2/07/2018, 02:59
Tenía que haber previsto su reacción. Todo se había ido de madre, y su pequeña venganza particular había rodado y rodado hasta convertirse en una bola gigante de proporciones bíblicas. Él había perdido su rango. Dos Villas casi se enfrentan. Una kunoichi rozó la tragedia.
Pero, lo que no había podido prever, era la respuesta de Daruu. Datsue abrió la boca, incrédulo. Lo que una vez habían sospechado encerrados en el barco, se había cumplido. Unos traficantes de órganos le habían arrancado los ojos. Las anteriores palabras del amejin resonaron ahora en su cabeza. «Un regalo de su madre…» La revelación cruzó su mente como el primer rayo de una tormenta el cielo nocturno.
Y tras lo imprevisto, lo que ya había visto venir. Lo que había temido. Eso no lo hacía menos doloroso. Por mucho que veas el suelo sobre el que te precipitas tras diez pisos de caída, el aterrizaje no es más suave. Al contrario, el hecho de que lo sepas convierte los segundos previos en una tortura. Daruu acababa de confesárselo: aquello era una encerrona.
Y entonces…
—¡Datsue!
… se le paró el corazón.
Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Datsue era la prueba viviente de aquello. Su rango; la posición que le daba ser Jōnin; la admiración que despertaba por serlo; Aiko… Todo lo había perdido, y no había sido hasta que lo había hecho, que se daba cuenta de lo mucho que le importaba. Que lo necesitaba.
Y cuando vio a Aiko, supo que no volvería a cometer el mismo error. Que esta vez, no la dejaría escapar. Ni que se la arrebatasen. Le picaban los ojos. Lágrimas resbalando por sus mejillas.
—Aiko… ¿Cómo…?
¡Plaf!
Datsue se quedó inmóvil, con la mejilla roja y la boca entreabierta. No estaba furioso, como siempre le pasaba cuando le golpeaban el rostro, sino confuso. Terriblemente confuso, como un anciano senil que ha perdido la razón. Aiko se convirtió en Ayame, y las piezas, lejos de encajarse, se revolvieron todavía más.
—Te odio... —Sus palabras resonaron en su mente como un eco lejano, perdiéndose en un recoveco oscuro y recóndito.
Una nueva persona apareció en escena. Un antiguo camarada, por mucho que perteneciesen a Villas distintas. Un amigo con el que había escapado de la muerte luchado hombro con hombro. Su mente era ahora el mecanismo de un reloj parado. Ruedas dentadas que se habían detenido. Sus ojos miraban, pero no veían. Sus oídos oían, pero no escuchaban.
Algo le decía que la había cagado con el Tiburón. Que, de todo lo que había hecho, aquello era lo más estúpido y reprochable. Que ni su mente funcionando como correspondía hallaría una excusa medio convincente a lo que le hizo.
Pero nada de eso importaba ya. Clic, clac. Clic, clac. Los engranajes de su cerebro volviendo al trabajo. Sonrió. La sonrisa más triste esbozada nunca en Oonindo. Su alma seguía sangrando por los ojos.
—P-pedazos de hijos de puta —le temblaba la voz, y su pecho oscilaba de arriba abajo en una respiración entrecortada—. Usar así a vuestra compañera… solo para vengaros de mí. —Ni siquiera él hubiese llegado tan lejos—. Después de lo que le hicieron… ¡DESPUÉS DE LO QUE DEJÁSTEIS QUE LE PASARA!
No se lo iba a perdonar. A ninguno de ellos. Nunca.
El Uchiha era una olla a presión. Respiraba rápido y fuerte por la nariz, tratando de liberar todo el odio, la ira y la rabia que iban creciendo en su interior. La olla empezó a vibrar. Una simple válvula de escape para el vapor producido por el fuego de Amateratsu. La presión seguía en aumento. Su cuerpo temblaba de pura rabia.
