Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
12/05/2021, 21:13 (Última modificación: 12/05/2021, 21:16 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Después de liberarla de su mordaza, Kuroyuki arrastró una vieja silla que había en un rincón, y en la que no había reparado hasta el momento, y se sentó frente a ella. Ayame no pudo sostener su mirada, la había visto demasiadas veces en situaciones demasiado peliagudas para ella y seguía persiguiéndola en sus pesadillas, por lo que terminó apartándola tras unos breves segundos.
—Tenemos un ejército —dijo, confirmando lo que la inteligencia de las tres aldeas ya conocía gracias a la información proporcionada tiempo atrás por Sasaki Reiji. Kuroyuki debió interpretar la falta de reacción de Ayame ante aquella información, porque continuó hablando—: Aunque eso quizás ya lo sabéis. Lo que quizás no alcancéis a entender es su magnitud. Verás... el Imperio no es un proyecto de ayer, precisamente. Llevamos años... años, sí, planeando esto.
«¿Años?» Aquello sí que provocó una reacción en Ayame, que abrió los ojos como platos. ¿Cuántos años exactamente? ¿Desde antes de que Kuroyuki le revirtiera el sello? ¿Desde antes de haberse graduado siquiera como kunoichi? ¿Había estado jugando con kunais de madera sin siquiera sospechar la sombra que estaba acechando Ōnindo?
«Recuerde que Kurama asesinó a mi hermano Gyūki y su jinchūriki.» Resonó la voz de Kokuō en su cabeza, llena de rabia contenida. «Como mínimo, desde entonces.»
—Si nos movemos ahora es porque podemos. Y podremos. Con vosotros —Kuroyuki cerró los ojos y negó con la cabeza, en un gesto casi apesadumbrado—. Tenemos una propuesta para vosotras. Para ti y para la Diosa Kokuō.
«Una propuesta... Y ahora quieren negociar.» Repitió Ayame para sus adentros, frunciendo ligeramente el ceño. Después de revertirle el sello y condenarla a varios tortuosos meses de cautividad, después de haber intentado arrancarle la vida, ¿ahora Kurama había decidido que podían negociar?
—Kurama ha entendido que queréis estar juntas, y aunque lo considere... despreciable... —La voz de Kurama volvió a invadir momentáneamente los labios de Kuroyuki, y Ayame no pudo evitar pegar un pequeño brinco al escucharla—. Por favor, déjame a mí —continuó, hablando al aire como tantas veces había hecho Ayame con Kokuō. Qué amarga ironía que encontrara similitudes así con su carcelera—. Kokuō, Kurama te considera una igual. Eres su hermana. Por favor, considera esta opción: Toma el control de la Tormenta junto a Aotsuki Ayame como gobernadora de la Provincia. Dejaremos que Ayame sea una más en nuestras filas, la respetaremos. Te respetaremos, Ayame. A ti y a todos los tuyos. Pero tendrás que aceptar el nuevo orden. Tendrás que aceptar el imperio.
—De lo contrario, entenderé que os oponéis a mí. Os mataré —volvió a hablar Kurama—. Y cuando renazcas, Kokuō, volveré a preguntarte tu opinión. Aunque para entonces todo Oonindo me reconocerá como su único y verdadero Emperador.
Pero Ayame se había quedado sin palabras. Incapaz de creer lo que estaba escuchando, se había quedado mirando a Kuroyuki con los ojos abiertos como platos y la boca entreabierta. Ella seguía hablando, alabando las cualidades de Kurama como líder justo aunque impulsivo. Otra amarga similitud con Yui y Shanise...
—Kurama y sus hermanos, Ayame... podrían cuidar de la humanidad. Guiarla. Con todo Oonindo unido, no habría más guerras, más conflictos entre señores feudales petulantes. Entre Kage demasiado llenos de orgullo. Un Imperio unido. Un único camino.
El frío se hizo aún más penetrante. El vaho a través de sus labios se condensaba cada vez más, y Ayame tiritó. Era casi como si le hubiesen puesto una espada al cuello. Y, ciertamente, pronto comprendió que así era. Ayame respiró hondo varias veces, tratando inútilmente de calmar los alocados latidos de su corazón.
—Hablas de una propuesta... pero esto no es más que una coacción —Murmuró, con la cabeza gacha pero los ojos clavados en Kuroyuki. Uno de ellos se había iluminado de aguamarina, con el párpado inferior bañado de sangre y una mirada llena de furia ardiente. Las esposas que aprisionaban sus muñecas tintinearon con ruido metálico cuando se revolvió ligeramente—. "Toma el control de Amegakure y conviértete en gobernadora". Quieres obligarme a enfrentarme a mi hogar, a mis Hermanos, a mi familia y a mis seres queridos, a la última voluntad de Padre...Todo por este... Imperio del que no dejáis de hablar...
»La humanidad no necesita ninguna guía. No necesita que nadie la cuide —Ayame negó con la cabeza—. Lo que la humanidad necesita es convivir con los Bijū. En igualdad de condiciones para todos: nada de armas, ni vasijas, ni sometidos. Yo no puedo liberar a Kokuō sin morir... pero he roto sus cadenas. Y lo mismo ha hecho Datsue con Shukaku y Juro con Chōmei.
