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La tensión se palpaba en el ambiente. Tan electrizante que le hacía cosquillas en la piel. Tan densa que podría cortarse con el filo del kunai que escondía bajo la manga en su brazo derecho... Parecía que en cualquier momento el samurai iba a darse cuenta del engaño e iba a dar al traste con él, pero...
—Quiero a mi mama... —como el tañido de una campana de salvación, la voz de Juro retumbó en el pasillo. El chiquillo en el que se había transformado clavó sus cándidos ojos en la figura de la mujer samurai—. ¿Mami?
—Ooooohhhh... —exclamó la mujer, enternecida, y Ayame tuvo que contenerse para no soltar un suspiro de alivio.
—El niño ha perdido a su madre. Dice que la última vez que la vio estaba aún dentro del estadio. Con suerte, aún no habrá salido.
El otro samurai se cruzó de brazos, su dedo índice golpeteando contra su bíceps producía un quedo sonido metálico. Y, tras varios segundos de nuevo silencio...
—Oh, vamos, Takeru. ¡Tenemos que ayudarle!
—Eres tan blanca como la mantequilla, Usagi. Pero está bien. Cinco minutos, Mamoru. Ya conoces las normas.
Les abrió paso, y con una leve inclinación de cabeza, Ayame se apresuró a entrar de nuevo en la arena, temerosa de que los dos samurais pudieran escuchar el eco del desenfrenado latido de su corazón dentro de la armadura.
—Vale, ahora tenemos que buscar cuanto antes ese osito. Tenemos muy poco tiempo... —le susurró a su compañero, aunque era bien improbable que los escucharan desde la distancia a la que se encontraban.
La arena estaba tal y como la habían dejado después de sus respectivos combates. Aún quedaba alguna que otra persona pululando por allí, pero prácticamente todos se dirigían a las salidas. Tenían que darse prisa...
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La mujer samurai se quedó perpleja durante unos segundos. Juro reforzó su cara de monería. Había perdido a su madre. Tenía que sentirlo. Tenía que vivirlo...
—Ooooohhhh... —exclamó la mujer. Juro contuvo una sonrisa triunfal.
—El niño ha perdido a su madre. Dice que la última vez que la vio estaba aún dentro del estadio. Con suerte, aún no habrá salido.
Ayama parecía haber recuperado la confianza sobre su disfraz, tanto que hasta Juro se lo creyó durante unos momentos. Reinó un tenso silencio, donde Juro siguio reforzando sus pucheros. Hasta que entonces...
—Oh, vamos, Takeru. ¡Tenemos que ayudarle!
El samurai terminó por ceder. Juro también quiso respirar aliviado, pero se tuvo que contener con suavizar su expresíon. Pronto, los dos se habían ido, y había funcionado. Juro siguió con sus piernecitas a Ayame.
—Vale, ahora tenemos que buscar cuanto antes ese osito. Tenemos muy poco tiempo... —le susurró a su compañero
— Tratemos de no llamar la atención. Al otro lado de cada puerta habrá guardias — dijo Juro, afirmativamente.
Tras eso, entraron en la arena. Todo estaba tal y como lo recordaba. Realmente hacia poco que había estado en ella, siendo el último en pelear. Pero eso ahora no importaba.
— Es grande... — comentó, frustrado — Empecemos cuanto antes, tenemos poco tiempo. ¿Nos dividimos para abarcar más?
Como era lógico, a simple vista Juro no divisaba absolutamente nada. Habría que acercarse para buscar el dichoso osito, y cualquier sitio bastaría para empezar. Si no se daban prisa...
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—Tratemos de no llamar la atención. Al otro lado de cada puerta habrá guardias —respondió Juro, y Ayame agradeció para sus adentros el que no se le hubiera ocurrido deshacer la transformación nada más entrar en la arena. Desde luego, no habría sido su mejor idea. Y menos si además tenía en cuenta que ella era una participante del torneo y que la habrían reconocido facilmente.
— Es grande... —añadió su compañero.
