Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Lo sentía. Sentía sus chakras al otro del muro. Su presencia. Mosquitos arremolinados que pasaban de derecha a izquierda. Tenía que esperar a que pasasen todos y…
Modo Sabio: Por cada 10 de Percepción, el usuario puede sentir el chakra y el estado de otras personas en un radio de 4 metros, la dirección y la proximidad.
Percepción 50: 20 metros
… y completar el plan. Estrelló la Dai Tsuchi contra la pared, que se vino abajo como un castillo de arena. Quedó un boquete enorme abierto que conectaba con un pasillo paralelo. Un túnel especial, para personas especiales. Dejó que lo primero que viesen fuese una bomba de luz. Cerró los ojos, se encaramó y lanzó una segunda bomba, al techo, lo suficientemente lejana como para que no le afectase.
¡¡¡BAAAAMMM!!!
Para cuando la bomba sonora estalló, él ya se encontraba en medio del pasillo, acabando la secuencia de sellos. Se oían gritos. Gente con los ojos cegados y las manos en los oídos. Distinguió sombreros con símbolos en las cabezas de algunos pobres diablos.
Fuego.
Viento.
Rayo.
Tierra.
Ellos habían depositado su confianza en la gente equivocada. Oh, si tan solo aquellos ninjas del cruce le hubiesen hecho frente, aunque fuese por un instante para retrasar su avance. Si tan solo alguien le hubiese hecho algo más allá de gritarle un simple: ¡alto! Quizá hubiesen tenido una oportunidad. Quizá hubiesen escapado a tiempo.
En su lugar, descubrieron por qué a Ryūnosuke se le conocía como el Heraldo del Dragón.
¡¡¡BAAAAAAAAAAAMMMMMM!!!
Fue un tornado de viento gigantesco. Cuarenta metros de ancho, que destrozó pasillo, camerinos, pilares, muros y techos como si no fuesen más que paja. No quedaron ni escombros. Menos cuerpos reconocibles. Caos, destrucción, muerte. Eso era lo que traía el Heraldo del Dragón.
Eso era él. El último hombre en pie.
Hacer historia y matarlos a todos.
- PV:
30/30
–
- PVRyū no Yoroi:
50/50
–
- CK:
72/156
–
-84
–
- [CKSennin Mōdo]:
0/156
–
-156
–
2 AOs mantenidas
–
Fuerza112 · Resistencia92 · Aguante60* · Agilidad60 · Destreza82 Poder112 · Inteligencia 60 · Carisma 60 · Voluntad 80 · Percepción50
*Aguante tiene una penalización del 30% debido al defecto de tener un solo pulmón.
—Técnicas: Fūton: Atsugaix2, con dimensiones también dobladas gracias al efecto adicional del Modo Sabio.
—Daños: 400PV, 40 metros de ancho avanzando por unos 25 metros.
Eso les habían dicho, a ellos, a las personas más importantes de todo Oonindo. En una escala relativa de las cosas, claro. Algunos podrían discutir que en realidad sólo tenían tierras y dinero. Algunos, incluso, podrían discutir si los Kage se considerarían más importantes.
Sus vidas podrían correr peligro. Y las de nuestros ninjas.
Eso también se lo habían dicho, a ellos. A las personas más poderosas de todo Oonindo. En una escala relativa de las cosas, también. Como estaban a punto de comprobar, en realidad no eran nada. Hormigas, al lado del verdadero poder.
Quizás, como la herencia que les daba dicho poder, también cargaban con otra muy distinta: la herencia kármica de sus antepasados. La de las Cinco Grandes Antiguas Villas. Y, como una cruel maldición, les perseguiría por siempre.
Ese siempre se convirtió en cuestión de segundos en un hasta siempre. Cuando la revolución del Viento se los llevó en volandas, a ellos, a puertas, cristales de ventanas, pilares estructurales, techos. El tornado arrancó piel y carne y magulló huesos, y rompió cráneos de ANBU, Daimyos y ninjas menores por igual.
Quizás, si los shinobi que habían presenciado pasar a la montaña hubieran tratado de frenarla, habría habido tiempo de terminar la evacuación.
Pero quizás, si lo hubiesen hecho, ahora no quedaría nada de ellos, excepto cuerpos desfigurados que, al final, enseñaron una cruel realidad a los Señores:
La muerte nos iguala a todos.
Ahora, el estadio entero amenazaba con derrumbarse. Los pequeños ninjas, que habían sobrevivido a la masacre, se encontraban en una posición peligrosa. El suelo se craqueló, las paredes se agitaron y temblaron. Trozos del techo comenzaron a caer. A veces, con personas que lo acompañaban, se rompían las piernas. Era hora de marcharse, y a ellos también les azotó una terrible realidad:
Si se quedaban a tratar de salvar vidas, arriesgaban la suya.
Tampoco el Heraldo del Dragón estaba a salvo. Era el último hombre en pie. ¿Pero lo sería por mucho más tiempo? ¿Incluso él resistiría al edificio entero cayendo sobre sus cabezas?