Incluso había ideado una técnica para dejarles saborear la libertad. Al menos, toda la que estaba en sus manos ofrecerles. Pero no estaba dispuesta a compartir esa información con Kurama. No aún.
Ayame suspiró, con el corazón encogido y muerta de frío. Estaba condenándose. Estaba firmando su sentencia de muerte, y lo sabía. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? ¿Traicionarse a sí misma y a todos los que la rodeaban? Cualquiera que la conociera mínimamente, sabría que eso era algo imposible. Tragó saliva, con esfuerzo.
—Kuroyuki... ¿No es así? —preguntó, volviendo a alzar la mirada hacia ella. Ojos húmedos, llenos de dolor—. ¿Piensas de verdad que no habría más guerras ni más conflictos si fueran los Bijū los que gobernaran? Ya los hay, Kuroyuki. Concretamente, de todos los Bijū contra Kurama. ¿Y vuestra solución es aplastarlos, una y otra vez, o incluso sellarlos hasta que acepten vuestros mandatos?
Gyūki era buena prueba de ello. Shukaku era buena prueba de ello. Kokuō lo era también. E incluso Chōmei.
El rostro de Kuroyuki se fue volviendo más sombrío a medida que Ayame hablaba y hablaba. Sus iris y sus pupilas se transformaban de vez en cuando, del negro al rojo con aquellas rendijas amenazadoras. Pero si Ayame hubiese juzgado cual de los dos rostros estaba más enfadado, no habría encontrado diferencia alguna. Finalmente, el rojo imperó sobre el negro, y Kurama, en el cuerpo de Kuroyuki, se levantó de la silla, estampándola contra la pared de atrás. Una solitaria pata se desmontó e hizo volcar el asiento. Rodó hasta los pies de Ayame.
—¡Insolente ser inferior! —bramó—. ¡Los bijū estamos destinados a gobernar a los humanos! ¡No os es tan difícil aceptar la herencia de los Señores Feudales! ¿¡Verdad!? ¿¡Qué puta diferencia hay, eh!? —Kurama abofeteó a Ayame tan fuerte que volvió a tumbarla en el suelo—. ¡Trato a mis subordinados con el mismo cariño con el que vuestros Kages os tratan a vosotros, quizás más! ¡Y ellos me tratan a mí con el mismo respeto con el que vosotros trataríais a un viejo inútil con un sombrero de Señor que nació rico por derecho de sangre! ¿¡Quién tiene más derecho de sangre que los HIJOS de Rikudō!? —Kurama abrió la palma de la mano. Ayame vio como la apuntaba hacia la cabeza de Yui—. Desafortunadamente para ti, Ayame, ¡también trato a mis enemigos de la misma forma que vosotros a los vuestros! Oh, y para vosotras reservaré un trato especial, no os preocupéis. No será tan rápido como con ella.
Una mezcla de energía blanca y negra comenzó a acumularse cerca de la mano de Kuroyuki, emitiendo un sonido terrorífico. Un sonido que Ayame conocía muy bien. El bijū señaló con el dedo índice de la otra mano a la cara de Ayame. No, más allá.
»¡Y tú, Kokuō, eres una traidora! ¡Todos sois unos putos traidores! ¡El gran mal que acecharía a Oonindo era este sistema de mierda de señores, aldeas y shinobi! ¡Ya casi se extinguen una vez, manipulándonos, haciéndonos luchar entre nosotros! ¡Y lo van a volver a hacer! ¡LO ESTÁN VOLVIENDO A HACER! ¡Padre dijo que tendríamos que colaborar con los humanos, pero no dijo que tendríamos que apoyarlos en todas sus demencias! ¡En la repetición de sus mayores errores! ¡¡Nosotros somos una especie superior, Kokuō!! ¡¡Nosotros seremos sus líderes, los faros que les guiarán hacia un nuevo mundo!! ¡¡Uno mejor!!
»Quería que lo hiciéramos juntos. Pero si no vais a ayudarme, tendré que hacerlo solo.
A Ayame la invadió una sensación de frío terrible justo en el instante en el que Kurama disparó su bijūdama-láser hacia Yui. Toda la estancia se cristalizó, como si la misma humedad del ambiente se hubiese transformado en hielo, que hizo contacto con su mejilla. Ardía. Dolía. Una fuerza de impacto brutal había entonces empujado al dúo Emperador-General hacia el fondo de la habitación, junto a la puerta, totalmente congelada, y un buen cristal helado. El láser se abrió paso a través del cemento y horadó un túnel, que atravesó Kuroyuki. Trató de levantarse, pero la nieve le cayó encima, sepultándola.
Toda la estancia se había llenado de luz, y ahora Ayame no veía nada. El ruido finalmente acabó por despertar a Yui, que había caído también de la silla y ahora gimoteaba algo inintelegible. Y entonces los oyó.
—¡¡Suelta a mi hija, monstruo!!
Una voz al lado de Ayame, una voz familiar, fría pero cálida, se preocupó por ella mientras la levantaba del suelo y cortaba las cuerdas que sujetaban sus piernas.