—Sí... Aunque si te digo la verdad lo recordaba aún más grande —sonrió, con cierto nerviosismo. Aquel efecto de gigantismo ante sus ojos debía de haber sido efecto del pánico escénico; sin embargo, no podían desdeñar el tamaño del estadio. Iban a tener que darse prisa si querían encontrar el osito de peluche en los cinco minutos reglamentarios que les habían dado.
—Empecemos cuanto antes, tenemos poco tiempo. ¿Nos dividimos para abarcar más?
—Será lo mejor... —coincidió, aunque no le hacía ninguna gracia el hecho de separarse en una situación así—. Intenta no llamar demasiado la atención, recuerda que supuestamente eres un niño pequeño.
Y con aquel recordatorio, Ayame se dirigió hacia las gradas que tenía a su izquierda. No llegó a echar a correr para no alarmar a las personas que aún se encontraban allí, pero su paso tampoco era relajado. Se situó a una altura intermedia, desde donde debería tener una buena vista tanto de las gradas superiores como de las inferiores.
«Me pregunto cómo vamos a salir de aquí... Se supone que hemos venido buscando a la madre del niño en el que se ha transformado Juro. Si salimos de la misma manera que hemos entrado...» Pensó, con un escalofrío y entonces le arremetió una suposición aún peor. «¿Y si por cualquier cosa se encuentran con el verdadero samurai del que he tomado la apariencia?»
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—Será lo mejor... —accedió Ayame, no sin antes hacerle una advertencia—. Intenta no llamar demasiado la atención, recuerda que supuestamente eres un niño pequeño.
Juro hizo un gesto de aprobación con su frágil mano de niño, y tras eso, se dirigió a las gradas contrarias a las de Ayame. Las gradas hacían un semicírculo, por lo que tenía que abarcar todo ese espacio él solo. No habría segundas oportunidades.
Trató de buscar un nivel intermedio, a pesar del problema de que era más bajito de lo normal. Por eso subió un poco más, lo suficiente como para ver bien desde abajo, y ver lo mejor posible las de arriba. Tenía que fijar su vista en lo que podría llegar a ser un osito...
"Recuerda, que no te pillen..."
Juro recordaba su papel. Incluso si alguien le pillaba, tenía que aparentarlo. Afortunadamente, aun había gente por ahí, saliendo del estadio. Juro solo era un niño pequeño desorientado que buscaba desesperadamente a su madre entre gimoteos. Si evitaba que le tocasen, podría engañar a quien fuese. Pero...
"No puedo dejar sola a Ayame, eso esta claro. Tenemos que hacer esto juntos y salir de aqui juntos. Si yo desapareciese y se quedase sola..."
Juro sintió un pequeño escalofrío. No, no podía dejarse pillar. A pesar de que era el que estaba más a salvo de los dos, caminó con cautela, aprovechando su altura para tratar de pasar desapercibido con las butacas, mientras buscaba con disimulada desesperación el osito. No podía dejarse una por revisar, pero tampoco podía perder demasiado tiempo...
Busco un punto medio en la situación. Si es que lo había.
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30/05/2016, 15:09
(Última modificación: 30/05/2016, 15:09 por Aotsuki Ayame.)
Arriba y abajo. Arriba y abajo. Los iris del samurai iban y venían entre cada una de las filas de asientos que conformaban las gradas. Y al cabo de varios minutos de intenso rastreo se vio sacudido por una intensa sensación de vértigo que por poco le hizo perder la concentración para mantener la transformación activa.
«¿Dónde demonios puede estar?» Se preguntó, con el sudor frío perlando su frente. ¿La niña les había dado alguna pista sobre su ubicación? Intentaba por todos los medios recordar cualquier detalle importante, por pequeño que fuera, que les pudiera ayudar en su búsqueda. «Era un osito de peluche... grande... con un lazo... Lo dejó en la silla...
Sus ojos seguían yendo y viniendo. De arriba a abajo. De abajo a arriba. Las gradas cada vez estaban más vacías. Y el tiempo seguía corriendo en su contra. Si no lo encontraban rápido...
...
