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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
Yui bajó la mirada, cruzándose de brazos. Uno de sus pies jugueteaba con una pequeña piedrecita, dándole vueltas en el suelo, cuando respondió:

¿Cómo accedió el bij... Kokuō, a esa información? —preguntó—. ¿Sabe Kurama que ella sabe que tiene hilos en Yukio? Si la respuesta es "sí", evidentemente, algo se olerá.

Ayame se mordió el labio inferior.

El mismo Kurama se la ofreció —respondió, con un hilo de voz, al cabo de varios segundos—. Cuando revirtieron el sello. Le ofreció ir a buscarle allí...

Matasteis a uno de sus Generales —continuó Yui—. Y su hermana no está de su parte, si no, me imagino que haría ya tiempo que habría vuelto a intentar escapar con tu cuerpo. ¡Porque más le vale que la información no sea una trampa! ¡Un tarro de miel para que mojemos los labios antes de que nos cacen! —exclamó, señalando el pecho de Ayame como si quisiera atravesarlo con su dedo y llegar hasta Kokuō.

Y Kokuō, evidentemente, respondió a la llamada y se manifestó en los ojos y el cabello de Ayame, tiñéndolos de aguamarina y perla, respectivamente, y ensombreciendo sus rasgos.

No me compare con las tácticas rastreras de los Humanos, por favor. Yo jamás recurriría a un truco tan sucio como ese —masculló la voz del Bijū, notablemente irritada—. Deberían agradecerme que decidiera compartir esa información con ustedes. Pero no me malinterprete, lo hago por mis Hermanos, no por ustedes. No permitiré que Kurama les ponga la zarpa encima a ninguno de ellos si puedo evitarlo.

Y, visto y no visto, Kokuō volvió a resguardarse en el interior de Ayame, devolviéndola a la naturalidad. La muchacha, avergonzada, se rascó la nuca.

L... lo siendo, a veces es un poco...
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#17
Yui abrió y cerró la boca varias veces. Cerró los puños, los abrió. Tembló, y a Ayame le pareció ver vapor salir por los agujeros de sus orejas —tal vez solo fue su imaginación—. Se dio la vuelta para evitar el confrontamiento, pero un pequeño duende le pinzó en la nuca como solía hacerlo siempre, y volvió a voltearse señalando al pecho de Ayame.

¡Mira quién fue hablar de los humanos, teniendo a esa rata escondida ahí arriba en el norte sin los huevos de presentarse ante nosotros directamente! —bramó Yui—. ¡Actuando a través de otros "humanos" a los que tiene como mascota! ¡No sé por quién me habrás tomado, pero yo no voy con trucos, ni con venenos, ni con tejemanejes! ¡Yo voy directa y caigo como un rayo encima de mis enemigos! —Llegados a este punto, la cara de Yui ya estaba roja de ira como un tomate maduro—. ¡Incluso ahora, te escondes dentro de Ayame y la utilizas a ella tú también como una marioneta para contestarme a mí! ¿¡Quién es la de los trucos sucios, eh!? ¿¡Quién!? ¡Maldita presuntuosa y presumida princesita de los bijūuuuuuuuus! ¡¡AAAAAH!!

Como queriendo deshacerse de un poco de esa rabia, la Tormenta se dio la vuelta y sacudió los brazos de golpe. La desventaja de que los bijū fuesen mucho más inteligentes de lo que habían pensado hacía mucho tiempo era que podían ser tan impertinentes como los más obstinados de los humanos. Y Yui no estaba acostumbrada a lidiar con gente impertinente. No con quien no pudiera colgar un rato de un poste de la torre de la Arashikage o meter una semanita en el calabozo.

Excepto por Señores Feudales petulantes y otros kage, como esa gilipollas de la Hierba. Ahh, una de sus razones para dejar que Shanise se ocupase de esas cosas.

Yui se acarició el entrecejo con las yemas de los dedos pulgar e índice.