—Ayame, estamos aquí. ¿Estás bien? —Kōri congeló las esposas y las partió con un golpe seco de kunai.
—La próxima vez, consúltelo primero, Señora Yui. —Zetsuo se acercó a Yui, con una mezcla entre la más absoluta disconformidad con su existencia y el más absoluto respeto. Con sus propias manos, trituró la cadena que mantenía sus muñecas atadas gracias al Okashō. Luego cortó las cuerdas—. Nos vamos. Toda la ciudad está controlada por el Kyūbi.
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21/05/2021, 22:34 (Última modificación: 21/05/2021, 22:35 por Uchiha Datsue.)
Lo primero que sintió fue un extraño sabor en la boca. Tenía los labios secos, con un dulce regusto en ellos que, a medida que los humedecía con la lengua y tragaba saliva, se iba transformando en algo así como un limón agriado. Una rápida ojeada desde el suelo le confirmó sus sospechas: la habían jodido, y de la manera que más le irritaba.
Dos jodidas décadas. Más de siete mil jodidos días llevaba machacando sus riñones, su hígado, su jodida salud, para evitar cosas como aquella. Todas las malditas noches, mientras la gran mayoría se tomaba leche con galletitas antes de acostarse, ella bebía veneno. O lo inhalaba, según se le diese. No lo bastante como para no despertarse a la mañana siguiente… y a las que siguiesen a esta, pero sí lo suficiente como para que su cuerpo estuviese siempre alerta, y sus defensas, siempre afiladas. La resistencia a los venenos que había adquirido con el paso del tiempo tenía un precio a pagar, claro, y ella era consciente de que si moría de vieja, no sería de muy vieja. Era un precio que pagaba con gusto.
Pero la resistencia a los venenos no le había servido de nada contra un puto somnífero.
Masculló una serie de improperios e insultos —tan solo unos pocos de los mucho que conocía—, y sintió las zarpas de un viejo águila cortando las esposas que la retenían. Se levantó como el tigre que se pasa la tarde tumbado en una siesta hasta ventear una presa, y recorrió rápidamente la estancia en la que se encontraba con sus ojos eléctricos.
No tardó en darse cuenta que estaba la familia Aotsuki al completo, además de un montón de polvo y todavía más escombros.
—El somnífero que me echaron en la limonada debe de tener algún alucinógeno. ¿O sigo soñando? —replicó a las palabras de Zetsuo, y todavía cabreada porque hubiese caído con una puta droga—. Eso explicaría que sea yo quien deba consultarte a ti, y que seas tú quien des las órdenes aquí.
Entendía la frustración del viejo y orgulloso Zetsuo. Había sacrificado ya mucho, y tenía miedo de perder todavía más. Precisamente por ello no le había comentado nada de aquel plan, aunque él, de alguna manera, se las había ingeniado para enterarse de su destino. ¡Ja! Tenía que habérselo imaginado. Obviamente se alegraba de su oportuna entrada, pero…
Pero que no le tocase los ovarios, ¡coño! ¡Que no era el momento!
—¿Qué me he perdido? ¿Y el zorro? —preguntó a todos y a nadie en concreto.
Que la guillotina estaba sobre su cabeza y Kuroyuki estaba a punto de soltar la cuerda, era algo que Ayame ya sabía desde que empezó a pronunciar la primera palabra. Pero el saberlo no lo hizo menos escalofriante, a medida que el rostro de su captora se tornaba más oscuro y sus ojos titilaban periódicamente del negro al rojo de la sangre. Aquella sucesión de colores terminó finalmente en el rojo, y Kurama, de nuevo invadiendo el cuerpo de Kuroyuki, se levantó de golpe. De la fuerza empleada, la silla en la que había estado sentado terminó estampándose contra la pared de atrás, y una solitaria pata, amputada con violencia, terminó rodando hasta los pies de Ayame. Como pronto haría su cabeza.
—¡Insolente ser inferior! —bramó, estallando de ira—. ¡Los bijū estamos destinados a gobernar a los humanos! ¡No os es tan difícil aceptar la herencia de los Señores Feudales! ¿¡Verdad!? ¿¡Qué puta diferencia hay, eh!?
Fue como un latigazo. La mano de Kurama se estampó con tanta fuerza en la mejilla de Ayame, que esta terminó cayendo de nuevo al suelo con un gemido de dolor. Un dolor que se vio incrementado cuando su cuerpo volvió a dar con las duras losas de piedra, reverberando desde su hombro ya magullado hasta el resto de su cuerpo. A Ayame le habría gustado decir que fue valiente, que aguantó con todo el estoicismo que fue capaz de reunir... pero ella no era así, y estaba muerta de miedo. Terminó temblando hecha un ovillo, todo lo encogida que las cuerdas le permitían, y lloró. Claro que lloró.
—¡Trato a mis subordinados con el mismo cariño con el que vuestros Kages os tratan a vosotros, quizás más! ¡Y ellos me tratan a mí con el mismo respeto con el que vosotros trataríais a un viejo inútil con un sombrero de Señor que nació rico por derecho de sangre! ¿¡Quién tiene más derecho de sangre que los HIJOS de Rikudō!?