Juro se encontraba en una situación similar. Caminaba entre las gradas del lado derecho del estadio, en una posición algo más alta que la de Ayame para poder ver con claridad a su alrededor sin que su baja estatura le supusiera un grave impedimento.
Y parecía que por el momento estaba teniendo la misma suerte que su compañera... Hasta que un niño de una edad similar a la del crío en el que se había transformado él paso a su lado con un oso de peluche del tamaño de su propio cuerpo con un lazo a modo de pajarita.
—¿Entonces me lo puedo quedar, mami? ¡Qué bien!
...
Quedan 4 minutos.
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Juro siguió avanzando a pequeños pasos. La seguridad con la que los daba era más bien cuestionable, pero seguía interpretando como mejor podía su papel. Sin embargo, el tiempo iba pasando y no encontraba nada...
Al menos, hasta que escuchó perfectamente la voz de un niño.
—¿Entonces me lo puedo quedar, mami? ¡Qué bien!
"Maldito..." - En ese mismo momento, en la mente de Juro pasaron muchas cosas, cosas que una mente infantil no debería si quiera imaginar.
¿El niño lo había arrancado de la silla? ¿La mujer con la que parecía ir lo había robado para su hijo? Tuvo tentaciones de robarlo y salir corriendo, pero tenía que mantener el papel...
Emitió un grito de protesta, tal y como podía suponer que haría un niño al ver que le robaban su juguete. Después, corrió alocadamente con cuidado de no tropezar, hasta llegar otra vez hacia el niño. Tuvo cuidado de no ponerse muy cerca, ni en frente de él. Un solo toque podía ser mortal, y la cosa podría ponerse seria.
"Que bien me vendría un samurai ahora..." - pensó, con desdicha, al recordar que Ayame debía estar demasiado lejos ahora mismo.
—¡Devuélveme a Ted-sama! - protestó, mientras sus ojos se inundaban en lagrimas como la otro vez. Se sorbió varias veces los mocos, de forma descontrolada - ¡Mi hermanita quiere a Ted-sama! ¡Es nuestro!
¿Qué esperaban? ¿Un discurso sobre la ley de propiedad pública y privada? Solo era un niño. Tenía que llorar, moquear, y emitir frases incomprensibles de protesta. Pero entre niños se entenderían, o eso esperaba...
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«¡Oh! ¡Ahí está!»
Su corazón pareció olvidarse de latir por un segundo. Y es que allí, entre todas aquellas butacas sumamente idénticas entre sí, un gran oso de felpa abandonado a su suerte destacaba por el llamativo lazo rosa que llevaba sobre la cabeza. Sin perder un instante, Ayame corrió hacia él, lo tomó entre sus brazos, y con una radiante sonrisa buscó a Juro con la mirada.
Pero su compañero se encontraba en el otro extremo del estadio, y parecía estar discutiendo con otro niño que iba agarrado de su madre.
—Oh, no... —musitó, mordiéndose el labio inferior. ¿Qué debía hacer? ¿Como podía alertar a su compañero desde la otra punta del estadio? Había demasiada distancia entre ambos, si optaba por recorrer todas las gradas tardaría demasiado tiempo.
¿Qué podía hacer?
...
—¡Devuélveme a Ted-sama! —el grito pilló desprevenido al niño, que pegó un bote en el sitio y se arrimó aún más a su madre con el osito fuertemente agarrado entre sus brazos—. ¡Mi hermanita quiere a Ted-sama! ¡Es nuestro!
—¿Qué? ¿Es vuestro? —intervino la madre, suavemente.
Durante unos instantes, los ojos del chiquillo se anegaron de lágrimas. Pero fue un momento increíblemente fugaz, y pronto su rostro pasó del miedo al innegable gesto de la rabia y el desafío.
—¡Eso no es cierto! ¡No es Ted-sama! ¡Es Kuma-sama, y es MÍO!
—¡Oye, oye...! —comenzó a decir la mujer, apoyando la mano sobre su infante en un gesto conciliador, pero entonces una voz masculina reverberó por todo el estadio.
—¡¡¡¡¡¡HEEEEEEY, CHICOOOOO!!!!!!