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Ranko se había quebrado varias veces. Cuando su hermana le fracturó el brazo, y Ranko se dio cuenta que no era lo suficientemente fuerte. Cuando fue dejada sola en Yukio, y pensó que no era lo suficientemente valiosa. Cuando encontró a aquella niña de cabellos plateados, amiga de sus amigos, y se dio cuenta de la realidad cruel de algunas personas. Cuando perdió ante Reiji y se dio cuenta de que, aunque lo diera todo, no era fuerte. Nunca lo sería. Nunca podría despertar las Ocho Puertas Internas, pues no podía siquiera sobrevivir a un combate al límite sin ellas. Moriría si lo intentase con ellas.
Ranko se quebró junto con el suelo, el pasillo, la enfermería y las camillas. No hubo estruendo, ni ruido, sólo blancura y silencio. Y cuando parpadeó, estaba entre escombros, con la oscuridad cerniéndosele. Su cuerpo no sangraba, pero le dolía a mares. Su ojos cedieron ante el dolor y el cansancio. Pasó una eternidad antes de que pudiera crear el primer pensamiento en aquel abismo.
”Fue él, ¿verdad? Fue él. Aquella bestia. Fue porque no lo detuvimos, ¿verdad? ¿Fue porque quisimos huir en lugar de pelear. Porque me convencí de que era lo mejor. ¿Verdad? Es como en Yachi, pero multiplicado por cien. Eres lo peor, Ranko. Y ahora morirás. Morirás porque no pudiste seguir el camino de lo correcto. Morirás sin ser una heroína, sin ser leyenda. Morirás como una genin sin importancia de Kusagakure. Morirás sin haber tocado la flauta con tus amigos en el Festival, sin haber leído poesía de nuevo con Kazuma-san, sin haber enfrentado tus piernas contra los puños de Daigo-san. Sin haber visto un concierto de Rōga-san. Sin haber escuchado la voz de Ayame-san de nuevo. ¿Estás llorando? Claro. No puedes hacer nada más. Llorarás como la patética excusa de kunoichi que eres. Siempre lo supiste, ¿no? Que no aguantarías. Que por más que quisieras jugar a los héroes, caerías ante la realidad. Y ahora morirás. Sola, en el olvido.”
Pero de repente escuchó una voz lejana, en tiempo y espacio.
«¿Kintsugi?»
Abrió los ojos.
«¿Aburame Kintsugi-sama?» le había preguntado a su mamá aquel día, a minutos de ir a la presentación oficial de la Yondaime Morikage, meses atrás.
«Así es. Aburame-dono será ahora nuestra Morikage. Es… Es un lindo nombre, ¿no crees?»
«¿Lo es? El kanji de ‘Oro’ y el de… ahm...»
«’Empalme’ o ‘soldadura’. ¿Recuerdas la vasija de cerezos del abuelo? Aquella que tú y Kuu-chan rompieron a los cinco años.»
«S-sí… ¡Pero fue un accidente!»
«Ja ja, claro que lo fue. ¡Qué niñas tan inquietas eran! Y las regañamos, pero luego llevamos la vasija con un artesano muy bueno y… Bueno, puedes verla en la repisa.»
«Oh, la reparó con oro. ¡Qué hermoso!»
«Así es. Si no se hubiese quebrado, no la habríamos reparado así. Y posiblemente estaría guardada en una caja que tu padre no encontrase. ¡Jo jo jo!»
«¡Entiendo! Entonces sí es un nombre hermoso… Kintsugi...»
«Oh, los nombres tienen más poder del que imaginas. ¿No, ‘Usagi-hime’?»
«¡Madre! ¡Y-ya no soy una niñita!»
«¡Jo jo jo! Bueno, te llamaré entonces a como apareces en ese libro, ¿eh?»
Ranko se levantó entre el escombro.
«Hakuto.»
Ranko se había quebrado y rearmado, y nunca más escucharía esa voz en su cabeza. No quedaba Ranko patética, ni Ranko decidida, ni Ranko negativa. Sólo Ranko.
Sólo Hakuto.
Apenas y pensó, apenas y vio lo que había a su alrededor. No había pasado mucho tiempo en realidad, pero todo había sido destruido. Había huecos enormes en las paredes, el suelo se había hundido levemente, roto y frágil; roca, madera y metal por doquier. Sus amigos Inuzuka habían caído también. Ella había caído entre piedra, y tenía varios rasguños, pero nada roto. Luego vendría el tiempo de agradecer a los dioses, o a quien fuese. El techo crujía y pedazos caían sobre los instrumentos médicos desperdigados por la enfermería.
”No hay tiempo, no puedo darme el lujo de pensar.”
