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2/09/2015, 00:55
(Última modificación: 2/09/2015, 01:09 por Umikiba Kaido.)
Una semana había pasado desde el acto de graduación a la cual el tiburón había acudido inesperadamente, en el cual logró completar el objetivo más inmediato que era convertirse en genin de la gran aldea de la lluvia. Kaido aún podía sentir de cerca las distintas reacciones de la muchedumbre, quienes incapaces de comprender lo que veían, murmuraban cualquier cantidad de teorías y sandeces sobre quién o qué podía ser él. Por suerte, el Gyojin había sido preparado para ignorar cualquier reacción que su apariencia pudiera causar hasta el punto en el que aprendió a disfrutar de ello. Y ahora que era parcialmente libre de las atadura que significaba el encierro en las instalaciones ocultas, podría presenciar más seguido lo que causaba ese temor latente que sentían las personas hacia lo desconocido.
De cualquier forma, no era el único de los placeres que podría disfrutar. Ahora vivía en una modesta residencia junto a un miembro cercano al reducto de su clan al cual pertenecía y tenía la posibilidad de andar por donde quisiera, siempre teniendo en cuenta los motivos que le había llevado hasta allí. Pero no iba a lograrlos de la noche a la mañana, por lo que logró tomarse las libertades suficientes como para hacer de las suyas un rato. Los primeros días se resolvió como si fuese un turista. Visitó cuanto lugares pudo dentro de Amegakure, acudió a distintos sitios para comer un bocadillo y aterró a unas cuantas personas, para variar.
Fue por allí de esquina en esquina, regalando su indeseada sonrisa a los ciudadanos para que lograsen acostumbrarse a ella. Después de todo, le verían durante mucho tiempo. No había de otra, ¿o sí?...
Su corta travesía le llevó finalmente a una zona que terminaría siendo una de sus preferidas. A saber si se trataba de algo referente a su similitud con un animal marino, pero el gran Lago de Amegakure le otorgaba buenas sensaciones. Frente a la gran masa de agua que protegía a la aldea de los intrusos podía dejar de maquinar un rato y presenciar la tranquilidad con la que descansaba el oscuro caudal de agua. Así que tomó asiento en una de las plataformas cercanas a la orilla y continuó comiendo un par de galletas que había guardado para luego, todo mientras observaba la no tan lejana frontera que dividía a Amegakure con un exterior inmenso y desconocido el cual querría conocer tan pronto como pudiese.
Todo en cuanto el mundo estuviese preparado para temer al gran tiburón.
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Ayame había salido pronto de casa, abrigada de la perpetua tormenta con un paraguas que sostenía por encima de su cabeza. Si fuera por ella ni siquiera lo llevaría. Le encantaba sentir el agua acariciando su rostro. Pero sabía que su padre no era de la misma opinión, y si se le ocurría llegar empapada a casa podía tener por seguro que le esperaba una buena regañina.
Chop. Chop. Chop.
Sus pies chapoteaban al pisar los encharcados suelos de Amegakure, pero apenas prestaba atención al sonido. Hacía girar distraídamente el paraguas por encima de su cabeza, mientras su mirada se perdía en las múltiples líneas que separaban los múltiples adoquines que formaban las calles. Se llevó la mano libre al pecho. No conseguía olvidar el encontronazo con los bandidos que había sufrido el día anterior, y su corazón latía de manera desenfrenada cada vez que lo rememoraba.
Necesitaba algo de relajación. Y sólo había un lugar en aquella aldea que podía otorgársela.
Sus pies la hicieron huir del asfalto, el cemento y los rascacielos; y la condujeron de manera automática a la orilla del Gran Lago de la Villa Oculta de la Lluvia.
Las aguas estaban tan calmadas como siempre, y Ayame volvió a maravillarse cuando deslizó la mirada de un lado hacia otro. Mirara donde mirase, sólo veía agua. Agua que se extendía hacia el horizonte a su derecha y a su izquierda. Agua que abrazaba por completo la aldea. Para un ser de agua como ella, aquel era un auténtico paraíso fuera del gris de la lúgubre Amegakure. Era su pequeño rincón personal. Sólo había algo que rompía la continuidad del dominio del agua, y eso eran las múltiples plataformas que salpicaban su superficie como si de un archipiélago en miniatura se tratara. Y si se pensaba que nadie podría molestarla en aquel lugar, pronto se daría cuenta de lo equivocada que estaba.
