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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
En parte fue verdad, me pilló ciertamente desprevenido la falsa intervención de la Morikage. La única verdad es que yo sabía perfectamente que esa no podía ser la Morikage, ella jamás hablaría así pero no dejaba de ser un truco impresionante. Se podía decir que el amejin me había dejado sin palabras que al parecer me había dejado solo con la pelirroja quien insistía en sí quería el sello comunicador aquel. Deslicé la manga del brazo izquierdo revelando mi piel y... bueno, el mecanismo que había dejado de estar oculto y que contenía un kunai en su interior.

— Puedes ponerlo ahí o... ¿necesitas colocarlo en algún sitio concreto?

Caí en ello a medida que se lo dije, igual necesitaba una posición corporal concreta, cosas de no saber ni papa del fuinjutsu, como cuando a los chavales de la academia les hablas de genjutsu que te miran con cara de marciano.
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#47
Eri negó, acercándose para colocar el mismo sello que le había colocado a Daruu.

Ya está, ahora estaremos en contacto —confirmó ella—. Me marcho al parque para buscar pistas sobre Shigeru, ya nos vamos informando —hizo una señal con la mano y se fue hacia la plaza central de Yachi, donde se suponía que se encontraba cercano el parque donde acudía Shigeru con sus amigos.

Si no encontraba nada, tendría que volver a interrogarles...
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—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
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#48
No dolió. Ni siquiera escozor ni nada. como el que pone un sello a un pergamino para cerrarlo.

— ¿Como que no hace daño ni anda de eso? Pensaba que los fuintusus eran cosas raras de esas — decía mientras Eri se despedía indicando que iba a dirigirse al parque — Esto, vale, yo... yo debería ir a la huerta a investigar

«A ver si encuentro a Kumopansa antes...»

Alcé mi mano izquierda y la junté con la derecha, estaba listo para ejecutar la secuencia de sellos del Kuchiyose pero vi el hueco que me había dejado el puto General ese y me di de bruces con la realidad. Seguía siendo un ninja, pero un ninja incapaz de hacer sellos manuales, probablemente el único chünin en todo Önindo con esa peculiar habilidad.

— ¡¡¡Kumopansa!!!

Opté por métodos más rudimentarios, pero también eficaces. A fin de cuentas aquel pueblo no era tan grande. Avanzaba por aquella calle mirando a lado y lado tratando de hacer contacto visual con mi fiel compañera ocho ojos.

— ¡Vamos! ¿dónde te escondes? Ya puedes salir

Resoplé.
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#49
El grupo se dividió en tres bajo la tenue luz de un sol que agonizaba en el oeste. La tarde caía, y en pocos minutos se haría de noche. No tenían demasiado tiempo antes de que las tinieblas reclamaran como suyas las tierras de las calabazas.


Yota, antes de dirigirse hacia su destino, optó por buscar a su inseparable y fiel Kumopansa. La araña había sido despachada justo antes de que los tres shinobi entraran en la mansión de Hada, por lo que no debía andar muy lejos de allí.

De hecho, una sombra pequeña se arrastraba por el suelo a toda velocidad hacia él...


Eri, decidida a encontrar pistas en el parque donde Shigeru estuvo jugando con sus amigos antes de desaparecer, se dirigió hacia la plaza central de Yachi. Tal y como había afirmado Hada, no tenía ninguna pérdida. Era una plaza amplia, de adoquines de piedra, con varios bancos de metal y una fuente con cuatro cañerías que expulsaban agua y forma de calabaza en su centro.

Cerca de ella estaba el parque, ahora absolutamente vacío, después de que los padres hubiesen llamado a todos sus niños a casa. Era un parque más bien rudimentario, más propio de un pueblo humilde como Yachi que de una gran aldea como Uzushiogakure. Los columpios eran tablas de madera atadas a las ramas más gruesas de los árboles, apropiadas para soportar el peso de los pequeños. También había algún que otro trampolín con forma de animal e incluso un tobogán improvisado con maderas inclinadas. Cerca, una pequeña pelota de cuero lucía abandonada por algún chiquillo. Pero lo más llamativo, sin lugar a dudas, es que uno de los columpios yacía caído, pues el árbol que lo sostenía había sido partido por la mitad.



Daruu había sido el primero en separarse, y también fue el primero en llegar a su destino.

