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Aclarado que debían cumplir con su deber, y visto que el equipo de tres estaba en la misma onda por primera vez, Shanise asintió con determinación y se dio la vuelta, dispuesta a continuar con el camino lo más deprisa que era capaz sin que resultase en un detrimento para los genin. Así, las tres siluetas se alejaron de la salida del túnel. Pronto, sólo quedó allí el chapoteo de las gotas de lluvia y los sonoros ronquidos del guardia de la puerta...
...y, por supuesto, el lento discurrir de un pequeño charco de agua que se movía, lenta y antinaturalmente, por debajo de las piernas del guardia. El agua subió y se reconstruyó hasta tomar el aspecto de un joven de cabellos castaños. Se llevó la mano a la espalda, donde llevaba una katana enfundada, y la desenvainó rápidamente, e hizo descender un rápido y certero tajo sobre el cuello de aquél idiota dormido.
—Nos ponéis las cosas demasiado fáciles.
Entraba la noche. Aunque aún era pronto, dada la capa de nubes que siempre dejaba la tormenta en el País, ya estaba bastante oscuro. El trío, cubierto por unas improvisadas capas de viaje con capucha —a una de las figuras le quedaba un poco más grande que a las otras dos, y arrastraba la húmeda tela por los adoquines—, atravesó el umbral de la muralla con discreción.
—Hay un trecho —dijo Shanise—, pero la Arashikage dispone un lugar donde ella y su séquito siempre se alojan. Es mucho más acogedor que cualquier lugar aquí... Y también mucho más seguro. Pasaremos la noche allí.
»Pero mientras, aseguráos de pegaros muy bien a mí y de no mirar a nadie directamente a los ojos. Si habéis estado alguna vez en Shinogi-To, ya sabéis todo lo que se cuece por aquí. Y no vamos a cruzar una buena zona, precisamente.
La ANBU y los genin se desviaron un poco de las calles principales, y los muchachos pronto comprobaron a qué se refería Shanise con aquello exactamente. Cruzaron callejones mugrientos con gente trapicheando sustancias poco aceptadas, con encapuchados como ellos, entre cuyas ropas se podía intuir algún que otro brillo metálico y peligroso, y portales con luces de neón de colores rojos y púrpuras frecuentados por hombres y habitados exclusivamente por mujeres que apreciaban poco su cuerpo y un poco más el poco dinero que recibían y que les permitía sobrevivir. Cruzaron plazas vigiladas por hombres corpulentos vestidos de negro, y mercados en los que se vendía algo más que en el típico puesto de fruta y verdura que podías encontrar en cualquier ciudad de bien.
Y entonces llegaron a la puerta. No era una puerta ostentosa, digna de la Arashikage, sino más bien una serie de tablones mal colocados de madera medio podrida. Shanise dio una serie de toques bien coordinados y con el tiempo bien medido. Toctoc, toc to-toc-totoc. Y la puerta se abrió.
Pero allí no había nadie, tan sólo un oscuro y largo pasillo sin iluminar. Shanise ni les miró: simplemente se metió dentro y estiró de las mangas de sus túnicas. La puerta se cerró con un crujido, y se escuchó un pequeño chasquido seguido de un pequeño resplandor a sus espaldas.
—Aunque no lo parezca, es un fuuinjutsu bastante potente. Desde fuera parece que he hecho una simple seña, pero no puedes abrirla si la puerta no quiere dejarte pasar. Y tienes que tener un motivo muy concreto para que la puerta quiera dejarte pasar, creedme.
»¿Alguno de vosotros domina el Katon? ¿No? Bueno, pues tendremos que avanzar a oscuras... Agarradme de la túnica y seguidme. Esto es un laberinto.
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Continuaron la travesía bajo la implacable lluvia y llegaron a Shinogi-To cuando la noche comenzaba a desplegar su manto sobre ellos. Para entonces, los tres viajeros habían cubierto sus identidades bajo los pliegues de una amplia capa de viaje que a Ayame le venía incluso más grande que a los otros dos. Las mangas colgaban desde los extremos de sus dedos y aunque al principio intentó por todos los medios remangarse los bajos de la capa, al final tuvo que darse por vencida y dejar que la tela se arrastrara por los adoquines empapados.
—Hay un trecho —les dijo Shanise—, pero la Arashikage dispone un lugar donde ella y su séquito siempre se alojan. Es mucho más acogedor que cualquier lugar aquí... Y también mucho más seguro. Pasaremos la noche allí.
«Bueno... eso será mejor que pasar la noche en cualquier posada de mala muerte de por aquí...»» Se decía Ayame, torciendo ligeramente el gesto.
—Pero mientras, aseguraos de pegaros muy bien a mí y de no mirar a nadie directamente a los ojos. Si habéis estado alguna vez en Shinogi-To, ya sabéis todo lo que se cuece por aquí. Y no vamos a cruzar una buena zona, precisamente.
Ayame no necesitó que se lo dijera más de dos veces. Se pegó a la ANBU hasta el extremo de poder subirse a su espalda si llegaba a sobresaltarse. Sin embargo, sus ojos curiosos, refugiados bajo el escondite de los pliegues de la capucha, no podían evitar mirar a un lado y a otro, inspeccionando la ciudad de arriba a abajo.