Iba a estallar, iba a estallar, iba a estallar…
El Sharingan relampagueó en su mirada.
Y oyó una voz. Una voz que conocía demasiado bien…
Pero, lo que no había podido prever, era la respuesta de Daruu. Datsue abrió la boca, incrédulo. Lo que una vez habían sospechado encerrados en el barco, se había cumplido. Unos traficantes de órganos le habían arrancado los ojos. Las anteriores palabras del amejin resonaron ahora en su cabeza. «Un regalo de su madre…» La revelación cruzó su mente como el primer rayo de una tormenta el cielo nocturno.
Y tras lo imprevisto, lo que ya había visto venir. Lo que había temido. Eso no lo hacía menos doloroso. Por mucho que veas el suelo sobre el que te precipitas tras diez pisos de caída, el aterrizaje no es más suave. Al contrario, el hecho de que lo sepas convierte los segundos previos en una tortura. Daruu acababa de confesárselo: aquello era una encerrona.
Y entonces…
—¡Datsue!
… se le paró el corazón.
Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Datsue era la prueba viviente de aquello. Su rango; la posición que le daba ser Jōnin; la admiración que despertaba por serlo; Aiko… Todo lo había perdido, y no había sido hasta que lo había hecho, que se daba cuenta de lo mucho que le importaba. Que lo necesitaba.
Y cuando vio a Aiko, supo que no volvería a cometer el mismo error. Que esta vez, no la dejaría escapar. Ni que se la arrebatasen. Le picaban los ojos. Lágrimas resbalando por sus mejillas.
—Aiko… ¿Cómo…?
¡Plaf!
Datsue se quedó inmóvil, con la mejilla roja y la boca entreabierta. No estaba furioso, como siempre le pasaba cuando le golpeaban el rostro, sino confuso. Terriblemente confuso, como un anciano senil que ha perdido la razón. Aiko se convirtió en Ayame, y las piezas, lejos de encajarse, se revolvieron todavía más.
—Te odio... —Sus palabras resonaron en su mente como un eco lejano, perdiéndose en un recoveco oscuro y recóndito.
Una nueva persona apareció en escena. Un antiguo camarada, por mucho que perteneciesen a Villas distintas. Un amigo con el que había escapado de la muerte luchado hombro con hombro. Su mente era ahora el mecanismo de un reloj parado. Ruedas dentadas que se habían detenido. Sus ojos miraban, pero no veían. Sus oídos oían, pero no escuchaban.
Algo le decía que la había cagado con el Tiburón. Que, de todo lo que había hecho, aquello era lo más estúpido y reprochable. Que ni su mente funcionando como correspondía hallaría una excusa medio convincente a lo que le hizo.
Pero nada de eso importaba ya. Clic, clac. Clic, clac. Los engranajes de su cerebro volviendo al trabajo. Sonrió. La sonrisa más triste esbozada nunca en Oonindo. Su alma seguía sangrando por los ojos.
—P-pedazos de hijos de puta —le temblaba la voz, y su pecho oscilaba de arriba abajo en una respiración entrecortada—. Usar así a vuestra compañera… solo para vengaros de mí. —Ni siquiera él hubiese llegado tan lejos—. Después de lo que le hicieron… ¡DESPUÉS DE LO QUE DEJÁSTEIS QUE LE PASARA!
No se lo iba a perdonar. A ninguno de ellos. Nunca.
El Uchiha era una olla a presión. Respiraba rápido y fuerte por la nariz, tratando de liberar todo el odio, la ira y la rabia que iban creciendo en su interior. La olla empezó a vibrar. Una simple válvula de escape para el vapor producido por el fuego de Amateratsu. La presión seguía en aumento. Su cuerpo temblaba de pura rabia.
Iba a estallar, iba a estallar, iba a estallar…
El Sharingan relampagueó en su mirada.
Y oyó una voz. Una voz que conocía demasiado bien…
1 AO mantenida
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado