Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Las réplicas del gobernante de Uzushiogakure caían sobre él como una cascada de mierda, apestosa y maloliente. Lo peor era que Akame no encontraba fuerzas ni palabras para replicarle, que sabía que todo aquello tenía un fundamento, que sabía que entre Chokichi y Kunie —su colaboración era algo que el Uchiha todavía no alcanzaba a encajar de forma coherente, pero a lo largo del tiempo había llegado a la inevitable conclusión de que ella le había suministrado el material para inculparle— le habían tendido una trampa de la que jamás podría salir. A ojos de todo el Remolino, y de la Gran Alianza, era un traidor. Y nunca, jamás de los jamases, podría cambiar eso... ¡Porque él también lo habría pensado de estar en lugar de ellos! ¿Quién iba a creerse su patética historia de agente doble arrepentido y enamorado de su nueva patria?
Mierda. Todo eso era mierda. «Tú no tienes patria, Uchiha Akame. No tienes hogar. Tú decidiste abandonarlo», se reprochó de forma inevitable. Por esa misma razón, cuando el Katon de Hanabi arrasó con su cuerpo, el joven Akame no sintió pesar ni dolor, sino...
Alivio. Por fin dejaría aquella tierra maldita, aquel Valle de Lágrimas.
La Primera Fase de la Marca del Dragón. Esta técnica se utiliza para reconducir los deseos e instintos del usuario hacia unos favorables a Dragón Rojo. Para ello, hace uso de los recuerdos y deseos más viscerales del objetivo para mostrárselos en sueños, solo para después convertirlos en pesadillas. El proceso se repite en la mente las veces que sean necesarias, hasta que el subconsciente aprenda a reaccionar negativamente ante aquellos estímulos. En cierta manera, se trata de la misma tortura que ejercen ciertos circos para enseñar a sus animales, quienes aprenden a reaccionar de cierta manera ante estímulos auditivos o visuales para no recibir un castigo.
Luego, se pasa a estímulos positivos, mostrando al usuario lo que podría alcanzar siendo leal al grupo, combinándolos con ciertas problemáticas y dificultades para que cuando despierte, no se encuentre un gran cambio entre lo idílico y la realidad.
El proceso no terminará hasta la reconversión del usuario o su muerte.
Usuarios con suficiente fortaleza mental (Voluntad > 80), puede resistirse todo el tiempo que quiera. Usuarios con Inteligencia > 80 y Voluntad > 60, o con Inteligencia > 100 y Voluntad > 40, logra entender los entresijos del fūinjutsu a tiempo como para engañar al sello maldito y hacerle creer que ha sucumbido a sus deseos.
Los efectos una vez superado el proceso (no se aplican si, de algún modo, se ha engañado al Sello Maldito) son los siguientes:
Voluntad e Inteligencia < 20: El usuario creerá que sigue en uno de sus muchos sueños, y hará lo posible por enmendar los errores de sus “vivencias” y ser leal a Dragón Rojo.
Voluntad e Inteligencia < 40: Tras los primeros días, donde creerá que sigue en un sueño, el usuario empezará a distinguir la realidad con el día a día. No obstante, tendrá tan interiorizado los errores y aciertos de sus “vivencias” que será fiel a Dragón Rojo, y a lo aprendido en sus sueños. Nada puede hacerle desviar de su camino.
Voluntad e Inteligencia < 60: El usuario, tras haber transcurrido al menos 24 horas y haber dormido, se da cuenta que está en la realidad. No obstante, tiene interiorizado en su subconsciente los muchos beneficios que le aportará Dragón Rojo, así como los fracasos y frustraciones de elegir un camino distinto, lo que le conducirá a ser fiel a Dragón Rojo. No obstante, puede tener sus propias ideas de lo que debería ser la organización y cómo llegar a sus objetivos finales, y discutir o incluso enfrentarse a otros Cabezas de Dragón, si así lo desea, para conducir al grupo por ese camino.