Le había visto antes. Sólo una vez. Durante el examen de genin. Pero el impacto que sintió entonces se replicó de nuevo como un martillazo.
«El chico-tiburón» Se estremeció. Y es que no había otra manera de describirlo. Su piel era de un anómalo color azulado, como si su sangre estuviese contaminada y no pudiera repartir el oxígeno por su cuerpo, así como sus cabellos, que caían tras su espalda como una catarata.
Ella no era una persona que juzgara a las personas por su aspecto. Nunca lo había hecho. Pero aquel chico había irrumpido en el examen con una seguridad aplastante, la seguridad de que él era un auténtico depredador y los demás aspirantes a genin, sus presas. Aquella seguridad la había deslumbrado, pero cuando mostró aquella hilera de dientes afilados que constituía su mandíbula, Ayame supo que aquel chico era peligroso. Que era un depredador.
Y, sin embargo, allí estaba él. Devorando unas galletas tranquilamente mientras contemplaba la inmensidad del lago como si lo añorara.
«Tengo que irme antes de que me vea» Ayame tragó saliva y se dio media vuelta, dispuesta a abandonar rápidamente el lugar.
Buscaba la calma, y se había topado con unas terribles fauces de escualo.
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Kaido continuó disfrutando de su merienda como si no hubiese un mañana. Devoraba las galletas y dejaba caer por la comisura de los labios unas cuantas migajas, al mismo tiempo que continuaba observando fijamente el horizonte. Sólo veía agua, agua y más agua. Incluso estaba meditando darse un buen chapuzón en el lago, a pesar de ya encontrarse parcialmente empapado por la constante llovizna que caía sobre Amegakure cada día.
Pero eso no era un problema. No para alguien que llevaba consigo un par de branquias al costado de la nuca, y siendo un Hozuki, además; la constante precipitación era sin duda alguna un preciado regalo.
Uno que aprendió a disfrutar más que cualquier otro ciudadano, dada su particular condición genética.
—¡Buen día Ayame-chan!—dijo una menuda mujer de cabellos escarlata. Se encontraba a la distancia, más lejos del tiburón que da la chica, aunque justo en medio de la dirección que Ayame había tomado para huir de su desconocido primo lejano. Saludaba eufórica, sonriente, como si sintiera un gran honor en ver a la elegida para llevar la pesada carga que suponía ser el recipiente de una bestia con cola.
El llamamiento también atrajo la atención del tiburón. De no ser por aquella casual intervención de una inhibida y amable ciudadana dispuesta a saludar a la recién graduada Kunoichi, él nunca se habría dado cuenta de su presencia. Y ahora que sabía que estaba allí, la curiosidad le subió hasta calar sus músculos y verse obligado a levantarse tan pronto como pudiese. La mujer a la cual Ayame podría o no reconocer dependiendo de su memoria, terminaría siguiendo el camino que llevaba antes de el encuentro.
«Quien lo diría...»
Y mientras más se alejaba ella, más se acercaba el Gyojin, a tal punto de estar lo suficientemente cerca para hablar con la muchacha.
—¡Vaya vaya! —comentó con gracia, dejando entrever su afilada sonrisa—. no esperaba que la chica más tímida de la graduación fuera esa tal Ayame de la que hablan todos.
El Gyojin se acercó, paciente y con lentitud, hasta poder extender su mano. Se estaba presentando, desde luego; a pesar de no ser el joven más educado del mundo. Pero no quería espantar a la chica, no tan pronto.
—Soy Kaido, ¿qué tal?
Yarou-dono le había comentado algunas cosas sobre ella. Lo básico, lo que todo el mundo sabe. Sin embargo, era la primera vez que podía relacionar ese nombre con un rostro, aún y cuando durante la graduación la muchacha fue llamada por su nombre para recibir la esperada bandana. Pero así era Kaido, despistado. De los que presta atención a las cosas interesantes.