Mañana a las seis de la mañana a la salida de la aldea. Tráete abrigo y todo lo que te tengas que traer. No le digas nada a nadie más. —Yui suspiró y se alejó a grandes zancadas. Por su bien, por el de Ayame y por el de su villa.

Resguardada entre las hojas de un árbol, un águila observaba la situación con sumo interés. El ave rapaz alzó el vuelo y se perdió entre las húmedas fachadas de las torres de Amegakure.
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#18
Yui boqueó, como un pez fuera del agua, sorprendida por la osadía de Kokuō. Como una de las Kage más orgullosas de todo Ōnindo, no estaba acostumbrada a que alguien no sólo no temblara ante su presencia, sino que encima se atreviera a responderle de aquella manera. Pero Kokuō no era alguien cualquiera, y los protocolos humanos quedaban muy lejos de su interés. Como Bijū, ella se sentía por encima de todas aquellas cosas.

Y esa actitud siempre acababa salpicando a su pobre jinchūriki, que ahora aguantaba el chaparrón como buenamente podía. Y no había paraguas alguno que pudiera protegerla de aquella tormenta.

¡Mira quién fue hablar de los humanos, teniendo a esa rata escondida ahí arriba en el norte sin los huevos de presentarse ante nosotros directamente! —bramaba Yui, prácticamente atravesando el pecho de Ayame con un dedo acusatorio. Su rostro, rojo de ira, parecía que iba a estallar como una cafetera puesta al fuego—. ¡Actuando a través de otros "humanos" a los que tiene como mascota! ¡No sé por quién me habrás tomado, pero yo no voy con trucos, ni con venenos, ni con tejemanejes! ¡Yo voy directa y caigo como un rayo encima de mis enemigos! ¡Incluso ahora, te escondes dentro de Ayame y la utilizas a ella tú también como una marioneta para contestarme a mí! ¿¡Quién es la de los trucos sucios, eh!? ¿¡Quién!? ¡Maldita presuntuosa y presumida princesita de los bijūuuuuuuuus! ¡¡AAAAAH!!

Pero pasaron los segundos, y Kokuō no volvió a manifestarse, y Yui se vio obligada a zarandear su rabia al aire, sacudiendo los brazos. Y mientras tanto, Ayame se mantenía en el sitio, con los brazos rígidos pegados al cuerpo, los puños apretados y los labios tensos. Estaba haciendo verdaderos esfuerzos por salir corriendo, chillando.

Mañana a las seis de la mañana a la salida de la aldea. Tráete abrigo y todo lo que te tengas que traer. No le digas nada a nadie más

Ayame asintió varias veces. Pero aún necesitó varios segundos más para responder con propiedad.

¡S... Sí... Y... Yui-s... sama! ¡A... así... l... lo... ha... haré!

Y aquella fue la señal que necesitó. Simplemente giró sobre sus talones y salió corriendo como alma que lleva el diablo, de vuelta a su hogar.

«¡Kokuō, tonta! ¡Tonta! ¡TONTA!» La regañaba para sus adentros, con lágrimas en los ojos.



. . .



Pero al día siguiente se presentó, puntual como ella solía ser, en la salida de la aldea. Ayame se tapó la boca, adormilada, cuando un sentido bostezo escapó de su pecho. Iba ataviada con una gruesa capa de viaje de color blanquecino y, en torno al cuello, una bufanda azul claro con un copo de nieve en su extremo, prestada por su hermano. Ayame no había pronunciado palabra alguna sobre su destino, o los detalles de su misión, pero le pareció encontrar cierta tensión en el ambiente cuando regresó a su casa el día anterior. A la espalda cargaba con una mochila con raciones de comida y agua para varios días y un par de mudas de ropa.

Pero no se quedaban ahí sus preparaciones. Ayame se había encargado de hacer una pequeña marca en su habitación, justo debajo de su escritorio: la marca de la Luna.