Con el paso del tiempo (3 meses), el usuario, puede empezar a cuestionarse los motivos y razones que le llevan a estar allí, e incluso, si así lo quiere, traicionar al propio grupo, de tener una razón de peso.
Voluntad o Inteligencia 80 o mayor: Ya sea por su gran fortaleza mental, o porque es lo suficientemente inteligente como para suprimir los estímulos que recibe su cuerpo, el usuario puede, si así lo desea, ir en contra de lo que le pide el cuerpo y lo que cree que es su instinto y traicionar a Dragón Rojo. No obstante, siempre tendrá más dudas de lo normal, y tiene que darse un motivo de peso para revelarse durante el primer mes del sellado.
Voluntad o Inteligencia 100 o mayor: No le afecta.
Alguien con suficientes conocimientos en Fūinjutsu (100), puede revertir la técnica, consiguiendo eliminar dichos efectos si se dan las condiciones descritas en Liberación del Dragón.
Akame les dijo adiós muchas más veces. A Datsue. A Yume. Una y otra vez, revivía aquel sueño, en un bucle infinito. A veces, no era Hanabi quien le mataba, sino su propio Hermano. A veces, Yume no se podía contener y le rajaba la garganta cuando él trataba de besarla. En una ocasión, vio a Daruu tras su antiguo Uzukage, susurrándole cosas al oído. Hanabi asentía, y acto seguido mataba a Akame. En otra, era Yui quien hacía el papel de Daruu, pero en lugar de susurrarle, directamente le daba la orden. En voz alta y apremiante.
Y Hanabi obedecía.
Y Hanabi le mataba.
Poco a poco se fue dando cuenta de lo débil que era Hanabi. De lo fácil que se le podía manipular. Pero eso no era lo más importante. Porque eso, quizá, ya lo pensaba. Lo importante era que ni tanto Datsue ni Yume eran de confiar.
Los sueños se fueron volviendo más duros. Ahora Yume y Datsue se enrollaban tras apuñalarle. Eran felices, juntos, sin él. Siguió escalando: Yume y Datsue llevaban saliendo desde mucho antes de descubrir que Akame era un traidor. Le revelaban que se habían estado viendo a escondidas, desde el prncipio, y que en realidad se habían sentido aliviados cuando lo metieron en un puto calabozo y lo dieron por muerto.
Le confesaron que habían sido ellos mismos quienes lanzaron la bola de fuego contra su calabozo.
Le confesaron que siempre había sido un estorbo.
Voluntad 60, Inteligencia 90
Akame empezó a darse cuenta de algo. Al principio, no era una sensación más poderosa que un déjà vu. ¿No había vivido aquello antes? El viaje en el barco. La alegría al verlos. El abrazo. La decepción. El enfado. El alivio.
Era como si alguien o algo estuviese empeñado en hacerle ver que tanto Datsue como Yume no merecían la pena. Que debía olvidarlos, detestarlos incluso. Y todo empezaba con aquella maldita carta. Esa que ahora tenía entre sus manos.
En frente, un velero.
A su espalda, la guarida de Dragón Rojo.
¿Qué debía hacer?
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
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«Esto... Jé. Hace falta algo más que esto para engañar a Uchiha Akame, ¡hijos de puta!»
El antiguo jōnin observó el bote velero con una mirada inquisitiva. Luego descendió hasta el trozo de papel que tenía en las manos. La caligrafía, el mensaje, todo invitaba a creer que era auténtico. ¿Cómo si no? Pero Akame sabía; sabía la verdad. Entre amarga y reconfortante como el amor de una amante perdida. Apretó los puños con fuerza, con ira, pues habían estado cerca de engañarle... Mas no lo suficiente. Con gesto decidido, arrugó la supuesta carta de Datsue hasta hacerla una bola de papel y la arrojó hacia la orilla con todas sus fuerzas, tanto que creyó que se le iba a salir el hombro derecho.