Al este de Yachi, y sobre un tejado, en aquellos instantes estaba discutiendo con Yuki sobre sus planes y diversas rencillas personales. Desde allí no le costó nada vislumbrar la colina más alta del pueblo de la que le había hablado Hada. Y sobre la que se encontraba una pequeña casa similar en estructura a las del resto de vecinos, pero indudablemente más vieja y deteriorada por el paso del tiempo. Las macetas y plantas de las que tan cariñosamente había cuidado Yagoba se habían convertido en plantas silvestres y enredaderas que cubrían parte de las paredes de la morada.

Los iris perlados de Daruu pudieron atravesar sus defensas sin ningún tipo de problema: era una casa pequeña pero acogedora, con una habitación, un cuarto de baño y un salón que hacía las veces de cocina. Con muebles bastante antiguos y desgastados (de madera en su mayoría) y cortinas y sábanas llenas de estampados. Sobre la cocina, una tetera ya fría y agrietada. No parecía haber nada más reseñable.

Yuki, que había echado a correr hacia la colina, se encontró con una curiosa estampa al llegar a su cima: Una familia de unos seis gatos rondaban los alrededores. Eran gatos callejeros como lo había sido él, pero bastante más escuálidos y en peor forma física. Parecía que la ausencia de la anciana de verdad les había hecho mella.
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#50
Cuando Eri llegó, lo único que encontró fue un parque normal y corriente: columpios, un tobogán hecho con maderas, trampolines con formas de animales, e incluso una pelota de algún niño que la había dejado allí, seguramente sin querer. Inspeccionó el lugar con los ojos, todo aquello que entraba dentro de su visión, para, después, continuar. ¿Por dónde? Por lo más extraño de todo: un columpio caído por estar su árbol partido por la mitad.

«¿Qué habrá podido pasar?»

Se acercó poco a poco y lo inspeccionó. ¿Alguna tormenta? ¿Los propios niños? Eso último era muy extraño, pero tampoco sabía cuántos niños había en Yachi.
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#51
Lamentablemente no hubo respuesta inicial, no debía descartar que el arácnido se hiciese el ofendido por lo que pasó con Eri y su fobia, bien sabía que hacer aquellas cosas le resultaban molestas y era conocedor que en algún que otro momento habría algún tipo de charla al respecto. Íbamos a tener mucho tiempo, después de todo, una vez acabase la misión y pudiésemos viajar hasta el Valle Aodori para reunirnos con las demás arañas.

Pero de pronto, una sombra, algo que no era capaz de distinguir por completo se acercaba hacía mí. La poca luz que ofrecían las calles por la noche, fusionada con la propia noche colaboraban a ello.


— ¿Kumopansa?

No estaba seguro de que fuese ella, de hecho tenía bastantes dudas al respecto. Por eso tomé una actitud más bien defensiva y mi mano se movió casi de forma automática hacia la empuñadura de mi ninjato, listo para usarlo en caso de necesidad.
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Narro ~ Hablo ~ Pienso ~ Kumopansa
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#52
Daruu observó el interior de la casa con detenimiento y llegó a la conclusión de que no conseguiría más información si no se acercaba un poco. Quizás podía entrar por la fuerza de forma discreta y averiguar algo más. De modo que bajó de un salto del tejado y caminó hasta arriba. Allá a unos cuantos metros, Yuki hablaba con un grupo de gatos callejeros. El Hyūga, mientras tanto, se escabulló buscando la puerta de la entrada. Utilizó a una distancia prudencial y contra el suelo la técnica del Suiton: Mizurappa para desplegar un charco de agua por el suelo y por debajo de la rendija de la puerta, y luego se fundió con el charco. Lentamente, se deslizó por debajo, un truco que había aprendido de su pareja, pero que él debía emplear de forma algo más... creativa.

Una vez allí, registraría todo con más atención. Cajones, el interior de los jarrones... Daruu deseaba averiguar si había algún motivo por el cual el asesino hubiera matado. Y si se trataba de un asesino en serie sin más, encontrar alguna marca, alguna pista.

Yuki se acercó a un grupo de gatos y llamó su atención. Se interesó por Nagoba, por cómo era, les preguntó si habían visto algo raro últimamente. Y finalmente si alguno de ellos había presenciado el asesinato. ¿Qué habían visto?


¤ Suiton: Mizurappa (link)
¤ Suiton: Mizugakure no Jutsu (primer alterador)
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No hay marcas de sangre registradas.
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#53
Yota, asustado ante la súbita presencia de aquella sombra que avanzaba hacia él con un peculiar cliqueo de sus patas contra el suelo, adoptó una posición defensiva y alzó la mano hacia la empuñadora de su ninjato, a su espalda. Al verlo, la sombra se detuvo en seco, alzando dos patas delgadas y alargadas en el aire.