Tenía miedo aún en su interior, y la duda llenaba sus venas, pero sentía como si su cuerpo hubiese sido reensamblado, como si sus músculos hubiesen sido reparados con hilos de oro. No podía caer. No caería. Sus manos se movieron y entrelazaron varios sellos. Escupió dos rocas. Una creció y se convirtió en una segunda Ranko. La otra creció incluso más y se convirtió en una mole humanoide con grandes brazos y dos largas orejas de conejo grabadas en su espalda desde su cabecita.
El clon de rocas fue al instante a por Akane, quitando la camilla y las rocas que habían caído sobre él, y lo se lo echó al hombro. Estaba noqueado todavía, y tal vez no se despertaría pronto incluso después de tal sacudida. Ranko no se detendría a revisar qué tan herido estaba. Mientras el Golem se formaba, la Ranko original fue a con Etsu. Antes de aquel tornado, el luchador se había levantado con muletas, pero habría caído al ataque. Ranko ignoraría cualquier deseo de su amigo de ponerse de pie, y se lo echaría al hombro también.
—Hay que irnos. —diría firme, decidida a como nunca. Tal vez no tuviese aires convincentes, pero en esa situación no había de más. O Etsu cooperaba y se dejaba cargar, o todos perderían tiempo renegando ayuda. Y no había tiempo.
(Fuerza 60) El personaje puede levantar a otras personas.
El Golem ya había escuchado su instrucción, y avanzaría con sus formidables brazos alzados, protegiéndolos de los escombros que cayeran. El pasillo parecía más una caverna que una construcción humana. Y por lo visto pronto no sería ni eso. Aquel ciclón, o lo que fuese, habría disipado la bomba de humo del hombre, y la había sustituido por una nube de polvo, menos densa y molesta. Avanzaría primero una Ranko con Akane, luego el Golem y luego otra Ranko con Etsu. Irían relativamente lento, pero ninguna roca tocaría a los Kusajin gracias al Golem. El plan era llegar a la intersección y girar hacia la salida, pero el desastre había creado boquetes en la pared de enfrente, hacia alguna habitación que no conocían, y detrás una enorme grieta conectaba el cuarto con el pasillo hacia la salida. Era bastante arriesgado, pero no había otra manera. Iría entonces por el hueco de la pared, e intentaría atravesar la estancia, si nada se lo impedía.
Y si se encontraban con la bestia… No, no había tiempo para pensar eso. Apenas y le dio tiempo de pensar en Hana, y de desear que hubiese salido a tiempo. No había tiempo ni para orar por que la estructura del estadio aguantase lo suficiente.
¤ Hitai-ate [Protección 7PV)] (debajo del guardabrazos derecho)
¤ Portaobjetos básico[Capacidad 7/10](ajustado sobre su cinto, a su izquierda), dentro el cual:
Shuriken x 3 [Corte superficial 8PV, Corte/impacto 12PV]
Kemuridama [Consumible, 6m de humo por 2 turnos]
Hilo shinobi [Consumible, 10/10m]
C-Ranku no Kibaku Fuda [Consumible, 30PV, 1.5m radio]
¤ Wakizashi (a la espalda, a la altura de la cadera, empuñadura hacia la derecha) [Mango/vaina 12PV, Corte superficial 18PV, Corte 22PV, Penetración 30PV]
Quería ser la heroína. Quería entrar y salvar a Ranko, enfrentarse al gran malo y salvar el día. Pero no lo era, ni lo sería. Podía sentir el enorme poder de aquel monstruo calando más y más en ella con cada segundo que pasaba. Había conseguido que Ren saliese del estadio, que se alejase del peligro, pero también había alejado de ella a la única persona que podía infundirle suficiente coraje para no convertirse en una estatua de gelatina.
Ahora no podía dar un solo paso más hacia delante, todo lo que le pasaba por la mente era huir, lejos, salir tras Ren y huir con ella a un lugar seguro y después a un lugar aún más seguro hasta confirmar que ambas estaban a salvo.
No quería morir, no quería morir con solo un beso de la amejin sobre sus labios, quería muchos más. Quería vivir mucho más, ver mucho más, sentir mucho más, no podía quedarse ahí y simplemente morir como un daño colateral.
Entonces ocurrió, tembló todo el estadio, abriendose brechas en suelo y paredes, pero para entonces Hana ya estaba corriendo, buscando salir del estadio con lágrimas en sus ojos. Si Ranko no salía con vida no se lo perdonaría nunca, sin embargo, prefería una vida arrepintiéndose que no vivir.
No era una heroína, era una princesa. Una chica débil y asustadiza, egoísta y caprichosa, una niña jugando a ser una kunoichi y no llegando ni a estudiante. No tenía valor alguno, solo tenía miedo y este movía su cuerpo y justificaba sus acciones. Morirían cientos de personas, personas que ella supuestamente debía proteger y allí estaba, huyendo. No salía a buscar ayuda como le había dicho a Ren que hiciese, no, huía con el único objetivo de salvar su suave y delicado culo.
No había nada digno en lo que hacía, pero no paró de correr ni un segundo en dirección contraria al estadio, por lo menos no hasta que viese algún rostro conocido.