Entonces se dio media vuelta, encarando la entrada a la gruta de Sekiryuu. Allí era donde debía ir; pero, ¿le esperarían más trampas y trucos como el de la falsa llamada de sus antiguos compañeros? Akame no lo sabía, pero ahora sí que se había encontrado a sí mismo con confianzas renovadas en sus propias aptitudes. Estaba en la mierda, todavía se sentía así, y no tenía ganas de vivir. ¿Pero, tal vez, todavía le quedaba algo por hacer? ¿Algo más grande que sí mismo, como siempre había creído? Su propia muerte parecía estar eludiéndole, por más que él se empeñara en buscarla.
«Quizás hay una razón.»
Y Akame no sabía si la encontraría en Ryuuguu-jō, pero desde luego, aquel lugar era la parada más inmediata en su camino. Así que, apretando los puños, hacia allí se encaminó.
Como Kaido tiempo atrás, el Uchiha accedió a los deseos del sello. Aunque, ¿había sido por el mismo motivo? El Tiburón se había visto obligado a suprimir una parte de sí mismo. A sucumbir. Como un león que ha recibido demasiados latigazos en su vida y que aprende que, cuando oye el restallido, lo mejor es saltar. Pasar por el aro.
Akame, en cambio, había visto más allá. Su inteligencia superdotada y su experiencia en Genjutsus había ayudado, claro. Comprendió lo que el domador quería de él, y mientras siguiese en su jaula, simuló que obedecía.
Cuando entró en Ryuuguu-jō, se encontró precisamente a Umikiba Kaido. Sonriente, como siempre estaba, aún a pesar de las circunstancias. Delante suya, un chico de rodillas y con las manos esposadas.
—Akame, Akame. Mira a quién he me he encontrado chusmeando por aquí —le dio un manotazo en la cabeza al chico para que levantase la mirada. Akame lo reconoció al instante—. Tu hermano.
»Sabes lo que toca hacer, ¿verdad?
—Vamos… vamos, chicos. No estaréis pensando en… ¡Que soy yo, joder! No… no tenéis por qué hacer esto —suplicó—. Podéis… Joder, podéis usar el Sennō Sōsa no Jutsu. ¡Akame sabe usarlo! Lo usáis en mí, olvido todo esto, ¡y aquí no ha pasado! ¡Seguimos viviendo cada uno nuestras vidas por separado!
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Si Akame sintió algo al ver a su antiguo Hermano esposado y arrodillado, rendido como una bestia herida, su rostro no lo atestiguó. Se quedó allí durante unos largos instantes, serio como una efigie de piedra, con sus ojos negros escudriñando el rostro de Datsue. No miró siquiera a Kaido; no le hacía falta. Avanzó un paso rápido y firme, con la autoridad de un Emperador, y desenvainó su espada de negra empuñadura. El acero silbó con un característico siseo al rozar la vaina, y brilló cuando su portador lo colocó junto al cuello de Datsue. Akame empuñó al Obsidiana con ambas manos y le obligó a cumplir su voluntad; la de segar la cabeza del joven jōnin de Uzushiogakure de un tajo seco, limpio, perfecto. La espada obedeció, atravesando sin dificultad piel, carne, hueso y músculo. La sangre empapó el cuerpo del joven renegado mientras este se mantenía tan impasible como cabía esperar de un Profesional.
Akame ya se había dado cuenta de que todo aquello no era más que una treta. Una ilusión que alguien estaba utilizando para jugar con su cabeza —ignoraba, o más bien, era incapaz de recordar, quién o cómo—, pero estaba seguro de aquello. El propósito de todo parecía querer llevarle a cortar los pocos lazos que pudieran quedarle con su antigua vida, a convertirle en un nuevo hombre desarraigado de Uzu no Kuni y sus gentes. Y él se dejaba llevar; porque sabía que, en el fondo, seguía en control de la situación. Y aun así, Akame sintió rabia al empuñar su espada. Sintió rencor e ira al decapitar a su antiguo Hermano; y luego le invadió la tristeza y la melancolía. Pero todo eso se lo guardó para él, a espaldas de quien estuviera controlando sus sueños.
Finalmente alzó la mirada para ver a Kaido.