¡Pero, tronco! ¿Qué haces? ¡Que soy yo!

La inconfundible voz de Kumopansa llegó a los oídos del shinobi de Kusagakure. Su leal araña volvía a él, siguiendo el sonido de su voz.



Eri, en el parque, se había encontrado con una escena de lo más rocambolesca: uno de los columpios había caído al suelo y ahora estaba allí tirado de cualquier manera, con las serpenteantes cadenas aún unidas a las ramas que lo habían sostenido hasta el momento de su caída. Lo más normal habría sido que la rama se hubiese partido al no poder soportar el peso de un niño demasiado grande que hubiese intentado columpiarse, pero no parecía haber sido el caso. Tampoco había quemaduras, que habrían resultado del impacto de un rayo. No. Era el tronco del árbol lo que se había partido; y, a juzgar por su aspecto, había sido partido de forma transversal limpiamente. Como un cuchillo de untar atravesando la mantequilla.

No había muchas más pistas. En el caso de que hubiese habido huellas, el tiempo ya se había encargado de borrarlas.



Daruu decidió acercarse a la casa. Subió la colina con solo el suave ulular de un búho como acompañante de sus pasos y utilizó sus técnicas de shinobi para colarse dentro. No hubo necesidad de forzar ninguna cerradura; de hecho, si se hubiese fijado a tiempo se habría dado cuenta de que la puerta sólo estaba ligeramente entrecerrada. Quizás habiéndolo aprendido de su compañera, utilizó el mismo agua para escurrirse por debajo de la puerta de forma absolutamente sigilosa. Ahora se encontraba ante un pequeño recibidor adornado con varios jarrones de flores ya secas por el paso del tiempo sin ser cuidadas y muebles llenos de polvo. Decidido a encontrar más pruebas sobre la desaparición de la anciana, Daruu registró toda la casa a fondo: cajones, el interior de los jarrones... No encontró nada destacable. Como mucho, montones de latas de comida para gato en una de las alacenas.

Era como si aquella mujer hubiese desaparecido de su casa sin más.

Mientras tanto, Yuki se acercó al grupo de gatos callejeros. Este le recibieron entre siseos, arqueando el lomo y erizando todos y cada uno de los pelos de su cuerpo. Lo consideraban un posible competidor, un invasor de su territorio.

"¿Qué quieres de Negoba? ¡Nunca te hemos visto por aquí! ¡Ella sólo nos da de comer a NOSOTROS!" Maulló uno de ellos, de color pardo y de los que peor aspecto tenía. Su pelaje no estaba tan limpio y pulcro como el de Yuki, y una cicatriz le recorría el ojo derecho.
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#54
Se rascó la nuca, sin comprender.

La escena que se planteaba frente a ella era, cuanto menos, pintoresca: el árbol que sujetaba el columpio, el cual yacía en el suelo; estaba partido por la mitad, pero no había señas de un rayo, o por el peso de alguna persona. No.

«¿Quién podría haber hecho algo así? ¿Alguna técnica en especial? ¿Un arma?»

Más allá de lo que vislumbraban sus ojos , no encontraba nada más. Y la única hipótesis que tenía era inverosímil hasta para ella misma, pues ya les habían confirmado que no parecía haber indicios de violencia en los secuestros, al menos, eso era lo que ellos habían dicho.

Se llevó una mano al mentón y luego se golpeó la cabeza. ¡Se había olvidado de pedirle la lista a Hada con las direcciones! Soltó un bufido, dispuesta a volver a la residencia de Hada en busca del listado. Si se daba prisa...
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#55
Estuve a puntito de tirarme con un navajazo certero de mi ninjato. Un corte limpio hacia adelante que erraidcase aquel peligro pero... fui capaz de discernir el contorno de la silueta, no era humana, desde luego, sino más bien parecía la de.. ¿un arácnido? cuando levantó sus patas en son de paz quedó bien claro y luego su inconfundible voz.

— ¡Hostia puta, Kumopansa! ¿Desde cuando eres tan silenciosa?

El animal salió de entre las sombras revelando su apariencia, negra como la noche y con unos sutiles detalles que podían parecer sangre.

—Venga, vamos, que hay que investigar. Vayamos al oeste del pueblo

— ¿Investigar el qué? y, bueno... ¿qué hay de la loca esa anti arañas?