Kurama abrió la palma de la mano, apuntando directamente a la cabeza de Yui. Y Ayame supo lo que vendría a continuación. Se mordió el labio, llena de impotencia. Ni siquiera iba a poder defender a su líder, ¿qué tipo de kunoichi era?
—Desafortunadamente para ti, Ayame, ¡también trato a mis enemigos de la misma forma que vosotros a los vuestros! Oh, y para vosotras reservaré un trato especial, no os preocupéis. No será tan rápido como con ella.
«No... por favor...»
Un silbido supersónico resonó en sus oídos cuando pequeñas gotas de energía de color blanca y negra comenzaron a acumularse cerca de su mano. Ayame sintió que se le ponían los pelos de punta, y todo su ser reaccionó de forma instintiva. Tenía que detenerlo. Tenía que salvar a Yui.
No... Tenía que huir de allí...
—¡Y tú, Kokuō, eres una traidora! —agregó Kurama, señalando a Ayame con su mano libre. Aunque su dedo iba mucho más allá, hacia el mismo núcleo de su esencia—. ¡Todos sois unos putos traidores! ¡El gran mal que acecharía a Oonindo era este sistema de mierda de señores, aldeas y shinobi! ¡Ya casi se extinguen una vez, manipulándonos, haciéndonos luchar entre nosotros! ¡Y lo van a volver a hacer! ¡LO ESTÁN VOLVIENDO A HACER! ¡Padre dijo que tendríamos que colaborar con los humanos, pero no dijo que tendríamos que apoyarlos en todas sus demencias! ¡En la repetición de sus mayores errores! ¡¡Nosotros somos una especie superior, Kokuō!! ¡¡Nosotros seremos sus líderes, los faros que les guiarán hacia un nuevo mundo!! ¡¡Uno mejor!! Quería que lo hiciéramos juntos. Pero si no vais a ayudarme, tendré que hacerlo solo.
—Kurama. ¿No hace demasiado frí...? —comenzó a pronunciar Kuroyuki, pero fue incapaz de completar la frase.
Y lo que pasó a continuación ocurrió tan rápido que Ayame apenas tuvo tiempo de procesarlo. Se vio obligada a cerrar los ojos cuando toda la estancia se iluminó de forma cegadora en el momento en el que Kurama ejecutó la sentencia y lanzó la bijūdama. El silbido taladró sus oídos y eclipsó su última súplica en forma de grito. Pero entonces sintió un frío atroz que estremeció su cuerpo de arriba a abajo y un brutal impacto, como si un gigante estuviese aplastando los calabozos, hizo temblar el suelo bajo su cuerpo.
Y una voz familiar revivió su corazón, haciéndolo latir de forma alocada:
—¡¡Suelta a mi hija, monstruo!!
«No... No puede ser... No deberíais estar aquí...»
Alguien la levantó del suelo con delicadeza, pero a través de sus ojos aún cegados sólo vio una silueta blanca como la nieve que cortaba las cuerdas que aprisionaban sus piernas.
«Vosotros deberíais estar a salvo en Amegakure...» Las lágrimas rodaron por sus mejillas.
—Ayame, estamos aquí. ¿Estás bien? —Le preguntó la voz monótona de Kōri, mientras partía las esposas supresoras de chakra después de congelarlas. Aún tan fría como siempre, jamás le había parecido tan cálida.
Ella asintió débilmente, sin palabras. Pero en realidad no lo estaba. Todo su ser gritaba de dolor y de miedo. La amenaza de Kurama aún reverberaba en su mente:
«Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo»
Y ahora Kurama sabía quién era su padre y su hermano.
Yui apareció entonces en su rango de visión. Parecía estar sana y salva, en perfectas condiciones, y discutía algo que no llegó a entender con su padre.
—¿Qué me he perdido? ¿Y el zorro? —preguntó entonces.
Y Ayame, de vuelta en el presente, registró la estancia con sus ojos. ¿Qué había pasado? Sólo alcanzaba a ver escombros, más escombros y un deslizamiento de nieve.
—N... no lo sé... —murmuró, con un hilo de voz—. Pero deberíamos salir de aquí cuanto antes...
Antes de que Kuroyuki volviera, porque sabía que volvería; o antes de que los encontraran el ejército de Kurama. U otro de sus Generales.
Porque en el momento en el que los encontraran, ya no habría hueco para negociaciones, chantajes o sobornos. Ya no habría más propuestas. Ayame había perdido la oportunidad con su rotunda respuesta.
La próxima vez que la encontraran, sólo cabría la muerte.
Durante un momento, una minúscula, imperceptible sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de Aotsuki Zetsuo. Y entonces contestó, antes de darse la vuelta y echar a andar por el umbral por la puerta a buen ritmo:
—No se preocupe, Tormenta, soy el más leal de los hombres de Amegakure. Solo he seguido las órdenes de la Señora Shanise, que, quién sabe cómo, se enteró de que se había ido usted de misión sin avisarla. —Digno como él solo, se perdió por el pasillo.
Kōri miró a su padre. Luego a Yui. Luego Ayame. Asintió.
