Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Efectivamente, ¡tenía que haber preguntado al Consejo! Un poco tarde, ahora. Pero Hanabi tenía razón. Si pensasen que sus sellos podían sufrir algún tipo de deterioro por la Hoja, no le habrían dejado salir tan alegremente de allí. No teniendo un bijuu en su interior.
Y hablando del bijuu, llevaba un buen rato callado. Tanto, que logró sacarle un pequeño escalofrío cuando volvió a oír su voz retumbándole en la cabeza.
«No es ninguna mierda, Shukaku. Es tinto de… Oh, espera, ¡espera! ¡No me digas que eres como la Guardiana de Kokuō! ¿Un purista del agua? ¿Antialcohol, antitabaco, y cualquier tipo de sustancia psicotrópica?» Pensar en que el Ichibi fuese así le hacía tremenda gracia.
—Pero bueno, a otra cosa... ¿recuerdas aquello que me pediste hace tiempo? ¿Lo del combate?
—¿Eh? —Le costó volver a la conversación. Y más procesar lo que le acababan de decir—. Ah, ¡sí! ¡Eso! —No querría tenerla ahora, ¿verdad? Se estaba empezando a arrepentir de haberse pedido dos tintos de verano. Por si acaso devolvió la copa a la mesa, justo cuando estaba a punto de darle otro trago—. ¿Qué ocurre? ¿Le apetece tenerlo… ya?
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5/09/2019, 19:02 (Última modificación: 6/10/2019, 18:41 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
«¡JIA, JIA, JIA! ¿Es eso lo que quieres, Hijo? ¿Emborracharte, drogarte? ¡Adelante, hazlo! ¡Con suerte acabas como Akame, eh? ¿¡EH!? ¡Al menos sería más divertido si no estuvieras atado a la villa! ¡Podríamos divertirnos, sí! ¡Patear culos! ¡Quemar cabrones! ¡¡LLEVAR LA PUTA GUERRA A LAS PUERTAS DE MI HERMANO KURAMA!! ¡Sería divertido! ¿¡EH!? ¿¡EH!? ¡Y cuando tengas el mono, podría aprovechar para reventar el cascarón y salir a dar una vueltecita! ¡JIA, JIA, JIA! Aunque estaba empezando a cogerte cariño, hace tiempo que no haces nada divertido. ¡ENTRETENME, INTRÉPIDO! ¡JIA, JIA, JIA!»
Totalmente ajeno a los gritos impertinentes de Shukaku en su cabeza, Hanabi sonrió. De pronto, Datsue volvió a sentir aquella pequeña angustia en el centro del pecho. Los vasos de las bebidas comenzaron a temblar.
—Oh, me encantaría —dijo. El falso terremoto provocado por su chakra cesó—. Además, el Consejo te ha puesto el corazón a prueba. Pero yo... amigo, yo aún tengo que poner a prueba tu fuerza de verdad. No obstante, me temo —explicó, reclinándose en el asiento—, me temo, querido Datsue, que si tú y yo peleáramos al nivel que deseo ahora mismo, la Villa estaría en peligro.
«Uuuuuhh... ¡TE LO ESTÁ PIDIENDO, HIJO MÍO! ¡Te está pidiendo que le partas el ojete en cuatro! ¡¡VAAAMOS JODER, QUE ME ABURRO!! ¡MÉTELE UNA PALIZA! ¡REVIENTA TODO, JIAJIAJIAJIAJIAJIAJIAJIAJIAJIAJIAJIAJIAJIAJIA!»
—Además, antes tengo que... pedirte algo. Una misión. Algo secreto —Le guiñó un ojo—. ¿Me harías el favor de reunirte el Tsuchiyoubi que viene, temprano, a la salida de la villa, con un viejo amigo? Es un hombre alto, canoso, con los ojos azules. Se llama Bina. Saru Bina.