Y lo que vio no le agradó en absoluto. En los callejones más inmundos, donde las ratas paseaban como si fueran simples gatos callejeros o palomas, varias personas intercambiaban pequeños paquetes de dudosa legalidad por dinero. A Ayame le pareció distinguir el brillo del acero entre las ropas de uno de aquellos hombres, pero antes de que pudiera asegurarse se vio obligada a apartar la mirada cuando el mismo hombre giró su rostro hacia ella. En otras callejuelas le cegó la luz intermitente de unos carteles de neones de colores y anuncios sugestivos que ofrecía a diversas mujeres a las manos de hombres cargados de lascivia y dinero que gastar. También cruzaron diferentes plazas custodiadas por auténticos armarios vestidos de negro y puños tan grandes como martillos. En los mercados, varios vendedores hacían sus negocios con personas de todas las clases. Por el rabillo del ojo, a Ayame le pareció ver a un hombre gritando su mercancía al frente de varias jaulas que contenían...
¿Personas?
Nunca llegaría a saberlo. Se vio obligada a seguir la estela de Shanise para no perderse en aquel infierno. Y entonces llegaron frente a lo que parecía ser una puerta construida por unos pocos tablones de madera mal colocados.
«¿Nos vamos a alojar aquí?» Se preguntó Ayame, cuando vio como la ANBU se adelantaba y tocaba varias veces al portón con sus nudillos. Los toques marcaron un ritmo concreto, medido al milímetro, y entonces la puerta se abrió.
Sin embargo, al otro lado no había nadie que les pudiera haber abierto. Sólo un pasillo largo y oscuro como la garganta de un lobo. A Ayame se le pusieron los pelos de punta, pero antes de que pudiera protestar, sintió como Shanise la tomaba por la manga de la túnica y la empujaba al interior junto a Mogura. La puerta se cerró con un leve crujido tras sus espaldas, y la oscuridad los envolvió entre sus tentáculos.
—Aunque no lo parezca, es un fuuinjutsu bastante potente. Desde fuera parece que he hecho una simple seña, pero no puedes abrirla si la puerta no quiere dejarte pasar. Y tienes que tener un motivo muy concreto para que la puerta quiera dejarte pasar, creedme.
Ayame ni siquiera fue capaz de preguntar a qué se refería con aquello de que la puerta quisiera dejar pasar a alguien como si tuviera voluntad propia. No podía articular palabra, porque su cuerpo temblaba sin control y se le había secado la garganta.
—¿Alguno de vosotros domina el Katon? ¿No? Bueno, pues tendremos que avanzar a oscuras... Agarradme de la túnica y seguidme. Esto es un laberinto.
Pero Ayame no se movió. Tenía los ojos clavados en algún punto en el fondo del pasillo y, por mucho que lo intentara, su cuerpo no respondía a sus deseos. La oscuridad la absorbía. Era como un agujero negro que estaba tratando de engullirla para no dejarla escapar. La sentía enrollarse en torno a sus brazos. La sentía enrollarse en sus piernas. Se enrollaba en su garganta y le impedía respirar. Un sollozo convulsionó sus hombros y las lágrimas comenzaron a brotar, imparables.
—Y... y... n... no... p...
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No había valor alguno en mostrarse como shinobi en Shinogi-To, atraer atención innecesaria solamente causaría un efecto contraproducente en los planes que ya había sido maniatados por las noticias de los hechos recientes. Por tanto, bajo capuchas los tres viajeros se aproximaron al poblado, buscando en todo momento mantener el anonimato.
—Hay un trecho. Pero la Arashikage dispone un lugar donde ella y su séquito siempre se alojan. Es mucho más acogedor que cualquier lugar aquí... Y también mucho más seguro. Pasaremos la noche allí.
El joven médico asentía por debajo de la capa, aunque difícilmente podría notarse su gesto.
—Pero mientras, aseguraos de pegaros muy bien a mí y de no mirar a nadie directamente a los ojos. Si habéis estado alguna vez en Shinogi-To, ya sabéis todo lo que se cuece por aquí. Y no vamos a cruzar una buena zona, precisamente.
La economía de Shinogi-To no era ningún misterio para Mogura. Por una cuestión de negocios, solía escuchar relatos sobre los tejemanejes que se llevaban a cabo en el lugar y de la cultura de la gente que solía recorrer las calles del pueblo.
Pudo confirmar con sus propios ojos entonces algunas de las historias que había escuchado mientras atendía viajeros o otros mercaderes, las alimañas del tamaño de un perro, los punteros trabajando de la forma más honesta que conocían, las damas de la noche ganándose el pan y muchas otras cosas más. El resplandor de las luces de neón en ocasiones delataban el filo metálico de algunos personajes anónimos en el paisaje de los barrios bajos de Shinogi-To, guardias del tamaño de dos hombres custodiaban plazas y finalmente la parte más interesante de todas, el mercado, donde podía llegarse a conseguir de todo un poco y en diferentes empaques.
Finalmente llegarían a una puerta, una sobria puerta. Shanise no perdió tiempo y tocó la madera varias veces, a un ritmo particular.
Toctoc, toc to-toc-totoc.
Tuvo poco tiempo para apreciar el interior oscuro del pasillo antes de que Shanise le tomase de la capa y lo arrastrase en conjunto con Ayame al interior del lugar. Aunque se hubiese resistido probablemente la ANBU habría tenido la fuerza necesaria para meterlo de todos modos, de igual manera no se opuso en ningún momento.
—Aunque no lo parezca, es un fuuinjutsu bastante potente. Desde fuera parece que he hecho una simple seña, pero no puedes abrirla si la puerta no quiere dejarte pasar. Y tienes que tener un motivo muy concreto para que la puerta quiera dejarte pasar, creedme.