Y Ayame, con sus cabellos negros y su rostro angelicalmente aburrido, no lo era. Aunque aún estaba a tiempo de demostrarle lo contrario al tiburón.
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Una voz femenina se alzó repentinamente, y Ayame se encogió sobre sí misma con un gritito de terror. Sin embargo, pronto relajó los músculos al comprender que ningún peligro la estaba amenazando por el momento.
Al menos por el momento.
—Ho... hola... —murmuró, con un deje dubitativo en su voz y una sonrisa nerviosa en sus labios. La que la había saludado de aquella manera tan exultante era una vivaracha mujer bajita de cabellos del color de la sangre que llevaba colgado del brazo una simple cesta de mimbre. No recordaba su nombre, y de hecho le sorprendía que ella sí lo hiciera cuando apenas le sonaba siquiera su cara.
«Creo que papá habló el otro día con ella. Fue en... ¿aquella tienda de hierbas medicinales?»
En cualquier otro momento no le habría importado siquiera la interrupción, habría respondido de buen grado a su saludo. Pero aquella mujer no sólo había bloqueado su salida de aquel lugar, sino que con su bramido debía haber llamado la atención de todo aquel que se encontrara como mínimo a un kilómetro a la redonda.
Y Ayame lo supo en cuanto la mujer siguió su camino y una afilada voz tras su espalda la paralizó de terror. Se giró a tiempo de ver aquella sonrisa surcada de dientes como navajas que tanto la había turbado la primera vez que la vio. Tal y como suponía, el chico-tiburón se había dado cuenta de su presencia gracias a la magistral intervención de la mujer y ahora no tenía modo de escapar de la situación sin resultar descortés.
«Maldita sea mi suerte...» En un gesto inconsciente, Ayame se llevó una mano a la frente, ajustando la bandana que mantenía firmemente atada a esta. Estaba teniendo que hacer de tripas corazón para mantenerse serena y no mostrar el miedo que de verdad sentía, pero el temblor de sus manos y sus huidizos ojos la delataban.
Torció ligeramente el gesto cuando se refirió a ella como "la chica más tímida de la graduación", pero no se le ocurrió nada que responder que fuera lo suficientemente inteligente como para desmentir tal afirmación, por lo que decidió tragarse sus propias palabras.
Pero él seguía acercándose a ella con lentitud, y Ayame sólo era capaz de ver ante sí una afilada aleta dorsal asomando por encima del agua antes del letal ataque que debía producirse en cualquier momento. Tal era su temor que habría ejecutado su técnica de la hidratación sin pensar si se le hubiese ocurrido tocarla. Pero no fue así. Le había extendido una mano, y se estaba presentando con cordialidad.
Con toda la cordialidad que un escualo podía esgrimir.
Ayame dudó durante algunos segundos. Miraba de manera alternativa la mano que le ofrecía y su rostro, queriendo ver más allá de aquella espeluznante sonrisa y esos ojillos de pez. Tenía miedo de que le estuviera tendiendo una trampa, tenía miedo de que algo pudiera pasar si se dejaba agarrar por él... Pero finalmente terminó por estrecharle la mano. No fue un apretón firme y enérgico que se suele dar cuando te alegras de conocer a otra persona. El gesto de Ayame fue más la caricia ligera y sutil, rápida, que se le da a una bestia antes de que te dé una dentellada que te pueda arrancar el brazo.
—Encantada... Yo soy Ayame.
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Kaido podía sentir el miedo que generaba su presencia. Y es que aunque la chica no saliera despavorida en la búsqueda de un lugar seguro, se veía en sus gestos la incomodidad que generaba el lento acercamiento del propio tiburón. Quizás pensaba que como hacía la bestia marina afín en su hábitat natural, él le estaba acechando, paciente y expectante, hasta encontrar el momento oportuno de poder clavar sus fauces en la mismísima yugular. Pero nada más alejado de la realidad, desde luego. Al menos en ese instante, porque si de mordidas se trataba, Kaido era perfectamente capaz de emular a su calado animal en ese tipo de menesteres.