Maldito Shukaku. Siempre sabía dónde hacerle daño, y cuándo era el momento oportuno para sacar a relucir el nombre de Akame. Eso sí, el Ichibi también hizo algo bueno por Datsue. Le convenció en apenas un segundo, y mejor que con cualquier charla médica o paternal, de dejar la copa en la barra. ¿Qué se hacía daño al hígado? Bueno, cosas peores le sucedían en una misión. ¿Qué le hacía decir tonterías cuando iba demasiado ebrio? Lo compraba, pero no era como si no las dijese de normal. Ahora, ¿qué aprovechasen su momento de debilidad para que Shukaku saliese a dar un paseo? No, eso tenía de todo menos de divertido.
Y, cuando quiso dejar de lado a aquel monstruo, se encontró de bruces con otro. Porque Hanabi podía ser muchas cosas: comprensivo, afable, un Uzukage afectuoso y familiar con los suyos. Pero también un jodido monstruo de chakra. Cuando Datsue le miraba con el Sharingan, y toda esa energía salía a la luz, era como ver a una montaña desde los ojos de una hormiga.
—No obstante, me temo —explicó, reclinándose en el asiento—, me temo, querido Datsue, que si tú y yo peleáramos al nivel que deseo ahora mismo, la Villa estaría en peligro.
Eso era cierto. Quiso pensar alguna manera de evitar aquel pequeño problema cuando la voz de Shukaku volvió a retumbar en su cabeza con su tan característica risa sádica. El bijuu quería que Datsue le metiese una paliza, solo para divertirle un poco.
Datsue no pudo sino alzar las cejas. «Pero, ¿tú has visto el pedazo chakra que tiene? ¡Suerte tendré si le aguanto un par de asaltos!»
—...ngo que... pedirte algo… Una misión. Algo secreto.
—¿Hmm? —Datsue sintió un sudor frío al ver que Hanabi le guiñaba un ojo. ¡No se había enterado de lo que le había dicho al principio! «¡Shukaku, maldito! ¡Deja de despistarme!»
Por suerte, pudo respirar tranquilo, pues Hanabi siguió hablando, aclarándole algo las ideas. «¿Una misión? ¿Secreta? Uou, uou, uou. ¡Eso tiene pinta de algo muy chulo! ¡E intrépido! Aunque quizá también peligroso… Hmm… Eso no mola tanto».
—Claro, ahí estaré, Uzukage-sama. Faltaría más —¿Quién sería ese hombre alto y canoso? No creía haber oído aquel nombre en su vida—. Pero, ehmm… ¿He de ir preparado para un viaje largo? —quiso saber.
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—Entre ida, y vuelta, quizás la misión dure una semana —dijo—. No será algo complicado, pero sí que tendrás que hacerlo con discrección. Cuando te encuentres con Bina, no digas ni una palabra. Él te reconocerá. Simplemente, síguele en silencio. ¿De acuerdo? —Hanabi se inclinó para que su voz sonara más baja.
5/09/2019, 19:50 (Última modificación: 7/10/2019, 16:24 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Datsue asintió con diligencia.
—Por supuesto. —Había cogido la copa de nuevo, pero no para beber de ella. Simplemente la mantenía en el aire de manera casual, con los ojos perdidos en su contenido púrpura—. Y el objetivo de la misión… —dijo, bajando también él la voz—. Algo me dice que me tendré que esperar al Tsuchiyoubi para saberlo —intuyó, para su pesar.
«Oh, ¡venga! ¡No me dejes en ascuas ahora, Hanabi-sama!»
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5/09/2019, 19:55 (Última modificación: 6/10/2019, 18:41 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
El rostro de Hanabi esbozó una sonrisa burlona y cruel.
—Oh, ya lo creo que tendrás que... que esperar. —De pronto, sintió un mareo que casi le hace caer del asiento. Se llevó la mano a la sien. «Mierda... las putas Lenguas de Fuego»—. Uff. Datsue, si te parece bien, ¿por qué no pagamos y... y... bueno, y si me acompañas a... a casa?