Sólo por si acaso.
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#19
Era un día frío. Como en el oeste, en el País del Agua, una bruma espesa se había acumulado en la mañana. Cada vez que Ayame exhalaba, dejaba escapar una buena nube de vaho. Era un día perfecto para que alguien intentase colarse en Amegakure. A pesar del dispositivo de seguridad por fūinjutsu de Shanise, más de alguna oveja descarriada de la propia aldea había intentado volver, a veces con buenas intenciones, a veces con no tan buenas. A la aldea eso le daba igual: un exiliado era un exiliado.

Por eso había más guardia que de costumbre. Aparte del par de chūnin que diligentemente solicitaban motivos de entrada y salida a todos los viandantes, un par de ANBU vigilaban en cada extremo del puente.

Otro ANBU salía en ese momento, desperezándose.

Hola, Takeshi... Hey, Konkūro.

¡Eh! —susurró uno de los guardias—. ¡Que te he dicho mil veces que no nos llames por nuestro nombre real, capullo!

Bah, es Ayame, está con la Arashikage todo el día. Seguro que se sabe nuestros nombres, ¿verdad, Ayame? —El hombretón, de al menos uno ochenta de altura, la saludó afablemente tras una máscara de búho—. Además, he oído que es muy buena con los nombres.

Los otros dos guardias se encogieron de hombros. El que había saludado a Ayame se dio la vuelta y discretamente hizo un gesto con dos dedos de la mano izquierda.

Sígueme.
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No hay marcas de sangre registradas.
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#20
Ayame se arrebujó en su capa de viaje cuando otra brisa invernal pasó a través de ella. Aunque se había abrigado a conciencia, sabiendo hacia dónde se dirigían, no podía evitarlo. Era demasiado friolera para soportar aquellas temperaturas. Por si no fuera suficiente, encima una densa niebla había inundado el lugar. Y, para sorpresa de la kunoichi, en la entrada se encontró con dos ANBU custodiando los dos extremos del puente además de los habituales dos chūnin.

«Cuánta vigilancia... ¿Estarán esperando algo?» Se preguntó, extrañada.

En ese momento salió otro ANBU desperezándose, que se dirigió hacia sus compañeros.

Hola, Takeshi... Hey, Konkūro.

¡Eh! —protestó uno de los guardias, visiblemente molesto—. ¡Que te he dicho mil veces que no nos llames por nuestro nombre real, capullo!

Bah, es Ayame, está con la Arashikage todo el día. Seguro que se sabe nuestros nombres, ¿verdad, Ayame? Además, he oído que es muy buena con los nombres.

La repentina interpelación consiguió sobresaltarla. Con un ligero brinco, Ayame parpadeó un par de veces y su mirada vagó entre los tres ANBU, todos ellos cubiertos con máscaras inescrutables.

Eh... sí... claro...

«¿Sí?» Era inútil intentar engañarse. Aunque pudiera reconocer sus rostros, era más que probable que Ayame hubiese terminado olvidando sus nombres o, peor aún, confundiéndolos. Habría acabado llamándolos Kokeshi y Takūro, o algo así.

De hecho... ¿quién era aquel ANBU que ahora le estaba indicando que le siguiera con una seña de sus dedos?

Ayame frunció el ceño, indecisa. Yui le había indicado que la esperara en la salida de la aldea, pero ahora había aparecido un desconocido. Sus ojos viraron momentáneamente a los que había llamado Takeshi y Konkurō. Ellos no habían reaccionado de forma recelosa ante el recién llegado; de hecho, por la forma que le habían hablado, debían conocerle. Pero...

«Maldita sea...»

Con un par de zancadas rápidas, Ayame se colocó junto al ANBU, pero a una cierta distancia, y caminó junto a él. Le miraba con curiosidad, como si quisiera ver más allá de su máscara.