El joven médico se sentía un poco curioso con respecto al uso del fuuinjutsu aplicado a la puerta, sin duda alguna el poder participar en la misión le había puesto en contacto con ninjutsu de muy alto nivel, nivel que esperaba alcanzar pronto.
—¿Alguno de vosotros domina el Katon? ¿No? Bueno, pues tendremos que avanzar a oscuras... Agarradme de la túnica y seguidme. Esto es un laberinto.
Nadie podía verlo pero el muchacho se encogió de hombros, aunque su naturaleza de chakra fuese afín al elemento probablemente no le habría dedicado el tiempo suficiente a su entrenamiento como para poder decir que lo dominaba.
Me temo que no...
Se limitó a decir mientras estiraba la mano para tomar la túnica de la mujer. Fue entonces que escuchó la voz de su compañera.
—Y... y... n... no... p...
Ayame sonaba que se estaba ahogando, se la escuchaba realmente mal. No podía hacer a un lado sus sentimientos dentro de aquel pasillo. La mirada del muchacho, aunque no podía ver nada en el interior de ese lugar, se giró en dirección a donde debía estar la chica.
«¿Miedo a la oscuridad?»
Aotsuki-san, conserva la calma, estamos aquí. Shanise-san, carecemos de una linterna ¿no?
En aquel momento pensó que habría sido una buena idea haber agregado una de esas lamparas que se usaban a veces en la frente al trabajar en pacientes, pero no esperaba verse encerrado en un pasillo oscuro con una chica que tuviese pavor por las oscuridad.
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Shanise había pasado el suficiente tiempo con Ayame como para que aquello no le sorprendiese en absoluto. Era una muchacha inmadura, que probablemente se llevaría unos cuantos disgustos antes de que el tiempo, como a todos, acabase por curtirla y volverla tan dura como una roca. Tan dura como la kunoichi de Amegakure que era ella.
—Aotsuki-san, conserva la calma, estamos aquí. Shanise-san, carecemos de una linterna, ¿no?
—No hay linternas, no —asintió—. Ayame, llegará el día que te pueda pasar esto en medio de una misión, o cuando alguien esté combatiendo contra ti. En ese momento, estarás muerta.
»Aquí, sin embargo, no te pasará nada siempre y cuando te mantengas a nuestro lado —dijo, consciente de que pese a todo lo que le gustaría criticar la actitud de Ayame, no conseguiría nada si no conseguían tranquilizarla—. Cierra los ojos y piensa que conozco estos pasillos mejor que los de mi propia casa. Están diseñados para mantener fuera a los intrusos, pero nosotros no somos unos intrusos.
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—Aotsuki-san, conserva la calma, estamos aquí.
Lo había escuchado junto a ella. Era Mogura. Era su compañero de aldea y de equipo en aquella misión... Pero Ayame se encogió sobre sí misma como si hubiese sido la mismísima voz de un yomi.
—Shanise-san, carecemos de una linterna ¿no?
—No hay linternas, no —respondió la mujer—. Ayame, llegará el día que te pueda pasar esto en medio de una misión, o cuando alguien esté combatiendo contra ti. En ese momento, estarás muerta.
Lo sabía. Claro que lo sabía. Su padre se lo recordaba constantemente. Pero no podía hacer nada con ese miedo. Era irracional, era un terror primitivo, casi visceral. ¿Qué podía hacer contra algo que no se podía combatir? Si hubiese sido algo corpóreo podrían haberlo destruido y seguir adelante... ¿Pero qué hacer contra algo inmaterial que sólo podía combatirse con otro algo inmaterial?
—Aquí, sin embargo, no te pasará nada siempre y cuando te mantengas a nuestro lado —continuaba hablando Shanise—. Cierra los ojos y piensa que conozco estos pasillos mejor que los de mi propia casa. Están diseñados para mantener fuera a los intrusos, pero nosotros no somos unos intrusos.
Ayame obedeció. Cerró los ojos y trató de respirar hondo. Pero sus pulmones parecía que no eran capaces de almacenar todo el aire que ella necesitaba en aquellos momentos. Se estaba ahogando fuera del agua. Y las lágrimas se mezclaban con el sudor frío que perlaba su rostro. Intentó dar un paso, pero todo era en vano. Cerrar los ojos sólo servía para calmar el miedo a ver algo más en la oscuridad.
Pero Ayame sabía que, tras sus párpados, la situación seguía igual. El monstruo de la oscuridad seguía rodeándola, abrazándola entre sus garras, asfixiándola, inmovilizándola... Preparándose para devorarla.
—N... L... las... p... piernas... n... no me... no me... —jadeó, acongojada.
Lo estaba intentando. ¡De verdad que lo estaba haciendo! Y al miedo sólo se le estaba sumando la angustia de ser ella quien estuviera dando el cante todo el tiempo. Volvió a sollozar, sin remedio, impotente ante la situación.
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—No hay linternas, no
Contestó la fémina en respuesta a la pregunta de Mogura.
Ayame, llegará el día que te pueda pasar esto en medio de una misión, o cuando alguien esté combatiendo contra ti. En ese momento, estarás muerta.
Advirtió la ANBU a la joven kunoichi.
—Aquí, sin embargo, no te pasará nada siempre y cuando te mantengas a nuestro lado. Cierra los ojos y piensa que conozco estos pasillos mejor que los de mi propia casa. Están diseñados para mantener fuera a los intrusos, pero nosotros no somos unos intrusos.