Menuda estupidez, levantar aquella cortina de humo no sirvió para nada; pues aquellos genin no eran los objetivos. Todo un buen espectáculo de luces, sonidos y algo de pirotecnia en el circulo central, para desviar la atención del autentico objetivo; como un mago que mueve las manos para captar tu atención, mientras el truco se desarrolla en un segundo plano.
En el exterior, la gente huía despavorida, y algunos shinobi junto al apoyo de los samurais, colaboraban para asistir de urgencia a los necesitados, así como desalojar de la forma más ordenada posible en aquel gran caos.
La joven kunoichi alcanzó la salida de forma apresurada y torpe; cayó de rodillas, y ante ella vió la desesperación. Los pequeños nucleos de orden que intentaban generar los ninjas y guardias, eran disueltos en segundos ante la avalancha de gente. Solo se escuchaba el ruido de miles de gritos, llantos y llamadas de auxilio, que hacían un hueco de silencio durante excasos segundos, para dar paso al sonido de la estampida que producía tanta gente aterrada. Más atrás, algunas nubes de humo se levantaban en el cielo; disturbios, gente aprovechando el caos o tal vez más de la misma gente que estaba atacando el estadio.
Con las rodillas clavadas, sus brazos perdieron la fuerza y de sus ojos comenzaron a brotar lentamente lagrimas. ¿Quién era ella? ¿Quién era ella en comparación con lo que estaba sucediendo? ¿Quién era ella en comparación con aquel hombre que avanzó tras aquel muro, como si nunca se hubiera levantado?
Nada; una pequeña hormiga, tal vez un grano de arena; en balance, no podría enfrentarse a nadie.
Era débil, tuvo grandes dificultades para enfrentarse a sus rivales en el torneo; el único combate ganado, fue por descalificación.
Era frágil, aquel hombre avanzó sin ningún miramiento y ella ni si quiera le hizo frente.
Era una cobarde, abandonó a Hana y la otra chica a su suerte en el interior del edificio.
Era ...
¡¡¡BOOOOOOOOAAAAAAAMMMM!!!
No era nada, y lo corroboró cuando giró la cabeza lentamente al escuchar aquel atronador ruido. Por donde ella misma había entrado, una gran nube de polvo y algunas pequeñas rocas junto a la tierra, escaparon del edificio; y poco después, algunas grietas comenzaron a ser visibles desde fuera. Quien sabe lo que estaría sucediendo en el interior.
Pero no podía quedarse allí, había abandonado a Hana a su suerte. No. No podía permitírselo. Intentó incorporarse arrodillada. ¿Quién era? ¿Iba a seguir jugando a las espadas, o pensaba intentar rescatar a su hermana? Sabía la respuesta, la sabía perfectamente. Era...
¡¡¡Zzzzzzssssssssssssssssssttttt!!!
Nada. Solo una gota más en un inmenso y extenso mar.
Aquel destello la devolvió de rodillas al suelo. Por un instante, pareció haber cobrado alguna forma. Alguien había ejecutado aquel trueno, aquella técnica. Y sabía que jamas podría llegar a enfrentar a alguien así.
Se sentía tan débil, tan pequeña. Tan abrumada por todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Y ella seguía allí, sin ser nada ni nadie. Solo podía quedarse allí, de rodillas, frente a aquel estadio que comenzaba a colapsar sobre el mismo.
Entre la densa nube de polvo y escombros, una sombra comenzaba a ser distinguible poco a poco. Seguramente se trataba de aquel dragón. El mismo que con un rugido había comenzaba a derruir el estadio. Y ella siguió allí, paralizada por el miedo, por aquel poder tan abrumador. Pero no era ese hombre; si no una joven rubia a la que conocía muy bien.
Hasta que no estuvo a excasos metros de ella, no pudo levantarse. No podía creerlo; seguía viva. Le había pedido que buscara ayuda y Ren no fue capaz ni de hacer eso.
— H-Ha... Hana... Hana... — temblorosa, se abalanzó sobre ella; para romper a llorar. — ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! — la apretó con fuerzas, tanto como sus ojos cerrados; mientras su cuerpo convulsionaba por la desesperación y la impotencia.
Y ahí estaba, el rastas contra el destino. Frente a frente. No había más que pura y descomunal realidad contra un genin casi al borde del colapso. Pero era obvio que había de aguantar...
¿Qué importaba más que salvar a su hermano y a su compañera?
Era evidente que no había mayor honor que morir por la sangre y la villa.
Kenzou lo había hecho así. Su antecesor lo había hecho así. Y seguramente muchos más de los cuales no conocía ni los nombres. Sin duda alguna, habría de hacerle frente a todo lo que le viniese, por duro que fuese. No había otra manera.
«Con mi sacrificio, sirvo a mi familia... con mi sacrificio, sirvo a Kusagakure...»