Era Ayame-samurai, que con una sonrisa nerviosa sostenía al osito encontrado con todo su brazo estirado en vertical y lo zarandeaba para llamar la atención de Juro. No. No se le había ocurrido otra forma de hacerle llegar el mensaje antes de que se les acabara el tiempo.
Quedan 3 minutos.
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22/06/2016, 22:34
(Última modificación: 22/06/2016, 22:37 por Eikyuu Juro.)
El pequeño Juro se alzó contra aquella familia ladrona de ositos de peluche y destructura de ilusiones infantiles. Logicamente, no iba a recuperar al oso sin pelear. Pero tampoco iba a rendirse.
—¿Qué? ¿Es vuestro? — mencionó la mujer, con mayor calma de la que él hubiese esperado.
Dejando a un lado a la madre, quien parecía ser amable, solo quedaba convencer al niño. Este no pareció tomarse nada bien lo que Juro le dijo. Le miró durante unos segundos, y pronto paso del amago del lloro a la rabia pura que solo un niño podía sentir por este tipo de cosas.
—¡Eso no es cierto! ¡No es Ted-sama! ¡Es Kuma-sama, y es MÍO!
— ¡MENTIROSO! — exclamó Juro, casi al instante.
—¡Oye, oye...! —la mujer comenzó a tranquilizar al que parecía su hijo, y ya de paso, al propio Juro, quien tampoco iba a dejar de gritar.
Ambos niños se retaron con la mirada. Ninguno iba a ceder. Ambos creían llevar la razón. Juro retrocedió otro paso, a riesgo de parecer que estuviese retrocediendo. Si ese niño trataba de hacerle algo, todo se iría al garete.
Hasta que pronto, se escuchó un potente grito en mitad del estadio, que partió por la mitad la tensión entre ambos bandos.
—¡¡¡¡¡¡HEEEEEEY, CHICOOOOO!!!!!!
Juro pudo ver a un samurai al otro lado del estadio, agarrando lo que parecía ser un gran oso de peluche, con un lacito rojo...
"Oh... Mierda..."
Con vergüenza, pronto comprendió que el niño decía la verdad y que el ladrón era él después de todo. Miró al samurai, luego al osito del niño, y después a la madre.
— Esto... yo... — por unos momentos, casi rompe con su faceta de niño. Por unos momentos — ¡Ted-sama!
Y tras ese gritó, echó a correr en dirección hacia Ayame, o al menos, hacia el samurai que era Ayame en esos momentos, deseando acabar con la verguenza, con su faceta de niño, y sobretodo, deseando que el tiempo les diese para poder escapar antes de que fuesen pillados...
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Afortunadamente, Juro escuchó sus gritos y no tardó ni dos segundos en comprender el mensaje que estaba intentando lanzarle. Abandonando al niño y a su madre, se apresuró a correr hasta la posición de Ayame.
—¡Mira, mira! ¡He conseguido encontrarl...! —exclamó entusiasmada, pero se detuvo bruscamente y se llevó el puño a la garganta para aclararse la voz. Por la emoción, había olvidado la posición en la que se encontraba y el papel de samurai recto que le había tocado interpretar—. Vamos, será mejor que salgamos de aquí y terminemos con esto cuanto antes...
Le hizo una seña a su compañero y se apresuró a dirigirse hacia la misma puerta por la que habían entrado. Sin embargo, al cabo de algunos segundos se dio cuenta de algo...
—Espera, Juro —Invitó a su acompañante a detenerse con un gesto de su mano. Entonces, tras mirar a su alrededor para asegurarse de que la mayoría de las personas habían abandonado ya la arena y nadie estaba mirando, volvió a entrelazar las manos en una serie de sellos.
Tal y como había ocurrido varios largos minutos atrás, una nube de humo la envolvió. El samurai se había transformado en una mujer de unos treinta años, alta y de cabellos rubios que caían ondulantes sobre sus hombros.
—Nos dejaron pasar porque supuestamente estábamos buscando a "tus padres" —le explicó a Juro, esbozando una sonrisa apurada y abrazando el osito contra sí—. Habría sido raro que volviéramos sin más...