Sin embargo, el Gyojin comprendía su reacción. Incluso pudo haberle aplaudido por mantenerse allí, erguida y dispuesta a ver que sucedía; pero él no era de los que expresaba ese tipo de reconocimientos tan fácil. Así pues, aquel gesto en el que la muchacha apretó su bandana le hizo comprender que, aunque el miedo fuera fortuito y palpable, no se iba a retirar así como así.
No sin ofenderle, o parecer una debilucha asustadiza, al menos. Y si algo es sabido es que los debiluchos no tienen lugar en la grandiosa aldea de la lluvia.
El Hozuki observó fijamente a la muchacha durante aquellos cortos segundos secundados por su propia dubitativa. Aunque finalmente, Ayame decidió devolver el saludo y estrechó su mano durante el más breve tiempo que fuera posible. Kaido no pudo hacer más que soltar una ligera risotada, aunque eran sus pequeños dientes afilados los que daban la impresión que en cualquier momento iba a meterle un bocado a alguien.
Puso sus manos nuevamente en los bolsillos, continuó observándola un par de segundos más hasta que finalmente rompió el silencio con su intervención.
—Y bien, Ayame-chan... ¿qué te trae por estos lares? —comentó, risueño—. ¿Has venido a darte un chapuzón en el lago? —se dio media vuelta y observó la calma con la que reposaba la superficie, aunque de tanto en vez se veía perturbada por las constantes gotas de agua que caían desde el cielo—.si es así, te recomiendo tener mucho cuidado. Mis amigos de allí abajo no tienen mucho aprecio por los que vienen de la superficie —mintió, aunque no esperaba que nadie creyera su inexistente anécdota.
»Es broma, es broma. Allí no hay más que algas y peces inofensivos. Aunque el agua está jodidamente fría, eso sí.
Hablaba desde la experiencia propia, desde luego.
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Ante su reacción, Kaido se rio entre dientes, y aquello sólo propició que Ayame le soltara aún más rápidamente la mano. Desde luego, no eran imaginaciones suyas. Los dientes de Kaido eran realmente una hilera de navajas puntiagudas y escalofriantes. Pero no llegó a hacerle nada, como tanto temía. El chico-tiburón volvió a guardar las manos en los bolsillos y ella se permitió el lujo de relajarse un tanto.
Pero no demasiado. Por si acaso.
La pregunta casi le pilló por sorpresa, pero antes de que pudiera responder siquiera, y sus ojos viraron inequívocamente hacia las tranquilas aguas del lago cuando Kaido hizo referencia a él. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Aún siendo incapaz de ahogarse, aún siendo prácticamente inalcanzable en el agua, no se le ocurriría meterse allí con la amenazante presencia de un escualo cerca. Ni siquiera sabía cuáles podrían ser sus habilidades de combate, o si su apariencia sería algo más que una simple máscara, pero no podía arriesgarse. Y menos cuando la estaba invitando de aquella manera.
«El cuento de Caperucita Roja ha cambiado ligeramente.» No pudo evitar pensar.
—Tu... ¿Tus amigos? ¡¿Hay tiburones ahí abajo?! —exclamó, con un hilo de voz, aunque la vergüenza cayó sobre ella como un jarro de agua fría cuando Kaido volvió a reírse.
«¡Estúpida! ¡Le has llamado tiburón a la cara! ¡Y no hay tiburones de agua dulce!» Poco le faltó para abofetearse a sí misma. Sentía la sangre agolpada en su rostro del bochorno que sentía.
—Yo... bueno... venía a relajarme, supongo —respondió al fin, sin demasiada convicción. "Buscaba la tranquilidad después de que ayer me asaltaran unos bandidos a plena luz del día" no le parecía una respuesta adecuada. Aunque lo que menos estaba encontrando era, precisamente, lo que estaba buscando—. ¿Qué te ha traído a ti hasta aquí?
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9/09/2015, 23:49
(Última modificación: 10/09/2015, 00:26 por Umikiba Kaido.)
El Gyojin comprendió muy bien lo que Ayame había querido decir.