Disculpa, pero... tengo que esperar a alguien en ese mismo puente, y si me alejo demasiado...
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#21
El ANBU esperó unos segundos antes de contestar.

¡Ja! Buena con los nombres. Esa sí que ha sido buena, ¿eh, Ayame? Con la memoria de zoquete que tienes. —De pronto, la actitud del shinobi se hizo de lo más arrogante, altanera y casi maleducada. ¡Si no la conocía de nada!—. Joder, Ayame. Yo creía que se me daba mal hacerme pasar por otra persona, pero o tú eres muy inocente o he mejorado.

¿O sí?

El ANBU se dio la vuelta y se acercó un poco.

»Soy Yui —susurró—. Ahora sígueme un rato, hasta que no nos vean los de la puerta, ¿quieres?
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#22
¡Ja! Buena con los nombres —rió el ANBU, al cabo de algunos segundos de incertidumbre. El tono de su voz se hizo brusco, chulesco, incluso maleducado—. Esa sí que ha sido buena, ¿eh, Ayame? Con la memoria de zoquete que tienes.

Ella frunció el ceño y apartó la mirada, con las mejillas encendidas. ¿Pero quién se creía que era para hablarle de esa manera? ¡No la conocía de nada! Es más, ¿por qué sabía siquiera quién era? Una oscura sospecha comenzó a tomar forma en su cabeza: ¿Y si aquel ANBU, en realidad, no era quien decía ser? ¿Y si la estaba conduciendo a una trampa?

Joder, Ayame. Yo creía que se me daba mal hacerme pasar por otra persona, pero o tú eres muy inocente o he mejorado.

—[sub=sienna] Joder, Ayame. Yo creía que se me daba mal hacerme pasar por otra persona, pero o tú eres muy inocente o he mejorado.


¿Qué...? —Ayame parpadeó varias veces visiblemente confundida.

Y entonces el ANBU se dio la vuelta hacia ella y se acercó un poco. Poco, pero lo suficiente como para ponerla nerviosa.

Soy Yui —susurró—. Ahora sígueme un rato, hasta que no nos vean los de la puerta, ¿quieres?

Pero Ayame se había quedado con los ojos abiertos como platos. La Técnica de Transformación se contaba entre las más básicas de cualquier shinobi o kunoichi que se preciara, pero en aquella ocasión había conseguido pillarla desprevenida.

Y... ¿Yui-sama? —le susurró ella a su vez, acelerando también el paso—. ¿Pero cómo...? Quiero decir, ¿por qué se ha transformado? ¿Y los ANBU de la puerta no han sospechado nada? ¡Como mínimo deberían haberte reconocido como uno de los suyos!

¿Qué clase de seguridad tenían si aceptaban a cualquiera como uno más de la aldea?
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#23
Bah. —Dijo Yui, tras convertirse de nuevo en ella misma dejando tras de sí una nube de humo. Iba vestida con una capa de viaje impermeable de color negro, con un uniforme de jōnin de Amegakure ligeramente modificado, más oscuro, y unos guantes y botas marrones. Se protegía de la lluvia con un kasa de paja amplio—. Los tengo fichados a todos y cada uno de ellos. Trabajaron muy cerca de mí. Sé cómo hablan, cómo visten, cómo se mueven... imposible que me reconociesen. No a mí. Y son ninjas muy buenos, ¿eh? —Se encogió de hombros—. Pero yo soy mejor.

Sin dar respuesta a la pregunta de por qué se había transformado, la Tormenta prosiguió su camino. Yui tenía buena forma, pero Ayame descubrió pronto que podía mantener su paso sin problemas.

Caminaban por las orillas del Gran Lago, auspiciadas bajo una lluvia no muy intensa pero constante. Yui no se detenía en absoluto. Tampoco para desviar charcos de barro profundos, cuyas profundidades surcaba como si se tratara del mismísimo aire. No se molestaba en usar el chakra para caminar por encima de ellos, y en su rostro había reflejada una sonrisa divertida.

