30/03/2020, 13:03
Como todos los shinobis y kunoichis, Hana tenía una rutina, una rutina que su sensei la había obligado a romper, diciendo que no podía entrenar por la mañana y por la tarde todos los días, sin apenas descansar para nada más que comer y cenar. Así que aquella mañana tocaba descansar. Eri había mantenido una vigilancia sutil pero constante sobre ella desde su encuentro con ella y Datsue en el puente.
Pero las noches eran el peor enemigo de Hana, el silencio y el insomnio la obligaban a pensar una y otra vez a lo sucedido con Ren, a todas las posibles acciones que podría haber tomado, las decisiones que la habían llevado allí. La mayor parte del tiempo solo se echaba la culpa en vano, una y otra vez, porque ya no podía hacer nada por cambiar nada.
Por suerte, ya podía disimularlo mejor. Estaba más seria de lo normal, pero no llevaba tantas ojeras y había conseguido fingir una sonrisa con cierta credibilidad. Para ella no era raro el fingir estar bien, llevaba haciendolo desde que era ninja, sin embargo, antes sonreía honestamente.
Aquella mañana forzosamente libre se levantó exactamente a la misma hora de siempre, se vistió como si fuese un día normal, aunque sin recogerse el pelo, se planteó varias veces desobedecer a su sensei, se resignó varias veces a que la pillaría y la mataría y entonces bajó a la sala común. No había nadie, era salvajemente pronto. Aún tenía el estomago cerrado, así que se dirigió a uno de los asientos que se encontraban de espaldas a la zona de cocina y se sentó.
Tras darle varias vueltas a qué hacer con un día libre sin recurrir a Ren, se acurrucó y el sueño aprovechó para pegarle una puñalada trapera, devolviendola a sus sueños inquietos.
Hasta que unas voces la sacaron de su breve descanso, podía oirlas con claridad, estaban justo detrás de ella, en la zona de cocina de la sala común y ella estaba en uno de los sillones tan próximos. Para cuando estuvo del todo despierta, los chicos ya habían avanzado en la conversación. ¿Como demonios iba a saltar ahora? Aparecer como si nada sería raro. Al menos conocía a uno de los chicos, Reiji-san. Pero el otro, ni le sonaba.
Ahora sentía la necesidad imperiosa de asomarse por encima del sillón, para ver qué aspecto tenía el otro interlocutor. Lentamente, asomó la cabeza por encima del respaldo, e igual de lentamente la bajaría cuando hubiese cogido una imagen clara.
Pero las noches eran el peor enemigo de Hana, el silencio y el insomnio la obligaban a pensar una y otra vez a lo sucedido con Ren, a todas las posibles acciones que podría haber tomado, las decisiones que la habían llevado allí. La mayor parte del tiempo solo se echaba la culpa en vano, una y otra vez, porque ya no podía hacer nada por cambiar nada.
Por suerte, ya podía disimularlo mejor. Estaba más seria de lo normal, pero no llevaba tantas ojeras y había conseguido fingir una sonrisa con cierta credibilidad. Para ella no era raro el fingir estar bien, llevaba haciendolo desde que era ninja, sin embargo, antes sonreía honestamente.
Aquella mañana forzosamente libre se levantó exactamente a la misma hora de siempre, se vistió como si fuese un día normal, aunque sin recogerse el pelo, se planteó varias veces desobedecer a su sensei, se resignó varias veces a que la pillaría y la mataría y entonces bajó a la sala común. No había nadie, era salvajemente pronto. Aún tenía el estomago cerrado, así que se dirigió a uno de los asientos que se encontraban de espaldas a la zona de cocina y se sentó.
Tras darle varias vueltas a qué hacer con un día libre sin recurrir a Ren, se acurrucó y el sueño aprovechó para pegarle una puñalada trapera, devolviendola a sus sueños inquietos.
Hasta que unas voces la sacaron de su breve descanso, podía oirlas con claridad, estaban justo detrás de ella, en la zona de cocina de la sala común y ella estaba en uno de los sillones tan próximos. Para cuando estuvo del todo despierta, los chicos ya habían avanzado en la conversación. ¿Como demonios iba a saltar ahora? Aparecer como si nada sería raro. Al menos conocía a uno de los chicos, Reiji-san. Pero el otro, ni le sonaba.
Ahora sentía la necesidad imperiosa de asomarse por encima del sillón, para ver qué aspecto tenía el otro interlocutor. Lentamente, asomó la cabeza por encima del respaldo, e igual de lentamente la bajaría cuando hubiese cogido una imagen clara.