Le había llamado tiburón, quizás inconscientemente, pero estaba hecho de todas formas. Kaido enarcó una ceja aún sonriente y dejó pasar el comentario por la asiduidad con la que solía recibirlo, aunque cierto era que pocos tenían el valor de hacerlo con él justo al frente. De cualquier forma no podía culpar a la pobre muchacha de no controlar su lengua ni mucho menor pensar en darle el castigo que se merecía. No había comparación y sería muy injusto. O eso creía él...
Finalmente, la chica advirtió que se encontraba en las cercanías del lago para encontrar relajación. Irónicamente el propio Kaido también buscaba lo mismo, aunque probablemente ninguno de los dos podría hacerlo ante la presencia del otro. De cualquier manera, no era extraño que las personas de Amegakure quisieran gozar de un poco de tranquilidad de vez en cuando, teniendo en cuenta lo movida que era la aldea y lo escabrosos que eran sus ciudadanos. En el interior de aquella avanzada ciudad tecnológica todo se movía muy rápido, de forma agitada; y eso sin duda alguna generaba tensión en todos lados. Culpa de tener a un líder tan estricto como lo era Yui Arashikage-sama.
«O mejor conocida como la arranca-testículos» ─nunca lo admitiría, pero sus escamas temblaron un poco al pensarlo. Él y sus cojones azules tendrían que evitar los problemas con ella mientras fuera posible.
─Pues yo es que he estado recorriendo la aldea durante la última semana para familiarizarme un poco con sus alrededores, ya sabes. Conociendo las mejores zonas, a su gente y viendo también donde puedo liarla de vez en cuando sin que me caiga todo el ejército de Yui-sama encima ─abrió los brazos y alzó los hombros─. pero bueno, creo que sólo me faltan un par de sitios que visitar y ya puedo quitar éste de la lista. Me ha gustado, es tranquilo y el agua es lo suficientemente profunda como para tomar una siesta.
Quizás estaba bromeando, pero lo cierto es que era perfectamente posible hacerlo. ¿Pero sería Ayame capaz de creerlo o tendría él que darle una prueba de su apropiada capacidad de pescado?.
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Por suerte, Kaido no pareció mostrarse ofendido con su metedura de pata. Ayame suspiró para sus adentros, profundamente aliviada de no haber encontrado unas represalias para nada deseadas.
Sin embargo, hubo algo en sus palabras que le hizo ladear la cabeza.
«¿Familiarizándose? ¿Acaso no es de aquí?» Se preguntó, pero no encontró la ocasión de expresar su duda en voz alta.
Porque había habido otra afirmación que le había llamado todavía más la atención. La mirada de Ayame viró del rostro de Kaido a las aguas del lago. Y de nuevo a su rostro. Y de nuevo a las aguas del lago...
—Creo... creo que lo he entendido mal... ¿Has dicho que te gusta echarte la siesta en el fondo del lago? —tartamudeó, completamente estupefacta. Algo dentro de ella se negaba a creer aún que la apariencia de Kaido fuese eso, algo más que una apariencia. Pero él estaba poniendo verdadero empeño en hacerle ver que era de verdad un tiburón. Y era algo que la inquietaba sobremanera.
La inquietaba y la sorprendía. Porque sólo alguien que pudiera respirar bajo el agua podría atreverse a dormir bajo el agua. Y Ayame sólo conocía un caso similar a aquellas circunstancias:
El suyo propio.
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Kaido podía verlo como si se tratase de un libro abierto. La confusión y la incógnita adornando un rostro tierno y delicado, señal de que la razón no encajaba realmente en lo que el tiburón estaba relatando. Porque, siendo sinceros; ¿quién en su sano juicio pensaría que alguien es capaz de durar toda una noche bajo el agua sin al menos tener que subir a llenar el tanque?...
Sin embargo, no era una intuición del todo errada la que ella estaba teniendo. Porque si bien el tiburón podía estar bajo el agua cuanto le saliera de los cojones, nunca había intentado lo de echarse una siesta y sería algo difícil de probar teniendo en cuenta que nadie podría despertarle para la hora del desayuno.
Y faltar a la mesa era lo que menos quería hacer, teniendo en cuenta lo molesto que se colaba Yarou-dono al ver un plato de comida desperdiciado.
