente en ese momento de debilidad, de máxima indefensión, cuando el Ryū no Senrei actuaba. Y lo hacía de una manera muy curiosa: adentrándose en los entresijos del alma de su portador para sonsacarle algo muy concreto.
Y cuando lo consiguió, los sueños de Akame empezaron. El dragón le mostró el sueño de su vida. Su ambición más profunda, nacida desde lo más hondo de su corazón. Un sueño vívido, con todo lujo de detalles, y en el momento exacto en que lo conseguía. En ese preciso instante en que alcanzaba su meta y el éxtasis de felicidad le desbordaba.
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Como un velero perdido en mitad del océano, sin rumbo, ni velas, ni brújula. La tormenta parecía haber pasado pero aquel barquito no encontraba el camino de vuelta a casa; ¿tenía, siquiera, casa a la que volver? Mientras el casco de aquel bote se deslizaba silenciosamente por la superficie cristalina del onírico mar, Akame miraba al horizonte con ojos tristes, apoyado en el timón. No le quedaba rabia ni rencor en su corazón, tan sólo tristeza. No, no tenía hogar al que volver y lo que era peor; hasta dos veces lo había tenido. ¿Era culpa suya el haberlo jodido todo? Ya ni siquiera lo sabía. ¿Cuándo había empezado a torcerse su vida? ¿Fue entonces, de niño? ¿O ahora, siendo un shinobi? Él, que tanto se había jactado de vestir una coraza impenetrable para protegerse de los sentimientos, que hacían débiles a los ninjas, se encontraba a la deriva en aquel inmenso océano con un gran pesar, porque sabía que ahora no quedaba una sola persona en Oonindo que le amara. ¿Cómo tenía que sentirse alguien presa de semejante soledad?
De repente el barquito encalló, con un súbito porrazo, forzándole a caer de bruces sobre la arena. Se levantó, confundido y mirando a su alrededor, para advertir que se encontraba en una inmensa playa de arena blanca. Una que le resultaba tremendamente familiar. El rumor de las olas y el olor a sal se colaron en sus sentidos, produciéndole una nostalgia cálida que le dio fuerzas para ponerse en pie. Y luego para caminar, caminar, caminar...
Oyó una voz muy familiar. «¿Hermano?» Y en efecto, ¡allí estaba! Su compañero de aventuras, de misiones, su amigo y confidente, su compadre. Plantado junto a la orilla, y a su lado...
«Y... Yume-chan...»
Akame corrió hacia ellos por puro impulso. Ni siquiera se detuvo a preguntarse qué era lo que debía hacer. Ambos le recibieron con una sonrisa y los brazos abiertos, se fundieron los tres en un abrazo fraternal y rebosante de alegría. ¿Qué más daba todo lo demás? Entre aquellas dos personas, Akame era feliz.
El abrazo se mantuvo por unos eternos segundos, como si ninguno de los tres quisiese ser el primero en romper aquel momento mágico. Lloraban. De alegría. De júbilo. De pura felicidad.
—Sabía que vendrías, joder —no pudo contenerse Datsue, dándole una fuerte palmada en la espalda.
Yume aprovechó el momento y tomó el rostro de Akame entre sus manos, obligándole a mirarla a centímetros de distancia. El cálido aliento de ella rozó los labios de él; y su voz llegó tan suave y baja a los oídos del Uchiha como el murmullo de un riachuelo lejano.
—Baby… Love really hurts… Without you…
Cerró los ojos y se inclinó para besarle…
…y Akame sintió que algo se clavaba en su vientre. Cuando miró hacia abajo, vio que tenía clavada una daga hasta la empuñadura.
—Oh, sí. Sabía que vendrías… —dijo con una sonrisa maliciosa—, puto traidor.
Antes de que pudiese reaccionar, otra daga se clavó en su otro costado.
—¿De verdad creías que seguiría enamorada de una puta rata traidora como tú? —le espetó, antes de retorcer con saña la daga con la que le había apuñalado. Luego le escupió en la cara y le dio tal puñetazo que lo tumbó en el suelo.
—Qué asco, joder. Qué puto asco. Y pensar que una vez te llamé Hermano. ¡Me pongo enfermo solo de pensarlo! —Incapaz de contenerse más, Datsue le propinó dos patadas en las costillas y le echó un escupitajo.
Se oyeron aplausos. Alguien que Akame conocía muy bien, de larga cabellara rubia ondeando al viento, se acercaba.
—Buen trabajo, chicos.
—Salió todo tal y como dijo, Hanabi-sama.
Fue entonces cuando Akame recordó. Su huida de la Villa. Sus años errantes. Siempre creyendo que le faltaba algo por estar completo. Hasta que, un día, recibió una carta. Datsue y Yume le citaban en aquella isla, asegurándole que estarían solos. Que solo querían hablar. Saber cómo estaba. Volver a verle. Pero, en realidad…
—Bueno, bueno. Por algo soy el Uzukage, ¿eh? Estaba claro que el traidor de Akame no se resistiría a venir —Cuando llegó hasta Akame, el Uchiha pudo ver la cara triunfal reflejada en su rostro. Una alegría desmedida y también… un profundo alivio. Como si se acabase de quitar un gran peso de encima—. Es hora de que pagues por tus crímenes contra la Villa, chico.
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Así de efímera es la felicidad, muchachos. Un momento fugaz como una estrella que dura lo que una vela al caer en un pantano. Glup.
Al joven exiliado le costó procesarlo todo. Primero, el tacto frío del acero penetrando en su cuerpo. Dos veces. Luego la voz de Yume, cargada de veneno tóxico. El puñetazo, que le dejó sin equilibrio y le obligó a notar el duro golpe de la arena contra su espalda. Las palabras de Datsue, que se le clavaban hondas en el corazón. El sonido de un gargajo. Las patadas. Y por último... Los aplausos. Los aplausos y la visión de aquella melena rubia meciéndose al viento. Cómo le odiaba. Le odiaba a muerte.
«Hanabi, hijo de mil putas, cabronazo de mierda... Te voy a matar...»
Con la rabia insuflando fuego de Amaterasu en sus venas, Akame trató de incorporarse mientras el máximo mandatario de su ex Villa se aproximaba, triunfal. Recreándose en su propia y sucia estratagema. «¿Cómo he podido ser tan estúpido?», se preguntaba el Uchiha. La respuesta era fácil, y la tenía ante él. Yume y Datsue. Por ellos había sido capaz de dejarlo todo.
—Hijos de puta... —una carcajada seca salió de sus labios—. Hijos de puta. Después de todos estos años...
La ira se mezclaba con el pesar que le atenazaba el estómago, como una piedra gigante que se hubiera tragado. Traicionado, de nuevo, por las dos personas a las que más había amado en todo Oonindo. Por su amada, y por su Hermano. Akame se volteó, y trató de incorporarse para acabar de rodillas. Sus puños apretaron la arena, mientras de sus labios emergía un gruñido de frustración. Había sido tan bonito. Hubiera dado todo por vivir eternamente en aquel momento que ahora se le escapaba entre los dedos.
Datsue abrió la boca para responder, pero Hanabi se le adelantó.
—¿Después de todos estos años, dices? —dijo, iracundo—. ¿De años espiando para el enemigo, te refieres? ¿Trabajando a nuestras espaldas? ¿Mintiéndonos? —resopló—. Si es que lo supe desde el incidente del examen Chunin. Mi error fue querer confiar en ti, pero ya allí tenía que haber seguido mi instinto. Cuando secuestraste a Ayame y trajiste esposado a Daruu… ¡Querías provocar la guerra! ¡Destrozar la paz que tanto me costó mantener!
»Eres un traidor, Akame. Una serpiente ponzoñosa, cobarde y mezquina. Por ti, Uzu casi se va a la ruina. La debilitaste. La pusiste en jaque, y de no ser por mí, probablemente estaríamos haciendo frente a nuestra propia extinción. Eres lo peor que le sucedió a la Villa desde Zoku, y por eso, vas a terminar igual que él.
Datsue y Yume se apartaron de golpe. Hanabi acababa de formar unos sellos, expulsando por la boca una bola de fuego tan grande y abrasadora como la que antaño los Hermanos del Desierto habían utilizado contra Zoku.
Las llamas le embistieron sin compasión, derritiéndole la piel, los músculos, los mismísimos huesos…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80