Shanise trataba de darle un par de razones para que se tranquilice, no podía pasarle nada si se quedaba junto a sus compañeros, sumado a eso, la superior clamaba conocer esos pasillos mejor que su propia casa. Un intruso seguramente vagaria por la oscuridad sin rumbo alguno y moriría quien sabe cómo, si de hambre o algo más.
—N... L... las... p... piernas... n... no me... no me...
Diría o intentaría decir la jadeante Ayame. Realmente la estaba pasando mal.
«Vaya, Aotsuki-san, realmente tiene un problema con la oscuridad.»
Pensó el joven médico en la misma oscuridad donde estaba su compañera. No, no era la misma, la oscuridad donde estaba Ayame era una oscuridad malvada, llena de peligros, la estaba tomando prisionera y no parecía querer dejarla ir.
Aotsuki-san no será capaz de seguir a menos que hagamos algo. No creo que tengamos tiempo para que ella supere sus temores en este momento tampoco.
Señaló Mogura. Antes de iniciar el viaje a Shinogi-to había sido mencionada la importancia de avanzar tan rápido sea posible.
¿Podria pedirle que cargue con ella hasta la salida, Shanise-san?
Pediría entonces haciendo una ligera reverencia que, claramente, no podría ser vista en la oscuridad.
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6/09/2017, 10:26
(Última modificación: 6/09/2017, 10:26 por Amedama Daruu.)
—¿Podría pedirle que cargue con ella hasta la salida, Shanise-san?
Hubo unos segundos de silencio, sólo interrumpido por los débiles sollozos de Ayame.
—Manase Mogura —dijo la jounin—. Esa sugerencia resulta osada viniendo de un ninja de bajo rango como tú.
Otros segundos de silencio.
—Sin embargo, lo dejaré pasar, porque resulta que es una idea cojonuda, de hecho, creo que no habrá otro remedio. —Se oyó un pequeño quejido cuando la mujer levantó a la niña y se la subió a caballito—. Bien. Ahora, agárrate a mi túnica, Mogura-kun. No te separes de mi, y haz exactamente lo que yo te diga, ¿de acuerdo?
»Tengo las manos ocupadas, y luego habrá que hacer algunas cosas.
La peculiar cuadrilla avanzó en la oscuridad. Se iban encontrando diversos cruces de caminos, algunos con una salida iluminada al final. En todos los casos, Shanise avanzó hacia la oscuridad, siempre huyendo de la luz. Siempre abandonando la vía evidente. Resultaba obvio que aquellos pasillos eran una trampa para alguien desesperado que tratase de avanzar hacia la luz lo antes posible.
Pero luego había otros cruces en los que no había luz alguna, y aún así se podía girar hacia un lado, o hacia otro, incluso hasta en tres sentidos diferentes. Shanise tomaba siempre un camino sin vacilar, y no se detenía nunca. A sus espaldas, extraños crujidos mataban a intrusos imaginarios.
Finalmente, se plantaron delante de una puerta con varias palancas y botones.
—Bien, Mogura-kun. Escucha con atención:
»Tira de la palanca de la izquierda. Luego de la de la derecha. Pulsa el botón rojo, luego el verde, luego de nuevo el rojo, y tira de la palanca central. Es muy importante que hagas eso en ese orden. Si lo necesitas,
te lo volveré a repetir cuantas veces haga falta. Pero por favor no te equivoques.
«Ayame está totalmente paralizada por el miedo y es incapaz de moverse ni de hablar. En el próximo turno, sólo actuará Mogura.»
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Unos segundos de silencio siguieron a la pregunta de Mogura, lo único que le daba una indicación de que su cabeza seguía sobre sus hombros era que aún podía escuchar a Ayame.
—Manase Mogura. Esa sugerencia resulta osada viniendo de un ninja de bajo rango como tú.
Y nuevamente silencio, segundos que la ANBU podría haber desenvainado algún filo y prepararse para morir al joven médico por su actitud. No podían verlo, pero estaba un poco nervioso por el tono de Shanise.
—Sin embargo, lo dejaré pasar, porque resulta que es una idea cojonuda, de hecho, creo que no habrá otro remedio.
Una nueva victoria se sumaba al historial del muchacho de cabello azabache, solo el mejor médico de Amegakure podría haberle dado una orden a la consejera de la propia Arashikage y seguir vivo. Una ligera sonrisa se dibujaría en el rostro del genin, aprovechando quizás que nadie podía verlo.
Bien. Ahora, agárrate a mi túnica, Mogura-kun. No te separes de mi, y haz exactamente lo que yo te diga, ¿de acuerdo?
»Tengo las manos ocupadas, y luego habrá que hacer algunas cosas.
Sin más remedio, el chico se adjuntó a la mujer tomándola por la túnica como había ordenado y todos juntos avanzaron en la oscuridad. Por momentos se podía ver luz a lo lejos, pero el rumbo no tardaría en desviarse nuevamente a la más oscura de las oscuridades. Shanise hacía gala de una percepción maestra, lo que sería una muerte traumatice para mucho no parecía mas que un paseo para la experimentada kunoichi. A espaldas del trió se escuchaban trampas activarse, trampas que no dudarían en castigar la duda de los intrusos.
«No se como habríamos hecho para cruzar este lugar si no estuviese Shanise...»
Pensaba mientras terminaban de llegar a una puerta un tanto curiosa. Con palancas y botones.