—Has oído bien muchacha, puedo estar allí abajo cuanto tiempo se me antoje. Y tomar una siesta también si es lo que me place —contestó seguro de sí mismo—. Qué, ¿creías que esto de parecerme a un tiburón era una cosa de una sola dirección?... no no no.
El Gyojin volvió a esgrimir su sonrisa.
—Verás, la gente juzga por lo que ve o por lo que oye, ¿no es así?. ¡Eh, míralo! es el chico que se parece a un puto pescado. Tiene la piel azul y dientes afilados. Es un monstruo. ¿Y se equivocan?... pues no. ¿Pero que están rasgando poco más que la superficie de lo que tiene ser una bestia?... me temo que así es.
Kaido se chupó los dientes e hizo una extraña mueca en el rostro, como si algo le hubiese llegado a la punta de la lengua y no encontrara la forma de cómo soltarla. Aunque todo aquello resultó en que su mano derecha se moviera de arriba a bajo y terminara señalando a Ayame directamente, como si la idea de lo que estaba hablando hubiera recaído sobre su persona.
«Tú también eres un monstruo de cierta forma, Ayame-chan»
—Lo cierto es que este tipo de excentricidades siempre trae sus ventajas. Y quien más que tú para estar de acuerdo conmigo, ¿o me equivoco?
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¿Podría ser posible que Kaido fuera un Hōzuki? Si era así, era una verdadera casualidad que se encontrara con dos Hōzuki dos días consecutivos, pero a Ayame no se le ocurría otra posibilidad que explicara por qué afirmaba que era capaz de dormir en el fondo del lago sin asfixiarse en el proceso.
«Pero parece un tiburón... Y tiene la piel azul...» Torció ligeramente el gesto, frustrada por no ser capaz de resolver el puzzle al que le estaba sometiendo.
Por el momento no tenía nada claro. Y el hecho de que Kaido pareciera que se estaba divirtiendo con la situación la frustraba aún más.
«¿Hōzuki o tiburón? ¿Qué demonios eres, Kaido-san?»
Él decidió desviar ligeramente el tema de conversación. Ahora hablaba sobre lo diferencia, sobre la aprensión de la gente hacia lo extraño. Ayame desvió la mirada, avergonzada porque ella misma había tenido unos pensamientos similares cuando vio a Kaido por primera vez, en el umbral de la puerta del aula de examen de graduación. Y aún así, cuando la señaló con un dedo, parpadeó confundida.
—Y... ¿Yo...? —tartamudeó, y un ligero picor a la altura de la frente le obligó a alzar la mano para asegurarse de que la bandana seguía firmemente atada—. A... ¿A qué te refieres?
Tragó saliva con esfuerzo. Kaido nunca había asistido a las clases, así que era imposible que hubiese visto la marca de nacimiento de su frente.
¿Verdad?
Entonces, ¿de qué tipo de excentricidades estaba hablando?
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Kaido pensó que su pequeño señalamiento sería evidente y comprensible, pues su percepción sobre la condición de Ayame sobre Jinchuriki era similar a la de todo ciudadano de la aldea de Amegakure. No obstante, la suya llevaba consigo matices más profundos; siendo que él veía en ella algo de sí mismo. Porque el verdadero tiburón estaba allí en el fondo de su alma, igual que la bestia que reposaba en el interior de la elegida.
Pero le veía tan frágil e insegura que no quería alargar el tema. Ya podrían conversarlo en el futuro cuando el tiburón se pudiera permitir hacer señalamientos con mayor base de lo que el viejo Yarou le había contado. Sin embargo, guardó un silencio latente para darle un poco de misterio al momento y le miró por un par de segundos como si le fuese a saltar en cualquier momento al cuello.
Evidentemente, no lo hizo.
—Olvídalo, no importa —advirtió, buscando asiento en una pequeña roca aledaña a su posición—. es un día muy bonito como para estar hablando de esas cosas.
De bonito nada. Era tan gris y triste como los otros 364 días del jodido año. Agua y agua caía del cielo aunque a él no parecía importarle en lo absoluto, porque refrescarse era doblemente necesario para él. Hozuki y pescado, una muy apropiada combinación. Y sin embargo, habían momentos en los que no le molestaría estar un poco seco, pero eso de llevar consigo un paraguas no iba con su estilo. Demasiado afeminado, pensaba el Gyojin.