—Que lo tiren en alguna zanja. Este miserable no merece un entierro digno —escupió, pateando el cuerpo arrodillado, sin cabeza, de Datsue para que terminara quedando tirado sobre la tierra como un saco de papas.
Umikiba Kaido sonrió, mas no era la sonrisa de un tiburón, sino la de un dragón.
—Bien hecho… compadre.
Akame volvió a revivir aquella escena, una y otra vez, como si el sello quisiese poner a prueba que su decisión no había sido fortuita, un mero error. A veces, no era Datsue quien se encontraba de rodillas en el suelo, sino Yume. Otras algún compañero de la Villa. Conocidos como Eri que se habían metido en la cueva equivocada. Otras…
Otras era Kunie.
Y con cada alma que segaba, a Uchiha Akame se le mostraba la vida que tenía a continuación. Una heroica, pletórica de victorias y conquistas. Se ganaba el respeto del grupo. Su aprecio. Algunos hasta lo consideraban como un hermano. De la familia. No todo era un camino de rosas, claro, pero al final prevalecía. Y, lo que era más importante: hacía las cosas a su modo. No más acatar órdenes. No más hacer lo que otros quisiesen. Había vivido así durante toda su vida, pero en Dragón Rojo era distinto. En Dragón Rojo era libre, y su voz tenía tanto peso como la de otra cualquiera.
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¡Y cómo obedecía el joven Uchiha, cual corderito amaestrado! Sin cansancio en sus brazos ni mella en la hoja de su espada, Akame decapitaba una y otra vez a todos los que él una vez había estimado, o amado, o había sentido respeto o lealtad por ellos. En ciertos casos, no pudo evitar que la ira le embargase, o la amargura, o el rencor. Pero siempre se dejaba llevar de la mano por el Bautizo, diligente, servil. Oculto. Porque sí, el verdadero Uchiha Akame nunca llegó a salir a la superficie, empleando una técnica que alguien le había enseñado tiempo atrás. Ahora parecía una eternidad. Un tipo experto en el subterfugio, en ocultar sus verdaderas intenciones y esperar el momento perfecto para asestar la puñalada en el corazón. Hōzuki Chokichi, quien se había creído, en cierto momento, más listo que nadie. Y Akame no pensaba repetir su error.
Por eso, el joven renegado cooperó sin rechistar, pues su verdadera faz estaba oculta como un pez raya bajo la arena. Esperando...
… hasta que, un día, despertó. El sello del dragón creyó que ya había cumplido su función. Que había lavado el cerebro de Akame y le había iluminado el camino correcto. ¿Su error? No contar con que aquel Uchiha había tenido a los mejores maestros del engaño y subterfugio. Kunie, Chokichi… Enemigos, sí. Pero también sus mejores maestros.
¿Cuánto había estado durmiendo? No tenía forma de saberlo todavía. Pero tenía los labios secos, la espalda le dolía por haber estado tanto tiempo en cama y hasta sentía los músculos —especialmente de las piernas— agarrotados.
Las luces de la habitación estaban encendidas, y alguien estaba sentado en una silla junto a él, con las piernas apoyadas en el colchón y devorando una porción de pizza. Las tripas de Akame rugieron en cuanto le llegó el olor a queso fundido.
—Y, pues, ¡¿qué tenemos pol aquí?! —exclamó al darse cuenta que había despertado. Era Money—. ¿El dolmilón ha despeltado, pues?
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El sonido de unos grilletes abriéndose. Su carcelero erróneamente creía haber terminado el trabajo y ahora le desencadenaba. Lo que no sabía, como otros tantos antes, es que hacía falta más para someter a Uchiha Akame. Pronto, todos iban a averiguarlo. Mientras el joven renegado notaba los tentáculos del mundo onírico aflojando la presa que tenían a su alrededor, empezó a notarse más ligero. Más liviano. Se sentía como un feto dentro del vientre de su madre, flotando en un ambiente cálido y acogedor. Pronto sería escupido de vuelta a la fría y cruda realidad, pero durante esos instantes, saboreó el momento.
—Hmpf... Nnnnñé...