»Creo que necesito... tomarme un descanso.
· · ·
Media hora más tarde, Hanabi se sostenía en el marco de la puerta de su casa, un edificio grande de dos pisos. Gruñía, molesto. No estaba acostumbrado a beber tanto. Y para colmo, casi había ocurrido lo mismo que aquella vez que cogió una cogorza con Yui y Kenzou... menos mal que ahora no estaba la Arashikage para responder a sus absurdos desafíos con el chakra subidito.
O el pobre Takeshi-san hubiera tenido que cerrar el negocio.
—En fin, Datsue. Eh... rrrecuerda. Tsuchiyyyoubi. Tempdrano. —Era difícil discernir a cual de los dos Datsue tenía que estrechar la mano, de modo que no eligió a ninguno y se limitó a mirarles de forma incómoda.
5/09/2019, 20:26 (Última modificación: 7/10/2019, 16:28 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
El Uchiha suspiró, derrotado. ¡Lo sabía! ¡Sabía que tendría que esperarse al Tsuchiyoubi para averiguarlo! ¡Eso significaba una maldita semana comiéndose las uñas! No obstante, si pensaba que ese era el palo más gordo que iba a recibir aquel día, no podía estar más equivocado. Aquello tan solo había sido el aperitivo, para calentar. Porque lo que llegó a continuación fue…
Fue…
Fue tan duro, que algo dentro de su corazoncito se partió.
—Datsue, si te parece bien, ¿por qué no pagamos y… buenopagamospagamosysimepagamospagamospagamos acompañas a… pagamospaGAMOSPAGAMOS!
Oh, sí, aquella palabra retumbó en su cabeza por un largo tiempo. Tanto como le duró el dolor que sentía en el bolsillo por el billete que le faltaba. Ya nunca lo volvería a ver, ni a sentir su suave tacto entre sus dedos.
¿Qué estaba exagerando? ¡Se acababa de comprar una casa nueva, por todos los Dioses! Por no hablar de que con tanto entrenamiento llevaba mucho tiempo sin hacer —ni, por tanto, cobrar— una misión de las gordas. ¡Pues claro que no estaba exagerando! Por suerte Takeshi había invitado a la segunda ronda, ¡pero había creído que Hanabi invitaría a la primera!
«Nota mental: no te hagas ilusiones antes de tiempo».
—Ahí estaré, no se preocupe, Uzukage-sama —le tranquilizó cuando llegaron a la entrada de su casa. Se sorprendió de verle tan… afectado, pero luego recordó que, después de todo, seguía siendo un humano. Si él ascendía a Kage algún día, no iba a desarrollar tampoco una resistencia milagrosa al alcohol de la noche a la mañana—. Estaré allí a la primera luz del alba. Palabra de intrépido.
Hizo una pequeña reverencia —más por costumbre a que lo viese necesario— y desapareció en un parpadeo. Literalmente.
• • •
Una semana después...
Había dormido poco, esa era la verdad. Más de lo que solía hacer meses atrás, cuando Shukaku le despertaba con sus pesadillas cada dos por tres. Pero aún así menos de lo que le hubiese gustado. La Hoja de Shiomaru, su efecto en los sellos, el Consejo y su beneplácito para que algún día pudiese optar al sombrero todavía le hacían dar vueltas en la cama por horas. De hecho, cuanto más consciente era de la responsabilidad y el peso que ello llevaba, peor dormía.
No obstante, con el primer rayo de luz, el Uchiha se encontraba ya desayunado, duchado y vestido con su habitual indumentaria—llevaba el chaleco de jonin en una mochila sellada por si le era necesario—. ¿Armas? Listas. ¿Dinero? El justo y necesario. ¿Comida? Un par de bocadillos para el camino y una cantimplora.