Pero no terminó tal y como esperaba. El Inuzuka prestaba atención a su frente, donde la nube de polvo lo recubría todo, pero ni la nube desapareció ni nadie atravesó el umbral. De buenas a primeras, un estruendo dantesco anunció una hecatombe anunciada. Gritos de dolor y que suplicaban clemencia se entrelazaron en armonía con el derrumbe parcial del estadio, y con ello todo quebró en una angustiante onda expansiva que arrasó hasta con los que estaban a varios metros del epicentro.
Etsu cayó y se vio arrastrado varios metros, dejando por algún lado las muletas y su propia voluntad. Todo parecía perdido...
Hasta que la chica conejo hizo aparición presta como ella misma. Se acercó al Inuzuka, y trató de llevárselo con ella, en lo que inquiría que debían irse. El rastas quiso protestarle, o al menos poner de su parte... Pero todo se estaba desmoronando por segundos. No le quedaban anas ni de rechistar, ni de tratar de intentar salir por sus propios medios. Miró hacia el otro extremo de la sala, y observó que su compañera ya se había encargado de Akane.
—M-muchas... gracias... —la abrazó con fuerzas. Ella era todo lo que él deseaba en ese momento ser.
Le faltaba el aire. Con un único pulmón necesitaba respirar más rápido para transportar el oxígeno que necesitaban los músculos tras semejante esfuerzo. Pero la presión era demasiado grande. El pecho se le cerraba, el pulmón se negaba a abrirse, el cuerpo le temblaba. Inspirar, espirar. Inspirar, espirar. El polvo salía propulsado de sus fosas nasales y de su boca como un chorro de agua del espiráculo de una ballena.
Una gran roca le cayó encima, abriéndole una brecha en la cabeza y reventando la Armadura del Dragón. De no ser por ella, se hubiese esfumado en un sonoro: ¡pluff!
—Hmm —dijo, en una especie de gruñido. Tirado de espaldas, sintió que más escombros caían sobre el enorme trozo de hormigón que tenía encima.
Aquello le molestó. Le indignó, incluso. Una maldita roca tumbándole a él, el Heraldo del Dragón. Inadmisible. Imperdonable. Apoyó las palmas de las manos en el hormigón y empezó a empujar. Cada tendón de su cuerpo se tensó como cadenas soportando toneladas de peso, a punto de partirse. Siguió empujando. Los músculos le ardían tanto que parecía que fuesen a combustionar. Siguió empujando. La nariz empezó a sangrarle. ¡Siguió empujando!
—¡¡¡GRROOOOOOAAAAAAARRRRRR!!!
Rugió, y con su rugido las leyes de la física se hicieron a un lado. Rugió, y con su rugido la lógica se hizo a un lado. Rugió, ¡y con su rugido la roca se hizo a un lado! Y él, de pie, con la mirada encendida y con ganas de terminar su trabajo. Arriba, entre los escombros que seguían cayendo, alcanzó a ver un hueco. Una oportunidad. Alguien tendiéndole una mano.
Allí estaba. Le vio brillando como un fuego incandescente entre el polvo y la ruina. Con un gesto, hizo que Viento Blanco bajase en picado y tendió una mano al aire.
Ryū se la agarró con la fuerza de un titán, quedando suspendido en el aire.
—No has seguido el plan —masculló Zaide, como si quisiese apuñalar con la boca cada sílaba que salía de su garganta.
Viento Blanco empezó a ascender.
—Me dijiste que los matase a todos —respondió, indiferente—. He cumplido.
—No… has… seguido… EL… PU-TO… PLAN.
Las manos de ambos se estrecharon con más fuerza. Si aquel Zaide fuese el real, hubiese terminado con la mano rota.
—¿El plan? ¿Ese en el que me cargaba a todos los Señores de una tacada con un Fūton menor? Te creía más inteligente. De haberme cargado solo el pasillo hubiesen sobrevivido. No podía arriesgarlo todo por tus delirios de revolucionario. ¡Te he brindado la victoria!
La victoria, escuchó Zaide, con cientos de llantos y chillidos todavía reventándole los tímpanos. La victoria, quiso ver, con decenas de cuerpos cercenados por el torbellino. De inocentes. De los que se suponían llevarían en volandas aquella revolución.
Sonrió. Era la sonrisa más triste del mundo.
—Íbamos a ser los revolucionarios que cambiasen el mundo —dijo, con la voz rota—. Íbamos a convertirnos en putos héroes, Ryū. Ahora, simplemente seremos…
Le golpeó con el canto del hacha en la muñeca. No importaba qué tan fuerte era un hombre, un golpe seco y preciso a la parte interna del antebrazo hacía que se aflojase el agarre de la mano. Le vio precipitarse al vacío, con expresión confusa, y esfumarse en una nube de humo blanco al impactar contra el suelo.
—…los putos genocidas que hicieron la mayor masacre de esta generación.
Era una victoria para hoy, pero una gran derrota para mañana. Porque acababan de perder al mejor aliado que uno podía aspirar a tener.