—Vámonos. Explicaré por el camino. —Kōri siguió los pasos de su padre. Estaban en un complejo subterráneo, lo bastante grande como para que pudieran perderse por pasillos que conectaban con puertas y con otros pasillos más largos. Por donde pasaban, se fueron encontrando cuerpos sin vida: soldados de Kurama, algunos con el rostro destrozado por un fuerte golpe, otros congelados y algunos más atravesados por carámbanos...
»El Kyūbi controla la ciudad. —Otra vez lo mismo, pero, ¿qué significaba?—. Sus hombres y mujeres patrullan las calles. En el tren, trataron de envenenarnos. Luego, nos atacaron. En la ciudad también intentaron pararnos. Los propios ciudadanos delataban nuestra posición en cuanto lográbamos encontrar un escondite.
»El Kyūbi controla la ciudad —repitió, con aquella voz tan anodina—. Y a su gente. Virtualmente, Yukio no está en el País de la Tormenta. Quién sabe cuánto tiempo lleva siendo así.
A partir de este momento, Ayame puede controlar a sus PnJ. Si dispone de una ficha en privado, puede usarla, no pondré objeciones. Pero deberá asumir las consecuencias de los actos que ellos hagan bajo su control.
Puedo acabar con todo lo que tiene en un solo segundo.
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Así que un pajarillo le había contado a Shanise que Yui había salido de misión. O, más bien, deducía ella, un aguilucho. Eran tal para cual, esos dos. Se apartó unos cabellos sueltos, dejando de nuevo su frente al desnudo, con el símbolo de Amegakure marcado a hierro y fuego en ella. Luego, emprendió la marcha junto al resto.
Silbó, en el pasillo, al ver los cuerpos sin vida de los soldados de Kurama. Parecía que la familia Aotsuki se había estado divirtiendo un poco antes de llegar hasta ellas. No le resultó tan gracioso, sin embargo, cuando Kōri explicó la situación.
Yukio entera había sido tomada por Kurama. Incluso sus ciudadanos estaban de su parte, desde quién sabe cuántos días sin lluvia. ¿Cómo nadie se había dado cuenta hasta ahora? Su decisión de convertirse en la Primera Tormenta no hizo sino verse reforzada en aquel instante. El país no necesitaba a un Señor que gobernase desde la distancia sin mover el culo de su pulcro trono, necesitaba a alguien que se moviese junto a las nubes de tormenta, que iluminase con sus rayos los escondrijos más oscuros y limpiase con su lluvia la mierda acumulada. Y, por lo que estaba comprobando, había tanta que empezaba a apestar.
—¿Me estás diciendo que nuestra propia gente nos ha… traicionado, Kōri? —preguntó, más fría y más calmada de lo habitual, escupiendo la palabra traición como si el mero hecho de pronunciarla envenenase su lengua.
26/05/2021, 15:19 (Última modificación: 26/05/2021, 16:25 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Ayame siguió la estela de Yui, Zetsuo y Kōri por los pasillos. Según avanzaban, los cuerpos sin vida de numerosos soldados de Kurama se apelotonaban a su paso. Yui silbó, impresionada ante el espectáculo, pero Ayame desvió la mirada incómoda. Aún así, sus ojos toparon más de una vez con alguno de ellos congelado, otro con el rostro desfigurado, otro atravesado por carámbanos de hielo...
—El Kyūbi controla la ciudad —explicó El Hielo, con aquella inexpresividad suya—. Sus hombres y mujeres patrullan las calles. En el tren, trataron de envenenarnos. Luego, nos atacaron. En la ciudad también intentaron pararnos. Los propios ciudadanos delataban nuestra posición en cuanto lográbamos encontrar un escondite.
«Tenemos un ejército. Lo que quizás no alcancéis a entender es su magnitud.»
Ayame se abrazó el costado cuando la voz de Kuroyuki volvió a resonar en su cabeza.
—El Kyūbi controla la ciudad —repitió Kōri, como si no hubiese quedado lo suficientemente claro—. Y a su gente. Virtualmente, Yukio no está en el País de la Tormenta. Quién sabe cuánto tiempo lleva siendo así.
«El Imperio no es un proyecto de ayer, precisamente. Llevamos años... años, sí, planeando esto.»
Ayame se cruzó de brazos, reprimiendo un escalofrío.
—¿Me estás diciendo que nuestra propia gente nos ha… traicionado, Kōri? —preguntó Yui, con una gélida calma nada propia de ella. Pero todos los presentes la conocían lo suficiente como para saber que aquella no era más que la calma que precedía a la tormenta. Y a una grande.
Kōri tardó algunos segundos en responder, midiendo sus palabras con cuidado.
—Eso parece, mi señora —sentenció—. Pero si lo están haciendo por voluntad propia o se están viendo forzados a hacerlo, es algo que no sabemos.
—Un traidor es un puto traidor. Y siempre lo será —Escupió Zetsuo, inflexible como sólo él podía serlo.
Pero Ayame seguía caminando a sus espaldas en completo silencio, abrazándose a sí misma y con la mirada perdida en algún punto en el suelo. Su mente trabajaba a toda velocidad en un jeroglífico al que, por muchas vueltas que le quisiese dar, el mensaje siempre era el mismo. Pero se negaba a aceptarlo. Y volvía a deshacerlo y volvía a montarlo. Una y otra vez. Como un puzzle al que estuviese intentando cambiar las piezas que no le gustaban.
