Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Ryū tardó unos largos segundos en reaccionar siquiera. Como si Suzaku le hubiese dado varias piezas de rompecabezas distintos e intentase, aún así, buscarle un sentido a aquellas piezas que no encajaban ni forzándolas. ¿Zaide, uno de los suyos? ¿Después de todo lo que había hecho? ¿Estaba de maldita broma?
—Veo que no has explicado a Suzaku quién es Zaide, Kaido. —Aunque, ¿cómo era que Otohime y Money también habían aceptado? De hecho, si Otohime estaba presente…—. ¿Dónde está? ¿¡Dónde está Zaide!?
Tenía que matarlo. Tenía que matarlo antes de recibir el Bau…
… oyó unos pasos a su espalda. Giró sobre sus talones, justo para ver a los dos nuevos invitados. Otohime, a un lado. Manchada de arena y con el pelo enmarañado, como si se hubiese pegado un buen revolcón en la orilla de una playa. A su lado, esbozando una sonrisa que daban ganas de partirle la boca diente a diente, el innombrable.
—Tú…
—Yo. —Uchiha Zaide sonreía, pero sus ojos, teñidos por el Sharingan, eran la punta de mira de un arco; y Ryū, la diana. Se desviaron brevemente hacia Akame, medio guiñándole un ojo, y finalmente hacia Kaido—. Nos volvemos a encontrar, ¿huh?
»Antes de que me empiecen a caer katones y suitones desde todos lados, que sepáis que ahora soy uno de los vuestros. ¿Es o no, Otohime?
Otohime tenía la mirada clavada en el suelo.
—Es —dijo, con un hilillo de voz. Trató de mirar a Ryū a la cara, pero apenas pasó de la cintura—Yo… le tuve que colocar el sello. Durmió toda la noche y esta mañana se levantó. Pasó el Bautizo.
Akame no tenía ni idea, pero Kaido recordaba perfectamente lo que le habían contado, tiempo atrás. Solo había existido una persona en la organización que hubiese conseguido levantarse tras una sola noche de sueño: Shaneji. El Hozuki jamás había necesitado de manipulación alguna: era un Dragón de nacimiento. ¿Habría pasado lo mismo con Zaide? ¿O lo habría engañado, como Akame hizo?
—¿Qué vais a hacer ahora? —preguntó, mirando primero a Kaido y luego a Ryū—. Los dos me odiáis, uno más que otro. Pero también queréis lo mejor para Dragón Rojo, ¿huh? He pagado con más sangre que ninguno que está aquí mi derecho a ser un Cabeza de Dragón, y sabéis que conmigo sois más fuertes que sin mí. Así que, ¿qué va a ser?
F.M.L! El color de Zaide y Otohime eran el mismo. Cambio el de Otohime a gold
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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1/10/2019, 17:29 (Última modificación: 1/10/2019, 17:32 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Kaido torció el gesto como todos los demás hacia el lugar del cual provenían los sonidos que avisaban de la llega de dos invitados nuevos y quizás indeseados. Curiosamente no se trató de otro dragón que hubiera mantenido la conversación en un punto neutral, sino que...
Era Zaide.
Que estupido e ingenuo fue Kaido al pensar que quizás, sólo quizás; akame y money no tenían razón. Que solo era una treta, una broma, un sinsentido. Pero allí estaba el Uchiha, sin ningún rasguño. Además, Lucía la Marca del Dragon, con lo cual, certificaba que Otohime —posteriormente confirmado por ella misma—. Le había realizado el bautizo. Kaido no pudo evitar preguntase a medida de que una furiosa marea se desataba allí en su interior, el por que la mujer no le había matado mientras Zaide dormía. Alguna especie de código de bautizo, tal vez? O es que al no tener a su shaneji se turno para que le prestase chakra ella también había quedado sumamente debilitada?
Daba igual. Ambos estaban ahí, y Zaide, su objetivo; ahora era un dragón.
El gyojin maldijo para sus adentros, con los ojos enrabietados y rojos de ira.
—Odiarte? Yo no odio a nadie, colega. Eras mi objetivo porque todos aquí decidimos que Dragón Rojo estaría mejor sin ti en este puto mundo. Si he fallado ha sido porque o estás a otro puto nivel, o todavía hay alguien allí arriba que te quiere ver dando por culo en Oonindo y yo no soy quien para ir en contra de los deseos de la organización. Pero no depende de mi, si se me pide intentar de nuevo la proeza de cortarte el jodido gaznate, ten por seguro que lo voy a intentar. Tú y tu puto sharingan no me dan miedo.