El caos rodeó a Ranko y le pasó de largo. No se fijó en los cadáveres, ni en la sangre ni en los escombros. Ni siquiera en el agradecimieto de Etsu. En aquel momento nada era importante, sólo salir de allí y sacar a sus amigos. Escuchó un grito después de cruzar el pasillo y entrar a la habitación siguiente. Un rugido bestial acompañado de vigas y rocas que caían. Sin querer, como un instinto, sus ojos voltearon hacia la derecha, como si pudiese ver mágicamente a través del concreto y la madera.
”Ojalá mueras” se sorprendió pensando.
Llegó a la grieta, y el golem intentó abrirla más para pasar. El techo comenzó a ceder a pedazos. Las Rankos se apresuraron para salir por la grieta mientras el golem les protegía con sus largos y anchos brazos. Habían logrado salir al último pasillo, pero el golem se había quedado en la grieta, sosteniendo las paredes, pero no tardaría en ser aplastado por el estadio. No podían ver qué había sido del hombre, y no le importó mucho a la chica.
Ahora carecían de la protección del golem, pero podían darse libertad de moverse más rápido. Ranko, con Etsu encima, corrió tan rápidamente como pudo, y la luz se hizo un instante después. Tras ella, su clon, con Akane encima, le seguía a paso ligeramente más lento. No se detuvieron al salir de la estructura, pues Ranko creía que había que alejarse lo más posible. Pronto, su enfoque comenzó a perderse, y la realidad se asentó en ella. Su vientre le dolía mucho, y el fornido Etsu le hacía mella en el hombro. Pero podía aguantar. Tenía que aguantar más. Sólo un poco más. Al fin veía gente, personas que habían logrado escapar. Muchos lloraban, otros corrían, otros gritaban. Era como despertar de una pesadilla, y darse cuenta de que la pesadilla era mejor que la verdad.
—E-estamos fuera, Etsu-san. A-Akane-san está con nosotros. Estamos… Estamos fuera… —dijo con voz exhausta sin detener su tembloroso paso. No se dejaba de escuchar el ruido de la estructura cediendo ante ¿tornados? ¿fuego? ¿relámpagos? No sabía en realidad qué había sido, pero ya no le importó mucho.
El andar trabajoso de Ranko se detuvo al ver a alguien conocido. La chica morena que había estado en la camilla ahora abrazaba a una rubia mientras decía su nombre. Lloraban. Ranko suspiró, como si la humanidad de aquellas chicas disminuyera su dolor. Como si fuesen esperanza en medio del caos. Se les acercó, con el Ranklon que cargaba al perro inconsciente siguiéndole con incluso más trabajo.
—Ha… ¿Hana-san? ¿E-están bien? —Ranko resollaba.
Los pensamientos de preocupación no tardaron en aterrizar en su mente. ¿Estarían los demás bien? Sus padres, su hermana, sus amigos participantes...
"Yondaime-sama... " volteó hacia lo que pronto serían las ruinas del Estadio de los Dojos, y rezó porque su Morikage, y todos, estuviera bien. Su corazón latió más rápido cuando vio a un ave gigantesca elevarse entre los escombros, a lo lejos.
Había huido. Ese hecho cayó sobre ella como un jarro de agua fría. No había salido después de los estruendos y de que el edificio amenazase con desplomarse sobre ella, había empezado su marcha mucho antes. Era una cobarde. Ya está, ahora solo quedaba aceptarlo.
El caos en el exterior del estadio era real y creciente. La gente que antes huía algo asustada ahora corría despavorida, horrorizada, y se mezclaba con las personas que intentaban volver buscando a alguien en un sinfin de gritos. Y ella, una kunoichi, supuestamente debería estar impidiendo todo eso, rescatando gente.
Se paró de golpe. Sus piernas habían decidido que hasta allí había llegado. Una cobarde, una deshonra, escoria, eso era. Ni lo había intentado, había dejado a ese hombre hacer lo que le diese la gana solo por salvar su vida. Y no podía meter a Ren de por medio, ella se había marchado antes de que todo eso ocurriera. Podría haber hecho algo. Debería haber hecho algo.
Justo cuando le fallaron las rodillas, fruto del intenso llanto que se avecinaba y el shock del momento, alguien se abalanzó sobre ella, obligando a sus piernas a volver a mantenerla en pie.
— ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana!
De repente, hubo un silencio absoluto para Hana. Solo escuchó la voz de aquella amejin que tan bien conocía. No había caos, no había derrumbe y no había invasión. Solo estaba Ren, entre sus brazos. Ren la necesitaba. La sentía temblar, la oía llorar y la fuerza de su abrazo la devolvió a la realidad.
Lentamente, Hana imitó a su hermana y le devolvió el abrazo, envolviendola con sus brazos cariñosamente. Abrió la boca para consolarla pero le fallaron todas las neuronas y todas sus fuerzas y solo le salió un sollozo. Lágrimas ardientes empezaron a caer por sus mejillas mientras su mente se nublaba.
— Oh, Ren. Ren, yo... Ren, lo siento... — cada vez que abría la boca le costaba más hablar. — Ren...