Como un recién nacido —uno muy feo, con el rostro medio desfigurado y la habilidad de matar a una persona con sus propias manos— Akame trató de revolverse en el colchón con vago éxito. El cuerpo le dolía, tenía hambre y sed, lo cual no contribuyó sino a reforzar esta metáfora de su nuevo nacimiento; la única pega, es que no tenía nada de nuevo. No había tenido una epifanía ni una revelación sobre hacia dónde debía encaminar sus pasos, como les sucedía a las víctimas del Bautizo del Dragón, sino que seguía sintiéndose tan perdido y apesadumbrado como antes. ¿Como antes? No, no. Su senda, su camino, se recorría poco a poco... Pero sin pausa. Una voz distante, que ya no supo si era producto del mundo real o de su subconsciente, le invitaba a abandonar su sueño.
«Despierta, Akame-chan... Despierta, y mira a tu alrededor...»
Y así lo hizo. Lo primero que se encontró, para su desgracia, fue el rostro de Money.
—J... Joder, ¿tenían que... P... Ponerme al negro creepy de guardia? —logró balbucear, con la voz seca, mientras trataba de esbozar una sonrisa ácida—. Acércame el ag... ag... Agua, helmano —añadió, moribundo.
Money rio ante el comentario, una carcajada larga y seca. Luego se puso serio de pronto.
—Oye, papi. ¿Cleepy yo polqué? —¿Quizá porque le gustaba vestir bien, a diferencia de sus camaradas? ¿Mantener una buena higiene personal? ¿Por qué sino, entonces?—. Y, pues, tendlás que conteltalte. Otohime ha salido a estilal las pielnas, ¿viste? Y de complas. Desventajas de vivil en una puta cueva, hay que salil a menudo a reponel la despensa.
»Tómese su agua —dijo, acercándole una botellita de la mesita de noche—. ¿Pizza?
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Irónicamente, Money no le parecía tan mala compañía. Aquel desparpajo suyo y esa forma de hablar a Akame le resultaban jodidamente cómicos, y por primera vez, se sentía capaz de echar una risa. Tal vez era porque, desde hacía meses, se sentía ligero como una pluma; al menos, estando sobrio. «¿Serán efectos secundarios del Fuuin?» ¿O sería, tal vez, la certeza de que en su estado actual no podría hacer frente ni a un estudiante de Academia? La tranquilidad de lo inevitable, cuando uno sabía que no había nada que pudiera hacer, no encontraba necesidad de estresarse. Así que Akame se dedicó a intentar estirarse y desentumecer los músculos lo suficiente como para poder alargar el brazo y tomar la botella de agua. Luego, trabajosamente, se incorporó y le quitó el tapón. Cuando arrimó la boquilla a sus labios las muñecas parecieron flaquearle, pero él inclinó la botella igualmente. El agua bajó por su garganta —y el cuello de su yukata, dicho sea de paso—, devolviéndole a la vida.
Un minuto después, el Uchiha arrojó la botella, vacía, al suelo.
—Muy agradecido, Money —dijo Akame, ya algo más recuperado—. ¿Pizza...? No, no. ¿No tienes... Yo qué sé, otra cosa por ahí?
Con titánico esfuerzo, el joven se incorporó totalmente hasta quedarse sentado en la cama, con la cabeza dándole vueltas.
—¿Qué hay de malo en la pizza? —preguntó, extrañado. Hasta ahora, no había conocido humano en Oonindo que no le gustase—. Y, pues, hablá que milal en la despensa. Pelo me da que vas a tenel que espelal a que Otohime vuelva con la compla. Estos son unos irresponsables, ¿viste? Dejan todo pal último día.
Menos mal que estaba él en Dragón Rojo. De lo contrario, no creía que se hubiesen mantenido tanto tiempo en pie. ¡Eran un auténtico desastre! Ni planificación, ni visión de futuro. Mentes de niño atrapados en moles de dos metros. Lo único que sabían era dar golpazos como un gorila enfurecido.