»Por cierto, ¿qué estabas haciendo con el niño de antes? Parecía que estabais discutiendo...
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Tanto correr pareció resultar efectivo. Pronto, logró llegar hasta el samurai que debía ser su complice. El hecho de que llevase un osito gigante con un lazo ayudaba a darle su confianza.
—¡Mira, mira! ¡He conseguido encontrarl...! —Aymae recuperó la compostura, después de su gritito de triunfo de niña. Juro por poco comienza a reirse. —. Vamos, será mejor que salgamos de aquí y terminemos con esto cuanto antes...
Juro asintió, y ambos caminaron hacia la puerta, hasta que Ayame frenó en seco de repente y le hizo un gesto para que se detuviese.
—Espera, Juro
Realizó una serie de sellos, y de pronto, ya no era un samurai, si no una mujer adulta de cabellos rubios, muy parecidos a los que su niño llevaba.
—Nos dejaron pasar porque supuestamente estábamos buscando a "tus padres" —le explicó, con una leve sonrisa — Habría sido raro que volviéramos sin más...
— ¡Cierto! — exclamó, alegrado por la inteligencia de su compañera.
»Por cierto, ¿qué estabas haciendo con el niño de antes? Parecía que estabais discutiendo...
— Ah, pues... Nada de eso. Solo le estaba preguntando si había visto al osito... Pero al parecer pensó que quería robarle el suyo o algo así. Ya sabes, estos críos son muy dificiles de tratar...
Esquivó la mirada de su compañera, mientras la ponía fija en su objetivo, la puerta principal. Ella no tenía porque darse cuenta del ligero rubor que sentía por haberse confundido de osito. Solo no quería quedar como un estupido...
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— Ah, pues... Nada de eso. Solo le estaba preguntando si había visto al osito... —respondió su compañero, y por un instante a Ayame le pareció que le esquivaba la mirada a propósito. Debían de ser imaginaciones suyas, ¿qué razón iba a tener para hacer eso?—. Pero al parecer pensó que quería robarle el suyo o algo así. Ya sabes, estos críos son muy difíciles de tratar...
—Vaya... pues menos mal que la cosa no llegó a más. Los niños pueden llegar a ser muy agresivos —le dijo, con una sonrisa nerviosa.
Al fin salieron de la arena. Los dos samurais que la custodiaron no tardaron en reconocer al niño en el que se había transformado Juro y preguntaron por su compañero, pero Ayame se abalanzó a responder entre ligeros tartamudeos que había decidido quedarse para terminar de despejar el estadio. Después de aquello, y entre abundantes sudores fríos, aceleraron el paso para salir de aquel lugar cuanto antes. Ayame aprovechó para deshacer su transformación metiéndose en un pasillo alejado de las miradas de terceras personas. Afortunadamente, la mayor parte del público ya había abandonado el edificio, por lo que la multitud era mucho menor que cuando se habían encontrado y menor era por tanto la posibilidad de que alguien pudiera haberla descubierto. Juro y Ayame también salieron al exterior después de varios minutos y cuando miraron a su alrededor se dieron cuenta de que...
—Oye... ¿dónde está la niña? —preguntó Ayame, intercambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra.
Y es que, por mucho que miraran, por mucho que buscaran, entre las pocas personas que quedaban fuera dl estadio no estaba la niña a la que habían prometido devolver el osito. Ni tampoco sus padres.
—Se ha... ido... ¿Y ahora qué?
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Juro y Ayame escaparon. Ayame, aun con la mano de su supuesto hijo - que en realidad era Juro - consiguió ejercer el papel de una mujer timida y tranquila, que pareció convencerles lo suficiente para dejarles huir. Juro se aferró al osito, fingiendo que tenía miedo. Siempre funcionaba.
Por una vez, Juro se sintió orgulloso de sus planes. Los suyos y los de su compañera. Sin ella no lo habría logrado, claro. Pero aun no había terminado, y no tenían tiempo para celebrarlo. En su vuelta, se metieron en un pequeño pasillo a parte donde pudieron deshacer sus respectivas transformaciones. Después de eso, fueron a la salida donde esperaron encontrarse con la niña para darle su oso.