—Bien, Mogura-kun. Escucha con atención:
»Tira de la palanca de la izquierda. Luego de la de la derecha. Pulsa el botón rojo, luego el verde, luego de nuevo el rojo, y tira de la palanca central. Es muy importante que hagas eso en ese orden. Si lo necesitas,
te lo volveré a repetir cuantas veces haga falta. Pero por favor no te equivoques.
El joven médico de Amegakure escuchó atentamente las palabras de la mujer en el momento en que su nombre fue mencionado. Tenía que manipular las palancas y botones, era importante no equivocarse. Había una secuencia en particular que tenía que realizar y podrían seguir su camino, de equivocarse quizás no podrían contarla. Pero no había por qué ponerse nervioso ¿no? El mejor médico de Amegakure podría recordar fácilmente una simple secuencia de palancas y botones.
Bien, palanca izquierda, derecha, botón rojo, verde, rojo y palanca central.
Repetiría la secuencia en voz alta y se acercaría un poco más a la puerta. Estiraría su mano y tiraría de la palanca de la izquierda...
...luego de la derecha.
Pulsaría el botón rojo...
...seguidamente el botón verde...
...nuevamente el rojo...
Y tiraría finalmente de la palanca central.
«¿Y ahora?»
Pensaba el muchacho sin moverse del lugar.
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La puerta emitió un crujido, luego un gimió como una ballena afónica y se hundió un poco, levantando una gran cantidad de polvo. Shanise se ajustó como pudo la máscara de gas para no toser. Mogura y Ayame tendrían que apañárselas aguantando la respiración unos segundos.
Finalmente, el portón metálico se abrió lentamente hacia adentro, revelando una biblioteca bastante grande con dos sillones rojos a cada lado y presidida por una hoguera que hacía mucho tiempo que llevaba apagada. Para gran alivio de Ayame, aquella sala estaba perfectamente iluminada. A ambos flancos de la chimenea, sendas escaleras doradas subían a un pasillo con una gran puerta acorazada en el centro, y otros dos pasillos en perpendicular que se adentraban un poco más allá.
Shanise caminó hacia adentro y posó con delicadeza el cuerpo de Ayame sobre uno de los dos sillones. Se dirigió a la puerta y la cerró. Empujó con fuerza y volvió a hundirse, sellando el interior en aquél laberinto de trampas.
—Bien —suspiró la mujer—. Ya estamos aquí. Bien.
—Manase-kun. ¿Tienes algo en esos pergaminos que pueda levantar el ánimo a esta muchacha? Me gustaría tenerla de vuelta entre nosotros lo antes posible, por favor. —Señaló una mesa entre los dos sillones. Tomó asiento en uno de ellos, sacó tres pergaminos diminutos de la mochila y liberó de los sellos que contenían tres tazones enormes de chocolate a la taza.
—Casero. Con mucho azúcar. Vamos, Ayame.
«Contestará primero Mogura, luego Ayame.»
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La cantidad de polvo que había levantado aquella puerta era considerable, Mogura se cubriría la boca y la nariz con las palmas y aguantaría tanto como fuese posible la respiración. Cuando uno trabaja con veneno tiene que estar acostumbrado a realizar un movimiento como aquel y tener siempre a mano un frasco de antídoto universal, al menos como primer auxilio. Pero había apretado bien los botones, no debería ser veneno lo que le impedía respirar tranquilamente.
Una biblioteca acojedora con mobiliario incluido se escondía detrás de aquella barrera. Parecía que el fuego no había estado ahí en mucho tiempo, aún así la iluminación no faltaba en esa habitación. Ayame podría estar a salvo. Las escaleras doradas llamaron la atención de Mogura, curioso que una persona como la Arashikage tuviese esos gustos.
Ayame fue depositada en uno de los sillones y en el momento en que Shanise se dirigió a cerrar la puerta él se acercaría a la joven kunoichi para controlar que se encontrase bien.
—Bien. Ya estamos aquí. Bien.
Exclamaría la ANBU.
—Manase-kun. ¿Tienes algo en esos pergaminos que pueda levantar el ánimo a esta muchacha? Me gustaría tenerla de vuelta entre nosotros lo antes posible, por favor.
Entonces, como imitando el truco que había usado la noche anterior el propio genin. La mujer descubriría del interior de tres pergaminos, tres tazas de chocolate caliente.
—Casero. Con mucho azúcar. Vamos, Ayame.
En seguida.
Mogura asintió y no demoró mucho más en poner un pergamino sobre la mesa, el mismo de la noche anterior. Lo extendió y dejó a la vista el kanji de Fresa. Prosiguió entonces a liberar la totalidad del sello.
Espero sea del agrado de todos.
Diría en el momento en que una pequeña nube de humo dejaría al descubierto un pastel de fresa al que solo le faltaba una porción, que seguramente el joven médico habría comido en otro momento. Un detalle a resaltar era que el pastel se encontraba cortado y dispuesto en pequeñas bandejitas individuales, una cuestión de organización y para evitar comerse todo el pastel en una sola comida.
Sin mayor demora, el joven médico tomaría una porción y se la extendería a la joven kunoichi.
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El tiempo pasaba terriblemente lento. Prácticamente paralizada por el terror, Ayame se aferraba a la espalda de Shanise como si le fuera la vida en ello. Pasaron largos pasillos, giraron incontables veces y Ayame ni siquiera se molestó e fijarse por donde estaban yendo, mucho menos de memorizar el camino. Simplemente se limitaba a gimotear cuando dejaban de lado alguna salida iluminada, sumergiéndose de nuevo en la oscuridad. Al final, simplemente hundió el rostro en la espalda de la ANBU y dejó de ver.
