27/06/2020, 20:03
Abrió las puertas. Miró.
Un samurái enfundado en una armadura brillante, sentado mientras tomaba un café. Manchas borrosas más allá, al final del largo pasillo.
—¿¡Qué haces!? ¿¡Quién eres!? —exclamó el guardia del Valle, derramándose el café por encima.
Ryūnosuke quiso responderle. Quiso decirle que acababa de abrir las puertas del Yomi. Que él, al contrario que Izanagi, no era celoso con quien entraba o dejaba de hacerlo. Que no iba a impedirle cruzar el umbral. Ahora bien, como hombre de cultura, debía saber algo. Algo que todo el mundo daba por hecho: solo hay una manera de cruzar las puertas.
Pero si Ryū siempre había sido parco en palabras, Ryūnosuke pecaba de impaciencia.
—Largo.
El samurái no le hizo caso. Debió ver algo que no le gustó al otro lado, porque reaccionó violentamente. Desenvainó una larga katana y le lanzó un tajo directo al cuello.
—Hmm.
¿Le había dado? El rostro desencajado por la sorpresa del samurái le indicaban que no, pero luego siguió con la vista la hoja de la katana y se dio cuenta de que sí. Oh, sí, el acero había impactado de lleno en sus escamas. Un acero tan afilado que parecía recién sacado de la forja. De manufactura impecable. Sin una sola mella. Sin una sola mancha. Tan impoluta como su armadura. Sin abolladuras. Sin siquiera arañazos.
Le dio asco. Aquel tipo le estaba diciendo a gritos que no había tenido un combate de verdad en años —seguramente en su puta vida—, y el primer contrincante que elegía era él: el Heraldo del Dragón. El asco le produjo acidez en el estómago, y esa acidez derivó en una chispa. Fue solo un instante, el tiempo que le llevó en agarrar el casco del samurái con una mano…
- (Fuerza 100) Es capaz de mandar volando a los adversarios con golpes simples, y de levantarlos con una sola mano para arrojarlos contra objetos o las paredes por un daño de 40 PV + (Fuerza/10).
…y estamparle la jodida cabeza contra la pared. Una vez. Dos. Tres. ¡Pam, pam, pam! Como un pájaro carpintero. Cuando terminó el trabajo, la cabeza de aquel hombre era un amasijo de acero y huesos rotos. Al soltarle, fue resbalándose por la pared, dejando un rastro carmesí. Le propinó una patada que le catapultó al césped del estadio.
Solo hay una manera de cruzar las puertas.
Un samurái enfundado en una armadura brillante, sentado mientras tomaba un café. Manchas borrosas más allá, al final del largo pasillo.
—¿¡Qué haces!? ¿¡Quién eres!? —exclamó el guardia del Valle, derramándose el café por encima.
Ryūnosuke quiso responderle. Quiso decirle que acababa de abrir las puertas del Yomi. Que él, al contrario que Izanagi, no era celoso con quien entraba o dejaba de hacerlo. Que no iba a impedirle cruzar el umbral. Ahora bien, como hombre de cultura, debía saber algo. Algo que todo el mundo daba por hecho: solo hay una manera de cruzar las puertas.
Pero si Ryū siempre había sido parco en palabras, Ryūnosuke pecaba de impaciencia.
—Largo.
El samurái no le hizo caso. Debió ver algo que no le gustó al otro lado, porque reaccionó violentamente. Desenvainó una larga katana y le lanzó un tajo directo al cuello.
—Hmm.
¿Le había dado? El rostro desencajado por la sorpresa del samurái le indicaban que no, pero luego siguió con la vista la hoja de la katana y se dio cuenta de que sí. Oh, sí, el acero había impactado de lleno en sus escamas. Un acero tan afilado que parecía recién sacado de la forja. De manufactura impecable. Sin una sola mella. Sin una sola mancha. Tan impoluta como su armadura. Sin abolladuras. Sin siquiera arañazos.
Le dio asco. Aquel tipo le estaba diciendo a gritos que no había tenido un combate de verdad en años —seguramente en su puta vida—, y el primer contrincante que elegía era él: el Heraldo del Dragón. El asco le produjo acidez en el estómago, y esa acidez derivó en una chispa. Fue solo un instante, el tiempo que le llevó en agarrar el casco del samurái con una mano…
Fuerza 102
- (Fuerza 100) Es capaz de mandar volando a los adversarios con golpes simples, y de levantarlos con una sola mano para arrojarlos contra objetos o las paredes por un daño de 40 PV + (Fuerza/10).
…y estamparle la jodida cabeza contra la pared. Una vez. Dos. Tres. ¡Pam, pam, pam! Como un pájaro carpintero. Cuando terminó el trabajo, la cabeza de aquel hombre era un amasijo de acero y huesos rotos. Al soltarle, fue resbalándose por la pared, dejando un rastro carmesí. Le propinó una patada que le catapultó al césped del estadio.
Solo hay una manera de cruzar las puertas.
![[Imagen: S0pafJH.png]](https://imgfz.com/i/thumbnail/S0pafJH.png)