¿Hacía cuánto tiempo que Yui no salía fuera de la aldea sin la eterna imposición de un encuentro diplomático?
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#24
Yui resopló y deshizo la transformación para volver a su forma original tras verse envuelta momentáneamente en una ligera nube de humo. Vestía una capa de viaje, impermeable, de color negro y cubría sus manos y pies con sendos guantes y botas de color marrón. Sobre la cabeza, y para protegerse de la lluvia, llevaba un cónico kasa de bambú.

Bah. Los tengo fichados a todos y cada uno de ellos. Trabajaron muy cerca de mí. Sé cómo hablan, cómo visten, cómo se mueven... imposible que me reconociesen. No a mí. Y son ninjas muy buenos, ¿eh? Pero yo soy mejor —agregó, encogiéndose de hombros con aquella confianza que la caracterizaba.

«Por supuesto, Yui-sama.» Pensó Ayame, sonriendo para sus adentros.

La líder apretó el paso, y Ayame se vio obligada a hacer lo mismo. En aquellos momentos recorrían las orillas del Gran Lago bajo la constante lluvia de Amenokami y sus pasos resonaban chapoteantes contra la húmeda tierra cubierta por aquella permanente alfombra de hierba. La antigua Arashikage seguía adelante sin detenerse en ningún momento. Ella misma se definía como una tormenta, y, como tal, atravesaba los charcos de barro sin molestarse en rodearlos o caminar sobre ellos haciendo uso de su chakra. Ayame, por su parte, sí que se aseguraba de exhalar de forma constante chakra desde la planta de los pies. No le molestaba mojarse, pero el barro era otra cosa. Además, lo último que quería era acabar resbalándose y terminar cubierta de lodo hasta las orejas.

Yui-sama. —La llamó al cabo de un buen rato, cuando o bien consiguió reunir el valor para ello o bien la hartura del frío y el barro había terminado por sobrepasarla—. ¿Piensa ir a pie hasta Yukio? No es que me importeMentira. Claro que le importaba, pero podría llamar a Takeshi. Él podría llevarnos volando en un pispás allí y ahorrarnos todo... esto.
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#25
Yui rio y pateó una piedra, que salió volando y chocó varias veces contra las aguas del lago, rebotando. Parecía una niña divirtiéndose.

¡No, claro que no, tonta! —dijo—. Iremos en el ferrocarril. ¡Para qué pagamos el maldito cacharro ese si no es para que nos lleve a cualquier parte reposando el culo, eh! —Yui caminaba levantando mucho las rodillas y los brazos. Yui caminaba lenta, pero constante, e igual que antes a Ayame no le costaba nada alcanzarla, ahora le parecía un infierno. No por velocidad, sino por Aguante.

»¿Takeshi? ¿Quién coño es Take...? ¡Aahh, un halcón! Sí, Shanise me contó que ahora puedes invocarlos. Muy bien, muy bien. Pero allí arriba hace mucho frío, y más conforme nos acerquemos al norte. Lo siento, pero no quiero congelarme los pezones. En Yukio hace tanto frío que podríamos rayar los cristales de las ventanas.
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#26
¡No, claro que no, tonta! —Se rio Yui, dándole una patada a una piedra que se cruzó en su camino. El canto salió volando con el impacto y chocó varias veces contra las aguas del lago antes de hundirse—. Iremos en el ferrocarril. ¡Para qué pagamos el maldito cacharro ese si no es para que nos lleve a cualquier parte reposando el culo, eh!

Ya... el ferrocarril... —murmuró Ayame de mala gana, entrecerrando los ojos. En su corta vida, la kunoichi había tenido suficientes experiencias con aquel armatoste de hierro como para querer subirse a él por voluntad propia.

¿Takeshi? ¿Quién coño es Take...? ¡Aahh, un halcón!