Akame por momentos había temido que Zaide no apareciese. Que simplemente diera media vuelta y volviera a ocultarse en algún rincón perdido de la mano de los dioses con la esperanza de que Sekiryu le dejase en paz. Eso habría sido realmente catastrófico para el menor de los Uchiha que se encontraban ahora en el Salón; tanto porque entonces no tendría prueba alguna de que todo había sucedido como había sucedido, como porque su cabeza empezaría a peligrar por parte de Ryu, quien no parecía muy contento con la idea de que Akame le hubiese dejado a Zaide simplemente marcharse. Pero no tenía de que preocuparse, ¡no señor! Allí estaba su metafórico salvador. Cuando el Uchiha punk le guiñó un ojo, Akame respondió con una sonrisa torcida.
«Menudo cabronazo es este tío. Aunque hay que admitir que tiene estilo, sabe hacer una entrada en escena.»
Para mayores señas, Otohime ya le había puesto el sello del Dragón y Zaide había pasado el Bautizo, así que poco se podía hacer ahora. Según las leyes que regían la organización y lo que Akame recordaba que Money le había contado acerca de éstas, aquel viejo criminal tenía ahora voz y voto en los asuntos de Dragón Rojo. Por mucho que incomodase a Ryu. Así pues, Akame simplemente se recostó en su asiento con un gesto inevitablemente triunfal —su plan de desactivación del conflicto parecía haber salido a pedir de boca— y se dedicó a fumar pitadas de su cigarrillo.
Otohime lanzó una mirada de disculpa a Ryū, por mucho que supiese que el perdón y la compasión no fuese con él. Aunque, ¿qué esperaba que hubiese hecho? No había tenido otra salida, obligada a usar el chakra de una de las invocaciones del Uchiha para el Bautizo. Además, Zaide no había sido tan temerario como para dejarla libre una vez colocado el sello. Oh, no. La había atado y enterrado de nuevo bajo la arena, dejándole solo la cabeza libre para contemplar como él se recostaba tranquilamente en la playa y dormía.
Eso sí, había tenido el detalle de, aquella vez, alejarla de la orilla. Para evitarse sorpresas desagradables.
Money llegó corriendo al gran Salón nada más oírles. Se quedó congelado al ver quiénes estaban.
—¡Oh, man! Y, pues, parece que ya está todo aclarado, ¿eh? —soltó nervioso.
Vio que Ryū mantenía la mirada fija en Zaide. Más que colérico, indeciso. Turbado. Sabía las ganas que le tenía al Uchiha; y sabía también que no había cosa en Oonindo que respetase más que las normas de la organización. ¿Qué vencería, su deseo o la voluntad del dragón?
Quizá Ryū, tras esa fachada de tío duro, no tuviese la misma fuerza mental que física. Quizá él también estaba condicionado por el Bautizo, como Kaido y tantos otros. Quizá… Quizá pese a ser considerado el líder tácito del grupo, era el menos libre de todos.
Llegó a una conclusión, y formó un sello. La sonrisa de Zaide se le congeló en la boca, rígido, cuando vio aparecer un Kage Bunshin al lado del Gran Dragón. El clon, sin embargo, le dio la espalda, directo a las habitaciones.
Pasó un minuto, dos, en un silencio sepulcral, hasta que el Kage Bunshin regresó con su Dai Tsuchi. Ryū la tomó por la empuñadura y dejó descansar la gigantesca cabeza del martillo en el suelo, apoyando ambos manos en la base del mango.
El clon, en vez de desaparecer, volvió a sus aposentos.
—Entonces, sucumbes a mis deseos, Zaide —habló Ryū, serio, desapasionado—. Tras perder a todos tus amigos, vuelves con el rabo entre las piernas y cumples el papel que te di. Solo para evitar malentendidos, hay algo que llevas preguntándote hace mucho tiempo.
»Sí, yo maté a tu hermana.
Akame y Kaido notaron que el ambiente se sobrecargaba de pronto. De electricidad estática, como la que se produce justo antes de una gran tormenta. Vieron como Zaide dejaba caer las manos en cada Nage Ono que tenía anudadas a la cintura.