— Nos separamos, así que no hay de qué preocuparse — dije en pos de relajar la curiosidad de Kumopansa — Al parecer han habido desapariciones dentro del pueblo y curiosamente nadie sabe nada, por eso pudieron ayuda a las Tres Grandes Aldeas shinobi. Cada uno va a investigar una de las tres desaparicioens conocidas hasta la fecha, así que venga, ¡en marcha!

— El clásico de 'no sabemos nada, llamad a los ninjas' de toda la vida. ¡Estupendo, genial!

Enfilamos el camino desde aquella misma calle donde estábamos, atentos de cualquier posible cosa que pudiera llamarnos la atención al uno o al otro, incluso a ambos.
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#56
Daruu investigó toda la casa a fondo, pero lo único que consiguió sacar de allí fue un olor a comida de gato que perduraría en su nariz durante semanas. Se imaginó que su presencia empeoraría las cosas con Yuki, así que en lugar de partir en su busca se quedó sentado enfrente de la casa, a la espera de noticias suyas o de sus compañeros. Lo que llegase antes.

Mientras tanto, Yuki comprobaba que no sería tan fácil como había pensado Daruu ganarse la confianza de aquellos gatos callejeros. Pero él también había sido callejero, y él también había confiado en una persona venerable como debía haberlo sido aquella anciana durante mucho tiempo. Imaginaba la relación que aquellos compañeros felinos debían tener con la mujer. Así que se aclaró la voz y comenzó un discurso mientras se paseaba a una distancia prudencial, de izquierda a derecha.

"¡Amigos! ¡No he venido a robaros su comida! ¡Alguien ha matado a vuestra querida Negoba! ¡Soy un gato shinobi, y he venido a encontrar al responsable!"

"¿No querríais eso? ¿No querríais vengar su muerte? ¿¡Acaso no haréis un último acto a favor de quien os quiso tanto!? ¿¡A favor de a quien queríais tanto!? ¡¡Ayudadme, compañeros!!

¡¡Que el asesino de Negoba no quede impune!!"


Desde luego, las habilidades de oratoria de Yuki en gato eran bastante mejores que en humano.
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No hay marcas de sangre registradas.
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#57
Yota, que no tardó más que unos afortunados segundos en reconocer a su fiel amiga arácnida, relajó su postura enseguida y alejó la mano de la empuñadura de su ninjato. Kumopansa había regresado a él, y ahora ambos podían dirigirse hacia el oeste del pueblo.

Las casas se fueron espaciando paulatinamente, conforme los campos de calabazas iban ampliándose más y más. Hasta el punto que, donde antes podría haber encontrado cuatro residencias una junto a la otra, ahora con suerte sólo encontraba una sola. No le costó encontrar lo que estaba buscando, pues resaltaba notablemente sobre el resto: entre todos aquellos campos perfectamente cuidados y arados, una parcela había sido invadida por las malas hierbas. Unas hierbas que fácilmente sobrepasaba la altura de Sasagani Yota. Junto a esta parcela, una pequeña y humilde casita carcomida por el tiempo con un pozo cerca de ella y un pequeño puestecito que antaño debió ser donde Kuro Waka había estado vendiendo sus calabazas.


Daruu ya había terminado de registrar la casa de Negoba, sin unos resultados aceptables para él, pero decidió esperar sentado frente a la casa, esperando el regreso de su gato. Y fue en un momento que se metió las manos en los bolsillos, quizás por comodidad o quizás buscando algo de calor, cuando se dio cuenta de algo: le faltaba la cartera.

Mientras tanto, Yuki había entablado parlamento con el resto de gatos callejeros del lugar. Aún con sus loables palabras, el que le había maullado en primer lugar seguía mostrándose tan airado como al principio. Pero antes de que llegara a responder, intervino una gata de pelaje blanco, ahora grisáceo después de tanto tiempo sin un cuidado adecuado.

"¡Espera! Lo que dice este gato shinobi tiene sentido"

"¿¡Y cómo sabemos que este supuesto gato está diciendo la verdad?! ¿Cómo sabemos que no viene para quedarse con toda la comida? ¡¿Y qué bigotes es un gato shinobi?!"

"Hace por lo menos dos lunas que no vemos a la Abuela. Debe haber pasado algo..."

"¿No has oído las historias?" Maulló otro, con un desgastado lazo rojo en su cuello. Parecía algo más joven que el resto. "¡Los gatos shinobi tienen poderes mágicos otorgados por la Diosa Redonda y acompañan a humanos en sus aventuras."