—¡Todo listo! ¡Todo listo! —se dijo por tercera vez, tras revisar lo que llevaba encima. Se despidió de Datsuse con un afectuoso beso y corrió hasta las puertas de la Villa para no llegar tarde.
¿Cómo sería ese Bina? ¿En qué misión se enfrascaría? No tenía pinta de ser demasiado larga, pero sí importante. Preguntas, preguntas y más preguntas. Esperaba poder pronto empezar a resolverlas pronto.
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Era temprano. Una figura envuelta en harapos, que no parecía casi un shinobi, aguardaba a las puertas de la villa. No se le veía el rostro excepto los ojos, y un mechón de pelo gris. Esperaba con impaciencia, nervioso. No dejaba de echarle ojeadas a los guardias de la puerta, que honestamente estaban demasiado ocupados tratando de no dormirse de pie que prestándole atención.
Debajo de los trapos, el hombre sonrió. Allá que venía Datsue. Bien. Bien.
Se dio la vuelta cuando estuvo a unos metros, y sin mediar palabras, caminó. Caminó, y salió a las Planicies del Silencio. Hizo suyo su nombre. Y caminó.
Apenas vio sus ojos y un rebelde mechón gris que se negaba a ser partícipe de tanto secretismo. El resto, ropa vieja más propia de un vagabundo adicto al omoide que de un shinobi hecho y derecho.
Tenía que ser él, sin duda, pues no había nadie más allí aparte de los guardias… que, ahora que se fijaba, no parecían muy atentos. ¡Y luego se extrañaban de que se colase tanta gente! «Vamos, vamos. No seas cruel. Además, con el detector de chakra ahora las cosas son mucho más fáciles».
Se acercó al hombre y abrió la boca para saludarle, pero se quedó a medio camino, sin llegar a decir nada. Hanabi le había advertido de mantenerse silencio. De seguirle en silencio. Y vaya que si lo hizo.
Los minutos fueron pasando lentos, muy lentos, como cada granito que caía en un reloj de arena. Cuando se dio cuenta, ya estaban en las Planicies del Silencio. Callados. Sin decir nada. «Joder, ¡qué aburrido!» Si al menos pudiese canturrear algo… Pero no, Hanabi había sido muy claro en sus órdenes. No podía cagarla tan pronto.
6/09/2019, 00:42 (Última modificación: 6/10/2019, 18:42 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Saru Bina se aclaró la garganta. Saru Bina se detuvo en silencio. Saru Bina se dio la vuelta, y sus ojos sonrieron a Datsue.
¡Puff!
Saru Bina desapareció en una nube de humo. Y Sarutobi Hanabi lo sustituyó como si hubiera interpretado el papel del tronco en un Kawarimi no Jutsu. Se rascó la coronilla y le sonrió.
—Uff, menos mal que no se han dado cuenta —dijo—. Perdona el secretismo, pero es que ni de coña me hubieran dejado salir de la aldea, estando las cosas como están. —Como si nada, el Uzukage echó de nuevo a caminar—. Como te dije la otra vez, si peleamos en la villa, lo más probable es que nos la carguemos. Voy a llevarte a un sitio donde una vez yo mismo peleé contra Shiona-sama.
Estaba cambiado. Parecía más joven, ahora que se desprendía por un momento de los hábitos de Kage. Vestía con un uwagi de color rojo granate, atado con un cinturón negro.
Datsue pegó tal brinco que cayó de culo al suelo, señalando con un dedo a la persona que acababa de aparecer. De descubrirse, más bien.
—¡U-u-uzukage-sama! —gritó, como si Hanabi sufriese de amnesia y necesitase que le recordasen quién era—. P-pero pero…
Las piezas encajaron en seguida. La conversación en el bar, ese pequeño problema de no tener un sitio donde luchar… y el repentino cambio de conversación hacia una misión secreta, a la vista tan importante pero que irónicamente había comentado casi al final de su encuentro, cuando ya se estaban tomando unas copichuelas.