Pronto, solo quedaron sollozos y sus manos aferrando a su hermana sin perder un ápice de fuerza.
Etsu no pudo ser mucho más que un saco de patatas a hombros de alguien que va a venderlas. Pero en una situación un tanto más feliz, pues él no iba a ser vendido, o al menos eso esperaba...
¡Que suerte la suya!
La chica-nejo, Ranko, avanzó tan rápido como pudo con un enorme golem a modo de escudo para los escombros. Tan pronto como llegó a una grieta, la dantesca imagen de roca se limitó a forzar la apertura en lo que ambas Rankos se colaban por ella y buscaban una rápida salida de ese infierno. Lo que una vez llegó a poder considerarse un centro de reunión para eventos, pronto se había transformado en una masa de gritos y terror más cercanos al infierno que otra cosa.
Podía afirmar sin apenas margen de error, que aquellos diablos que habían atacado habían sido peor que mil bombas. Habían atacado a cientos de inocentes, en lo que buscaban las vidas de a saber quienes. Ayame y Datsue participaban en el evento, pero... ¿Acaso todo ese dantesco panorama merecía la pena solo buscando a dos personas?
Quizás el objetivo de los atacantes era otro, sembrar el puto caos.
Fuese como fuese, habían logrado convertir ese torneo en el peor evento que el rastas había visto jamás. Para colmo, ni tan siquiera podía ayudar para salvar vidas en esos instantes tan críticos.
12/07/2020, 11:51 (Última modificación: 12/07/2020, 12:12 por Himura Ren. Editado 4 veces en total.)
El pánico se había adueñado del cuerpo de la genin de la lluvia, quien entre espasmos y sollozos, no podía hacer nada más que llorar a grito pelado sin soltar a Hana.
Habían hablado en más de una ocasión sobre que pudiera ocurrir algo así; que tuvieran que enfrentarse a muerte, por alguna misión o designio de las más altas autoridades de sus respectivos países, que estallara un enfrentamiento a puertas abiertas entre las aldeas, o que aquellas bestias carentes de razonamiento y el resto de bijuus atacaran. Todo eso lo habían hablado, y ligeramente mentalizado; o eso creía Ren. Aquella idea tan frágil, que no era más que una mentira, se rompió en mil pedazos. No estaba preparada para algo así, y aún menos para concienciarse de que pudiera perder a Hana.
Solo había podido huir, como ella le ordenó; al fin y al cabo, al contrario que la rubia, ella si pensaba que tenía posibles dotes de liderazgo, y si era si huir era lo que le había pedido, lo haría mil veces más si Hana pensaba que aquella era la mejor opción.
— N-N-No pude encontrar ayuda, no podía v-volver... N-No podía salvarte — lamentaba entre sollozos, mientras sus lagrimas seguían brotando como la densa e incesante lluvia de su país; mientras apoyaba sus manos sobre las mejillas de Hana. — Perdónameperdónameperdónamelosientotantísimo — los gritos y las llamadas de auxilio en la lejanía, solo la volvían más nerviosa.
Dos jovenes idénticas se acercaron hasta ellas, Ren la reconoció, era aquella chica que estaba junto a Hana en el interior y seguramente la otra sería un clon; aunque podían ser gemelas, ese pensamiento no era el más habitual en aquel mundo. A sus espaldas, llevaban a otro joven y un gran canino.
—Ha… ¿Hana-san? ¿E-están bien?
No una, si no dos vidas había conseguido salvar aquella joven ¿Y ella? ¿Que había hecho Ren? Oh si. Salvar su culo casi de milagro, mientras otras vidas estaban en peligro; entre ellas las de alguien muy especial. Debían de odiarla, ambas, por ante poner su vida al bien común. Las pocas fuerzas en su interior, desaparecieron con la aparición de aquel último pensamiento, sus brazos bajaron lentamente y se desplomó de rodillas para apoyarse sobre estas y sus manos.
—Soy un fracaso... Como samurai, como ninja. Como todo — murmuraba angustiada, mirando sus propias manos. — No he podido hacer nada... Ni detener a ese hombre, ni ayudaros... No he quedado en sexto puesto por casualidad... — recordó entonces los combates, que hace horas se desarrollaban con total tranquilidad en el estadio. — No... ¿Sexto? No es eso; oí que uno ni apareció, y otro no podía ni continuar... S-Soy la última... Es obvio que no se podía esperar nada de mí en una situación así — aferró la tierra y la hierba con fuerza, haciendo varios surcos.
Hana y aquella chica, de aparente nombre Ren, se abrazaron fuertemente. Ranko alcanzó a escuchar lo que decían y no pudo evitar acongojarse. ¿Cuántas vidas se habrían interrumpido? ¿Cuántos guerreros lo habrían dado todo en aquel ataque? ¿Cuántos se habrían visto forzados a no hacer nada? La rubia se disculpó mientras que la morena se desplomó, sintiendo pena por sí misma.