"Sea como sea... Hace dos lunas que no vemos a la Abuela, Gato-Shinobi. Lo último que supimos de ella es que esa noche subió hasta aquí una figura, y la Abuela le siguió hacia el bosque de allí." Añadió, señalando con una de sus patitas a un denso bosque que se alzaba en la lejanía hacia el norte.


Eri, notablemente confundida ante el estado de aquel árbol, no sabía muy bien qué hacer. La única solución que alcanzó a meditar fue la de regresar a la mansión de Hada para preguntar por la ubicación de los amigos del pequeño Shigeru.

Pero no fue necesario.

Cuando se dispuso a darse la vuelta para desandar el camino recorrido se dio de bruces con la misma chiquilla de apenas diez años que los había asustado al llegar a Yachi. De pequeña estatura, y su cabello rubio recogido en dos coletitas, contemplaba a Eri con ojos grandes y húmedos. Entre sus manitas abrazaba la pelota de cuero abandonada.

¿Has... Has visto a Doro...? —preguntó, con un hilo de voz.
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#58
La suerte apareció en forma de niña. Concretamente, una de los chiquillos que los habían asustado cuando llegaron a aquel lugar. Eri se acercó rápidamente al ver que estaba llorando y la observaba mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

La pelota olvidada estaba ahora en su posesión.

¿Has... Has visto a Doro...?

Eri se temió lo peor. ¿Habría sido secuestrado también? ¿Acaso era una nueva víctima en todo esto? Tuvo el instinto de llevarse la mano al sello y comunicárselo a sus dos compañeros, pero se contuvo. Quizá no lo habían secuestrado... Eso esperaba.

No, pequeña —dijo, acercándose a ella y colocándose a su altura—. ¿Quién es Doro? ¿Tu amigo que iba contigo hace un rato? —pensó en numerosas preguntas, pero se contuvo. No quería agobiarla tampoco y se la veía demasiado afectada como para poder interrogarla sobre Doro o sobre Shigeru.
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#59
No hizo falta caminar mucho. Pude comprobar junto a Kumopansa que de forma progresiva las casas cada vez estaban más separadas hasta el punto de que al final parecía haber más parcela que casa. Hasta que encontramos lo que debía de ser nuestrod estino. La dejadez y el apsod e tiempo dejaba a las claras que antaño aquello había sido el hogar de alguien que se dedicaba al negocio local de las calabazas, pero ahora nadie se ocupaba de aquel pedacito de Yachi.

— Tiene que ser aquí

Me fui acercando un poco, primero echando un rápido vistazo a la parcela y no pude evitar fijarme en los hierbajos que llegaban a sobrepasarme en altura.

— ¿Quieres que nos separemos de nuevo?

Pude detectar que lo dijo con sorna.

— Esta vez deberíamos ir juntos. Estate preparada, vete a saber qué diantres hay ahí dentro

Acto seguido traté de acceder al interior de la casa y allí empezaría a buscar cualquier tipo de evidencia.
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#60
Frente a Yuki se sostuvo una conversación heterogénea que calmó a nuestro pequeño amigo blanco. Había hostilidad, pero también había entendimiento, aunque fuese poco, y algo de fascinación. Ambas cosas le vendrían bien. Finalmente, uno de ellos acabó por lanzarle la información que necesitaba. Pero no despreciaría unos posibles nuevos aliados quedándose sólo con eso.

"Así es, compañeros. Voy en compañía de un humano. Uno despeinado y con los ojos blancos como mi pelaje" —maulló Yuki—. "Gracias por la información. Haremos todo lo posible para encontrar al culpable. O a vuestra Abuela, si finalmente sigue con vida. Si queréis ayudar, mantened los ojos bien abiertos. Estaremos por aquí investigando lo sucedido, podéis acudir a mí para lo que necesitéis."

Soltó un maullido de despedida y se dio la vuelta en dirección a la base de la colina. Pero se topó con su invocador a medio camino, escupiendo soflamas en voz baja sobre unos "mocosos hijos de hierba".

¿Nyaru?

Hey, Yuki, ¿has averiguado algo? —refunfuñó Daruu.

¿Tú sí? Por tu cara, bien lo parece.

Sí. Que me han robado la puta cartera.

¡NYAJAJAJAJAJAJA!

¡Yuki! ¡Pero cabrón de los cojo...! —El shinobi se adelantó y trató de patear al felino, que esquivó ágil el puntapié.

Va, va, Nyaruu, no te precupes. Tengo nyoticias. Los gatos nyo han presenciado la muerte de Nyegoba, pero saben a dónde fue. —Yuki comenzó a correr hacia el bosque—. ¡Vamos!

¡Eh, espera!
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