En algún momento se detuvieron, y la ANBU y Mogura intercambiaron un par de frases a las que Ayame no prestó la más mínima atención. Poco después, tras un par de chasquidos, un crujido precedió a un ensordecedor chirrido que levantó una nube de polvo que se le coló en la garganta y la nariz y le provocó un ataque de tos. Para su completo alivio, la luz regresó a sus ojos cuando atravesaron el portón y accedieron a una nueva sala. Ayame se atrevió a entreabrir los ojos, lo suficiente como para atisbar innumerables estanterías cargadas de libros de todas clases, tamaños y colores.
Shanise la dejó con cuidado sobre un cómodo sofá tapiado de cuero rojo junto a una chimenea apagada pero Ayame, aún temblorosa, se mantenía con la mirada gacha. La ANBU se alejó para cerrar la puerta, pero se encogió ligeramente al sentir la presencia de Mogura junto a ella.
—Bien —suspiró la mujer—. Ya estamos aquí. Bien. Manase-kun. ¿Tienes algo en esos pergaminos que pueda levantar el ánimo a esta muchacha? Me gustaría tenerla de vuelta entre nosotros lo antes posible, por favor.
«¿Algo para levantar el ánimo?» Se repitió Ayame mentalmente, con una desagradable punzada en el pecho, alzando ligeramente sus iris castaños. «No estará pensando en...»
Sin embargo, la mujer había tomado asiento en el otro sillón, había sacado tres pequeños pergaminos de su mochila y liberó su contenido. El olor a chocolate caliente inundó la sala en cuanto aparecieron los tres tazones y a Ayame se le hizo la boca agua casi de inmediato.
—Casero. Con mucho azúcar. Vamos, Ayame —la invitó Shanise, y Ayame, tras unos breves segundos de inmovilidad, adelantó el cuerpo para tomar uno de ellos. Tuvo que hacerlo con mucho cuidado, y aún así el tazón tintineó peligrosamente entre sus temblorosas manos. Bebió un sorbo, y aunque aún quemaba considerablemente, el sabor y la calidez del chocolate la abrazaron desde dentro.
Suspiró.
Mogura, por su parte, había desplegado otro pergamino. Ayame le miraba con cierto recelo desde su posición, pero lo que salió a la luz fue una serie de bandejas con las porciones de un pastel de fresa con una pinta deliciosa. Su compañero le tendió una de aquellas, y Ayame mordiéndose el labio inferior, lo aceptó con gusto tras dejar el tazón con chocolate sobre la mesa para evitar accidentes.
—Muchas gracias, Mogura-san... —balbuceó, y después de intercambiar la mirada entre el genin y la ANBU, volvió a agachar la cabeza, profundamente avergonzada—. Y... lo siento mucho...
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Cuando Mogura liberó aquél pastel de fresa, Shanise no pudo evitar clavar la mirada sobre él durante unos largos diez segundos. Enarcó una ceja.
—Manase Mogura, eres un médico con recursos —concedió—. Ayame, tienes que trabajar en esa fobia. Sé que no es fácil... Pero, bueno. Ya lo sabes. No te disculpes por lo que ha sucedido y mira hacia adelante.
La mujer cogió también un trozo de pastel y así, en silencio, los tres empezaron a degustar un postre muy poco nutritivo pero muy rico a modo de cena, y antes de cualquier tipo de cena. Aquello habría sido desaconsejable por nueve de cada diez médicos, pero el décimo médico estaba sentado atiborrándose de pastel junto a ellos, de modo que no había problema alguno.
—Bien, chicos —dijo al cabo de un tiempo la jounin—. Entiendo que estáis preocupados por la situación en general, pero aquí no tenéis nada que temer. Estamos en una sección interior secreta del palacio del señor feudal. —Señaló al gran portón arriba de las escaleras, como diciendo "se va por ahí"—. Esa puerta es bastante ornamental. Detrás sólo hay un viejo almacén de palacio, pero en realidad es nuestro pasaporte para defender al Señor cuando estamos en Shinogi-To.
»No tengáis miedo. Aquí no os va a pasar nada. De hecho, ¡es el único sitio de Oonindo en el que me puedo permitir estar tranquila toda la noche sin mi respirador!
Se señaló a la máscara de metal que ahora llevaba colgando del cuello y sonrió afablemente, con aquellos dientes como sierras.
Los genin terminaron de comer y Shanise se levantó. Les guió por las escaleras del ala este, donde el pasillo que se adentraba hacia el fondo reveló ser como un piso de un hotel, con sus al menos diez puertas y habitaciones. Al fondo se vislumbraba una puerta con barandilla, de emergencia, de color rojo.
—Como os he dicho, no hay nada que temer —insistió—, pero aún así, si tuviéramos que salir, bajo cualquier circunstancia, mejor por esas puertas del final, ¿vale? Dan al tejado de palacio, y de allí podemos salir a la calle y huir rápidamente, escondernos...
»No queremos comprometer al Señor Feudal.
La mujer camino hacia la primera puerta disponible y la abrió.
—Yo dormiré en esta habitación. Vosotros coged las dos contiguas. Mañana saldremos muy temprano, de modo que no hagáis el tonto y dáos un buen sueño, ¿vale? Venga, chicos, hasta mañana...