Pero algo iba mal.
—Oye... ¿dónde está la niña?
Incluso volviendose y mirando a todos lados, Juro, ya en su cuerpo normal, no fue capaz de verla. ¿Habían tardado mucho? ¿Se había ido?
— No lo se... - murmuró, igual de desconcertado.
Se habían jugado mucho por esa niña. Y... ¿Ya esta? ¿Se había ido sin más? ¿Todo su esfuerzo había sido en vano?
—Se ha... ido... ¿Y ahora qué?
— Quizá... Quiza este por aquí, tapada por la gente... ¿No? — Juro dudaba, ya no sabía que hacer. Cogió el osito y lo alzó, todo lo alto que pudo — ¡Niña, tenemos a Ted-sama, a tu osito!
Juro miró a Ayame con algo de desesperación. Después, se encogió de hombros. Si eso no funcionaba, tendrían que rendirse sin remedio.
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— No lo se... —respondió Juro, y parecía igual de desconcertado que ella—. Quizá... Quiza este por aquí, tapada por la gente... ¿No?
Ayame se mordió el labio inferior y estiró aún más el cuello para poder ver mejor a través de la multitud. Pero no había tanta gente como para no ver a la niña. De hecho, cada vez se dispersaban más y más... y seguía sin haber rastro alguno sobre la chiquilla.
—¡Niña, tenemos a Ted-sama, a tu osito!
Pero era inútil, nadie respondió a la llamada. Como mucho, un par de personas se giraron hacia ellos, extrañados y sobresaltados ante sus gritos. Pero la niña había desaparecido sin más.
—No está... —murmuró Ayame, hundiendo los hombros con desaliento. Seguramente sus padres debían de haberse cansado de esperarles.
O quizás jamás estuvieron haciéndolo y se marcharon sin más con una chiquilla llorosa con promesas de un peluche nuevo igual a su Ted-sama...
—¡¿Se puede saber dónde cojones estabas?! —Aquella voz resonó en sus oídos como una auténtica bofetada. Ayame tensó todos los músculos del cuerpo instantánamente y se giró a tiempo de ver a Zetsuo dando caminando entre largas zancadas hacia ella. Llevaba sendos puños apretados y, a juzgar por la expresión de su rostro, no estaba nada contento—. ¡Los combates han terminado hace una hora! ¿Dónde te habías metido, niña?
Ayame abrió y cerró la boca varias veces como un pez fuera del agua, tratando de responder. Sin embargo, antes de que pudiera encontrar las palabras adecuadas, los ojos aguamarina de Zetsuo se fijaron en el osito de peluche que llevaba entre los brazos.
Y como si acabara de darse cuenta de su presencia, volvió la mirada hacia Juro, con los ojos peligrosamente entrecerrados...
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Con desesperación, comprobo que Ayame estaba totalmente en lo cierto. Ya no había rastro de aquella niña tan irritante que les había encargado su misión. ¿Habían hecho mal? ¿Habían tardado mucho?
Suspiró. Ahora nunca lo sabrían, de eso estaba seguro.
"Tanto para nada..."
— Entonces solo podemos...
Pero nunca pudo terminar la frase. Antes de que articulase sus últimas palabras, alguien apareció. Un hombre adulto que no conocía de nada, mucho más alto e intimidante que él
—¡¿Se puede saber dónde cojones estabas?! —El hombre se dirigía hacia Ayame. Por alguna razón, Juro dedujo instantaneamente que debía ser el padre que ella mencionó antes. Solo un padre hablaría así a una chiquilla—. ¡Los combates han terminado hace una hora! ¿Dónde te habías metido, niña?
Ayame abrió la boca... para luego cerrarla, acobardada. Juro se achantó, deduciendo que parecía ser mejor mantener la boca cerrada en estos casos. Sin embargo, la mirada de aquel hombre se posó en él.
"Si las miradas pudieran matar..."