¿Cómo no lo había visto venir? ¡Ahora era super obvio!
—¿Y es seguro que usted…? —Se paró a medio camino. ¿Él? ¿Dando lecciones de responsabilidad y de prudencia al Uzukage? Quiso reír a carcajadas por la sola ocurrencia—. Donde luchó contra Shiona, ¿dice? Y… —La intriga le invadió de golpe—. ¿Y quién ganó? ¿Fue disputada? ¿Cómo era Shiona luchando? —descargó una pregunta tras otra, sin cuartel.
»¿Sabe, Hanabi-sama? Hemos tenido mucha suerte —dijo, tras un rato. Señaló con un pulgar a sus espaldas—. Antes, cuando le vi en las puertas de la Villa, estaba tan callado que… tuve curiosidad. Casi activo el Sharingan para comprobar cuánto chakra tenía. ¡Menudo susto me hubiese llevado frente a los guardias!
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—¡Madre mía! ¡Sigo siendo todo un ninja lleno de sorpresas! Tranquilo, tranquilo, una cosa cada vez. Tenemos un viaje larguillo por delante y va a dar tiempo de hablar de todo —contestó—. Reconozco que tengo una buena, buena cantidad de chakra. Sí señor. Hubiera sido todo un shock, ¿eh?
»Sobre Shiona... evidentemente, ganó ella. Más años, más experiencia. Clan Uzumaki, experta en técnicas de sellado... no sé, Datsue. A mí es que el Fuuinjutsu me puede, chico. Y si algún día peleas contra un Uzumaki tan bueno como ella, quizás te deje a la altura de su zapato.
»Sin ofender, claro está —rio—. Tengo entendido que tú eres muy competente, ¿eh? —Datsue sintió una extraña brisa, y el estómago le dio media vuelta. La hierba bajo los pasos de Hanabi estaba... ¿quemada?
El Uzukage dio un bote y pataleó una brizna de hierba que se había prendido fuego.
—Uff, uff. Mejor me calmo. No sé, Datsue. Hace mucho que no tengo una buena pelea. Una pelea en la que pueda... ser yo mismo. Una pelea a gusto. Una... una pelea sin límites. ¿Entiendes? —Los desafiantes ojos de fuego del Sarutobi se clavaron en los de Datsue—. Pero desgraciadamente queda mucho que caminar.
Se dio la vuelta, y siguió la marcha. Hacia el norte.
—¡Una buena cantidad, dice! —exclamó, pasmado—. ¡Pero si parece que tenga un bijuu!
¿Por simple cantidad de chakra? Podía pasar por un jincuuriki desatado perfectamente.
—Hmm, sí. Sé de lo que me habla. Hace no tanto hice un combate de entrenamiento con Uzumaki Eri, además de Nabi, y… Jo-der. Y por si fuese poco me usó el Raiton no Yoroi, ¿sabe? ¡Qué preciosidad de técnica! —Había sido amor a la primera vista—. Me intenté aprender Raiton solo por eso. Luego decidí que era mejor centrarse primero en dominar bien mi segundo elemento antes de tratar de conquistar un tercero. —Sí… Luego de que viese que no era capaz ni de crear chispitas.
Quizá ahora, con la experiencia ganada, le resultase más fácil. Se había quedado con la espinilla de volver a intentarlo, pero definitivamente tenía que ser más paciente. No frustrarse a las primeras de cambio. Y, hablando de chispitas…
—¡Por Izanami, Hanabi-sama! —exclamó, en una voz demasiado aguda para su gusto, cuando el poder contenido del Uzukage salió como una olla a presión tan potente que prendió la hierba. ¿Cómo alguien podía tener semejante poder? Hacer que se encendiese un fuego por su simple energía contenida… ¡era demencial!