Toda Yukio se había sublevado contra Amegakure. Toda Yukio, soldados, shinobi, civiles; no sólo le había dado la espalda a Yui, sino que habían conspirado y colaborado para apresarla. Toda Yukio trabajaba unida bajo las directrices de Kurama.
«¡Trato a mis subordinados con el mismo cariño con el que vuestros Kages os tratan a vosotros, quizás más! ¡Y ellos me tratan a mí con el mismo respeto con el que vosotros trataríais a un viejo inútil con un sombrero de Señor que nació rico por derecho de sangre!»
Quizás...
«Si nos movemos ahora es porque podemos. Y podremos. Con vosotros.»
Quizás alguno de los cuatro estuviese pensando: "vaya, esto está demasiado tranquilo". ¿Lo estabas pensando tú? Ya me imaginaba.
Pues iba a dejar de estarlo.
Sucedió bastante rápido. Giraron una esquina. Era un pasillo largo, sin puertas. De al menos veinte metros. Al fondo, el pasillo giraba a derecha y a izquierda. Cuando más o menos llevaban la mitad del pasillo recorrido, cuatro figuras blancas emergieron de allá al fondo, de sendos lados. El pasillo era lo bastante ancho para que cupieran todos. Y así, los cuatro formularon el sello del Tigre. Al parecer, habían estado esperando para emboscarles, completamente coordinados.
—¡Katon: Gōryūka no Jutsu!
—¡Katon: Gōryūka no Jutsu!
—¡Katon: Gōryūka no Jutsu!
—¡Morid, hijos de puta!
Bueno... igual no del todo.
Las cuatro cabezas de dragón chocaron en el centro y se convirtieron en unas fauces de fuego gigantescas que abarcaron alto y ancho del corredor, avanzando rápidamente hacia nuestros amejin...
Un traidor es un puto traidor, y siempre lo será. Ni ella lo hubiese dicho mejor. En eso, Zetsuo y Yui siempre habían estado de acuerdo. Forzados o no, aquella gente estaba traicionando a la Tormenta. Al país. A la villa. Si bien, Kaido…
Kaido...
No tuvo tiempo a seguir con el hilo de sus pensamientos. Cuatro imbéciles surgieron del final del pasillo y les amenazaron con cuatro dragones de fuego que se hicieron uno. Yui subió las manos, en posición horizontal, una encima de la otra y ambos dedos índice extendidos.
¡¡¡BAAAAAMMMMM!!!
Las dos balas atravesaron las fauces de fuego, diluyéndose rápidamente en dos hilos de vapor. Dígase una cosa de Amekoro Yui: el ninjutsu nunca había sido su punto fuerte. Pero confiaba en sus compañeros de equipo tanto como en su propio Suika para resolver la situación.
- PV:
500/500
–
- CK:
186/270
–
-84
–
- Datos para el choque: 70 x2 = 140PV +50% (bonus Agua vs Fuego) + 40 Poder = 250 PV
- Acciones ocultas:
¤ Mizudeppō no Jutsu ¤ Técnica de la Pistola de Agua - Tipo: Ofensivo (cortante) - Rango: S - Requisitos:
Hōzuki 70
Suika no Jutsu
- Gastos: 42 CK por disparo - Daños: 70 PV por disparo - Efectos adicionales: - - Carga: 2 - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: 10 metros
Imitando con su mano la forma de una pistola y utilizando el Suika no Jutsu, el usuario comprime el agua en la punta del dedo. El disparo se produce con una tremenda fuerza y velocidad que produce un sonoro estallido y es incluso capaz de perforar fácilmente un cuerpo humano.
El usuario puede aumentar la potencia de la técnica utilizando ambas manos para disparar de forma simultánea dos balas de agua, haciendo el ataque aún más letal.
31/05/2021, 19:48 (Última modificación: 31/05/2021, 20:55 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
El hilo de sus pensamientos se vio súbitamente interrumpido cuando cuatro shinobi vestidos de blanco les cortaron el paso hacia el final del pasillo. Los cuatro formulando el sello del Tigre. Los cuatro...
—¡Katon: Gōryūka no Jutsu!
—¡Katon: Gōryūka no Jutsu!
—¡Katon: Gōryūka no Jutsu!
—¡Morid, hijos de puta!
Los cuatro exhalaron al mismo tiempo una vorágine de fuego que se arremolinó y formó la terrorífica cabeza de un dragón que se dirigía hacia ellos. Y si antes habían sentido frío, en aquellos instantes fue como si hubiesen atravesado un portal directo hacia el Yomi. Su visión se tiñó de un cegador naranja. El aire se volvió asfixiante, les quemaba en la piel y en la garganta al respirar. Tenían que actuar. Y tenían que hacerlo YA si no querían verse reducidos a cenizas. Yui fue la primera en hacerlo: alzó sendas manos a modo de pistolas y las dos balas de agua que dispararon sus dedos chocaron contra las fauces del dragón antes de verse evaporadas con un agonizante siseo. No era suficiente.