—Joder, siempre lloviendo... ¿tienes alguna idea de por qué nunca se detiene? —dijo, no sin antes darle un vistazo al cielo.
Que apropiado hubiese sido salir como un ave y no como un pez para resolver el misterio.
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Ayame torció el gesto ligeramente, ante el dedo incipiente del tiburón. Kaido no respondió enseguida, y cuando lo hizo desechó el tema rápidamente mientras tomaba asiento sobre una roca cercana. La había dejado con la intriga, y aquello sólo la irritaba aún más.
—¿Bonito? Bueno, supongo que como todos los días —respondió, con resignación.
Estaba a punto de preguntarle de nuevo a qué se había referido con lo de que alguien como ella debería estar de acuerdo con sus palabras sobre las excentricidades, pero Kaido se le adelantó y le plantó un nuevo dilema sobre el qué pensar.
¿Por qué no paraba de llover en Amegakure?
Con gesto distraído, Ayame elevó la vista hacia el cielo. Su mirada de avellana se perdió en el infinito mar de nubes, inamovibles, que cubrían siempre la ciudad en aquel empapado abrazo. Amegakure le debía su nombre a las eternas lluvias a las que se veía sometida día sí y día también. De hecho, tan acostumbrados estaban a aquellas precipitaciones que se habían convertido en su amiga: el día que no llovía, era un día de mal augurio. ¿Pero por qué ocurría esto? ¿Por qué en aquel lugar y no en el País de los Bosques o del Remolino?
—Pues... los más creyentes creen que es porque esas nubes son la morada de Ame no Kami, que nos bendice con su lluvia. Por eso, los escasos días que no llueve son considerados de mala suerte, porque no contamos con la bendición del dios porque alguien le ha ofendido o algo así... —comenzó a decir. Lo cierto era que ella no era creyente, aunque sí compartía aquella superstición sobre los días secos e incluso disfrutaba de la ceremonia de otoño que se llevaba a cabo en aquella misma orilla del lago—. Pero yo creo otra cosa —añadió, tras una breve pausa, e hizo bajar la mirada para mirar de nuevo a su compañero de aldea—. La aldea está situada detrás de las montañas más altas del País de la Tierra —alzó una mano, señalando un punto lejano en el horizonte que ni siquiera era visible, pero después se dio media vuelta y apuntó justamente en la dirección contraria con un movimiento deslizante—: Las corrientes de aire deben empujar las nubes hasta aquí, pero como son incapaces de superar esa barrera quedan estancadas sobre la aldea y descargan su lluvia de manera casi continua.
Bajó el brazo lentamente, antes de dirigir una avergonzada mirada a Kaido. Realmente, no tenía un conocimiento exacto sobre el mapa de distribución de las corrientes aéreas, pero su cerebro racional la había llevado a esclarecer algún tipo de razón más allá de supersticiones y leyendas relacionadas con dioses que no creía capaz de existir. Los mitos estaban bien, le resultaban muy interesantes. Pero como meros cuentos, nada más.
—Al menos, esa es mi teoría... —se explicó, con un hilo de voz mientras se rascaba ligeramente la sien, súbitamente avergonzada.
—¿Tu tienes alguna suposición, Carpa-san?
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El tiburón alzó una ceja cuando oyó como le había llamado Ayame. Carpa, ¿es que no era eso una tienda que se usaba para acampar?...
Pensó en corregirla de inmediato, pero pronto descartó la idea puesto que sus métodos de corrección eran muy bruscos para una señorita como ella. Así que la dejó continuar su relato, en el que advirtió tener dos teorías para el tema de la lluvia. Lo primero, y un tanto fantástico, respondía a la posibilidad de que fuera el Dios venerado en Amegakure el responsable de tan caprichoso clima lluvioso. Por otro lado, la lógica humana daba paso a una explicación mucho más razonable, la cual insinuaba que era una mezcla entre condiciones geográficas y climatológicas lo que daba vida a un fenómeno tan particular como ese.