Las habitaciones podrían haber pertenecido a un rey. Eran muy grandes, con una preciosa alfombra granate en el suelo y una cama amplia en la que cabrían dos personas. A la derecha de la habitación, es decir, al lado opuesto de la puerta, había un gran ventanal, y en la pared perpendicular una estantería con un montón de libros. El parqué era de exquisita calidad, y las paredes, de ladrillos rojos. Cada habitación tenía su propia chimenea artificial, que les proporcionaría el calor necesario para un apacible sueño...
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8/09/2017, 12:52
(Última modificación: 8/09/2017, 12:52 por Aotsuki Ayame.)
—Ayame, tienes que trabajar en esa fobia —respondió Shanise—. Sé que no es fácil... Pero, bueno. Ya lo sabes. No te disculpes por lo que ha sucedido y mira hacia adelante.
—S... Sí, Shanise-senpai —Ayame inclinó la cabeza en una profunda muestra de respeto, y después se llevó un trozo de la tarta a la boca. No pudo evitar relamerse cuando sintió el sabor del azúcar y la fresa—. ¡Está muy buena, Mogura-san!
Los tres siguieron comiendo. En aquellos instantes, Ayame ni siquiera se preocupó de la calidad de la cena, nutritivamente hablando, ni del hecho de que sus compañeros estuvieran tratando de subirle el ánimo mediante un buen chute de azúcar. Simplemente, se dejó relajar y degustar el dulce de la comida. Tenía otras prioridades en mente. Sobre todo, dejar de ser la que llamara la atención todo el tiempo.
—Bien, chicos —intervino Shanise al cabo de un tiempo—. Entiendo que estáis preocupados por la situación en general, pero aquí no tenéis nada que temer. Estamos en una sección interior secreta del palacio del señor feudal —explicó, señalando un portón ornamentado escaleras arriba en el que Ayame no había reparado hasta ahora.
«¿E... el Palacio del Señor Feudal?» Se había olvidado de que Shinogi-To, además de ser la ciudad de la delincuencia, era también el lugar donde residía el Señor Feudal del País del Agua. Después de ver lo que había visto en las calles, no pudo sino preguntarse cómo era posible que permitiera que lo más seguro que se pudiera encontrar en ellas fueran precisamente las ratas.
—Esa puerta es bastante ornamental. Detrás sólo hay un viejo almacén de palacio, pero en realidad es nuestro pasaporte para defender al Señor cuando estamos en Shinogi-To. No tengáis miedo. Aquí no os va a pasar nada. De hecho, ¡es el único sitio de Oonindo en el que me puedo permitir estar tranquila toda la noche sin mi respirador! —añadió, con una sonrisa de aquellos dientes como navajas, mientras se señalaba la máscara de gas que reposaba ahora en su cuello.
Ayame le devolvió la sonrisa, algo más tranquila y algo somnolienta.
Después de la improvisada cena, Shanise les guió por las escaleras de la derecha hasta un pasillo largo y estrecho con numerosas puertas, rematado por otra puerta con barandilla de un color rojo brillante.
—Como os he dicho, no hay nada que temer —insistió Shanise—, pero aún así, si tuviéramos que salir, bajo cualquier circunstancia, mejor por esas puertas del final, ¿vale? Dan al tejado de palacio, y de allí podemos salir a la calle y huir rápidamente, escondernos... No queremos comprometer al Señor Feudal.
«Espera. Acababa de decir que este era el lugar más seguro... No tendría por qué pasar nada, ¿no?» Ayame había palidecido, pero se esforzó por asentir.
—Entendido, Shanise-senpai —balbuceó, con un hilo de voz.
—Yo dormiré en esta habitación. Vosotros coged las dos contiguas. Mañana saldremos muy temprano, de modo que no hagáis el tonto y dáos un buen sueño, ¿vale? Venga, chicos, hasta mañana...
—Ha... hasta mañana... —respondió Ayame, dirigiéndose tanto a Mogura como a Shanise, antes de tomar la puerta contigua a la de la ANBU y que quedaría entre los dos.
Cerró la puerta tras de sí y apoyó momentáneamente la espalda en ella. Aquello no le hacía gracia. No le hacía ninguna gracia. ¿Seguro que separarse para dormir en un lugar desconocido como aquel era buena idea? Ayame podría poner varios "peros" al respecto.
Al menos la habitación era muy acogedora. Era muy amplia, de paredes de ladrillos rojos y suelo de parqué de la mejor calidad cubierto con una alfombra granate en el suelo que casi daba apuro pisar y una cama en la que podría tumbarse con las piernas y los brazos abiertos y aún así sobrarle espacio. En el lado opuesto a la puerta, había un colosal ventanal, pero la oscuridad de la noche impidió que pudiera ver a través de él.
«Bueno, de todas maneras no estoy segura de querer ver lo que hay en las calles de Shinogi-To por la noche...» Se dijo, torciendo el gesto.
Ayame, curiosa, dedicó unos pocos minutos a investigar los libros que poblaban la estantería de la pared contigua, pero el cansancio terminó por vencerla y al final se tumbó sobre la cama. Aquel colchón era el más cómodo que había probado nunca. La tela de las sábanas era tan suave que casi sentía que la estaban abrazando...
Poco a poco, la comodidad de la habitación hizo que Ayame se fuera sumergiendo en un profundo y apacible sueño...
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—Manase Mogura, eres un médico con recursos.