—Si-siento si estás incómodo, Etsu-san, pero no puedo bajarte aún. A-aguanta hasta que lleguemos a un… un lugar más seguro. —le diría al Inuzuka. Ella tampoco estaba en la posición más favorable, con una herida antes grave, recién cerrada, el impacto de los escombros y el cansancio de todo lo vivido ese día. Y varios kilos de Kusajin a los hombros.
Odiaba interrumpir tal escena, pues sentía que aquellas chicas tenían sus propios asuntos. Pero también sentía que seguían en una zona de riesgo. ¿Cómo estar seguros de que los atacantes no seguirían amenazando la seguridad de la gente?
—Na-Nadie podría haber de… detenido a ese… ese hombre —El rostro cansado de Ranko se dirigió a la morena. Era una desconocida, pero tenían ahora algo en común: habían sobrevivido a una catástrofe. Y aparte se habían sentido terrible por ello —. Valemos más a-aquí, vivos para luchar otro día, q-que allá, enterrados. N-no nos lamentemos de eso.
Era una pastilla más que amarga que tenía que tragar. Tenía que aceptar que, por más valiente que se imaginase, aún no estaba preparada para enfrentar a los villanos. Necesitaba mucho, mucho más entrenamiento. Si sus patadas habrían sido suficiente para detener a aquella bestia, nunca lo sabría. Sólo sabía que había sacado a tres personas de perecer bajo los escombros. A Etsu, a Akane y, por supuesto, a Ranko.
—No s-sé si sea seguro aquí. Debo… debemos seguir.
Se refería a ella y a sus amigos, aunque no se molestaría si las chicas se movían junto a ellos. Comenzaría a pasar de su posición, entonces, y seguiría hasta que encontrase un lugar relativamente seguro, donde pudiese bajar a Etsu y Akane para que se recuperaran. Y donde ella misma pudiese descansar, por supuesto.
Debía haber un lugar donde estuviesen atendiendo a la gente, ¿no? Un punto de reunión para los sobrevivientes, ¿no? Esperaba ver a todos allí. Su familia, sus camaradas, debían estar a salvo. Rogaba a los dioses del bosque mientras caminaba, les pedía verlos vivos.
—Soy un fracaso... Como samurai, como ninja. Como todoNo he podido hacer nada... Ni detener a ese hombre, ni ayudaros... No he quedado en sexto puesto por casualidad... No... ¿Sexto? No es eso; oí que uno ni apareció, y otro no podía ni continuar... S-Soy la última... Es obvio que no se podía esperar nada de mí en una situación así
Aferró con más fuerza a su hermana mientras le acariciaba el pelo con la otra mano. A las lágrimas por estar en una situación de muerte inminente se añadieron las de que no era capaz de quitarle esas ideas de la cabeza a su hermana, que de una forma u otra siempre acababa menospreciandose.
— No digas eso, Ren-neechan. No todo se decide en un ring. Tú me salvaste, ¿recuerdas? Si no fuese por ti igual no estaría aquí hoy, ¿eso no cuenta? Da igual la posición en la que quedes en esta tonteria, siempre serás la primera para mí.
El calor del cuerpo de Ren, sus palabras, su mera presencia la había devuelto un poco a la realidad.
—No s-sé si sea seguro aquí. Debo… debemos seguir.
Sí, tenía que llevar a Ren a un lugar seguro, con todas las explosiones que estaba habiendo, dudaba que aquel fuese el más seguro. Referiendose a todo sonido de alto volumen como explosión a falta de un termino más preciso.
— Vamos a movernos, aquí todavía corremos peligro. — intentaría ayudar a Ren a ponerse en pie, pero si ella no cooperaba iba a ser imposible.
Después iría tras Ranko sin soltar a Ren ni un segundo ni alejarse de ella ni un milímetro más de lo necesario.
14/07/2020, 16:20 (Última modificación: 14/07/2020, 16:21 por Himura Ren.)
Si ella no la hubiera ayudado en el bosque, podría haberse quedado allí por la eternidad, era cierto. Pero también podría haberla ayudado cualquiera, seguro que Hana podía llegar a resultar realmente ruidosa. Pero ambas kunoichis tenían razón, no podía simplemente quedarse allí en el suelo siendo un blanco fácil, o para acabar resultar siendo dañada por daños colaterales.
Mejor vivos que muertos, era el resumen de Ranko; algo que hizo desborrar algo de tristeza en su rostro después de asentir con la cabeza. Si moría, Nanashi y Oda la acabarían regañando y castigando hasta que muriera; otra vez. Por lo que con el apoyo inicial de Hana, consiguió ponerse en pie.
— Puedo caminar... — respondió al dar un paso, y soltar un largo suspiro; todavía el dolían los gemelos, por lo que no se separaría de Hana por si estos le fallaban.
Agarrada de su mano, y mirando bastante apenada al suelo, siguieron a la ninja de la hierba. Por lo menos sabría por donde pisaba y no se tropezaría.