Él no era demasiado creyente que digamos. Irónico, teniendo en cuenta que su apariencia generaba una discusión similar en base a la verdadera razón del por qué era un joven azul y con agallas. Muchos creían que se trataba de una maldición, otros de un cruel experimento; y aunque el tiburón se lo había preguntado bastante hace un par de años atrás, ahora mismo no parecía preocuparse por ello.
Los Hozuki habían hecho un buen trabajo mermando su curiosidad, a tal punto de obviar completamente su pasado aún cuando un espejo era suficiente para recordarle que había cosas que aún no sabía y que desde luego eran ocultadas por quienes le controlaban.
—Bueno, no. No tengo ninguna teoría, al menos no una tan buena como la tuya. Pero si tuviera que elegir una pues yo diría que la segunda, porque eso de que un Dios se encuentre sobre una nube lloriqueando todo el año sobre nosotros no me hace mucha gracia —refunfuñó—. aún así, si resulta que deja de llover mañana creo que podría haberse ofendido por lo que he dicho ahora y ahí sí me tomaría en serio esa fábula, hasta pediría disculpas o le haría una ofrenda.
»Después de todo, no creo que a día de hoy pueda patearle el culo a un ser tan magnánimo como el Ame no kami. Y nadie quiere la ira de un Dios sobre sus hombros, ¿cierto?
Nivel: 32
Exp: 71 puntos
Dinero: 4420 ryōs
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· Vol 60
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Pero Kaido no parecía tener ninguna teoría en relación a la eterna lluvia que caía sobre su villa día sí y día también. Ayame no pudo evitar sonreír, hinchada como un pavo, cuando el chico-tiburón alabó la suposición que había elaborado. De hecho llegó a reírse, por primera vez en aquel encuentro, ante sus palabras.
—Bueno, yo me había imaginado algo más majestuoso para un dios. No que se pasara el día lloriqueando sobre una nube. Algo así como una técnica de suiton pero a lo grande —comentó inocentemente, extendiendo ambos brazos por encima de su cabeza, queriendo abarcar toda la aldea con ese gesto.
Ayame le sonrió con gesto complaciente. Estaba claro que ambos tendrían que pedir disculpas a la supuesta divinidad si mañana de repente dejara de llover.
—Si mañana no llueve va a ser mucho más que un mal augurio. Va a ser una declaración de ofensa de Amenokami en toda regla —le respondió, cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra—. ¿Acaso crees que puede existir algo, o alguien, que pudiera hacer frente a un dios? En caso de que existiera, quiero decir...
Ayame se había acercado a la orilla del lago y, distraída como estaba, le asestó una leve patada a una piedra que sobresalía en la tierra. Aquella terminó cayendo sobre el agua con una pequeña salpicadura, y las ondas se expandieron rápidas a su alrededor en una sucesión frenética antes de que las aguas volvieran a la calma.
Nivel: 28
Exp: 127 puntos
Dinero: 1150 ryō
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5/10/2015, 09:12
(Última modificación: 5/10/2015, 10:29 por Umikiba Kaido.)
Kaido siguió con la mirada el patrón que siguió la piedra cuando Ayame la pateó, desde que salió disparada hacia el agua hasta que se perdió finalmente en la oscura profundidad del lago. Entre tanto intentaba pensar una respuesta apropiada para lo que la kunoichi le había preguntado, pero lo cierto es que no tenía ni idea.
Bien podría pensar que él llegaría a un nivel en el que le pudiese hacer frente a una deidad que se antoja poderosa para los creyentes, pero era tan poco probable como que sus padres —si existieron alguna vez—. le estuviesen buscando para darle una explicación sobre el por qué le abandonaron.
Se chupó los dientes y torció la boca, dejando salir un sonido que demostraba su inconfundible dubitativa.
—Yo, en unos años; tal vez —soltó una pequeña risilla—. pero dudo mucho que ahora mismo haya alguien capaz de eso. Aunque puedo apostar que Yui-sama les podría dar una buena pelea, ¿no crees?
Su rostro se ensombreció al recordar las anécdotas que le contaba su tutor sobre lo que podía ser capaz esa mujer. Si había algo a lo que él le temiera, era a ella. Y eso que aún no la había conocido personalmente.
»Después de todo, su fama le precede.
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