El joven médico asintió con un ligero movimiento de su cabeza, pero por dentro estaba sonriendo. A Ayame por otro lado, se le comandó trabajar en su fobia y que no diese mas vueltas a lo sucedido.
—S... Sí, Shanise-senpai
Dijo la joven kunoichi para luego probar el pastel de fresa.
¡Está muy buena, Mogura-san!
¿Verdad que si...? ¡De la mejor panadería en Amegakure...!
Dijo con un tono un tanto jocoso. Un pastel completo comprado en la mejor tienda de todo Amegakure, la pastelería de Kiroe-san. No podía esperarse menos que lo mejor.
El trío comió el postre sin mayor complicación, no podía esperar que ninguna de las dos emitiese una sola queja sobre los posibles nutrientes que podía tener el pastel, mucho menos después de ver como se iban a envenenar comiendo sándwiches rancios en un túnel. Los estómagos de ambas le debían la vida al mejor médico de Amegakure.
—Bien, chicos. Entiendo que estáis preocupados por la situación en general, pero aquí no tenéis nada que temer. Estamos en una sección interior secreta del palacio del señor feudal
Sus sospechas habían sido bien fundamentadas, aquella base secreta estaba situada debajo de un lugar sumamente importante en Shinogi-To. La ornamentación y la elección de materiales no era de la Arashikage, sino del Señor Feudal.
«¡Lo sabía!»
Pensó elevando la vista cuando la fémina señaló la puerta decorada.
—Esa puerta es bastante ornamental. Detrás sólo hay un viejo almacén de palacio, pero en realidad es nuestro pasaporte para defender al Señor cuando estamos en Shinogi-To. No tengáis miedo. Aquí no os va a pasar nada. De hecho, ¡es el único sitio de Oonindo en el que me puedo permitir estar tranquila toda la noche sin mi respirador!
Mogura correspondió el gesto delineando una ligera sonrisa en su rostro también. Quizás por el ambiente, quizás por la comida o por todo junto pero comenzaba a sentir la necesidad de descansar un poco.
Seguidamente Shanise guiaría al grupo hasta un pasillo, con muchas puertas y una puerta un poco más llamativa al final de todo.
—Como os he dicho, no hay nada que temer pero aún así, si tuviéramos que salir, bajo cualquier circunstancia, mejor por esas puertas del final, ¿vale? Dan al tejado de palacio, y de allí podemos salir a la calle y huir rápidamente, escondernos... No queremos comprometer al Señor Feudal.
El joven médico se limitó a realizar una ligera reverencia e imitar las palabras de la joven kunoichi. El lugar estaba bien pensado, no confiaba ciegamente en la seguridad de estar debajo del palacio de la persona más importante de todo el País de la Tormenta, sino que estaba preparado para casos de emergencia.
Entendido, Shanise-san.
Aunque su tono era mas claro y serio.
—Yo dormiré en esta habitación. Vosotros coged las dos contiguas. Mañana saldremos muy temprano, de modo que no hagáis el tonto y dáos un buen sueño, ¿vale? Venga, chicos, hasta mañana...
—Ha... hasta mañana...
Diría Ayame, despidiendose del grupo para luego meterse en la puerta del medio.
Buenas noches, Aotsuki-san.
Llegó a decir Mogura antes de que la joven se metiera en la habitación.
Me retiraré a mi habitación yo también. Buenas noches, Shanise-san.
Sin más, el médico ingresó al cuarto.
Inspeccionó el lugar ni bien dio el primer paso en su interior, no parecían habitaciones hechas para recibir soldados.
«Aunque nada de este lugar, salvo por el ingreso, parece hecho para recibir soldados...»
Las comodidades eran muchas, demasiadas, lo único que le habría faltado a ese lugar era una cocina. Aunque quizás, si se tomase el tiempo suficiente, la encontraría. Se acercó a la cama y se puso cómodo.
No pudo evitar pensar en todo lo que había pasado aquel día. Como casi había terminado vaya a saber donde culpa de la cinta del Túnel, las noticias sobre la muerte de Uzumaki Gouna y posible conflicto que se avecinaba con las otras dos grandes aldeas, el hecho de que estaba en una suerte de cuartel de lujo debajo del Palacio del Señor Feudal. Eso y muchas cosas más.
Pensó en todo hasta que finalmente se durmió.
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8/09/2017, 19:41
(Última modificación: 8/09/2017, 20:44 por Amedama Daruu.)
La noche cayó finalmente sobre Shinogi-To, y los tres integrantes de aquél peculiar grupo se fueron a dormir, arropados por las suaves sábanas de lujo del Palacio del Señor Feudal y guardados por los fortificados muros de piedra, sólidos como el escudo del mejor guerrero de Oonindo.
Fue bien entrada la noche cuando Ayame notó como alguien le daba unos suaves y delicados golpecitos en el hombro, como si tuviera miedo de asustarla. Ese alguien encendió también la lamparita que descansaba en la mesita de noche, al lado de la cama.
Ese alguien era Shanise.
Estaba completamente uniformada, respirador incluido. No era el aspecto de alguien que fuese a volver un tiempo después a su habitación para seguir conciliando el sueño.
—Ayame-chan —susurró—. Ayame-chan, despierta. Quiero enseñarte una cosa. Vamos, sígueme.
La mujer se irguió y se colocó al lado de la puerta, haciéndole señas.
—Rápido. Y tratemos de no despertar a tu compañero, ¿eh?
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