S... Sí, uno de mis halcones —resopló Ayame, con el sudor perlándole la frente.

Sí, Shanise me contó que ahora puedes invocarlos. Muy bien, muy bien. Pero allí arriba hace mucho frío, y más conforme nos acerquemos al norte. Lo siento, pero no quiero congelarme los pezones. En Yukio hace tanto frío que podríamos rayar los cristales de las ventanas.

Ella murmuró algo ininteligible para sus adentros que sonó a algo parecido a una maldición. Y es que Yui seguía avanzando, tan decidida como a la tormenta a la que representaba, y a ella no le quedaba otra que seguir sus férreos pasos. Cada vez le costaba más y más seguirle el paso. Y no era cuestión de velocidad, si fuera por eso Ayame estaba convencida de que podría seguir el paso (e incluso adelantar) a cualquier persona. Pero por mucho que acumulara el chakra para caminar, la tierra húmeda absorbía sus pisadas, sus pies se veían atrapados por el barro, y cada vez le costaba más y más volver a levantar los pies para seguir caminando. Así, pronto comenzó a resollar y a tambalearse para seguirle el ritmo a su líder.

Por primera vez, y esperaba que no volviera a repetirse nunca más, algo dentro de ella estaba rogando por llegar pronto a la estación del ferrocarril.
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#27
Y allá que llegaron, un par de horas o tres más tardes, con Ayame arrastrando los pies y cubierta de barro, resollando con dificultad y echando casi hasta el alma por la boca. Yui, en cambio, parecía fresca como una rosa. Como si hubiera sido el mejor día de su vida. Quizás incluso lo fuera, después de mucho tiempo. Con una sonrisa radiante y sin preocuparse por ocultar su identidad, caminó por el andén con todo el mundo a su alrededor apartándose y profiriendo gritos ahogados.

Ya en dentro del ferrocarril, a Yui no le importó apoyar los pies en el asiento de enfrente del pequeño compartimento clausurado en el que se habían aposentado.

¡Ayame! ¿Pero qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Has pillado algo?
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#28
¿Cuánto tardaron en llegar? Ayame no había sido muy consciente del tiempo que había pasado desde que habían abandonado la aldea, pero desde luego se le hizo tortuosamente lento. Estaba empapada y cubierta de barro hasta las orejas, y arrastraba los pies con cansancio acumulado. Todo lo contrario a Yui, que parecía una niña pequeña estrenando sus nuevas botas en un día de lluvia.

Ya en la estación del ferrocarril, la gente se apartaba al paso de la Tormenta entre gritos ahogados y exclamaciones de sorpresa. No era de extrañar, pues era muy extraño ver a Amekoro Yui fuera de sus jurisdicciones en Amegakure. Pero Ayame torció el gesto, algo preocupada por la alarma que estaban despertando a su alrededor. Ella prefería un perfil más bajo, pasar desapercibida, ¿pero cómo podía pasar desapercibida una Tormenta? Era como pedir a un huracán que fuese silencioso.

Se subieron al aparato de hojalata que no dejaba de silbar y traquetear, como si estuviese impaciente por iniciar la marcha, y ocuparon uno de los compartimentos cerrados. Ayame se dejó caer con todo su peso en uno de los asientos frente a Yui, pero tuvo que hacerse a un lado cuando la mujer, haciendo gala de su escaso sentido del decoro, apoyó los pies embarrados en el asiento que quedaba justo frente a ella.

¡Ayame! ¿Pero qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Has pillado algo?