—Uff, uff. Mejor me calmo. —«¡Sí, yo también lo creo, Uzukage-sama. ¡Yo también lo creo!»—. No sé, Datsue. Hace mucho que no tengo una buena pelea. Una pelea en la que pueda... ser yo mismo. Una pelea a gusto. Una... una pelea sin límites. ¿Entiendes?
Datsue tragó saliva.
—S-sí. —¿De verdad lo entendía? Él no tenía ese problema. Conocía a mucha gente a la que podía enfrentarse sin la necesidad de contenerse. Eri, Nabi, Daruu, Ayame… Por no hablar de los enemigos a los que se tenía que enfrentar en la mayoría de misiones de rango alto—. Quiero decir, yo no tengo ese problema exactamente. Aún tuve peleas hace no tanto en las que tuve que darlo todo. —Hasta el último gramo de energía—. Pero le comprendo. En mi caso, me pasa algo similar con dos… Dos jutsus. Perdóneme la expresión, pero... ¡son la polla! El único problema es que también son demasiado destructivos y peligrosos. Se me hace inviable usarlos en un combate amistoso. Ni siquiera hoy. Sería una temeridad contra usted y al mismo tiempo… un desperdicio.
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Hanabi, abrumado por el constante vaivén de la cháchara de Datsue, apenas tenía tiempo de procesar la información. No obstante, parecía feliz, y se le veía disfrutando de pasar un buen rato extra-oficial. Tomaba aire con paciencia y se maravillaba con los alrededores. Como si nunca hubiera visto un campo de hierba.
—Oh, Datsue... ¿una temeridad contra mi? ¿Un desperdicio? —dijo, sin apartar la vista del frente, sin mirarle. Hanabi sintió como el vello se le erizaba. Estaba teniendo que hacer un extremo uso de su autocontrol para que el suelo bajo sus pies no saliera ardiendo de nuevo. La habitual tensión en el ambiente, la que se producía cuando liberaba a la pequeña bestia de fuego que tenía en su interior, sin embargo, volvía a estar presente—. ¿Qué te hace pensar que no vas a necesitarlos, eh? ¿Acaso pretendes no ir con todo contra mí, Datsue? ¿Es eso lo que quieres, eh? Ohhh, ¡oooooh! ¡Hace tiempo que algo no me pone en aprietos!
»¿Vas a dejarme sin enfrentarme a Susano'o, Datsue? Me encantaría probar tus límites... y los míos.
«Si pudiera pelear aquí mismo, si pudiera darme la vuelta y comenzar el combate ahora... Dios. La Playa Túnel está demasiado lejos, ¡demasiado lejos!»
Ver a Hanabi tan excitado por el combate le daba algo de miedo. También bastantes nervios. Un cóctel que antaño le hubiese hecho encogerse y buscar el primer matorral donde esconderse. Pero el Uchiha ya no era el que un día fue. Había saboreado la gloria que podía ofrecer un público en el Torneo de los Dojos. Había sentido la satisfacción de haber hecho un buen papel en un combate reñido, disputado. Por eso, el miedo y los nervios no hicieron otra cosa que disparar su adrenalina y embargarle de emoción.
Quería competir.
Quería ganar.
Quería arrasar.
—Oh, Uzukage-sama, Uzukage-sama. —La parte más modesta del Uchiha salió a relucir—. El Susano’o está sobrevalorado. No, las dos técnicas a las que me refiero lo hacen trizas. Sinceramente, creo que le destrozarían. Puede que hasta matarle.
¿Qué Datsue le estaba picando un poco? No, jamás se atrevería a… Bueno, puede que en esta ocasión un poco sí.
—Pero no se preocupe por eso. Por el resto, prometo dar mi máximo. —Vaya que si lo iba a dar—. Oiga… ¿y si nos hacemos una apuesta? —sugirió de pronto—. El que pierda… tendrá que cumplir con algo que pida el ganador. ¡Nada demasiado serio!
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