Ayame se adelantó sin pensárselo dos veces. Y sus manos comenzaron a entrelazarse todo lo rápido que fue capaz. Ahora libre de las esposas supresoras de chakra, nada podía retenerla. Nada podría contener el poder del agua. Y ella estaba dispuesta a dar todo lo que tenía para proteger a los suyos. Y como si estuviese dispuesta a abrazarse al fuego para hacerlo, extendió los brazos.
—¡¡SUITON: DAIBAKUFU NO JUTSU!!
El agua se arremolinó a su alrededor a toda velocidad. Ayame dirigió toda la furia de aquel maremoto hacia delante con sus brazos, y el agua acudió a encontrarse con su enemigo natural...
Choque de técnicas:
Suiton: Daibakufu no Jutsu: 160 PV Katon: Gōryūka no Jutsu: 290 PV restantes tras el Mizudeppō de Yui + 60 Poder = 350 PV
160 (Daño base) + 50% (bonus Agua vs Fuego + 80 (Poder de Ayame) = 320 PV
La marejada envolvió al dragón y el siseo del agua apagando el fuego resonó en sus oídos como un último rugido agonizante mientras todo el pasillo se llenaba de vapor. Pero cuando parecía que la suerte les sonreía al fin, el dragón de fuego se revolvió por última vez, deshizo su prisión y se liberó de las cadenas que habían estado a punto de subyugarlo. Kōri cogió a Ayame por detrás del codo y, tirando de ella hacia atrás, adelantó su mano libre. Un característico crujido resonó en sus oídos cuando el aire se condensó y se congeló rápidamente ante su comanda, levantando en el último momento un muro de hielo contra el que acabó estrellándose el dragón de fuego...
Choque de técnicas:
Hyōton: Hyodomū: Defiende 100 PV + 60 Poder de Kōri Katon: Gōryūka no Jutsu: 30 PV restantes tras el Daibakufu de Ayame + 60 Poder = 90 PV
El fuego se estrelló contra el hielo y sus fauces hicieron crujir peligrosamente el escudo que había levantado Kōri. Pero en aquella ocasión, el frío se sobrepuso al calor del averno, y el fuego se vio disipado con un último siseo que llenó todo el pasillo de vapor ardiente. Zetsuo, junto a su hijo, flexionó ligeramente las rodillas. Y cuando el escudo de hielo se derrumbó con el delicado tintineo del hielo resquebrajándose contra el suelo, Ayame lo vio surcar el pasillo como una sombra oscura. Apareció sobre los ninjas de Kurama con el puño brillante alzado sobre su cabeza y el acerado brillo de sus ojos de águila dictando sentencia.
—¡¡MORID, HIJOS DE PUTA!!
No golpeó directamente a ninguno de ellos. Fue el suelo el que recibió el brutal impacto en su lugar. Las baldosas saltaron por los aires y un cráter de cuatro metros de radio se abrió violentamente allí donde había golpeado.
Ayame jadeó, temblando con violencia, y dejó caer los brazos. Pero se esforzó por quedarse de pie, con los ojos fijos al final del pasillo, observando los resultados de sus acciones.
—Ten cuidado con el chakra que gastas. No te sobreesfuerces —la arrengó su padre.
—Somos cuatro. Luchemos juntos —agregó Kōri, enfriando los ánimos.
—Cinco —habló Kokuō, a través de los propios labios de Ayame.
Ella, con los ojos llenos de lágrimas, asintió en silencio.
El dragón mordió el plomo acuático, pero no perdió la fuerza suficiente y siguió avanzando. Gracias a los esfuerzos de Ayame, las fauces disminuyeron en tamaño y potencia, pero estaban a punto de devorarles. El Hielo dio un toque final, pero los hombres y mujeres de Kurama lo consideraron una victoria. Habían tenido que lanzar múltiples técnicas para detenerlos. «Esto está hecho», llegó a pensar uno de ellos...
...antes de que el picado del águila acabase con ellos.
Sucedió casi en un instante. Zetsuo apareció de la nada. Hundió el puño en los azulejos. El suelo, las paredes y hasta el techo se resquebrajaron y liberaron trozos de roca que golpearon a los shinobi de Kurama en la cara. Alguno de ellos salió despedido hasta la pared de enfrente. Todos ellos quedaron inconscientes.
Zetsuo, sin embargo, tuvo que apartarse en el último momento para que un pedazo de techo no le cayese encima. Y de hecho, el pasillo comenzó a temblar. El techo se agrietó peligrosamente.
Si el grupo no se daba prisa, la nieve les sepultaría, tal y como había ocurrido con Kurama.
Off:Tenéis 3 segundos para girar la esquina en el cruce del fondo del pasillo. A izquiera o a derecha, pero luego no habrá vuelta atrás. Cada camino tiene un nuevo desafío planeado. Por cierto, sólo Ayame, con su Agilidad, y Zetsuo, que se encuentra al fondo del pasillo, podrán llegar simplemente corriendo. Los demás necesitarán de algún tipo de ayuda, o quedarán sujetos a las reglas sobre ahogamientos hasta que se les saque de la sepultura o mueran.