—No con mis propias manos —continuó Ryū—, no iba a manchármelas con esa zorra. Pero di la orden. Lo hice por ti, Zaide. Para hacerte más fuerte.
Los ojos de Zaide se pararon en Money, en Kaido, y finalmente en Akame. No en busca de ayuda, ni de consejo, sino como una especie de consulta. Si él decidía cortarle la cabeza a Ryū en aquel instante, en aquel jodido momento, ¿intervendrían en su contra? ¿Lo pararían? ¿O lo dejarían ser?
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Resultaba extraño que Umikiba Kaido se mantuviera en silencio, apartado de toda la gresca cuando era él el más bocón de todos. Así pues, ni él ni nadie decidió romper el silencio solemne que les abrazó durante los dos tensos minutos en los que tardó el Kage Bunshin de Ryū en volver de las habitaciones, ahora con un enorme mazo de asta larga que a simple vista daba la sensación de pesar lo que un adulto promedio. El Dragón original sostuvo el arma, y fue entonces cuando eligió revelar aquello que, por cómo lo dijo, llevaba guardando en su interior durante más tiempo del que hubiera querido.
—Entonces, sucumbes a mis deseos, Zaide —habló Ryū, serio, desapasionado—. Tras perder a todos tus amigos, vuelves con el rabo entre las piernas y cumples el papel que te di. Solo para evitar malentendidos, hay algo que llevas preguntándote hace mucho tiempo.
»Sí, yo maté a tu hermana.
«Mierda» —espetó el tiburón para sus adentros, alertándose a sí mismo. ¿Pero hacía falta? no, desde luego que no. La energía que envolvió el ambiente y convirtió aquella caverna en un agujero asfixiante resultó ser un toque de atención suficiente para que el escualo se levantara del asiento, y moviera delicada y silenciosamente su mano izquierda hacia el mango de su uchigatana. Ya que todo el mundo parecía estar cogiendo una jodida arma, él no iba a hacer lo contrario. No obstante, la mirada de Zaide acaeció sobre sus ojos cristalinos, y el Uchiha no pudo ver sino una fulgurosa negativa a lo que fuera que le estuviera pasando por la cabeza. ¿Que quería ser un miembro de verdad, a todas las de la ley? pues no tenía más remedio que respetar las putas reglas y soportar las flamas de fuego etéreo que escupía Ryū como sólo un verdadero dragón sabe hacerlo.
Lo que encontraría en los ojos de Akame, sin embargo, resultaba ser harina de otro costal. Eso sí, si Suzaku aún tenía una puta pizca de agradecimiento hacia Kaido, más le valía no joder los planes que tenían y no cometer una puta locura. O aquella caverna bien acabaría siendo un cementerio casi igual o más tétrico que aquella zanja en el Cañón del Secuestrado.
¡Ja! Qué iluso había sido, creyendo que el conflicto estaba desactivado y la bomba, desarmada. Ryu no iba a cejar en su empeño de hacer saltar todo por los aires de forma completamente irracional sólo porque un joven Uchiha se le hubiera adelantado a la jugada. Akame, sin manifestar signos de nerviosismo pero del todo nervioso, observó con el Sharingan en la mirada a aquellos dos titanes que amenazaban con liarse a golpes allí en medio. Primero miró a Ryu, y luego a Zaide; encontrándose con los ojos de este último.
«No lo eches todo a perder ahora, joder.»
Esas serían las únicas intenciones que el veterano adivinaría en los ojos de su menos experimentado pariente lejano. ¡Estaban tan cerca! Akame no pensaba permitir que todo se fuera al diablo después de haber sorteado tantos obstáculos.
2/10/2019, 12:47 (Última modificación: 2/10/2019, 13:13 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
Cuando el Sharingan de Akame perló sus ojos, no tan solo pudo ver el chakra de Zaide, sino el de Ryū. A primera vista, seguramente le decepcionó. Pese a que brillaba con más fuerza que el suyo propio, no era excesivamente abundante. En comparación, incluso Kaido tenía un poco más. Luego recordó que Ryū no había deshecho su Kage Bunshin, sino que lo había enviado de vuelta a la habitación —con propósitos todavía inciertos—. Si multiplicaba por dos el chakra que tenía…
Bueno, entonces ya era otra cosa.