¿Eh? —preguntó ella, con un ligero respingo. Fue entonces consciente de que, junto a su gesto de malas pulgas y su apariencia sucia y embarrada, aún resollaba ligeramente y tenía la frente perlada de sudor. Desde luego, la intensa caminata le había pasado factura—. ¡No, no, estoy bien! —exclamó, agitando una mano en el aire para restarle importancia. Se acomodó en su sitio y apoyó los brazos en las rodillas para inclinarse ligeramente sobre Yui—. Yui... ¿De verdad... esto está bien? —preguntó con cierta preocupación, sacudiendo la cabeza hacia la ventanilla. A través del cristal, aún había personas cuchicheando y señalando donde se encontraban ellas—. Quizás deberíamos intentar... pasar un poco más desapercibidas.

Sobre todo según se fueran acercando a Yukio. Una cosa era que civiles normales y corrientes conocieran de su presencia, ¿pero y si los cuchicheos y las voces terminaban llegando antes de tiempo a los oídos de los Generales y, por ende, a los de Kurama?
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#29
La sonrisa dentada de Yui se transformó en una mueca de profundo desagrado.

¿Pasar desapercibidas? —espetó. Echó un vistado al andén. Vio como un grupo de niños se escondía detrás de sus padres, temerosos, mientras ellos trataban de animarles a saludar. Pero evidentemente acongojados también—. Míralos. Hay que ejercer la autoridad, Ayame. —La mujer sonrió ampliamente, mirándoles todavía—. Hay que mostrar la presencia de una en su propio territorio. ¿Por qué iba a querer pasar desapercibida en mi puto país, eh? Se supone que fuera de los muros de Amegakure, soy la Señora Feudal.

»¿Vamos a desaprovechar el POLVO que levantan mis BOTAS y el TEMBLOR del suelo que PISO cuando lleguemos a Yukio? Ahh, no. Yo y el gobernador vamos a tener una buena charla, y te garantizo que le extraeré una provechosísima información.
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#30
¿Pasar desapercibidas? —La sonrisa de Yui desapareció de su gesto, y fue reemplazada por una profunda mueca de desagrado. Ayame se estremeció para sus adentros, temiendo haber ido demasiado lejos. Los chispeantes ojos de la antigua Arashikage se desviaron hacia el andén, donde un grupo de chiquillos se escondía detrás de las piernas de sus padres—. Míralos. Hay que ejercer la autoridad, Ayame. —pronunció, con una nueva y amplia sonrisa. Pero Ayame la miró largamente. Si algo rondaba su cabeza, desde luego no lo expresó abiertamente.

»Hay que mostrar la presencia de una en su propio territorio. ¿Por qué iba a querer pasar desapercibida en mi puto país, eh? Se supone que fuera de los muros de Amegakure, soy la Señora Feudal. ¿Vamos a desaprovechar el POLVO que levantan mis BOTAS y el TEMBLOR del suelo que PISO cuando lleguemos a Yukio? Ahh, no. Yo y el gobernador vamos a tener una buena charla, y te garantizo que le extraeré una provechosísima información.

Lo único que digo, si me lo permite, Yui-sama, es que quizás deberíamos estudiar el terreno antes de hacer nada. No sabemos cómo está Yukio, o si hay alguien esperándonos allí... como usted dijo,los dos shinobi que enviaron han desaparecido sin dejar rastro...

Ayame lanzó un profundo suspiro y se reclinó hacia atrás, reposando la espalda en el respaldo de su asiento. Estaba nerviosa. Nerviosa y preocupada. Iban a lanzarse de cabeza al mismo epicentro de la tormenta, a las fauces abiertas de un zorro que estaba esperando al mejor momento para devorarlas. Y ellas estaban acudiendo a él voluntariamente.

Ayame no lo había olvidado. No podía hacerlo. Lo veía en sus sueños una y otra vez: la amenazadora mano de Kuroyuki cerniéndose sobre ella, aquellos ojos naranjas perforando su alma y aquella desgarradora voz... Pero, sobre todo, aquel cegador destello de luz que en sus sueños la atravesaba, la fulminaba, apagaba su vida de un soplido. No podía olvidarlo, porque aunque no le había contado nada a nadie, vivía con el terror anidado en su pecho.
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