—Y, pues, menos que Kaido. Mi helmano se echó dos semanas ahí tumbado, ¿viste? Pero más que tu Plesa de Sangle, desde luego. Ese despeltó a la mañana siguiente como si tal cosa. —¡Menudo animal! Pese a sus infinitas diferencias, lo iba a echar de menos, en el fondo. Shaneji era un bruto a quien no se le podía dejar a cargo de nada, pero era de corazón noble. Fiel a los suyos—. Dos días. Estuviste dos días.
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«¿¡Kaido estuvo dos semanas enteras!?» Aquello le dejó a cuadros. «Pero... ¡Eso es imposible! ¿Dos semanas sin comida ni agua, cómo demonios...?» Aquel sello del Bautizo del Dragón debía tener más propiedades de las que Akame podía averiguar, de lo contrario no habría habido persona humana que aguantase dos semanas sin nutrirse ni hidratarse, ni... «Por las tetas de Amaterasu... ¿¡Se cagaría encima!?»
La imagen del Tiburón manchándose los calzones de chocolate no fue lo más agradable de traer a la mente, sobretodo teniendo en cuenta que su estómago rugía pidiendo comida y que el hedor del queso fundido estaba empezando a darle náuseas. «Y para colmo no tienen nada "hasta que no vuelva Otohime de la compra". ¿Pero qué cojones...? Parecen un piso de estudiantes de la Universidad de Taikarune, me cago en todo.» Resignado, Akame terminó por tumbarse de nuevo con un resoplido; al menos así no se mareaba tanto. Con los ojos fijos en algún punto indeterminado del techo, pensó en cómo Money se había referido al difunto Shaneji. "Tu Presa de Sangre", le había llamado. El Uchiha se revolvió, incómodo.
—Dos días... Supongo que no está mal. Y hablando de Kaido, el muy maldito me abandonó en Baratie, a mitad del trayecto. ¿Está aquí ahora?
Porque si el Tiburón andaba por allí cerca... Tendría que tener mucho ojo. Y necesitaba recuperarse ya.
—Ni ha vuelto ni tenemos noticias suyas. Como si se lo hubiese tlagado el océano, ¿viste? —soltó una carcajada—. Así que a mitad de tlayecto… ¿Y a dónde se fue? —preguntó, intrigado. Sabía que seguía con vida, o de lo contrario lo hubiesen sabido gracias al sello. Pero su paradero les resultaba totalmente desconocido.
»Yo de ti me gualdalía las espaldas con mi blothel. A Shaneji lo tenía como un helmano de agua, ¿viste? Y es de tempelamento fuelte. Aunque él también tiene que plotegelse las espaldas… tiempos tulbios, estos. Malos pal negocio.
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11/09/2019, 16:44 (Última modificación: 11/09/2019, 16:45 por Uchiha Akame.)
¿Que a dónde había ido Kaido?
—Eso querría saber yo —replicó Akame, sincero—. Se largó sin decir nada, ni a mí ni a nadie. Aunque supongo que si hubiera muerto, ya lo sabríais.
Conforme iba recuperando la consciencia de su propio cuerpo, múltiples aflicciones provocadas por haberlo desatendido durante dos días empezaron a manifestarse. La primera, unas ganas tremendas de ir al retrete; y no sólo a mear. La segunda, un tembleque en la mano diestra y un nerviosismo creciente que Akame supo identificar bien; el tabaco llamaba a su puerta. No fue capaz de recordar si llevaba una cajetilla antes de irse al País de las Maravillas, pero rezó a todos los dioses que conocía por que así fuese, o por que Money fumara.
—Que se ponga a la cola —el Uchiha hizo algo que podía parecerse a un encogimiento de hombros—. En estos tiempos que corren mucha gente quiere matarme, creo que estoy empezando a acostumbrarme... El último en intentarlo acabó rostizado como un puto espeto —se refería a Shaneji—, y los penúltimos no tuvieron mucho tino —hablaba, como no, de Hanabi y sus lacayos de Uzushiogakure—. Oye, ¿no encontraríais un paquete de tabaco entre mis efectos personales, no?