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A sus balas de agua se le unió un gran maremoto creado por Ayame, que embistió con fuerza el fuego enemigo. Por un momento, creyeron que con aquello bastaría, pero finalmente las llamas se proclamaron vencedoras. Por aquel asalto, al menos.
Yui aguardó su encuentro con la confianza de quien nada teme. En su sitio, sin retroceder, sin moverse un ápice salvo por sus labios, que se torcieron en una sonrisa retadora. No obstante, dicho encuentro nunca sucedió. Un iglú de hielo surgió alrededor de ella y de los suyos. Las llamas siguieron su avance como un río rojo que se bifurca al toparse con una montaña demasiado grande y demasiado fuerte como para pasar a través de ella.
Cuando todo pasó, Zetsuo terminó el trabajo.
—¡Aprisa! —exclamó, al ver el techo derrumbándose. Su mano formó el sello del carnero y en un movimiento de shunshin llegó al final del pasillo.
Luego, sin pensarlo —porque el rayo no piensa, solo actúa—, giró a la derecha, sin importarle qué o quiénes estuviesen allí.
Pero estaba claro que no iban tiempo para relajarse. El brutal golpe que había asestado Zetsuo desencadenó un violento temblor que sacudió el pasillo con tanta fuerza como si el mismo Kurama lo hubiese golpeado con una de sus colas. De hecho, el médico se tuvo que hacer a un lado antes de que un fragmento del techo le cayese encima. No tendrían más de tres segundos antes de sufrir el mismo destino que Kuroyuki.
—¡Tenemos que salir de aquí YA! —bramó, antes de echar a correr hacia el final del pasillo.
Y el techo se resquebrajó sobre ellos con un sonoro crujido, subrayando la amenaza que, literalmente, se cernía sobre sus cabezas. Dos segundos.
—¡Aprisa! —exclamó Yui, antes de desvanecerse con un movimiento instantáneo que Kōri acompañó de forma inmediata.
Ayame tampoco necesitó que nadie le dijera lo que debía hacer. Para cuando su padre había dado el aviso, ella ya había echado a correr con todas sus fuerzas. Un segundo...
Ni siquiera tuvieron que ponerse de acuerdo hacia qué lado girar al final del pasillo. De haber tenido más tiempo, Ayame podría haber utilizado su ecolocalización para comprobar de antemano qué camino era mejor, pero el tiempo era algo que les faltaba y tenían que decidir. Lo hicieron casi de forma simultánea, como un banco de peces que sólo busca protegerse del temible depredador: Derecha.
La piedra y la nieve sepultó la encrucijada frente a Hammer, quien, molesto, clavó la punta del mango de su martillo en el suelo tan fuerte que socavó un agujero.
—Hmm. —En contraste con su corpulento y tosco aspecto, Hammer no era un hombre de exacerbadas expresiones, de injurias verbales, o de violentas decisiones. Tenía la piel oscura, el pelo corto y de color negro, los ojos de un extraño color violeta. Tres pendientes de plata adornaban su oreja izquierda. Su nariz era gruesa, su mandíbula angulosa, y su altura descomunal. Casi dos metros de hombre. Casi tan ancho como un Akimichi, pero era todo músculo.
En contraste con su corpulento y tosco aspecto, y contra todo prejuicio, Hammer no era un hombre de exacerbadas expresiones, de injurias verbales, o de violentas decisiones. Por eso, cuando extendió la mano izquierda hacia el derrumbe que obstaculizaba el camino entre él y sus objetivos, y una persistente voz interior le ordenó lanzar una bijūdama, él supo mejor y se cuidó de decir, alto y claro: no.
Podría haberle explicado sus razones, pero no lo hizo, pues Kurama jamás le escucharía en aquél estado. Sin embargo, como siempre hacía, como supo que haría, el Nueve Colas respetó la decisión.
Y así siguió mascullendo mientras Hammer se daba la vuelta y asumía que tarde o temprano tendría que emplear su martillo. Lo sopesó en ambas manos, respiró hondo, y se hizo una idea de su peso y de su forma. De su textura, del agarre. Se preparó.
Solo sería cuestión de tiempo. Como siempre.
Y allí estarían ellos.
· · ·
Frente a ellos quedó un pasillo, largo, con dos puertas a ambos lados. Aquél endemoniado lugar parecía un laberinto. Al fondo: unas escaleras. ¿Les llevarían a las calles de Yukio, quizás?
Cada paso era como lanzar un dado. Solo sería cuestión de tiempo. Como siempre.
El enemigo más poderoso que podía enfrentársele a Yui apareció frente a sus narices: un reto intelectual. Su mirada ceñuda pasó de una puerta a otra, y finalmente a las escaleras del fondo. Esta última le resultó la salida más fiable y lógica, pero como estaba totalmente desorientada y perdida, optó por preguntar primero.
—¿Sabéis por dónde es? —dijo, mirando a Zetsuo y Kōri. Después de todo, ellos dos habían dado con ellas. Quizá habían accedido por aquel mismo pasillo, o tenían una ligera idea de la distribución de aquel laberinto de túneles.