Los ojos de Zaide se mantuvieron en Akame y Kaido por unos instantes más. En el Sharingan del primero; en la mano izquierda que sujetaba una uchigatana del segundo. Si aquello era un tres contra uno —sin contar a Money, pues todavía lo tenía controlado—, podía darse por muerto. Ni siquiera tenía la certeza de que pudiese derrotar a Ryū en un combate limpio, sin pillarle previamente por sorpresa. No… seguía sin estar al cien por cien.
Llegar a aquella conclusión provocó que se le hiciese un nudo en la garganta. De impotencia. Era un puto inútil que ni siquiera podía vengar la muerte de su hermana. Un fracaso, una puta escoria que había arruinado todo lo bueno que aquella vida le había regalado. Sus ojos se hundieron y su rostro reflejó la derrota. Sus manos, temblorosas, buscaron desesperadas entre los bolsillos de su chaqueta algo que ya no tenía. Akame reconoció en seguida aquel temblor, como así la mirada furtiva que Zaide lanzó después a Money, como tratando de intuir si el contable del grupo sí la tenía.
Tras unos segundos en los que parecía que iba a derrumbarse por la desesperación, se le vio tomar aire. Una vez, dos veces. Recuperando el control de sí mismo.
Sonrió, y su sonrisa era una herida abierta y sangrante.
—¿Volverme más fuerte, huh? El mundo no funciona así, Ryū. —dijo, no con rabia, sino con pena. Ryū había creído que con eso le volvería más duro, porque así se había hecho a sí mismo, pero en realidad solo le había vuelto débil. Le había quitado su ancla al mundo, su razón de mantenerse fuerte y alerta. Le había arrancado una parte de sí mismo que jamás sanaría—. Me das pena, Ryū. Mírate, con todos esa fuerza, con ese chakra rebosante, y eres el más débil de aquí.
»Crees que cuando pasaste por el Bautizo y decidiste matar a toda tu familia te hiciste más temible, más fuerte, ¿huh? —rio, con esa carcajada que nace de un chiste tan, tan malo que hasta provoca gracia—. Maldito bastardo estúpido. No, no voy a caer en tus provocaciones, Ryū. ¿Sabes por qué? Porque me he dado cuenta que a ti la vida te importa una mierda. Lo único que te importa…
Abrió los brazos, como si intentase abarcar toda la cueva.
—Es esto. —Echó la lengua fuera y sonrió, más alegre que nunca—. Voy a hacer que lo pierdas poco a poco, Ryū. Voy a hacer ver a mis compañeros la puta realidad: que no sirves más que para repartir martillazos. Oh, sí, en eso serías bueno: en hacer lo que se te ordena. Vas a perder el control, Ryū , y sé que eso te va a doler más incluso que la muerte de Muñeca. Y un día, mucho más temprano de lo que crees, caerás —le avisó, y Kaido sintió que era la misma premoción que Uchiha Zaide les había lanzado a él y Muñeca cuando les advirtió que, si luchaban, uno de los dos moriría—, porque torres más altas han caído. No será por mi mano, ni siquiera estaré ahí para verlo. Caerás solo, y ni un puto Cabeza de Dragón moverá un solo dedo por ayudar a levantarte.
»¿Sabes por qué? Porque cuando mataste a tu familia, mataste a las últimas personas que darían algo por ti. Porque ya no le importas a nadie. Porque nadie te quiere. Y eso, eso es el punto más débil que nadie pueda tener.
Si a Ryū le había afectado aquel discurso, no dio muestra alguna de ello. Se produjo un largo silencio, hasta que Money no pudo aguantar más.
—Y, pues, parece que hoy han dado lluvia. ¿Han oído?
Nadie hizo caso al intento de rebajar la tensión de Money. Ryū llevó su Dai Tsuchi hasta la mesa y lo dejó apoyado contra ella.
—Siempre se te dieron bien las palabras, Zaide —dijo, masticando cada palabra de forma lenta, empapándolas de su voz gutural—. Pero todos vimos cómo se te dan los planes a largo plazo. —Y como si esa sola respuesta rebatiese todo lo dicho anteriormente por Zaide, se sentó, dando por zanjado el tema—. Sentaos. Es la hora de la reunión.
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