Pero ese hombre no necesitaba la mirada. Juro tuvo la sensación que podría hacerlo. Podría matarlo ahí mismo y nadie se opondría a él. Tuvo un escalofrío.
— N-No es culpa suya, señor... — su voz tembló un poco, sin saber que decir. ¡Maldita sea, tenía que hablar Ayame, no él! — Nos encontramos por casualidad... y... una niña nos distrajo por el camino cuando ibamos a reunirnos con nuestros familiares. Estaba llorando, y no encontraba su osito...
"No le cuentes todo. No le cuentes todo..." — su mente le susurró una ligera advertencia. El hombre había visto el osito, no podía mentirle en eso. Pero si en la parte ilegal de sus actos.
— Así que nos ablandamos un poco. Al final lo encontramos, pero nos costó mucho. Se nos paso el rato volando... — comentó, con una sonrisa forzada. Muy forzada. Después, se vio obligado a agachar su cabeza — Lo siento...
— ¡JURO!
Al que le tocó sobresaltarse fue a él, cuando escuchó claramente el grito de su hermana.
Había poca gente. Y se había puesto a gritar con un osito en la mano. La verdad es que habían sido idiotas si no se les había ocurrido que llamarían la atención de todo el mundo. En ese momento, no había pensando en eso, pero...
— ¿Sabes cuando llevo esperando?
Ella no le dio tiempo a dar una explicación, ni fue tan compasiva. Le dio un golpe en la coronilla, provocando que aullase de dolor, mientras se llevaba las manos al golpe, en un gesto lastimoso.
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Los ojos de Zetsuo taladraban los de Juro como dos incesantes arpones. Como si quisiera ver más allá del chico, como si quisiera ver más allá de sus palabras.
— N-No es culpa suya, señor... —La voz de Juro tembló ligeramente, y Ayame se removió en su sitio al notar la tensión crispar el ambiente como una descarga de electricidad estática—. Nos encontramos por casualidad... y... una niña nos distrajo por el camino cuando ibamos a reunirnos con nuestros familiares. Estaba llorando, y no encontraba su osito...
—Es ciert... —quiso corroborar, pero su padre la mandó callar con un seco gesto de su mano. En ningún momento apartó los ojos del pobre y tembloroso muchacho.
—Así que nos ablandamos un poco. Al final lo encontramos, pero nos costó mucho. Se nos paso el rato volando... —Sonrió. Pero sus labios formaban una línea tan tensa como las cerdas del arco de un violín. Al final, terminó por agachar la mirada, derrotado ante la imponente figura del águila—. Lo siento...
— ¡JURO!
Una nueva voz entró en escena. Una mujer de cabellos rubios y ojos oscuros se acercaba a ellos entre grandes zancadas.
—¿Sabes cuando llevo esperando?
Antes de que cualquiera de los presentes tuviera tiempo de reaccionar siquiera, le asestó al muchacho un golpe en la coronilla que estremeció a Ayame de pura compasión. Aunque aquel sentimiento no tuvo nada que ver con el escalofrío que recorrió su espalda cuando se fijó en la terrible cicatriz que le cruzaba el rostro desde la sien hasta la mejilla, pasando a través de su nariz.
—Es suficiente. Volvamos —Con una leve inclinación de cabeza, Zetsuo agarró del hombro a Ayame y comenzó a arrastrarla lejos del estadio, hacia El Patito Frito.
—¡Hasta luego, Juro-san! ¡Nos veremos en el torneo!
—Maldita sea, no haces más que traerme disgustos —farfulló su padre, cuando ya se encontraban a cierta distancia—. Será mejor que tengas cuidado con esa... "popularidad" tuya.
—¿Qué?
—Tú ya sabes de qué hablo—escupió, entrecerrando los ojos de aquella forma tan amenazadora que le ponía los pelos de punta. Parecía querer transmitirle un claro mensaje a través de aquella mirada, pero ella era incapaz de descifrarlo. Al final, volvió el rostro hacia delante y movió los labios en una frase que Ayame no llegó a escuchar con claridad...
«Como vuelva a ver que a algún baboso le da por hacerte más regalitos...»
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